miércoles, septiembre 28, 2022

Cáceres de novela (IV)

En ocasiones los libros aparecen como esa persona en la que estabas pensando y que encuentras en la calle, de camino a un recado que pospones para tomar un café, y que te altera dichosamente buena parte del día. Con los libros pasa. Basta que estés buscando unas palabras para un texto o unas flores para regalar y que estén en las páginas que han caído en tus manos. Apuntas las palabras y las flores; te abandonas a la lectura y dejas para más tarde lo que habías dispuesto al comenzar el día: escribir unas palabras y enviar unas flores. Me ha ocurrido hace nada, cuando culminaba aquello sobre esas novelas en que, por capricho o por fervor, la ciudad de Cáceres ha sido escenario de ficción. Recibí este libro de Carlos Romero Rey, Capital de provincia (Bilbao, Caniche Editorial, 2021), porque el año pasado fue beneficiario de una de las ayudas a la edición convocadas por la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura. De pronto, después de unas semanas dedicado a rematar un trabajo que recompone muchas notas tomadas durante unos cuantos años, aparece algo que alude al mismo objeto que me ha ocupado en ese tiempo. Y no es una novela. Es un libro bien editado y bien escrito que, además, tiene una pulsión narrativa muy interesante, estimulada por ser cacereño el autor, y que no puede estar junto a los textos literarios que he recabado —una treintena—; pero que debe figurar en una modesta contribución sobre la ciudad como escenario literario. Carlos Romero Rey (Cáceres, 1973) propone un ensayo no académico y sí muy personal y sentimental, sin alejarse del rigor y el conocimiento del urbanismo, sobre la ciudad de Cáceres y su entorno, su situación periférica y su rango de capital de provincia. Me ganó al leer en las páginas de introducción a los veintiún capítulos del libro que es un «análisis que no puedo desligar de mi propia subjetividad ni de un lugar preciso, Cáceres, la ciudad donde nací, en la que he vivido una parte importante de mi vida y a la que vuelvo de manera recurrente. Cáceres, como pequeña capital de provincia, como ciudad periférica de una región también periférica, me parece un laboratorio perfecto para ilustrar situaciones y lanzar preguntas que puedan tener un alcance global y que puedan generar una identificación con otros muchos contextos» (pág. 11). Me ganó también al rematar ese prefacio con esto: «Ser de provincias ha dejado de ser una desventaja para convertirse un puesto de observación y reflexión inmejorable sobre el mundo» (pág. 15). Carlos Romero Rey, doctor en Derecho y magistrado, ilustra situaciones y hace preguntas y propuestas a lo largo de las casi ciento cincuenta páginas que llevan insertadas con mucha pertinencia una treintena de fotografías en blanco y negro de los lugares del pasado y del presente que son revividos en ellas. Son muchos: La Madrila —en la que creció el autor—, el Parque del Príncipe, la plaza de Caldereros y el Palacio de la Generala cuando estuvo allí la Facultad de Derecho en la que estudió, el Hospital Provincial, el Cine Astoria, el antiguo Hotel Extremadura… Los recorre Carlos Romero para pensar y hacernos pensar en asuntos tan globales como lograr que nuestras ciudades sean más habitables; pero sus planteamientos tan de sentido común se los trae aquí, a los elementos patrimoniales que desaparecieron como el Cine Astoria o el sanatorio San José, o los que han llegado sin demoler nada como el Hotel Atrio o el Museo Helga de Alvear; a la recomposición urbanística del cerramiento o acristalamiento de muchas viviendas —en el capítulo «Carcel de oro»—; o a las posibilidades que pueda tener una mole tan céntrica como el Hospital Provincial. «La cantera» es un capítulo crítico, que merece leerse; que deberían leer los responsables de la planificación urbanística de la ciudad, que ya no tiene remedio, en decisiones —cuestionadas por Romero Rey— como la de despoblar el centro de la ciudad de sus estudiantes, cuya única vida común intercentros es un autobús atestado («Estar fuera, pero dentro» se titula ese capítulo). He disfrutado con la lectura de este libro que me ha sacado de lo que hago y me ha devuelto a lo que hacía. Ya todo se recompone con esta intención escrita de reutilizar, reciclar, rehabilitar, reinventar, como dice el autor de Ciudad de provincia, un espacio para hacerlo más vivible de lo que es. 

