martes, febrero 04, 2025

Soledad, salud y literatura

Me pregunté el otro día qué diablos hice el diez de septiembre del pasado año que me perdí la lección inaugural de este curso de la Universidad de Extremadura, a cargo de Francisco Vaz Leal. Ocupado en los preparativos de un viaje y en la lectura de un trabajo de fin de grado sobre las Cantigas de Santa María, dejaría en un segundo plano el acontecimiento sin reparar en el interés que para mí siempre suscita lo que tiene que decir este catedrático de Psiquiatría de la UEX que yo conozco desde los años ochenta como novelista. Su nombre comenzó a poblar las páginas literarias de aquella época al lograr el Premio de la Prensa de Badajoz en 1981 por su relato «Un patio con hiedra trepadora» (1981), y poco después apareció su primera novela, Los abismos de la sangre, premio Constitución en 1985. Hoy me alegro de saber que está pronta la publicación de su más reciente obra, una narración que pone en sus primeras páginas al pessoano Álvaro de Campos en una calle de Londres en 1930, Las sombras que traerá la noche, que se alzó con el Premio Cáceres de Novela Corta en su cuadragésima novena edición de 2024, un certamen del que hace muchos años quedó finalista con uno de los dos relatos que incluyó en el volumen Entre dos luces que publicó la Editora Regional de Extremadura en 1986, «Punto de distancia». Además, gozó de la confianza editorial de Manuel Vicente González y Ángel Campos Pámpano, cuando le publicaron en Del Oeste Ediciones dos novelas, No hay corazón que baste (1997) y Nada más le pido al mar (2010). Como puede verse, no es poco lo escrito y publicado por Vaz Leal en todos estos años, y prácticamente todo lo tengo en mi biblioteca y lo he leído. Así que estaba el otro día, jueves 30, en el despacho de mi decano, cuando vi sobre una mesa un ejemplar del discurso que pronunció el diez de septiembre Francisco Vaz Leal —actualmente, y desde 2016, también decano de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la UEX—, y me mostré tan interesado que salí de allí con él como regalo. El título: Sobre erizos y glucocorticoides: algunas consideraciones acerca de la soledad y sus consecuencias clínicas, cuyas claves, al menos de la primera parte —erizos y glucocorticoides—, no tengo tiempo de explicar aquí. Tardé muy poco en sentarme a leer la disertación y dejarme envolver por las atrayentes e inquietantes consideraciones sobre la soledad y su morbilidad, en una línea de investigación que tiene treinta caracteres: Psiconeuroendocrinoinmunología. Prometen al principio las alusiones a media docena de escritores con cierta propensión al aislamiento social, como Emily Dickinson, Marcel Proust, Franz Kafka, Fernando Pessoa, Jerome David Salinger o Thomas Pynchon; pero es la única licencia literaria que nos regala la lección de Vaz, que inmediatamente se adentra muy técnicamente en la soledad como un problema de salud pública, con patologías como enfermedades cardiovasculares, trastornos neurodegenerativos, diabetes mellitus, cáncer y trastornos psicopatológicos como la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia o el suicidio, que se suman a los efectos sobre el cerebro o el sistema inmunológico, entre otros. Confieso que cuando ya iba a abordar la lectura del último capítulo antes de las conclusiones —«¿Es posible paliar la soledad y atenuar sus consecuencias?»—, y se me estaba poniendo cara del Septimus de La señora Dalloway, sentía unas ganas incontrolables de bajar a la calle en busca de cualquier compañía, aunque fuese mala. Fuera de bromas, es muy interesante todo lo que contó Paco Vaz Leal en su conferencia, que yo he conocido por su versión impresa íntegra —con más de un centenar de notas—, absorbido por la sabia exposición de un problema que él cierra abriendo «una ventana a la esperanza» (pág. 24) y apuntando pasos muy sensatos para tratar este asunto con los medios de nuestro sistema sanitario, y que el autor quiso resumir en un artículo de carácter más divulgativo publicado en Hoy unas semanas después de aquello. Sigo solo, pero feliz, finalmente, con mi lectura de lo que no pude disfrutar junto a decenas de universitarios aquel día de septiembre en el Edificio Metálico del Campus de Badajoz. Y no menos sano, espero. 

