domingo, enero 31, 2021

confía en la gracia


No puede uno afirmar que ha terminado de leer un libro así. Todavía queda mucho. Entre otras razones, porque si me detengo en un poema como «enumera amenazas, todas probables, antes / que en pared rocosa estrelle el vuelo […]» podría quedarme a vivir en él —«el poema es en sí mismo soledad»—. Lo he leído, sí; pero nunca cerraré mi lectura. Siempre vuelvo sobre lo que importa. Cada uno de los poemas de este libro es una inmersión en el lenguaje poético más exigente. Su autora los llama «mecanismos verbales complejos atravesados por la vida y depurados por su propia materia y por el tiempo» en un texto «Liminar» en el que dice que «Escribir es agradecer. Envejecer es bueno.» Aunque no haya numerado esta entrada, ni que decir tiene que no he terminado de escribir sobre este libro. Ya dije aquí: «Ya habrá ocasión de seguir hablando de la palabra de Olvido García Valdés».

sábado, enero 30, 2021

Centroeuropa (II)


Aunque esta novela ha tenido un eco considerable —textos críticos en forma de reseñas, entrevistas y conversaciones en diferentes medios a los que seguiré aludiendo aquí sin pretensión de ser exhaustivo—, creo que es de esas obras discretas y modestas —como el personaje protagonista que se dirige sin petulancia a quien llegue a leer lo escrito, y como este volumen comedido de ciento ochenta y una páginas— que suscitan fuentes secundarias a manera de ensayos como las grandes obras maestras. Pienso en las exiguas fuentes primarias que han resultado ser los textos de Rulfo y las comparo con la ingente producción crítica que han propiciado. Centroeuropa como narración, como artefacto literario, merece un análisis profundo de todos sus elementos, desde la recreación de un territorio —Oderbruch, junto al río Oder testigo de todo— que se estratifica en su superficie textual, hasta la construcción de un personaje —Redo, cuyo nombre remonta el del río— que sabe por dónde quiere llevar la escritura de su testimonio, en una historia en la que «los números y los detalles son relevantes» (pág. 22). Y mucho más. Con facilidad podrían escribirse con esfuerzo muchas más páginas que esas menos de doscientas de Centroeuropa en su exégesis, su comentario; simplemente en el intento de expresar la impresión de su lectura. Ojalá que esa llegue por el reclamo de la cuarta de cubierta con la que ilustro esta segunda entrada. Está muy bien. Y ojalá que esta novela siga generando el interés que han mostrado lectores como Pepe Jurado en Onda Cádiz desde la Fundación Carlos Edmundo de Ory, que nos brindó esta conversación sobre la historia de Redo Hauptshammer, «nacido en un burdel de Viena en algún momento de la agonía del siglo XVIII» (pág. 13). Me gusta que un texto leído sin casi ningún referente se haya convertido en el núcleo desde el que han surgido otros muy diversos textos. Entre ellos, uno de Vicente Luis Mora en su blog —que recomiendo no leer antes de la lectura de la novela; como hago con mis alumnos cuando tienen delante cualquier edición con su introducción y con sus notas—, que clarifica una parte de lo que es Centroeuropa y mucho de la manera de escribirla su autor, alguien con una capacidad de trabajo asombrosa y que se toma muy en serio todo lo que hace. Es un escritor que incluso tiene en cuenta a lectores «obsesivos y académicos» como yo, a quienes nos regala con ese «Cómo está escrita Centroeuropa». En esa declaración sobre su propia obra enumera las constricciones que se impuso: la compositiva, la lingüística, y la estructural.  Centroeuropa es un relato aparentemente realista pero lleno de imaginación, simbolismo y fantasía, y sobre él desvela su autor en su anotación que al «seguir la ley de complejidad creciente, las tramas secundarias se entreveran y los recursos estilísticos y temporales se diversifican. Estas reglas numéricas y/o de progresión geométrica afectan a otros elementos de la novela», y ahí es cuando dice que prefiere dejar eso para lectores como yo. Y luego pone un ejemplo del capítulo segundo: «el primer enunciado (entendiendo por tal, con el lingüista Teudiselo Chacón, el «segmento más o menos largo de la cadena hablada entre dos pausas de la comunicación») tiene una sola cláusula o periodo sintáctico; el segundo enunciado, dos; el tercero, tres; el cuarto, cuatro, y así hasta los 18 periodos, frases (si tienen estructura oracional) o cláusulas, flexiblemente entendidos, que componen la parataxis del último párrafo/enunciado. He dejado pistas numéricas en los 18 para facilitar al lector la sospecha». Por eso, espero que nadie se pare mucho en esto si no ha leído novela tan admirable para los obsesivos como Centroeuropa. 

miércoles, enero 27, 2021

Centroeuropa (I)

