miércoles, abril 28, 2021

Hablar sobre Ángel Campos Pámpano

Eso es lo que nos han propuesto Juan José Salado, de Fundación Ciudadanía, y las otras personas que organizan la I Feria Iberoamericana del Libro y la Lectura, en la que también están la Fundación Impulsa CLM y el Observatorio del Futuro, además de varias instituciones de Castilla-La Mancha y Extremadura, y que ha tomado como título «La lectura en los tiempos del COVID». Hablaremos sobre Ángel Campos Pámpano sus hijas, Paula y Ángela, la profesora Eva Romero, el traductor Luis Leal Pinto, el poeta Álvaro Valverde y yo, durante unos cincuenta minutos el viernes 30 a las 18:00 horas, para tratar sobre su biografía familiar, su vida docente como profesor, querido y apreciado, y sobre su biografía literaria, como poeta, como traductor, como editor. Sé que nos parecerá poco el tiempo para hablar de alguien como el padre, el amigo, el compañero; así que intentaremos comprimir en ese espacio las largas horas de conversación que nosotros y tantos otros allegados de Ángel podríamos pasarnos hablando de él, de sus textos y de sus cosas. Quien quiera participar puede entrar aquí para hablar de Ángel Campos Pámpano. 

sábado, abril 24, 2021

Actos de fe y acciones concretas en Cáceres

Hoy, sábado 24, es el último día que está abierta la exposición Actos de fe. Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo) en la Sala El Brocense de Cáceres, después de una primera muestra en el MEIAC de Badajoz a finales del año pasado y los primeros días de enero de este. En la inauguración cacereña, Juan Luis López Espada, comisario de la exposición, aludió al deseo expresado en Badajoz por la madre de Julián Rodríguez: «Esto debería verse en Cáceres». Lo recordó también Nuria Flores Redondo, Consejera de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura, en el acto celebrado este miércoles en la Biblioteca Pública de Cáceres, en homenaje a Julián, una figura que representa una manera inusitada de ser de pueblo. De algo de esto hablaron esa tarde Juan Luis López Espada, Javier Rodríguez Marcos, Luis Sáez Delgado y Andrés Trapiello en una conversación en la que salieron muchos de los variados perfiles del editor de Periférica, del creador de la galería Casa sin fin, del autor de Nevada, de Lo improbable, de Ninguna necesidad, que reunieron algunos de sus versos y sus prosas. Pero también del pintor de brocha gorda, del urdidor de fanzines adolescentes, del cocinero, restaurador, del activista cultural y del que servía cafés y copas en un local lleno de literatura hace un montón de años aquí cerca de casa, del tipógrafo, por supuesto. De los años y del tiempo también se habló, pues parece inconcebible —y me lo ha repetido alguien que no conoció a Julián ni vivió la efervescencia de su época— que una persona haya hecho tanto. En vida tan corta, mierda. Fue un rato muy agradable de reencuentros, con Miriam y Andrés —el mismo día que abrieron con sus hijos su editorial Ediciones del arrabal que seguirá publicando la novela enorme Salón de pasos perdidos—, con Luis Sáez, a quien tengo más cerca, con Javier Alcaíns, más todavía, con Javier Rodríguez Marcos y su madre, casi vecinos, con María Jesús Santiago, que sigue velando por que esta maravillosa biblioteca de nombres tan insignes se mantenga activa, con Mercedes Pulido, tan discreta siempre y tan sabia… Tan poca gente que da gusto salir un momento de casa con mascarilla. Era solo eso. Por Julián Rodríguez y sus actos de fe y sus acciones concretas. En Cáceres, en su pueblo y en el país entero, y en el mundo, que no son solo cabeceras de periódicos.

