jueves, septiembre 21, 2023

Nao de sones

Había escrito buena parte de esta nota sobre este disco que he escuchado varias veces en estos días desde que lo recibí; y esperaba tener un hueco para revisarla y publicarla cuando me ha llegado la noticia de que a Ana Zamora le han concedido el Premio Nacional de Teatro 2023. Merecidísimo. Por el empeño y la profesionalidad que esta segoviana nieta de filólogos ilustres ha puesto en su trayectoria como directora de la compañía Nao d’amores, gracias a la que hemos conocido, montada con una calidad extraordinaria, una selección exquisita del teatro medieval y renacentista español, de autores poco vistos en la cartelera tradicional, como Juan del Enzina, Lucas Fernández, Gil Vicente, Bartolomé de Torres Naharro o Jerónimo Bermúdez. Claves y cornamusas, panderos y chirimías, flautas y salterios…, más las voces de tiples y altos, tenores y barítonos… han acompañado desde su fundación todas las propuestas dramáticas de Nao d’amores, inconcebibles sin una música cuya dirección durante muchos años corrió a cargo de la sabia mano de Alicia Lázaro (1952-2022), a quien va dedicado este disco: 20 años navegando. Espectáculos 2012-2021. Quizá llamen la atención las fechas, que acotan solo diez años. Veinte son los que llevaba la compañía «navegando», desde 2001, y la mitad que falta en la rotulación del cedé está en la edición de otro, el primero, que apareció en 2011 (Nao d’amores. 10 años navegando). Si aquel recogía piezas musicales y vocales de los memorables montajes Auto de los Reyes Magos, Dança da morte/Dança de la muerte, Misterio del Cristo de los Gascones, Auto de la Sibila Casandra, Auto de los Cuatro Tiempos y la Comedia llamada Metamorfosea; ahora, en la última década, la selección cubre un portentoso repertorio: Triunfo de amor (2015), Farsas y églogas de Lucas Fernández (2012), Comedia Aquilana (2018), Tragicomedia llamada Nao d’amores (2016), Europa que a sí misma se atormenta (2017), Nise, la tragedia de Inés de Castro (2019) y Numancia (2021). En la grabación, realizada en la iglesia de San Quirce de Segovia este año 2023, ha participado prácticamente todo el equipo de actores-cantores-músicos-intérpretes y técnicos de Nao d’amores, una demostración más de una filosofía teatral que integra en escena palabra, música, movimiento… con una maestría fundada siempre en una tenaz tarea de investigación y estudio, que ha convertido a esta compañía en una de las más exigentes y cualificadas del panorama teatral español. Parte de su gran banda sonora en todos estos años me acompaña ahora para celebrar este Premio Nacional de Teatro a su fundadora y directora. Enhorabuena, Ana.

viernes, septiembre 08, 2023

Extremadura

«Es una región Extremadura tanto más amada de sus hijos cuanto menos favorecida de la suerte; región que ha llenado la historia y no la tiene; región que con su ruina y oscuridad presentes compró a la patria común sus mayores grandezas pasadas; región, en fin, cuyos nombres y lugares parece que se trasladaran de raíz al Nuevo Mundo según los tiene el viejo de olvidados. Su rudeza natural, que no se me esconde, su ingénita incuria, que corre en proverbio, y la miseria de los tiempos que han sobrevenido, son parte a que de los extremeños pueda con verdad decirse lo que de todos los españoles decía el más ilustre historiador de nuestras guerras de Flandes: que no han tenido tanto cuidado de escribir sus hazañas como de hacerlas. Incapaz yo de ambas cosas, abrigué desde niño el ambicioso deseo de recordarlas.» (Vicente Barrantes, «Prólogo» a su Catálogo razonado y crítico de los libros, memorias y papeles, impresos y manuscritos, que tratan de las provincias de Extremadura, así tocante a su historia, religión y geografía, como a sus antigüedades, nobleza y hombres célebres. Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1865)

miércoles, septiembre 06, 2023

Los ocho mil

No, no son esas imponentes montañas que Edurne Pasaban coronó hace años; se trata de las ocho mil personas que formaron parte de la columna que huía en septiembre de 1936 desde el suroeste de Badajoz para escapar de la represión de los sublevados franquistas, el primer éxodo de la Guerra Civil Española, como se nombra en esta magna exposición que se inaugura mañana 7 de septiembre a las ocho de la tarde en Fuente del Arco. Han pasado más de veinte años desde que Paco Espinosa y mi hermano Josemari publicaron los primeros datos sobre este atroz episodio en un artículo de escasa difusión entonces (Francisco Espinosa Maestre y José Mª Lama Hernández, «La columna de los ocho mil. Reina-Fuente del Arco, septiembre de 1936», Revista de Fiestas de Reina, núm. 3, agosto de 2001, págs. 27-31), que constituyó una de las fuentes principales del estremecedor documental de sesenta y ocho minutos —que podrá verse en la exposición— La columna de los ocho mil (Producciones Morrimer, 2005); y esta muestra es un gran avance en la investigación que desde entonces se viene haciendo sobre aquella «nube de misterio», como la llamó Josemari. La exposición, organizada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica «José González Barrero» de Zafra, será itinerante, pues tras su inauguración mañana en el Salón de Actos del Ayuntamiento de Fuente del Arco, pasará por Burguillos del Cerro, Valverde de Burguillos, Jerez de los Caballeros, Medina de las Torres, Fregenal de la Sierra, Valencia del Ventoso, Llerena, Fuente de Cantos y Zafra, hasta finales de noviembre. Tuve hace unos días el gusto de ver una prueba impresa de los doce paneles con dibujos, textos, mapas y fotografías de que consta la exposición, y me parece un trabajo muy bien hecho, muy riguroso y muy atractivo, que, a la necesaria reconstrucción de una línea de tiempo, suma una narrativa conceptual muy didáctica que en la exposición no solo va a cumplir su función informativa, sino que afianzará la necesidad de la recuperación de nuestra memoria histórica.

lunes, septiembre 04, 2023

Glorias de Zafra (XXVIII)

