viernes, octubre 11, 2024

Los recuerdos del porvenir

Estímulos para venir aquí me sobraban desde que se confirmó mi contrato para dar clases durante seis semanas; y uno de los más sugerentes era mi propósito de trabajar en el curso con un texto como Los recuerdos del porvenir (1963), la novela de Elena Garro (1916-1998). Estaba a finales de agosto con notas más definitivas ya para estas clases cuando me alegré al ver que Ediciones Cátedra anunciaba en su catálogo que en los primeros días de septiembre estaría disponible una nueva edición de la novela en la colección Letras Hispánicas. Me apresuré a reservar mi ejemplar en la librería, lo recibí recién salido y leí con ganas esta oportuna y necesaria edición de un clásico contemporáneo, «una de las novelas más originales y mejor escritas de toda la tradición literaria latinoamericana del siglo XX» (pág. 467), en palabras de quienes se han encargado de su estudio: Elena Garro, Los recuerdos del porvenir. Edición de Ángel Esteban y Yannelys Aparicio. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 909), 2024. Leí con entusiasmo una cumplida «Introducción» de cien páginas, y, además, de nuevo, el texto de la novela generosamente anotado con ciento veintinueve notas entre las que destacan, por encima de las meras aclaraciones de carácter léxico, referencias geográficas o históricas, aquellas que comentan un pasaje del relato, una simbología o una imagen, por ejemplo, en la sugerencia del silencio con el que se abre la segunda parte de la obra y con el que se vela el espacio clave de la casa de los Moncada (pág. 400). Se indica también («Esta edición»), muy someramente, que se sigue el texto por la edición de Alfaguara de 2019, sin más, por ser «la última realizada hasta la fecha» (pág. 113), y se añade una extensa bibliografía de las obras de Garro y de los estudios publicados hasta —si no me equivoco— 2022, fecha de publicación de un artículo sobre la Guerra Cristera en la obra de Elena Garro (pág. 125), aunque se advierte que la última consulta de los hipervínculos que figuran en la relación bibliográfica fue del 6 de junio de 2024. En conjunto, es toda una aportación a un texto que no había sido editado en España de este modo, con este tratamiento de clásico contemporáneo, de «una escritora que debería proponerse al lado de los hombres del boom como una autora que contribuyó tanto como ellos a la calidad del discurso literario latinoamericano del momento» (pág. 56). Voy a tener ocasión de destacar en clase y someter a la opinión de mis estudiantes la lectura crítica de los editores, en algunos casos expuesta de manera más demorada en las notas que en el texto introductorio, sobre todo, en la segunda parte de las dos en que se divide la novela; pero no me resisto ahora a preguntarme por qué no se ha revisado bien lo que se ha dado a la imprenta y así haber evitado erratas u omisiones que llaman la atención. Erratas evidentes son «Joaquín Díaz Canedo», por «Díez» (pág. 49), y «1868» por «1968» (pág. 57), entre otras. Una omisión importante es la de la poesía de Garro, publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo León de México, y también en Extremadura bajo el título de Cristales de tiempo, en edición con estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui (Galisteo. Cáceres, Rosas Lopategui Publishing y La Moderna, 2016), estudiosa y albacea literaria de Elena Garro. Y una omisión por errata es la que supongo del trabajo de Cecilia Eudave, «La memoria como escenario de la tragedia mexicana en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro» (Romance Notes, 57.1, 2017, págs. 15-24), a la que se remite en varias ocasiones en la introducción, pero que ha quedado sin mención en la «Bibliografía». No he localizado ninguna alusión a la película Los recuerdos del porvenir, de Arturo Ripstein, de 1968, que es, sin duda, un eco notorio y cercano a la publicación de la novela. No son reparos discrepantes; más bien, marcas de extrañeza en un trabajo ambicioso y muy necesario para seguir reivindicando una obra que siempre ha merecido una atención crítica mayor en el conjunto de los estudios sobre la narrativa latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, tan marcada por un redundante boom, redundantemente masculino.

