viernes, diciembre 30, 2022

Una piedra de Matilde

La estrena de Matilde Muro ha llegado estos últimos días del año 2022 como felicitación para 2023. Se ha adelantado. Tan poco sé de piedras que me parecía una habichuela. Después de leer que «Las piedras son fetiches, joyas, amuletos, recuerdos, antologías de vidas anteriores, muestras del pasado, marcas de antigüedad. Sirven para construir, molestan al demoler, provocan admiración si las sabes esculpir, sirven de soporte en medio del cansancio del caminante, albergan fauna humilde y, cuando menos lo necesitas, se meten en el zapato para recordarnos que, en medio del trajín, puede haber algo inerte que se adueña de nuestro dolor y hace que volvamos a pensar que somos humanos. Esta que te mando no duele. Acompaña. Feliz Año Nuevo 2023» he visto un ópalo de alabastro, y una calcita…, lo que sea; y he comprendido lo mucho que puede significar una piedrecita que podría parecerse a una habichuela enviada en un sobre como felicitación. Insisto, como otros años, en acusar recibo así a Matilde de sus detalles y quiero añadirle aquí algunas piedras literarias que me vienen casi sin pensar y que no hacen daño: de mis clases, las de César Vallejo —de aguacero— y Octavio Paz —de sol—; y de mis quereres, la piedra puntiaguda de Antonio Gómez en aquel libro de Rumorvisual de 2012 (Como una piedra puntiaguda en el zapato) en el que hizo esta pintada —léase verso—: «La retórica no emociona». Y, por último, de mi familia, esta mañana en Zafra, la piedra más ruda y de relleno del balasto que ojalá nos sostenga firmes si pasa un tren cargado de adversidades. Para que vea Matilde lo que puede dar de sí el detallino de su estrena de este año.

miércoles, diciembre 28, 2022

Pío Baroja

Pío Baroja nació en San Sebastián tal día como hoy de hace 150 años. Suplementos como El Cultural —«el mejor novelista español del siglo XX»— y La Lectura le han dedicado páginas especiales estos días pasados, porque, como escribe hoy en La Vanguardia Ander Goyoaga, un aniversario así «debería servir para releer al escritor y redescubrir al personaje». He recordado a don Pío acudiendo al volumen XVI y último de la monumental edición de las Obras completas de Círculo de Lectores, que dirigió José-Carlos Mainer y que se fue publicando entre 1997 y 1999. De Obra dispersa y epistolario va ese volumen extraordinariamente presentado y cuidado por Juan Carlos Ara Torralba, y contiene lo que el editor llama «Páginas de autocrítica», que son los textos de presentación que Baroja escribió para los fragmentos de sus obras en sus Páginas escogidas (1918) y que, leídos en conjunto aquí, son un paseo muy saludable con datos e impresiones del escritor vasco sobre su propia literatura hasta esa fecha. En agosto de 2021 escribí una entrada sobre el libro Retratos a medida. Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958), que, en edición e introducción de Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, publicó ese año la Fundación Banco Santander, y me ha parecido un buen modo de conmemorar a Pío Baroja compartir una de las grabaciones con una entrevista dramatizada —el experimentado locutor Luis Ignacio González pone la voz a Baroja— sobre el texto de la que le hizo Andrés Muñoz para La Nación de Buenos Aires en noviembre de 1950. Como no logro compartir mi archivo de audio, puede escucharse en esta página de la Fundación. Dura veintinueve minutos. Más curioso puede resultar este documento sonoro: una entrevista que el periodista de la SER Juan Sampelayo le hizo en 1955, en presencia de Gregorio Marañón. Dura diecinueve minutos.

