viernes, julio 31, 2015

Retales


© CMD
Numerosas apuntaciones en mis cuadernos se quedan ahí y no pasan de eso, de meras notas-recordatorio escritas en su momento con la pretensión de desarrollar una idea y convertirla en un artículo, un cuento o un texto de blog. Las hay manuscritas y electrónicas, y estas últimas se acumulan en un documento archivado para escribir sobre él, reescribir, corregir, cortar y pegar que va creciendo y que ahora tiene un centenar de páginas con apuntes antiguos que han perdido parte de su validez, entradas casi terminadas que no he publicado o asientos que son el molde en el que verteré los próximos textos que aparecerán aquí. De vez en cuando, releo y hago algo de limpieza; aunque sigue costándome mucho tirar. Como retales de un lienzo extendido en el tiempo retomo bobaditas como una muletilla de Luis de Guindos («vuelvo a repetir, a este respecto») o un recuerdo de la emoción —y las rodillas— de María Sharapova cuando ganó Roland Garros contra Sara Errani en 2012. Hay películas, y la indignación insistente de que RTVE siga sin pedir disculpas por interrumpir los créditos de las que emite —también en La 2. Por ejemplo, La guerre est déclarée (Valérie Donzelli, 2011), que me gustó mucho porque trata bien, sin caer en sentimentalismos, y con aciertos de montaje narrativo, un asunto muy peliagudo como el drama familiar de la enfermedad de un hijo. Hay un momento en ella en el que dos de los tres protagonistas escuchan por la radio después de una noche en vela la noticia del bombardeo de Irak por el ejército americano. 20 de marzo de 2003. Cuando la película termina, el niño —Adam— tiene ocho años. No importa la referencia cronológica, que da veracidad a un hecho real que ocurrió a los creadores de la cinta; lo que importa es que esa declaración de guerra es la que proclaman los padres contra la muerte y por la existencia de su hijo. Obras de teatro, como En un lugar del Quijote, de Ron Lalá, que vimos en el Teatro Pavón de Madrid el segundo día de este año y que nos entusiasmó. La próxima semana, el domingo 9, se podrá ver en el XXXI Festival de Teatro de Alcántara. No se la pierdan. Retales. En fin, retales recuperados, como aquella anécdota de la sala de espera de una clínica cacereña, con una administrativa que iba diciendo en voz alta los nombres y apellidos de los pacientes que ya tenían sus resultados de análisis, ecografías y radiografías. A Isabel Moreno la avisaron dos veces («—¡Isabel Moreno! —¡Isabel Moreno!»); y cuando ella escuchó su nombre dijo: «—Sí; ahora voy, que quiero acabar una conversación». Sus razones tenía y, al fin y al cabo —algo añadió luego—, era solo para recoger los resultados.

miércoles, julio 29, 2015

Un lector de prensa


¿Con qué intención dejó un lector el otro día su ejemplar del periódico doblado por esta página sobre el capó de un coche frente a la Facultad de Derecho? Un Nissan blanco podría valer. ¿Todo fue casual? ¿También que yo pasase por allí? Parece que, más que afrenta, el aspa que tacha el nombre de pila del prestigioso catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid y director del Máster en Gobernanza y Derechos Humanos (Cátedra J. Polanco UAM/Fundación Santillana), y que pretende sustituirlo por el del famoso cómico, es una opinión sobre el contenido de este artículo «Cambio y Constitución». No creo que el autor del retoque haya pensado en que ese texto podría escribirlo el monologuista malagueño —sin tacos sería difícil—; pero sí que me parece que ha querido tildar de chiste lo escrito por el jurisconsulto. Y no por no compartir lo que dice, pues no se puede estar más de acuerdo con los juicios del profesor Rovira en su texto. Éste afirma con contundencia que «los partidos endogámicos están contribuyendo a debilitar la democracia al instrumentalizar las instituciones de garantía en su propio interés y convertirlas en muros de contención de las protestas. Cuando las cosas van mal, cuando arrecian los gritos de indignación de la gente, piden un informe o aprueban una norma para intimidar». Han convertido la ley en un objeto de consumo —dice— y la han puesto a su servicio; y en la situación actual, la Constitución vigente ya no sirve para garantizar nuestros derechos. También defiende que hay que frenar la corrupción, el caciquismo y el clientelismo, «sacar a los amigos y familiares de los cargos públicos y eliminar los privilegios de aquellos partidos políticos que han recibido dinero de forma ilimitada de cajas y bancos que salvamos de la quiebra con nuestros impuestos», y fijarnos nuevas reglas afrontando la situación sin extremismos. Aquí es donde yo comprendo al autor de la tachadura, cuyo escepticismo le lleva al terreno de la guasa y el cachondeo. También he pensado en que el Nissan sea de un profesor de Derecho Constitucional amigo de Antonio Rovira.

