jueves, enero 28, 2016

Carlos Cano


El martes disfruté durante una hora de viaje en coche de la música de Carlos Cano (1946-2000) en Discópolis (Radio 3). Tanto que llegué a emocionarme —sic— al volver a escuchar «La murga de los currelantes», que debe de tener casi unos cuarenta años —de 1978 es esta grabación. En su programa, José Miguel López anunció que hoy jueves iba a pasar entera la única entrevista que RNE tenía del cantante granadino, que hoy habría cumplido setenta años. Son casi cincuenta y nueve minutos admirables de conversación y canciones del miércoles 28 de abril de 1999. Un disfrute escuchar de nuevo el programa. Cuando ha hablado de Federico García Lorca y del Diván del Tamarit ha vuelto a fascinarme aquella anécdota que él ya contó, y que yo recordé en El trabajo gustoso (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2002, pág. 22). En un concierto en Murcia, una señora le dijo: «—Hijo, qué bonito. No me estoy enterando de ná; ¡pero cuánta hermosura!». Y Carlos Cano dice que es la definición más hermosa que le han dado de ese libro al que pertenecen los versos que el cantante también ha recordado: «Por las ramas del laurel / vi dos palomas oscuras. / La una era la otra / y las dos eran ninguna». Dedico esta entrada —además— a la memoria de mi amigo Alfredo Gómez (1958-2015) y a la ciudad de Granada.

Móviles


© Tango2010
Por mi entrada de ayer, dedicada a Antonio Sáenz de Miera y a su blog, he recordado otra suya, de hace casi un año, que iba ilustrada con un dibujo excepcional del ilustrador Shangai Tango, que reproduzco arriba por el gusto de compartir en este día de asueto relativo por Santo Tomás de Aquino un ejemplo del ingenio de este artista.

miércoles, enero 27, 2016

El mac de A.S.M.


Hace unos días me enviaba Antonio Sáenz de Miera su más reciente alerta de publicación de una nueva entrada de su blog Allende Guadarrama, que sigo desde que empezó con él el once del once de 2013, a sus setenta y ocho años. «Steve Jobs entre la arrogancia y la caligrafía» es el título, y, aunque está claro quién es la persona protagonista, toma como punto de partida la película de Danny Boyle estrenada en España el primer día del año y que en Estados Unidos está siendo un fracaso por un quítame allá unos cuantos millones de dólares. Yo aún no la he visto; pero lo que me trae de nuevo a mi 'mac' es la manera que tiene Antonio Sáenz de Miera de contarnos cómo logra sentir que la máquina en la que lee y escribe es algo más que un aparato tecnológico. Como lo sabe, lo cuenta. Y es capaz de hablar de su creador con ecuanimidad y de traer a su reflexión el buen gusto de referencias como la que hace a Thomas Mann y lo que dijo sobre algo que está en el alma de estas máquinas, que «la bella caligrafía conduce a las bellas palabras y las bellas palabras conducen a las bellas acciones». Brindo por que este hombre siga durante mucho tiempo delante de esa pantalla en su escritorio.

viernes, enero 22, 2016

20 años del Aula Valverde


Hoy viernes se cumplen veinte años de la inauguración del Aula Literaria «José María Valverde» en Cáceres, una de las aulas de la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX) puestas en marcha por aquellos años. Quien la abrió con su participación el 22 de enero de 1996 fue el escritor vasco Bernardo Atxaga. Aquel curso, además, intervinieron en el aula Alfonso Sastre, Luis Landero, José Agustín Goytisolo y José Ángel Valente. Sigue pareciéndome impresionante. Lo mismo que si recuento la lista de nombres que han pasado por ella, es decir, por la ciudad de Cáceres, desde aquella fecha. Por un motivo desgraciado, hace ya unos años, conté más de cincuenta y cinco nombres de los escritores que visitaron el aula literaria «José María Valverde». Hoy, si no me equivoco, son noventa y uno los autores que han venido, después de Carlos Pardo y a falta de Javier Reverte —a quien hoy, con Antonio Gamoneda, he escuchado en Hoy empieza todo con Marta Echeverría, y con Jorge Barriuso, de Radio 3, a propósito del conflicto de las pensiones de los creadores— y de Ángela Vallvey, que estarán en febrero y marzo de este año. Recuerdo —y poseo recortes— las crónicas de un par de días antes de aquella primera lectura de Atxaga, cuando los periódicos de aquí, el Hoy y el Extremadura, cubrían nuestra voluntad de difundir que en Cáceres, casi al mismo tiempo que en Mérida y en Plasencia, organizábamos desde la AEEX un ciclo de lecturas de grandes autores dirigido, primeramente, a los estudiantes de Secundaria y Bachillerato de la ciudad y, luego, a la afición en general. «Este nuevo aula», decían aquellas crónicas de aquella época, o «el aula [...] puesto en marcha», «este aula», «del nuevo aula». No atinaban; pero se apreciaba el interés por una actividad que, tantos años después, está consolidada. Consolidada pero no asumida por una ciudad que debería sentirse orgullosa de haber tenido en esta parte del oeste de España a tantos educadores de sus jóvenes. Me paro a pensar en algunos. Bueno, mejor no. Que pregunten en la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento si han estado en Cáceres el citado Gamoneda, Rafael Chirbes, Marta Sanz, Luis Mateo Díez... Quizá no sepan decir; pero yo sí puedo darles la lista completa. Después de tantos años sigo sin comprender cómo los responsables de la promoción cultural de una ciudad que es Patrimonio de la Humanidad no defienden como propias sus otras tradiciones.
© Willi Valverde