lunes, diciembre 26, 2022

Cartas de Chiaromonte a Muska

«Si por mí fuera, la verdad es que estaría escribiéndote todo el día» (pág. 33). Así comienza la primera carta —Roma, 28 de enero de 1967— publicada en esta edición y que envía el ensayista y crítico teatral Nicola Chiaromonte (1905-1972) a Muska, Melanie von Nagel (1908-2006), monja benedictina retirada en una abadía de Bethlehem, en Connecticut, con la que mantuvo una intensísima relación epistolar que duró hasta la muerte del escritor italiano y que suma más de mil doscientas misivas, de las que algo más de un centenar se recogen en este libro fascinante. Tan fascinante que permite construir el retrato cabal de una naturaleza humana sin conocer casi ninguna de las cartas que esa mujer envió a su notable corresponsal. En otra de enero de 1969, Chiaromonte escribe: «Contándote estas cosas tengo la maravillosa sensación de hacerte un poco de linterna mágica mientras descansas, echada y algo soñolienta. Los recuerdos. Ya hablaremos de ellos. De momento, dejemos que unos nos lleven a los otros, nos distraigan de lo que nos fastidia e incomoda, que distraigan a Mushka, en una palabra. Mushka muy querida, percibo que hay algo que no está bien en tu vida en los últimos tiempos: el brazo te sigue doliendo, me consta. Espero que no haya algo más preocupante, aunque ése es ya un tormento que me atormenta a mí también, lo sabes. No te fatigues escribiéndome, te lo ruego: sé que para ti es una gran alegría, pero si estás cansada y cuando lo estés, pocas líneas y un hilo de tus lanas me bastarán. Quiero que todo lo que te atañe esté bien». (pág. 189). Una mañana del pasado septiembre me habló Enrique Santos Unamuno en su despacho de la Facultad de esta edición que él había traducido del original italiano Fra me e te la verità. Lettere a Muska (Forli, Una Città. 2013) y que en español ha sacado el sello El Pez Volador: Nicola Chiaromonte, Que la verdad habite entre tú y yo. Cartas a Muska. Edición y notas de Wojciech Karpińsky y Cesare Panizza. Traducción de Enrique Santos Unamuno. Larraya (Navarra), El Pez Volador, 2022, 292 páginas (las últimas con un índice onomástico). Cómo le agradezco a Enrique que me haya permitido conocer algo así. El profesor y biógrafo de Chiaromonte Cesare Panizza sitúa muy bien a los protagonistas de este epistolario en una introducción que retoma el «marriage of true minds» («unión de mentes fieles») del soneto 116 de Shakespeare, que es como llama Nicola en una carta de marzo de 1967 a la conversatio que mantiene con su amiga, y las más de cuatrocientas notas de esta edición —en alguna de las que se deja ver el traductor—, del eminente intelectual polaco Wojciech Karpińsky, son muy esclarecedoras. Dice Chiaromonte a su «queridísima Muschka» —como transcribía el nombre de pila de ella— que solo puede enviarle «pedazos de conocimiento e ideas a medio cocer» (pág. 80); pero lo que recibe el lector que se inmiscuye en esta íntima comunicación entre dos cultos curiosos insaciables es antológico. Recibe reflexiones sobre política, sobre arte, sobre la belleza, sobre los lugares que visita el escritor —Venecia, Palermo, Paestum…—, sobre teatro y filosofía, sobre los poemas y las flores que la Hermana Jerome le manda desde la abadía americana Regina Laudis con el permiso de la madre abadesa para escribir. «… lo que tú representas para mí lo siento plenamente en momentos como el de esta mañana, cuando me ha llegado tu carta del 13-14 (con matasellos del 19), de forma inesperada, pues el correo de la mañana no había traído nada. Es como si, de repente, respirase un aire de montaña… Pero no, las montañas no me gustan… De mar abierto, más en primavera, si bien esa imagen es demasiado natural. […] Y es que tú significas para mí aire puro y suave. […] Me aportas aquello que echo de menos, ésa es la verdad», escribe Nicola Chiaromonte el 23 de junio de 1967. Después de su muerte, Melanie von Nagel envió a la viuda, Miriam Chiaromonte, una carta en la que le informaba de su trabajo para recopilar — fue, pues, su primera editora— todas las cartas que recibió del intelectual antifascista que estuvo en el frente republicano español de 1936, que fue amigo de André Malraux, de Albert Camus, de Hanna Arendt, de Alberto Moravia y de Andrea Caffi, entre otros: «Ya he contado las que van de 1957 a 1966: un total de 38. Las de 1967 dan inicio a la serie anual de comunicación más nutrida y son 123. […] 661 en total, más algunas de enero de 1972» (pág. 280). En los períodos de mayor correspondencia, que son los que se editan en este volumen, intercambiaron una media de tres cartas a la semana. 

