lunes, junio 21, 2021

Lope manda. Lope al toque. Lope al baile

© Javier Remedios
No creo que los tiros vayan por una necesidad de atraer a un público que no acude al teatro de siempre, al más convencional; no, no lo creo. El público sigue llenando las salas cuando remontan monólogos como Cinco horas con Mario o clásicos clásicos, como La vida es sueño o Hamlet si están bien hechos. Lo que, a mi parecer, viene ocurriendo desde hace mucho tiempo es que el teatro también busca formatos que totalizan el espectáculo, que lo hacen más grande y rico, más actual. En esta edición, la XXXII del Festival de Teatro Clásico de Cáceres hemos tenido la ocasión de asistir a dos propuestas de este tipo que me han parecido extraordinarias y que han contribuido a que la programación de este año esté siendo muy diversa y rica, de mucha calidad; y que está, yo creo que no por un aforo más reducido por la situación pandémica, noche a noche agotando las entradas. El Caballero de Olmedo del pasado miércoles en Las Veletas fue un espectáculo total, con música en directo, con un cantaor, Manuel Pajares, soberbio, con actores que bailaban y con bailarines que actuaban, en un intento de integración que siempre es arriesgado por el desequilibrio del que pierde el paso. Ocurrió por momentos en los que este espectador apreció una sobrecarga del baile —excelente— frente al texto. Para mí tenía, además, el atractivo de volver a ver en el escenario a mi exalumno Sergio Adillo, autor, ahí es nada, de la versión de la obra, que interpretó de manera destacada el papel del criado Tello. Lo del sábado fue más allá aún, tanto que tuvo que trasladarse por la lluvia al Gran Teatro: Castelvines y Monteses, de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y Barco Pirata Producciones, que montaron la pieza de mediados del siglo XVII en la que Lope teatralizó la historia de los amantes de Verona, que conoció alguna edición en el primer tercio del siglo XIX junto a Los bandos de Verona de Rojas Zorrilla, otra de las obras orbitales del Romeo y Julieta de Shakespeare y, antes, de la novelita de Bandello. No lo digo por falsa erudición, sino por lo importante que es que no olvidemos de dónde proviene lo que contemplamos en espectáculos así de contemporáneos. Por eso me ha parecido tan certero lo dicho por el autor de la versión y director del montaje, Sergio Peris-Mencheta, al referirse a que, a pesar de todo, de la tan sugerente envoltura en música, baile y movimiento de esto, se trata de un teatro de texto y que «Lope manda». Y trece intérpretes tan asombrosamente conjuntados que en este caso no mostraron ningún desequilibrio entre la parte musical o vocal y la de interpretación. Geniales todos. Debe de ser muy difícil lograr tanta armonía y mantenerla a lo largo de más de dos horas y que dé la sensación de que te las han subrogado por la mitad. Espectáculos así consiguen llenarlo todo y minimizar los eventos consuetudinarios que acontecen en la sala, como el comportamiento de esa gente que no sabe comportarse en un patio de butacas, sin respeto a los actores ni a los vecinos de filas, hablando a voces como si estuviesen en el Parlamento. Como no sé si tendré tiempo para seguir escribiendo esta crónica improvisada del XXXII Festival de Teatro Clásico de Cáceres, diré, para abundar en lo de la calidad y la diversidad, que este fin de semana pasado también hemos visto dos propuestas muy distintas y exquisitas de teatro de actor, con los elementos necesarios para subrayar la interpretación de los portavoces del texto. Ha sido, también a cobijo del Gran Teatro por la lluvia, con El mercader de Venecia el viernes 18 y con Eduardo II el domingo 20. Sobresaliente. 

