lunes, octubre 29, 2018

La extravagante epopeya del Endocrino con mayúscula

Me gustan las novelas que dan que hablar. Esas que, por mucho espacio que te den para una reseña, siempre te suscitan para escribir más. Y estoy seguro de que El verano del endocrino (Tegueste, Tenerife, Baile del Sol, 2018), de Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975), se convertirá con el tiempo en objeto de un estudio crítico enmarcable dentro de algún género académico como un artículo, un trabajo de fin de máster o una tesis doctoral. Lo digo convencido por haber puesto a ordenar mis notas sobre la lectura que hice este verano de esta novela y reparar en la importancia que di en su momento —y por qué no ahora— a un detalle paratextual que tanto me gusta que ocupe dos páginas. Son los cinco extractos, y no breves, de Josué (10, 12-13), de Schopenhauer, de Wislawa Szymborska, de Gustave Flaubert y de Nuno Júdice que reciben al lector pasada la portada de esta espléndida novela. Para este lector, no es mala propuesta para adentrarse en un libro que ha propiciado una lectura tan gustosa. Es la de Juan Ramón Santos una de las principales obras literarias publicadas en este año 2018. Lo dijo antes Enrique García Fuentes en las páginas de Hoy —el periódico que no deja ver en la red lo que dedica a la literatura todos los sábados— en una reseña del Endocrino que tituló «Homenaje», y en la que decía algo que yo creo que nos hemos planteado casi todos los que hemos leído el libro. El homenaje abierto y sin complejos a un maestro como Gonzalo Hidalgo Bayal, a cuyas novelas cualquier lector leído mirará cuando empiece a leer El verano del endocrino. Pero no cuando termine la novela; porque se sostiene sola, solo con la dependencia de toda obra que pertenezca a este gran árbol de la literatura. De su maestro, Juan Ramón Santos se ha contagiado de creatividad lingüística, de autorreferencialidad literaria, incluso de la creación de ambientes y de personajes —el extraño que llega en taxi una mañana a Labriegos y ahí empieza todo—; pero este Endocrino vuela con solvencia sin necesidad de arneses. La novela tiene veintidós divisiones numeradas y un epílogo, y creo que su retranca está en la extravagante epopeya de un personaje con mayúscula —el Endocrino— que esconde a un tapado. Ese tapado es el narrador, ese yo que está concernido en la primera frase: «Nunca supimos su nombre». Y que no se esconde desde el principio, como en el comienzo del cuarto capítulo: «Yo por entonces aún no lo conocía personalmente».  Creo que es tan poderosa la presencia —si no física, sí estilísticamente— del narrador que me parece que en el tratamiento de esa figura radica el problema sin resolver de esta novela como artificio literario. Ahí hay otra novela. Compare, si no, el lector el «Epílogo» con el tono del resto de la obra. En esta parte final, el narrador, tan oculto en un relato centrado en una figura tan enigmática como la del Endocrino, parece otro, menos distanciado y prepotente —estilísticamente hablando—; y a este lector que escribe le habría gustado otra solución. Otros lectores se quedarán con las peripecias y resoluciones de personaje tan peculiar y tan dudoso. Tan sospechoso, diría. En una novela muy bien escrita, muy sugerente, cervantina, bayaliana, recomendable, como hace —a día de hoy, al menos— la página de la Biblioteca Central de la Universidad de Extremadura en su club de lectura «Nos gusta leer». Es algo bien extraordinario haber recorrido lo escrito de un autor casi desde sus inicios y saber que, por lo escrito, todavía la excelencia de ahora será superable, según lo visto.

domingo, octubre 28, 2018

Un beso

El otro día, en una tienda, la mujer que me atendió y a la que di mi tarjeta me hizo firmar el resguardo y yo, sobre la firma, escribí: «Un beso». Como si estuviese despidiéndome de ella por escrito. Me disculpé —«por si no vale»—; y me dijo que sí. Que vale. Y es que son tantas las veces que escribo cartas electrónicas, mensajes de whatsapp o de messenger en las que mi despedida es un beso que debe de ser la explicación de que luego cuando escribo en mi cuaderno «Hoy he salido de clase contento. Bien. Ellas, las tres alumnas que han venido habrán aprendido algo —creo—, igual se han entretenido», añada: «Un beso». Que es lo mismo que tenía hace días al final de la lista de la compra prendida en el tabloncillo de corcho de mi cocina: «Cervezas. Pañuelos. Vino blanco. Sandía. Café. Pescado. Galletas para Julia. Bolsa para ensalada. Atún de lata. Whisky. Tomates. Patatas...». Y debajo: «Un beso». Ahora acabo de anotar una cita en mi agenda y otro beso. Mejor así. Mejor convertirse en un tímido que pasa todo el tiempo mandando besos por ahí sin atreverse a darlos. No sea que le llamen fastidioso por besucón —peor sería sobón. Yo siempre he sido muy besucón; aunque no lo parezca. Yo, verdad sea dicha, no parezco nada notable. Ni sobón ni besucón. Eso sí, lo que resulta fastidioso es consultar el diccionario para saber que besucón es un adjetivo coloquial que significa «que besuca», y que besucar es «besuquear»; y que, finalmente, besuquear es «besar repetidamente a algo o a alguien». Lo que yo vengo haciendo desde hace mucho tiempo sin poder parar. Y sin daño físico. Un beso.