Sabía que como no escribiese a su debido tiempo sobre esta novela se me iba a venir encima un aluvión. Suele pasarme. Entre otras cosas, porque no tengo ninguna necesidad de ser el primero en nada. Debí escribir aquí inmediatamente después de releer Centroeuropa, de Vicente Luis Mora (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020). Digo releer porque la leí antes de su publicación y tuve que ser uno de sus primeros lectores, después del jurado del Premio Málaga de Novela, que la premió en diciembre de 2019, y del círculo más cercano a su autor, cuya confianza agradezco. La distancia que hay entre el gusto por la lectura en un volumen como el que Galaxia Gutenberg lanzó —confinamiento mediante— en el verano de 2020, y el mecanoscrito con el título Oderbuch [sic] y el lema «Meister», es grande, en favor del placer de tener entre las manos el libro hecho. Desde que lo tengo, a finales de agosto, hasta ahora, han pasado muchas cosas, y una de las últimas es que el viernes 22 de esta cuesta de enero de verdad volvía a leer algunos pasajes de la novela de Vicente Luis Mora para escribir aquí con la columna al lado de Juan José Millás que ese día publicó El País. Son cosas mías, porque casi seguro que Millás no ha leído Centroeuropa, que comienza así: «Varón, prusiano, soldado húsar y congelado. Ése fue el primer cadáver que hallé al excavar la tierra helada para dar sepultura a mi esposa». La pala, la nieve, el hielo y los muertos de Centroeuropa se me vinieron a la mente cuando leí la columna consuetudinaria del consuetudinario Millás. A estas alturas, de Centroeuropa, y con mucha razón y fundamento, se ha dicho mucho. Carlos Zanón publicó en Babelia una reseña (31 de octubre de 2020) en la que decía que la «única posibilidad de que Centroeuropa no esté entre lo mejor del año es que quien confecciona esas listas, lisa y llanamente, no se haya leído este libro fascinante y loco». Antes, Guillermo Busutil había escrito en La Opinión de Málaga que la novela era «una sobresaliente metáfora sobre la identidad individual frente al destino natal; la imposibilidad de hacer invisible el horror y los cambios que propiciaron las revoluciones que dieron lugar al absolutismo ilustrado de la obediencia civil, promulgado por Carl Gottlies Svarez, y al despotismo económico burgués. De fondo, la madre María de Europa y el romanticismo de Schiller y Goethe». Son para mí muchas referencias a la vez para un texto de extraordinaria sencillez aparente y de sutil hondura, cuya esencia es otra, muy distinta a todo lo que tenga que ver con lo que se conoce como novela histórica. Es una gran novela contemporánea que se apoya en la emulación de un lenguaje de otro siglo —el XIX— sin que se note. De otro sitio, tengo que Centroeuropa es una «novela perfecta, redonda, exquisita. Con la fuerza de la tradición oral y la arquitectura ficcional a la que este autor ya nos tiene acostumbradas. Una novela hermosísima […]». Soy partidario, y no puedo estar más de acuerdo. Me considero un lector predispuesto. Soy de esa especie que lo primero en lo que piensa cuando lee es en el esfuerzo que habrá llevado lo escrito, sin parar mientes —hasta poco después— en su calidad. Eso limita mucho mi capacidad para hacer una crítica cabal de lo que leo, dado que, en el caso de verme obligado por encargo a escribir sobre lo escrito, tiendo a disculpar los errores más que a fustigar a quien los comete. Así que escribir mi admiración por lo leído yo creo que no tiene el efecto benéfico y admirado que al autor le llega cuando el que lee es crítico feroz o, al menos, crítico e inteligente.

domingo, enero 24, 2021

El quiosco reductible

Mi reiteración no es más que un lastimoso veredicto y pone fecha a la inconcreción de lo que escribí sobre que los quioscos «pronto serán tan solo un recuerdo». Mi quiosco irreductible ha cerrado por voluntad propia. No pudieron con él en noviembre y en los primeros días de enero se vio venir lo peor después de veinticuatro años —de los que he vivido dieciocho— que han terminado con un motivo falaz que me hizo creer que este final no era más que un merecido descanso. Aunque hace más de una semana tanto B. como G. me contaron que la situación era insostenible, y que habían decidido cerrar y jubilarse, la constatación de todo la viví esta mañana en una escena distópica. Al volver del paseo con mi hijo y sus perros cerca del Olivar Chico de los Frailes y de comprar mis periódicos a mi nuevo proveedor (P.), en una plaza vacía y espectral, un conocido vecino recogía en algunas bolsas junto a G. lo que B. les daba desde el interior del quiosco. Estaban sacándole las entrañas. Me saludaron todos como el que pide ayuda y me acerqué a preguntar. Entonces, G. me dijo algo que yo voy a traducir como «Alea iacta est», y, mientras hablaba enigmático de dos colores y de la Guerra Civil, comenzó a pasarme libros y deuvedés de colecciones como El franquismo año a año. Lo que se contaba y ocultaba durante la dictadura, de la «Biblioteca El Mundo», o como «Grandes Autores. Biblioteca de Literatura Universal» de El Periódico (Steinbeck, Cabrera Infante, Vázquez Montalbán, Delibes, Truman Capote…), algunos con un trocito de papel pegado con el precio (1 €). Ahora me duele la espalda por haber recorrido la poca distancia desde el quiosco hasta casa con tanto peso en los brazos. Al poner sobre la mesa del salón parte del botín me pareció estar ante las vísceras de un cadáver todavía caliente; y ahora creo que es justo que yo las tenga aquí para consumo propio. Mañana le contaré a P. lo de B. y G.
 


domingo, enero 17, 2021

P.C. (x 3)

