viernes, agosto 31, 2007

Festival de Música Antigua de Cáceres


El año pasado fue mediado septiembre —y en este cuaderno hay un par de notas—, y éste se celebra este fin de semana, desde ayer jueves al próximo domingo. Había leído en el periódico que las entradas se ponían a la venta una hora antes del inicio del concierto. Supuse que habría cola, dado el reducido aforo del jardín del Museo de Cáceres; así que nos fuimos Carmen y yo a la puerta un cuarto de hora antes de las nueve de la noche. Nos dio tiempo a atender una llamada familiar al teléfono, a saludar a Susana —la primera persona que, con Fernando, conocí en el entorno de gestación de la Oficina de Cáceres 2016—, que acompañaba a los músicos —Xavier Díaz Latorre y Pedro Estevan, guitarra barroca y percusión, respectivamente—, y a charlar con Julia López, de la Universidad Popular de Cáceres. No hubo cola. Media docena de personas que con el debido respeto y sin prelación alguna aguardamos a la entrada, por el Rincón de la Monja.
Gracias a María José Casado, la Concejala de Promoción, Dinamización y Juventud del Ayuntamiento de Cáceres, entramos gratis; pero, a pesar de ella, compramos las entradas para hoy. (“Micrologus”, con las Cantigas de Martin Codax —qué buen sitio en la Biblioteca Virtual Cervantes— y Alfonso X).
Y hablando de sitios. Ayer, estúpidamente, no quisimos sentarnos en las primeras filas. Qué cosas. Lo mismo pensaron las autoridades, porque tienen reparo a sentarse en lugares de privilegio. Y digo yo: si yo fuese alcaldesa de Cáceres y llegase la primera, ¿por qué no voy a coger un buen asiento? Aunque entre sin pagar. El problema es que no llegan los primeros. Bueno, algunos ni llegan; porque a los mandatarios que hace dos años iban a los actos de este tipo no se les ve, claro.
El concierto estuvo bien. No lo escuché bien, porque supongo que alguien cree que la música antigua hay que escucharla como en el siglo XIII. Es como si hoy no pudiésemos leer los códices medievales en microfilm o en pdf, y tuviésemos que leerlos como en la época. Y digo yo que en según qué sitios y con cuánta gente. Y ayer yo no escuchaba bien —y las motos, los vecinos... Y tampoco lo vimos. Bueno, yo sólo vi a Xavier y a Pedro cuando llegaron con Susana, y cuando saludaban de pie al finalizar cada una de las tres partes de este buen comienzo del Festival.
Por cierto, el delantal del programa, el “Saluda de la Alcaldesa”, no lo tengan en cuenta; por las erratas, por los errores, por la puntuación. No lo ha escrito ella.
(Mañana, si puedo, seré menos frívolo. Lo prometo).

jueves, agosto 30, 2007

La Nacional

A Rosa Regàs

Que tenga mi carnet de investigador de la Biblioteca Nacional caducado hace un año por no haber tenido ocasión de renovarlo no debilita mis argumentos. Lo vengo renovando desde hace más de veinte, cuando, con un aval de mi profesor Juan Manuel Rozas, entré por primera vez —de la mano de mi también profesor y amigo Jesús Cañas, que yo creo que no ha vuelto desde entonces— en ese lugar en el que uno puede pasar horas y horas con una noción distinta sobre el discurrir del tiempo. Así lo he sentido siempre. Y sigo sintiendo cierta constricción reverencial compatible con un estado de placidez relajada cuando piso esa casa. Soy de provincias.
Me imagino lo injusto que sería si yo dijese que bastan diez minutos para convertirse en periodista tras que me acrediten para una rueda de prensa importante, con grandes medidas de seguridad, y con personalidades de primera magnitud (qué diablos significará ‘de primera magnitud’). Hoy, Lola Galán, en
El País, firma un breve destacado con el titular “Diez minutos para convertirse en investigador” —y con la foto de Rosa Regàs (curioso)—, en el que narra, de un modo efectista, pero poco riguroso, su acceso a la sala de investigadores de la Nacional, “cuatro habitaciones comunicada entre sí, prácticamente vacías esta mañana de agosto.” Eso escribe. También que “El investigador puede alargar la mano y coger cualquiera de los volúmenes archivados en las estanterías que rodean la sala”. Afortunadamente, porque es la biblioteca de referencia, de libre acceso, así dispuesta por los expertos bibliotecarios; pero ni siquiera, en esa sala puede, como yo ahora, alargar la mano —yo doy varios pasos hasta mi salón— y tomar el tomo tercero de las Obras completas de Fígaro, en la edición de Yenes de 1843. Ojalá pasase lo que yo vi que pasaba en la Herzog August Bibliothek de Wolfenbüttel (Alemania), en la que los investigadores tenían a la mano, cerca de sus pupitres maravillosos ejemplares hasta el siglo XVIII. Desconozco cuántos habrán desaparecido.
Nadie se convierte en la Biblioteca Nacional en investigador en diez minutos. Es la casa la que facilita el acceso a sus servicios especiales a miembros de instituciones docentes, académicas, culturales y de centros de investigación, a escritores, artistas, editores, bibliotecarios, archiveros, conservadores de museos, profesionales del sector del libro y la edición de obras culturales, doctores, licenciados, universitarios de segundo y tercer ciclo, o cualquier persona que acredite estar realizando un trabajo de investigación, según indican sus normas de acceso.
Yo ‘entré’ en la Nacional con Juan Pablo Fusi, que estuvo cuatro años, y fue un buen director según algunos funcionarios conocidos, y que inició lo que sé que llaman los que saben “biblioteca de último recurso”, y no centro de estudio y de lectura —menos— de estudiantes del distrito. Conocí la etapa, más o menos de cerca, de Carlos Ortega —cuando Ángel Campos y otros se quedaron encerrados en un ascensor de la casa—, la de Jon Juaristi, poeta, a quien, en Recoletos no me atreví a acercarme temiendo la reacción de sus guardaespaldas; y la de Luis Alberto de Cuenca, poeta y bibliófilo, sensible. Luego fue Luis Racionero. Y, ahora, se termina la etapa de Rosa Regàs. ¿Por qué tanto revuelo? Supongo que porque no se puede decir a nadie que no ha hecho nada. No, creo que no, que no es ésa la razón. Llega un nuevo ministro. Dentro de unos días iré a Madrid a renovar el carnet de investigador. Seguro que noto algo. Igual me piden un certificado de penales.