No hace falta hacer ningún alarde para despedir el verano e iniciar septiembre con buen ánimo. Con la intención de disfrutar con cierta intensidad de los pequeños placeres de aquel entorno, uno puede ir a Zafra, y, desde allí, hacer dieciocho kilómetros más hasta Burguillos del Cerro para que una amiga le dedique su novela: Las razones del alma (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2022). María José Flores y Gianluca Nardis están allí en verano, aunque el resto del año viven en Italia, a pocos kilómetros de L’Aquila, en cuya Universidad ella da clases. No fue, claro, la razón verdadera de ver a estos amigos; pero bien está llevar el ejemplar de un texto leído con mucha complicidad esta pasada primavera para que te escriban algo, con la mención del lugar y la fecha —«Burguillos, 1 septiembre 2023»—, como me gusta que vaya bajo la firma. Zafra representa cada vez más un lugar apacible en donde todo adquiere un valor especial que, a mi vuelta por carretera, suelo enmarcar en el retrovisor del coche con la cenefa invertida del Castellar, como la imagen de un grato recuerdo que me acompaña hasta casa. Una reunión familiar con sobrinos y sobrinos nietos o una caminata por el campo se convierten en acontecimientos, por el puro disfrute que aportan. O una simple lectura, que cobra importancia por haberla hecho enteramente allí. Me ha pasado más veces, y ahora: Tres luces, de la irlandesa Claire Keegan, publicada en Buenos Aires por Eterna Cadencia Editora en 2022 pero impresa en Barcelona en mayo de 2023, en una nueva edición revisada por la autora y en traducción de Jorge Fondebrider. De la librería Atenea llegó el aviso a mi cuñada Eva, que bajó por el libro y yo lo leí. Sutilísima narración contada desde el punto de vista de la niña protagonista y llena de interés metonímico. Ochenta páginas. Julia me dijo por la noche desde el país de nacimiento de la escritora que allí se ven muchos títulos de ella, que ha leído Small Things Like These (Cosas pequeñas como esas) y ha visto la película The Quiet Girl, basada en la novelita que leí. También pasan otras cosas en Zafra dignas de nota, como que tu hermano se contagie por covid y que no podamos compartir con él toda la casa ni un poquito de la extraordinaria reunión de amigos y de literatura que nos regalamos el sábado: Isabel Collado y José Antonio Zambrano, María José y Gianluca, Eva y yo. Tanto echamos de menos a Josemari que recordamos una de sus perlas, interpretada por él mismo: «La novela es el epifenómeno del sistema capitalista». Me acordé de él, por antagonismo, cuando ayer leí el artículo —mejorable— de Vargas Llosa en El País: «Los seres humanos han evolucionado gracias a las novelas, que han sido el punto de partida del ser humano para ensanchar las fronteras del conocimiento […] Las novelas son una fuente de inspiración a la que los seres humanos han venido acudiendo una y otra vez en períodos de desánimo o crisis que ciertamente no se curan con remedios». Hubo nota musical con un encantador rasgo de alta cultura cuando pasábamos a los pies de una de las torres del Parador, del castillo de los Duques de Feria, y Gianluca apuntó que Moreno Torroba compuso una suite titulada Castillos de España que incluye una pieza titulada «Zafra», dedicada al alcázar. Bien por el melómano italiano que ilustra al paisano ignorante, aturdido todavía por lo que sea que explique la finura. Da gusto iniciar septiembre así, entre otras cosas. 

martes, agosto 29, 2023

El centenario de mi madre

Dos de las primeras fechas históricas que me aprendí cuando era pequeño fueron los años de nacimiento de mi padre y de mi madre: 1915 y 1923, respectivamente. Se llevaban ocho años. Cuando se casaron, mi madre ya había cumplido hacía pocos días sus veintidós años. Fue el doce de septiembre de 1945; una fecha, sin embargo, que nunca me propuse retener, como tantas otras que se nos desvanecen por una rara desgana, pues bastaría con proponérselo para reconstruir sin mucho esfuerzo todos los hitos de un pasado tan remoto como afectivo. Mi madre nació el mismo año que Lola Flores, que era de enero, y me hace gracia siempre pensar en la coincidencia de que su nieto, mi hijo Pedro, naciese el día que murió «La Faraona», el dieciséis de mayo de 1995, como si estableciésemos así un vínculo entre nuestra familia y una parte de la historia con mayúsculas que a mi madre le gustaba mencionar. Del 23 fueron también Italo Calvino, Mário Cesariny, Fina García Marruz —que murió con noventa y nueve— y Jorge Semprún, por llevar esta tontería con las fechas al terreno literario en el que en nada tendremos a la uruguaya Ida Vitale celebrando en vida su centenario. Otra de 1923. Titulo así esta nota —y no «Glorias de Zafra»— para equipararla con la que dediqué a «El centenario de mi padre»; aunque aquella la publiqué con un mes de retraso por haberme dejado llevar por el genealogista de la familia. Mi padre se quedó lejos de la longevidad de los cien, para los que le faltaron veinticuatro; pero mi madre llegó hasta los noventa y tres. Nunca me pareció mayor para mi edad; y menos aún, luego, cuando en su fase declinante fue por necesidad tomando los hábitos de una niña pequeña que se dejaba asear y vestir, y que pedía sin decir palabra un brazo en que apoyarse. En la fotografía de arriba tenía cuarenta y un años, y cinco partos —el último el mío, hacía dos años y diez meses. Era junio de 1965, según el genealogista. Hoy, 29 de agosto, mi madre habría cumplido cien años y lo escribo como el que conmemora las buenas razones del paso por la tierra de la gente notable, y no por lamentar que no los celebre. Habría sido sin ella. La realidad de la vida es lo que tiene; que nos deja jugar con la redondez de las fechas como si fuese una pelota que, mientras tengamos fuerza para lanzarla a la pared, nos vuelve a las manos. Fervor de Buenos Aires es un libro también del 23, y las Elegías de Duino (Duineser Elegien) de Rilke… 

