jueves, abril 23, 2020

Diario de estos días (XLII)

«y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca» 
(Miguel de Cervantes)

Jueves, 23. Día del Libro. No a otra causa que a este encierro se puede atribuir que a primera hora de la mañana de hoy haya estado escuchando el Quijote. Me había enviado mi cuñada E. el enlace a la página de facebook de la Mancomunidad Río Bodión, de la que es Gerente, con la parte correspondiente —un fragmento del capítulo IV mediado— a mi participación en la lectura colectiva que habían organizado —y muy bien— para el día de hoy. Excelente iniciativa que es muy agradable de ver —muchas caras conocidas— y de escuchar. Es normal que la prosa de Cervantes reviva en estas conmemoraciones; pero no lo es que, supongo que por razón de encierro así, se me haya infundido hablar como el disparatado y genial personaje de la novela a la única persona que he visto para mi contento y envidia pasar por la calle esta mañana de fiesta local suspendida en Cáceres (San Jorge), que así ha sido la verdad. Una joven dama de contrahecha figura por ir enfundada en un mono de trabajo azul cobalto con bandas amarillo limón, el pelo recogido en una coleta y con mascarilla. «—Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho pasando por Gallegos; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este confinamiento y al borde de este balcón desde el que no puedo menos que lamentarme por la mala fortuna de no poder ver el bello rostro que se esconde tras eso que llaman allá los mares tapaboca». La chica ni levantó la cabeza. Al alejarse, me fijé que le caían de las orejas los cablecitos blancos de unos auriculares. Nota bene por mi apunte de ayer. No podía ser otro que mi sabio y admirado amigo G., que no sé si por hache o por be, me envió ayer la cita literal del apócrifo de Valle-Inclán: «Señor comandante, no he nacido para ser atropellada por la soldadesca, ni he de consentirlo ahora. Puede ambicionarse el martirio bajo las garras de los tigres y de los leones, pero no bajo las herraduras de los asnos» («La guerra carlista, I. Los cruzados de la causa, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1908, cap. XI, pág. 89). Son las palabras de la Madre Abadesa que defiende su convento y se enfrenta a los marineros, tan rumbosos. Si tuviese el correo del grande de Savater, se lo enviaría ahora mismo.

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