martes, octubre 08, 2024

I fiumi profondi

Suelo comenzar mis clases sobre Los ríos profundos (1958) de José María Arguedas repitiendo las palabras del poeta y crítico peruano Ricardo González Vigil: «Los ríos profundos es una de las novelas más admirables de la literatura latinoamericana». Precisamente, esta semana empezaremos en clase, aquí en Perugia, con esa obra; pero no voy a hablar de eso. Quiero recordar una de las mejores experiencias académicas que tuve el curso pasado, cuando visitó la Facultad, allí, en Cáceres, el historiador de la literatura Alejandro Pérez Vidal, que habló a nuestras alumnas y nuestros alumnos de «Entre las infamias históricas y las glorias literarias. Breve recorrido por la vida y la obra de Bartolomé José Gallardo (Campanario 1776-Alcoy 1852)». Se celebró el jueves 4 de abril de este año, y fue una satisfacción escucharlo, así como que el salón de actos de la Facultad estuviese lleno, con el consabido público universitario, pero también con una buena representación de paisanos de don Bartolomé, que se desplazaron desde Campanario para asistir a la conferencia. Alejandro Pérez Vidal llegó a Cáceres acompañado por su mujer, Dorotea, y por un amigo y antiguo compañero en la Universidad de Gerona, Giovanni Albertocchi, que se jubiló allí como profesor de literatura italiana. Fue un placer pasar con ellos un par de días en Cáceres y en Malpartida de Cáceres, en donde conocieron el Museo Vostell. Paseando por su entorno, conversé con Giovanni Albertocchi sobre una de sus especialidades —ha escrito también sobre Leopardi, Italo Svevo o Claudio Magris—, Alessandro Manzoni, uno de los autores tratados en el estudio del que me habló: Adelante, Pedro, con juicio. Aproximaciones cordiales a la literatura italiana de los siglos XIX y XX (Ediciones Barataria, 2012). El encuentro fue gratísimo y provechoso —uno siempre aprende de los que saben—, y lo he asociado desde entonces a Bartolomé José Gallardo y a su estudioso Alejandro Pérez Vidal, con quienes tengo tratos en proyectos en marcha. Pues bien, el día de mi santo, el pasado 29 de septiembre, en el mercadillo (mercatino antiquariato e usato) que se instala en Piazza Italia los sábados y domingos últimos del mes, encontré en un puesto de libros esta traducción italiana de la novela de Arguedas: I fiumi profondi, en Einaudi. Fascinado por la casualidad de encontrar en Perugia la novela de la que iba a hablar en mis clases, pregunté el precio, pagué cinco euros y me llevé el ejemplar, algo fatigado, sobre todo en los cantos, por una presumiblemente larga exposición a las inclemencias del tenderete. Pero la sorpresa fue mayor cuando llegué a casa, abrí el libro, y anoté todos sus datos: José María Arguedas, I fiumi profondi. Traduzione di Umberto Bonetti. A cura di Giovanni Albertocchi. Torino, Giulio Einaudi editore, 1981. Tardé poco en enviar un wasap a Giovanni preguntando si era en efecto él el autor de esa edición, de su introducción y de su apéndice contextualizador sobre aspectos como los antecedentes precolombinos, el mundo incaico, el papel de la Iglesia o los escritores latinoamericanos que han tratado el tema del indio. «Sí, soy yo», me respondió a los pocos minutos. No sé si notó mi entusiasmo cuando le dije que hablaría de la novela con mis estudiantes de Perugia y comentaría este hallazgo italiano tan entrañable. Este ejemplo de un renombre y una pervivencia de Arguedas que me ha permitido recordar el vínculo cordial de admiración a un profesor sensible a la buena literatura.