jueves, agosto 24, 2023

Getúlio Vargas

De no haber sido así de fortuito, no lo contaría. El caso es que esta mañana temprano, en el desayuno, seguí con Delirio americano, el libro de Carlos Granés del que voy espigando algunos datos de contexto para mis clases, y lo primero que leí fue lo siguiente: «El 24 de agosto de 1954, atribulado, Getúlio se encerró en su despacho. Tomó lápiz y papel y redactó una carta en la que saldaba cuentas con la historia» (pág. 184). Pura chiripa esto de leer la misma fecha de hoy, pero sesenta y nueve años atrás. Así se introduce en el libro el final del presidente de Brasil (1930-1945 y 1951-1954) Getúlio Vargas, que se pegó un tiro en el corazón días después de que el periodista crítico Carlos Lacerda sufriese un atentado en el que implicaron a algunos miembros de la guardia personal del mandatario, que no aguantó la presión y «no tuvo cabeza para pensar», como parece que dijo Perón. En la segunda parte del libro de Granés se tratan en un primer capítulo las nuevas revoluciones y la institucionalización de la vanguardia, y una de esas revoluciones es la de Getúlio Vargas, cuyo término se ilustra con un fragmento de la carta que dejó al morir: «He luchado mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo una presión constante, incesante, soportando totalmente en silencio, olvidándome de mí mismo, tratando de defender al pueblo que ha quedado desamparado. Nada más puedo darles salvo mi sangre. Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, si quieren continuar chupándosela al pueblo brasileño, ofrezco mi vida en holocausto. Elijo este medio para estar para siempre con vosotros. Cuando los humillen, sentirán mi alma sufriendo a vuestro lado. Cuando el hambre golpee vuestra puerta sentiréis en vuestro pecho energía para la lucha por vosotros y vuestros hijos. Cuando os vilipendiaren sentiréis la fuerza de mi pensamiento para reaccionar. Mi sacrificio os mantendrá unidos y mi nombre será vuestra bandera de lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en vuestra conciencia que mantendrá sagrada vibración para vuestra resistencia. Al odio respondo con el perdón. Y a los que piensan que me han derrotado les respondo con mi victoria. Era esclavo del pueblo y hoy me libero para la vida eterna. Pero ese pueblo del que fui esclavo ya no será más esclavo de nadie. Mi sacrificio permanecerá siempre en su alma y mi sangre será el precio de su rescate. Luché contra la expoliación del Brasil. Luché contra la expoliación del pueblo. He luchado a pecho descubierto. El odio, las infamias, la calumnia no abatieron mi ánimo. Les di mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. No recelo. Doy serenamente el primer paso hacia el camino de la eternidad y salgo de la vida para entrar en la historia». Un 24 de agosto.

miércoles, agosto 23, 2023

El caballo español de Alfredo Gómez

Qué indescifrable modo de cruzarse el de ciertas lecturas. No hace mucho estaba leyendo la novela Como polvo en el viento (Barcelona, Tusquets Editores, 2020), de Leonardo Padura, de la que me resultó muy sugerente el personaje de la madre que aparece —por teléfono— en las primeras líneas y que ocupa el capítulo 7 «La mujer que les hablaba a los caballos». Es una veterinaria con una relación especial con Ringo, un hermoso caballo de la exclusiva raza Cleveland Bay. Todavía no había llegado a ese capítulo cuando recibí este libro de Alfredo Gómez Martínez (Zafra, 1958-Mérida, 2015): El Siglo de Oro del caballo español y los albéitares. Edición a cargo de Miguel Ángel Vives Vallés, José Antonio Mendizabal Aizpuru y María Cinta Mañé Seró. Zaragoza-Pamplona, Editorial Imanguxara (Serie Historia de la Veterinaria, nº 6), 2023. Supe por mi amiga Carmen Pro, viuda de Alfredo, que había salido y lo pedí a la editorial. Es un estudio histórico sobre el caballo español —en el libro, PRE (pura raza española)—, y sobre el papel de los albéitares en su proceso de selección que, aparte de las razones sentimentales de estar ante la obra póstuma de un amigo añorado, me interesó desde el principio por darme unos rudimentos básicos sobre tipos de caballos de la antigüedad destinados al laboreo, a la guerra y a las caballerizas de los reyes. Lo curioso fue que, en estas de ir conociendo como un desinformado las últimas investigaciones de Alfredo, llegué al capítulo séptimo de la novela de Padura y me vi en sintonía con lo allí escrito: «En realidad, muy pocos criadores y doctores habían atendido a un animal de aquella raza [la Cleveland Bay], con más de mil años de historia, y en el siglo XX abocada a la extinción. Empleados durante mucho tiempo como corceles de tiro en la guerra y en la paz, los había salvado de la desaparición la coyuntura de que, gracias a su porte aristocrático, hubieran sido por dos siglos los animales de enganche de las carrozas de la casa real inglesa, que los había preservado para aquella faena y revitalizado su reproducción» (pág. 425). Me pareció fascinante la conexión y continué leyendo el estudio promovido por la asociación Amigos de la Historia Veterinaria, que entiendo radicada en Zaragoza y Pamplona, y editado por la empresa editorial Imanguxara, que está en Cáceres. Había pedido la obra a los amigos del Norte y me había llegado desde la cacereña calle Osa Mayor del R-66. Me gustaría tener más competencia en la materia para apreciar justamente las aportaciones de un trabajo así, en buena medida explicadas en la introducción de los editores, que vuelven a aparecer en las «Conclusiones», y se dejan ver en diferentes momentos de la obra, como en algunas notas, aunque no en todas de manera explícita. Por eso, a pesar de las explicaciones, a alguien tan profano como yo no le queda claro en qué grado la estructura general estaba ya en el documento de partida y cuánto de reescritura ha habido en algunos momentos del libro: «Los editores, con nuestro criterio, mejor o peor, hemos intentando con el mayor interés y dedicación, tratar de traducir y trasladar lo que hemos interpretado como los deseos del autor, guiándonos por las referencias y pistas que hemos encontrado, en orden a dejar por escrito el testimonio del trabajo, el esfuerzo, el conocimiento y la dedicación del autor, así como el producto de su trabajo, un texto que actualmente se puede considerar, sin empacho alguno, como texto de referencia, y que sin duda creemos que se revelará fundamental en la historia de la veterinaria del siglo XVI». Sin duda, un interés y un entusiasmo que son el mejor homenaje que se le podía rendir póstumamente —sobre todo, de dos amigos que fueron profesores en la Universidad de Extremadura, María Cinta y Miguel Ángel— a quien dedicó tantas horas al margen de su trabajo a su pasión como historiador. El Siglo de Oro del caballo español y los albéitares es un tributo en forma de libro que patentiza la capacidad indiscutible de Alfredo Gómez para defender su investigación como una tesis doctoral que no pudo ser. Me ha gustado mucho saber que los albéitares tuvieron un destacado papel en el proceso de selección de la raza española; pero que no quedó reflejado en la documentación conservada; en ocasiones muy mal conservada (pág. 232) y consultada con grandes dificultades, pero con sustanciosos resultados por el investigador. Me ha gustado el recorrido propuesto por tratados de veterinaria y las características de los «tipos caballares», y también por su representación en la pintura de los siglos XVI y XVII. En cierto modo marcado por el sentimiento, he recordado cómo Alfredo hablaba con pasión —siempre embridada por una modestia tan verdad como excesiva— de sus progresos en su campo de estudio; y estar ahora ante su libro resulta una instructiva manera de recobrar una amistad entrañable.