miércoles, agosto 29, 2007

Madre no hay más que (y 2)

Hace unos días discutí con ella, por algo que me importa nada apartar hasta lo más alejado de mis convicciones. No merece disgustos. No le di muchos de niño ni de adolescente. Quizá, más adulto, sí. El otro día, sin ir más lejos. Y parece, dirá ella, que a más edad, más preocupaciones por los hijos, más desvelos. —Y esto, con todos los hijos. Dirá ella. Ella merece lo mejor, como ella quiso darme. Ahora está aquí, velo por ella. Comencé a escribir estas líneas al filo de un día que celebró conmigo con la satisfacción de la que ha dado la vida que uno va cumpliendo. Fue el día de mi cumpleaños. Cuando salía Ursula Andress de las aguas del Agente 007 contra el Dr. No (1962), con su machete en la cadera, nací yo.
Mi comparación es amorosa, claro. La diferencia es notoria. Ya le gustaría a Ursula.
El machete de la Andress es como el bolso de mi madre, y las aguas de las que sale la actriz es la acera de la calle en la que nací, ancha, espaciosa para los juegos y los sueños de niños. Felicidades. No diré los que cumple para que no me diga
—le enseño mi blog siempre que salelo que ella contestó a un individuo un día: —Los suficientes como para saber que ha sido usted un impertinente.
Felicidades.

martes, agosto 28, 2007

Umbral

“ARTÍCULOS, artículos, artículos. Una forma de autodestrucción. He vuelto a hacer artículos. Cientos, miles de artículos. Los artículos, primero, fueron mi procedimiento para irme autoestructurando. Eran una construcción piedra a piedra, paso a paso, el hacerse un nombre, un hombre y una vida día a día, palabra a palabra. Ahora, consumado todo, son una autodestrucción, y con cada artículo voy quitando un soporte a mi vida, a mi obra, voy desarticulando pieza a pieza el armazón trabajoso e inútil de mi vida. Los críticos, los lectores, las gentes dicen que el escritor puede quemarse con tantos artículos, pero el escritor, contrito, aterido, solo, doliente, huérfano de todo, lo que quiere es eso, más que nada, y ha encontrado en el artículo una forma de arder, de desaparecer, una labor inútil y fragmentaria en la que deshojarse y morir. El artículo fue mi hacha de guerra, mi estilete, el arma que me dio la vida para entrar a saco y vencer, la espada corta y segura con que conquistar y construir un pequeño imperio personal. Y ahora lo vuelvo contra mí, deshago mi obra en artículos, me disperso, me fragmento, porque hacer libros es construir con voluntad de pervivencia, con fe arquitectónica, y eso me resulta ya siniestro. He hecho algunos libros, no muchos, demasiados, en todo caso. Y haré algunos más, quizás, atraído por el vértigo de la inutilidad, por esa concentración del vacío que es un libro. Pero lo que quisiera es este suicidio del artículo. Ya que no he tenido valor para destruir mi vida, voy a destruir mi obra, a fragmentar en artículos dispersos lo que pudiera haber sido un todo completo y edificado. Con cada artículo que escribo pierdo la posibilidad de hacer un poema, un ensayo, un relato, algo más resistente y continuo. Y así, en cada artículo entierro y amortajo para siempre una dirección de mi vida, o varias direcciones, dejándolo todo incompleto, insinuado, quebrado, roto, maltrecho y malogrado.
Estoy llegando, sí, a esta voluptuosidad negativa del artículo de periódico como sacrificio, como inmolación, como amortajamiento de criaturas que pudieron crecer y vivir. Con cada artículo desanudo el nudo de la trama de mi existencia, y me voy quedando suelto, ligero, vacío de posibilidades, irrealizado.
Con miedo, con sudor, con temblor, con frío, con calores, con inseguridad, con rabia, con luz o sin luz, escribo artículos todos los días y así hago el revés de mi obra, y contemplo el cristal suntuoso que pude fraguar, roto en los mil añicos de los artículos, deslogrado para siempre. No quiero hacer una obra, sino deshacerla. Me arranco artículos como el que se arranca la piel a tiras, como el leproso que se arranca la carne en pellas. He descubierto que el artículo es una brillante forma de fracasar.”


Francisco Umbral, Mortal y rosa (1975). Edición de Miguel García-Posada. Madrid,
Ediciones Destino y Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 393), 1995, págs. 217-218.

lunes, agosto 27, 2007

El Séptimo Vicio


He añadido un enlace desde este cuaderno al blog de El séptimo vicio, el programa de cine de Radio 3 (de lunes a viernes, de cuatro a cinco de la tarde). Tiene sólo tres días. El blog, porque el programa, desde 1999, ha cumplido ya las ochocientas emisiones. Conocí a su director, Javier Tolentino, en la puerta del Meliá de Cáceres. Creo que le hice una reverencia, como a toda la gente buena de la radio que me topo. Fue en 2003, cuando los amigos de ‘Re Bross’ dieron a El séptimo vicio un ‘San Pancracio’.
Hoy Javier ha llamado a Miguel Marías y éste le ha contado que lo último que ha visto, y bueno, ha sido Naturaleza muerta, la película china, de Jla Zhang-Ke, que se llevó el León de Oro en el Festival de Venecia. Se estrenó, creo, que el mismo día que el blog de El séptimo vicio. Con un año de retraso. Si a Marías le ha parecido excelente, a Chico Viejo, que tiene un blog de cine, le ha parecido un bodrio. Unos se mofan de los snobs que hablan de obras maestras y otros insultan a los ignorantes, los muertos, los cortitos, los que no han visto suficiente cine... En fin. Lo que verdaderamente me ha dejado preocupado es este aviso entre los comentarios a Chico Viejo: “la descalificación al autor del post supone el baneo inmediato de esta página, estás avisado”. Bueno, que enhorabuena por el programa y por el blog. Y a ver cuando puedo ver Naturaleza muerta.