viernes, enero 31, 2025

Bécquer

A veces, por la gentileza de mis colegas, aporto por una clase que no es mía y, como invitado, hablo de algún texto que no está entre los de mis asignaturas. Así ocurrió hace un par de meses y pude comprobar que siguen perviviendo lugares comunes, que se repiten en los libros de textos, y que, cuando adviertes sobre su impropiedad, la noticia cae como un bombazo. Un bombazo sobre una novedad que tiene ya más años que un saco de loros, como la invención del 98, o, como en el caso que ahora me ocupa, la consideración de Gustavo Adolfo Bécquer como poeta romántico en temas de Secundaria y Bachillerato que suelen tener enunciados del tipo: «El Romanticismo. La poesía romántica. José de Espronceda. Gustavo Adolfo Bécquer. Rosalía de Castro. El teatro romántico. La prosa romántica.». Hoy, que hemos reanudado el curso después de los exámenes de enero en un parón que a mí se me sigue antojando demasiado largo, me he acordado de esto y he hablado de Bécquer porque venía a cuento, sin demorarme en mencionar lo que ahora dedico a mis alumnas y alumnos de Filología Hispánica, que ven tan innovador lo que es ya asumido por muchos lectores de este autor que para Luis Cernuda fue una de las figuras que más ha deformado, al apropiársela, el público: «Un artista no sólo puede ser incomprendido cuando se le desdeña, sino también cuando se le admira. Y éste ha sido, después de su muerte, el caso de Bécquer», dijo el poeta sevillano en una conferencia en el Ateneo de Alicante en febrero de 1935. Y tanto. Pues bien, y por sumar un ejemplo reciente, hace muy pocas semanas, Lola Pons, la catedrática de Historia de la Lengua Española de la Universidad de Sevilla, escribió un artículo titulado «Las mentiras del año nuevo» (El País, 28-12-2024, pág. 12) en el que aludió al Panteón de Sevillanos Ilustres y a la tumba de Gustavo Adolfo Bécquer, como «la más fotografiada por los visitantes». Y añadió lo siguiente: «Los más jóvenes se apañan para insertar en alguno de los recovecos del sepulcro del poeta papelitos con ruegos de amores y desconsuelos románticos. La investigación filológica lleva años descubriendo que el Bécquer asociado al amor doliente que nos ha transmitido la recepción moderna es una enorme y conveniente mentira, pero es tan literaria y abrazada por los lectores que es imposible desplazarla. En esa mentira se sostiene la esperanza de quienes enrollan estas notas de amor como si fueran el mensaje de un espía soviético». El subrayado es mío. Y también la intención de que esto sirva de recordatorio para los que me han escuchado en clase.