sábado, junio 19, 2021

Teatro universitario

Hace días que anoté en mi agenda una de esas actividades del Festival de Teatro Clásico de Cáceres que quedan menos visibles en el programa. La verdad es que no sé cómo llegué a ella, porque ahora no encuentro por ningún sitio una noticia sobre su programación. Lo más probable es que no tuviese ninguna relación con el cartel, y que fuese una de las que me llegan al ordenador o al teléfono y que esta ciudad ofrece a un paso de casa y gratuitamente. Me alegro de haber anotado algo así. Fue en la sala de Maltravieso Teatro, este jueves, a las 20:00 horas —casi puntual—, con aforo reducido, controlado (te ponen una pistola en la cabeza y amagan el tiro solo cuando comprueban que estás degradado). El grupo del Aula de Teatro de la Universidad de Extremadura representó su Romeo y Julieta. Una tragicomedia musical, bajo la dirección de Raquel Bravo. No voy a escribir (!) la estupidez de que rejuvenecí —por muy figurado que sea— casi treinta años; pero sí que me transporté a 1992, a cuando colaboré en la revitalización del Aula de Teatro de la UEX, junto a alguien que tiene mucho que ver con lo que vi: Isidro Timón. Vimos algo que sigue emocionándome. Algo tan elemental y verdadero como que un grupo de estudiantes representen su afición, sus ganas y sus inquietudes, sean cuales sean los textos o dramaturgias que les sirvan de base. Tengo delante las palabras que publicó en 1932 el extremeño Enrique Díez-Canedo sobre la agrupación universitaria «La Barraca». Decía que sus estudiantes no aspiraban a ser gente de teatro y que su cuadro dramático no era un plantel de actores, que en estos grupos aficionados el teatro era un medio, no un fin; y que eran «sembradores de un gusto, despertadores de una afición, cuyo provecho irá a recaer en el teatro regular a poco que éste sea digno de su misión de cultura» (El Sol, 20-XII-1932, que cito por la selección de artículos de crítica teatral de Díez-Canedo que publicó Gregorio Torres Nebrera en la Editora Regional de Extremadura en 2008, El teatro y sus enemigos. El teatro español de su tiempo…). Tal cual el jueves con los estudiantes del Aula de Teatro de la UEX y su propuesta sobre Romeo y Julieta, que algunos recordarán como una experiencia única en las que se vieron un poco a sí mismos, y otros quizá lleguen con el tiempo a interpretar, a ser actores, lo que significará que habrán logrado ser irreconocibles, personajes absolutamente enajenados de sus identidades civiles. Porque de estas experiencias siempre sale algo que lleva a la profesión teatral. Allí mismo, con Isidro, hablamos de esa mágica manera de hacer grupo que motivan actividades así. Todavía —me decía él— quedan para verse aquellos con los que trabajamos hace tantos años, y de esta piña brotará algo seguro. Una piña de doce estudiantes que consiguió cautivarnos con su trabajo, con el mérito de hacer teatro bajo la dirección de alguien como Raquel Bravo, formada en la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura, que supo sacar lo mejor de un elenco del que destaca quien interpretó a Julieta, y que demostró saber aprovechar recursos escasos —y no por precariedad sino por talento— para hacer una propuesta atractiva con movimientos corales, con detalles como un palo que hace de barandal o una pañoleta que caracteriza a un personaje de notable significación secundaria. En otros tiempos también hacíamos lo que podíamos y me entusiasma reconocer estas vocaciones que, como decía Díez-Canedo, serán misión de cultura.

lunes, junio 14, 2021

Gonzalo Hidalgo Bayal en «Turia»