viernes, abril 23, 2021

De libros y de besos

«Sobre la falda tenía / el libro abierto; / en mi mejilla tocaban / sus rizos negros.» Así comienza la rima XXIX de Gustavo Adolfo Bécquer, que es la número 53 en el manuscrito del Libro de los gorriones. El poema tiene a los dos amantes muy juntos y en hondo silencio, tan juntos y tan en silencio, «que no se oía / más que el aliento, / que apresurado escapaba / del labio seco», hasta que los dos se volvieron a un tiempo, se miraron, «y sonó un beso». Sin embargo, la razón del poema y su significado están en el libro, creación de Dante, pues «era su Infierno». Y, sobre todo, en el verso del canto V que encabeza la rima becqueriana: «La bocca mi bacciò tutto tremante», y que proviene del episodio en el que Francesca de Rimini cuenta cómo Paolo la besó —todo él temblando— mientras ambos leían la historia de Lanzarote del Lago, justo cuando Lanzarote besa a Ginebra. Es la lectura y no el beso la que se impone en el magistral texto del sevillano en esta serie que parte de él, se refleja en el de Dante como el del florentino en el pasaje de la narración de la leyenda artúrica. Árbol de la literatura, espejo de espejos la lectura. Día del Libro. Un día acompañado por la banda sonora de la programación especial de Radio 3, que desde las siete de la mañana ha retransmitido —y retransmitirá hasta las ocho de la tarde— desde la sede del Instituto Cervantes de Madrid, en la que ha habido de todo, hasta un poema en castúo. Ay. Un día festivo en Cáceres —San Jorge— en el que he vuelto a pasar por el Gran Teatro y a escuchar la lectura pública del Quijote —y de otros textos— que desde hace mucho se organiza en la esquina de la calle San Antón en un día tan señalado como este, en el que, en circunstancias normales, habríamos visto la entrega del Premio Cervantes al poeta Francisco Brines. Por cierto, me ha llamado la atención que en estos días se haya celebrado el justo reconocimiento al autor de El otoño de las rosas con anuncios a toda página en la prensa nacional en los que se han destrozado poemas de Brines como «Reencuentro» centrando sus versos. Pena. Y felicidad en este día por las lecturas, por los textos, por los libros. Libros, muchos libros. Felicidad por recibir de alguien querido lo mejor: un libro. En un día como este es una fiesta que mi amiga —M. T.— se preocupase ayer de que me llegara hoy la novela de Leonardo Padura Como polvo en el viento (Tusquets). Un privilegio. Salud y lecturas. Y que suene un beso.

domingo, abril 18, 2021

Mañana de domingo

Una de las primeras frases que he escuchado esta mañana ha sido de la escritora Leila Guerriero que, en su píldora de A vivir que son dos días, ha dicho: «Pasar dos años convenciéndonos de que el cuerpo del otro es un peligro tendrá efectos colaterales gigantescos». Desde luego no ha sido lo mejor para afrontar un luminoso domingo, y, ciertamente, todo desde ese momento ha tenido un barniz de comprensible melancolía, desde la imagen de algunos paseantes durante el paseo observados por las miradas piadosas de sus perros, hasta la lectura de la prensa, que siempre nos trae anomalías (Enric González, dixit), como leer a un desconcertado Claudio Magris hablar de la lectura falsa para matar el tiempo durante los peores meses del desastre. Así que todo el día preocupado por el cuerpo del otro del que hablaba esta mañana Leila Guerriero mirando con asombro a una pareja abrazarse o besarse. He recordado algunos momentos muy frustrantes por no estrecharme con seres queridos en el pasillo de un hospital o en la terminal de un aeropuerto en despedidas distintas en las que la responsabilidad se sobrepuso al deseo. Una lástima que me ha acompañado todo el día desde eso de que el cuerpo del otro lleva tanto tiempo siendo un peligro, y que he ido mitigando, hora a hora, con lecturas y con los preparativos de las clases de la semana —he hecho un croquis para la imagen—, y quedo a la espera, si no están aquí ya, si no han tomado esta parte, como en el cuento de Cortázar, de los efectos colaterales gigantescos. Por último, y para compensar, recordaré una anécdota ajena que me encanta, y que conozco desde mucho antes de la última vez que la contó Javier Cámara en televisión. El actor, cuando llegó a Madrid desde su pueblo riojano, al entrar en el primer vagón de metro lleno de gente, dijo: «Buenos días».