Marcela de Juan

Me gusta ir a los mismos sitios y tener esa condición o categoría de cliente habitual; que cuando me vean entrar por la puerta ya esté el café en marcha, o la caña; pasar por la misma calle cada día y cruzarme con la misma gente, en muda sintonía. Y no es un contrasentido —nunca lo es— que, también, me encante mirar a la monotonía por su naturaleza feble y frágil. En realidad, no la rompo; la ignoro. No hay vida monótona, sino costumbres repetidas por queridas.
El sábado por la noche fue la conversación, en casa de unos amigos, donde cenamos. Agradable reencuentro con Pepe Cabañas, médico, con quien siempre puedo hablar en cualquier contexto, a cualquier hora, de algo de literatura. Lo hace con pasión, con la misma con la que lee y se enamora de lo que lee. Puede llegar un día diciéndome sin ningún pudor que ha descubierto a Unamuno, o a María Zambrano; que ha leído todo, todo, lo que escribió Aníbal Núñez, o que está encantado con Li Po, y que qué bien escribía Azorín. Para agradecerle las atenciones con mi madre cuando necesitó rehabilitación en su brazo izquierdo le regalé la antología del haiku japonés Nieve, luna, flores, de José María Bermejo (Calima Editores, 1997).
Es muy recomendable hablar con alguien como Pepe. Me incita a volver sobre algo ya conocido, o a zambullirme con parecida pulsión sobre autores que elogia sin ambages. O a ilustrarme sobre lo mucho que no he leído. Ayer fue la poesía china y Marcela de Juan. Alianza Editorial ha publicado modernamente la Segunda antología de la poesía china (*), la de Revista de Occidente de 1962, que debe de ser la que está leyendo Pepe, con las traducciones de esta mujer que nació en La Habana en 1905, hija de un mandarín chino, Hwang, de ahí su nombre, Ma Ce Hwang, castellanizado en Marcela de Juan. Hace años, en Bilbao, compré los Cien poemas de Li Po, la edición de Icaria. Muchos años antes, y muchos, ya Marcela de Juan publicaba en 1948 su Breve antología de la poesía china, en la editorial de Ortega, y luego la Segunda, y luego, ya en Alianza Editorial, también Ortega, la Poesía china del siglo XXII a. C. Qué mundo.


(*) Hay reseña de Santos Domínguez en Encuentros de lecturas y lectores; y otra, de hace dos meses justos, de Alejandro Luque en el blog de Banda Aparte: La tormenta en un vaso.

domingo, agosto 26, 2007

Sin título

A Fernando Tomás Pérez, en la memoria

Hay que poner un poco de pintura en los manchones de las paredes y lucir bien lo que el tiempo ha afeado. Y dejar las manos bajo el agua y lavarlas con delicadeza por una razón inusitada. Sentir la realidad como cuando nos llevamos al bozo la ropa recogida del tendedero por comprobar si sigue húmeda.

sábado, agosto 25, 2007

Caboverdiana

Una vez más, me quedo sin escuchar en directo música de Cabo Verde. Tengo algún disco de Cesaria Evora y hace unos años me regaló Carmen uno de la colección de World Music de Putumayo con música caboverdiana, con piezas, entre otros, de Cesaria, de Maria Alice y de Teofilo Chantre, a quien ayer fuimos a escuchar a los jardines del Museo Pedrilla. Ya me pasó en Lisboa., en uno de aquellos encuentros de Hablar/Falar de Poesia, con Antonio Gamoneda, Miguel Casado y Olvido García Valdés, Miguel Suárez, Gustavo Martin Garzo, Ángel Campos Pámpano, Ildefonso Rodríguez, José Ramón Ripoll, Juan Carlos Suñén y tantos otros. Manuel Hermínio Monteiro (q.e.p.d.) nos animó a ir a un garito a escuchar buena música caboverdiana en directo. Y unos cuantos nos despedimos del grupo en el Chiado. Al día siguiente había que trabajar. En fin... Lo lamenté.
Ayer por la noche me acordé de aquello. Llovió en Cáceres y supongo que se suspendió el concierto. Porque nos sentamos en una terraza cercana a esperar las diez de la noche y la lluvia nos impidió asomarnos fuera de la sombrilla, y supusimos que todo se fue al garete. Mi madre, Carmen y yo. A mi madre le parecía bien, a pesar de un enojoso dolor en la cadera que no la deja estar a gusto. Y nada. Lo lamentamos.
Y prometía. Un concierto de Teofilo Chantre. (En la prensa local, Teófilo Chantré, con todos los acentos y oculto bajo titulares genéricos. Y eso que estuvo en Cáceres en el Womad hace cinco años, creo).

viernes, agosto 24, 2007

Miró

No tengo delante más que un apunte tomado en un cuaderno de 1999. Leí un artículo de Carlos Ruiz Silva publicado en el primer número de la revista Castilla, de 1980, en el que daba un texto inédito de Gabriel Miró que era una autodefensa ante una mala opinión de Ortega sobre su novela El obispo leproso (1926). Miró escribió:

“Yo no amo mi oficio, que casi no ejerzo como oficio, yo amo mi arte, o mejor dicho, soy mi arte como soy mi carne y mi sangre; por eso mi máximo deseo de escritor sería no la gloria como consecuencia de un libro puro y bello, sino la gloria de escribirlo mientras lo escribo.”

Se habla de él en círculos académicos, principalmente, pero su huella no está incorporada como merece a la actualidad de los escritores que hoy son los que pueden ayudar a difundir nuestra tradición literaria, aquí, y en Europa, en Europa y en América, en el mundo entero.

