martes, abril 14, 2020

Diario de estos días (XXXIII)

«El camino del deber se encuentra enfrente del sendero del egoísmo» (Niceto Alcalá-Zamora)

Martes, 14. Aniversario de la II República Española. Hoy he vuelto a ver, después del parón de la más extraña Semana Santa que hemos vivido en muchos años, a mis estudiantes de literatura española del siglo XVIII. Me ha gustado saber que siguen bien y me ha gustado retomar esta actividad distinta. Es curioso. Me he levantado a la misma hora que cuando tenía clase a las nueve y tenía que salir de casa, coger el coche y llegar al campus, y, sin embargo, he llegado muy apurado a la sesión programada a treinta pasos del desayuno. Ahora es todo como si se observase a través de un filtro que da un barniz diferente a la realidad. No sé; miro el calendario, miro mi agenda, y traslado esa representación gráfica del tiempo a todo lo que ocurre. Los veo; veo mi agenda, mi calendario y el tiempo en las cifras impresas en los envoltorios de muchos alimentos. Hoy ha sido con un paquete de lonchas finas de pechuga de pavo (20-05-20. Lote 1340), y he pensado en esa fecha en la que nunca había pensado de modo parecido al que ahora me lleva a preguntarme cómo estará la situación en ese momento, en el justo día del veinte de mayo de dos mil veinte en el que esa marca dice —mentira— que caducan las lonchas. La misma mirada cotidiana modificada ahora, por ejemplo, en la lectura de las esquelas del periódico. No sé si es que hay más que antes o es que yo me fijo más que antes. Ayer, Enrique Múgica, hoy, Landelino Lavilla, Juan Cotino, una necrología escrita por Darío Villanueva sobre Iris M. Zavala, la del autor de La piqueta (1959), una de esas novelas del realismo social, de Antonio Ferres, la del dramaturgo Ángel García Pintado. Hace una semana, dos páginas enteras con los obituarios de Riay Tatary, el sirio que fue fundador de la Unión de Comunidades Islámicas de España, el empresario Alfonso Cortina, el autor teatral Josep Maria Benet i Jornet, ambos fallecidos por coronavirus, el entrenador de fútbol Radomir Antic, o la de Ricardo Díez Hochleitner, diplomático y experto en política educativa, cuya necrología iba firmada por Federico Mayor Zaragoza de una manera que el periódico El País tendría que hacerse mirar; porque uno abre la página de las muertes y lee abajo: «Federico Mayor Zaragoza fue director general de la Unesco entre 1987 y 1999». Y es que parece que el finado no es el otro.

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