«Un quiosco es un quiosco, respondía Foneto» (Gonzalo Hidalgo Bayal)
Domingo, 5. Hoy, como ayer, viene este anuncio en El País y me apetece mostrarlo ahora que no puedo ver a mis quiosqueros; pero a quienes siento todos los días cuando mi vecina T. me trae el periódico hasta la puerta de casa. Si no viene con una de esas revistas alienantes a todo color y de gran formato y mejor papel, ella procura doblarlo y colarlo por la rendija, desde donde cae al suelo de la escalera. Hoy lo he oído caer, he bajado y me ha dado tiempo de asomarme al balcón y darle las gracias antes de que me llamase al móvil para avisarme. Iba con su mascarilla, sus guantes y su perrito. Es una suerte tener tan cerca a una persona tan amable. Cuando pase todo esto, vamos a celebrarlo con mucha gente; pero yo creo que la principal celebración será encontrar el mejor modo de agradecimiento en la vida ordinaria a todos los que ayudan. Quiero decir que esta mujer ya no será la que ha sido para mí durante todos estos años, y que deseo que el personal sanitario al que aplaudimos por la tarde reciba nuestro mismo apoyo cuando volvamos al centro de salud y nos hagan esperar más de la cuenta. Fue ayer también sentir envidia al ver en la portada del periódico al Presidente del Gobierno con guantes y mascarilla, y faltar tiempo para solucionar mi carencia. Cuando salgo a comprar veo ya a casi todo el mundo con mascarilla y guantes. Y yo no. Yo esos días he tenido que ponerme los guantes guarriperas del supermercado y he comprado con precaución pero sin mascarilla. Así que ayer, con los aplausos, pregunté a M., mi vecina del miércoles, cómo podría hacerme con algo que sirva para proteger. Y me pidió que bajase a la calle y me lanzó una bolsa con un par de mascarillas y media docena de pares de guantes. M. no tiene perrito, pero es divina; y ayer, asomada al balcón me pareció la Isabel de Los amantes de Teruel, y declamele: «Viéndoos al balcón sentada / por las noches a la luna, / mi fatiga era pagada: / jamás fue mujer ninguna / de amante más respetada» (acto III, escena II). Y subime. No, no se me está yendo el juicio a pique a medida que pasan los días; ocurre que un poco de humor siempre viene bien, y hoy, cuando he ido a copiar la frase de Gonzalo Hidalgo, de su excepcional novela La escapada (Tusquets Editores, 2019), he vuelto a toparme con la conversación entre Foneto y el narrador en el bar, sí, cuando pasan del vino blanco al vino tinto como el que pasa de la lírica a la épica, y se escucha —sotto voce— al camarero canturrear: «Yo me subí a un pino verde por ver si la camelaba, por ver si la camelaba, y ella me mandó a paseo, se acabó lo que se daba, se acabó lo que se daba, se acabó lo que se daba» (pág. 223). El placer de la lectura.
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