jueves, enero 21, 2016

Antonio Colinas y Cáceres


© Fotografía de José Mª Cumbreño
El jurado del VIII Premio Internacional de Periodismo Ciudad de Cáceres de la «Fundación Mercedes Calles-Carlos Ballestero» ha acordado premiar este año el artículo «Una estación, una ciudad, un destino» del poeta Antonio Colinas, publicado el 20 de diciembre de 2015 en el Diario de León. El texto de Antonio Colinas evoca aquella línea de ferrocarril que fue la Vía de la Plata en las palabras de su padre que le indicaba el destino de aquel tren mítico que bajaba desde Astorga y pasaba por su ciudad natal, La Bañeza, para dirigirse a Cáceres, una ciudad que, en diferentes etapas, luego ha estado ligada por motivos literarios a la vida de Colinas. Hay dos menciones personales, además, en el artículo que me resultan placenteras. La primera es a Juan Manuel Rozas, que, como dice Colinas, «no era un profesor al uso» y fue uno de los primeros que a finales de los años setenta se interesó por la poesía última y por los novísimos. Y especialmente por la poesía de un Antonio Colinas que en 1975 había publicado Sepulcro en Tarquinia, libro y poema al que dedicó Rozas una de sus clases magistrales, que, como ya he dicho en otra ocasión, tuve el privilegio de escuchar en la Facultad de Letras de Cáceres. La otra mención es a otra persona muy querida: Javier Alcaíns, en la foto con el poeta. Alcaíns logró en 2009 ver publicada una de sus fascinantes creaciones. No era más que una edición iluminada y caligrafiada de aquel poema de Antonio Colinas. Junto a los responsables de la fundación, Maritina Guisado Domínguez y Luis Acha Iturmendi, el jurado de este premio ha estado compuesto por Conrado Gómez López, presidente de la Asociación de Periodistas de Cáceres, César Antonio Molina, ganador de la anterior edición del certamen, Antonio Cid de Rivera, director de El Periódico Extremadura, Juan Domingo Fernández, subdirector del Diario Hoy, y José Manuel González Calvo, catedrático de Lengua Española de la Universidad de Extremadura.