domingo, septiembre 25, 2022

Alicia Lázaro

Anoche, ya de madrugada, leí un correo electrónico de Ana Zamora (Nao d’amores), ya de vuelta en España de su representación de la Numancia de Cervantes en Los Ángeles (California), en el que me daba la noticia de la muerte de la musicóloga Ana Lázaro (Jaca, 1952), directora musical de la compañía de Ana Zamora desde su creación. Hoy me ha dado más detalles y he sabido que falleció el pasado domingo 18 de septiembre, prácticamente mientras su grupo mostraba sobre las tablas su trabajo al público americano, cuyos arreglos y dirección musical han sido de Alicia Lázaro. He tomado la fotografía de arriba de la página de la revista Scherzo, en la que Eduardo Torrico escribe una necrología que resume su vastísimo y extraordinario currículum como instrumentista —vihuela, laúd y guitarra barroca— e investigadora de la música española del Renacimiento y el Barroco, y da un dato que yo no conocía: que sus hermanos regentaron el café «La Fídula» en la calle Huertas de Madrid, que uno frecuentó cuando pasaba por Madrid a finales de los ochenta del siglo pasado. Era titulada por el Conservatorio Superior de Música de Ginebra, y había estudiado en la Schola Cantorum Basiliensis con los profesores Eugen M. Dombois y Hopkinson Smith, y de esa etapa Torrico cuenta también que allí «conoció a Jordi Savall y a Monserrat Figueras. En cierta ocasión, ella misma me confesó que había trabajado esporádicamente como choferesa de Savall y como niñera de sus hijos, Ariadna y Ferran, para poder financiarse los estudios en Suiza». Genial. Fueron numerosos sus conciertos y direcciones de programas dedicados a la música española de los siglos XVI y XVII por muchos países de Europa y de América. Por su imponente trayectoria como directora musical de espectáculos teatrales, vino a Cáceres en junio de 2010, para participar en el Curso de Verano de la UEX «Lecciones de Teatro Clásico. Teatro y música», junto a Ana Zamora, con una ponencia titulada «Nao d’amores: música y acción dramática en la puesta en escena del teatro prebarroco». Ya llevaba casi diez años dirigiendo la música de montajes de esa compañía (La Metamorfosea,  Auto de la Sibila Casandra, Auto de los Cuatro Tiempos, Misterio del Cristo de  los Gascones, Auto de los Reyes Magos, y luego, Danza de la Muerte, Farsas y églogas de Lucas Fernández, Nise, la tragedia de Inés de Castro… o la tan reciente Numancia), y cinco colaborando con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (Romances del Cid, Manos blancas no ofenden, De cuando acá nos vino, y luego Un bobo hace ciento y otros). Fue la directora desde 1997 de la Sección de Investigación Musical de la Fundación Don Juan de Borbón en Segovia, y la Capilla de Música Jerónimo de Carrión. Ambas, Ana y Alicia, volvieron unos años después a Cáceres para participar en una mesa redonda «En  torno a Lucas Fernández y su actualidad escénica», que organizamos en la antigua sede de la Biblioteca Zamora Vicente, con motivo de la representación de Farsas y Églogas de Lucas Fernández, coproducción de Nao d´amores y la CNTC, en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres en junio de 2012. A esa tarde en la que hablamos de teatro, de música y de filología pertenece la foto de abajo, en la que está Alicia Lázaro entre nuestro compañero Antonio Salvador Plans, Catedrático de Historia de la Lengua Española, y Ana Zamora; esa tarde en la que este moderador tanto aprendió de ellos. Justa y emocionada honra a Alicia Lázaro, que nos daba consuelo con sus melodías. Con su sabiduría. 



