martes, noviembre 29, 2022

La caída de Ícaro

Con motivo de la concesión del XXXI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a la escritora Olvido García Valdés, Ediciones Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional acaban de editar este nuevo volumen de su colección «Biblioteca de América», en la que vienen publicando los premios desde la primera edición que fue a parar a Gonzalo Rojas en 1992. Son antologías ampliamente representativas de la trayectoria de los autores y con un estudio introductorio casi siempre de un profesor o de una profesora de la Universidad de Salamanca. La relación de poetas después del chileno, prologado por Carmen Ruiz Barrionuevo, es portentosa —incluyo en ella a quienes prepararon los estudios preliminares: Claudio Rodríguez (Luis García Jambrina), João Cabral de Melo Neto (Ángel Crespo), José Hierro (Antonio Sánchez Zamarreño), Ángel González (Víctor García de la Concha), Álvaro Mutis (Carmen Ruiz Barrionuevo), José Ángel Valente (César Real Ramos), Mario Benedetti (Francisca Noguerol), Pere Gimferrer (Luis García Jambrina), Nicanor Parra (Mª Ángeles Pérez López), José Antonio Muñoz Rojas (Emilia Velasco), Sophia de Mello Breyner (Jacobo Sanz Hermida), José Manuel Caballero Bonald (Luis García Jambrina), Juan Gelman (Mª Ángeles Pérez López), Antonio Gamoneda (Amelia Gamoneda y Fernando R. de la Flor), Blanca Varela (Eva Guerrero), Pablo García Baena (Juan Antonio González Iglesias), José Emilio Pacheco (Francisca Noguerol), Francisco Brines (Francisco Bautista), Fina García Marruz (Carmen Ruiz Barrionuevo), Ernesto Cardenal (Mª Ángeles Pérez López), Nuno Júdice (Pedro Serra), María Victoria Atencia (Juan Antonio González Iglesias), Ida Vitale (María José Bruña Bragado), Antonio Colinas (Antonio Sánchez Zamarreño y María Sánchez Pérez), Claribel Alegría (Eva Guerrero), Rafael Cadenas (Carmen Ruiz Barrionuevo), Joan Margarit (Lina Rodríguez Cacho), Raúl Zurita (Francisca Noguerol), Ana Luísa Amaral (Pedro Serra) y, este año, Olvido García Valdés, con introducción y edición de Amelia Gamoneda. Es muy destacable que haya sido la propia escritora la que se haya hecho cargo de la selección, porque La caída de Ícaro, así, resulta un nuevo ejemplo —y nuevo libro— del montaje al que Olvido somete a sus poemas —siempre ha dicho que escribe poemas y no libros de poemas— para esa unidad mayor. Véase, si no, en este, que los primeros textos pertenecen a Lo solo del animal —escrito entre 2006 y 2011—, y luego van los de la década de los ochenta y noventa, hasta el final de confía en la gracia (Tusquets, 2020), un final que vuelve felizmente a ofrecernos la coda de la sección «De la escritura» que en este caso nos regala la novedad de «El poema y el filo», un texto fechado en enero de 2016 en el que alude —una lección de introspección poética muy inteligente y reveladora— a dos poemas: uno de Del ojo al hueso, el otro de Lo solo del animal; uno nacido de una impresión una mañana invernal, y el otro de un sueño con el añadido de ir dedicado a alguien como Ángel Campos Pámpano. He tenido la suerte también de disponer de tiempo suficiente sin interrupciones para leer las luminosas sesenta páginas («Extrañeza y analogía. La poética biológica de Olvido García Valdés») que ha escrito Amelia Gamoneda, autora, además, del extraordinario ensayo Del animal poema. Olvido García Valdés y la poética de lo vivo (KRK Ediciones, 2016). Es magnífica como introducción a la poesía de Olvido; o, más bien, a esta antología de Olvido, que, naturalmente, es el corpus en el que basa su esclarecedor análisis. No creo que sea el momento de extenderme más, aunque me entusiasma que se hable —y que se lea, sobre todo— de la poesía de Olvido en una edición tan cuidada como esta, que incluye tres manuscritos facsimilados, y que lleva en cubierta una reproducción del cuadro de Pieter Brueghel «El Viejo» Paisaje con la caída de Ícaro, que está en la raíz de la visión de las cosas que tenía la poeta cuando escribió su poema de Exposición (1990). Y me extiendo más, porque —me lo manda Álvaro Valverde—, coincidiendo con la aparición de La caída de Ícaro, el domingo La Nueva España publicó una reseña de Jordi Doce («Para vivir aquí») cuyo título alude a la condición de la poesía de Olvido García Valdés como un lugar que acoge y ensancha el cauce de la vida; y también una entrevista con Amelia Gamoneda en la que abunda sobre esta idea: «La poesía acompaña a la vida y forma parte de ella porque su uso del lenguaje nos ayuda a decir otro modo de pensar, sentir y conocer lo real: el que pasa por el cuerpo además de por la mente racional. La poesía se introduce así en nuestra vida, y quizá por ello sí es consolatoria, porque es experiencia y no pura idea. La poesía de Olvido trabaja intensamente en esa cercanía». Mañana miércoles, a las siete y media de la tarde, en el Salón de Columnas del Palacio Real, S. M. la Reina Sofía hará entrega de su premio a Olvido García Valdés. Felicidades.