miércoles, enero 20, 2016

Diario de una vida breve


«—Sé que te va a gustar», me dijo quien me regaló este libro. Acertó. Lo que él no sabía es que justo en esos momentos yo estaba trabajando sobre el padre del tatarabuelo del autor de este libro. Sí, Manuel Silvela, el afrancesado, exiliado en Burdeos, donde publicó con su amigo Pablo Mendíbil aquella Biblioteca selecta de literatura española (1819) en cuatro tomos. No soy amigo de la literatura a trozos; pero estoy convencido de que si hoy mis alumnos leyesen en primero de carrera una selección así de piezas, desde Diego Hurtado de Mendoza hasta Leandro Fernández de Moratín, comprenderían mucho mejor cualquier texto contemporáneo. Como este Diario de una vida breve, de Juan Manuel Silvela Sangro (Valencia, Pre-Textos, 2015). No sé si me equivoco; pero este Silvela Sangro debió de ser chozno de mi Silvela; o sea, el hijo del tataranieto de aquel. Es sorprendente cómo se cruzan lecturas y circunstancias. Vida breve porque Silvela Sangro murió en París en mayo de 1965, a los treinta y dos años. Su diario se inicia a la mitad del primer mes de 1949 y concluye el último día del año 1958. A pesar de su carácter fragmentario, se trata de un relato, un autorretrato completo, suficiente para hacerse con la imagen de un joven extraordinario de la alta sociedad madrileña de aquel tiempo. Para saber apreciar en su sentido histórico lo que en aquella España era una adolescencia y una juventud privilegiadas. Escribe José Muñoz Millanes en el «Prefacio» a esta edición —que relanza y limpia de erratas aquella primera antigua e inencontrable de 1967 en Prensa Española— que el diario de formación de Silvela Sangro fue crónica cultural —musical, sobre todo— del Madrid de la época, y que supo captar escenarios y sensaciones cuya lectura hoy es verdaderamente grata. Esto lo digo yo, que he disfrutado con estas manifestaciones tan exquisitas de una elite culta que uno solo ha conocido por los libros. «Me considero agraciado en mis gustos musicales; los más diversos estilos tocan en la cuerda de mi corazón. Desde la adolescencia me entusiasman Chaikovsky, Liszt, Schumann, Beethoven, Grieg y Dvorák. He descubierto la música de cámara, Bach. Comienzo a interesarme por los contemporáneos, Stravinsky. Junto a ellos me emocionan Strauss, la musiquilla de El tercer hombre, la buena música de jazz, el Hot Club de Francia», escribe con diecinueve años, asiduo de librerías, salas de conciertos, ateneos y casas de reposo en las que vive su enfermedad con parecido aliento al de sus amores: «¡Qué delicia el estar tumbado!», escribe, y en otro momento en el que está triste por no ver a su amiga, afirma, sin embargo, que «amar es esperar, entre otras cosas». Esta edición recupera como «Epílogo», además, el texto que escribió Julián Marías —fechado en Madrid en junio de 1966— para prologar aquella primera edición del Diario, que Guillermo Díaz-Plaja reseñó en ABC (6 de julio de 1967) con una observación que yo repito en cuanto puedo sobre muchos libros que lo piden: «Un índice onomástico nos pasmaría». Me gusta cómo aparece la luna en estas notas de diario, cómo se vive el frío o la paz de una hora. Y agradezco el regalo.

domingo, enero 17, 2016

Fascitis plantar


El texto predictivo de mi teléfono pone «fascistas» cuando yo escribo «fascitis», que es lo que tengo. Una fascitis plantar en el pie izquierdo que ha debido agravárseme con la excursión de ayer a los pilones de la Garganta de los Infiernos en el Jerte. Con las últimas lluvias, decía C., aquello tendría que estar cargado de agua y precioso. Así fue. Una mañana estupenda, despejada y fría, tonificante. Menos para mi pie, que ha llegado con «fascistas», o sea, con «fascitis». Yo me imagino ahora la fascitis en términos de cartelismo de propaganda política, a todo color con una enorme bota militar que arrasa con su planta las bases liberales. Lo cierto es que disfrutamos entre bancales y pozas, y que es un privilegio tener una reserva natural tan a la mano. Ahora, reposo y buenas lecturas, como Palabra y humanidad (Oviedo, KRK Ediciones, 2015), una recopilación de textos de Emilio Lledó —«Nos gobiernan indecentes con poder»— en edición de Juan Á. Canal.

jueves, enero 14, 2016

Ediciones 19 en Cáceres


Las principales novedades de una colección publicada por Ediciones 19 de estudios sobre la nobleza española, fruto de un proyecto de investigación de historiadores de varias universidades, se van a presentar esta tarde en Cáceres, en la librería Todolibros (20:00 horas).