Hay días que el correo trae a casa algo de leer que lo altera todo y trastoca las prioridades para imponerse como lectura principal. Pasó el lunes 19 de abril cuando recibí el número doble (137-138) de la revista Turia, que edita el Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación Provincial de Teruel, fundada y dirigida por Raúl Carlos Maicas. Tenía que haberlo recogido en el acto de su presentación previsto aquí en Cáceres para el 23 de marzo de este año; pero no pudo ser, dadas las circunstancias. Y sus editores tuvieron el buen acuerdo de enviarlo a los colaboradores. A pesar de la fruición del momento en que recibí mi ejemplar, me detuve tan solo en algunos de los textos publicados en el «Cartapacio» dedicado al escritor Gonzalo Hidalgo Bayal, lleno de textos inteligentes sobre su obra literaria. Y en uno, sobre todos: el del propio Gonzalo titulado «Las lágrimas de Miguel Strogoff», que, a partir de ahora, hay que poner como uno de los principales de su bibliografía y no apto para niveles triviales del consumo literario. También aquel día de abril pude picotear en la sección de «Poesía» llena de nombres conocidos, no solo por ser extremeños en su mayoría: Nuria Barrios, Sandra Benito, Pureza Canelo, José Antonio Conde, Efi Cubero, Álex Chico, Jordi Doce, María José Flores, Eugenio Fuentes —y la visita imprevista de unos versos—, Carlos García Mera, Carmen Hernández Zurbano, Javier Lostalé, Mario Martín Gijón, Elías Moro, Ana Muñoz, Javier Pérez Walias, Antonio Rivero Machina, Ada Salas, Basilio Sánchez, María Fernanda Sánchez, Irene Sánchez Carrón, Enrique Villagrasa y José Antonio Zambrano —cuyos libros ocupan mi escritorio estos días por trabajo y por querencia. En realidad, pude leer tan solo una parte de las más de cuatrocientas cincuenta páginas de este volumen con ilustraciones de Fermín Solís que se presenta hoy en Cáceres (Sala Malinche del Complejo Cultural San Francisco, 19:30 horas). Sobre él dio buena cuenta Álvaro Valverde, que destacó mucho de lo importante; pero es tanto el contenido, que es bien difícil pararse a seleccionar. Desde que el volumen está en casa, sí es cierto que lo he podido leer casi enteramente desde lo que Teodosio Fernández escribe sobre Luis Sepúlveda hasta la última reseña de esa sección, «La Torre de Babel», que me atrevo a decir que no tiene parangón en número de colaboraciones entre las revistas culturales que se publican en España. En vecindad con la sección monográfica bayaliana, hay dos conversaciones, una con el artista Vicente Rojo, que firma Alejandro García Abreu, y otra muy especial por la cercanía con el objeto del «Cartapacio» de esta espléndida Turia, la que mantiene Fernando del Val con el poeta Álvaro Valverde, que leí con gusto y complicidad. Muchas conversaciones puede tener el lector con la literatura contemporánea entre las páginas de este valioso volumen de tan veterana revista; y buena conversación nos ofrecerán esta tarde el propio Álvaro Valverde —que escribe sobre la razón poética de Gonzalo Hidalgo Bayal—, Luis Landero —que responde en una entrevista a las preguntas de Fernando del Val sobre su amigo Gonzalo Hidalgo Bayal— y Gonzalo Hidalgo Bayal, el protagonista del encuentro.



domingo, junio 13, 2021

Peribáñez

Exterior noche. Plaza de Las Veletas. Acababa de empezar la obra, en la escena primera, con Casilda y Peribáñez de novios, cuando comenzó a llover, encendieron las luces del público y se paró la representación. Silvia González Gordillo, la directora del Gran Teatro de Cáceres y del Festival de Teatro Clásico, anunció sobre tablas que íbamos a esperar unos minutos y que, si cesaba la lluvia, continuaría la función. Y así fue. La duda era si volverían al principio o retomarían por donde lo dejaron. Y fue esto último, con el acierto de Isabel Rodes (Casilda) de adaptarse a la métrica del momento con un «Como te iba diciendo»…, al que reaccionó con risas el público, y que enlazó, pongamos por caso con versos como «Pareces cirio pascual / y mazapán de bautismo / con capillo de cendal, / y paréceste a ti mismo, / porque no tienes igual», que ahora no recuerdo haberlos escuchado en la versión de Yolanda Pallín, que me ha parecido respetuosa con unos versos de Lope bien seleccionados para ajustarlos a una hora y media sin pausa. Una hora y media que se quedó en una hora hasta casi el final del segundo acto, antes de que todo lo importante de la intención que sostiene la obra se expresase: la firmeza de Casilda y la dignidad de Peribáñez. La dignidad de ambos. Y un llover a chuzos que vació las gradas sin protocolo, y que nos dejó en Cáceres sin saber cómo resuelve este montaje el desenlace, cómo Peribáñez defiende su honradez y su honra como villano y caballero ante el poderoso, o si aparecen los reyes al final para cerrar todo. Es fácil averiguarlo; pero esta crónica de teatro es de las que a mí me gustan, esas que hablan de lo que pasó por una vez única en muchas veces repetidas (o no). Paraguas abiertos y protestas de los de atrás que no veían nada, señora. Nos vamos a empapar, cariño; vámonos. Han dicho que si escampa siguen. Yo no he escuchado nada; podrían decirlo por megafonía. La crónica de lo extraño de que todos los aplausos de anoche fuesen extemporáneos, pero muy justificados. En el primer parón, el público aplaudió; cuando se reanudó la representación también; igual que cuando, finalmente, nos levantamos, frustrados y mojados, quisimos dejar ese reconocimiento al intento de los profesionales de terminar su trabajo. El imponderable de ayer no me impide seguir calificando que el ejercicio machista de la autoridad del Comendador es una violación —irrumpe en la casa de Casilda— como la de Tarquino sobre Lucrecia —también ve invadida su casa— en la tragedia de Nicolás Fernández de Moratín. La pieza de Lope termina bien —aunque ayer no—, y sirve para confirmar algo que Eduardo Vasco, el director de este Peribáñez, siempre ha defendido en unas propuestas sobre el teatro clásico que propician que el espectador se plantee asuntos de su presente mientras contempla una historia de su pasado. 

