miércoles, julio 31, 2013

Cristóbal Cuevas


© Diario Sur
Por Antonio Gómez Yebra me he enterado de la muerte el pasado sábado día 27 del que fuera catedrático de Literatura Española de la Universidad de Málaga Cristóbal Cuevas (Fuengirola, 1932), el gran especialista en la literatura de los Siglos de Oro, editor de Fray Luis de León, de San Juan de la Cruz, de Fernando de Herrera... Su edición de la Poesía castellana original completa (Madrid, Ediciones Cátedra, 1985) del poeta sevillano fue para mí, recién terminada la carrera, un benéfico tocho de casi novecientas páginas que ayudó a rellenar una laguna enorme. También por su edición en Castalia leí El día de fiesta por la mañana y El día de fiesta por la tarde de Juan de Zabaleta. Pero sus investigaciones sobrepasaron los siglos XVI y XVII y a él debemos estudios sobre aspectos y autores más modernos, desde Salvador Rueda, a José Moreno Villa o Antonio Buero Vallejo; además de su contribución al conocimiento del patrimonio literario de Málaga con la dirección del gran Diccionario de Escritores de Málaga y su provincia (Madrid, Castalia, 2002). Tengo numerosos testimonios encuadernados de su paso como crítico —de ensayos filológicos y de ediciones de clásicos— por las páginas del ABC Cultural, sobre todo en los años 90, en las que atendió novedades como la edición de los Escritos literarios de Mayans a cargo de Jesús Pérez Magallón, la publicación de la Obra poética de Carolina Coronado en edición de Gregorio Torres Nebrera, el libro de Domingo Ynduráin Humanismo y Renacimiento en España, el Glosario de voces anotadas de los Clásicos Castalia que coordinaron Robert Jammes y Marie Thérèse Mir, etc., etc., etc. En 2005 se publicaron los dos volúmenes de A zaga de tu huella. Homenaje al profesor Cristóbal Cuevas García, en edición de Salvador Montesa Peydró, con ese verso del Cántico Espiritual de San Juan a quien dedicó tantos afanes el profesor. 

viernes, julio 26, 2013

¿Para qué sirve la literatura?


«La literatura nos libera de nuestra forma convencional de considerar la vida —la nuestra y la de los otros—, destruye la buena conciencia y la mala fe. Por definición contraria y paradójica —protestante, como el protervus de la antigua escolástica; reaccionaria en el buen sentido—, resiste a la estupidez, no con la violencia, sino de una manera sutil y obstinada. Su poder emancipador, que nos conducirá en ocasiones a buscar derrocar a los ídolos y cambiar el mundo, permanece intacto, aunque más a menudo nos hará, sencillamente, más sensibles y más sabios, en una palabra: mejores.»

Antoine Compagnon, ¿Para qué sirve la literatura? Lección inaugural de la cátedra de Literatura Francesa Moderna y Contemporánea del Collège de France, leída el jueves 30 de noviembre de 2006. Traducción del francés de Manuel Arranz. Barcelona, Acantilado, 2008, pág. 63.

jueves, julio 25, 2013

Angrois, Santiago de Compostela. 24 de julio de 2013


Desconozco si existe el término técnico; pero mi experiencia es la de un conocimiento dinámico. El doloroso conocimiento dinámico de una tragedia. No es la primera vez. Ayer, después de las noticias sobre el accidente del tren de Santiago de Compostela, me acosté con la sensación —trágicamente profética— de haber experimentado algo así; y me acordé del 11 de marzo de 2004 y de los atentados de Atocha. Hace nueve años escuché las primeras noticias casi en directo de aquel brutal atentado por la voz aturdida de Iñaki Gabilondo en la SER, y seguí el recuento de víctimas durante un viaje de hora y pico por carretera y su vuelta. Al llegar a Cáceres, las treinta víctimas de un principio, eran setenta, cuando guardamos cinco minutos de silencio en la entrada de la Facultad, en el campus, a la una del mediodía. Fueron pasando las horas y cayendo los muertos, hasta los ciento noventa y uno definitivos de las cifras oficiales días después. Ayer no iba de viaje; volvía. Y al llegar fue cuando también en la SER escuché la voz emocionada y entrecortada de Xaime López en Hora 25 que casi literalmente pisaba los cadáveres junto a las vías tras el tremendo accidente. No había cifras, aunque al poco tiempo —en televisión casi nada, sólo fútbol, películas y series, hasta pasadas dos horas de la catástrofe— ya eran treinta y cinco. El doloroso conocimiento dinámico de un hecho que esta mañana contaba setenta y siete fallecidos. Cuando escribo estas líneas ya son ochenta. Emoción y lágrimas a muchos kilómetros de distancia cuando uno escucha los testimonios de testigos, supervivientes o familiares de los viajeros fallecidos. Es espantoso.