lunes, enero 11, 2016

Añoranzas de Batllori

Pedro Álvarez de Miranda, catedrático de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y académico de número de la RAE, se queja hoy con razón en carta a algunos de sus amigos sobre el tratamiento dado a su misiva enviada al diario El País publicada hoy mismo bajo el título de Añoranzas de Batllori, que toma como modelo de referencia al ilustre historiador y pensador jesuita, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1995 y Premio Nacional de las Letras en 2001, el catalán Miquel Batllori. Se queja justamente porque el periódico le ha hecho decir, y no por errata accidental, sino por corrección de algún cenutrio —como decía mi padre y dice Pedro— que «Sí, algo sabía Batllori de todos ellos [Ramón Llull, Ausiàs March, los papas Borja y Gracián] y mucho más de historia de la Corona de Aragón y de sus diversos territorios y gentes». Cuando Pedro Álvarez de Miranda había escrito que «Sí, algo sabía Batllori de todos ellos y muchos más, de historia de la Corona de Aragón y de sus diversos territorios y gentes». Esto es, «muchos más» y no «mucho más», y una coma a continuación; con lo que el sentido, obviamente, cambia. Así que Batllori no sabía más de historia de la Corona de Aragón que de Llull o Gracián, no; sino que don Miguel Batllori sabía de los citados y de muchas más personalidades de la cultura de los «Países Catalanes», que es otra de las correcciones que una mente preclara ha hecho en la redacción de ese periódico al que dudo mucho que Pedro Álvarez de Miranda vuelva a enviar otra carta si no hay mañana una enmienda que lo aclare todo. Para ello, transcribo aquí el contenido de la carta, tal y como a su autor le habría gustado leer en El País:

«En estos momentos cuánto se añora —por decirlo con un catalanismo— la figura del historiador pasmosamente sabio que fue el padre Miguel Batllori (1909-2003). Batllori, que, a fuer de liberal, no podía ser nacionalista, profesó un catalanismo que él mismo calificaba de “muy culturalista, casi solo culturalista”. Toda vez que una unidad política de los "Países Catalanes" era y es absolutamente quimérica, rechazaba la independencia de Cataluña para no tener que considerar extranjeros a Ramon Llull (mallorquín), a Ausiàs Marc o los papas Borja (valencianos) o al aragonés Baltasar Gracián. Sí, algo sabía Batllori de todos ellos y muchos más, de historia de la Corona de Aragón y de sus diversos territorios y gentes, antes y después de su integración en la Monarquía Hispánica, antes y después de la vigencia de sus instituciones forales, antes y después de la guerra que gustaba de llamar incivil. Suele decirse que el nacionalismo se cura viajando. También leyendo. Pero, claro, según qué cosas —por seguir con los catalanismos—. Déjenme recomendarles, por ejemplo, los Recuerdos de casi un siglo (2001), de Miguel Batllori».

domingo, enero 10, 2016

Por si

© Jean Auguste Ingres
Dijo Arsenio a su hermano Blas:
—Toma este cuaderno por si un día muero.
—¿Cómo que «por si»?   —dijo Blas.

viernes, enero 08, 2016

Juan Marsé, 83


© Pilar Aymerich (lamentable.org)
A P. le gustan las raciones que ponen en el «Baviera» de Salamanca y, mientras dábamos buena cuenta de un par de ellas, ha salido en la conversación un trabajo que tiene que entregar para una asignatura de lengua española sobre El embrujo de Shanghai y su —mala— versión cinematográfica. La buena no llegó a hacerse; pero se publicó el guion espléndido de Víctor Erice, La promesa de Shanghai (Barcelona, Plaza & Janés, 2001). P. me ha preguntado por la edad de Marsé precisamente hoy, que cumple 83 años. Felicidades, maestro. Que el tiempo y la memoria sigan siendo protagonistas de toda esta película: «Todos tus recuerdos de Montse están hechos de una materia compleja donde es difícil deslindar las especies de las variedades o de las simples mezclas: semejantes a ciertos minerales sometidos a largas estancias marinas, el paso del tiempo, el esplendor y muerte de ocultas primaveras les ha ido pegando musgos, arenillas y costras de remota y olvidada procedencia, extrañas simpatías y antipatías que los años han ido superponiendo caprichosamente». (La oscura historia de la prima Montse, 1970)

miércoles, enero 06, 2016

RR. MM.