miércoles, octubre 24, 2018

Los bibliófilos con José Luis Bernal


Después del episodio del parapentista felizmente rescatado en el Himalaya, tengo asegurada más de una vista de esta entrada. Me alegraré también si se difunde que a nuestro José Luis Bernal —Salgado— se le rinde un homenaje mañana en el marco de un Día del Bibliófilo que siempre ha tenido otro formato y otro lugar de celebración. Bueno estará, porque el hombre lo merece. José Luis, decano de mi Facultad, fue presidente de la Unión de Bibliófilos Extremeños desde 1997 hasta 2002 —que alguien me corrija, porque no tengo delante la exigible prueba documental— y, sin duda, es alguien que ha vivido y vive en el mundo de los libros. Conozco su biblioteca y merece comentario; y me consta que en su formación mucho tuvo que ver la biblioteca de su maestro Juan Manuel Rozas, que fue recordada también en un Día del Bibliófilo en homenaje a Tina Bravo. «El mejor camino» tituló José Luis Bernal uno de sus textos firmados como presidente de la Unión de Bibliófilos Extremeños, para un catálogo de «Visiones de Badajoz» de la segunda edición de «Un paseo por nuestras bibliotecas» (1999), y en él hablaba de nuestro afán por «compartir, iluminar y hacer accesible nuestro patrimonio bibliográfico». Digo yo que algo habrá hecho para merecer el homenaje de mañana. Por todo, será una tarde emotiva, que me pierdo por volver a Jaén, esta vez, por razones de trabajo. José Luis Bernal recibirá el reconocimiento de sus amigos, familiares y colegas por una parte de lo mucho que ha hecho. Ya lo celebraremos juntos.

viernes, octubre 19, 2018

XII Congreso de Escritores Extremeños

Mañana 20 de octubre comienza en Villanueva de la Serena el XII Congreso de Escritores Extremeños y ayer 18 se cumplieron seis años de la muerte de Agustín Villar (1944-2012). No es la primera vez que recuerdo al excelente escritor que fue Agustín en el contexto de las reuniones que la Asociación de Escritores Extremeños viene celebrando desde 1980. El XI Congreso, celebrado en Badajoz y presidido por Isabel Mª Pérez González, comenzó precisamente el 18 de octubre de 2014 y se me encargó hablar de los géneros ensayísticos en Extremadura en una ponencia que inicié evocando algunos textos de Agustín Villar que podrían formar parte de cualquier repaso valorativo del panorama del ensayo literario en Extremadura en los últimos años. En esta duodécima edición del Congreso de Escritores Extremeños no tengo que trabajar; voy de oyente y gustosamente a saludar a amigas y a amigos. Y el programa promete, bajo el concepto de Emergencias aplicado a la literatura, a los emergentes que son «los nombres de las autoras y los autores […] y las nuevas formas de mirar, la escritura de género y la liberación de los géneros en la escritura, los conflictos de la identidad, el espacio que los libros ocupan entre los autores y la agenda pública: textos y voces emergentes, de intervención, pero también lectores interventivos, y entornos, como las librerías y bibliotecas, diferentes y recién llegados». Un marco conceptual que se materializará estos dos días en una muestra documentada de los treinta y cinco años de la AEEX preparada por Isabel Pérez González y Antonio Gómez, una ponencia de la novelista Marta Sanz sobre «Nuevos lenguajes del feminismo», una mesa redonda sobre poesía actual en la que participarán Carmen Hernández Zurbano, Ada Salas y Ben Clark y otra sobre acción cultural en la que algo tendrán que decir la librera María Vaquero, la periodista Olga Ayuso y el director de la Editora Regional extremeña Fran Amaya Flores. Tan atractiva programación contendrá también dos diálogos, uno entre los escritores Manuel Vilas y Gonzalo Hidalgo Bayal, y otro, diálogo sobre el diálogo, entre Antonio Sáez Delgado y Gonçalo M. Tavares; y comunicaciones y otras actividades como el homenaje a los presidentes de la asociación en sus treinta y cinco años, cuentacuentos o la preceptiva asamblea general que abrirá la mañana del domingo. Menú abundante y deleitoso para el fin de semana. «El escritor es aquel que da más de lo que tiene. Es el excelso corruptor de la realidad, promotor de turbaciones y metáforas, inventor de artificios, extrañezas, mistificaciones, referencias y secretos» (Agustín Villar, Razón de mudo, pág. 145).