Tonás de los espejos


Soy recipiendario de la toná XII de la segunda parte de este libro que lleva un prólogo —«De las tonás»— escrito por alguien que sabe de flamenco y tiene buena memoria histórica, Cayetano Ibarra Jurado, quien con mucho acierto habla en esas páginas de la «sinceridad poética» de José Antonio Zambrano. Acompañado por los hermanos Machado como presencia notoria de estas Tonás de los espejos (Mérida, De la luna libros. Colección Luna de Poniente —K—, 2013), su autor propone otra de esas sus lecciones de poesía popular y, específicamente, flamenca. Ya dio una con sus Soleares. A cantar las doce (Mérida, De la luna libros. Colección Lunares, 2004). Recuerdo una de las piezas de aquel libro:

                            Mijitas de tus pesares
                            me vas dando por las noches
                            como a los muertos de hambre.

                                            e

                            Me está costando mil penas
                            conocer por tus silencios
                            todo lo que no confiesas.


La tradición en la que tiene plaza bien ganada José Antonio Zambrano desde sus comienzos poéticos —las Canciones y otros recuerdos son de 1980— está poblada por personajes como Augusto Ferrán, Juan Ramón Jiménez, los Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti o Manuel Alcántara. Por cierto, he visto de nuevo uno de los primeros cantares de La soledad de Ferrán y dice, como si estuviese pensado —sin mucha convicción— como consejo a Mariano Rajoy el día que comparezca en el Parlamento:

                          Cuando dices un embuste
                          la sangre salta a tu cara:
                          no digas más que verdades,
                          porque es tu sangre encarnada.

Pero yo estaba hablando de sinceridad, de sinceridad poética. La de José Antonio Zambrano. Y de su lección de poesía, en este caso, bien afirmativa de la poca distancia que separan los registros del poeta que también escribe libros como Apócrifos de marzo (Madrid, Calambur Editorial, 2009) y que, por consiguiente, también está en otra tradición. Forma concisa, sentencia profunda, verdad y naturalidad, me parece que decía Bécquer sobre Ferrán; y son rasgos de la poesía de José Antonio Zambrano en este libro que tiene su estructura pensada, de quince más quince piezas, y en el que la forma sugiere simetrías y equilibrios, como los últimos poemas de cada parte, poliestróficos, dentro de su sencillez sobre la base de la cuarteta asonantada. El dolor de estos versos es un dolor genérico, es el propio del molde elegido por Zambrano con el fin de servir de apoyatura al cante. No se comprenderá bien este libro hasta que sea cantado, hasta que alguien le ponga voz, lo asuma de esa manera. Sin más guitarra que la voz, sin más acompañamiento que la letra.