martes, julio 28, 2015

La relectura


© Fundación Germán Sánchez Ruipérez
Aparte la razón profesional que me concierne, releer es todavía —y sin duda ilusamente— algo que me gustaría hacer el día de mañana. Con el peso de la edad, dedicar el tiempo a aquello que, en términos literarios, verdaderamente ha demostrado su pervivencia. Se me podrá impugnar esta idea con la incontestable certeza de lo mucho bueno que aún me quedará por leer cuando llegue ese momento, si llega. Es verdad. Pero la relectura constata, por un lado, el valor del texto y, por otro, la índole de su lector. Es indudable lo que escribió Juan Goytisolo hace años («Lectura y relectura», El País, 19-3-1993): que la exigencia o no de la relectura de un libro es criterio principal para su consideración como texto literario y no como producto editorial. Como autor, ha creído siempre que la relectura es «una pequeña pero conmovedora recompensa» y su anhelo no ha sido nunca buscar lectores, sino relectores. En lo que se refiere a la índole de estos, la relectura los pone delante de su propia competencia y les permite comprobar cómo las páginas leídas en la adolescencia dicen de otro modo al volver sobre ellas muchos años después. Con tan sugerente asunto nos ha regalado hoy Antonio Sáenz de Miera una de sus entradas veraniegas en su blog Allende Guadarrama. Es, además, un regalo triple (cuádruple); pues nos remite a tres deliciosas conversaciones breves —saben a poco— que el propio A.S.M. ha mantenido en el programa Relectores de Canal Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez con tres de sus muchos amigos lectores: el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, la catedrática de filosofía moral Victoria Camps y el diplomático Inocencio Arias. Resulta gustosamente sorprendente enterarse de que Sáenz de Miera hace por primera vez algo; en este caso, «oficiar» de entrevistador. Y lo hace muy bien.

viernes, julio 24, 2015

Aldecoa


© Fotografía de Nicolás Muller
Recuerdo que los Cuentos de Ignacio Aldecoa (1925-1969) fue uno de los primeros libros que leí con conciencia de formalista, es decir, con una actitud propia de alguien que pretende disfrutar del lenguaje artístico. Al fin y al cabo, es razón principal de la lectura y lo que me ha llevado como lector y como profesor a sentir admiración provechosa por quienes escriben bien. En mi antiguo ejemplar de la edición en Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra, de 1977, tengo marcadas las dos primeras páginas de un cuento magistral, «Young Sánchez» («El cuarto era como una axila del sótano y sabía salado, agrio y dulzarrón»), y un fragmento de unas declaraciones del autor seleccionadas por su viuda, Josefina Rodríguez de Aldecoa (1926-2011), encargada de aquella edición: «¿El estilo? Un anhelo de precisión verbal. […] Me atengo a la economía verbal, asedio la exactitud y deseo la expresividad. Fundamentalmente lo que me interesa del idioma es su expresividad. También su exactitud. Pero sacrificaría la exactitud a la expresividad». Eso pensaba este vitoriano de «familia vasca hasta un número larguísimo de apellidos», que nació tal día como hoy hace noventa años. Celebración estupenda releer sus textos.

domingo, julio 19, 2015

Lectura de «Más allá, Tánger»