El signo móvil



Ayer, a primera hora de la mañana, recogí un sobre con esta carpeta que, bajo el título de El signo móvil, incluye tres cuadernos dedicados en homenaje a Julio Campal, Francisco Pino y Juan Eduardo Cirlot. Me la enviaba Roberto Farona (Zafra, 1973), un inquieto activista de todo lo relacionado con la poesía experimental, con el arte postal y otras escrituras; alguien que, creo, proviene de la fascinación que en algún momento pudo provocarle la obra y la vocación de un autor como Antonio Gómez, tan cercano, aquí, en Extremadura. Que me corrija si no es así.
Enigmático puede parecer el sello editor, labcromdisol, que no es otra cosa que referente de Labcrom di Sol, la fusión de El Laboratorio di Cromografia de Milano en Italia, el de Claudio Jaccarino, y El Taller del Sol de Tarragona, fundado por César Reglero, director de BOEK861.
Los cuadernos contienen una breve introducción divulgativa con bibliografía referida a cada uno de los tres homenajeados, Campal+Pino+Cirlot, y obra de diferentes autores actuales: Agustín Calvo, José Luis Campal, Francisco Peralto, Antonio Orihuela, César Reglero, Antonio Gómez, Francisco Aliseda, Isabel Jover, Pablo de Barco, JM Calleja, Bartolomé Ferrando...
Se lo dije a Roberto Farona ayer mismo por la mañana, por correo electrónico. No casa el carácter divulgativo de las introducciones, a cargo de firmas tan autorizadas como Rafael de Cózar, Gustavo Vega y el propio Farona, y esos datos que informan al interesado, con la limitadísima tirada de este proyecto editorial. 30 ejemplares.
Lo selecto no sólo lo hace la limitación de una tirada, sino, fundamentalmente el contenido y la forma o ejecución de un contenido singular. Por ello, dado el de este homenaje, de este reconocimiento, convendría difundirlo masivamente. Me alegra que venga de Zafra.

jueves, agosto 23, 2007

Cuatro minutos

Ayer casi todo salió moderadamente bien. Estuve en la Facultad, y dejé terminado, por fin, un trabajo, que envié por la tarde. A mi madre le hicieron la manicura sin queja, y por la tarde tuvo visitas en casa. Encantada. Luego fuimos al cine. Cuatro minutos, la premiada película de Chris Kraus, sostenida por la interpretación de una joven Hannah Herzsprung (Jenny) y la madurísima Monica Bleibtreu (Traude Krüger). Nos la recomendaron unas amigas, y merece la pena.
Su crudeza es la del cartel en alemán, porque la imagen de promoción que se da por aquí, y que también reproduzco, es, como poco, una estafa. Es falsa, además. Porque Jenny no toca el piano esposada y con ese vestido en ningún momento de la película. Las esposas y el vestido ocupan momentos distintos y distantes. Qué cosas. Pero es muy recomendable, dura y sublime a la vez, como la propia historia. Con dos pegas importantes: el tratamiento excesivamente victimista del lesbianismo y el despliegue de medios policiales, de serie americana. No doy más datos por respeto a los que no la han visto. Sí, sobre la música, imprescindible.
A mi madre no le gustó. Todavía no ha dicho nada. Y hoy va al podólogo.

martes, agosto 21, 2007

Lo que pasa en la calle

—¿Es usted de aquí?
—Sí. Bueno, no; pero llevo aquí más de treinta años. Nací en un pueblecito de Toledo, Tembleque se llama. Vaya nombre, ¿verdad? Pero es muy bonito, el pueblo. Nos vinimos porque a mi padre lo trasladaron. Yo estudié aquí, ¿sabe usted?, y aquí me puse a trabajar..., hasta ahora. La friolera, fíjese, de treinta años llevo viviendo aquí. Y se vive bien, que esto es pequeño pero no falta de nada. Dígame.
—¿La Plaza Mayor?

lunes, agosto 20, 2007

Russell P. Sebold

Le conocí hace veinte años, y cumple hoy 79. Fue en Cáceres. Habíamos mantenido algún contacto epistolar y, por fin, nos encontramos en esta ciudad, cuando Jesús Cañas y yo le invitamos a un simposio sobre un literato del siglo XVIII nacido en mi pueblo. Recuerdo cierta incredulidad lamentosa en el periodista A. Sánchez Ocaña, de HOY, cuando Russell P. Sebold declaraba que “García de la Huerta y la literatura del XVIII se estudian más en el extranjero”, que fue el titular de aquella página del periódico del 13 de noviembre de 1987.
Mi primera experiencia notable con Russell P. Sebold es de ese mismo día. Una comida en el restaurante del antiguo Hotel Extremadura de Cáceres, con él y con Jesús Aguirre, Duque de Alba. Para un licenciado en Filología tan reciente como yo en aquel momento compartir mesa y mantel con un catedrático de la Universidad de Pennsylvania —así, a pesar del Diccionario panhispánico de dudas—, autor de libros y artículos que uno había leído durante la carrera, y con un académico —también lo es Russell P. Sebold, correspondiente, de la Española—, ensayista, editor, como Aguirre, fue algo especial. Yo tenía veinticinco años y escuchaba hablar, si miraba a mi derecha, de don Américo Castro a un alumno suyo, y, si miraba a mi izquierda, de Ferrater Mora a alguien que le conoció bien.
Russell P. Sebold me hizo doctor antes de serlo, me trató como un amigo, y desde aquel primer conocimiento me consideré uno de sus alumnos, como otros colegas y amigos que tuvieron el placer de recibir sus clases en Penn.
Anda ahora como un padre orgulloso asistiendo a la promoción de la obra narrativa de su hija Alice, que publica su segunda novela, The Almost Moon, en octubre, cuando empiece el rodaje de una película sobre su primera novela, que se publicó en español bajo el título Desde mi cielo. Y, también, incansable en su tarea como ensayista, a la espera de nuevas obras, su libro En el principio del movimiento realista, que publica Cátedra, su nueva edición de la Poética de Luzán, o la versión inglesa de las Noches lúgubres de Cadalso (Lugubrious Nights), que aparecerá en University of New Mexico Press.
Felicidades, Bud.