lunes, julio 22, 2013

Lecturas de un bibliotecario


No merezco una petición así: «Agradecería un comentario, crítica o desprecio sincero acerca del mismo». Me la hizo el autor de este libro, Jonás Sánchez Pedrero, bibliotecario de Hervás, que ha reunido estas 59 mentiras (s.l., s.i., s.a.) que tuvo la amabilidad de enviarme con una cariñosa y exagerada dedicatoria y con el ruego susodicho en carta aparte. Lleva un cómplice y fraternal prólogo del escritor Víctor Chamorro e ilustraciones en blanco y negro de Pedro Sánchez. Y digo que no merezco esa petición porque no soy persona precisamente dada a expresar desprecio en público por libro alguno, por muy malo que sea. Y, dicho sea de paso, todos mis desprecios, si fuesen, serían sinceros. Aparte quejas en broma; además, sería una afrenta intolerable al digno arte de leer representado en este libro. Y, también, a leer con arte, como hace Jonás Sánchez Pedrero, que llama a estas teselas divagaciones. Son cincuenta y nueve breves apuntaciones sobre muy diversas lecturas que fueron primeramente entradas de su blog. El prólogo, la introducción —«La mentira»—, la nota justificativa y los índices —general y de nombres y de títulos y demás— son los rasgos distintivos de estas páginas con respecto a su versión anterior en la red. Deberían haber sido más: un pie de imprenta, unas fechas, un colofón, una correcta transcripción en cursiva de los títulos de las obras o algún retoque de fechas implícitas, como en la nota sobre La vida sexual de Catherine Millet, escrita en septiembre, o de referencias anacrónicas, como la que se hace a La sociedad desescolarizada de Ivan Ilich (pág. 202), después de su primera mención (pág. 169). Complementos todos que habrían logrado justificar el nuevo formato de lo que ya tuvo su difusión. El conjunto representa una muestra de la vida de un lector que es «conciencia vigilante», por poner lo dicho por Antonio Machado que encabeza el primer texto de Jonás; y recoge el libérrimo desorden de lo que apasiona y forma. Lecturas de Julio Caro Baroja a Ramón J. Sender, de García Márquez y Conrad, a Josep Pla. No hay más criterio que leer. Puede escribirse sobre El dardo en la palabra de Lázaro Carreter y del humor de Tom Sharpe; de las Cartas desde el infierno de Ramón Sampedro y de Madame Bovary, que es la segunda parte del Quijote, según Jonás. Además, como suele ocurrir en la vida lectora, aquí también un libro lleva a otro, como cuando se habla de Pensar entre imágenes, de Jean Luc Godard en la nota sobre Mi último suspiro de Luis Buñuel; o cuando se habla —con reparos— de Las armas y las letras de Andrés Trapiello cuando se reseñan las Poesías completas de Bergamín. Hay, por otra parte, digestiones, divagaciones o mentiras, demasiado escuálidas para lo que se ha engullido, como pasa en las notas sobre La Regenta o sobre El viejo y el mar, que piden más. Gusta esta forma de mostrarse como lector, sin pretensión alguna; gusta esta manera de difundir lo que importa. Un desorden lector que tiene su cifra —59— y su final consciente en homenaje, la nota sobre los Calostros (2010) de Víctor Chamorro, un escritor que tiene más menciones en este libro que Miguel de Cervantes. Sea. No conozco a Jonás Sánchez Pedrero; pero sé lo que lee. Quiero decir, ya conozco a J.S.P. 

viernes, julio 19, 2013

XXIX Festival de Teatro Clásico de Alcántara


Ayer, después de escuchar a Daniel Cassany, fui a la presentación de la vigésima novena edición del Festival de Teatro Clásico de Alcántara, que era aquí, en Cáceres, en el Palacio de Carvajal, sede del Patronato de Turismo de la Diputación Provincial. Me invitó Olga Estecha, que es la nueva directora del festival desde el pasado abril y responsable, pues, de haber logrado montar una programación en menos de cuatro meses. Cinco espectáculos centrales para cinco días de festival y numerosas actividades paralelas. Estuvo también la Consejera de Educación y Cultura, Trinidad Nogales, que fue quien mencionó el nombre del anterior director del Festival, Francisco Javier (Quico) Magariño. La nueva directiva también sabe bien que este festival ha llegado a sus veintinueve ediciones gracias a tipos como Quico Magariño, que asumió su dirección en 1992; es decir, durante veinte años. Ahí es nada. Fue, como nos recordó Juan Domingo Fernández en una de sus entrevistas de «Zona de paso» en Hoy, uno de los pocos actores de Extremadura que se formó profesionalmente en la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, combinando los estudios con la mili y, luego, con el trabajo; y ha sido hasta hace bien poco el programador y gestor de un festival teatral extremeño que más tiempo —habrá sido por algo— se ha mantenido en un puesto que, por cierto, durante los últimos años «ponía a disposición». Así que un recuerdo desde aquí a Quico. Creo que el Festival de Alcántara debería —con más tiempo— reconocerle la labor que ha realizado durante tantas ediciones.