domingo, agosto 20, 2023

Escribir todos sus nombres

Este martes de fiesta visité la exposición temporal del Museo Helga de Alvear Escribir todos sus nombres. Artistas españolas desde 1960 hasta hoy, comisariada por Lola Hinojosa Martínez, y que puede verse hasta el próximo 29 de octubre en las dos salas de arriba del edificio de la Casa Grande. Solo una pareja y yo, a las doce y pico de la mañana festiva que más vacía deja la ciudad; pero con algunos otros visitantes en la exposición permanente, pues tuve que ir a recepción para hacerme con el catálogo, editado en Alemania para la edición de la muestra en el PalaisPopulaire de Berlín desde octubre de 2022 hasta el pasado febrero. Las fichas de las autoras, las reseñas sobre ellas y sobre las obras expuestas, la introducción de Lola Hinojosa y la inclusión de una conversación de esta con dos artistas de generaciones diferentes, Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) y Dora García (Valladolid, 1965), nutren un catálogo excelente, que es más que un testimonio compendiado de lo visto. Un recuerdo de libro que nunca puede sustituir a la experiencia personal de la visita, ni recoger el sugerente itinerario propuesto. Por ejemplo, el pórtico de la «frase de oro» Revolución, cumple tu promesa, que recibe al visitante y que es una petición y una queja basada en la reivindicación de la sufragista mexicana Margarita Robles de Mendoza que pidió el voto femenino frente a la Cámara de Diputados de México en 1936. Su recreadora, Dora García —también la que está en la base del título Escribir todos sus nombres—, lo amplía y lo aplica a todas las revoluciones, y lo concreta en la petición de que cumplan con la promesa de «emancipar a todas las mujeres». Con ese mensaje, el visitante se adentra en una muestra de las artistas citadas, más Elena Asins, Ángela de la Cruz, Cristina Iglesias, Aurèlia Muñoz, Eva Lootz, Erlea Maneros, Soledad Sevilla y Susana Solano, una decena como representación de los varios centenares de mujeres presentes en la colección de Helga de Alvear. Aunque en el interior de la exposición se imponen las propuestas individuales de las autoras, desde la peculiaridad del paisaje blanco de Carmen Laffón hasta los ejercicios sobre la abstracción de Erlea Maneros, queda patente la necesidad de visibilizar esta forma de nombrar el mundo en femenino, como sugiere en su texto la comisaria Lola Hinojosa. Con la fascinación inicial por el paseo lisboeta de Soledad Sevilla (Los días con Pessoa, 2021), recorrí los diferentes espacios y, curiosamente, me demoré ante Heartbeat (Mapa), un collage con fotografías, flechas de relaciones y textos en una de las piezas con más narrativa de todas, precisamente de la autora, Dora García, con más vinculaciones con la literatura entre las participantes. Una suerte de esquema —o mapa— de lo que en otros momentos ha tomado la forma de video-instalación que, sobre los ejes de identidad, intimidad, adicción y locura, me atrajo quizá por su base literaria. Sería por algo.  




jueves, agosto 17, 2023

Fritz Wunderlich

Hace un año por estas fechas anoté el nombre del magnífico tenor Fritz Wunderlich (1930-1966) por una extravagante conformidad con la causa de su muerte. El cantor lírico alemán, considerado como uno de los más grandes de la segunda mitad del siglo XX, murió, poco antes de debutar en el Metropolitan de Nueva York y de cumplir los treinta y seis años, a consecuencia de una caída por las escaleras de la casa de un amigo. Yo acababa de caerme por las escaleras de mi casa, tres días antes de cumplir los sesenta años, y me pareció muy estimulante recordar, sano y salvo, el trágico final de aquella voz «plateada» de repertorio mozartiano. Mi caída fue tremenda. Mal calzado, con una bolsa de basura en cada mano, resbalé la noche de aquel sábado de agosto y caí de espaldas sobre los peldaños de un tramo de siete y me golpeé en el brazo y en la pierna izquierdos hasta llegar de culo al suelo del descansillo. Desde entonces, el viejo y firme pasamanos de mi escalera es un aliado al que me aferro todos los días, pase lo que pase. Aturdido, me vine arriba con mi propósito de enmienda hasta imaginarme un mal golpe, una parálisis irreversible, y luego pensar en Fritz Wunderlich y en la muerte. Mucho dramatismo para una insignificancia sin más consecuencias que unos hematomas; pero el mero hecho de contarlo me parece que le da mayor veracidad y me permite revivir ese pensamiento en la fugacidad que se acentúa cuando uno cumple años. Fue por aquellos días cuando escuché a Wunderlich en La flauta mágica, en el programa de Ricardo de Cala «Maestros cantores», de Radio Clásica; y ahora, un año después, he buscado su limpia voz de plata y he encontrado momentos memorables como algunos programas en los que el crítico musical compartió espacio con Arturo Reverter (Ars canendi), de la misma emisora, y doblaron el placer de escuchar. Solo quizá por el festivo recuerdo de una cabriola tan indecorosa en caliente como reflexiva luego en frío. Por cierto, estoy terminando Los años, de Annie Ernaux (Madrid, Cabaret Voltaire, 2019). No conozco todavía el original francés (Les années, 2008), pero una traducción así —de Lydia Vázquez Jiménez— seguro que es digna de nota.