domingo, enero 19, 2025

Notas de voz

En alguna ocasión Olvido García Valdés se ha referido a la fase de montaje de sus libros de poemas como el momento en el que se decide buena parte de su intención y significado. En una conversación con la llorada poeta Marta Agudo publicada en Letra Internacional en 2009 aludió a las dificultades de abordar un montaje distinto de los libros ya publicados, cuando, por ejemplo, editó su poesía reunida en Esa polilla que delante de mí revolotea (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2008): «Siempre he pensado que mis libros se deciden en el trabajo de montaje, ese trabajo final sobre un corpus más o menos amplio de poemas escritos durante una época. Y tenía la sensación de que, dada la persistencia a través del tiempo de determinadas «raíces» o «motores» de escritura (y tal vez es eso lo que acaba conformando el mundo o, mejor, la visión del mundo en un poeta), dada esa persistencia —digo— podría tejer con todos los libros un libro distinto —el mismo y distinto— mediante un montaje que los tramara de otro modo. Y no ha sido así. Los libros sencillamente se resistieron y negaron a la operación; como si con el tiempo hubieran adquirido una autonomía y una entidad que ya no me permite intervenir en ellos; son así y en ese ser así ya no son míos». En aquella compilación, el último libro incluido fue Y todos estábamos vivos, que había aparecido en Tusquets en 2006, y en el contexto temporal y creativo de esa obra se inscribe esta preciosa edición de la Fundación César Manrique: Entre 2001 y 2006. En el curso de Y todos estábamos vivos (Lanzarote, Colección de Poesía Péñola Blanca, 2023). Preciosa edición en una cuidada colección «que alberga títulos muy queridos por mí», dice Olvido García Valdés en una nota liminar. (Y quizá convenga recordar esos títulos en su cronología, porque concuerdan con el mundo estético e intelectual de la autora: Manuel Padorno, Desvío hacia el otro silencio (1995), Antonio Gamoneda, El vigilante de la nieve (1995), José Ángel Valente, Nadie (1996), Joan Brossa, Poemes-Poemas (1997), Francisco Pino, Tejas: lugar de Dios. Obertura (2000), José Miguel Ullán Órganos dispersos (2000), Juan Gelman, Tantear la noche (2000), Carlos Germán Belli, En las hospitalarias estrofas (2001), Jorge Eduardo Eielson, Nudos (2002), Antonio Gamoneda, Cecilia (2004), Eugenio Padorno, Cuaderno de apuntes y esbozos poéticos del destemplado Palinuro Atlántico (2006), Claudio Rodríguez, Poemas laterales (2006), Andrés Sánchez Robayna, En el centro de un círculo de islas (2007) y Carlos Edmundo de Ory, Novísimos aerolitos, de 2009). Al lector de Olvido García Valdés se le ofrece, en esta combinación de poemas y de prosas de escritura coetánea al «curso» o proceso y tiempo de creación de Y todos estábamos vivos, una suerte de ampliación a manera de contexto —o junto al texto— del dado por la autora como texto definitivo para su publicación. No son borradores, fueron descartes en su día que hoy el lector puede acoplar sin disonancia con el sentir de aquel libro. Son notas de la voz principal de Olvido García Valdés en su creación en marcha que permiten visualizar una escritura en el curso de otra, en simultaneidad a la conformación de un libro que fue el de 2006, y que ahora aportan una con-textualización muy enriquecedora —no necesariamente esclarecedora o explicativa— a aquellos poemas a los que ya aludió la propia autora en uno de los textos «De la escritura» que cerraron Esa polilla..., en concreto, el último, el titulado «Después de Y todos estábamos vivos». Este cuaderno que publica ahora la Fundación César Manrique amplía y precisa algunos apuntes sobre aquel libro, como su construcción en tres partes («Lugares», que se llamó antes «Lugares de Perséfone», «No para sí», que sale de un poema de Nuno Gonçalves, y «Sombra a sombra», que remite al Vallejo de Trilce), el añadido de más de cuarenta poemas, entre los que hay elementos de lo real —«urraca, cuervo, helechos»— que el lector conoció en Y todos..., del que algún verso o expresión («Vamos cayendo como moscas») reaparece ahora en las anotaciones fechadas de esta entrega especial de la poeta asturiana. Una extensión de su temperamento poético o de su voz poética que algunos lectores agradecemos por motivarnos a volver a un pasado acotado —entre 2001 y 2006— para leer de un modo tan singular que se diría que estamos releyendo.

miércoles, enero 08, 2025

Lecturas a poniente

 