jueves, julio 18, 2013

Daniel Cassany


Hoy he escuchado a Daniel Cassany en el curso de verano de la UEX «Las tecnologías de la información y comunicación (TIC) en la enseñanza del español como lengua extranjera» que ha dirigido mi compañero Paco Jiménez Calderón, junto a Anna Sánchez Rufat, de la Universidad de Córdoba. Presumo que el grado de aprovechamiento de este curso habrá sido alto, aunque no había muchos docentes entre un auditorio compuesto mayoritariamente por estudiantes, recién licenciados y graduados, de provecho diferido. Incluso para lo que no es estrictamente enseñanza del español como lengua extranjera. El profesor de Análisis del Discurso en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona ha hablado de «Blogs, chats y foros en la clase de ELE» y ha mostrado diversas posibilidades de aplicación de las nuevas tecnologías en la enseñanza. Comunicativo, sistemático y riguroso en el manejo del tiempo, Cassany ha interactuado con los asistentes  y ha logrado doblar la efectividad de sus fundamentos teóricos y metodológicos. Como en sus libros, me parece, que han sido el acicate principal que me ha llevado hoy a escucharle. Vale también hacer el camino inverso y que algunos de los que le han escuchado hoy busquen títulos de Daniel Cassany como La cocina de la escritura (1995), Afilar el lapicero. Guía de redacción para profesionales (2007), En_línea. Leer y escribir en la red (2012), todos publicados por Editorial Anagrama.

Festival de Música de Trujillo


miércoles, julio 17, 2013

El Cuaderno


Es portentoso seguir viendo cada mes en un expositor que hay junto a la conserjería de mi Facultad un mazo de ejemplares de El Cuaderno —que a veces sigo llamando El Cuaderno de la Voz, del histórico diario La Voz de Asturias. Hace muy poco que recogí el último número, el 47, de julio-agosto de 2013, cuya portada, con la reproducción de esa pieza de acero —Pirata— del artista asturiano Javier del Río (1952-2004), encabeza esta entrada. Es una suerte seguir contando con esta versión en papel de esta extraordinaria publicación cultural que nació el 16 de octubre de 2011 como una separata dominical gratuita de dieciséis páginas del citado periódico, que la sostuvo, junto a Ediciones Trea, hasta que en abril de 2012 desapareció el rotativo, y que desde su primer número se puede leer en edición digital. A pesar de los cambios —llegó a reducirse a tan solo ocho páginas, comenzó a salir cada quince días y luego cada mes—, El Cuaderno Cultural no ha perdido nada de su lema de crear, divulgar y resistir en todo lo referido a la defensa de la cultura y el fomento del debate y la crítica en torno a ella. Con razón, pues su consejo editorial ha permanecido casi invariable desde su fundación: Juan Carlos Gea como coordinador y con él Juan Cueto, Álvaro Díaz Huici, Jordi Doce, Javier García Rodríguez, Elena de Lorenzo Álvarez, Helios Pandiella y Jaime Priede. Han logrado una de las publicaciones de creación, información y crítica de libros y arte más recomendables de todo el panorama cultural actual. Merecen destacarse de este número veraniego las páginas dedicadas a los cincuenta años de Rayuela —«Experiencia Rayuela»—, con relatos de la experiencia de su lectura de diez lectores-autores en la corteza de Cortázar. Pero también las páginas que ocupa el movimiento poético peruano Hora Zero con una selección de poemas de sus autores principales, entre los que hay chilenos como Roberto Bolaño y mexicanos como Mario Santiago Papasquiaro, por citar dos infrarrealistas ya desaparecidos y que estuvieron muy unidos. Y la buena recomendación de Elena de Lorenzo de la antología de textos del argentino de Sur José Bianco (1908-1986) que ha publicado la editorial Atalanta: José Bianco, Sombras suele vestir. La pérdida del reino. Las ratas (2013), que contiene además su primer relato de 1929 y una selección de ensayos de crítica literaria. Y más, porque otro argentino, el novelista Sergio Chejfec publica un texto inédito —«Un dato menor»—, acompañado de otros breves textos sobre su obra, entre los que está la reseña de Victoria de Stefano de su última novela, La experiencia dramática (Avinyonet del Penedés, Candaya, 2013). Una lectura pendiente. En fin, son cuarenta páginas que a tantas otras remiten las de este Cuaderno que vino del Norte y que uno desea que vuelva en septiembre.