lunes, agosto 14, 2023

Deformación profesional

Hace años, mientras leía una novela que acababa de salir de un autor de mucho éxito y que no estaba gustándome, alguien que me había pedido opinión me dijo que yo tenía deformación profesional, que leía buscando defectos. —Soy filólogo y profesor, no inspector —debí contestarle al objetar. Al contrario, me gustaría tener la preparación para encontrar los hallazgos del texto; y, en cualquier caso, bienvenida sea esa deformación con la que afronto casi todo. Tengo la suerte de confundir placer y obligación en materia de lecturas, y, cuando alguien lee un libro de poemas porque sí, y vuelve sobre él por puro deleite, yo añado a la gana y al gusto el provecho que pueda sacarle para mis clases y mis cosas. Siempre he leído con un lápiz o un bolígrafo a mano, y no por anotar lo que me llama la atención de un texto estoy preparando clases. Eso sí, bien que me han venido siempre esos apuntes cuando he tenido la necesidad de volver sobre lo que leí en su día, aunque no haya sido estrictamente lo leído el sujeto tratado. Me ocurre ahora, desde que en 2018 empecé —volví— a dar clases de literatura iberoamericana, porque todo lo que cae en mis manos de esa inmensidad —que hemos sido tan audaces de constreñir con ese marbete académico y administrativo de una o varias asignaturas de programa— lo tomo como si fuese posible sustancia del curso. Me podría pasar —me ha pasado— con la literatura española; pero ya hace años que voy transitando por siglos más lejos. Así que llevo unas temporadas haciendo acopio de autores que no había leído o leyendo lo nuevo sobre los ya conocidos, y siento mucha satisfacción por esta manera de preparar mis clases antes de afrontar un nuevo curso. Un recuento repentino de algo de lo que he leído en los últimos tres o cuatro años de autoras y autores de Iberoamérica quizá me ahorre explicar más: Carlos Granés y su Delirio americano, ilustra estas palabras como si estuviese sobre mi mesa haciendo de marco de este deambular por textos. En poesía, la antología poética de David Huerta El desprendimiento (Galaxia Gutenberg), Rafael Cadenas y su Obra entera (Pre-Textos), que daría para un monográfico también con su prosa; y un buen número de los autores y autoras editados por Liliputienses que, con su variedad, casi siempre han sido novedad celebrada: los argentinos Lucas Soares, Mercedes Halfon, Patricio Grinberg, Daniela Ema Aguinsky, o Mario Pablo Ortiz y las más de mil páginas de los once volúmenes de sus Cuadernos de lengua y literatura. También el mexicano Fabricio Gutiérrez, o la peruana María Belén Milla Altabás, que me permiten ampliar un canon ya inabarcable. En novela, leí a Valeria Luiselli y su Desierto sonoro (Sextopiso), a Álvaro Enrigue, lo penúltimo de Leonardo Padura, a María Fernanda Ampuero, Mariana Enríquez, Aurora Venturini, a Pedro Mairal y Brenda Navarro, a Darío Jaramillo Agudelo, novelista de sus fascinantes Cartas cruzadas (Pre-Textos) —y prologuista de la Obra entera de Cadenas—, Leila Guerriero, Gustavo Faverón y su soberbia Vivir abajo (Candaya), Jaime Bayly y Los genios (Galaxia Gutenberg), Dolores Reyes, Patricio Pron, José Emilio Burucúa editado por Periférica, y los clásicos en nuevas ediciones y presentaciones Ibargüengoitia (Las muertas) o Rulfo (El gallo de oro y otros relatos), publicados en Letras Hispánicas de Cátedra. Ya. Por el momento. Hay más títulos y nombres, tan pródigos todos en afectos literarios que sigue mereciendo la pena llevar lápiz para subrayarlos, a costa de que te digan que estás corrigiendo exámenes, que sí que es deformación.

viernes, agosto 11, 2023

Las cosas de la lectura

La conversación con un amigo fascinado con la lectura de José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009) me picó la curiosidad sobre una edición que no conocía de Las cosas del campo (Sevilla, Renacimiento, 2015), y se la pedí a un librero propenso a su oficio como Antonio Sánchez Flores en su librería El Buscón, de Cáceres. No sabía que era de Juan Luis Hernández Mirón y que llevaba un prólogo de su buen amigo Luis Landero. Es algo más que una edición del texto del gran escritor malagueño, pues Hernández Mirón —autor de un libro proveniente de su tesis sobre La poética de José Antonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo (Vitruvio, 2011)— propone una «edición crítica» que tiene en cuenta todas las anteriores y anota las variantes, desde la primera de 1951, hasta la cuarta en Pre-Textos, de 1999, que toma como base por ser el texto «más fiel y autorizado, el último elegido y revisado por el autor» (pág. 14). Escribe además unas notas complementarias al final de cada uno de los poemas en prosa; acopla unas «Glosas de las cosas del campo: poética de las sugerencias» (págs. 265-299) que son apuntaciones de lector entusiasta; remata con un «Epílogo» y cierra con una «Bibliografía» y un «Glosario» de términos específicos del campo que pudieran ser desconocidos para un lector común. En fin, una buena compra que hojeaba en la librería el penúltimo viernes de este pasado julio, y, como si la presencia inesperada de Luis Landero en la edición de su amigo sobre los textos de Muñoz Rojas fuese una especie de imán, vi entre las novedades el número doble (102-103) de abril de la revista albaceteña Barcarola con un dossier dedicado a «Landero. A través del espejo», coordinado por Luis Beltrán Almería (págs. 117-228). Más de cien páginas con fotografías y otros documentos en las que pueden encontrarse sugerentes estudios sobre el autor de Juegos de la edad tardía de José María Pozuelo Yvancos, Elvire Gomez-Vidal —quien ya coordinase el monográfico de Turia de 2017—, Concha D’Olhaberriague, Dolores Thion o Epicteto Díaz Navarro, y una entrevista que le hizo Alfonso Ruiz de Aguirre y a la que se ha referido Álvaro Valverde en su blog hace unos días. Me interesa mucho siempre lo que dice en conversación Luis Landero, pero también en este número especialmente lo escrito, en clave más personal que la de un estudio, por José Miguel Colldefors y, sobre todo, por Juan Luis Hernández Mirón, porque es este quien conecta los dos volúmenes de los que hablo y que reuní (o me reunieron) la misma mañana de julio en esa librería cacereña. Landero abre el «Prólogo» de Las cosas del campo con estas palabras: «Cansado de andar y soñar, el viejo poeta viene cada noche a decirle sus versos al lector. El poeta se llama José Antonio Muñoz Rojas, y el lector es Juan Luis Hernández Mirón. El lector es un hombre alto, alegre y cordial. Le gusta reír, y ríe con ganas, pero nunca con estridencia o con euforia […]» (pág. 9); y lo cierra con «Amigo y maestro, salud» (pág. 12). Ese amigo al que dedicó su novela El guitarrista (Tusquets, 2002): «A Juan Luis Hernández Mirón, a quien yo he visto crecer por dentro hasta llegar a ser el hombre grande que ahora es». Ese amigo es el que escribe en Barcarola, sin «enfoque academicista», y sí «intimista» y muy «a la altura de las circunstancias», un texto muy jugoso que titula: «Luis Landero, mi amigo». Leerlos juntos ha sido como estar convidado a un encuentro de dos que se conocen bien, que se entienden sin mediar palabra y, si estas median, fluyen con una galanura cómplice y admirable. Uno se sonríe cuando junta lo que Landero dice de Juan Luis y su pasión irrenunciable de la naturaleza que vive con la intuición de un niño y el conocimiento del hombre, con «la inocencia del poeta y la sabiduría del filósofo», y lo que Mirón cuenta del choteo de su amigo cuando este ha expresado su entusiasmo por el campo proclamando su «festival de florecillas». A mi parva y gustosa experiencia de verlos juntos en su complicidad, se suman ahora estos dos volúmenes dedicados a altas literaturas.