«A lo largo de medio siglo la trayectoria poética de Pureza Canelo desde Celda verde hasta Retirada está presidida por un motivo: la autocrítica de la poesía y de la existencia». Así comenzaba el prólogo que escribió José Teruel para la antología Habitable (Antología poética, 1971-2018). Edición de José Teruel. Sevilla, Renacimiento, 2019 (pág. 7). Es así, y sigue siendo así. Conservo en una nota manuscrita en tinta azul la valoración de la autora de ese prólogo «magnífico, de referencia», y, en mi ejemplar una dedicatoria en la que Pureza Canelo me hace llegar con generosidad «el recorrido de una fe en la creación». La poeta de Moraleja siempre insiste en apuntar o llamar la atención sobre aquello que le importa sobre su escritura, y que yo creo que el lector, como no puede ser de otro modo, percibe y exalta. Lo hace algunas veces con paratextos que no están incluidos en el texto —¿serán exotextos?—, como el pequeño pósit que en mi ejemplar de Habitable me avisaba de que la sección inédita de «Aire donde estuvo una casa» hablaba sobre la casa familiar del pueblo, demolida. Se comprende. Se siente. El texto de Teruel es una síntesis muy bien hecha y muy difícil de hacer de una trayectoria poética tan dilatada como la de Pureza Canelo, una antesala de una selección muy incitativa a la lectura completa de otros libros. Ojalá volúmenes tan atractivos como el editado por Renacimiento puedan llegar a lectores que quieran ir más allá, a la lectura completa de obras capitales como Oeste (2013) o Retirada (2018). Algo de esa voluntad sumaria o recapitulativa, de una suerte de mirada hacia atrás con afán de hacerse presente y de proyectarse hacia lo venidero, o hacia los que vendrán, está en las otras dos novedades editoriales que con la firma de esta autora han aparecido el recién pasado año 2020, el que debería compartir con 2021 el marbete de «los años de la pandemia». Y que alguien me lo niegue. Lo de la casa de Moraleja no es baladí. Si la sección final de la antología de Renacimiento terminaba mirando hacia ella, el libro siguiente la lleva a sus primeras páginas en la imagen de una fotografía de Luis Méndez coloreada por José Mª Muñoz Reig, que, junto a Luis Canelo y a su hermana Pureza, componen un libro precioso, Poemas y otros nidos (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020), una delicia nostálgica, sobre un tiempo pasado. Pero una delicia presente para quien quiera ver y leer, porque, en realidad, es otra recuperación de textos anteriores. Como Palabra naturaleza, otra espléndida edición a costa de la Fundación Ortega Muñoz, en la que, en mi ejemplar, también hay dedicatoria declarativa —«esta reordenación o nueva entrega fiel a una poética»— y también pósit —«Contextualizar lo imposible. P.»—. Es decir, que también sigue esa autocrítica de la poesía y de la existencia de la que hablaba José Teruel en su prólogo. En este caso, sobre una clave que une lírica y territorio en textos que van desde Celda verde (1971) hasta el citado Retirada y los últimos poemas dados como inéditos de ese Habitable (Antología poética, 1971-2018), en un libro bien cuidado de una colección supervisada por otros dos poetas, Jordi Doce y Álvaro Valverde. Este último ha escrito con mucho conocimiento sobre estas novedades de P.C., que yo triplico en estas líneas que espero que sirvan de eco justificado. Gracias sean dadas por estas lecturas. 

sábado, enero 16, 2021

Nueva ola

NOMEGUSTÓCUANDOVINOELCALORDEPRONTOCASISINQUERERLOYESTUVOBIENQUELAGENTEDISFRUTASEDELOQUELLAMANBUENTIEMPOCUANDOYAPODÍAMOSSALIRUNASHORASALDIALAVERDADESQUEESTÁBIENNOSÉESCRIBÍAQUÍUNTEXTOPARAUNAENTRADAASÍCOMOSIFUESEUNEJERCICIOTIPOGRÁFICODELILOUIPOPERECYESAGENTEPEROCUANDOESTÁBAMOSTODAVÍAENLAFASEDURAENLADELAINSISTENCIADEQUÉDATEENCASAQUÉDATEENCASAENAQUELLOSDÍASESTABALLOVIENDOMUCHOYSINEMBARGOAHORAHACEMUCHOCALORCREOQUEHAYDEMASIADAGENTEENLACALLEYYONOQUIEROQUEVOLVAMOSATRÁSNUEVANORMALIDADNUEVAHACEMUCHOCALORYLAGENTENOSABELOQUESEJUEGACONTODOESTOESTABIENTODOENTENDIDONOPASANADAYAHORAESTAMOSCOMOESTAMOSYLOQUEVENDRÁENENEROYYAENEROHAVENIDOYRECUERDOESTASLETRASJUNTASQUEESCRIBÍCUANDOPENSABAENUNANUEVAOLAQUELLEGÓCONELFRÍOQUEVINODEPRONTOYNOMEGUSTÓ.