martes, julio 16, 2013

lunes, julio 15, 2013

«Siempre», de Ignacio Elguero


En la recién pasada Feria del Libro de Madrid Ignacio Elguero estaba firmando ejemplares de ¡Al encerado! (Barcelona, Planeta, 2011), que lleva en su subtítulo su promoción: «Un interesante y divertido retrato de los colegios de los años 60, 70 y 80»; pero también tenía allí delante algunos de su más reciente libro de poemas, Siempre (Ediciones Hiperión, Poesía Hiperión, 619, 2011), que fue del que me traje uno dedicado. Llego a él con retraso desde su publicación; pero me apetece escribir sobre un libro tan de Elguero. Aunque el calificativo es más aplicable al del encerado, al del mismo autor de Los niños de los Chiripitifláuticos (2004) y de Los padres de Chencho (2006), esas obras tan cercanas —estoy entre esos siete millones y pico de personas que nacieron en España en los primeros años sesenta—; pero de un aire nostálgico que se toma con prevención por el trasfondo ideológico que puede esconder eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Vuelvo. Tan de Elguero, en fin, porque en poesía Ignacio también es reconocible, a pesar de ser un poeta que está fuera de líneas determinadas o dominantes. La poesía de Ignacio Elguero es reconocible por su humana simplicidad, porque tiende siempre a lo más cotidiano sin muchas abstracciones, y por lo que en su día dijo su llorado Leopoldo Alas al prologar su primer libro, Los años como colores (1998), su «nostalgia positiva». Su libro más amoroso, El dormitorio ajeno (38 poemas de amor) (2003), es también el más clasicista. Y Siempre es, quizá, el más maduro, por las dosis decantadas de algunos de los rasgos más visibles de su poesía anterior. Dos nítidos ecos, entre otros, me ha traído este libro de Elguero: el de Pedro Salinas para la clave amorosa de algunos poemas y el de Ángel Campos Pámpano y La semilla en la nieve para el último poema, que da título a toda la obra, «Siempre», y en el que está tan presente la imagen de la madre, otra amada: «He cogido su mano. / Qué extraña sensación / cuando la aprieto. / Tengo su mano fría entrelazada. / Sé que la despedida está más cerca / pues el tacto es más seco, más duro, más terrible. / Siempre tendré su mano / muriendo entre las mías».

sábado, julio 13, 2013

Las melancolías de Sancho


Entre la interesante y copiosa —en lo que cabe— bibliografía con que cierra Felice Gambin su edición del tratadito de Freylas sobre la melancolía y la adivinación del que hablé ayer, me he encontrado, naturalmente, con este libro de José Luis Peset, Las melancolías de Sancho. Humores y pasiones entre Huarte y Pinel (Madrid, Asociación Española de Neuropsiquiatría, 2010), que compré no hace mucho, que leí y que dejé pasar sin anotar aquí nada. Me interesó en un principio porque dedica toda una parte, la última de las cuatro que lo componen, al siglo XVIII —del que mucho sabe Peset—, y en la que aparecen nombres como los de Diego de Torres Villarroel, el jesuita Ludovico Antonio Muratori, Francisco Mariano Nipho, Andrés Piquer y otros como el del médico francés Philippe Pinel, cuyo Tratado médico-filosófico sobre la alienación mental (1800) es una de las referencias principales de esta obra, junto al libro de Juan Huarte de San Juan Examen de ingenios para las ciencias —hay edición de Guillermo Serés en Cátedra, 1989—; y así ambos médicos, el español y el francés, marcan los extremos cronológicos de un sugerente ensayo cuyas tres primeras partes se centran —con liberal dispersión— en el Quijote, su mundo, su contexto literario y algunos de su personajes: I. La melancolía razonada. II. El teatro de los ingenios. III. La tristeza del escudero. A las que hay que sumar la cuarta: IV. La Arcadia de las Luces. Luces que se barruntan en la sección anterior, en la que aparece el nombre del cirujano militar Pedro Pablo Gatell y Carnicer, autor de una curiosa Historia del más famoso escudero Sancho Panza (1793). Quizá no llegó a tiempo a sus manos, pero estoy seguro de que a José Antonio Llera habría interesado mucho para sus Rostros de la locura este libro de José Luis Peset. Por cierto, en los dos libros, el de Peset y el de Llera, está presente, de un modo u otro, Felice Gambin, y sus estudios sobre la melancolía en la España de los Siglos de Oro. Y es que a veces —¿o siempre?— los libros son como poldras sobre las que uno pisa para moverse de un lado a otro en su flaco conocimiento.