miércoles, agosto 09, 2023

En la costa de Santiniebla

Más allá de la reserva de un lugar de destino, no soy muy de preparativos de viaje. No sé con qué intensidad. Ni mucha ni poca, como la distancia buena de manos para tocar las campanas de Paquito (Manuel Alexandre), el sacristán de Amanece que no es poco. Mucha cuando me llevé al lago de Como un ejemplar de Los novios de Manzoni, que seguí leyendo allí. Poca esta vez, pues, más allá de querer visitar Mondoñedo por recordar a Álvaro Cunqueiro, la única premeditación —la de mi hermano J— ha sido genealógica, ya que íbamos a estar muy cerca de las tierras lucenses del origen del apellido Lama. El Museo Provincial de Lugo que alberga un retrato al óleo de Manuel José de Lama y Castro, nuestro tío bisabuelo, y una parada en el cementerio neogótico de la parroquia de San Juan de Alba, a escasos kilómetros de Villalba, a la vera de la N-634, llena de lápidas con nuestro primer apellido, han sido dos lugares sobrevenidos de un viaje en el que casi todo lo hemos experimentado sin un guion previo. Ni siquiera en lo literario, que se nos podría suponer. No. Sin buscarlo, ha sido un viaje muy literario, y no solo porque los momentos de descanso los hemos llenado con lecturas —terminé de leer Valdargar. Memoria del desarraigo (Editorial Sonora), de Benito Estrella; leí Marcelo perdió el empleo (Seix Barral), de Gonçalo Tavares; y empecé Miseria (Alfaguara), de Dolores Reyes, que estoy terminando—, sino por la cantidad de referencias que han ido surgiendo en otros parajes distintos a ese municipio de nacimiento del autor de Las crónicas del Sochantre, en donde pasamos solo un par de horas —lo justo para encontrarme sorprendente y gratamente con una familia conocida de Cáceres. Entre Castropol y Vegadeo, se encuentra Seares, la parroquia de ese concejo de la leyenda de La Searila, que narra la historia de una bella joven de allí —Rosa Pérez Castropol— que murió prematuramente y cuyo cadáver fue mandado desenterrar por el marido —Antonio Cuervo Castrillón, que fue gobernador civil de La Coruña—, que quiso quedarse con un mechón de su cabello, desesperado por no haber llegado a tiempo para ver a su esposa con vida. En la Casa de la Cultura de Castropol, antiguo Casino y hoy sede de la Biblioteca Menéndez Pelayo, la pionera y centenaria Biblioteca Popular Circulante —otra de las lecciones no esperadas del viaje—, hay una inscripción que recuerda la leyenda. Desconocía esta curiosa secuela del arrebato necrófilo de las Noches lúgubres de Cadalso. También en Castropol —a donde llegamos andando desde Figueras— conocí que Luis Cernuda había estado allí en agosto de 1935, con el pintor Miguel Prieto, en las Misiones Pedagógicas organizadas por el Gobierno de la República, y que de su estancia de unas pocas semanas proviene su relato —poco amable, sin embargo, con el sitio— «En la costa de Santiniebla», que publicó en Hora de España (núm. X), en octubre de 1937, y que he leído en el tercer volumen —segundo de Prosa— de la Obra completa de Ediciones Siruela, la de Derek Harris y Luis Maristany (1994). Escribió Cernuda: «Pero Santiniebla tiene en cambio la ría. Cuando a la caída de una de esas largas tardes de verano se baja la senda que desde lo alto de la colina lleva hacia el malecón, el denso perfume del mar, el misterioso grito de las gaviotas sobre la brillante superficie de las aguas, sólo encrespadas allá, entre las sombrías rocas que guardan la entrada de la ría, entonces yo os aseguro que poco accesible será a la naturaleza quien no sienta sus pupilas enturbiadas por las lágrimas» (pág. 381 de la edición citada). Ha sido, pues, un viaje más literario de lo que se preveía, incluyendo una visita al negocio más antiguo de Ribadeo, la librería de Vivín, de 1929, en la que compramos media docena de volúmenes viejos y nuevos, y cuyo dueño es un superviviente que, por la memoria de los suyos, batalla para celebrar su centenario. Todo sobre la ría del Eo. 