lunes, enero 11, 2021

Viaje al sur con Marsé

Compré este libro el mismo día que se puso a la venta, el 27 de agosto de 2020. De modo que ninguna de las alusiones que hice blog abajo a esta obra póstuma de Juan Marsé se escribió con el libro delante, como hago ahora. Aquel día de agosto, El País dedicó una página con tres fotografías extraídas del libro firmada desde Barcelona por Laura Fernández, sobre la escritura y publicación de Viaje al sur. Fotografías de Albert Ripoll Guspi. Edición e introducción de Andreu Jaume. Barcelona, Lumen, 2020. «30 días en tren con Pijoaparte. Viaje al sur, el testamento literario de Juan Marsé, que se publica hoy, narra un periplo en 1962 que el escritor firmó con el nombre de su personaje más célebre» tituló y subtituló el periódico un texto que se apoyaba en una conversación con la hija del novelista, con Berta Marsé. No es tanto el apodo del inmortal personaje que se lleva al titular, sino su nombre verdadero el que lo justifica, pues el mecanoscrito de ciento cincuenta y cuatro hojas a una cara que Marsé envió a la editorial Ruedo Ibérico con el título de Andalucía, perdido amor, y que estuvo perdido durante años, llevaba como firma el seudónimo «Manolo Reyes». La «Historia de un libro casi perdido» la escribe Andreu Jaume, responsable de esta edición, en una introducción esclarecedora y deliciosa para los marsistas como yo. Jaume cuenta muy bien las circunstancias y azares felices que explican la recuperación de un libro así, que culminan en la consulta del archivo de Ruedo Ibérico adquirido por el Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, y en una conversación con el propio Marsé que es quien le puso en la pista de aquel título de Andalucía, perdido amor que finalmente resultó ser el libro que ahora se ha recuperado, como «la nerviosa historia de un rápido viaje, de una ilusión cumplida a medias, y, sobre todo, de un intento de comprensión para con un paisaje y unos hombres», en palabras del autor en su «Prólogo de 1963» (pág. 74). Me ha fascinado encontrarme con este Marsé inédito. Y me encanta leer cómo un investigador y profesor indaga, viaja, lee, envía cartas, visita archivos y pide favores para construir un libro así de importante. Eso es Viaje al sur. El viaje comenzó —y el texto de Marsé arranca ahí— el 29 de septiembre de 1962 en Sevilla y concluyó en Málaga el 26 de octubre de ese año. Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda, Rota, El Puerto de Santa María, Cádiz, Chiclana de la Frontera, Vejer de la Frontera, Barbate de Franco —«¿Acaso pensarán, como en la época medieval, que el simple nombre sirve para ahuyentar el mal y la miseria?» (págs. 207-208)—, Tarifa, Algeciras, Ronda, Marbella, Fuengirola, y Torremolinos son los otros lugares visitados. En todas estas estaciones se encuentran los rasgos característicos del Marsé reconocible en sus novelas posteriores, incluso el germen de lo que va a ser su gran creación Últimas tardes con Teresa (1966). En todas esas estaciones está la crónica sobre una España atrasada recogida en un blanco y negro muy familiar para los que la vivieron —y también todavía para los que nacimos en aquel año de aquel viaje—, y es una delicia leer este relato real enmarcado en una edición muy bien pensada, y complementada con un apéndice que contiene la «Correspondencia de Juan Marsé con los responsables de Ruedo Ibérico a propósito de Viaje al sur». Es un gusto. Me ocurre muchas veces cuando escribo aquí. Me entusiasmo tanto con lo leído que quito tiempo a otras tareas para escribir, aunque sea de esta manera atropellada y torpe, sobre lo que creo que merece la pena. La prueba clara de que necesito contar a alguien lo bueno que pasa. Naturalmente.

sábado, enero 09, 2021

La nueva Edad Media

En una entrada de mi diario del confinamiento, aún en el mes de marzo, recordé la lectura hace años —gracias a la recomendación de mi amigo Honorio Blasco— de un ensayo de Umberto Eco recogido junto a otros textos de Furio Colombo, de Francesco Alberoni y de Giuseppe Sacco— en el tomito titulado La nueva Edad Media (Alianza Editorial, 1974), traducido por Carlos Manzano. La pandemia y los millares de muertos, los toques de queda, los camiones atrapados en el puerto de Dover en Reino Unido sin poder volver a casa, la revuelta del trumpismo y el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, y el colapso provocado por la ola de frío, con personas aisladas ayer y hoy sábado por la nieve y servicios de emergencia sanitaria inmovilizados sin poder atender las urgencias, me han llevado a ponerme apocalíptico y a recordar aquel ensayito perspicaz y ameno del autor de El nombre de la rosa. Como dije, Eco alude a un libro de Roberto Vacca, Il Medioevo prossimo venturo (Una Edad Media en un futuro próximo), de 1971, y resume un tremendo «escenario» o «proyecto» de Apocalipsis: «Un día, en Estados Unidos, la coincidencia de un atasco en la carretera y de una parálisis del tráfico ferroviario impedirá que el personal de relevo llegue a un gran aeropuerto. Los interventores, sin relevar, vencidos por la tensión mental, provocan la colisión entre dos aviones a reacción, que se precipitan sobre una línea eléctrica de alta tensión, cuya carga, repartida por otras líneas ya sobrecargadas, provoca un apagón como el que ya conoció Nueva York hace unos años. Sólo que esta vez es más grave y dura varios días. Como nieva y las calles permanecen bloqueadas, los automóviles crean desórdenes monstruosos; los empleados de oficinas encienden fuegos para calentarse y se declaran incendios que los bomberos no pueden sofocar porque no pueden llegar hasta ellos. La red telefónica queda bloqueada a consecuencia del impacto de cincuenta millones de aislados que intentan comunicarse telefónicamente unos con otros. Inician marchas por las calles nevadas y llenas de muertos» (pág. 10). Umberto Eco continúa el relato de lo escrito por Vacca sobre un espacio urbano en el que los ciudadanos, a quienes faltan suministros, saquean tiendas y hacen uso de los millones de armas que hay en las casas americanas. «Cuando se restablezca la normalidad trabajosamente algunas semanas después, millones de cadáveres dispersos por la ciudad y el campo comenzarán a difundir epidemias y a producir nuevos azotes de proporciones semejantes a las de la peste negra que en el siglo XIV acabó con las dos terceras partes de la población europea» (pág. 10). La hecatombe será tal que el poder político y la justicia derivarán en sistemas autónomos, casi domésticos, las leyes y la propiedad tal y como las entendemos irán desapareciendo y transformándose de tal modo que lleguemos —sostiene Vacca— a una estructura feudal, en donde —escribe Eco— «las alianzas entre los poderes locales se apoyarán en el compromiso y no en la ley, las relaciones individuales se basarán en la agresión, en la alianza por amistad o comunidad de intereses» (pág. 11). No es mi propósito entrar en el análisis de las tesis de aquellos ensayos sobre los que ya han caído cuarenta y ocho años de divulgación, críticas y opiniones, un cambio de milenio y muchos hechos históricos de especial trascendencia; solo intento compartir la estupefacción por la suma de infortunios y la inquietud sobre un estado de las cosas que nos afecta a todos estos días en muchos puntos del planeta. Y, eso sí, aunque parezca extraño, desear una buena tarde de sábado al plácido abrigo de la casa frente a la intemperie.