domingo, diciembre 25, 2022

Cuento de Navidad

Como el mismo día del pasado año, he disfrutado del radioteatro con el que nos regala la SER desde hace ya diez años, cuando escuché el Cuento de Navidad de Dickens adaptado por Eduardo Mendoza y narrado por José María Pou, con Juan Echanove como Scrooge. Pou también hizo de narrador unos años después en otra de las entregas del Cuento, la de La Gran Familia. Este mediodía ha sido El Mago de Oz, dirigido por Ana Alonso y con el diseño sonoro de Roberto García, y que la narradora haya sido en esta ocasión la actriz de mis ojos Aitana Sánchez Gijón no ha pesado casi nada en mi alta estima sobre otra de estas producciones de una de las emisoras que más escucho, después de Radio 3. «La famosa Dorothy, personaje principal de El Mago de Oz —escribe Juanjo Millás, autor de la versión de la novela de Lyman Frank Baum—, es una niña profundamente paradójica, pues se cree perdida cuando en realidad se está encontrando. […] Todos los personajes de El Mago de Oz están profundamente equivocados acerca de sí mismos, que es lo que nos ocurre a la mayoría de los seres humanos, seamos niños o adultos, de ahí el hechizo perturbador y trasversal que viene produciendo, desde que se publicara, esta novela de iniciación a la vida concebida para todos los públicos, porque no hay una sola etapa de la existencia en la que no nos estemos iniciando o reiniciando». Es así, y la conclusión puede ser esa después de escuchar las voces de la omnipresente por fortuna Aitana, y de Elena Rivera (Dorothy), Ernesto Alterio (Hombre de Hojalata), Dani Rovira (León), Gabino Diego (Espantapájaros) y Ramón Barea (Mago de Oz), entre los principales; pero también las colaboraciones de gente de la casa como José Luis Sastre, Raúl Pérez, Francisca González, Miguel Maldonado, Sira Fernández, Laura Martínez o Aimar Bretos, entre otros. La mano de Millás como adaptador del texto la veo en la repetición de una locución como «De súbito» —cualquiera sabe lo que habrá querido decir— y en la relación de verdes que ven los protagonistas cuando llegan a la ciudad de Esmeralda, en donde el todo verde era «una suerte de unidad cromática semejante a la del argumento de un relato». Reconozco que no pude —en la distancia y por persona interpuesta— convencer a unas niñas de que dejasen de jugar y que estuviesen pendientes de la radio durante hora y media; pero sí que pude hacer tareas de casa un día de Navidad y luego ducharme y afeitarme sin dejar de escuchar la radio, pensando en que vivía tan grata actividad en día tan señalado por todo. Una tradición. 

viernes, diciembre 23, 2022

Una notita

Este escritorio me permite componer un texto o, más bien, un hipertexto con palabras que pueden vincularse con otros sitios y otros textos que han quedado por aquí a lo largo de este año que en pocos días termina. El lector saltará como de un trampolín a otro y podrá perderse o alejarse confuso del origen de lo que estaba leyendo. Se corre ese riesgo; pero siempre tendrá la oportunidad de volver por la vereda que dejó. Es lo que tiene el hipertexto, que es un término prehistórico, sin embargo, como lejano, cuando navego y escribo y disfruto. Puedo, sí, componer un almanaque de bastantes hojas en las que hay lecturas de allí y de acá, viajes a una ciudad o a otra, y en las que quedaron marcadas con la más alta consideración y mi mejor reverencia las pérdidas de personas muy queridas como Julio, como Alicia o como Antonio. Me gustaría recoger en este espacio con más frecuencia el pie de la letra de las conversaciones con las que me favorece la gente que conozco y cuánto merece la pena escuchar a quienes saben. Quiero encontrar a alguien en quien descargar esa responsabilidad que siempre he tenido de ser el confesor que escucha lo mejor de las vidas ajenas: una amiga está enamorada y me lo cuenta; otra me dice que espera un hijo y una tercera comparte conmigo un premio muy valorado. Me hará feliz tener cerca a alguien que pueda ser la primera persona que sepa que me ha ocurrido algo bueno. Suele pasar siempre lo último, para mi suerte; pero no siempre lo primero. Otrosí, debería acabarse con ese triunfalismo que gastan los organizadores de actos académicos —congresos, cursos de verano…— y culturales —conferencias, lecturas poéticas…— cuando los clausuran celebrativamente sin haber resuelto lo más esencial de indemnizar por el viaje en autobús al participante o abonarle su estipendio. Eso de celebrar el éxito de un concierto cuando el hotel que ha alojado a la orquesta tarda en cobrar la factura seis meses es una impúdica falsedad oculta por los acordes sublimes que cautivaron al público. Mal. Evítese. No cuesta tanto. Feliz Navidad.