domingo, octubre 06, 2024

Lo fingido verdadero

En el acto tercero de esta obra de Lope de Vega, el personaje de Ginés, autor (director) de comedias, actor y poeta, se queja del desdén de su amada Marcela, actriz de la compañía, que se había marchado, mientras representaban una escena en el acto anterior, con el actor Otavio. Ella se justifica, pues hizo lo que el mismo Ginés había escrito, y él dice que compuso que se ausentaba para sentir el agravio con que entonces lo trataba, pero no para que se fuera de verdad. El juego entre lo fingido y lo verdadero es capital en la construcción y en el significado de esta comedia de Lope, y es uno de los atractivos que tiene hoy para un espectador contemporáneo, y también para los estudiantes que quieran conocer cómo era el teatro en el siglo XVII. Es más, Lo fingido verdadero es un ejemplo práctico de esa teoría dramática que estudian en las clases sobre el teatro barroco, el Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega, su discurso en verso de 1609. Por eso llama la atención que no forme parte, a pesar de su complejidad, del repertorio de más compañías, sobre todo de aquellas que tienen una finalidad didáctica, como escuelas de teatro o aulas universitarias. No hace tanto, en 2022, la Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de Lluís Homar, levantó un montaje de esta obra que estrenó en marzo de ese año en el Teatro de la Comedia de Madrid y que ese verano se representó en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Es un ilustre precedente. Este ejemplo y otros de recepción moderna del texto de Lope de Vega se mencionan en el estudio introductorio del profesor Luigi Giuliani en esta edición también preparada por él, y que nos ofrece una anotación extensa y precisa para que al lector no se le escape nada de lo esencial en la comprensión de esta pieza. Probablemente fue escrita en 1608 y se publicó en la Decimasexta Parte de las comedias de Lope, de1621. La edición moderna en el magno proyecto Prolope corrió a cargo del mencionado L. Giuliani, en uno de los dos volúmenes de esa parte coordinada por él mismo y por Florence d’Artois (Comedias de Lope de Vega. Parte XVI, Madrid, Editorial Gredos, 2017, 2 vols.). De esa imponente serie deriva esta colección que saca el mismo sello editorial —y que ha publicado ya títulos como El castigo sin venganza, La francesa Laura, Yo me entiendo o Fuente Ovejuna—, que es como una hermana pequeña pensada para las clases que, sin perder rigor, busca la difusión exenta entre el lector universitario, principalmente. El «Prólogo» que antecede al texto, profusa y oportunamente anotado, aborda los aspectos fundamentales para la ubicación de la obra desde sus fuentes históricas, la construcción del protagonista Ginés (San Ginés), el enjundioso planteamiento metateatral de Lo fingido…, o su estructura doblemente tripartita y que genéricamente atiende al drama histórico, a la comedia de capa y espada y a la comedia de santos. Tengo en especial estimación esta lectura de la pieza de Lope por haberla hecho aquí, en Perugia, gracias al regalo de un editor tan competente como Luigi Giuliani, profesor de literatura española en el Dipartimento di Lettere, Lingue, Letterature e Civilità Antiche e Moderne de esta universidad que me acoge durante unas semanas que están resultando especialmente gustosas. (Lope de Vega, Lo fingido verdadero. Edición de Luigi Giuliani. Madrid, Editorial Gredos (Col. Prolope), 2024).

lunes, septiembre 30, 2024

Perugia

No quiero dejar septiembre sin escribir sobre la novedad de despedir el mes en la fantástica ciudad de Perugia, en la Umbria, «la terra dell’universale», dice la presentación de una edición moderna que tengo a la vista —de diciembre de 2004— de la misma Guida del T.C.I. que compré en Pisa hace ahora tres años. El precedente con su testimonio de una veintena de anotaciones en este cuaderno puede tener algo que ver con cierta renuencia a escribir sobre esta vuelta. En cierto modo, a pesar de no estar agotado el tema de la vida en este sitio, la aprensión de redundancia empuja mucho y contiene la aspiración a poner en palabras lo que a uno le ocurre. La fascinación sentida en una ciudad como esta no dejó casi espacio al deseo de volver algún día, y ahora, hecho realidad el regreso, repito esa sensación diaria de entonces, por ejemplo, en la sala de un museo —pongamos el civico del Palazzo della Penna en la cercana Via Podiani—, de la certeza de que al día o a la semana siguiente podría volver para matizar lo visto. Es inevitable entonces compararse con el turista presuroso que he sido en otras ocasiones y es un deleite saber que es esta una manera de conocimiento muy especial. Quizá por esto, por el regalo de un tiempo aquí, no siento aquel impulso de dejar constancia. Hay mucha gente que no encuentra ningún sentido a hacer una fotografía de un monumento muy visitado sin que pose alguien delante de él. Para qué tener una imagen de algo que está mejor reproducido en los mejores sitios con una calidad extraordinaria, se preguntan. La instantánea solo tiene un valor si se personaliza, y entonces, dicen, no es el Taj Mahal, sino tú en el famosísimo mausoleo. Es posible que tardar en comprender esto sea el motivo por el que no he anotado hasta ahora que en mis primeras clases aquí volví a relacionar esta ciudad y sus calles imposibles con lo que leía: «El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja». Juan Rulfo, Pedro Páramo. Perugia.