jueves, septiembre 22, 2022

Recobrada memoria

                                                                                              

Tras tus palabras / vi arder la clara hoguera / de otra existencia.
—Carlos Medrano—

 Se junta todo. Se juntan todos. Carlos Medrano presenta hoy, en unas horas, en Don Benito, su libro Entorno claro (Editora Regional de Extremadura, 2021). En el mismo acto, José Miguel Santiago Castelo será recordado por aquel Aire por aire. A Santiago Castelo (Don Benito, Vberitas, 2015), que se publicó en homenaje sentido por amigos poetas al cuidado del exquisito Juan Ricardo Montaña. Y también, allí mismo, se hará un recuerdo de Ángel Campos Pámpano, nuevamente, al que Carlos Medrano, que anima la memoria de los amigos que se fueron, ha querido homenajear con ese magnífico volumen (Recobrada memoria. A Ángel Campos Pámpano. Don Benito, Vberitas, 2022) que también y tan bien reseñó otro poeta amigo, Álvaro Valverde, y que con el mismo mimo ha cuidado Juan Ricardo, junto con una nueva y magnífica edición de Materia del olvido, aquella reducida plaquette que publicó Antonio Gómez en su colección «Arco iris» en 1985. Hoy se junta todo. Se juntan todos. Nos juntamos, porque quiero estar para ver a Carlos Medrano, que es el protagonista de un encuentro memorable con la poesía y con la amistad. Con la que nos une a los que estamos, con la que nos unió tanto también con los ausentes. Como para que alguien niegue que nos vemos a diario.




lunes, septiembre 19, 2022

Exequias

© Quintanar Pérez. Europa Press.
Hace mucho que perdimos el juicio y los últimos acontecimientos sepultan más hondo cada día las posibilidades de mejora de esta dolencia tan grave. A cada rato mueren soldados rusos muy jóvenes que han matado a soldados de su edad y a civiles ucranianos, cuyos cadáveres no dejan de aparecer en las noticias sobre otra guerra cruel —otra más— muy cercana a nosotros. Es sobrecogedor. ¿Estamos locos? Como en El Diablo Mundo de Espronceda —él también supo expresar la sinrazón de su tiempo como la de todos los tiempos—, no ha cambiado nada, y en la misma calle, en la misma acera está la atrocidad de la muerte y su contrario, y ahora también el boato y el lujo por la muerte. Las exequias por Isabel II de Inglaterra han convocado a más de medio millón de personas que han hecho colas de más de veinte horas para ver un féretro que quizá no haya tenido un cadáver dentro, y la ciudad de Londres ha estado blindada con diez mil agentes de policía y más de mil soldados por la llegada de más de quinientos jefes de Estado de todo el mundo. Parece ser que había dos mil invitados a la ceremonia religiosa. ¿Estamos locos? Mientras, en Ucrania mueren centenares de personas por culpa de uno que igual también estaba invitado a los fastos por una señora que reinó muchos años. Protesto. También porque en los medios se haya usurpado el nombre de nuestro Carlos III para dárselo a otro al que ni siquiera le añaden «de Inglaterra». Hace una semana escuché la tertulia de corresponsales de A vivir que son dos días en la SER en la que intervino Enric González, que defendió que había que llamar al nuevo rey de Inglaterra Charles III, y no Carlos III. No le faltaba razón; pero resultaría ridículo. No conozco a nadie de mi entorno que haya llamado a Isabel II Elizabeth II, y tampoco a nadie que se refiera a su nieto como William. ¿Por qué ocurre esto con los nombres de los reyes extranjeros al nombrarlos en español? Aquí castellanizamos a las reinas y a los reyes extranjeros. Igual es que aquí, como decía el otro día El Roto en su viñeta, somos muy monárquicos; pero de los reyes ajenos. En Italia también adaptan nombres tan ilustres y los italianizanregina Elisabetta y re Carlo—; pero no en la prensa de Francia y de Alemania, en la que los escriben en inglés. Sé que es una tontería; pero un titular a toda plana de «Muere Isabel II» en un periódico español en septiembre de 2022 a mí me choca, y me acuerdo de «La Chata», de nuestra Isabel II, La reina castiza de don Ramón María del Valle-Inclán, la que tuvo aquel entrañable «gesto» de vender parte del Patrimonio Nacional reservándose un veinte por ciento, y a la que ahora no hay manera de encontrar en las búsquedas en Google. Casi lo mismo ocurre con Carlos III, el «mejor alcalde» de Madrid. Mi protesta, es obvio, no es por esta bobada; sino por la falta de juicio que mostramos cada día sin ningún pudor, sin ningún reparo. Por esta costumbre de siempre de desatender un montón de cadáveres y de idolatrar a uno solo. Es la distancia moral generalizada que hay desde una fosa común hasta un panteón. Estamos mal.

