«¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no se dijo!» (José Eustasio Rivera)
Lunes, 20. Me ha enviado M. hoy el videoclip que ha promovido la banda Celtas Cortos con motivo de los veinte años de su canción «20 de abril» —que era una carta melancólica—, ahora adaptada a la pandemia, dedicada a los profesionales esenciales y en la que han participado muchos artistas, desde Rozalén o Eva Amaral, hasta Ariel Rot, entre otros. Quieren recaudar fondos para una organización como Médicos Sin Fronteras. Veo con gusto estas creaciones colectivas montadas como una taracea con retazos que solo se juntan en destino. Y, después de emocionarme por el fondo, de seguir al compás una melodía conocida y marchosa, pienso en lo importante que es crear algo así, en la persona o grupo de personas que han estado trabajando para hacer una pieza de un montón de pedazos. Admirable para el profano en la materia. Hoy, en el supermercado, me he encontrado con C., sin mascarilla, sin guantes. Es médico. En muy primera línea. Quizá por eso le parezca una pamema protegerse, cuando él viene del vórtice. Me ha dicho que todo va mucho mejor, después de los días tan malos que han pasado. Mucho mejor. Me he despedido de él y me he fijado en algo que no había visto nunca: C., después de preguntar si podía ser, ha pagado una libra de pan con tarjeta de crédito. Hay mañanas, tardes y noches en las que pienso en que no tiene mucho sentido seguir escribiendo estas apuntaciones. Y ahora, que empieza a hablarse de desescalada, una manera escalonada de ir saliendo de aquí sería imitar esa especie de deshilamiento que se da en una novela como La vorágine, de José Eustasio Rivera, en la que, en su final, el texto va adelgazándose cada vez más, va reduciéndose con secuencias cada vez más cortas, hasta llegar a esas cuatro palabras («¡En nombre de Dios!) en las que la novela se disuelve antes del terminante «¡Los devoró la selva!» con el que concluye todo.
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