jueves, enero 07, 2021

Postal de enero

Vuelvo a sacar la basura y a demorarme un rato en una plaza así antes del toque de queda. Como los bares están cerrados, hay mucha menos gente en la calle que estos días atrás. Quizá como señal de un próximo retiro, mi quiosco de prensa, después de años, ha cerrado en los primeros días de enero. La primera mañana me alarmé, por si hubiese ocurrido algo grave; pero la siguiente ya vi un folio impreso pegado en el cristal del frente con un «Cerrado por vacaciones» que me tranquilizó. Acudí al quiosco más cercano —hace años que cerró el de Maestro Sánchez Garrido, que vertía en la calle Pintores, y no hace mucho el de Obispo Galarza—, que está en el inicio del Paseo de Cánovas, en esa especie de parterre al que casi nadie echa cuentas del antiguo «Requeté» —aquel comercio tan propio ya desaparecido—, y la señora me dijo que pronto iba a jubilarse y que ya no vendía prensa. Tuve que ir a otro más alejado, aunque en esta ciudad no hay distancias inabarcables a pie. Supongo que mi nuevo quiosquero estará sorprendido por recibir la visita de un cliente insólito que le compra dos periódicos al día. Cada vez que voy pienso en ello. En que quizá pronto ni siquiera tenga la posibilidad de buscar, aunque sea lejos, un lugar para esta rutina añeja de recibir las noticias en papel. Hay muchos menos quioscos de prensa en esta ciudad desde que lo escribió José Ramón Alonso de la Torre hace un par de años. Ya no está el de la Avenida de Portugal y hace tiempo que desapareció el de Aurelio, en Rodríguez de Ledesma. No sé si el de la barriada de Pinilla pervive; pero no deja de ser inquietante que uno escriba sobre esto.

miércoles, enero 06, 2021

Día de Reyes

Una academia, decía Covarrubias, es —también— «la escuela o casa donde se juntan algunos buenos ingenios a conferir», lo que vale igualmente como junta o congreso de personas eruditas, como luego añadió el Diccionario de Autoridades. En academias o reuniones diarias desde la víspera de Navidad hasta el día de Reyes quiso organizar un tipo del siglo XVII, Antonio Sánchez Tórtoles, su conocida miscelánea El entretenido (1673), que recogió Bartolomé José Gallardo en su Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos. Desconozco por qué El entretenido. Primera parte. Repartido en catorce noches, desde la de la víspera de Navidad hasta la del día de los Reyes. Celebradas en metáfora de academias de verso y prosa, en que se obstentan varios asuntos muy provechosos y entretenidos se quedó en el día 2 de enero y no tuvo continuación hasta que en el siglo XVIII apareció, en la imprenta de Gabriel Ramírez en 1741, una segunda parte que se cerraba el día de Reyes, hecha por el escribano José P. Moraleja y Navarro. Estas misceláneas eran consideradas como «libros de diversión» y contenían artículos sobre muy diferentes materias. En la de Sánchez Tórtoles, junto a loas, fábulas, romances y relaciones en verso, pueden leerse textos sobre letanías o rogaciones, remedios para malcasadas y malcasados, recomendaciones sobre lo que debe hacerse con las criaturas luego que nacen, artículos sobre la gula y sus males, o una selección de citas de sabios como Plinio o Hipócrates presentadas como maravillas de la Naturaleza tocantes a la mujer. Me he entretenido en El entretenido dieciochesco, en la segunda parte, porque se cierra tal día como hoy, en la academia celebrada el 6 de enero, que comienza: «Las cinco serían, con corta diferencia, de la tarde seis de enero, cuando en la posada de don Ricardo no cabía la gente, que había concurrido a la fama de las Academias. Llegaron el presidente y los minérvicos caballeros; y estando dentro, y tomando cada uno su asiento, empezaron los músicos con un gustoso minuet, y al dejarlo, suplicaron dos madamas a doña Isabel cantase algunas seguidillas, acompañándose con el clavicordio y dos violines, porque querían bailar. Y habiendo obedecido aquella y salido las señoras con dos caballeros, cantó doña Isabel estas Seguidillas de adagios» que comienzan con «No te creo, aunque dices / mi bien te adoro, / porque dice un adagio: / No es todo oro.» Un juego de versificación que es lo más habitual en esta continuación de aquella miscelánea del XVII, que tenía más curiosidades de historia natural; un juego en el que insisten ejercicios como las «Redondillas con dos ecos» del final. Curiosidades  de ingenio literario. «Dice el sol de tu cabello, / bello, ello, ¿qué es lo que aguardo? / guardo, ardo, pues sin desdoro, / doro, oro para mis rayos». El autor cierra la crónica de la academia con lo siguiente: «Diole muchos agradecimientos la señorita a D. Crisanto por haber cantado tan diestramente, y por la extraña idea de los ecos de las redondillas, con lo cual se despidieron todos muy cansados del trabajo de aquella noche. Y yo también me despido por ahora, hasta que, dándome el Altísimo salud, y teniendo este libro buen despacho, te saque a luz otras muchas curiosidades entretenidas, que fueron asuntos en las siguientes Academias, que los referidos prosiguieron, que este es mi FIN». Lectura de un día de Reyes, entre otras.