martes, diciembre 20, 2022

La Biblioteca de Letras

Estoy escribiendo unas páginas de encargo para un libro que conmemorará los 50 años de la Universidad de Extremadura, que celebraremos en 2023. Tengo que tratar sobre el patrimonio bibliográfico de nuestra joven universidad, formado casi ex nihilo, sin el aporte de otros fondos públicos o privados, como ocurrió por suerte cuando comenzaron otras universidades españolas, de nuestra parecida edad o mucho más antiguas. Me encuentro, una vez más, indagando sobre un pasado reciente que he vivido casi entero, pues yo llegué aquí tan solo siete años después de que la UEX iniciase su andadura. Otra vez, sí, porque he desempolvado y vuelto a ver una de esas extensiones de mi profesión de las que me siento más satisfecho, junto a la activación del Aula de Teatro de la UEX con Isidro Timón Rodríguez, la gestión universitaria o la edición de libros en un Servicio de Publicaciones modesto pero pujante. He vuelto a ver un documento que me parece excepcional por único: Del donoso escrutinio a las telas del corazón. La Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. Documental en video producido por el Departamento de Imagen de la Institución Cultural «El Brocense» de la Diputación Provincial de Cáceres. Diciembre de 1999. La realización corrió a cargo de Rodrigo Pastor y el operador de cámara fue Teodoro Jiménez Parrón. La idea fue mía, porque ante el inminente traslado a la Biblioteca Central en el campus, sabía que la disposición de los libros de nuestro apreciado fondo de más de cien mil volúmenes iba a desaparecer y yo quería grabar algo. Después de descartar mi camarita Sony familiar y de hablar con Isidro Timón, más dotado de medios audiovisuales por aquellos años, él me sugirió contactar con la Diputación, que disponía de aparatos estupendos. Hablé con la presidenta de la institución provincial, la sensible y receptiva siempre Pilar Merchán Vega, que puso a mi disposición un equipo profesional. Escribí el guion, dirigí aquello con la asistencia cómplice de los citados y me vi metido en algo que me absorbió durante meses. Sublime. Dediqué muchas horas desde junio hasta diciembre de 1999 conciliadas con mis clases y mis tareas como secretario de la Facultad, coincidiendo con el traslado de la Facultad desde el Edificio Valhondo hasta el nuevo centro en el campus universitario, y el resultado de todo aquello ahora me parece, cuando menos, curiosote. Una hora de imágenes de libros y más libros que hoy ya no tienen esa colocación, de una sala de lectura y un depósito que ya no existen, de alumnas y alumnos que reconozco y que sé que hoy son profesoras, padres de familia, profesionales en otros ámbitos —ay, Eva Guerra Cambero, qué buena; o Miguel Ángel Galán Herrera, un estudiante de 3º de Historia del Arte que fue el último usuario de la antigua biblioteca la tarde del dos de julio de 1999—; entrevistas con Ricardo Senabre, José Antonio Collazos, Ángel García Garzón, Pepi Collazos, Teresa Pastor, Eustaquio Sánchez Salor… Ahí están imágenes de la prensa de los primeros años de la Universidad, datos sobre el número de libros —trece mil adquiridos solo en el primer año—, los lomos reconocibles de muchos volúmenes que fueron parte de nuestra formación… Hace unos años logré convertir el formato antiguo de aquella edición a un deuvedé, que es el que ahora puedo trasladar a otros dispositivos. Me gustaría consultar qué permisos hay que tener para difundir en abierto un documento histórico como aquel, que, fuera aparte derechos de autoría, considero que sigue siendo propiedad de la Diputación Provincial de Cáceres. Bueno, y qué. Sigue siendo propiedad de estas telas del corazón. 