No sé por qué pasa; pero hay veces que con los más allegados somos los más tardíos en gratitud, casi sin darnos cuenta. Agradecidos como lectores, quiero decir ahora. No es desapego, será otro comportamiento; pero igualmente molesto para quien no lo merece. Y no es disculpa. Así somos o así nos hacen las circunstancias. Uno de los libros más queridos publicados el año pasado ha sido Más allá, Tánger (Barcelona, Tusquets Editores, 2014), de Álvaro Valverde; y no he publicado aquí, salvo ecos y anuncios, ni una línea sobre él, a pesar de haber participado en su presentación en Cáceres. Más allá, Tánger es un libro espléndido sobre el que se ha escrito mucho y que ha sido extraordinariamente bien recibido en muchos medios, incluso en los no especializados. Lo merece. Es, por encima de todo, un libro que a mí me suscita una pregunta: «¿Para quién se escribe?». Estamos acostumbrados a leer respuestas ingeniosas a la pregunta de «¿Por qué se escribe?»; sin embargo, Más allá, Tánger es un libro de poemas en donde se manifiesta claramente para quién lo ha escrito el poeta. Comparte esto con el género elegíaco, en el que hay un receptor inmediato que puede incorporarse como protagonista del mismo relato. El poemario de Álvaro Valverde está escrito para una persona muy concreta que está implicada en el mismo. Quizá por eso se diga que es narrativo. No; es un libro con una alta intensidad poética que remite a una circunstancia propia de la narración. Un viaje, un origen, un padre fotógrafo y sus novelescas circunstancias biográficas... Pero, sobre todo, es un gesto de amor, un libro con una clara pulsión amorosa. La que también se da en el hecho vital del viaje compartido —como la vida—, el viaje de regreso de ella, la amada, a su ciudad de origen, y el primer viaje de él a esa misma ciudad de Tánger. El viaje también es aquí una metáfora de la escritura que se comparte, que se propone como gesto cómplice a un primer destinatario; una escritura que reúne en sí misma la experiencia personal alimentada por lo propio y por lo ajeno asumido como propio. De ahí que congregue varias voces, la masculina, la femenina y la neutra, la de una voz testigo que sugiere una ambigüedad o ambivalencia porque puede ser considerada la de una conciencia que se dirige a ella o la de esa misma conciencia en autodiálogo. Esto es tan relevante que es el arranque de Más allá, Tánger, su punto de partida: «Ves la ciudad volver» es el primer verso del libro. La contemplación, la mirada, la ciudad y la vuelta, el regreso. Como si todo estuviese compendiado en este verso que es todo un hallazgo como principio de la obra. Hay incluso un juego conceptual y formal que refuerza aún más esta noción de ver, de volver y de volver a ver. Esta conciencia creativa hace del libro uno de los más eminentes de la trayectoria poética de Álvaro Valverde, una conciencia que puede constatarse también en otros detalles en los que condicen fondo y forma, como la combinación de las voces del texto o la situación de determinados poemas, como el que hace visible por primera vez el sujeto femenino («te alejas asustada», poema 19, pág. 48), precisamente en unos versos escritos desde «él», o el poema 47, un texto argumental, fundamental y espléndido, el más extenso de todo el conjunto, que ilumina, a poco ya del final, claves esenciales de este viaje poético, claves pertinentes solo a poco del final. Bien sabe el autor cuándo traer según qué contenido, qué imagen o qué artificio —las anáforas del «vaso de té» o la canción 23— o cómo mantener la intensidad de una obra que tiene logros también en la capacidad de hacer de lo íntimo y de la memoria personal un motivo valedero poéticamente para cualquier lector. También difícil es, a estas alturas, entregar un nuevo libro como este Más allá, Tánger: nuevo y original sin perder el aire de familia, y como un paso más en este proceso ya experimentado —treinta años de poesía— de indagación sobre nociones como el lugar o la memoria. De qué manera tan genial sigues siendo, Tánger, literaria.