viernes, julio 12, 2013

Los melancólicos de Alonso de Freylas


En el apéndice de una obra sobre la preservación de la peste publicada en Jaén en 1606 —en el contexto inmediato de la epidemia que afectó a la zona cuatro años antes—, de uno de los mejores tratados escritos en España sobre el tema (Conocimiento, curación y preservación de la peste), del médico Alonso de Freylas, éste incluyó la curiosa pieza que el profesor Felice Gambin, de la Universidad de Verona, acaba de editar traducida al italiano: Si los melancólicos pueden saber lo que está por venir, o adivinar el suceso bueno o malo de lo futuro, con la fuerça de su ingenio o soñando. Diré ya que su autor, que conecta con algunas ideas del Examen de ingenios (1575) de Huarte de San Juan, concluye que los muy melancólicos tienen mucha imaginación y el cerebro caliente, y que por eso suelen sufrir mucho y hablar mucho, de lo que les viene acertar algunas veces en lo que está por venir, pues es muy propio del que habla mucho acertar en algo: «che è peculiare di chi parla molto di indovinare qualcosa», traduce Felice Gambin, que es uno de los grandes estudiosos del tratamiento literario de la melancolía en los siglos XVI y XVII. El médico Alonso de Freylas (1550-1624), que lo fue del Arzobispo de Toledo, el arandino Bernardo de Rojas y Sandoval, Inquisidor General que aparece mencionado por tantas eminentes figuras literarias de nuestro Siglo de Oro (Lope de Vega, Góngora, Cervantes, Quevedo...), distinguía varios tipos de melancólicos, y consideraba que la melancolía no sólo atraía al diablo, sino que podía ser un medio a través del que Dios podía manifestarse. Esto lo trata bien Felice Gambin, igual que uno de los aspectos más interesantes —según este estudioso y traductor— del discurso de Freylas: la capacidad de adivinación o revelación por medio de los sueños, y cómo el sueño, además de todo lo que sugiere, es el medio en el que la melancolía se manifiesta. De esta manera, el médico Alonso de Freylas se incorpora a una riquísima y variada literatura sobre el sueño que se convierte en todo un emblema de la época. Otra vez la mano en la mejilla.
Alonso de Freylas, I malinconici e la divinazione. Introduzione, traduzione e note di Felice Gambin. Firenze, SEID Editori, 2012.
La ilustración de la cubierta del libro es de Antonio de Pereda, El sueño del caballero o Desengaño de la vida (1645-1650), un cuadro que está en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

jueves, julio 11, 2013

La actualidad ortográfica


El reflejo de la actualidad en la prensa escrita es muy instructivo en términos ortográficos. Para bien; no se crea que vaya uno a arremeter contra el reacio mal uso de la lengua en los medios, no. No hace tanto que la doctrina ortográfica de la Real Academia Española prescribía la escritura del prefijo ex-, con el sentido de 'lo que fue y ya no es', separada del sustantivo correspondiente. Desde la publicación de la nueva Ortografía de la lengua española (2010), la RAE considera conveniente, «en aras de una mayor coherencia del sistema ortográfico», unir o soldar el prefijo a su base cuando sea una sola palabra (exnovio), y separarlo cuando se trate de varias, como en ex alto cargo o ex chico de los recados. Solo el periódico de ayer miércoles me provee de ejemplos suficientes. El extesorero Luis Bárcenas, el exanalista y exempleado de la NSA Edward Snowden, el exalcalde socialista de Sevilla Alfredo Sánchez Monteseirín, la exconsejera de Economía y Hacienda y exministra de Fomento Magdalena Álvarez, el exmarido de Ana Mato, Jesús Sepúlveda, los ex altos cargos de la Junta de Andalucía... Hay más, en días pasados, y habrá en los venideros. El exjugador del Barcelona David Villa, el exdirector del FMI Strauss-Kahn, los expresidentes Aznar y Zapatero, la exmujer de Amancio Ortega, Rosalía Mera... Tantos ejemplos en la prensa diaria de tan reciente convención ortográfica me hacen pensar en que la buscada coherencia académica consiste en soldar 'lo que ya no es' a la base de 'lo que fue', y que nadie se vaya de rositas. Ojalá, según el caso.