sábado, abril 17, 2021

Sábado tarde

Entra ahora una luz muy bonita que se posa sobre lo escrito. Diario íntimo. P. ha venido a comer a casa y no solo se ha llevado una merluza al horno que le ha gustado —qué gusto que guste lo sencillo de hacer—, sino un par de libros para leer, unos poemas y una novela, que he creído que le vendrán bien, que anda el hombre decaído en demasía. La fotografía, que no refleja los matices de la luz que me han llevado a hacerla, muestra algunos libros sobre la mesa. Estoy terminando una reseña de la portentosa edición de la Poesía de Feijoo que ha hecho Rodrigo Olay Valdés como séptimo tomo de la serie de Obras completas del benedictino que publica desde hace mucho el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Oviedo, y que dirige mi querida Elena de Lorenzo. Por cierto, hoy en el HOY reseña José Luis García Martín el libro de poemas de Rodrigo Olay, Vieja escuela, accésit del Adonais de 2020, que me envió el otro día; y su estudio sobre El endecasílabo blanco: la apuesta por la renovación poética de G. M. de Jovellanos, que ha publicado también el Instituto Feijoo de Oviedo. A pesar de lo que diga José Luis García Martín, a mí estos virtuosismos en poesía y esta erudición en filología me encantan y deberían ser disculpables. Ambos librinos están en una pila en un extremo de la mesa y no salen en la imagen. Sí se ve la edición y la traducción que ha publicado El Desvelo Ediciones de Un llanto sobre el mar, de Roland Leighton, que, me emociona porque la ha hecho Paula Campos Fernández, la hija mayor de mi amigo el poeta, el profesor y el traductor Ángel Campos Pámpano. Quiero escribir algo sobre esto cuando haya una luz parecida a la de esta tarde, y volveré sobre Ángel porque pronto, a finales de mes, conversaremos sobre él sus hijas y un puñado de amigos en sesión virtual de la I Feria Iberoamericana del Libro y la Lectura, organizada por la Fundación Ciudadanía, Fundación Impulsa CLM y Observatorio del Futuro. Próximamente.

miércoles, abril 14, 2021

14 de abril

Esta mañana, nuestro Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, abría su intervención en el Congreso de los Diputados con una alusión al aniversario de la II República Española. Yo estaba escuchando la radio y gracias a ello me percaté del día. No sé, conozco las fechas históricas, y nadie tiene que recordármelas; pero a veces uno tiene la cabeza en otros asuntos y se olvida por un instante de un 14 de abril o de un 6 de diciembre. Incluso hay hechos históricos que no recordaría si no estuviesen vinculados a una película o al cumpleaños de alguien conocido. En este caso, valdría como ejemplo el 4 de julio. Salvo si se trata de mis hijos o de medio centenar de personas, olvido las fechas de los aniversarios; así que no me ha preocupado esta mañana darme cuenta así de que hoy se cumplían noventa años de la proclamación de la República de la que fue su presidente Manuel Azaña (1888-1940). He buscado mi ejemplar de El lucernario. La pasión crítica de Manuel Azaña (Barcelona, Ediciones Península, 2004), de Juan Goytisolo, y he leído: «Los testimonios de que disponemos sobre los últimos días del ex presidente republicano, amenazado con su inminente entrega a Franco por el gobierno de Vichy, y las circunstancias dramáticas de su muerte —el suicidio de su médico de cabecera, el doctor Pallete—, trazan un cuadro de soledad y abandono en los antípodas de los honores y ceremonias de la gloria oficial. […] El traslado de sus restos al cementerio [de Montauban] es a la vez conmovedor y ejemplar en la medida en que responde a sus desiderata. […] Azaña no podía soñar con mayor recompensa: disuelto el cuerpo en tierra extranjera, su obra permanece y llega hasta nosotros como algo que sentimos contemporáneo y ajeno del todo al oropel de la actualidad» (pág. 152).