Pie de foto: un padre toma la mano de su hijo de trece años, muerto en la calle, por un ataque ruso en la ciudad de Jarkov.

martes, septiembre 13, 2022

Notas para Javier Marías

Nota 1. Murió el domingo. La noticia me la dio Álvaro Valverde después de un guiño afectuoso por el concierto de Ludovico Einaudi en Mérida el próximo sábado 24 del mes en curso. (Hace muchos meses que Pedro, mi hijo, compró dos entradas para ir juntos y repetir mejor la experiencia de escucharlo). Fue un impacto conocer la muerte de Javier Marías, que también me llegó por una profesora amiga luego y por otras vías. No sabía que estaba enfermo. Creía que había parado por las vacaciones la publicación de sus columnas en El País Semanal. Nota 2. Leí ayer la que estaba inédita, sobre los traductores. «—Muy buena» —me dijo por la mañana mi compañera Pilar Montero, que coincidió con él en Alemania. No la he compartido con mi hijo porque he supuesto que ya la habrá leído y que será viral entre los graduados en Traducción e Interpretación y entre el medio de los traductores literarios. Nota 3. Ocurre por ley de vida y de improviso radical injusto también. No sé cuántas páginas de papel prensa tendré guardadas —y localizadas, sí— que recogen la noticia y las colaboraciones necrológicas sobre la muerte de un autor eminente. Por aquí andan las que se publicaron sobre Vicente Aleixandre (1984), Juan Benet (1993), Adolfo Bioy Casares (1999), Rafael Alberti (1999), Camilo José Cela (2002), Ángel Campos Pámpano (2008), Gabriel García Márquez (2014), José Miguel Santiago Castelo (2015), Juan Goytisolo (2017), Antonio Fraguas «Forges» (2018), Julián Rodríguez (2019), Juan Marsé (2020)…, entre tantos y en estricto orden cronológico, que es lo que impone esta situación que incluye ahora a Javier Marías (2022) en mi humilde panteón de papeles, que es donde se reencarna cualquier escritor. (Que nos lo digan a los profesores de literatura). Nota 4. «A mi señor padre, el primer escritor que vi», tituló Marías un artículo publicado el Día del Libro y de San Jorge de 1999 en la página de Opinión (15) de El País que tengo guardado desde entonces. Ahora, junto a aquellas páginas que han dado noticia de su muerte. Incluidas las de hoy mismo, martes y trece. Nota 5. Me acuerdo de Elías Moro y de que el 6 de septiembre de 2010, en la entrega de los Premios Extremadura a la Creación en el Teatro López de Ayala, con el premiado José Antonio Zambrano, me regaló su ejemplar de la primera edición de Travesía del horizonte (1972) —en la foto de arriba—, la segunda obra de Javier Marías, cuya nota biográfica decía: «Javier Marías tiene 21 años y nació en Madrid, ciudad donde reside y en cuya Universidad cursa estudios de Filosofía y Letras». Nota 6. Hace muchos años intenté sin éxito traer a Cáceres al autor de Tomás Nevinson (2021) —aquí, todavía sin leer—, y mi primera llamada telefónica recibió la respuesta automática de un contestador: «Esta voz está de viaje. Deje su mensaje después de la señal». Dejé mi mensaje y luego no pudo ser. Creo que fue Luciano Feria quien me facilitó su contacto, pues él sí consiguió que fuese al Instituto «Suárez de Figueroa» de Zafra años antes. Luego, con motivo de la entrega del XIII Premio Dulce Chacón, volvió a finales de 2018 para recogerlo, y aquello, me contaron, fue muy gratificante. Me quedé sin conocerlo. Nota 7. Sin conocer a un escritor inmenso, muy leído, y muy contestado de manera muy encendida por fieros y elevados lectores que difundían la especie de que Javier Marías tenía éxito en países como Alemania porque la traducción mejoraba su sintaxis. Contra esa especie ha escrito hoy Manuel Vilas en El País. Me quedo con muchas de sus páginas. Queda en todas sus páginas. Nota 8 y última. «No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido.» Es el principio de la primera parte (Fiebre y lanza) de Tu rostro mañana (2002).