viernes, diciembre 16, 2022

La belleza de lo pequeño

El prologuito que lleva este delicioso libro de 16 x 12 cm. se titula «Contra la demasía», y podría ser el subtítulo combativo del elogio apacible de su cabecera: La belleza de lo pequeño (León, Eolas Ediciones. Colección de la belleza, 3, 2022), de Tomás Sánchez Santiago. Me gusta mucho cómo se refiere siempre a sus creaciones en las tarjetas o dedicatorias con las que las acompaña cuando las envía a sus amigos. A estas prosas —y media docena de poemas— las denomina «munición leve y sigilosa» y desea que sean mi «escolta por un rato». Cuando me envió su libro La vida mitigada en las fechas prenavideñas «inclementes y empalagosas» de diciembre de 2014 lo denominó «libro desvalido y lleno de determinaciones del mundo de las cercanías». Es su manera amable y modesta de regalar su costumbre de mirar, comprometida siempre con lo que merece la pena, que es lo pequeño, donde buscamos «esa fortaleza que precisamos para creer en la serena victoria del vivir, del ir viviendo. Y no se trata solamente de tamaños sino de algo más que tiene que ver con la aparente falta de importancia. Lo pequeño es también lo secundario, lo que no estorba, lo que cada día se hace a un lado para quedarse al margen. Lo que no se enturbiará con nada. Lo que no pretende hostigar ni cortar el paso a la manada pero forma parte insustituible del mundo» (págs. 14-15), escribe en ese delantalino a las tres secciones que recorren diferentes manifestaciones de la belleza de lo pequeño: «El sitio de las cosas», «Los seres suaves» y «Los pequeños quehaceres». Son rotulitos poéticos muy elocuentes de lo que contienen. Objetos de cocina, y en ella «la leche reventando como una barba blanca en la cazuela» (pág. 32), un hueso frutal abandonado en un cenicero, unos guantes de fregar, el calzado ordenado en un armario o unos cuadros torcidos…: «Contemplar mucho las cosas las afirma en lo que ellas son, ya desprovistas de todo accidente. La quietud exhalada las convierte en realidades estrictamente poéticas. O sea, en verdad bastante» (pág. 25). Los seres de la sección central pueden ser animales (caballos, cigüeñas, gorriones, un caracol…), hombres y mujeres, algunos con nombre (Manolo, Menchu, Angelita…) y apellidos (Matilla Tascón), alumbrados siempre como seres suaves con «lumbre baja»; y también plantas y flores, las domésticas patatas, cebollas y escarolas o las lilas, las margaritas y los pelargonios, o un poco de hierba que asoma entre las junturas del cemento, a los que se dedica el casi siempre breve encomio del poeta, uno de esos «inspectores de lo pequeño» (pág. 14). Cierran las estampas, escenas y oficios del último tramo, en la misma línea de excelencia. Me gana esta forma de escribir que, más que un elogio, es una definición precisa de lo pequeño y menudo, de lo que tiene importancia; y siento una afinidad que no puede ser ni fingida ni episódica si sobre mi mesa tengo unos folios con unas palabras todavía inéditas de otro escritor amigo como Basilio Sánchez: «Yo creo que si algo queda que merezca la pena en esta vida, permanece agazapado en lo discreto, en el brillo cegador —para el que vive atento, para el que aún es capaz de sostener la mirada— de los pequeños acontecimientos inesperados e imprevisibles que llenan nuestros días, y en los seres humildes». Es demostración de que los modestos muebles de esta casa cumplen una función estrictamente de uso, mientras que los libros y papeles, y todas sus palabras, son el sistema circulatorio de mi estimada medianía. Uno de esos libros, acompañado de todo el afecto que gasta —también por escrito— Tomás Sánchez Santiago, llegó aquí en septiembre: La belleza de lo pequeño.  