lunes, abril 12, 2021

La foto

© Uly Martín
A Lara Garlito
El individuo de la foto tiene las palabras en las manos. Conservo la página —la 36 de El País del martes 17 de octubre de 2006— en la que se publicó esta fotografía que hizo Uly Martín desde que apareció con motivo de la presentación en Madrid de la novela de Juan José Millás Laura y Julio (Barcelona, Seix Barral, 2006). La página, unida a otra que contiene un texto de José María Guelbenzu a propósito del centenario del nacimiento de Dino Buzzati, ha amarilleado bastante desde entonces. El individuo de la imagen es conocido. Un escritor admirable, muy querido para mí. Recuerdo que la entrevista que le hizo Jesús Ruiz Mantilla volvió a desviarme de la literatura —que sí estaba en la consideración de Millás de la novela como un artefacto y su mención de Chesterton y Borges—, pues se le preguntaba al escritor por si su personaje Laura era más fría (¿o no?) y si el trabajo de fisioterapeuta era un enigma, y el escritor hablaba de que su personaje Julio, como si fuese un conocido de carne mortal, «quiere pasar al otro lado del espejo y convertirse en Manuel, porque cree que es mejor». En fin, no voy a quejarme otra vez de esta manera que algunos tienen de aludir a la literatura como si fuese un patio de vecinos. Lo que más me atrajo de aquella página fue la fotografía, que suscitó en mí la curiosidad de preguntarme dónde se hizo y de indagar sobre su escenario, los detalles de su fija realidad. (Ni que decir tiene que estoy intentando emular al tipo de la foto cuando él escribe esos luminosos pies de imágenes en su periódico; y ni que decir tiene también que tengo conciencia clara de mi frustración). La verdad es que parece que ese hombre tiene algo que decir. Se le nota en las manos. La derecha es la más expresiva y completa —luce cinco dedos—, frente a la izquierda, ancilar, y quiere decirnos que, de las dos, es la de uso. De la yema hundida del dedo pulgar de su mano izquierda, si no es de nacimiento —qué bonita expresión esta—, puede inferirse una presión previa, reciente, sobre algo que quizá podría ser el asa de la taza de la infusión que está tomando. Pero el tipo no tiene la expresión de ser tan vehemente y yo no quiero pensar en que sea alguna patología tratable. El ser humano que se ve a su espalda parece querer escuchar, y disimula mientras sus orejas de soplillo y su coronilla maltrecha miran hacia arriba a alguna pantalla situada en algún lugar del local. La servilleta que se ve sobre la mesa es un indicio claro del sitio de la escena, la cafetería restaurante Zahara, ya desaparecida de la Gran Vía de Madrid. Eso creo. Una alianza en el dedo anular de su mano derecha, la taza con una infusión de la que parece asomar la raja de un limón y el estuche de la Deutsche Gramophon podrían ser pistones narrativos para un relato biográfico. Por fijarme en otra cosa, el estuche contiene —así lo creo— tres discos compactos, la edición del Don Giovanni de Mozart de la Deutsche Grammophon interpretada por el alemán Fischer-Dieskau y dirigida por Karl Böhm. Se adivina eso por la ilustración de cubierta, con el galán dieciochesco y el fondo de un jardín de época. Una de las razones por las que, después de más de catorce años, me he animado a publicar este texto es el buen rato que paso muchas mañanas de domingo escuchando a Millás en amena y divertida conversación con Javier del Pino, en A vivir que son dos días —cuyo título es verdad tan grande como recomendable es el programa.

domingo, abril 11, 2021

Clases

El curso pasado tratamos en clase por primera vez —y en el confinamiento— La muerte de Artemio Cruz, la novela de Carlos Fuentes, que se publicó el año en que yo nací. En estos días vuelvo sobre ella, casi coincidiendo con el aniversario de su personaje, el 9 de abril. En realidad, tiene la misma edad que yo; pero él dice haber nacido ese día de ese mes del año 1889. Y muere —relata su muerte—, en abril de 1959, un día después de haber cumplido los setenta. Protesto que no puede ser. Como la muerte de don Quijote o de Alonso Quijano el Bueno. Estos son absurdos de tan potentes personajes de ficción. Artemio Cruz y la novela tienen la misma edad que yo desde que existen como entes textuales literarios. La que le tienen que atribuir mis estudiantes que ahora están leyendo o leerán la novela antes de que finalice este curso tan distinto al de por esta misma altura de 2020, pues no hay color entre aquello y esta benéfica manera de estar in praesentia de ahora, con todas las precauciones, con distancia suficiente, con mascarillas y con la puerta del aula y los ventanucos abiertos para tener ventilación. Sin embargo, qué paradoja, que la otra tarde, en un control de lecturas sobre César Vallejo y Octavio Paz —ahí es nada—, a distancia telemática, resultase experiencia tan grata la de por fin ver a tres de mis alumnas —y ellas a mí— sin tapabocas, como se dice en el México de Cruz y de Fuentes —«heredarás los rostros, dulces, ajenos, sin mañana porque todo lo hacen hoy, lo dicen hoy, son el presente y son en el presente: dicen ‘mañana’ porque no les importa mañana: tú serás el futuro sin serlo, tú te consumirás hoy pensando en mañana: ellos serán mañana porque sólo viven hoy:»—. A pesar de todo, no hay color entre las luminosas sonrisas de tres de quienes me han escuchado recomendarles que los días de bajón no se demoren mucho en algunos rincones del programa de lecturas —«Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo, / grave»—, y la más luminosa presencia con mascarilla, que es lo que nos ha tocado. Por el momento.