domingo, noviembre 27, 2022

Las Edades del Hombre

Ayer estuve en Plasencia en Las Edades del Hombre: Transitus. Magnífica. La editorial M. Moleiro, que tiene un mostrador en el espacio-tienda a la salida, me envió hace unos meses un par de entradas que le agradezco nuevamente y ahora con más razón. Todavía me sobra una, porque fui solo y decidido a no dejar pasar más días de los pocos que quedan hasta el 11 de diciembre y a no perderme uno de los más grandes acontecimientos culturales que se han organizado por aquí en mucho tiempo. Una pieza de alabastro del siglo XVI de un Jesús atado a la columna que está en Brozas; el busto en mármol de Carlos V del Palacio de los Marqueses de Mirabel de Plasencia; el cuadro del Cristo de la Encina de la iglesia de San Mateo de Cáceres; la talla en madera (1676) de San Pedro de Alcántara de la Catedral de Coria; una carta de Felipe II de 1567 que está en el Archivo Catedralicio de Plasencia, de donde vienen una Biblia Sacra del XIV o una edición de 1542 de Basilea del Nuevo Testamento; otras de fuera, como la de La Celestina de 1502 y la de 1519 de la Odisea en griego; algunos zurbaranes de Guadalupe; los manuscritos árabes de Hornachos; el Fuero de Plasencia de 1297… Menciono la procedencia de algunas de las más de ciento ochenta piezas que vi porque me parece importante subrayar que es un conjunto único de un patrimonio de Extremadura. Reunido por primera vez de una manera tan sobresaliente y admirable. Me sobrecogió, por ejemplo, tener delante la custodia de plata sobredorada de la Colegiata de la Candelaria de mi pueblo, Zafra; y, sobre todo, el cuadro de Zurbarán de la «Imposición de la casulla a San Ildefonso», que yo, desde niño, he visto casi en lo más alto del retablo de la capilla de la derecha de la iglesia, y que ayer tuve a un palmo de mi nariz y me inmuté. Me inmuté y por eso lo escribo. También, por circunstancias del oficio, fue gozoso ver cómo se materializaba la imagen de un santo sobre el que acababa de leer un breve estudio cuya publicación he de gestionar. Aunque uno ha visto algunas exposiciones como esta, fue fascinante sentirse tan cercano a este nuevo relato de la historia. Es un relato que me parece que está bien estructurado —me lo he traído a casa en el libro de Gaspar Hernández Peludo, Transitus. El relato de la exposición— y que alude a una muestra contenida en un espacio tan espectacular como una catedral, una sala en la que uno eleva la mirada sobre los paneles y encuentra otro tránsito más, además de la musealización del continente, sea el retablo o la sillería del coro. Sobrecoge. Al entrar no esperé; y qué bien. Mejor fue al salir, cuando vi que la cola era muy larga y supe de la que me había librado. Contento por lo visto, por la hora y el buen tiempo, me aposté en el «Torero» de la Plaza y esperé a que sucediese lo mejor de la otra parte del día. Los amigos: María José y Gonzalo; Yolanda y Álvaro. Un sábado completo. Volví pensando en escribir sobre lo visto: la Relación del viaje de Fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1607), el Rollo de Torah (siglo XVI) del Museo Sefardí de Toledo, la edición veneciana de 1587 de Il Cortegiano, la Piedad de Alonso Hipólito, las esculturas de Gregorio Fernández y su carta al cabildo de la Catedral placentina en febrero de 1631, los cuadros de Luis de Morales… 