El retrato es de Manuel Mampaso Bueno, e ilustraba las colaboraciones de Russell P. Sebold
en ABC, alternadamente con otro de Bernardo Olabarría.

domingo, agosto 19, 2007

Mariano

Mariano. Mariano Encomienda. Mariano Fernández Daza y Fernández de Córdova. Excelententísimo Señor. Un mensaje ‘sms’ recibido esta mañana daba noticia de su muerte. Lo siento. Sentí siempre por él el respeto que merece la edad autorizada y la condición —la intelectual, quiero decir. Y el afecto cercano del que tiene que corresponder a quien, a pesar de la diferencia de años, da tanta confianza.
Uno de mis primeros recuerdos liga la figura de Mariano, cómo no, con los libros. Los de la Biblioteca de Cultural Santa Ana, o sea, la “Biblioteca IX Marqués de la Encomienda” desde 1996. Yo trabajaba en mi tesina y tenía que consultar textos y estudios que estaban en aquel fondo, cuyo perfil extremeño lo hace tan singular y único. Él me acompañaba, me abría la biblioteca, cerrada aquellos días —no recuerdo si era un sábado o un domingo, o, simplemente, días de vacaciones de verano—; y me dejaba allí solo, con mis pesquisas. A la hora del aperitivo, pasaba de nuevo por allí y me llevaba al comedor del centro, en donde, solos en aquel espacio vacío, dábamos buena cuenta de un platito de chorizo y de unos vasos de vino. Alimentaba más la conversación de Mariano. Allí me habló de su amistad con Jorge Demerson, fallecido en 2002, y cómo descubrieron datos desconocidos sobre Meléndez Valdés en Almendralejo, leyendo protocolos notariales. Allí me proponía aspectos para la investigación, modos de la misma. Allí me hablaba de alguna preciada edición, con ostentación nula.
Cuando preparaba la edición en el Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz de los artículos sobre Extremadura de Demerson, pedí a Mariano un texto. Me envió casi media docena de folios. Alguien me dijo años después que cómo lo había conseguido, si Mariano era ágrafo. Escribió poco, es verdad, y ojalá sea matizable con decir que publicó poco. Con su prodigiosa memoria, su don de palabra y sus vivencias, cualquier texto suyo se llenaba de un especial valor, como ocurrió con aquellas páginas que me envió y fechó en Almendralejo un Domingo de Pascua de 1995. Era consciente de esa parquedad; y en alguna ocasión llegó a citar a José María Pemán, que decía de Pedro Sáinz Rodríguez que escribió poco, que se iba a llevar la cultura en la tripa. Ojalá Mariano lo haya evitado, aunque sea sólo en parte. Descanse en paz.

© Fotografía de Vicente Novillo. Publicada en Qazris. Revista cultural, núm. 22 (junio 2004)

Auden por Doce

Hoy recoge Álvaro Valverde en su blog el excelente poema de W. H. Auden que apareció ayer en Babelia de El País, junto a la reseña de la edición preparada para Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores por Jordi Doce. No fue poca ayer la difusión; pero vocear por aquí estas lecturas comunes no sobra.

sábado, agosto 18, 2007

Madre no hay más que (1)


Escribo aquí mientras mi madre, octogenaria, lee el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot. Dicho así, parece que mi más inmediato entorno familiar adora a Claudio Abbado dirigiendo a la Sinfónica de Chicago que interpreta el Concierto para violín nº 1 de Bruch, con cuyos acordes —preferible el adagio del segundo movimiento— mi madre se echa en los brazos de Morfeo, esa divinidad alada que luego la despide al amanecer y la deja en el seno de la mañana, el desayuno, dispuesto ya en la mesa de la cocina, a la que mi madre llega con una de las ediciones de Crimen y castigo que hay por la casa y que viene leyendo desde hace unos días.
No. Y menos mal. Mi madre anda con el Diccionario de Cirlot porque quiere saber a qué se refería su nieta cuando le dijo que le gustan los colgantes con símbolos. Símbolos gráficos, se entiende. Así que mi madre se ha quedado prendada de algunos ternarios y cuaternarios, y le han llamado la atención las esvásticas, las espirales y las estrellas. Porque anda empeñada en comprarle un collar a la niña. Sea. Todo vuelve a la realidad. Ahora mi madre come chocolate en el sofá y ve en la tele La tonta del bote, una película de Juan de Orduña con Lina Morgan y Arturo Fernández en los papeles principales.

viernes, agosto 17, 2007

Perú


Esta mañana escuchaba en la radio hablar de la tragedia en Perú. Da igual lo que decían los acomodados tertulianos. Da igual. Porque he escuchado que este tipo de catástrofres son más fuertes en países así. Porque he escuchado que podían haber sido más muertos.
Esta tarde hemos sabido que una amiga ha dado desde allí noticias. Está bien.
Falta otro amigo y compañero, del que no sabemos nada.

martes, agosto 14, 2007

Anacronía

Por las noches, sobre la una o las dos, la página web del periódico me permite ver en pdf la portada del día. O sea, la de la mañana siguiente. Casi nunca la veo. No acaba de gustarme poner fin a la jornada con la imagen del día siguiente. Es como si, antes de acostarme, me hiciese un café, unas tostadas y un zumo de naranja. Y a dormir. Si alguna vez ocurre, si alguna noche me voy a la cama tras ver los titulares y las fotografías del periódico del ‘día siguiente’; por la mañana, al recoger del kiosco mi ejemplar de El País, me siento extraño, como si el día que inicio a las ocho de la mañana hubiese caducado; o, lo que es más inquietante, como si ya hubiese vivido lo que estoy viviendo. Debe de ser una forma moderna de aquella razón de la sinrazón del sueño de la rima LXXV de Bécquer. Y que conste el eco cervantino.
Hace años —vaya, más de diez—, en Madrid, a las dos de la madrugada, después de la presentación de un número especial de la revista Primer Acto, Paco Muñoz nos llevó, a Juan Margallo y a mí, a la Puerta del Sol para comprar el periódico. Un ejercicio de nostalgia. Le gustaba.
Meses después, me acosté en una solitaria cama de la madrileña calle del Arenal con los periódicos del día, horas antes de coger el coche para regresar a casa, a la que llegué con los periódicos del día, leídos antes de acostarme, tras una agradable noche de amigos y poetas. Yo venía de Cádiz. Pasando por Madrid. No he vuelto a hacerlo.