sábado, abril 10, 2021

Calambur


Contratos temporales = Precariedad
Con tratos temporales = Promiscuidad


viernes, abril 09, 2021

Baudelaire en casa

Ojalá estuviese en casa. Pues no sé por qué el día que se celebra el segundo centenario de su nacimiento no encuentro un volumen —me levanté de aquí a buscarlo con un convencimiento que ahora me preocupa— que creía tener de las obras de Charles Baudelaire (1821-1867). La edición no era gran cosa; pero siempre es enojoso no encontrar un libro. Mitigo la celebración de su centenario con Las flores del mal, en la edición de Alianza (1982), la versión de Antonio Martínez Sarrión, con un ejemplar que tiene versos manuscritos en francés dedicados a una propietaria a la que debería devolver su libro después de treinta y ocho años. Por cierto, en la «Nota del traductor», Martínez Sarrión dijo que Baudelaire no fue un hombre de suerte y que su mala racha continuaba —por aquellos años setenta cuando él tradujo sus poemas— por lo mal que había sido traído al español, excepto por —decía Sarrión— el extremeño Díez-Canedo, que «en la benemérita y antañosa ‘Austral’, acertó con los Pequeños poemas en prosa». Evidente. A falta de más Baudelaire en casa, está un volumen pequeño de la colección «Laurel» de la Editorial Bruguera, de 1954, que contiene una selección de Sus mejores poesías adaptadas por José Mª Lladó con voluntad de rima. Debería actualizar mi biblioteca con las sugerencias que trae hoy El Cultural, con textos de F. J. Irazoki, de Aurora Luque y de Agustín Fernández Mallo, y notas sobre novedades en España, en Nórdica, en Ediciones del Subsuelo, en Luces de Gálibo o, próximamente, en Anagrama. No ha pasado, pues, el día sin leer algunos poemas del maldito.

sábado, abril 03, 2021

Cuaderno español de JA Cáceres

 
Estaba leyendo y tomando notas sobre la fabulosa edición de Emilia Oliva de la Poesía completa de José Antonio Cáceres, publicada en dos notables volúmenes por la Editora Regional de Extremadura (diciembre de 2020), cuando me ha llegado esta comunicación de Emilia sobre la campaña que ha iniciado para apoyar con fondos privados la edición por parte de la editorial mhnñ del Cuaderno español de José Antonio Cáceres, una obra inédita de poesía concreta y espacialista compuesta en letraset, fechable en 1972, a la que Emilia Oliva se refirió en su edición de Figura como una culminante de una línea de expresión en la que «alcanza una belleza, equilibrio, abstracción y complejidad que le conducen hacia la fragmentación de signos y letras que encontramos en Unidad del mundo (1972-74), en Corriente alterna (1975), en Susurros (2000) […]» Si las obras de JA Cáceres —continúa el mensaje— no están en la Tate Gallery o en otros museos internacionales como las de artistas como Hansjörg Mayer o Franz Mon, que cita Emilia en su nota, «no es —dice— por la obra en sí, más rica y compleja que la de éstos, sino por otros motivos ligados quizá a nuestra permanente periferia. Las exposiciones y actividades llevadas a cabo desde el MEIAC y el Pérez Comendador-Leroux, las publicaciones desde la Asociación de Amigos del MEIAC, la Asociación Proyecto M, la Editorial Beturia, la UEx y la Editora Regional de Extremadura han permitido difundir una parte importante de su obra. Las publicaciones de la revista Egiar y la editorial mhnñ vienen a complementar la difusión de sus obras experimentales aún inéditas. Apoyar la publicación de Cuaderno español es contribuir a hacer visible un patrimonio artístico único y hacer posible que el autor todavía pueda ver que toda su vida dedicada a la creación más auténtica es apreciada, estudiada, difundida y conservada», concluye la infatigable escritora y estudiosa que ha estado detrás de cada una de las iniciativas de difusión de la obra del artista extremeño de Zarza de Granadilla. Aquí —https://vkm.is/editorialmhnn— se pueden encontrar las diferentes maneras de realizar aportaciones para la publicación de esta singular edición, desde 10 a 90 euros, según se quiera figurar mencionado como mecenas, recibir un ejemplar, recibir un ejemplar del libro y una foto del autor, añadir a todo una lámina, o varias láminas de José Antonio Cáceres y un póster además de las menciones como colaborador en las versiones de divulgación de la obra.