miércoles, diciembre 14, 2022

Náufragos

No podría ilustrar y explicar con más detalles y mejor que Álvaro Valverde en estas entregas de su blog —que enlazo en 1, 2 y 3— el sugerente proyecto de Salvador Retana, en su editorial La Rosa Blanca, de Náufragos, cuyas botellas llegan mañana a Cáceres. Se presentan aquí, a las 19.30 horas, en la librería La Puerta de Tannhäuser, las cinco cajas publicadas hasta el momento de esta singular y limitada edición de textos embotellados de Gonzalo Hidalgo Bayal, Álvaro Valverde, Juan Ramón Santos (Caja núm. 1), Francisco Jarauta, Alberto Manguel, Jordi Doce (Caja núm. 2), Basilio Sánchez, Pureza Canelo, Irene Sánchez Carrón (Caja núm. 3), Fernando Aramburu, Francisco Javier Irazoki, Isabel Bono (Caja núm. 4), Antonio Oteiza, Hilario Bravo y Andrés Talavero (Caja núm. 5). Como se lee en la elegante credencial en cartulina del interior, la primera entrega apareció en mayo de 2021, y para todos los textos se han utilizado tipos Futura y Garamond y papel arroz Xuan Zhyx, para una edición de treinta ejemplares numerados a mano del 1 al 20, y diez pruebas de autor no venales, numeradas del I al X. En el reverso de cada caja, el editor explica que «la idea surgió hace tres años, en un viaje a Israel y Palestina, contemplando en el museo de Jerusalén Angelus Novus, el dibujo a tinta y acuarela de Paul Klee que adquirió y conservó hasta su muerte Walter Benjamin y pertenece en la actualidad a la colección del museo. | Los mensajes de esta compilación van dentro de una botella metálica y precintada como pecios de un naufragio. Nada se sabe de su contenido. Los autores son náufragos por naturaleza y solo ellos pueden dar cuenta de su aventura, del viaje sin retorno, del destino incierto. Por misteriosos cauces, la edición ha venido con el tiempo a desembarcar en el proceloso mar en el que todos estamos naufragando». Salvador Retana y algunos de los colaboradores de la colección intervendrán mañana en Cáceres.



domingo, diciembre 11, 2022

Con José Antonio Zambrano

Mañana, lunes 12 de diciembre, a las 20:00 horas, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Almendralejo, acompañaré a José Antonio Zambrano en la presentación de su Poesía reunida (2001-2021). Mérida, Editora Regional de Extremadura (Col. Poesía. Serie Mayor), 2022. Un elegante volumen de casi cuatrocientas páginas que reúne íntegros los ocho libros de poemas del autor publicados desde 2003 y unos pocos inéditos escritos después de Ahora (Pre-Textos, 2019). El colofón dice que «La Poesía reunida de José Antonio Zambrano se publica en agosto del año 2022, cuando se cumplen cuarenta y cinco años de la edición de Al lado mismo de nosotros», su primer libro, incluido entonces en la primera entrega de las antologías Poesía extremeña actual que publicó la editorial Esquina Viva entre 1977 y 1979, junto a poemas de Jaime Álvarez Buiza, Pedro Belloso, Luis Alfonso Limpo y María Rosa Vicente. Su poesía hasta La mitad del sueño (ERE, 1999) se recogió en la amplia antología publicada en 2000 por De la luna libros: Poesía (1980-2000), y en la que también tuve el gusto de acompañar al poeta. Muchos años. Por eso, hablaré mañana un poquito de literatura, de amistad y de tiempo. De todo a la vez.