jueves, julio 16, 2015

El centenario de mi padre


Mi padre, Enrique Luis Lama Sánchez, nació en Zaragoza en 1915 y hoy habría cumplido cien años. Por desgracia, murió en Zafra el 9 de mayo de 1992, a los setenta y seis. Desde aquel sábado han pasado los años suficientes para que yo envidie sin trauma a mis amigos con padre, y para lamentarme sin exagerada tristeza de no haberlo tenido para contarle lo mucho de todos estos años. Desde los nietos que no ha conocido hasta las resultas en la vida de sus hijos de aquellas enseñanzas con que nos regaló. Fue el pequeño de cinco hijos, perdió a su padre a los tres años y a su madre a los veintisiete, y sobrevivió a sus cuatro hermanos (Manuel, Pilar, Guillermo y Consuelo). El 12 de septiembre de 1945 se casó con mi madre, Justa Hernández Mejías, a la que hoy también rendiremos su homenaje, que lo merece, aunque no sea muy consciente, a sus noventa y un años, de la razón por la que sus cuatro hijos van a reunirse en Zafra. La semana pasada leí en el periódico que este año es el centenario de Arthur Miller. Y el de mi padre, me dije; que nació el mismo 1915 que Roland Barthes, que Frank Sinatra (y que Augusto Pinochet —es lo que tiene hurgar en la red—). Y el centenario también de otros nombres más cercanos, como Antonio Hernández Gil —por nuestra historia reciente—, Manuel Tuñón de Lara —por la historia con la que estudió mi hermano— o Ángel Álvarez de Miranda —por mi historia personal por ser el padre de un amigo. Hace pocos meses celebrábamos en Cáceres con un congreso el aniversario de un escritor del siglo XVIII, del que ya habíamos conmemorado el centenario de su muerte. En mi entorno, al menos, esto es normal; incluso sin cifras redondas. Así de natural y de justo me pareció en su momento proponer a mi hermano Josemari que celebrásemos el centenario del nacimiento de nuestro padre ausente. En la fotografía estamos, disgustado yo de la mano de mi padre y sobrado él con su estrella de sheriff de llavero colgando de la trabilla. Quizá en 1967, y sí que junto a la iglesia de Santa Marina de Zafra. Un centenario.

miércoles, julio 15, 2015

Carlos Medrano con Santiago Castelo

Un extraordinario poema de Carlos Medrano acaba de llegarme. Mágico es este modo de leer la poesía. No sé expresarlo de otra forma; pero quiero pensar en que el gesto amable de un amigo que te tiende un libro que anda leyendo para que tú también leas una de sus páginas con un poema, y la manera con la que te ofrece un folio con sus versos, son hoy también —y tienen el mismo romanticismo y la misma vocación— lo mismo que esta expresión cibernética de darse a los amigos. Insisto, «Esos tus ojos» es un extraordinario poema que ha escrito Carlos Medrano para dedicarlo a su amigo y maestro querido José Miguel Santiago Castelo:

Amanece en Mallorca. 
Mientras viajo,
en el perfil del campo una iglesia a lo lejos 
se abre entre las cosechas. 
Los pueblos son de piedra,
mansos al sol que nace.
Miro entre los almendros y las vides
este espacio flotante que no es lo que parece,
ni una isla, ni un lugar frente al mar,
ni un prodigio de tierra en que perderse 
bajo un sol antes griego y un designio pagano,
secreto y poderoso como el aire invisible. 
Aquí ocurre un dolor entrevisto
que otorga a quien acude el poder de encontrarse. 
Ya no estás, Santiago, aunque hasta aquí llegué
tras leer en tus versos la devoción consciente
al caudal de colores de este pulso marino
en cuyo vuelo cabe
junto al verano pleno
y el golpe de la sangre
lo frágil del silencio de un hombre al deshacerse 
o el temblor de la noche y la mirada débil:
esa forma de ser y aceptar este cuerpo, 
su derrota sensible de vivir a diario
sin renunciar a nada que al corazón asombre. 
Aún queda por el aire el iris de tus ojos
dados a recibir la sed de lo radiante,
tan callados ahora, 
tan sensitivos siempre,
vueltos,
aunque se graben
de un modo transparente
en mí y este paisaje,
a lo que ya se fue
y el tiempo leve,
a la fugacidad de estar y ya no hablarnos.

Vaya manera de celebrar, Carlos, tus doscientas entradas en tu Isla de lápices. Y vaya regalo también esa voz de Silvia Pérez Cruz, que me ha servido de banda sonora para tu poema. Silvia canta con su padre. Qué delicia. Gracias.

lunes, julio 13, 2015

Por favor


Me llamó mucho la atención que un programa de televisión en horario infantil se titulase «x la tarde». Hasta que me di cuenta de que «x» equivalía a la preposición 'por'. Lo que algunos profesores consideramos una falta de ortografía. Por eso no me ha sorprendido lo de la conferencia política del PP: «x el futuro de España». ¡Ay!

sábado, julio 11, 2015

Del palíndromo y del bustrófedon

Por Gonzalo Hidalgo Bayal, aquí.