sábado, noviembre 26, 2022

En la Ribera del Marco

Me costó encontrar el sitio exacto en el que estaban porque creía que era hacia el Espacio de la Creación Joven y anduve un rato por allí. Y no; era en el cruce Madre de la Ribera con Huerta del Conde, más cerca del centro, pues. Estaban los organizadores y los periodistas implicados en la maravillosa iniciativa —de la Biblioteca Pública Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey y la Asociación de Amigos de la Ribera del Marco— de la «Ribera de la Comunicación», la plantación de treinta y ocho olmos resistentes a la grafiosis en ese entorno en el que pasé un buen rato de la mañana del domingo pasado, 20-N, dedicados a medios y profesionales de la comunicación. Con Javier Rodríguez Marcos —que dijo que si algo es, es padre y periodista— y su madre; y con Claudio Mateos, Cristina Núñez, Sergio Lorenzo, y más gente de Hoy; con Florentino Velaz, Juanjo Moreno Doncel —a quien ni siquiera saludé desde lejos en su afán por plantar— y Jeremías Clemente, de Radio Nacional de España; Vicente Pozas de Onda Cero, Sergio Martínez de Avuelapluma, Ángeles Luaces para plantar el árbol de Pepe Higuero (†), y el suyo. Y a la viuda de Fernando García Morales (†), a quien no tenía el gusto de conocer. Mucho gusto. Fue también una ocasión para el recuerdo de los que ya faltan, como los mencionados, y otros como Juan Fernández Figueroa (†), Dionisio Acedo (†), Pedro de Lorenzo (†)... Y en la misma línea de nostalgia, confieso que una de mis principales motivaciones para disfrutar de aquello fue conocer a Urbano, que acudió a Cáceres —qué bien que me avisase Carlos F. Morán, de la Biblioteca Pública— para plantar el árbol de su compañero querido Santiago Castelo (†). No me podía haber ocurrido mejor cosa en una mañana nublada y húmeda de domingo de noviembre que contribuir a plantar un árbol tan importante, que desde hoy lleva el nombre del poeta y periodista, que escribió «A todos nos toca, a lo largo de la vida, / una parcela de dolor», en uno de los poemas de La sentencia (2015), que concluye: «Y lucho despiadado; / pero he aprendido, con años y memoria, / que a todos nos toca la parcela. / Y, pronto o tarde, tienes que cultivarla». Puede estar seguro del cultivo que pervive en gestos como el de esa mañana en otras de las muchas parcelas que ha dejado en la memoria de nosotros. Fue, en fin, gran satisfacción haber estado con Javier y María, con Fefa y Javier Alcaíns, de nuevo, y con María Jesús Santiago, en un sitio tan sugerente como este paraje tan principal del lugar en el que vivimos. Por eso quedamos todos tan contentos, me pareció.