sábado, diciembre 10, 2022

El obstáculo es Víctor

Da para un cuento: «—El obstáculo es Víctor». Simple y copulativa, tan sencilla frase podría formar parte de una historia de crímenes con sicarios dispuestos a actuar. La escuché el otro día en Madrid, en plena calle, y la dijo alguien que hablaba por teléfono al cruzarse conmigo. Da para un cuento; pero como la persona que pronunció esa frase fue una conocida locutora de televisión, puede adornar una breve crónica de una estancia en la capital. Tuve tiempo de sobra de anotarla en mi cuaderno dentro del coche, en el colapso del centro madrileño por culpa de los sobres explosivos que recibieron en la Embajada de Estados Unidos. Yo tenía que cruzar Serrano a la altura de María de Molina para llegar al aeropuerto y en el coche, en hora y pico (sic), me leí casi entero el periódico, que no es mal modo de evitar los agobios de un atasco monumental —el pedestal de la estatua de Colón, la de Emilio Castelar, la del Marqués del Duero…— y de no ponerse tan atacado como mis atacantes vecinos de carril. Anoté también otra frase muy amable: «—Me has alegrado la mañana». La dijo un viejo conocido de Zafra y de Badajoz después de encontrarnos súbitamente a la salida de una cervecería que frecuento. A mí también ellos —iba con su esposa— me alegraron un día alegre. ¡Ay!, frases… Ayer buscaba un dato en un cuaderno antiguo y me encontré con esta frase del verano de 2005: «La única esperanza que me queda es que mis padres y mi hermana se metan este fin de semana en el coche y se den un hostión». La escuché en mi calle, que es un pozo sin fondo también para el fango, y la escupió uno de los dos chicos que pas(e)aban junto a dos chicas. También da para un cuento; de terror. Otra: «Cuando muera tu marido nos casaremos». Hay muchas: «Pásame el pan», «Julia y Pedro meriendan. 11 de abril [de 2004]». Vuelvo a la mañana del atasco en la que volví a la Biblioteca Nacional, después de tantas restricciones que nos han afectado más a los que llegamos de provincias. Lo mío fue más una inspección para anotar los cambios —notorios en la zona de control, en el acceso a la sala general…— en una de esas veces en las que la biblioteca se convierte en un lugar de encuentro con gente de buena conversación que acaba con un café en la planta baja de la cafetería. Ya había dedicado más de una hora a la visita a la exposición de Las Sinsombrero en el «Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa», que me pareció bien hecha y muy extensa, con una gran cantidad de documentos que ver de cerca. Tan de cerca que vi que alguna cartela transcribía un texto distinto a la carta que mostraba. Pero no tuve cerca a nadie que considerase responsable a quien decírselo. También fue una lástima que no hubiese ni un folleto ni un catálogo, como me dijo un desagradable vigilante en atención al público. Le faltó invitarme a que me comprase los libros en Espasa de la comisaria de la exposición, Tània Balló. Disfruté mucho de Maruja Mallo, que recibe a los visitantes, y de Margarita Manso, Ruth Velázquez, Marga Gil Roësset, Delhy Tejero, Rosario de Velasco, Ángeles Santos, o Luisa Carnés, a quien vi en un video en la piscina con sus nietos. Es muy recomendable la visita, a pesar de los grupos de chavales —«A esta no la conoce nadie», escuché— que tuve que evitar con sus entregadas profesoras que explicaban la exposición. Un día aprovechado. En el aeropuerto, en la T-1, esperando a Julia, a mi lado estaba un tipo con un cartel que llevaba escrito el nombre de «John Collins», del vuelo de Dublín. Yo imaginé que ponía «Víctor».

miércoles, diciembre 07, 2022

Lecciones instructivas

Podría ser el título para resumir algunas de las muchas conversaciones que vengo disfrutando hace décadas de Pedro Álvarez de Miranda, con quien esta mañana hablaba en la Librería Boxoyo de Cáceres —recibidos por Jaime Naranjo García— de nuevo sobre libros, y de una copiosa y útil Biobibliografía de Escritores Canarios (Siglos XVI, XVII y XVIII), de Agustín Millares Carlo y Manuel Hernández Suárez, que, entre 1975 y 1992, sacaron adelante en seis tomos El Museo Canario, La Mancomunidad de Cabildos de Las Palmas y, finalmente, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Salió de nuevo en la conversación lo útil que nos ha resultado aquella bibliografía que dedicó un tomo completo —el IV— a «Iriarte» —Juan de Iriarte, el tío, Bernardo de Iriarte, Tomás de Iriarte, sus dos sobrinos, y Fray Juan Tomás de Iriarte—, como si fuese una letra. Salió, sí, aquello porque me compré en la librería de Jaime un ejemplar de las Lecciones instructivas sobre la Historia y la Geografía. Obra póstuma de Don Tomás de Iriarte dirigida a la enseñanza de los niños (Sevilla, Reimpresa en la oficina de El Sevillano, 1842). Desde luego no iba a ser ninguna rareza una de las sesenta ediciones —sí, sesenta— que desde 1794 hasta 1884 registraron Millares Carlo y Hernández Suárez, y entre las casi cuarenta que recogió Francisco Aguilar Piñal en su Bibliografía de Autores del Siglo XVIII (1986), con varios ejemplares no localizados. Un libro que «hoy no tiene valor» —dijo Emilio Cotarelo y Mori en su gran estudio Iriarte y su época (1897)—, y que, sin embargo, después de consultar compendios tan exhaustivos, no encuentro por ningún lado. No encuentro referencia alguna a mi edición sevillana de 1842, que, además, presenta en su portada una enigmática mariposa coloreada como insólito distintivo de impresor. Seguro que algún propietario coloreó la imagen que no sé de dónde habrá salido. Tampoco este ejemplar del que nadie —por el momento— da noticia y a cuyo escaso valor se suma ser una rareza que habrá que confirmar, y lo interesante de comprobar en su lectura cómo para un ilustrado como Iriarte se fijó en la niñez el comienzo de la necesidad de trasmitir a esa edad conocimientos básicos de la historia de la religión y de la patria, y de la tierra que se pisa, para que se puedan leer «cuando no con provecho, a lo menos sin daños del corazón y del entendimiento» (pág. 10). Curioso. Lecciones instructivas.