La reunión de las reseñas de Álvaro Valverde publicadas en su blog desde marzo de 2006 —en que aparece una sobre Entre una sombra y otra, de Basilio Sánchez— hasta mayo de 2023 —cuando publica sobre El baile de los pájaros, también de Basilio Sánchez— es lo que ofrece este libro, Lecturas a poniente. Poesía en Extremadura (2005-2024) (Editora Regional de Extremadura —Col. Perspectivas, 14—, 2024), que viene a ser un complemento de aquel otro del mismo autor Porque olvido. Diario (2005-2019) (Editora Regional de Extremadura —Col. Perspectivas, 10), 2020), que recogía muchas de sus notas personales publicadas en el mismo sitio. Decir esto es decir poco, o, simplemente, limitarse a señalar el rasgo externo de este volumen de más de cuatrocientas cincuenta páginas. Es lo que daría una mera ficha de catálogo o un comentario de urgencia. Lo importante de esto no está tanto en los materiales —a fin de cuentas, ya conocidos y difundidos en su muy seguido blog—, sino en la construcción o montaje de un libro con su organización, sus partes e incluso sus retoques. De tal modo que a lo azaroso o circunstancial que pudo explicar en su día la escritura de un comentario sobre una novedad poética —su presentación pública, por ejemplo— se suma ahora una voluntad —sin intención canónica ni preceptiva, como Álvaro Valverde explica en su texto introductorio «In limine» (págs. 11-12)— de ordenar el objeto principal del libro como realidad literaria en un tramo temporal y, por consiguiente, un trozo de historia literaria: la poesía en Extremadura desde 2005 hasta 2024. Así, y prescindiendo del citado liminar como único texto escrito para esta edición y de un «Epílogo» (págs. 433-436) que recupera un artículo sobre la crítica en España aparecido en la revista Quimera en mayo de 2021, la obra se articula en tres partes: «Los libros», «Las antologías» y «Otros textos», lo que supone ya una manera de destacar algunas singularidades del panorama que se ha ido poblando precisamente de los hechos sobre los cuales ha fijado su mirada Álvaro Valverde a lo largo de los últimos dieciocho años. Aunque la intención es solo «hablar de libros», se impone inevitablemente la lista de autores, de modo que la sección «Los libros» se ordena alfabéticamente por apellidos, desde Javier Alcaíns hasta José Antonio Zambrano. En total, muchos, sesenta y cuatro. Y más los libros, unos ciento cincuenta, pues hay poeta —es el caso de Pureza Canelo— que tiene menciones a más de media docena de obras, incluyendo De traslación, que se ha despistado del «Índice bibliográfico» que da cuenta de los nombres y de los títulos recogidos en todo el volumen (págs. 437-446). Y aunque la fuente principal es el blog de Álvaro Valverde, como lo fue para Porque olvido, en la pensada factura de este recuento de años también hay reseñas y artículos publicados por su autor en revistas como Cuadernos hispanoamericanos, Turia, Suroeste, Nayagua, El Espejo, Quimera, El Cuaderno, suplementos como El Cultural, y periódicos como el diario Hoy. De todo se da noticia en otro de los complementos de estas páginas —y nueva prueba de su montaje de posproducción—, «Otras referencias bibliográficas» (págs. 449-451). Cuando apareció —ya en 1985— la antología Abierto al aire — a la que Álvaro Valverde dedicó una entrada en su blog en junio de 2016 (ahora en págs. 365-367)— algunos pensamos que se quedaban fuera de ella dos de las voces más relevantes de aquellos primeros pasos de la joven poesía de autores nacidos entre 1954 y 1966, las de los dos antólogos, que, afortunadamente, tardaron poco en despuntar en los años siguientes con libros importantes, como Las aguas detenidas (1989) y Una oculta razón (1991), que fue Premio Loewe, de Álvaro Valverde, o La ciudad blanca (1988) y Siquiera este refugio (1993) de Ángel Campos Pámpano. Por la misma razón autorial, Lecturas a poniente conlleva la carencia de que en la construcción de este pedazo de historia de la poesía en Extremadura no aparezcan hitos descollantes como algunas obras de Álvaro de estos últimos quince años, Desde fuera (2008) o Más allá, Tánger (2014), El cuarto del siroco (2018) o Sobre el azar del mapa (2023). Lógico; pero al