viernes, julio 28, 2023

Otro curso

André Kertész © París, 1926
Hubo elecciones a Rector y un Campeonato Mundial de Fútbol en invierno más disputado que la consulta universitaria. Alguien soñó que un chico se quedó encerrado en los servicios de la entreplanta en una de las jornadas de puertas abiertas. Lo de un regalo de diciembre: María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra, Cartas a las mujeres de España. Edición de Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra. Sevilla, Renacimiento, 2022. En la fotografía junto a la portada, Gregorio mira atento y ajeno cómo escribe María de la O. Lo de felicitar las fiestas y que la respuesta fuese automática: «Según el calendario académico aprobado en Consejo de Gobierno de la UEX el 16 de mayo de 2022, el período de vacaciones de la actividad docente es desde el 22 de diciembre de 2022 hasta el 9 de enero de 2023, ambos inclusive». Igualmente. Solicitud de evaluación, enlace habilitado, hoja índice, evidencias, autoinforme, hoja de servicios. Otra vez lo de la «capacidad de aplicar los conocimientos teóricos a la valoración crítica y apreciación de los textos» entre las competencias básicas, y otra vez procurar hacer todo, no solo correctamente, sino evitando ser prosaico. La prensa dijo que los quioscos de prensa cayeron un cuarenta por ciento. A primera hora de la mañana de un viernes de febrero, el viento cerró la puerta del aula 7 y así quedó hasta el final del curso después de más de dos años de par en par. El mismo día de febrero dos columnistas del periódico escribían sobre el terremoto de Siria y Turquía y coincidían en aludir al de Lisboa y al Cándido de Voltaire. Todo está bien. Hubo alguna baja temporal por covid, y partes médicos por alergias y traumatología. Una emoción especial sintió el profesor ante dos jóvenes nacidas en el siglo XXI que hablaban con responsabilidad histórica de unos autores antiguos. Una poeta —Mª Ángeles Pérez López— habló en clase de otra —Delmira Agustini— y citó a Nietzsche y aquello del filólogo como el que lee con lentitud, y que acaba escribiendo también con lentitud. Un hito: El Partido Comunista de España en Extremadura durante el Frente Popular: República y Guerra (1936-1939), la tesis de Pepe Hinojosa, sobrepasó tanto el aforo del salón de actos de la Facultad que muchos se quedaron fuera. Ahí estuvo esa ley que trajo la primavera y lo suyo a todos los que vieren y entendieren. Alguien recordó que quedaban veintiocho horas de clase hasta mediado mayo. Cuatro alumnas extranjeras de países diferentes del programa Erasmus leyeron con solvencia poemas de César Vallejo. Hubo un recuento del patrimonio bibliográfico para celebrar un cincuentenario con poca imagen, si acaso un logotipo que se usa poco. Lo del comentario de la Elegía Moral de Meléndez a Jovellanos «y cuanto monstruo en su delirio infausto / la azorada razón abortar puede», y Goya y su capricho 43. El profesor aludió en clase de Hispanoamericana a lo de G. Boixo de que toda actividad de crítica literaria es redundante por naturaleza, pues ya el propio texto que toma como punto de partida contiene todo lo que el crítico presuntamente descubre; y el profesor dijo compartirlo. También hubo que firmar unas facturas. Otra tesis: de un antiguo alumno, David Amado Cano, Julio Cortázar: Historias de cronopios y de famas (1962) y Todos los fuegos el fuego (1966). En esta sí había sitio: en el tribunal. Cada curso hay más rotondas para llegar al campus; también más semáforos. La cabeza diaria en el transporte público y el corazón en el privado: Radio 3 y la prensa del día. Hubo un congreso de estudios clásicos y dos ferias educativas. Pensando en las musarañas por el pasillo: (¿Fue el Marqués de Morante el propietario de la mayor biblioteca privada jamás reunida por un español? ¿Ciento veinte mil volúmenes?). Y hubo defensas muy sentidas de trabajos de fin de estudios. Sentado en una terraza de esta plaza alguien dicta el primer borrador de varios de una cuenta larga que sirva de final de un año académico. Otro. 

jueves, julio 27, 2023

La poesía de Manuel de Cabanyes

El día 2 del pasado mes de abril vi la grabación de la presentación en la Librería Alberti de Madrid de la antología de Jenaro Talens El azar nunca deja cabos sueltos. Antología (1960-2020). (Edición de José Francisco Ruiz Casanova. Madrid, Ediciones Cátedra —Letras Hispánicas, 843—, 2021), en la que el poeta tarifeño dialogó con el crítico Antonio Ortega. Me la recomendó un amigo con el que hablé de la poesía de Talens, y la vi diferida del martes 25 de mayo de 2021, cuando se celebró. La traigo aquí por lo siguiente: en un momento de la presentación, Antonio Ortega destacó el trabajo realizado como editor del profesor José Francisco Ruiz Casanova, que fue aludido como un «filólogo», alguien —añadió Jenaro Talens— que, además, no se había limitado a un área reducida en cuanto a sus intereses de estudios. Ciertamente, cualquiera que se acerque a su trayectoria puede certificar que Ruiz Casanova ha estudiado desde la literatura medieval y renacentista (Diego de San Pedro), el Siglo de Oro (Conde de Villamediana), el siglo XVIII (Leandro Fernández de Moratín), hasta la literatura del siglo XX y XXI, con sus antologías y ediciones de autores como Andrés Sánchez Robayna, o su conocido Manual de principios elementales para el estudio de la literatura española (Madrid, Cátedra, 2013), entre otros trabajos. Yo creo que tanto el crítico como el poeta querían subrayar que quien se acercaba a la obra de un autor contemporáneo, de un protagonista del panorama poético español de los últimos sesenta años, no era participante natural —poeta o crítico habitual de poesía actual—, sino alguien que provenía de otro ámbito, en este caso, el académico, como profesor de la Universidad Pompeu Fabra. Quizá la última demostración de la obra plural y abarcadora de este editor filólogo sea esta novedad que me entusiasma, pues el catálogo de Letras Hispánicas vuelve a acrecerse con un nombre del ámbito del neoclasicismo decimonónico. Este autor muerto con veinticinco años fue Manuel de Cabanyes (Vilanova i la Geltrú, 1808-1833) y solo publicó este libro que ahora se reedita en esta edición preparada por Ruiz Casanova. Por cierto, en eso de que Cabanyes fue autor de un solo libro impreso pocos meses antes de su muerte se insiste llamativamente a lo largo de las páginas (27, 33, 36 y 54) de una introducción en la que también se repiten citas de versos —el inicio del poema «La independencia de la poesía» en págs. 28 y 57— o de cartas —la que le envía a su amigo Joaquín Roca y Cornet preguntándole si ha leído la Ilíada traducida por Hermosilla en págs. 37 y 52). Son extrañas redundancias que quizá obedezcan a algún fallo en la revisión final de un texto escrito en diferentes fases. Hay que celebrar, en cualquier caso, esta puesta al día de los estudios sobre esta figura y esta presentación precisa y bien anotada de una obra tan solo compuesta por las doce odas —más un soneto— de los Preludios… y diez poemas más no recogidos allí y publicados en 1858 en Producciones escogidas, principal en cantidad de las colecciones de los versos de Cabanyes, que referencia el editor en las «Ediciones utilizadas» y entre las que debería incluirse la del libro del canónigo Sebastián Puig, El poeta Cabanyes (Barcelona, 1927), pues se trata de un estudio biográfico y con documentos del autor, pero también una estimable edición de su corta obra completa. No es habitual encontrar entre las novedades de ediciones textuales destinadas a estudiantes universitarios y estudiosos una de un nombre del siglo XVIII. Aunque Cabanyes es decimonónico, viene siendo asociado al estudio de la poesía dieciochesca desde que Joaquín Arce lo estudiase en La poesía del siglo ilustrado (Alhambra, 1981) y lo considerase en su último capítulo «Un puro neoclásico del siglo XIX: Manuel de Cabanyes», unas páginas que fueron mi primer conocimiento de este escritor de «indiscutible horacianismo», se decía allí (pág. 514). Con razón advierte Ruiz Casanova que aquí no se trata del rescate de un poeta menor, sino de la «ilustración de una propuesta poética que, aunque su autor no pudo desarrollar más allá de sus doce odas, es lo suficientemente rica y compleja (en cuanto a métrica, léxico, sintaxis, ritmos y temas) e ilumina una vertiente poco explorada de la herencia clásica de la modernidad» (pág. 61). Insistiendo en las menudencias, también me ha llamado la atención que se diferencie por el editor entre la letra cursiva que utiliza para las notas originales de Cabanyes a algunos de sus poemas, y la letra itálica para las notas que añade él (pág. 66). Con esta edición anotada —en los textos de manera detallada, conservando las notas originales del autor, y dejando al final las de aspectos generales y contextuales— se pone a disposición del lector actual la información más pertinente para conocer a un escritor del que destaca por encima de otros valores su voluntad de innovar o experimentar en materia de prosodia, en donde hizo propuestas variadas en materia de ritmo y rima —o sobre su evitación. Es una edición necesaria en el ámbito académico que suma un nombre a un canon exiguo y poco conocido, hecha por un estudioso al que uno lee con gusto, tanto cuando trata la cuestión metapoética en Jenaro Talens, como cuando habla de traducción en España, de Ángel Crespo, Cernuda o de Manuel de Cabanyes, Preludios de mi lira y otros poemas. Edición de José Francisco Ruiz Casanova. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 880), 2023.