viernes, abril 02, 2021

Autismo

 
Si uno gira este libro hacia la derecha y lo abre como si fuese un calendario sobre las páginas no numeradas [162-165] encontrará a dos columnas una cronología dividida entre la obra lírica y la obra gráfica de Luis Eduardo Aute (1943-2020). En 1960 leerá que hubo una primera exposición de pintura en la Galería Alcón de Madrid, y que un año después se estrenó un cortometraje, Senses. En la columna de la izquierda aparece la publicación del primer disco, Diálogos de Rodrigo y Gimena, en 1967, y así, a un lado y a otro, y hasta 2018, libros y discos, exposiciones de dibujos, estrenos de películas. Una representación sucinta de toda una vida en el mundo de la creación artística. Una creación plural, diversa e inquieta, recogida en este volumen en el que Miguel Munárriz, que selecciona los textos, escribe sobre el escritor y sobre el pintor. Ya puestos, habría estado bien dar más referencias de editorial, circunstancias, año y de todo a cada una de las obras de tan copioso currículo. Se trata de Aute Auténtico. Antología poética. Retrospectiva gráfica (Madrid, Ya lo dijo Casimiro Parker, 2020), un libro bello, como objeto, editado con una prodigalidad que, cabría decir, homenajea el contenido y la importancia de la obra del autor que publica. Un libro, para mí, cargado de emoción y gratitud por ser un regalo de una amiga —M. T.— que lo acompañó de una carta en tinta azul dentro de un sobre violeta que comenzaba: «Espero que al recibo de la presente te encuentres bien». Si no fuese por el sentimiento veraz que me llegó en su momento, habría pensado en aquellos manuales antiguos que daban las indicaciones para la redacción de cartas. Los poemas y poemigas de Aute no pasarán a la historia de la literatura —o sí, quién sabe, dentro de cientos de años—; pero creo que hay otros que no están en este libro —lo que algunos consideran letras para canciones— que pueden perdurar gracias a la manera de difundirlos con voz y con música. Pienso en «Sin tu latido», y por eso creo que al auténtico Aute que representa este libro espléndido le habrían venido bien media docena de grandes canciones que de ninguna de las maneras son de un autor menos literario y auténtico. Hay muchos poemas en la historia recuperados gracias a la música y canciones cuyas letras han quedado cinceladas como poemas. No sé.

jueves, abril 01, 2021

Sergio Adillo, poeta


 A la memoria de María Núñez Antúnez

El lunes recibí la novela de una exalumna reciente, Carmen Clara Balmaseda, que ha escrito La crisálida (Salamanca, Editorial Amarante, 2021), de crímenes. Todavía no la he leído; pero siguen emocionándome estos sucesos; noticias que te llegan de las vidas de personas que aprecias, en este caso, con la complicidad de la literatura que alguien —una madre o un profesor de instituto—, en su benéfica tarea, inculcó a su debido tiempo. Hoy me ocupa este libro de poemas de otro exalumno, no tan reciente, Sergio Adillo, que ahora se las da —con razones sobradas— de actor, dramaturgo, investigador y pedagogo. Por su culpa, hay que añadir ahora a su brillante perfil su faceta de poeta, premiado con el XVII Premio César Simón de Poesía de la Universidad de Valencia con su libro La posibilidad de convertir pirañas en peces inofensivos (Valencia, Editorial Denes. Colección de poesía «Calabria», 2020), que es un conjunto de poemas organizado en cuatro trozos y enmarcado por dos textos de clara intención: «Autobiografía» y «Epitafio». En ambos hay su parte de ficción y vuelo lírico, y su parte de verdad. Luego, en las cuatro secciones («Alimañas», «Deseo de ser líquido», «Heridas leves» y «Otras voces») se suceden poemas con una libérrima voluntad de sacar de dentro de todo. Pero ese desembarazo, que combina varias formas y registros, no se aleja de la calidad, de un pulso poético que casi nunca se pierde y de la alusión, velada o no, a lo leído, que es lo que construye casi siempre lo escrito. Hay que saber traerse el recuerdo de las fábulas mitológicas del Barroco a la realidad pastosa y fluvial del camalote del Guadiana, recrear un son cubano que me parece una genialidad, proponer dos soleás sobre soledades que son hallazgos, o evocar a Machado en «Variación» y su «otro milagro de la primavera» para hacerlo rimar con «gasolinera» y que el poema sea verdad, que funcione. De otro que se llama «Falsos amigos» creo que proviene el título del poemario: «instrucciones para convertir pirañas en peces ofensivos», dice el verso en un contexto de comprensión lingüística muy sugerente para la intención de todo un libro. «Agosto en Badajoz» es un poema sobre aquella matanza en la Plaza de Toros en 1936, y «Pax Romana» es uno de esos textos que explican el conjunto y la forma que tiene su autor de entenderse con la escritura. Buen premio para una estupenda ópera prima.