jueves, septiembre 08, 2022

Cádiz y Azúa

No es corriente encontrarse en la prensa diaria referencias a algún texto o estudio que tenga tanta relación con lo que uno está; sobre todo, si se trata de algo de hace más de doscientos años. Yo, cuando ocurre, siempre lo celebro; pues se multiplica la difusión de una obra, constreñida por su naturaleza a un ámbito reducido, solo por ser citada por alguien que tiene muchos lectores o que escribe en un medio muy difundido. Ha sido el caso de una columna de opinión de uno de los escritores colaboradores del periódico que leo en papel todos los días, Félix de Azúa: «Los orígenes» es el título, y se publicó este martes en El País. Evocaba Azúa los convulsos años del Cádiz de las Cortes en los que cuajaron dos Españas que desgraciadamente han pervivido muchos años helándonos los corazones. Intuyo que el asunto de su texto está motivado por su conocimiento sobrevenido de varias novedades editoriales que tratan esa época: la antología, que no es ninguna novedad, Andalucía: cinco miradas críticas y una divagación (Fundación José Manuel Lara, 2003), con textos de Clarín, Azorín, Eugenio Noel, Ortega y Gasset, Luis Cernuda y Juan Gil-Albert, redifundidos así hace años en edición de Alberto González Troyano; la edición del Diccionario razonado, manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España…, de quizá Justo Pastor Pérez Santesteban que ha preparado (Renacimiento, 2021) la profesora de la Universidad de Cádiz Marieta Cantos Casenave; y la edición del Diccionario crítico-burlesco del que se titula Diccionario razonado… (Ediciones Trea, 2022), de Bartolomé José Gallardo, al cuidado de Alberto Romero Ferrer y Daniel Muñoz Sempere, también profesores de la Universidad de Cádiz. Todavía no tengo —me está llegando— la muy esperada edición del Diccionario del extremeño Gallardo; pero sí tuve durante muchas semanas en mi escritorio la del Diccionario razonado del antipático —si fue solo uno— Justo Pastor Pérez Santesteban al que respondió Gallardo con su brillantez crítica y burlesca. La leí y escribí una reseña que se publicará en el volumen de este año de los Cuadernos Dieciochistas de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII. Por todo, me alegro de que un periódico de tanta difusión como El País publique noticias u opiniones sobre textos que nos ocupan y entretienen a aquellos que nos dedicamos a difundir la historia literaria y política de épocas tan estimulantes para el estudio. En el Diccionario razonado y tan irracional de Justo Pastor Pérez, una de las palabras más citada es «filósofo», como sinónimo de barbón, de pisaverde, de cómico o farsante, de charlatán, de enemigo de las verdaderas luces, de aquel hombre que nunca pudo llegar «a estudiar las facultades mayores» (sic). De liberal se dice que es «todo lo que se dirige a quitar las trabas a los hombres». De la Razón que es un brindis «filosófico de un espíritu fuerte de opio que embriaga y adormece a unos y enfurece a otros». Gallardo respondió —sin saber a quién— a un retrógrado como Pérez Santesteban que decía que la Inquisición era un tribunal que debería conservarse para preservar el orden y los buenos principios. Al llegar al final de la columna de Azúa me acordé de esos azulejos que uno puede ver en algunos bares de este maravilloso país: «Hoy hace un día estupendo. Verás como entra alguien y nos lo jode». Yo estaba entusiasmado con que el autor de Cepo para nutria —siempre me gustó este título— y tanta obra más —aquel Diario de un hombre humillado, o su Diccionario de las artes— aludiese a unos libros tan cercanos y de autores que conozco; y leí con mucho interés que Azúa reiterase una verdad como que el tremendo final de los ilustrados, los afrancesados y los liberales «retrasó la modernización del país por lo menos un siglo». A eso llegaba uno cuando leyó las referencias a las obras ya conocidas que tanto celebro que sean citadas en un medio de tanta difusión; pero, sorprendentemente, Azúa concluía su texto comparando aquellos enfrentamientos entre liberales y absolutistas en las Cortes de Cádiz, en el contexto de la publicación de aquellas obras que fomentaban el odio como el Diccionario razonado, con la situación actual, como si no hubiese diferencias, pues decía: «Habría que ver dónde y bajo qué siglas caen hoy unos y otros. No es obvio». ¿Que no es obvio? Por favor… Que alguien no tenga certeza sobre esto es de un preocupante daltonismo intelectual y es una desgracia que inquieta.