martes, enero 05, 2021

Jacinto García Alonso

Triste noticia la que he recibido de un texto publicado por Isidro Timón en su muro de Facebook. Jacinto García Alonso (1934-2021) ha muerto. Robo, con su permiso, a Isidro la entrañable semblanza que ha publicado: «Se nos ha ido Jacinto García Alonso, duele. Jacinto fue empresario, pastelero –el mejor—, actor, escritor, representante de productos novedosos…, pero sobre todo un hombre culto, jovial, activo, generoso y buena persona, un buen amigo. Conservo regalos que me hizo a lo largo de los años: un tastevin de sommelier, un libro de su compañera de reparto Rosario Charro y el recuerdo de aquel roscón de reyes que me llevó a casa por sorpresa hace unos años, hecho por él y, por supuesto, el mejor que he comido en mi vida. En nuestra última conversación larga y presencial, después del confinamiento, me habló de su vida y peripecias. Recordó a su amigo Juan Margallo, que se fue a Madrid, a estudiar interpretación y trabajar como actor, el sueño de ambos, mientras él se quedaba aquí, en la pastelería a la que dedicó su vida y saber…, pero Jacinto era un hombre alegre y nunca abandonó su amor por el teatro, cuando iba a Madrid, con tareas comerciales, siempre asistía a los ensayos de sus amigos. En cuanto se jubiló, Jacinto fue habitual en los montajes de la ESAD Extremadura, como actor colaborador en los distintos proyectos de los alumnos. Yo disfruté mucho trabajando con él en una pequeña pieza en 2013. En esa conversación me contó cómo Juan Margallo le llamó, en cuanto supo de su jubilación, para hacer una sustitución en una compañía de Valladolid que Juan dirigía. Recuperó a su amigo y le regaló vivir su pasión desde lo profesional. Ese encuentro, la dedicatoria del libro que me regaló ese día, sin yo saberlo, eran una despedida […]» Y añado mi recuerdo admirado por alguien tan especial como Jacinto, a quien, por culpa de su ánimo y su pasión he tenido cerca en unos poquitos años —desgraciadamente— de mi vida. Todavía en las escurrajas del confinamiento, y gracias a ese ánimo y esa pasión por todo, le escribí con la complicidad y veneración con la que ahora me despido de un gran hombre.