miércoles, julio 10, 2013

Borges y el libro de poemas


Hace ya algunos años que la revista El Paseante (núm. 3, verano 1986) publicó una conversación entre Antonio Fernández Ferrer y Jorge Luis Borges en la que el escritor argentino hablaba del proceso de composición de sus libros de poemas: «Cuando yo tengo un número suficiente de textos, leo el índice y entonces veo alguno que pueda quedar bien en la tapa del libro, y, luego, ese siempre es el último, y se crea la ilusión, en fin, en todo caso se dibuja la ilusión de que todo [el] libro ha sido escrito hacia ese poema. Eso es lo que he hecho en las últimas obras. Por ejemplo, leí los títulos, y Los conjurados me pareció un buen título y lo propuse, pero igualmente pudo haberse llamado este libro Cristo en la cruz... Se me ocurrió este artificio que creo no es culpable. Es lícito». Y tanto, aunque confieso que tiendo a la lectura estructurada de los libros de poemas, y a intentar desentrañar los modos constructivos del autor, que suelen ser más visibles de lo que parece, incluso en casos como el de Borges. Siempre hay una mano que decide emparejar dos nubes y dos milongas —por seguir con el ejemplo de Los conjurados. Recuerdo que un escritor muy borgesiano, José Luis García Martín, decía lo mismo que su admirado en lo que se refiere al carácter acumulativo del libro de poemas. Sus libros de versos lo confirman; y él ha hablado de ello en algún sitio —que ahora no localizo— de sus diarios y artículos, como el que quita importancia al conjunto y se la da a la unidad de texto, al poema. Un buen poema no necesita de otro andamiaje fuera de sus límites; pero un buen libro sí puede sostenerse sobre unos cimientos que ayudan al valor y al significado de cada una de sus piezas. Sea la estructura temática —la poesía, el amor, la muerte— o argumental —con su planteamiento, nudo y desenlace—, suele suceder al pensamiento del poema. Por dibujar la ilusión, que decía Borges. Por cierto, y hablando de andamiajes, Antonio Fernández Ferrer es el autor del documentadísimo libro Ficciones de Borges. En las galerías del laberinto (Madrid, Ediciones Cátedra, 2009), una especie de armazón superlativo de aquella universal obra publicada en 1944.

martes, julio 09, 2013

Todas las islas lejos en Morille


Este fin de semana, de viernes a domingo, se celebra el undécimo Encuentro transfronterizo de poesía, patrimonio y arte de vanguardia (PAN XI) en Morille (Salamanca), organizado por el Ayuntamiento de la localidad y dirigido por su alcalde, Manuel Ambrosio Sánchez. Éste dice en su texto de bienvenida que el encuentro de este año está dedicado «a todos aquellos soñadores o ingenuos que, creyendo encontrar o haber encontrado una isla, tal vez incluso 'su isla', empeñaron la vida (la salud, los recursos, la compañía) en su cuidado, confiados en que ese territorio del final del viaje, descubierto o preservado por ellos, podría ser el inicio de un trayecto más favorable, incluso el refugio, para los otros; y en especial va dedicado a quienes, aun intuyendo o sabiendo a ciencia cierta que su empeño sería estéril, persistieron empecinados en la quimera». El título se lo han robado con admiración a uno de esos soñadores empecinados, a Antonio Gómez, que así llamó a su libro de poemas más reciente y que es uno de los asiduos de estos PANes. En el de 2013, el del próximo fin de semana, habrá talleres —como el de estarcido de Alfredo Omaña y Pablo Herrero—, recitales —el de Pablo Málaga con versos de Gabriel y Galán, o el que va a dedicarse a Aníbal Núñez—, acciones —la de Antonio Gómez o la de Francisco Escudero—, conciertos —como el de Germán Coppini y Armando Martínez— y, entre otras actividades, el estreno del documental  Bernard, de Sara Calatrava Sánchez, que parece todo un canto a la preservación del patrimonio. En Morille, este fin de semana.