martes, noviembre 22, 2022

Más Arqueologías

Mas le gusta la canción

que comprometa su pensar

—Pablo Milanés—


Me gustó leer esta mañana en el periódico, en la columna de Fernando Aramburu, que «pocas actividades ayudan con tanta eficacia a limpiarse por dentro como celebrar el talento de los demás». Sin ese tremendismo de una limpieza interior, creo, en efecto, que lo que este gran escritor llama «el disfrute de la inventiva ajena» es una actividad vivificante. Me encuentro con mucha frecuencia en mis lecturas para mis clases o para mis ocios con esa celebración; hasta el punto de que a veces pienso en que verdaderamente me dedico a eso: a aplaudir el talento de los demás. No hay color si lo comparamos con el amargado vituperio de un prójimo en cualquier medio. Mañana será de nuevo —ya se dio en Extremadura— esa gustosa actividad de admirar lo bueno de quien tiene la importancia de escribir lo importante. La poesía logra fijar en el instante palabra o en el instante texto todo lo que sucede en la línea del tiempo. Me gusta leer a poetas que merodean sobre ideas parecidas. Ada Salas es una de ellas, que, además, lo sustancia por escrito cuando hace un poema en el que escribe: «La arqueología habla de los siglos como si fueran / tiempo. Como si hubiera en ellos / sucesión. Pero esos huesos eran un instante /  —eran / ese instante— […]». En el que se fija en un yacimiento, en una necrópolis y en un esqueleto —una mujer. La mirada hacia el pasado es una reflexión sobre nuestro lugar en el presente que se formaliza en un libro extraordinario que releo ahora para decir algo mañana mientras acompañe otra vez a Ada Salas. Otra vez para disfrutar con la genial creación ajena. Será en una librería del barrio madrileño de Chamberí, casi en la Plaza de Olavide (Calle Olid, 14), en «Olavide. Bar de Libros», a las 19:00 horas. Un placer. 

sábado, noviembre 19, 2022

De la semana


Se acentúa la sensación de tranquilidad por el silencio o el sonido de fondo de un arpa por la radio al saber que ahí afuera hay un bullicio incomprensible. Abriéndose paso entre la muchedumbre que mira y consume en el Mercado «Medieval» como si fuese a acabarse el mundo, un empleado de BCL (Brócoli Facility Services) llegó este mediodía hasta el portal de mi casa y llamó para subir a tomar la lectura de mi contador del gas. Pensé en que era la visita que esperaba. La escena debió de ser llamativa; también por el mono verde de la empresa con el que iba ataviado el lector y que llevaba bien marcadas las siglas en blanco en las que me fijé mientras avanzaba diligente por mi pasillo. Todo bien, dentro de lo que cabe. Ha sido una semana nutritiva, casi hipercalórica, iba a escribir. No. A pesar del poco ejercicio por cambiar de rutina, la dieta ha sido sana por salir de casa, dejar el ensimismamiento y estar con otros por motivos mejores: una conversación agradable en un bar con el mucho aprecio certificado por los años recientes, la oportunidad para el encuentro que da el acto cultural y social que es una exposición o la presentación de un libro entre un reducido grupo de personas con las que uno puede renovar lo vivo y lo ya vivido. Hoy, mientras recogía mi compra en la caja del supermercado, la cajera me pidió el periódico que llevaba conmigo porque le había llamado la atención la foto de Rosalía agradeciendo sus varios premios Grammy Latinos. La exposición fue el jueves en Trujillo, en el espectacular Palacio Barrantes-Cervantes, con fotografías de Patrice Schreyer y textos de Álvaro Valverde, comisariada por Jorge Cañete. Con ellos y con más gente querida —Christophe, María José y Gonzalo, Yolanda, Montse y Salvador, Maribel y Basilio— disfruté de un acto que tiene sus antecedentes en lo que escribí este pasado septiembre. Disfruté también de unas fantásticas fotografías sobre la realidad «sencilla, básica, cercana. Humildes hierbajos, piedras milenarias, campos abandonados, dehesas interminables, árboles retorcidos, celdas conventuales, aguas remansadas… Y todo en medio de una soledad que estremece», escribe Álvaro en su texto del catálogo. Blancos y negros y una tonalidad de color contenido por la luz matizada de un alba o un atardecer. El ojo de Patrice se ha fijado en una mitad de Extremadura, la cacereña, principalmente —están, sí, Mérida y Castuera—; pero estoy seguro de que en su cámara cabrían con igual fascinación los paisajes de la otra provincia que nos convierte en un espacio único. La presentación fue ayer viernes. De Todo es agua menos el agua (La Moderna, 2022), de Juan Manuel Barrado, de quien en este blog pueden encontrarse algunas referencias. Presentó el acto David Matías, que es el editor de La Moderna, y habló sobre la obra la profesora M. Vega de la Peña Barco. No quise decir en público a Juanma que el libro, del que él dijo que era un fruto del período de la pandemia, me lo trajo a casa en mayo de 2019, que lo leí, y que le envié mis notas en agosto de ese año. Consta, sin embargo, en el cabo de la edición que se presentó ayer, lo siguiente: «Sevilla-Huertas de Ánimas, junio 2020-noviembre 2021». Luego, tras la presentación, bromeé en un bar de copas con estas mentirijillas literarias con Fefa Alvarado, Javier Alcaíns y con el autor —los tres al quite, nunca mejor dicho— antes de cenar aún con el sabor de las palabras de Juanma sobre tanta gente leída y admirada como Antonio Gómez, Fernando Millán, María Zambrano, Felipe Núñez, Juan José Narbón, Luis Cernuda, Ana H. del Amo, Juan Carlos Mestre, Julián Rodríguez, entre otros muchos que están en su libro. Lástima que no comparta más gente estas cosas, que resultarían de otro modo.