(A mi amigo de siempre, Miguel Salazar, mi coetáneo, coetáneo, que hoy cumple años).

domingo, agosto 12, 2007

Lectura de Antonio Carvajal


La leí cuando se publicó en el cuaderno del ciclo "Poética y Poesía" de la Fundación Juan March, que recibí gracias a Antonio Gallego, director del Servicio de Actividades Culturales de la Fundación, en última instancia, y a Álvaro Valverde, en primera, porque fue éste quien me habló del ciclo y me anunció su lectura —la cuarta, tras las de Antonio Colinas, Antonio Carvajal, de quien se trata, y Guillermo Carnero.
La leo esta tarde de agosto, y la debió de leer Antonio Carvajal en Madrid —inédita aún en libro— el 20 de mayo de 2004. Es la Canción de un alto gozo, un poema que termina con los siguientes versos:

“En estas horas, dones
postreros de una dicha
que conformar no supe pero consta
como canción, como acunado gozo
donde el placer se alcanza
y es llamarada lenta si segura
de una brasa más prieta
que el fruto aquél dorado, consumido
con fruición, pero pronto devorado,
quiero guardarte en mí, no pronunciarte,
no darte a los demás como triunfo.
Comprende mi silencio,
único nombre que me cabe dentro
con igual plenitud que la ebriedad.”


En fin, la palabra. Alta literatura.

viernes, agosto 10, 2007

Lo noticiable

Estoy buscando algún medio —virtual, prensa escrita, radio, televisión...— que no haya hablado de las declaraciones de un abogado, J. Mariano Trillo-Figueroa, sobre su presunto defendido. Me pregunto en qué parte del desvarío está la justificación de lo noticiable. Y me imagino qué pasaría —mejor, qué crónica haríamos del caos— si a un montón de gente se le ocurriese que sería interesante que la opinión pública conociese lo que dice desde una oscura celda un individuo que dice haber tenido relaciones carnales con Napoleón y Josefina en la misma cama, u otro que dice que prestó dinero a Rodrigo Rato antes de irse al Fondo Monetario Internacional y que todavía no se lo ha devuelto. Pero qué digo... A veces tengo síntomas de turreburneísmo.

Tríptico (I)


Ver completa la imagen y su referencia en la tercera parte del tríptico


Estoy invitado por mi colega de la Universidad de Burgos Pedro Ojeda a participar en unas jornadas sobre Lenguaje y Periodismo. En esta edición —la tercera— se dedicarán a “Mutantes. Las palabras en la red”, y están previstas para los días 23, 24 y 25 de octubre, en Burgos. Quiero hablar sobre blogs literarios, sobre nuevas formas de literatura y de lectura en la red. Nada nuevo y todo nuevo. Hay ya mucha bibliografía sobre el asunto, y cada día, tantos testimonios como fuentes primarias para la reflexión...
Ando en ello, leyendo, tomando notas, sobre contenidos y sobre formas y modos. Aunque sólo me interesa para este trabajo lo propiamente literario, es casi inevitable detenerse en aspectos de forma, hasta en los afectos virtuales, que diría mi admirado Gonzalo Hidalgo sobre Portorosa, últimamente. (Un buen ejemplo para el análisis, aunque ahora sea más un objeto de preocupación solidaria y la expresión de un ánimo.)

Tríptico (II)


Llevo escribiendo aquí desde finales de junio de 2005, gracias a Santos Domínguez, que fue quien me animó y quien me introdujo en esto. Como en todo, poco a poco uno va haciéndose con el medio. Por ejemplo, al principio, aconsejado por unos y otros, y viendo la experiencia de los unos y los otros, no activé la posibilidad de los comentarios de los lectores. Luego sí, y no me arrepiento. Me ha parecido esa interactividad uno de sus valores. Precisamente, desbastada la morralla, los comentarios que se vierten en un medio así son interesantísimos desde el punto de vista de la recepción de un texto literario. Estoy trabajando, a partir del diario de lecturas de Vicente Luis Mora, sobre lectores de poesía. Interesante. Reitero. Y aunque sólo por ahora me interesa lo puramente literario en términos convencionales, hay en este mundo objetos de interés para el análisis. El blog de Unaexcusa tiene lados muy sugerentes.

Tríptico (y III)


No es mi cuaderno de bitácora uno de los más leídos. No lo pretendo. Y no lo rechazo. Con ello, gusta que los pocos lectores se muestren de vez en cuando en el cuaderno. Y con esa intención puse hace un año un crucigrama aquí. Sin reacciones. Con una intención más honrosa quise, sin éxito, generar una lectura en cadena de una novela de García Márquez. En homenaje. Escaso eco. Y sorprendente lo de ahora: hace nada, unos días, puse mi item sobre “Teatro Clásico en Alcántara” y ha sido el que más comentarios ha suscitado desde que abrí este espacio. Me da vergüenza, pero sólo han sido, por ahora, diecisiete. Basta con que uno visite algunos cuadernos por ahí para llamarla ridícula cantidad. Lo curioso es cómo los comentarios derivan y fluyen, y se alejan del primer objeto o del primer propósito del texto original. En el caso del que hablo, una referencia al tratamiento en la prensa del Festival de Alcántara ha suscitado una serie de notas en su mayoría centradas en una obra representada en el Festival de Mérida, y me sumo, lógicamente, a este modo digresivo.
Y es que leer un blog con más de cien entradas o items resulta igual que leer un diccionario. No se lee, se consulta. Se ojea.
Nota bene
. Me he permitido, con un rato de dedicación, este ejercicio de alteración del modo de lectura, y perdón por hablar tanto de mí mismo. Hoy me tenía más a mano.