lunes, enero 04, 2021

Patio en sombra


De un patio a otro. Que los beneficios de la venta de este libro vayan a parar a una oenegé como «Sonrisas en acción» dice algo de su autora. Que esta autora naciese y jugase en la Plaza de San Juan de Cáceres también. Pilar Bacas es una de esas personalidades de la sociedad civil cacereña que es imprescindible, y cuyas aportaciones a lo largo de muchos años al bienestar común han sido numerosas y de gran valor. Profesora, escritora, divulgadora, activista, historiadora, perteneciente a una familia de Cáceres notable e influyente en su configuración social en años cruciales del siglo pasado, Pilar ha dejado en esta novela, Patio en sombra (Madrid, Editorial Catriel, 2020), buenas porciones de su perfil, variado y rico. Está, por supuesto, la escritora; pero también la investigadora en documentación histórica, en este caso familiar —como cuando escribió con su tía sobre su abuelo León Leal (1881-1959) o cuando nos mostró quién fue el ingeniero naval Darío Bacas (1845-1913). Un pasado familiar que desempolva para montar en este libro una ficción basada en los hechos reales protagonizados por personas de su familia paterna, un sobrino de su padre que había estado en la cárcel por un turbio asunto relacionado con el estraperlo de harina en la posguerra. Patio en sombra es una especie de crónica o de transcripción íntima, de los adentros mentales de una burguesía acomodada en el franquismo. Los personajes toman la palabra para decir lo que no se atreverían a decir en público. Pilar Bacas, pues, les da voz y compone un carrusel que es la base técnica de su obra. Aquí está lo que a mí me interesa, sin menospreciar el relato de unos hechos de un tiempo tantas veces narrado y también desde vivencias cercanas. Pilar ha construido su historia en cuatro partes (I. A media voz. II. Presagios. III. En la línea quebrada. IV. Tiempo para la memoria.), en las que ha recogido cinco registros principales: Ventura Castro, que es un anciano de ochenta y cinco años ingresado en un hospital —ocupa el eje temporal de 1985— y que estuvo afectado por la historia remota de un inspector de Abastos, Alfonso Madrigal, casado con Madela López de Ribera, y con dos hijos, Moncho y Luchi, que se llevan unos cuatro años, y que son quienes intentan explicar sus vidas, desde su niñez y juventud, 1935 o 1939, 1940 o 1942, hasta los años noventa del siglo pasado. Así, el índice de esta novela sirve como una trama de fechas y nombres que se echa sobre la historia. Creo que Pilar Bacas resuelve bien, en general, lo que pretende; pero el gran escollo es un juego de voces que a veces no se distinguen estilísticamente ni por la edad ni por la personalidad, y en las que se nota mucho la presencia de un narrador omnisciente que se superpone a las diferentes primeras personas que van componiendo este interesante relato. Admirable, en cualquier caso, el empeño; y muy sugerente el patrón del personaje de la esposa y madre, de Madela, uno de los mejores entre todos; y muy sutiles algunas presencias —Delia, la criada, sí—, como la de Lorenzo. El patio en esta novela, triste y húmedo, y siempre en sombra (pág. 235), es el lugar del que parten los recuerdos de alguno de los personajes, y es el espacio en el que Pilar Bacas ha querido fijar esta manera suya tan personal de escribir sobre la memoria de lo suyo.

domingo, enero 03, 2021

Raralepsis

© Ilustración de Coral Medrano (Ciudad de México, 1985)

Por aquel entonces yo vivía solo. Mis hijos, como el último día del año 2020 y el tercero del siguiente, comían en casa. Cuando la pandemia. Lo pasamos bien juntos aquel tres de enero de 2021. Yo atendía a sus conversaciones sobre películas, libros, personajes de series, actores o conocidos comunes. Recuerdo que P. me habló de un famoso presentador americano de un muy seguido y antiguo programa de entrevistas que ahora, tanto tiempo después, no soy capaz de nombrar. Por aquellos días, hacía años de algo que me ocurrió con mi vecina. En realidad, no fue con ella; quizá por ella. Y sin ella, finalmente. Había escuchado voces en el patio de luz. Casa tomada. Ya están ahí. Fue cuando realmente me di cuenta de que ella ya no vivía abajo, y que habían llegado nuevos inquilinos. Fue hace ya tanto, cuando yo no la conocía, cuando me dio mucho apuro que ella pensase en que lo hice por conocerla. Un calcetín mojado cae más rotundo sobre el patio común. Me asomé para observar a mi ángel caído. Quise bajar al piso de mi vecina para recuperarlo. Quise decirle que si ocurriese más veces que podía sospechar; pero que no se preocupase, que no quería que creyese que tiraba mis prendas para verla. No lo hice. Ella se marchó para siempre y ahora la echo de menos, una vez que ha pasado aquel tiempo que secó para siempre aquel calcetín desparejado. Todavía me asomo y me lo imagino allí tirado. Todo aquello ocurrió cuando aún vivíamos en la superficie. Entonces, cuando un patio de luz era la pradera de un paraíso.