martes, septiembre 24, 2024

El plural es una lata

He terminado de leer la biografía de Juan Benet: J. Benito Fernández, El plural es una lata. Biografía de Juan Benet. Sevilla, Editorial Renacimiento (Biblioteca de la Memoria, 13), 2024. Decepcionante. Me dejó muy buen sabor de boca la que escribió sobre Leopoldo María Panero —El contorno del abismo (Tusquets Editores, 1999)— y lo que conocí de la biografía de Ferlosio —El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía (Árdora, 2017)— me entusiasmó tanto como a su biografiado la idea de escribirla, pues se negó a colaborar con el autor. No soy un experto en el género; pero de algunos modelos que he leído —Stefan Zweig, por ejemplo— me he quedado con que se trata del arte de construir un relato original, personal y reflexivo sobre una experiencia de vida ajena, con rigor y con honestidad. Un género cuya calidad no tiene por qué medirse por la cantidad de información —contrastada, por supuesto— que se nos ofrece del biografiado. Y parece que J. Benito Fernández cree que sí, que cuantos más datos mejor, aunque sean nimios. Sorprende. Sorprende que su libro sobre Benet comience —«En el pasillo de los escalofríos» (págs. 9-19)— centrándose en sí mismo («Cada vez que comienzo a escribir una biografía siento el vértigo del debutante […] Mi natalicio tuvo lugar en una casa de indianos»), antes de contar algunas reticencias de la familia de Benet que dificultaron la elaboración de estas páginas, más de quinientas, incluyendo una «Bibliografía», un «Índice onomástico» y el «Árbol genealógico de Juan Benet Goitia». Llama mucho la atención que todo se fundamente en datos, unos detrás de otros, sin casi ninguna interpretación y escasa voluntad de completar claves sobre la escritura benetiana por alusiones de los títulos que van saliendo al paso del recorrido biográfico, desde sus piezas teatrales hasta El caballero de Sajonia. La pura linealidad cronológica a veces resulta un recurso fácil que evita mayores reelaboraciones en la construcción narrativa, e incluso en el estilo, repetitivo y conformista: «Los primeros días de enero de 1973...» (pág. 197), «El domingo 12  de enero de 1975...» (pág. 229), «Acabadas las fiestas, en enero de 1976...» (pág. 247), «De acuerdo con sus notas, el 1 de enero de 1978...» (pág. 291), «El 4 de enero de 1979...» (pág. 311), «El 1 de enero de 1980...» (pág. 321), «En enero de 1981...» (pág. 345), «El 5 de enero de 1982...» (pág. 361), «En los primeros días de enero de 1984...» (pág. 385), «El 14 de enero de 1986...» (pág. 407), «El 3 de enero de 1990...» (pág. 451), «A principios de 1992...» (pág. 469)… De las fechas se cuelgan los muchos datos que se aportan, en ocasiones irrelevantes, como cuando se precisan comidas y paradas en el transcurso de algún viaje: «Comen en La Roda, cenan en Cabo de Palos y se alojan en el hotel Mediterráneo de Cartagena» (pág. 166); «Comen en Oropesa, hacen una breve visita a Trujillo y pernoctan en el parador de Zafra» (pág. 341); «degustan cordero asado al estilo de Aranda de Duero» (pág. 463)…; mientras que no se aclaran menciones como la del «encartelado de la calle Princesa» (pág. 254), o no se desarrollan referencias que podrían ser iluminadores, como cuando se dice que Informaciones se hizo eco de un artículo que publicó Benet en Cuadernos para el Diálogo, y que, además, fue incluido en la antología de Campbell Infame turba, como si careciera de importancia el texto de aquella conversación (lo cito yo, «Juan Benet o el azar») recogida en aquel singular libro de 1971. Y me llama mucho la atención que el biógrafo adopte la actitud de un mero informante pero que se permita con personajes como Jesús Aguirre ciertos calificativos, desde la segunda vez que se cita su apellido: «Por el local aparece muy parlanchín el cura Aguirre» (pág. 217), «el fatuo Jesús Aguirre» (pág. 250), o «un volteriano malicioso» (pág. 281). ¿Contaminación simpática de las burlas benetianas dirigidas a su culto amigo? Quién sabe. En fin, siempre es provechosa la lectura de otra crónica o reconstrucción de un ambiente que uno ha conocido antes por la prensa que por los libros de historia, o que permite evocar la única ocasión que uno vio a Benet en una conferencia en Cáceres —que recoge J. Benito Fernández al referir el encuentro, Manuel Ariza mediante, de María José García Serrano y Gonzalo Hidalgo Bayal con el autor, que les reprochó que llegasen de Coria  a verle a él cuando allí tenían al «mejor escritor español actual»: Rafael Sánchez Ferlosio. Otro atractivo, el de la concurrencia de personajes de relevancia en el recorrido de la vida de una figura literaria así, y otro lamento por una experiencia de lectura muy alejada del entusiasmo primero con el que se recibe un empeño biográfico como este. 