La ilustración , en tres entregas, es de un poema del humanista polígrafo Juan Caramuel. Un poema en honor al Papa Alejandro VII (1599-1667) que permite 71 lecturas diferentes. La tomo de un excelente libro, el de Mârius Serra, Verbalia. Juegos de palabras y esfuerzos del ingenio literario. Barcelona, Península, 2000. Recomendación, en su día, de mi amigo Honorio Blasco.

jueves, agosto 09, 2007

Farmacia y libros

Para un texto largo que lleva por título Casa de los Ribera —y que igual quedará, como otros, inédito, o peor, inconcluso, en un cajón o en una carpeta virtual— he anotado en mi cuaderno un comentario sobre lo que publicaba el otro día El País en su última página, la conversación de Javier Rodríguez Marcos con los editores Beatriz de Moura (Tusquets) y Javier Santillán (Gadir). Dice ella que una posible solución al difícil problema de la distribución es el modelo alemán, con una distribución similar a la de los productos farmacéuticos. “Si éstos —dice— pueden llegar a una farmacia, de uno en uno y en 24 horas o menos, ¿por qué un libro no?”
¿Alemán? —pregunto. ¿Modelo alemán? —insisto. ¿Por qué no extremeño? —me digo. El modelo extremeño, sí. Reconozco que es de difícil aplicación para las distribuidoras potentes. Consiste en que uno está en una librería de Cáceres, digamos la Librería Boxoyo, pues fue el caso, y que llega un cliente preguntando por un libro publicado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura. En ese momento, no hay ningún ejemplar de ese título en la librería; pero una llamada telefónica lo resuelve todo. El librero llama a su distribuidor principal, consanguíneo, que fue el caso, y éste, que tampoco tenía ejemplar del mencionado título, recoge del editor, el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, a doscientos metros, el libro solicitado por el cliente. Yo estaba allí, igual que el cliente; y yo vi cómo el cliente se llevó su libro en poco más de media hora de espera.
El modelo —extremeño, y como en farmacia— está bien; pero prefiero las librerías de fondo. Lo curioso es que yo estaba en una librería de fondo, tan de fondo como Boxoyo Libros, antiguos, viejos; pero valdría para otras de Cáceres, por poner el caso, desde El Buscón a Vicente. Calidad de vida.

martes, agosto 07, 2007

Manual Pimentel

En la pila de libros —veinte— que Santos Domínguez pone en su blog como lecturas para las cuatro semanas de agosto, encuentro el Manual del editor de Manuel Pimentel publicado por Editorial Berenice, que compré por recomendación, con algún reparo, de Tomás González, de Todolibros, de Cáceres. Lo he leído. Lo digo porque parece que hay en el aire un prurito lector medido en cifras. Santos tiene las suyas, apabullantes, y el otro día Javier Castro terciaba, y bien, sobre mi conversación con Bolaño y daba su marca de lecturas en un mes —treinta. Apabullante. Más comedido es lo que dice Darío Jaramillo en Historia de una pasiónapud Santos Domínguez—, cuando habla de la necesidad de reseñar un libro por semana. Darío Jaramillo, que, por cierto, tiene una curiosa novela también publicada por Pre-Textos, Novela con fantasma (2004).
Yo he tardado en leer las quinientas treinta y dos páginas de Calle Feria de Tomás Sánchez Santiago más de un mes —y habrá que hablar también de lo que no me ha gustado de esta obra espléndida. Bien es cierto que he hecho otras cosas: escribir, poner lavadoras, limpiar la casa, ocuparme de la edición de otros libros, ir y venir al supermercado, leer otras páginas, conocer otros lugares, cenar en un buen restaurante... (Aposiopesis se llama la interrupción del discurso por sobreentendido o por comprometido. Lo digo por si alguien repara en que sólo haga esas cosas).
Vuelvo a Manuel el editor, bueno, al Manual del editor, el libro de quien es responsable de la editorial Almuzara, Manuel Pimentel. Reconozco que me gustan más los libros escritos por editores del tipo de los de Esther Tusquets, Jorge Herralde o Mario Muchnik, y me habría gustado mucho más que Pimentel me contara su experiencia —seguro que de interés—, y no este manual de manual sobre “la moderna industria editorial”. Tiene su utilidad, como todo manual; pero también su obviedad, propia de todo manual. Léase: “El éxito de una editorial radica en el acierto en la elección de los libros que edita” (pág. 74); “El editor está obligado a liquidar con honestidad los derechos correspondientes al autor” (pág. 129); “Sin autor ni existe libro ni editor. El autor y su talento son la materia con la que trabaja el editor” (pág. 181); “El editor debe conocer bien la realidad de las librerías” (pág. 211)...
Es verdad que el autor advierte en la “Introducción” que, después de leer las memorias de grandes editores españoles y extranjeros, quería escribir un libro distinto, “un libro que no contara la relación que había mantenido con escritores, políticos ni artistas, sino que enseñara la parte interna del oficio, esa de la que nunca hablan los editores, pero que constituye el motor de la empresa editorial” (pág. 12). Bien, aunque los libros de los citados editores no son sólo eso. Pero para distinguirse de ellos no hay que escribir un manual en el que se nos informa sobre el protocolo de cursos de autor para teleformación, como es el caso (págs. 245-250). Y bien, pues puede hablarse de la parte interna del oficio sin distanciarse enumerando los pasos de un cronograma en materia editorial; puede hablarse, quizá, desde la experiencia personal sobre ese cronograma, y seguro que Pimentel tiene mucho que contar y enseñar. Aun así, el libro tiene su utilidad para los lectores de manuales autoayuda, y es una obra que, en este panorama, aporta algo de información más o menos veraz —gestión económica del libro, gestión de tesorería, gestión de la propiedad intelectual...— sobre un mundo apasionante.

lunes, agosto 06, 2007

Teatro Clásico en Alcántara

© Fotografía de Lorenzo Cordero

La verdad es que ayer la prensa regional traía el teatro que se está viendo en la XXIII edición del Festival de Teatro Clásico de Alcántara algo diluido entre tapas y malabares. En la edición cacereña de Hoy, la fotografía de portada, de Lorenzo Cordero, era inquietantemente equívoca. Véase.
Sigo, pues, insistiendo en la necesidad de que los medios difundan el teatro con la atención a la crítica formada y formadora; pero no. Hoy, lamentablemente, se publica, también en Hoy, un anuncio con la programación del Festival de hace tres días, la del viernes 3 y el sábado 4, con El Lazarillo de Tormes de Miguel Murillo y Las mujeres sabias de Molière. Un error. Menos justificable es este otro que anuncia que "Alcántara ofrece esta noche la antología de Fernando Rojas", cuando se trata del ya referido aquí autor de Entre bobos anda el juego, Francisco de Rojas Zorrilla. Lo peor es que está así en la programación del Festival, y los medios no hacen otra cosa que repetirlo.

viernes, agosto 03, 2007

Rojas Zorrilla en la 'Revista de Literatura'