miércoles, octubre 17, 2018

Ben Clark en el Aula Valverde

Mañana, a la vuelta de Badajoz (*), acudiré a la lectura del poeta Ben Clark en el Aula literaria «José María Valverde», en el Palacio de la Isla, a las siete y cuarto de la tarde. El viernes intervendrá con los estudiantes de Bachillerato de varios institutos de Cáceres en el «Javier García Téllez», a las doce y media. Hoy me recordaba un amigo que la última vez que escuchó a Ben Clark fue en Plasencia, en Centrifugados, el encuentro de literatura independiente y periférica que nos ha venido ofreciendo José María Cumbreño durante cuatro años desde su sello Ediciones Liliputienses, que acaba de recibir el reconocimiento merecido del Premio para el Fomento de la Lectura de Extremadura. Excelente noticia.

(*) Voy, como espero que muchos, a un homenaje-sorpresa a una personalidad apreciada a quien me apetece acompañar, como tantas veces en los últimos veinticinco años.

martes, octubre 16, 2018

Información

Hay días en los que la información que trae el periódico es tan previsible y tan inane que un pequeñito anuncio en una esquina de la página te da fuerzas para seguir creyendo en que todo puede llegar a estar bien y en su sitio, en paz y sin disgustos. Sencillamente, porque una gran cadena de centros comerciales informa a sus clientes que en uno de sus folletos sobre productos de frutería se indica por error que el precio del kiwi «SunGold» es por kilo, cuando la información correcta es que el precio es el de la bandeja. Este universo debe ser efectivamente mejor que cualquier otro universo posible, me parece que dijo Leibniz.

domingo, octubre 14, 2018

Alacrán

Hasta anoche, después de ver en el Teatro Maltravieso Capitol de Cáceres Alacrán o La ceremonia, de José Antonio Lucia, no supe que se aproximaba un huracán al que han puesto el nombre de Leslie y que traía vientos de hasta cien kilómetros por hora. Después de un rato agradable con Isidro Timón y Amelia David y la gente de Maltravieso, y con algunas actrices y actores del montaje de Hipólito que vimos este verano en el Festival de Mérida, volví a casa para enrollar y amarrar bien mis alicantinas, en un gesto que hoy me parece excesivo, una sobreactuación, habida cuenta de la normalidad del tiempo, lo más alejado de un estado de alerta que supongo ha obligado a cerrar hoy las puertas del Parque del Príncipe. El que no sobreactuó anoche fue un José Antonio Lucia en estado de gracia con un texto propio interpretado de un modo que refuerza mágicamente su autoría. La dirección es de Román Podolsky, a quien cabe atribuir efectivos hallazgos en el aprovechamiento de los pocos elementos escénicos, una mesa de tijera, un par de sillas de enea, una maleta de la que salen los zapatos de bailar de La Cangrejo —amor ausente, partenaire canalla— o un estuche de maquillaje en el que el punto valleinclanesco de Alacrán, un medio fracaso de cantaor flamenco, repasa su vida y crea una atmósfera que a veces puede recordar al mejor Rafael Álvarez El Brujo de aquellos tiempos de La sombra del Tenorio (1994). Son elementos escasos que se usan con genialidad para imitar un zapateado o un paso de Semana Santa, en una lección de teatro que mantiene al espectador prendido de la escena desde la que el protagonista proyecta registros muy variados. Cuando ha llegado a Cáceres este Alacrán ya traía su trayectoria, como Leslie, el huracán. Desde Buenos Aires y desde Badajoz y otros lugares de Extremadura. Como me ha pasado a mí con José Antonio Lucia, que le conozco desde hace mucho, desde muy chico, y con quien solo hace unos años me he reencontrado para conocer su profesión de cómico, su pasión, y ahora, su escritura, tan digna de verse, tan admirable como su manera de escribir lo que le pasa: «Intento mantener la concentración. Hace rato aparecieron miedos que me dicen que olvidaré el texto, que se caerá de ritmo, que la gente se aburrirá… En ese momento repaso en mi mente todo el proceso y aparece la primera imagen que desencadenó la aventura. Ese primer bosquejo debe estar siempre presente: es un amuleto y hay que defenderlo a muerte para que la liturgia siga teniendo rumbo, entonación y sentido. Recupero la confianza y sonrío pensando por qué me dediqué al teatro. Pero para eso tengo respuesta: me hace feliz y solo necesito alguien que esté dispuesto a escucharme. Casi puedo hacerlo en cualquier lugar. Me duelen las piernas. Son nervios. Me levanto de la silla. Es la hora. Se apagan las luces y se hace un silencio severo y hermoso en la sala. La próxima vez que me ocurra pensaré en las consecuencias porque esto es lo que me espera cuando la imagen persiste». (José Antonio Lucia, «Cuando la imagen persiste», en todoteatro.com.ar).