sábado, noviembre 12, 2022

Este sábado

Ayer estuve durante unos minutos ante el cuadro de Antonio Gisbert «Fusilamiento de Torrijos y de sus compañeros en las playas de Málaga», que se encargó por Real Decreto para que fuese ejemplo de la defensa de las libertades para las generaciones futuras. Me acordé de mi hermano Josemari, que escribió sobre él en su blog hace ya quince años, y quise volver a mirar la figura impactante de un extremeño de Almendralejo como el liberal Francisco Fernández Golfín (1777-1831), que fue diputado y ministro, con su venda sobre los ojos y a quien Torrijos da su mano izquierda. Por otras salas del Museo del Prado estaban nuestros estudiantes de Filología de segundo y cuarto cursos en Cáceres, y mis compañeras de departamento Pilar y Marisa Montero Curiel, Guadalupe Nieto, y Ramiro González, de Filología Griega. Me consta que a unos cuantos de nuestros jóvenes alumnos tuvieron que echarlos de allí diez minutos antes del cierre. Estaban entusiasmados. Como horas antes cuando visitamos la Real Academia Española. No es la primera vez, dichosamente, que notamos que esta extensión del aula habitual en la que damos clase produce un efecto tan evaluable. Del Museo del Prado me traje el catálogo de la exposición El Marqués de Santillana. Imágenes y letras (hasta el 8 de enero de 2023), comisariada por Isabel Ruiz de Elvira (Biblioteca Nacional de España) y Joan Molina Figueras (Museo del Prado), que es quien cuida la edición del libro. Ciento noventa páginas con ilustraciones a color que recogen textos muy documentados sobre la cultura literaria de la época del Marqués de Santillana, sobre su biblioteca o sobre la obra del pintor Jorge Inglés vinculada a Íñigo López de Mendoza, de quien escribe con espanto de quien lee Isabel Díaz Ayuso, que debería jurar ante todos si es verdad que ha escrito lo que firma. ¡Ay! (¿Cuándo se erradicará esta inane costumbre tan falsa?) Menos mal que el libro merece la pena, que se cita mucho a mi entrañable profesor Miguel Á. Pérez Priego, estudioso y editor del Marqués de Santillana, y que se remite a manuscritos iluminados que da gusto ver in situ —quince en el Museo del Prado y catorce en la Biblioteca Nacional, si no he contado mal. Lástima que no pudiese disfrutar de todo en el mejor estado de revista. Viajé con una prueba que negaba mi estado virulento; pero me dolió la garganta durante todo el día y la tos fue persistente —y reprimida— hasta la vuelta en autobús. Cómo estaría que esta mañana me he hecho otro test —negativo— y he comprado dos más por lo que pueda pasar. Lo que ha pasado ha sido un sábado estupendo con sol en que he recogido una edición que Marina Mayoral me dijo en Madrid hace un par de semanas —después de años sin vernos— que había publicado, además de la que yo ya conocía de La Quimera (Cátedra. Letras Hispánicas, 2022): la de Dulce Dueño (Clásicos Castalia, 2022), en esa colección que hoy no reconocería ni el padre que la parió, don Antonio Rodríguez-Moñino. He comprado la prensa, que trae, como siempre, mucho de lo que hablar, y mi quiosquero me ha dado El Cultural y La Lectura con contenidos, nombres y títulos tan coincidentes que uno no sabe ya qué pensar. Bueno, sí; que, dado este inmenso cúmulo de información y de recomendaciones imperativas que me hacen sentir mal por no haber leído a Kurt Vonnegut, no puedo asimilar más que lo que hago y vivo. Y que a veces comparto con un grupo de estudiantes experiencias con una tos que no se quitará más que con cuidado y sin leer prospectos ni prensa. Por eso he dejado otras cosas y me he puesto a anotar esto en este sábado.