viernes, diciembre 02, 2022

Rosa Ribas en el Aula Valverde

La razón de ser de las aulas literarias de la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX), desde su creación en 1993 —cuando se inició en enero el aula poética «Enrique Díez-Canedo» de Badajoz con una lectura de Antonio Gamoneda—, fue más didáctica que de promoción cultural; aunque siempre tuvo ambas intenciones desde que Ángel Campos Pámpano propuso el formato de doble intervención de los autores invitados: una sesión matinal, en horario lectivo, en un instituto de Educación Secundaria, y una sesión vespertina, abierta al público general, en un auditorio céntrico de la ciudad. Ángel siempre insistía en esto, y esta mañana me he acordado de él en el salón de actos del Instituto de E.S. Profesor Hernández Pacheco de Cáceres. Desde enero de 1996, hace casi veintisiete años, en el Aula José María Valverde, cuando intervino el escritor Bernardo Atxaga, tengo la suerte de asistir a muchos de estos encuentros en los que un instituto recibe a una figura literaria relevante y convoca a alumnas y alumnos de cuatro o cinco centros de la ciudad para compartir un coloquio formativo del que se beneficia casi un centenar de estudiantes. Recuerdo una lectura de Juan José Millás en el «Pacheco» en febrero de 1997. Recuerdo muchas de estas lecturas en las que había que estar pendiente de la chavalería por los inicios siempre bulliciosos de su respeto e implicación, y me agrada que ahora sean sus profesores que fueron mis alumnos los que se preocupen de disponerlo todo. Como antaño, presentando al escritor. Pero hoy no. Hoy han sido cuatro alumnas de 1º de Bachillerato, Sara Muñoz, Sofía Chamizo y Beatriz del Águila, quienes han presentado muy bien —y pasándose el micrófono con soltura— a la novelista Rosa Ribas, con la asistencia de Eva Gómez, que ha hecho el atractivo cartel y el apoyo visual del acto. Me ha entusiasmado esta implicación de unas estudiantes motivadas por su profesora de Lengua y Literatura, Mª Vega de la Peña del Barco, en una lectura que ha sido sugerente y amena por las palabras de Rosa Ribas y por las preguntas que han propiciado muy aprovechables reflexiones de la escritora sobre la escritura y sobre la lectura. Rosa, que ya estuvo en Cáceres, ha captado la atención de su joven público a partir de un fragmento de su novela La luna en las minas (Siruela, 2017), y ha pedido a quienes la lean que le escriban a su página; y ha confesado, gracias a las preguntas que le han hecho los bachilleres, que era insomne, que contaba cuentos por la noche a su hermana, que supo que lo que escribía tenía un efecto en otros, que probó a escribir a cuatro manos con una compañera, y que un día se dio cuenta de que podía vivir de esto. Ha hablado también de lo que leyó, y me ha tocado la fibra de La Regenta y de Juan Marsé. Sigue siendo llamativo que estas cosas ocurran en Cáceres sin que los medios se hagan eco in situ de su importancia. Esta mañana.