viernes, junio 11, 2021

De nada

 Hay días en que a uno se le quitan las ganas de todo.

lunes, junio 07, 2021

7-J

Creo que no fue por timidez, sino por parecerme ridículo pedir un autógrafo a la mujer que esta mañana me puso la segunda dosis de la vacuna. Llevaba, con los periódicos, el cuaderno en el que escribo mucho de lo que luego pongo en este blog, y podía habérselo ofrecido para que me firmase en la página que tenía marcada. No lo hice. Quizá debí asumir las consecuencias y verme señalado durante los quince minutos posteriores al pinchacino, como aquel que había pedido un autógrafo a la auxiliar que le había vacunado, que se corriese la voz entre sus compañeras y que buscasen a un tipo calvo sentado con unos periódicos, un cuaderno y un sombrero sobre su regazo, y con un problema importante: apagar la linterna de su teléfono. No sé cómo pasó; pero quizá se activó cuando me sentí iluminado por la idea de pedir una rúbrica a mi vacunadora, y me acomodé en la sala con una luz que luego supuse que habría hecho sentir a todos que estaban a oscuras y que yo era el único que sabía guiarme. No comprendí nada, no me explicaba por qué la pantalla de mi teléfono no reaccionaba para apagar una luz tan innecesaria en un espacio tan luminoso a las nueve y media de la mañana. Qué torpeza. Tanta como para que uno de mi quinta, sentado una silla cercana, me advirtiese de que se me había caído al suelo la tarjeta sanitaria, mi mayor orgullo. Se lo agradecí, claro. Por el momento, todo bien. El único efecto secundario tras la inoculación ha sido esta entrada.

viernes, junio 04, 2021

Adolescente Gómez de Liaño

Turpin Editores y Gráficas Almeida —impresores desde 1954— están muy presentes en mis apuntaciones de este blog por culpa de Víctor Infantes (1950-2016), a quien tengo en el recuerdo mientras escribo estas líneas. José Manuel Martín, que fue buen amigo y cómplice de taller de Víctor, continúa, afortunadamente, editando libros; y desde hace cuatro años en la calle Alondra de Carabanchel que ahora ha llevado al nombre de su editorial y a esta colección, después de muchos en el madrileño Barrio de las Letras (Calle Santa María). Para que se vea cómo se las gastan algunos impresores, copio el colofón del libro que me ocupa esta noche: «Este libro se terminó de imprimir el 14 de marzo con la luna nueva de Piscis. Festividad de Santa Matilde, piadosa reina, madre de Otón el Grande, emperador de Alemania». Y luego llegarán tipos como yo diciendo que todos los colofones mienten. Una verdad como un tipo; digo, como un templo. El libro: Ignacio Gómez de Liaño, Poemas de un adolescente (1960-1965). Madrid, Turpin Editores (Colección Alondra, 1), 2021. El profesor Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) es uno de los nombres más significados en el panorama de la poesía experimental española desde los años setenta. Aparte de la curiosidad histórica de airear poemas muy juveniles, este libro de Turpin, editores de la calle Alondra, contiene el relato personal de aquellos años: «Esa fase de poeta experimental tuvo su momento álgido en el año 1972. En mayo de ese año construí un laberinto de aire con forma de tripa que ocupaba varias salas del Instituto Alemán de Madrid. En junio realicé varios poemas públicos y aéreos en los Encuentros de Pamplona. Y entre julio y noviembre me concentré en un Poema Privado, que realicé en una zona campestre de la isla de Ibiza. Ese Poema Privado representa la culminación de mi poesía experimental. Lo evoqué en mis novelas Extravíos (2007) y El juego de las salas de Salas (2018) y el MNCARS ha dado cuenta del mismo en la ya mencionada exposición Ignacio Gómez de Liaño: Abandonar la escritura y también se ha dado cuenta en la que hizo el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza en 2016 con el título de 1972. Los juegos del Espinario. El proceso de creación de ese Poema Privado se puede seguir en En la red del tiempo 1972 1977. Diario personal (2013)» (págs. 14-15). Estas palabras de la «Presentación», testimonio de una época, preceden a un grupito de poemas adolescentes entre los que hay sonetos, una redacción en verso, alguna traducción —de Ovidio—, y algunos textos desestructurados que fueron los primeros brotes de lo experimental. Ganas me dan también de compartir con artistas como Antonio Gómez, referente de la poesía experimental, estas menudencias de bibliófilo que se alegra de tener otro libro tan bien cuidado y nunca exento de errata. Conste aquí como una nótula sobre un libro invisible.