jueves, noviembre 10, 2022

«Monfragüe», de Javier Morales

Los motivos para hablar de este libro están en su interior. Y no fuera. Ocurre con lo que merece importancia. Solo los libros que no contienen nada de valor promueven curiosidad sobre aspectos que poco tienen que ver con lo literario, es decir, con la manera en la que están escritos. Me exaspera asistir a una presentación, escuchar una entrevista o leer una reseña sobre una obra de la que nada se dice sobre sus constituyentes artísticos. En esos sitios, se puede hablar de quien la ha escrito, de su infancia, de sus padres y de sus gustos. Se habla de la naturaleza, de la España rural y periférica, de los mundos imaginarios. De las relaciones entre amigos. Muy interesante. En cualquier contexto; pero no en el que se supone que debe verificar los valores literarios que inducen a recomendar una lectura. Yo recomiendo la de Monfragüe (Madrid, Tres Hermanas, 2022), de Javier Morales (Plasencia, 1968), por la levedad de su construcción en treinta y dos partes de buscada brevedad —desde un fragmento de tan solo una página hasta alguno que supera las ocho como marca mayor—, de un relato decantado en primera persona que bucea en la propia conciencia de su protagonista —aunque igualmente protagónico es el personaje de Marcos que motiva la narración como si esta fuese una continuada apelación en busca de respuestas, y sobre la que el autor nos da una clave esencial en la cita de Berger —un escritor profundamente admirado por Javier Morales: «Los muertos son la imaginación de los vivos». Es un relato poético y conciso que presentifica los hechos del pasado gracias a un presente histórico sostenido a lo largo de casi todas las páginas y que aparece como agazapado detrás de un presente habitual: «El río Jerte desemboca en el Alagón, afluente del Tajo. El Tajo es el río más largo de España. Nace en la sierra de Albarracín y muere en Lisboa. Cantamos en clase. Franco y luego el rey Juan Carlos nos miran desde la pared. Jesucristo, en la cruz, también nos ve. Sufre por nosotros. Rezamos» (pág. 11). El lector, con estas pocas líneas, puede hacerse una idea del tono y de la calidad de esta novela corta de casi cien páginas exactas, que es casi un relato de viaje, viaje en un tiempo localizable en la infancia y juventud del autor placentino, y viaje a un espacio preciso. Una geografía, naturalmente, extremeña, muy cercana. Imaginaria pero reconocible —Verania— y real y a la vez simbólica —Monfragüe. Una mirada sobre los elementos esenciales que han hecho a la persona que narra, que puede extrapolarse sin quiebros al escritor que es Javier Morales, que maneja con autoridad y soltura los materiales de su propia biografía y condición de periodista y escritor. «La literatura siempre nace de una mentira que contiene la verdad de la vida y de nuestra existencia», escribe (pág. 108). Este libro delicioso se presenta esta tarde en la librería La Puerta de Tannhäuser de Cáceres, a las 20:00 horas, en un acto en el que el autor conversará con el poeta Basilio Sánchez.