lector no se le ha privado de una especie de confesión poética hecha como de tapadillo en un supuesto comentario sobre Andrés Trapiello —así figura en el índice— que resulta una jugosa reflexión sobre la presencia del campo en la poesía valverdiana (págs. 333-335). De distinta índole son otras lagunas del panorama poético que no pretende revisar ni componer el Álvaro Valverde autor de las entradas de su blog y, menos, el de su recomposición en este libro. Por ejemplo, las de autores de larga trayectoria como José Antonio Ramírez Lozano, Santos Domínguez o Diego Doncel, que han desarrollado una creación importante en el primer tercio del siglo XXI; o la de alguien casi invisible como Demetrio Meléndez Díez, cuya Poesía elemental publicó el sello de RIL editores Aerea en 2021, y cuya autoría corresponde al zafreño Francisco M. Muñoz, autor también de la estimable novela Doscientas veintisiete páginas (RIL editores, 2023). En orden también a ausencias o presencias, cabe aludir a otra marca de la posproducción que significa este libro de lo que fueron entradas en una bitácora: la exclusión del poemario de Fernando Pérez Fernández Término medio (Aerea, de RIL, 2023), de cuya aparición, sin embargo, Álvaro Valverde se hizo eco en su blog (19.01.2023), pero en un texto de un tono sentimental y evocativo de imborrables amistades en el que se posponía para una ocasión futura el comentario sobre los poemas. Un exquisito celo en la selección de los materiales de la tarea constante y llena de lucidez de Álvaro Valverde en todos estos años. Y que imagino ha ocupado al autor en la decisión final de incluir textos como los dedicados a Conversaciones y semblanzas de hispanistas, de Juan Manuel Rozas, y a José María Valverde (págs. 407-412 y 417-419, respectivamente), en los que ha pesado más el recuerdo en homenaje; o como —y aquí es menos justificable la inserción— «Una anécdota», sobre una lectura poética en Granada —invitación mediante de Antonio Carvajal— que no se celebró por razones laborales de Valverde, y que motiva la reflexión y la queja por las dificultades de conciliación de los escritores que son reclamados para estas actividades, y que activó un programa de becas que Álvaro Valverde menciona en esta breve nota publicada en su blog en enero de 2011. Se incluyen estos capítulos en la sección «Otros textos», en la que encuentran acomodo escritos de motivación y objeto diversos, como los premios literarios, el balance de un año poético (el «histórico» 2018), la «Plaga Lírica» placentina (Álex Chico, Víctor Martín Iglesias, Juan Francisco Fuentes, Víctor Peña Dacosta y José Manuel Chico Morales) o el muy recordado amigo Ángel Campos Pámpano en entradas que van de 2009 a 2022. Más explícita es la sección «Las antologías», en la que Valverde alude a ordenaciones selectivas del panorama publicadas en los últimos años, desde las «últimas voces» de Matriz desposeída (2013) o los «poetas emergentes» de Piedra de toque (2017), hasta los «poetas extremeños en el exilio» de Diáspora (2019), junto a otras muestras dadas en revistas o colecciones. Ya he apuntado que la voluntad de estas Lecturas a poniente no es historicista, y menos, canónica, por lo que resultará fútil tener en cuenta estas alusiones a menudencias o ausencias, más allá de tomarlas como modestas notas de situación sobre una realidad a la que remite el subtítulo —Poesía en Extremadura (2005-2024)—, y que se ha querido tener en cuenta en la programación de una presentación de este libro de Álvaro Valverde que tendrá lugar este viernes 10 de enero de 2025 en la Biblioteca Pública A. Rodríguez-Moñino/María Brey de Cáceres (19:30 horas), en la que tendré el gusto de participar junto a los escritores Sandra Benito, Jordi Doce y Luis Sáez Delgado bajo el rótulo «Panorama de la lírica extremeña en el primer cuarto de siglo». Pues, en efecto, lo que ha hecho el autor ha sido poner los ojos sobre una realidad y presentarla en la reelaboración de montar una obra nueva, unas notas hermanadas por su localización «a poniente», y es ahora cuando toca al lector, con el libro en la mano, sacar algunas conclusiones sobre el panorama de fondo. Y todas serán celebrativas.