miércoles, junio 02, 2021

Géneros dramáticos del siglo XVIII

Ayer me ocupé de este libro. No solo custodié en mi despacho varias cajas con medio centenar de ejemplares, sino que repartí unos pocos entre algunos compañeros y, al final de la mañana, fui a casa de su autor a entregarle los diez ejemplares que quería tener. De la familiaridad y de la amistad que lo explican todo ya hablé aquí el septiembre anterior a todo el desastre de la pandemia. Además, son las prendas que justifican que uno figure en la cubierta y el interior de este volumen que no incluiré en mi currículum académico y sí en el afectivo. El sello que lo edita —nuestro Servicio de Publicaciones— y la colección que lo envuelve son especialmente cercanos para mí. No sé si todo esto ha influido en que ayer me ocupase de este libro como he estado ocupándome todo este rato al escribir estas líneas. Sobre géneros dramáticos en la España de la Ilustración (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura —Colección Magistri, 9—, 2021) es un homenaje a su autor, Jesús Cañas Murillo, y un signo de los tiempos. Hace décadas, los studia in honorem a los filólogos se convirtieron en referentes bibliográficos de los estudios de áreas como lengua y literatura españolas, como teoría o crítica literarias. No mencionaré nombres de todos conocidos, que podría ampliar a campos tan cercanos como la historia, y a figuras como los grandes historiadores españoles y extranjeros. Actualmente, los compendios en homenaje están devaluados y las agencias de evaluación han decidido, sin entrar en los contenidos de los trabajos, que son aportaciones que no deben ser consideradas. De manera que algunos volúmenes colectivos y misceláneos evitan cualquier atisbo de compadreo y se nombran, pondré por caso, Aún aprendo. Estudios de Literatura Española, un título que esconde —cuesta decirlo— los trabajos en su mayoría relevantes dedicados al insigne profesor Leonardo Romero Tobar (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012). No solo por eso —pero también—, el sentido de Sobre géneros dramáticos en la España de la Ilustración es contribuir a la reunión de unos ensayos del homenajeado que tienen el denominador común de atender todos algún aspecto del teatro del siglo XVIII; pero no como una gavilla de trabajos diversos y previamente dispersos, sino como un conjunto con la lógica de constituir una historia teatral dieciochesca, en la que se aborda de manera general la periodización, la transmisión y los constituyentes genéricos de las diferentes modalidades del teatro de esa época. Una historia, sí, del teatro en la España de la Ilustración. Salvo un capítulo sobre la comedia de espectáculo, todos los demás son reescritura y refundición de otros que aparecieron en forma de artículos en revistas españolas y extranjeras, o en ediciones y libros que Jesús Cañas Murillo ha venido publicando en sus años de labor investigadora. Por eso es un libro utilísimo, sobre todo, para los estudiantes e interesados en la literatura teatral del XVIII, y, claro, lo diré, el mejor legado que podría haber dejado, después de sus clases allá por los años ochenta del siglo pasado, a quien ahora se encarga de su curso en la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres. Por cierto, cuando las revisiones preceptivas sobre los programas de nuestras asignaturas para el próximo curso lo permitan, incluiré en la bibliografía en lugar destacado este volumen tan esencial para la materia que es Sobre géneros dramáticos en la España de la Ilustración de Jesús Cañas Murillo.