jueves, julio 04, 2013

Pequeñas biografías por encargo


Como si hubiese estado ajustándome a un programa de lectura coincidente con su composición, leí este libro en tres momentos y, al menos, en tres lugares distintos. Y es que estas Pequeñas biografías por encargo (Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2013) de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968) están estructuradas en tres momentos, que hacen de partes de una misma historia localizada en tres tiempos distintos. El primer momento, en la primavera de 1999; el segundo retrocede hasta el verano de 1982; y el tercero y último se sitúa en el invierno de 2010, que es el tiempo supuestamente más próximo al presente de la escritura. Pero no queda ahí la cosa, y por eso el índice de este libro no es preciso, pues escamotea demasiado. El índice solo sitúa los tres momentos; pero yo le pediría más. Porque el «Primer momento. Primavera de 1999»  tiene tres partes: «El encargo», dividido en siete secuencias (I-VII), «Cuaderno de trabajo», cuya estructura se fundamenta en las apuntaciones —hasta dieciocho— en lugares como La Comarca, Lisboa, Madrid o Begur sobre algunos de sus habitantes, y «Romper el hielo», de cuatro secuencias (I-IV). El «Segundo momento. Verano de 1982», el más breve, precedido por dos lemas, de Albert Camus y Erri de Luca, se desmembra en seis textos muy breves. Y, por último, el «Tercer momento. Invierno de 2010» tiene siete secciones. Así que no es lo que parece, según el índice, tan resumido. Y lo digo porque Javier Morales Ortiz es autor de relatos breves y se nos presenta —véase la solapa— con esta su primera novela. Una novela, sin embargo, cuya morfología es tan divisible que se diría que el conjunto, la novela, se construye a partir de relatos cortos y de fragmentos. Propio de quien nace como escritor en esa distancia corta y quiere hacerse en logros más largos. El resultado es un interesante relato que toma como excusa la indagación —el encargo— en la biografía de otro para mostrar la del propio narrador. Y también para ofrecer un discurso metanarrativo siempre sugerente —para mí— que aporta muchos significados: «Escribir una biografía se asemeja a escribir una novela, solo que los datos vienen dados y son reales. No puedes forzar un personaje, manipularlo para que se comporte de un modo u otro, para que evolucione, aunque en las novelas, como decía Sciascia, cada personaje, al ser representado, carga ya con la consumación de su pasado, la realidad de su presente y la incertidumbre de su futuro» (pág. 98). Y acabo. No hace nada que he releído lo que escribió Luis Landero sobre uno de sus personajes de Retrato de un hombre inmaduro que hacía biografías por encargo. Ignoro si en el germen de este libro de Javier Morales Ortiz tiene algo que ver la lectura de aquel relato de Landero. En nada se parecen, me parece; y sin embargo, parece que hay algo de la insignificancia del personaje que se reivindica en ambas. Es solo un apunte sobre una lectura gustosa.

miércoles, julio 03, 2013

Poesía en la red

Hace unos años escribí una carta a un colega matemático que parecía preocupado por una posible digitalización de los contenidos de su revista —y la desaparición de su versión en papel— en la que le decía que el cambio de formato no podía suponer una calidad menor. Creo que no le convencí. Yo sí estoy convencido de ello, así como de las posibilidades que ofrecen los nuevos formatos digitales para la aplicación del más estricto de los rigores en cuanto a criterios de edición o de presentación de un texto. Es verdad que no siempre es así; pero de igual modo ocurre con los libros publicados en papel. Hay de todo. Y no se debe ser más riguroso en una versión que en otra. Este curso, en mis clases del Máster de Formación del Profesorado de Enseñanza Secundaria quise mostrar ejemplos de edición de textos literarios españoles en la red. Hay mucho donde elegir. Vimos textos de poetas de los 50, de algunos de los novísimos y de poetas extremeños contemporáneos. Me anoté una conclusión: que todavía el texto impreso en papel sigue siendo más fiable que el que se edita en la red. No hay razón plausible; pero así es. Pondré dos ejemplos que salieron aquellos días. El poema «Noción de lugar», de Álvaro Valverde, campea por el ciberespacio con llamativas variantes que deshacen la bien pensada medida de sus versos; lo que solo podría corregirse con la consulta de una edición cabal como la del libro al que pertenece, Ensayando círculos (Tusquets Editores, 1995). Peor suerte tiene uno de los grandes poemas de Pere Gimferrer, bien editado en algún sitio, la «Oda a Venecia ante el mar de los teatros», de Arde el mar (1966); pero trunco y desfigurado —sin entrar en aspectos de estética— en demasiados lugares en la red, que repiten el mismo atropello. Me echo a temblar solo de pensar en que un profesor de literatura tire de internet para hacer un comentario del poema.

lunes, julio 01, 2013

Nihil novum sub sole


© El Roto
Está en un cuaderno antiguo, de hace más de veinte años, en el que tengo anotado el diálogo entre el Comandante Kurtz (Marlon Brando) y  el Capitán Willard (Martin Sheen) en Apocalypse now (1979): —¿Es usted un asesino? —Soy un soldado. —Ni una cosa ni otra. Es un chico obediente al que mandan los tenderos a cobrar la factura. La viñeta de El Roto se publicó en El Independiente el 19 de diciembre de 1989.