viernes, julio 10, 2015

Ultimísimas tardes con Teresa

Acaba de publicarse —lleva fecha de junio de 2015— la que creo que es la primera edición escolar, después de casi cincuenta años, de Últimas tardes con Teresa (1966) de Juan Marsé. Una de las mejores novelas del pasado siglo por fin en una edición «especial para escuelas». ¿Escuelas de letras?, me pregunto. «Edición escolar» pone también en la cubierta. Por anglicismo semántico. Porque solo con que se utilizase como libro de lectura en Secundaria y Bachillerato habría que celebrarlo. Yo lo celebro porque podré recomendar su lectura en un grado universitario. No lleva notas —que ya son para ciertos libros lo que las moscas para el rabo—; pero sí una «Guía didáctica» muy bien hecha y muy didáctica, que está colocada al final (págs. 473-524) para no molestar; pero, sobre todo —añado— porque debe ser leída una vez que se ha terminado la lectura de la novela. Spoiler, sí. Vamos, que basta leer la cuarta página con los datos esenciales referidos a la estructura externa e interna para que las referencias a los veintidós capítulos de la novela destripen lo que haya que destripar. Es cierto que luego —bastantes páginas después—, cuando se resume el argumento, no se dice nada; pero si el alumno-lector lee en orden, entonces —ay—, se desbarata todo. Lo he comprobado con mis estudiantes, que para mi regocijo me han dicho siempre —casi uno a uno, y con una mano sobre su ejemplar de Últimas tardes con Teresa— que es un clásico, que sigue teniendo vigencia y que me agradecen no haber dado más referencias que las precisas al argumento. Por eso. El solvente autor de la guía es el profesor y escritor Mateo de Paz, que dice bien su función de «indicador» y bien que «la invención literaria es un estímulo para aprender a leer porque la experiencia, la memoria, la lectura y, por supuesto, la soledad son a su vez los pilares básicos de la creación artística». Su trabajo contiene «Datos esenciales» —quizá demasiado esenciales como el idioma (español, con citas en francés y catalán...)—, otros bio-bibliográficos y de contexto sobre la novela española de los años sesenta, los temas o asuntos de la novela, el punto de vista, el espacio narrativo, los personajes, los rasgos lingüísticos y estilísticos, y las actividades de compresión de la acción, de creación sobre la perspectiva, sobre el tiempo, sobre cada uno de los aspectos analizados. Una herramienta didáctica excelente para volver sobre una cumbre de nuestra narrativa, sobre una gran lección de cómo se escribe una novela.

Juan Marsé, Últimas tardes con Teresa. Material didáctico Mateo de Paz. Barcelona, Debolsillo (Contemporánea), 2015.

Mujer tenía que ser


No escupe en el suelo, no se toca los genitales en público, es educada, más inteligente que la mayoría de la gente que conozco. Su sensibilidad es objeto de envidia, como cierta exquisitez que gasta. No suele dar voces en las barras de los bares, que no frecuenta sola; aunque, si quiere ir, va, sin achantarse a pesar de las miradas. No habla de los hombres como si fuesen bestias que montar; que son los que acaban de mirarla al entrar y pedir un café, o un whisky con hielo. Es prudente al volante y en la vida. Por las mañanas irradia luz. Y huele bien, no es de las personas que no se duchan antes de ir a trabajar... (Parece mentira; pero hay demasiadas). En su efecto formal, y en todo, no es «la mujer del hombre lo más bueno», como quería Lope. Lejos —lo suplico— la que lo imita, en el fútbol y en la vida. A propósito de «El pésame», leí a Tomás Sánchez Santiago que las mujeres son «Admirables y de gigantesca estatura interna. Dispuestas siempre a despedir y a recibir. Dispuestas a ponerse entre mortajas o entre pañales con la misma intensidad. Siempre cerca de los ángulos más profundos, decisivos, de la vida» (La vida mitigada, pág. 128). Para macho no vale, en el sentido de la palabra malo. Sí para libre y desprejuiciada; temerosa de nada. Mujer tenía que ser.