lunes, noviembre 07, 2022

La poesía reunida de Zambrano

Hoy he recogido en la Facultad mis primeros ejemplares de esta magna obra publicada por la Editora Regional de Extremadura. Otros veinte años de la poesía de José Antonio Zambrano (Fuente del Maestre, 1946). Y escribo «otros» porque hace algo más de veinte viví de cerca la publicación de su
Poesía (1980-2000) (Mérida, De la luna libros, 2000), que recogió sus libros desde Canciones y otros recuerdos (1980) hasta Después de la noche (2000). Me impone y me honra verme tan implicado en la lectura de un poeta tan incontrovertible en la historia de la poesía contemporánea, y contar ahora tan celebrativamente varias décadas de literatura y de amistad. Vivir y escribir para contarlo. Su aparición como poeta fue tardía con respecto a algunos de los autores de su misma edad, como Ángel Sánchez Pascual o Pureza Canelo. José Antonio Zambrano publicó su primer libro en solitario en 1980, cuando tenía treinta y cuatro años, y otros poetas de su tiempo, como José María Bermejo (1947) o Santiago Castelo (1948), ya habían publicado sus primeras obras en la década de los setenta. Vivió sus tempranas experiencias lectoras y publicó sus versos más nuevos influido por el entorno de la poesía extremeña de Luis Álvarez Lencero —el centenario de su nacimiento se celebra el próximo año—, Jesús Delgado Valhondo y Manuel Pacheco, que compartió con amigos escritores como Gregorio González Perlado (1947), Tomás Martín Tamayo (1947) o Jaime Álvarez Buiza (1952); y luego se fue aproximando a poéticas más cercanas a las generaciones posteriores entre sus coterráneos, como Luciano Feria (1957), Ángel Campos Pámpano (1957) o Álvaro Valverde (1959), y a una tradición lírica hispánica que puede ir de César Vallejo a Claudio Rodríguez o Antonio Gamoneda. Esto fue en el siglo pasado. Su Poesía reunida de ahora es enteramente del siglo XXI, en el que cabe enmarcar quizá los libros principales de Zambrano, su madurez poética, con hitos como Apócrifos de marzo (Calambur, 2009) o Ahora (Pre-Textos, 2019); pero, sobre todo, es una oportunidad de leer en un único volumen una mitad —un mezzo del cammin— , que nadie quiere que sea exacta, de tan rica trayectoria literaria, hábil en la combinación de registros y repertorios. Me satisface mucho vivir tan de cerca esta muestra panorámica de una parte de una vida escrita. José Antonio Zambrano, Poesía reunida [2001-2021]. Mérida, Editora Regional de Extremadura (Col. Poesía. Serie Mayor), 2022. ISBN: 978-84-9852-708-7).

domingo, noviembre 06, 2022

Diario berlinés (Fragmentos)