sábado, septiembre 07, 2024

Dj Lowry

Creo que la proliferación de otros medios para la difusión de contenidos en las redes sociales ha ido relegando a los blogs literarios que tanto apogeo tuvieron hace ya casi una veintena de años. Recuerdo aquel momento que vivió el género con la aparición, al menos en este ámbito de autores extremeños, de páginas en las que estos trataban sobre libros y asuntos de literatura. Santos Domínguez, Álvaro Valverde, Gonzalo Hidalgo Bayal, José María Lama (2005), Álex Chico, Hilario Jiménez (2006), Manuel Simón Viola, José María Cumbreño, Jesús García Calderón (2009), o  Elías Moro y Carlos Medrano (2010) fueron algunos escritores —más tarde se animarían algunas escritoras— que por aquellos años comenzaron a publicar en la blogosfera. Salvo excepciones notables, con el paso del tiempo, la actividad en estos sitios ha ido menguando y, en algún caso, cesó hace unos años. Por esto, no deja de ser chocante que ahora surja un nuevo espacio de esta índole. Acaba de propiciarlo el escritor Alonso Guerrero, que ha inaugurado el pasado agosto su bitácora titulada Dj Lowry, en un homenaje a Malcolm Lowry, «un genio en los ratos en que la dipsomanía se lo permitió, quizá no los suficientes», escribe el autor de El durmiente (1998), que presenta su página con estas palabras: «pretende ser una plataforma para expresar voces propias: la mía y las de quienes deseen aportar las suyas. Pretendo que sirva de foro de participación completamente abierto. Es un blog literario, de pensamiento, de vida y obra, en el que se debatan las ideas que nunca salen en periódicos, revistas especializadas, cadenas televisivas, editoriales o en los foros de la red, ya que al parecer —y es casi una maldición— somos incapaces de superar el meme. Se trata, sobre todo, de un encuentro donde se aporten ideas y se interprete lo que ocurre en el mundo y en la literatura. Espero que predomine lo importante. En este país apenas existe nada que merezca ese adjetivo y, si lo hay, lo recibimos como la escarapela que le ponen a las vacas en la oreja. Hablemos de esa literatura que todavía contiene lo que no conocemos del hombre y del mundo. Intentemos reflexionar y poner las cosas en claro. Si no se consigue, al menos tengamos en cuenta que es una pretensión insoslayable. ¿Os parece abstracto, pretencioso? Bienvenidos. Que Lowry ponga la música». A los espacios en los que se encuentra esa justificación, datos sobre su producción literaria y sobre su persona, Alonso ha distinguido cuatro categorías en las que por el momento distribuye los contenidos que va publicando: «Pensar», «Leer», «Escribir» y «Vida», en los que leemos, por este orden, observaciones sobre lo que ocurre en el mundo («El retorno de Piranesi», «La realidad y sus mentiras», «El apagón»...), reseñas de libros y notas sobre lecturas («Kafka y sus biógrafos», «Volver a Conan» y «Patrones eternos»), reflexiones sobre literatura y el oficio de escribir («Expiación») y juicios propios y pensamientos de todo tipo («Testimonios», «La felicidad» y «Cuestiones políticas»). Celebro este modo de expresión de un escritor de tanto fuste como Alonso Guerrero, que siempre ha sido un caso cierto de lo que para uno es una aspiración no satisfecha todavía: tener algo inteligente que decir y escribirlo bien.