sábado, enero 02, 2021

Limpieza

© Tete Alejandre

0. Limpieza. Una manera de poner orden al comienzo de un nuevo año. También mezclar las fichas como en el dominó sobre la mesa. He recogido notas antiguas para que no desaparezcan, aunque las mezcle aquí y pierdan la importancia que tuvieron en su momento. 1. Así, cuando me acordé de Cancanilla. A mi lado, en un vuelo a Madrid, una chica de unos dieciocho años estaba muy tensa. Jindama a volar, me dije. En el asiento de ventanilla, su padre, que supo tranquilizarla; sobre todo, al aterrizar. Lloró, se molestó con cualquier comentario, preguntó dos veces al personal de cabina cuándo llegábamos; miraba constantemente al otro lado, donde estaban su madre y su hermano para reclamar atención; y volvió a llorar. Ya en tierra, preguntaba a su padre si se le notaban las marcas de haber llorado. No, le dijo. Pero su pelo estaba descompuesto. No parecía la misma que había subido al avión. Me acordé de Cancanilla y de lo de la jindama, que no sé cómo se dirá en italiano, pues yo volvía de Milán, cuando el cantaor contaba que no actuaba en el extranjero porque le daba jindama el avión. Bonita palabra, ya dije. 2. Mostrador y barra. Me consta que mostrador era en el siglo XVIII la mesa en la que se mostraban las mercancías, y supongo que enriqueció el significado al ampliarse el uso en las tabernas o en los aguaduchos, como en el de la primera jornada de Don Álvaro o la fuerza del sino, en la que aparece mostrador como barra. En el bar de mi abuela, hablábamos de mostrador, no de barra. Y me he acordado también de mi amigo Honorio Blasco. 3. «Sensaciones, recuerdos que atesora el cuerpo, más que la memoria», escribió Luis Landero en Absolución (2012), sobre la historia de Lino y Clara —me parece—, en una novela espléndida, como otras suyas, en la que la contingencia, la ironía y la casualidad son protagonistas. Me gusta hablar —escribirte— en esta clave literaria, porque literaria me parece esta experiencia, esta manera de vivir que vivimos, como una fábula, como una de esas páginas en las que leemos historias que nos gustaría vivir pero que no nos podemos permitir vivir. Qué difícil equilibrio. El mismo de hace un instante, entre el deseo imparable de estar juntos y de sentir la carne mortal —que espere sentada a morirse— y el deber de irse y separarse. Ya no. 4. Fue un sábado, de mañana, se respiraba un ambiente casi primaveral en el casco antiguo de Cáceres. Qué poco se necesita para estar bien en esta ciudad apacible. Por la prensa supe de la muerte de Íñigo Oriol, y envié un mensaje de condolencia a un buen amigo suyo. Era un hombre de bien, me contestó. No puedo comprender cómo se puede colocar una señalización tan fea en uno de los sitios más bonitos, el de la esquina de San Pablo, en San Mateo. Más de una hora con Carlos Santos y hora y media con Natalia Millán en Cinco horas con Mario. Aquel día disfrutamos en el Gran Teatro con Cinco horas con Mario, interpretada brillantemente por Natalia Millán. Ella vio la obra en el mismo sitio —en el gallinero con los antiguos bancos de madera— hace casi treinta años, cuando lo de Lola Herrera. Yo no me acordaba porque no estuve. 5. Una antigua alumna, cuando comenzó a ser profesora novata, me hablaba de TDAH y de TEA. Yo mostraba interés, pero cuando ella acababa de hablar, buscaba la denominación exacta de esos trastornos. Ahora, familiarizado también gracias a mi experiencia, puedo preocuparme más por lo que me pasa. 6. Voy de un libro a otro y voy de un texto a otro de los que llegan al buzón de casa.

viernes, enero 01, 2021

Primer día del año con Pe Cas Cor

Muy extraña imagen de un clásico. La Sala Dorada del Musikverein de Viena vacía, sin el público que todos los años la abarrota para escuchar el Concierto de Año Nuevo. Esta mañana, bajo la batuta del gran Riccardo Muti, que ya estuvo hace tres años. Antes, paseo tempranero con un andar rápido que no llega nunca a trote cochinero. Había quedado con J.R.M. para dar una vuelta por Cáceres esta familiar mañana de Año Nuevo —mucha gente en la calle— y se presentó en la puerta de casa con un regalo: la nueva edición de los Poemas encadenados de Pedro Casariego Córdoba (1955-1993) —que gustaba firmar como Pe Cas Cor— en la que él ha escrito el segundo prólogo, después del de Ángel González, que apareció en la edición que la misma editorial que ha conmemorado el sexagésimo quinto aniversario del nacimiento del poeta, Seix Barral, había publicado en 2003, cuando se cumplieron los diez años desde el suicidio del autor. Largo paseo con J. y agradable conversación sobre mucha y buena literatura. He dedicado buena parte de mi primera tarde del año a leer las aportaciones de esta nueva edición. Por supuesto, el prólogo de Javier Rodríguez Marcos, efectivo en su presentación de la figura sobre cinco pies: Un mundo. Un raro. Casariego desencadenado. Un hombre enamorado. Un poeta suicida. He seguido su recomendación (pág. 16) de empezar por el final, y he ido a los «Poemas sueltos», entre los que se incorporan algunos no publicados anteriormente, aunque creo que El País adelantó hace unos meses algunos. También he leído los breves delantales a los diferentes libros que han escrito para esta edición otros autores: Marcos Giralt Torrente para La canción de Van Horne (1977), Enrique Vila-Matas para El hidroavión de K. (1978), Ray Loriga para La risa de Dios (1978), Marta Sanz para Maquillaje (Letanía de pómulos y pánicos) (1979), Belén Bermejo  para La voz de Mallick (1981), Berta Vias Mahou para DRA (1986) y Antonio Gamoneda para los Poemas sueltos. Y, por supuesto, los iluminadores apuntes introductorios a cada libro escritos por Antón Casariego, en uno de los cuales —«Nadezhda Zelova», que precede al libro La risa de Dios— subraya lo que a mí me parece que es la llamada razón «argumental» del encadenamiento de estos poemas, y que no es más que el elenco de personajes fijados en los textos por el autor con tanta voluntad como para numerarlos junto a las iniciales de cada una de esas identidades. Lo dice Antón Casariego: «Pedro Casariego numeró los poemas encadenados poniendo delante del número la inicial del protagonista de cada libro: así, V.H.1., V.H.2., V.H.3… corresponden a La canción de Van Horne. En El hidroavión de K. lo hace con la C. de Contreras; en Maquillaje, con la S. de Schneider; en La voz de Mallick, con la M. del propio Mallick; en Dra, con la P. de Paivarinta; y en La risa de Dios, con la N. de Nadezhda. Con estos números, que son como marcas, «encadenaba» los poemas, uniendo unos a otros de manera indisoluble» (pág. 231). Eso. Y una manera, como otra cualquiera, de empezar un año que, cuando esté mediado, ojalá podamos celebrar.