domingo, septiembre 04, 2022

Jardín privado compartido

Con Álvaro Valverde

Teníamos que retirarnos hasta un rincón de la casa desde donde él no se apercibiese de nuestra presencia cuando entrara. Yolanda lo había preparado todo para que llegase a Trujillo convencido de que iba a tener una reunión con sus amigos suizos de Grandson —el diseñador Jorge Cañete y su compañero Christophe Berdat— para preparar la exposición trujillana de Extemamour de noviembre. Nos apostamos en una preciosa terraza con vistas que mostraba en el muro esos primeros versos del poema «Mi jardín» de la fotografía de arriba. Es uno de los poemas de El cuarto del siroco (Tusquets, 2018), publicado poco antes de que Álvaro Valverde, el protagonista de ayer, me dijese que había enviado otro libro inédito a su editorial. Era el Cuaderno de Sofía, del que conocimos los textos que se publicaron en la revista Sibila en 2018 y otros dos que el propio Álvaro también publicó en su blog con sendas traducciones al búlgaro de la poeta y profesora Zhivka Baltadzhieva. Deshecha la sorpresa; ayer, ya caída la tarde, ante Yolanda, su hija Leticia y su amigo Carlos, con Fátima Beltrán y Juan Ramón Santos, y nuestros anfitriones Christophe y Jorge, Álvaro Valverde nos leyó entero su inédito Cuaderno suizo, que formará parte de su libro futuro en Tusquets Sobre el azar del mapa y que reunirá los dos cuadernos con ese nuevo título que proviene de uno de los poemas de Territorio (1985), su primer libro, con el que echó a andar su brillantísima obra poética. Gracias a la complicidad de (Y) quien lleva casi toda su vida con Álvaro, gocé de un lugar privilegiado y de una compañía selecta, de la emocionante lectura de los versos no conocidos de un amigo que es hoy una eminencia en la poesía española contemporánea; de conocer en directo versos que aludían al entorno que nos acogía, un patio con un olivo centenario, un ciprés discreto y un jazmín efusivo en su aroma cuando ya era de noche y nos despedíamos. Un entorno ya visto en aquel poema sobre un jardín de todos en el que alguien decidió escoger unos árboles, unos arbustos y plantas «para dar forma propia al paraíso», como yo mismo vi ayer. J. y C. nos acompañaron hasta los coches —abajo— por la Cuesta de San Andrés. Los había conocido hacía tres horas; pero el lugar, la compañía, la conversación, la complicidad, los gustos intuidos y hasta los fuegos artificiales de las fiestas de la Victoria que habíamos compartido pusieron un afecto tan especial en la despedida como si nos conociésemos desde antiguo. Por esto me ha apetecido escribir este encuentro poético tan memorable. Gracias a Yolanda. Gracias a personas tan hospitalarias como Jorge y Christophe. Con Álvaro Valverde, nuevamente.