miércoles, septiembre 04, 2024

Hemeroteca

Sienta bien entretenerse con los papeles que se han amontonado durante un tiempo —ya lo dije aquí—, y encontrar acomodo a ese «material incandescente», como llamó Tomás Sánchez Santiago (La vida mitigada) a los recortes y fotografías que uno acaba desperdigando sobre la mesa como si se tratase del tablero de un juego cuyas reglas han prescrito. Me permite discurrir por un pasado del que casi siempre me llega algo placentero, que prevalece frente a otros sinsabores, afortunadamente transitorios, y constato en ello la razón por la que he conservado ese papel como la señal de un tiempo. Una señal que arrastra su contexto de entonces y que es el que ahora, pasados los años, me saca una sonrisa o un suspiro. Los documentalistas saben bien que la hemeroteca es una fuente fecunda de datos para el análisis histórico y los políticos saben que puede llegar a ser demoledora. Por eso los primeros la valoran tanto y los segundos la temen y la desprecian, como una forma de repulsa y negación de su propio pasado. Me gusta leer esa prensa envejecida como un testimonio de lo vivido que permite ahora hacerse preguntas, establecer ciertas comparaciones, lamentarse de que la piedra con la que topamos siga siendo la misma. Imagino la reacción de un lector sobre el papel añejo. La lectura de dos titulares del mismo día de hace varias décadas ya: «La xenofobia y los inmigrantes, cuestión clave en la campaña francesa» y «Un estudio oficial dice que los españoles están sobrealimentados» (El País, jueves 16 de enero de 1986, págs. 8 y 23). La irritación, al cabo de los años: «El Rey hace un llamamiento a la lucha contra la corrupción en su mensaje de Nochebuena» (El País, 26 de diciembre de 1994). Lo consuetudinario: «El Museo de Colecciones Reales se retrasa al menos 4 años» (El País, martes 12 de febrero de 2002); «El mito del peso de las mochilas escolares. Los 7,5 kilos de media que carga un estudiante suponen menos riesgo en la espalda que arrastrados por la muñeca» (El País, martes 7 de junio de 2005). La triste resignación: «La reforma del Senado contará con el apoyo del PP pero no del PNV» (Hoy, jueves 14 de octubre de 1993, pág. 27); «El Gobierno está dispuesto a discutir y modificar la Ley de Secretos Oficiales» (Hoy, sábado, 7 de septiembre de 1996, pág. 21); «Aznar rechaza una nueva reunión con Zapatero para negociar el pacto por la inmigración» (Hoy, miércoles 20 de septiembre de 2000). Son el contexto que fue de un hecho íntimo, más cercano, como la muerte de alguien —la necrología de Juan Manuel Rozas en El País coincidió con el recuerdo del cincuentenario del fusilamiento de Ciges Aparicio en agosto de 1936 en el suplemento de Libros que se publicaba los jueves—; o de un hecho histórico, como una declaración de guerra rodeada de la profundidad intrahistórica de una crónica de barrio. Otra vez esta tarea modesta de obsequiar a unos cuantos papeles con un orden perdurable.