martes, octubre 09, 2018

Lolo

Mi amigo y compadre Miguel me ha puesto un mensaje esta noche para darme la «tristísima noticia» de la muerte de Lolo. Solo él y un reducido grupo de íntimos identificamos de inmediato ese corto hipocorístico con quien fue nuestro amigo de infancia y juventud Manolo Ramírez Miranda. No he sabido de él más que por referencias de amigos —nunca buenas, por su precaria salud— y no le he visto durante casi veinte años —quizá menos, en un encuentro fugaz en Zafra—; pero afecta que se te muera alguien que forma parte del reparto de aquella etapa crucial desde los diez a los dieciocho, cuando la actual calle Gobernador se llamaba Cánovas del Castillo —en la foto. Allí vivía Lolo y allí pasamos horas y horas, después de cruzar el vestíbulo, mirar con curiosidad la habitación —a la izquierda— en la que pasaba consulta su padre —ginecólogo— y subir la suntuosa escalera que nos llevaba a una buhardilla en la que yo escuché por primera vez y casi de primera mano discos de Tangerine Dream, Pink Floyd o Jethro Tull, o en la que leí aquellos cómics de Marvel que nos inspiraron correrías en las que Migueli era el Hombre Gigante, José Manuel Thor, Miguel el Capitán América y yo quería ser Pantera Negra. En aquellos tiempos en que Federico el Grande nos puso en nuestro sitio y nos llamó como éramos. Me gustaría tener la memoria de mi compadre Miguel y escribir aquí el nombre de la señora —¿Valentina?—, que trabajaba en la casa, y el de aquel mastín que nos amedrentaba cuando íbamos a la huerta a bañarnos bajo una fastuosa higuera. Me da igual que hayan pasado tantos años, que no haya visto a Lolo desde el siglo pasado. Me duele enormemente su muerte y en estas líneas está ese guiño que sí recuerdo que nos hacíamos cuando él anduvo por ciertos callejones y yo me quedé en las avenidas. Mi mejor abrazo, amigo. Mis gracias.

martes, octubre 02, 2018

Memento mori

Me envía la sección de Seguros de mi banco una carta con fecha de 26 de septiembre en la que me agradecen la confianza que deposito en ellos —«para seguir protegiendo a sus [mis] seres queridos»— y me detallan el importe de cada uno de los recibos que me cargarán desde julio de 2019 hasta junio de 2020. Me ha llamado la atención la ambigüedad de la primera de las coberturas que indican en un cuadrito con mi nombre. Es tan elocuente como esos versos finales de un poema de Quevedo: «Corto suspiro, último y amargo, / es la muerte forzosa y heredada; /mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?». No me aflijo, qué remedio; pero resulta llamativo por venir de quien quiere que vivas hasta que te mueras. Tampoco hay que insistir tanto, digo yo, en decirnos que tenemos la muerte asegurada y la vida mortal. Por cierto, como yo, habrán recibido esa carta miles de personas que son clientes del mismo banco; y, como todo el mundo sabe, no hace falta ser cliente de mi banco para sentirse concernido por el sintagma. A disfrutar, y ojalá sigamos durante más tiempo recibiendo estas misivas que casi son las únicas que llegan a casa en un sobre blanco y con membrete, como debe de ser la muerte cuando venga, en un sobre blanco y con membrete al que cada uno de nosotros tendremos que poner el contenido.

lunes, octubre 01, 2018

1-O

El abrazo (1976), de Juan Genovés. Congreso de los Diputados. Madrid.
Una fecha, representada con esta manera abreviada que cuesta no confundir con el resultado de un partido ajustado, y que, vistas las circunstancias, parece todo un símbolo. Un año ya desde entonces. Y Quim Torra anima a que aprieten. Y no el abrazo, precisamente.