 

P. S.: habría sido fácil cortar de las fotografías un botellín de cerveza ajeno al que en ese momento leía sus poemas; pero la escena habría perdido lo esencial de su entorno, la parte del jardín, la escalera que lleva a la terraza, las piernas y las manos de Christophe —a mi lado—, la piscina y el interior de la casa desde el patio. Aquí quedan, con la complicidad de Y.




jueves, septiembre 01, 2022

Hernán Cortés, 35

Donoso y emocionante escrutinio de algunos de los libros y papeles de Ángel Campos Pámpano (1957-2008) que aún quedaban en su domicilio familiar en San Vicente de Alcántara, en la casa de Paula Pámpano, su madre, que falleció en abril de 2001 y a quien dedicó su libro de poemas La semilla en la nieve (2004). La casa en la que nació el poeta ha pasado ya a otros propietarios, y su familia —este verano— y algunos de sus amigos —hoy mismo— hemos ayudado a desocuparla y buscar sitio a un material que incluye centenares de periódicos y suplementos culturales, recortes de prensa, decenas y decenas de revistas literarias —Cuadernos hispanoamericanos, Revista de Occidente, Syntaxis, Fin de Siglo, El Ciervo, Ínsula…—, entre las que se encuentran las que el propio Ángel editó —hay numerosos ejemplares de diferentes números de Espacio/Espaço Escrito, aunque no dan para completar la colección de los veintiocho que se publicaron. Hay apuntes de sus años salmantinos de estudiante, y me he traído como recuerdo la papeleta de la nota de Lingüística Románica de 5º («Aprobado» en junio de 1980), y hay otros folios añejos que supongo sirvieron para sus clases ya en los institutos en los que estuvo. Hay dos copias mecanografiadas de la traducción de las Odas de Ricardo Reis que publicó en Balneario Escrito con prólogo de Gonzalo Torrente Ballester, a quien dejó esta nota manuscrita que tengo: «Ahí le dejo las Odas de Ricardo Reis, espero que le agraden y pueda escribir, sin compromiso alguno, unas palabras liminares de presentación (2 ó 3 folios). Le telefonearé el martes próximo. Agradecido. Ángel Campos». Vaya que si las escribió, sí; y estuvo don Gonzalo en la presentación de la edición en el bar-café Alcaraván de Salamanca en diciembre de 1980. Escribo ahora y redoblo el entusiasmo de esta mañana mientras toqueteaba papeles y libros junto a dos tan grandes amigos de Ángel como Luis Arroyo —que llevó unos menudillos de Navalvillar de Pela— y José Juan Cuño. Y doy noticia de lo que he visto y me he traído para que el que guste me pida cuentas. Para que sus hijas sepan que tengo un ejemplar del libro de José Antonio Maravall, Teatro y literatura en la sociedad barroca (Madrid, Seminarios y Ediciones, S.A., 1972) en el que su padre escribió, como en otros tantos libros que compraba: «para mi uso, mi abuso e incluso mi desuso». Lástima ahora que testimoniemos su desuso. Para que Elías Moro —que ya lo sabe— sepa que tengo un libro temprano de poemas inéditos —muy malos, dice él— que tituló Cuerpos en una playa, o para que a Gonzalo Hidalgo Bayal —que no sabe nada— le conste que en mi casa está desde hoy el mecanoscrito de su primera novela, Mísera fue, señora, la osadía. A su disposición. A Tomás Sánchez Santiago tengo que escribirle para decirle que he encontrado esta mañana una postal que envió a Ángel desde Algeciras cuando debió de empezar a dar clases en algún instituto de allí. Y a Ángel, desafortunadamente, no puedo decir nada. Pero puedo pensarle, y