martes, enero 05, 2016

H1N1


¿Alguien se acuerda de aquella gripe? Yo casi la tenía olvidada; pero, como estoy haciendo limpieza de apuntes, me he acordado de un viernes de aquel verano de hace seis años cuando pasé seis horas en el hospital con mi madre en observación por uno de sus achaques. Había llamado a urgencias poco antes de la una y media del mediodía y apareció en mi casa un tipo con bata y con una mascarilla —o un tapabocas, como dicen en Méjico—, que de inmediato ordenó que mi madre tenía que ser trasladada. La sorpresa fue que no acabamos en el Servicio de Urgencias del hospital que me correspondía, sino en otro, el más grande de Cáceres. Allí, mientras daba la filiación de mi madre, aquel médico, con su mascarilla, reconvino a las administrativas que allí estaban por no llevar el tapaboca. Se miraron entre ellos como si hubiesen visto a alguien que llega a un sitio extraño, como el que acababa de aterrizar de otro planeta. Mi madre fue atendida diligentemente y nadie llevaba mascarilla. Todo normal. Quizá por la vehemencia de aquel facultativo tuvieron que hacerle unas pruebas y aplicarle no sé qué protocolo. Por lo demás, todo normal. Todo, menos un cura que apareció y al que escuché decir mientras daba la unción última y extrema a una paciente en un box vecino que hay que preparar la maleta para estar dispuestos para cuando el Señor te llame. Lo escuchamos todos los que allí estábamos. No sé si mi madre, que dormitaba. Eso me pareció, que dormitaba, porque tiempo después de aquel día mi madre dejó de usar maleta y teléfono; y ya no espera llamadas de nadie.

lunes, enero 04, 2016

Este año Cervantes (bis)

También anda por aquí aquella edición facsimilar del Ensayo de una bibliotheca de traductores españoles, de Juan Antonio Pellicer y Saforcada (Madrid, Antonio de Sancha, 1778), que sacamos hace ya unos años (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2002), y que incluía las «Noticias para la vida de Miguel de Cervantes Saavedra», con más que importantes aportaciones documentales. De la revisión de esa biografía cervantina extraigo este fragmento como segunda muestra de cervantinismo:  
«Si el año de 1614 vivia Cervantes en la calle de las Huertas , consta innegablemente que se mudó á la del Leon á la casa num. 20. de la esquina de la de Francos, donde murio; y si quando volvio del Viage del Parnasoó quando compuso aquel poema, vivia en ella, parece que el quarto de su habitacion era baxo, pues le concluye asi: 

Fuime con esto, y lleno de despecho 
Busqué mi antigua y lobrega posada, 
Y arrojeme molido sobre el lecho:
Que cansa , quando es larga, una jornada. 

Estas que parecerian despreciables menudencias, si se tratase de algun escritor de merito comun y vulgar, son dignas del aprecio y de la curiosidad publica, tratandose de un autor del merito y de la gerarquia literaria del de la Historia de Don Quixote.»  
(Juan Antonio Pellicer, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Madrid, Gabriel de Sancha, 1800, págs. 216-217)

domingo, enero 03, 2016

Este año Cervantes


Estoy seguro de que, como sea, durante este año cervantino vendrán aquí desde mi escritorio, por donde circulan desde hace meses, varios libros relativos. La más antigua novedad es Tiempos del Quijote, de Francisco Rico (Barcelona, Acantilado, 2012), gavilla de conocidos textos publicados en otros sitios, que no impide el efecto resurgente de una nueva lectura en el nuevo formato; y que en algún capítulo precisa de una nota ahora que estoy leyendo los Diarios 1956-1985 de Jaime Gil de Biedma (Barcelona, Lumen, 2015). También están la edición de la RAE del Quijote adaptado por Arturo Pérez-Reverte (Madrid, Santillana-RAE, 2014) y el Quijote «puesto en castellano actual íntegra y fielmente» por Andrés Trapiello (Barcelona, Ediciones Destino, 2015).  Pronto será la exposición en la Biblioteca Nacional de «Miguel de Cervantes de la vida al mito».

sábado, enero 02, 2016

Principio de año


Quien conozca el final de la novela de Galdós Torquemada en el purgatorio (1894) adivinará la intención aviesa de crítica a la vana materialidad sin espíritu honrado de esta cita: «Entró el año nuevo con buena sombra. Diríase que los Santos Reyes le habían traído al tacaño cuantos bienes de orden material puede imaginar la fantasía del más ambicioso. Llovía el dinero sobre su cabeza; apenas tenía manos para cogerlo; por añadidura, hasta se sacó, a medias con Taramundi, el premio gordo de la Lotería de fin de Diciembre, y ningún negocio de los emprendidos por él solo o en comandita dejaba de fructificar con lozanos rendimientos. Nunca fue la suerte más loca, ni reparó menos en el desorden con que reparte sus dádivas. Atribuíanlo algunos a diabólicas artes, y otros a designios de Dios, precursores de alguna catástrofe; y si eran muchos los que le envidiaban, no faltaba quien le mirase con su supersticioso temor, como un ser en cuya naturaleza alentaba infernal espíritu.»