lunes, julio 06, 2015

El rastro del caracol


Si no estoy equivocado, esta es la primera novela de la periodista Mª Cruz Vázquez (Madrid, 1968), que fue directora territorial de RNE en Extremadura y de su emisora de Cáceres. Y parece que ha empezado con buen pie, pues la versión impresa de El rastro del caracol (Agebooks, Colección LIT, 2014) llega después de que la edición en formato digital haya ocupado puestos destacados de ventas en Amazon entre las obras de ficción. Es una primera repercusión, con presentaciones en Cáceres, Plasencia, Mérida, Madrid..., propia del aval y la acogida de la novela por parte de la agencia de la milanesa Silvia Meucci (Meucci Agency), la que fuera editora en Feltrinelli y en España en Siruela; pero también explicable por el afán de la autora por encontrar el destino natural de su texto en los ojos de los lectores. La autora quiere que la lean; pero como periodista quiere preguntar qué les ha parecido. Puedo certificar esta actitud con mi encuentro con Mª Cruz Vázquez en Letras un jueves de enero, cuando me trajo un ejemplar de su novela, que me quería dar en mano, con el anuncio de su primera presentación por aquellos días a cargo de Elisa Blázquez en la cacereña librería Todolibros. Creo que la más temprana clave sobre el título de la novela, ya en las primeras páginas, está puesta en boca de un personaje que ve la realidad desde abajo, arrastrándose, como el caracol. Es La Muda, la primera «voz» de las cuatro que articulan todo este relato cuadrafónico en veinte secuencias, que es el resultado de cinco secciones de cuatro voces cada una: la de La Muda, que es un repudio, un despojo; la del médico repugnante don Anselmo Cércio, una voz, sobre todo «pegajosa»; la del joven superviviente Lucas, un hijo de la represión y la violencia; y la de una reclusa en un manicomio, Berta, «la de la eterna tristeza». Todas pertenecen a un mismo mundo imaginario —se evitan referencias precisas a un tiempo y a un espacio identificables— y sórdido; sus vidas se entrecruzan y comparten todas algún atributo de ese motivo recurrente del caracol. Esto es prueba del interés constructivo de esta novela nada amable por la naturaleza de una historia en la que también uno de los personajes es la culpa. Tiene salpicaduras de odio y rebabas de iniquidad, y el escenario —los escenarios— es unas veces siniestro, casi siempre rural, y otras veces es oscuro y es áspero. Mª Cruz Vázquez ha levantado este coro, con una prosa trabajada y con aislados desmayos, como una manera de ahondar en la conciencia de unos seres que parecen proceder del manantial de una memoria vivida y de una memoria libresca o ajena, y de las que, como decía arriba, se han intentado borrar los referentes. No sé hasta qué punto el relato habría ganado con la escritura en tercera persona, que habría hecho más naturales los cruces entre los personajes y más creíble la unidad de estilo de esta especie de complot de hombres y mujeres, de este fruto de un trastorno de personalidad múltiple, la del personaje de Berta. Así que en tercera persona el relato principal y solo en primera el de Berta. Por ejemplo. El rastro del caracol se lee con gusto; pero no ayuda a ello la presentación formal de un libro impreso en Carolina del Sur (USA), una novela de trescientas cuatro páginas que termina en la diecisiete; porque a alguien se le ha ocurrido cerrarla con las primeras páginas de otro título de la colección. Y no ayudan tampoco las erratas, sobre todo en la tilde que falta y las que sobran con insistencia molesta en la misma palabra: «pié». A pesar de esto, Mª Cruz Vázquez ha empezado con buen pie.