El número más reciente de Revista de Literatura, la del CSIC, y van 137 con éste, desde 1952, está enteramente dedicado a Francisco de Rojas Zorrilla, con motivo del centenario del nacimiento de este dramaturgo en Toledo en 1607. Coordinado por Luciano García Lorenzo y Abraham Madroñal es, además de una puesta al día sobre la bibliografía generada por la obra de Rojas, un asedio de gran interés sobre lados fundamentales de la producción del autor.
Tiene razón Gregorio Torres, cuando reseña la edición de Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez Cáceres en Clásicos Castalia de Donde hay agravios no hay celos y Abrir el ojo, al poner el dedo sobre la situación flagrante en el panorama de la “maltrecha” edición de nuestros clásicos que lleva a repetir títulos y autores en los catálogos de las colecciones de clásicos de gran difusión y en los repertorios de las compañías que afrontan montajes de esos mismos clásicos... Lope, Tirso y Calderón. Desde luego, es muy saludable abrir el canon —como se hizo en épocas anteriores, y léase lo escrito por Joaquín Álvarez Barrientos en este volumen para el XVIII y el XIX— y disfrutar de creaciones de tanta altura como las de Rojas.
En este número especial, podemos leer sugerentes análisis sobre el espacio en las obras de Rojas Zorrilla, en una pieza, quizá de encargo, como Los trabajos de Tobías, en el artículo de Javier Rubiera —autor de un libro sobre la construcción del espacio en la comedia española del Siglo de Oro (Madrid, Arco/Libros, 2005)—, o en el de Ana Suárez Miramón en Casarse por vengarse y Lo que quería ver el marqués de Villena, una de las obras en las que mejor puede analizarse este aspecto. Podemos conocer la recepción de Rojas en Italia en los siglos XVII y XVIII, por la aportación de una buena conocedora del autor, Maria Grazia Profeti, la recepción “romántica” de Rojas desde los hermanos Schlegel y desde Böhl de Faber, o sea, casi nula, y la meritoria atención crítica de nombres como Martínez de la Rosa y Alberto Lista, en el trabajo de Felipe Pedraza. La recepción también de obras como Entre bobos anda el juego en la escena del teatro Español y la figura de María Guerrero, en un interesante texto de Carmen Menéndez Onrubia, y en el artículo de Luciano García Lorenzo una revisión de la fortuna escénica del autor desde el siglo XVIII —47 veces se representó Los áspides de Cleopatra entre 1709 y 1798— hasta los últimos montajes, como el de Entre bobos... en Almagro, el pasado verano, o aquel Abre el ojo que vimos en el Festival de Alcántara, con la dirección de Francisco Plaza, en el verano de 2002. Y podemos —y me gusta mucho, porque descubro sobre lo no sabido— conocer documentos nuevos sobre Rojas Zorrilla y la producción “menor” del autor, sus poemas, algún entremés. Doble y buena aportación de Abraham Madroñal. Bien.
Junto a la Bibliografía que publicaron Rafael González Cañal, Ubaldo Cerezo y Germán Vega García-Luengos (Kassel, Reincherberger, 2007) y el volumen Estudios sobre Rojas Zorrilla, de Felipe B. Pedraza Jiménez, publicado por la Universidad de Castilla-La Mancha, también en 2007, este número de la Revista de Literatura convierte esta conmemoración en un hito en el estado de los estudios sobre el dramaturgo toledano y en la labor de difusión e investigación sobre su figura y sus obras.

jueves, agosto 02, 2007

El Callejón del Gato


Dentro de unos años, la calle Pizarro de Cáceres será una de las rutas ciudadanas más interesantes de este lugar. Es verdad que hubo en ella una galería de arte, la Galería Nacional de Praga, y otra luego, casi en la calle, Bores & Mallo, y ya no están; es verdad que hubo una librería, Anaquel, la de Eva Cerezo, y ya no está; es verdad que en ella se abrió uno de los locales más interesantes de esta ciudad, La Torre de Babel, y ya no está; y que, lindando, otro, La Caballeriza, fue una de las terrazas interiores más visitadas y acogedoras; y es verdad incluso que uno de sus bares fue escenario de una novela corta, aquella por entregas de Antonio G. Mogollón, La chica del pelo cobrizo, que El Periódico Extremadura censuró hace ya unos cuantos años. Corría 1999. Qué historia. Y ya no están.
Pero creo que dentro de unos años la calle Pizarro de Cáceres tendrá otras muchas razones para ser visitada. Quizá la más notoria vaya a ser la ubicación en ella del Centro Helga de Alvear de Arte Contemporáneo; pero el paseante podrá disfrutar de la terraza —en otra calle, pero casi la misma, la de antes— de La Traviata, o de rincones como La Farándula, de locales como Habana, de otro arte, el de la encuadernación, en una tienda tan singular como Roma, a la que peregrinan bibliófilos y amantes del papel... Y casi en esta onda de lo que vendrá, nuestra amiga Viki acaba de abrir El Callejón del Gato, un restaurante bien concebido con dos zonas. La de tapas y un acogedor saloncito para comer tranquilo.
Se llama así, El Callejón del Gato, con toda la gana de su dueña, Viki. Por los gatos que con ella han convivido y conviven, y por la intención literaria que ella ha querido. Recuerdo que en la misma acera, pocos metros más allá, y unos ocho años más allá también, estuvo el Gabriel Bocángel, estrechamente literario, regentado por el escritor y editor Julián Rodríguez. Calle Pizarro, hace ocho años. Recuerdo una agradable cena con José Luis García Martín. Y otra noche con Javier Alcaíns, con Javier Rodríguez Marcos, su hermano Julián, y Victorio Montes, que en paz descanse, y que nos hizo una foto que guardo, además de haber hecho todas las fotos de los libros de poemas de Javier Rodríguez, sí. Me voy por las ramas. A lo que iba, que en la intención de Viki está un nuevo y antiguo referente literario y estético, el de la deformación de los espejos cóncavos y convexos de ese callejón madrileño del Gato o de Álvarez Gato, que inmortalizaron en la escena XII de Luces de bohemia don Latino de Híspalis y Max Estrella. Ayer se lo recordamos Carmen y yo un ratito. Me quito el cráneo y toda la suerte para Viki. Recomendable.