Viernes, 4. Me acuerdo de
Adiós a Berlín justo al despegar desde el nuevo e inmenso aeropuerto de Berlín-Brandeburgo Willy Brandt. Afortunadamente, la chatarra espacial esparcida por un cohete chino que ha provocado el cierre de una parte del espacio aéreo español no nos afecta. Tengo en casa una envejecida primera edición de la obra de Christopher Isherwood, la traducción de Gil de Biedma (Seix Barral, 1967), y hay un par de capítulos que se titulan «Diario berlinés». Están fechados en el otoño de 1930 y en el invierno del 32-33, pero sus referencias a Unter den Linden o al Tiergarten se llenarán de un significado especial, después de haber pisado esos lugares. Jueves, 3. Berliner Mauer. El Muro. Nos hacemos fotos como los turistas que somos; pero se impone una sensación de estar ante un pedazo de la historia que conocimos a través de la televisión y de los periódicos no hace tanto. El martes fotografié el pavimento cercano a la Puerta de Brandeburgo en el que una línea de adoquines marca el trazado de lo que fue el muro que hoy, lejos de allí, vemos tal cual era y pintado ahora en una impresionante —por su relevancia histórica— galería de arte al aire libre que recorre buena parte de un lado de la canalización del río Spree. Comemos en un libanés del barrio de Kreuzberg, que quería conocer desde que Juan Goytisolo me habló de él en un artículo que conservo en copia del publicado en El País de agosto de 1982 («Berliner Chronik»), antes de su novela Paisajes después de la batalla, en la que también sale el barrio. Neues Museum. Parado ante el busto de Nefertiti no sé qué hacer. Creo que a E. le pasa lo mismo; y en cuanto recupera el habla, me dice qué belleza. Yo repito lo que dice la audioguía que dijo el descubridor: «Es vana toda descripción; hay que verla». Algo así. Seguimos caminando por el resto de salas como si ya hubiésemos visto todo. Miércoles, 2. Hoy es el cumpleaños de Alicia, de Mérida. No la he felicitado. No sé si siento más sensación de vértigo en el Museo Pérgamo o por la imponente panorámica desde la cúpula del Bundestag. No comprendo cómo puede caber tanta inmensidad en un museo cuando entro en la sala del Mercado de Mileto, después de tanto arte antiguo que concluye en el islámico. Me emociona que Á., nuestro guía, nos traslade con tan buena disposición de un sitio a otro. Nos lleva a la Topografía del Terror en donde estuvo el edificio de la Gestapo, la SS. y la oficina central de Seguridad del Reich en la Wilhemstrasse y la Prinz-Albercht-Strasse. Mi hermano J. compra el libro con ese título de Topografía del Terror, y lo hojeo en casa después de todo un día pateando una ciudad tan inmensa y viva. Bromeamos, mientras tomamos unas cervezas cerca de casa, con los pasos dados y los kilómetros recorridos —más de dieciséis. Anoto algo sobre la memoria histórica. Martes, 1. Pienso en Kiev —que no está tan lejos de aquí— al abrir el grifo y comprobar que el agua sale caliente antes de ducharme. Es un detalle que llena el baño mientras escucho las noticias en la radio española a través del móvil. Es fiesta en Berlín también y hay niñas y niños disfrazados celebrando Halloween. Pasamos por Alexanderplatz. Mi mitificación libresca de la zona —Alfred Döblin— es ahora la imagen de la meada de una mujer junto a una columna a la entrada de la estación del tren.  Solo E. y yo nos damos cuenta. Son las diez de la mañana y una especie de despojo humano se limpia los mocos después de haberse subido unas mallas sin bragas y hace muecas en una de las puertas acristaladas de allí. Me parece muy desagradable, me estremece. Lunes, 31. Mi primera fotografía desde el taxi de un turco que nos lleva a M., a mi cuñada E., a mi hermano J. y a Á., hijo de M., que ha venido al aeropuerto Berlín-Brandeburgo Willy Brandt a recogernos. Á. sabe alemán y vive aquí desde finales de agosto. Una garantía. La fotografía es de una zona industrial cercana ya a Berlín, aledaña a la autopista. Nos alegramos los tres —M. se queda en casa de Á.— por el sitio que hemos contratado. Espacioso y limpio. Muy confortable. En el retrete me llama la atención una señal que indica que se prohíbe mear de pie. Nunca la había visto; y no me siento aludido. Nuestra calle es Joachim Friedrich Strasse; pero la arteria principal a la que vamos ahora es Kurfürstendamm, que aquí abrevian en «Kurdamm», creo. Ahí está —en el número 100 (en Berlín la numeración es correlativa, no hay pares e impares)— una cervecería-restaurante que se llama «Haus der 100 Biere». Comemos allí. A ver qué tal se da todo. Ya estoy pensando en volver; y no quiero perderme nada de lo que vea. Dormimos ayer en Arturo Soria, con pocas horas de sueño por delante. En Cáceres.