viernes, enero 03, 2025

Palabra en el tiempo

© Ramón Gaya. Viñeta para la colaboración de Machado «Sigue hablando Mairena a sus alumnos» publicada en el núm. II de Hora de España (febrero 1937)

«Va ya que echa hostias», me dijo R., camarero en el barrio, cuando le felicité el año nuevo esta mañana. Me veo todavía allí parado, con el periódico y la bolsa de los pimientos verdes para el sofrito, y un runrún del fluir del tiempo que todavía me dura, como puede apreciarse. Me acordé de Antonio Machado, sin más, y de la poesía como un arte temporal. Por fin este año habrá una excusa con el sesquicentenario de su nacimiento para recordar a tan extraordinario poeta, por el que ahora sobrevuelo en los planes de estudios de las universidades españolas para conocer su presencia en los programas; y me da un escalofrío del que me repongo al buscar los alejandrinos de Soledades: «Al borde del sendero un día nos sentamos. / Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita / son las desesperantes posturas que tomamos / para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita.» Leí el periódico en la cocina: «El terror golpea EE UU en vísperas del regreso de Trump a la Casa Blanca» —nótese cómo se dan dos malas noticias en un titular—, «Israel mata a los jefes de la policía de Hamás y a medio centenar de gazatíes en un bombardeo», «Dolor y rabia en el funeral de cuatro niños asesinados en Ecuador», «Un hombre confiesa que mató y quemó a una mujer en Almería». El arroz quedó bien, R. habrá terminado ya su turno y esto va que se las pela.

miércoles, enero 01, 2025

Año Nuevo

«Advierto a los oyentes habituales de letras de reguetón que este contenido puede herir su sensibilidad». Lo ha dicho esta mañana Martín Llade al final de su retrasmisión del Concierto de Año Nuevo, antes de leer —mal, demasiado deprisa, acuciado por el cierre— el poema «Porvenir», de Ángel González, a quien recordó porque se cumple este año 2025 el centenario de su nacimiento. «Te llaman porvenir / porque no vienes nunca. / Te llaman: porvenir, / y esperan que tú llegues / como un animal manso / a comer en su mano. / Pero tú permaneces / más allá de las horas, / agazapado no se sabe dónde. / ...Mañana! / Y mañana será otro día tranquilo / un día como hoy, jueves o martes, / cualquier cosa y no eso / que esperamos aún, todavía, siempre». Antes, al principio del concierto, y después de sonar el «Vals de las golondrinas de pueblo», de Josef Strauss, soltó: «Pronostico que los pajaritos de barro se van a agotar hoy en Amazon». Sigo con esta manera de enaltecer el hábito y vaya por delante de nuevo mi admiración por Riccardo Muti, el director en quien ha recaído por séptima vez la responsabilidad de dirigir el Concierto de Año Nuevo desde la Sala Dorada del Musikverein. Y por Martín Llade, que ha recordado también el segundo centenario del nacimiento de Johann Strauss hijo —gran protagonista del concierto— y el de la muerte de Antonio Salieri, con mención del libro de Ernesto Monsalve, Salieri. El hombre que no mató a Mozart (Rialp, 2024). Nombró igualmente a las escritoras Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, nacidas en el año 1925, el mismo año que murió el compositor Erik Satie, a quien también ha dedicado una palabra esta mañana musical. ¡Viva Mozart!