afirmar que he tenido la satisfacción de disfrutar un poco de él, de compartir documentos familiares como el original del libro que presentó Juan Manuel Rozas, con el lema «Ulysses-Joyce», al Premio «Residencia» para que le leyese un grupo de personas cercanas antes de publicar su primer poemario, De la consolación y de sus dioses (1984); o los folios que sirvieron para una memorable lectura poética en Zafra en la «Semana de la Poesía» (1983) en la que intervinieron Ángel, Basilio Sánchez, Luciano Feria, Álvaro Valverde, José Antonio Zambrano y Joaquín Calvo Flores. Me ha emocionado encontrar esos folios que sé que están también en casa de mi hermano en Zafra. Vaya mañana llena de papeles, de recuerdos y emociones. Muchos libros también, los que fueron del estudiante de la Universidad de Salamanca que volvía al pueblo a finales de cada curso —la Crestomatía del español medieval de Ramón Menéndez Pidal, los Ensayos de lingüística general de Roman Jakobson…—, y que compraba en librerías amigas como Hydria; los del lector, del profesor, los del traductor…: en marzo de 1986 José Bento le dedica su monumental Antologia da Poesia Espanhola Contemporanea (Lisboa, Assirio e Alvim, 1985) deseándole que no desistiese en la batahla perdida (?) de aproximar a España y Portugal; y de 1987 es un volumen de Ensaio de uma despedida, una antología de textos de Francisco Brines traducidos por Bento y con prólogo de José Olivio Jiménez, que el portugués dedica a Ángel en enero de 1989, dedicatoria a la que se suma el mismísimo Brines con un abrazo. Con libros así logro recomponer algunos de los momentos de la biografía de Ángel Campos Pámpano, que luego llevaría a Brines al Aula Díez-Canedo, y a Bento, que presentó a Valente cuando leyó sus poemas en ese foro en abril de 1993. Me lo he pasado tan bien con Ángel que he leído a mis amigos algunos de mis hallazgos mientras rebuscaba. Por ejemplo, la copia a calca de un informe mecanoscrito que Ángel hizo en el verano de 1985 sobre un libro de poemas: «Los buenos propósitos no son siempre buenos consejeros para escribir como Dios manda. Para hacer poesía se debe respetar, al menos, la ortografía, y, si es posible, no «faltar contra la métrica», no «vulnerar la prosodia» ni «trabucar la gramática». Difícilmente el autor de este libro se atiene a estas prudentes consideraciones. […] Excesivos errores para un libro tan breve». Otra pieza que me llevé esta mañana: Poesía y reflexión. La palabra en el tiempo, aquel libro de Manuel Ballestero (Taurus, 1980), que también tenía Ángel, comprado «un mal día de marzo de 1982», según dejó escrito en su ejemplar con su letra tan reconocible. Podría seguir. Debería seguir. La familia de Ángel Campos Pámpano y sus amigas y amigos nos valemos de sobra para preservar lo que todavía queda de su biblioteca; pero no vendría mal que un centro educativo como el Instituto de Educación Secundaria «Joaquín Sama» de San Vicente de Alcántara, o la Biblioteca Pública, la Casa de la Cultura que lleva el nombre del poeta y traductor, o la Biblioteca de Extremadura que podría reclamar un espacio «Ángel Campos Pámpano», reaccionasen para poner al alcance de quien lo desee este fondo diverso y singular por estar marcado con los apetitos literarios de alguien tan especial, que tanto hizo para que los demás leyésemos. Llevo así todo el día, por razón de sus libros y papeles, tan cercano a lo que importa.