jueves, julio 02, 2015

Examen final


«¿No puedes escribir como los demás?» es la pregunta que hacen al protagonista de esta novela (Examen final. Coruña, Editorial Trifolium, 2014) sus allegados: su mujer, una agente literaria y un escritor que escribe normal y que gana dinero con sus obras. La pregunta es el principal combustible de este relato construido en dos partes («I. Misoginia» y «II. El huésped») y que trata —si de algo tuviese que tratar— sobre las convicciones y las dudas de un escritor. La pregunta, o la idea que contiene la pregunta, recorre la novela desde la primera página hasta la última; igual que el whisky, consuelo de los afligidos, acompaña al personaje, y como esas veintisiete palabras que van pespunteando toda la narración: «Confiésalo: te obsesiona esa imagen. No te ves caer: sólo tu cuerpo estrellado contra el capó del coche. Tu cadáver encima de un coche de color rojo». Es el comienzo de la novela y casi exactamente su final; y es el primer indicio de que José Mª Pérez Álvarez (O Barco de Valdeorras, 1952), sí escribe como los demás. Porque a mí la frase me lleva a una tradición en la que está, por ejemplo, el Carlos Fuentes de La muerte de Artemio Cruz (1962) —«Tú te sentirás satisfecho de imponerte a ellos; confiésalo: te impusiste para que te admitieran como su par»—, y, sobre todo, Juan Goytisolo, cuya novela adulta es uno de los referentes principales del novelista orensano al que los amigos llaman «Chesi». La intención sigue intacta; y no es nueva. En Señas de identidad (1966) de Goytisolo aparece un tal Fernández, ganador del Premio Planeta, lector de Somerset Maugahm y Vicky Baum, y autor de una novela titulada Vidas sin rumbo, que opina que Faulkner es un camelo, y que ha escrito su última obra en ocho días porque no considera necesario corregir, ya que lo que se gana en florituras se pierde en espontaneidad. Lo de siempre. Así que el que atribuya radicalidad y afán subversivo a Examen final es un ingenuo. Y quizá con esto esté considerando así al mismísimo autor —cuya intención le vale— e incluso a Juan Goytisolo, que escribió sobre esta novela que huye de toda facilidad y de la sumisión al dios Mercado. Claro que sí. Y los dos son santos de mi devoción —no la facilidad y el mercado; Pérez Álvarez y Goytisolo. Lo siento; yo tampoco soy un lector normal. Y ni falta que me hace. Por eso no acabo de comprender tanta autoafirmación en lo distinto; como si lo distinto necesitase, además de su discurso, el análisis de su discurso insólito. Si Examen final es la crónica de una autodestrucción, no necesita paños calientes ni reseñas convencionales. (Sé que al final hasta el más iconoclasta gusta de su altarcito). Las alusiones a la novelita, a que es hermética, o a que lo que hace el protagonista es literatura confusa, se contestan fácilmente con que no es novelita porque, a pesar de que no llega a las ciento treinta páginas —los lectores normales leen tochos históricos de cuatrocientas—, es una ejemplar narración de trazos sin los déspotas —Unamuno lo decía— de tiempo y espacio; y no es hermética —la glosolalia— porque está escrita en español y sus referentes son todos compartidos, como Joan Manuel Serrat, cuyas canciones también aparecen con frecuencia. Y no es literatura confusa, porque es, simplemente, un ejercicio literario responsable. El del protagonista, claro; no el del autor José María Pérez Álvarez. Ay, realidad y ficción. Examen final es otro examen en la obra de Pérez Álvarez. Espero que no sea, ni por asomo, final de nada. No me lo imagino escribiendo Los enseres del más allá y con el unánime reconocimiento de público y crítica. Eso sí, sí que me lo imagino disfrutando mientras escribe, a pesar de toda demolición. Lo que finalmente espero es que no por ser lector de Juan Goytisolo me guste una novela de Pérez Álvarez. No solo por eso. Y un saludo a la afición.

miércoles, julio 01, 2015

Un extracto


Cesare Maccari, Primera Catilinaria (Detalle)
De la carta recibida de un compañero y amigo, y uno de esos profesores de los que esta universidad tendría que estar orgullosa: «Trato de minimizar el carrusel de minipijadas que constituye ya casi exclusivamente nuestro trabajo con esto de la universidad a la boloñesa. Creo que el grado de irracionalidad que estamos alcanzando está perjudicando seriamente el funcionamiento de la universidad española. Todos lo pensamos, nos lo comunicamos, hacemos terapia conjunta, pero el leviatán sigue creciendo y fagocitando todo y a todos. Como el burro, este sistema está destinado a caerse por su propio peso. Y me temo que nos arrastrará a todos con él. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuándo haremos candidaturas de unidad profesoral contra este dislate colectivo? Ha sido un día largo. La mies: correos, consejos, comisiones, presentaciones de libros, correcciones, terapias en pasillos… Del otium cum dignitate ciceroniano ni rastro. ¿Qué se hizo de las tardes de estudio, del cotejo, de la lectura, del aprender para enseñar..? Estoy pensando seriamente en la posibilidad de dejarlo.» [1 de julio de 2015. 20:28]