jueves, julio 20, 2023

Las campanas del viejo Tokio

Si alguna vez viajo a Japón, me gustaría llevar conmigo este libro. No es una guía de viaje, pero permite estar de un modo distinto en lugares como los parques de Hibiya o Ueno, distritos como Mejiro, Tsukiji o Kitasuna, la estación de Nezu, la bahía, el Roukumeikan, el Hotel Imperial…; y me imagino el placer que debe de sentir uno allí con esta crónica, relato y ensayo en las manos, mientras conozca in situ parte de lo mucho que contienen estas meditaciones organizadas en un preliminar («Las campanas del tiempo») y diecisiete estaciones, casi todas cerradas con las breves anotaciones de una parte del diario de viajera de la autora —Anna Sherman, una americana de Arkansas licenciada o así en latín y griego—, que cuenta momentos de la relación con el dueño de un pequeño café —Daibo—, con quien conversa ayudado por Arthur, traductor estadounidense. El conjunto, eminentemente narrativo, tiene también la apariencia de un ensayo con voluntad académica, con 260 notas —de las que más de setenta son de la traductora, Victoria Pradilla— y una bibliografía de catorce páginas y pico. Entre lo primero que subrayé al comenzar Las campanas del viejo Tokio están: «Japón es un país de campanas»; «Antes que Tokio fuera Tokio, se llamaba Edo» (pág. 12); «Justo antes de morir, en 2003, el compositor Yoshimura Hiroshi escribió un libro titulado Las campanas del tiempo de Edo (Toshi no oto)» (pág. 13) y «Donde el inglés, el español u otras lenguas tienen una sola palabra para ‘tiempo’, el japonés tiene una miríada» (pág. 19). Es decir, en las primeras páginas tenía el motivo definidor que se lleva al título —y al hilo por la búsqueda de las antiguas campanas— del libro, el dato sobre una realidad histórica, social y geográfica que conozco poquísimo o solo a partir de lugares comunes, una fuente cultural como ejemplo de la solidez intelectual de la obra y, por último, su asunto principal o tema crucial: el tiempo. La lectura de la obra de Anna Sherman es una sostenida experiencia de descubrimiento de escenarios reales y de la historia sobre la base de una reflexión o meditación sobre el tiempo que queda envuelta por el viaje y la inmersión en un país, que sirve de marco. En cierto modo, como si leyésemos un ensayo sobre la violencia con la estructura de la crónica de un viaje a una zona en guerra. No falta aquí, por cierto, el análisis de la convivencia con radicales conflictos, como las bombas de 1945 y sus consecuencias, o el terremoto de 2011 y el accidente de la central de Fukushima. He dicho que entre las numerosas notas —muchas tan necesarias e ineludibles que su colocación al final y no a pie de página hace enojosa la placentera lectura— hay muchas de la traductora, que tiene una presencia muy significativa en la versión española de Las campanas del viejo Tokio, una presencia que se agradece como una acompañante que apostilla y completa lo que la autora nos cuenta, y que se manifiesta muy desde el principio, en el primer párrafo del primer capitulillo introductorio, en dos notas que anteceden a la primera de Sherman. Para mi lectura personal, esta presencia de Victoria Pradilla tiene un sentido entrañable, por ser ella la persona a través de la que vino a mi conocimiento la publicación de este recomendable libro al que Laura González dedicó una parte de su «Todos somos sospechosos», de Radio 3, en conversación con Victoria. Volví a escuchar aquel programa después de leer el libro casi como la culminación de una prolongada convivencia con ese mundo oriental y esa manera de concebir el tiempo que recorre todas sus páginas; una convivencia que conlleva que se te presenten otras obras en tu cotidiano vivir como si hubiesen sido atraídas por una recóndita fuerza. De mi biblioteca, el Cuaderno de Tokio de Emilio Gañán (Badajoz, Libros de Mesa, 2019) y su abstracción pictórica de la ciudad. De una noche del tercer domingo del año, la película Cuentos de Tokio (1953), de Yasujiro Ozu, y su lectura —en genuinos planos a ras del suelo— del tiempo en los ancianos y en sus sonrisas sempiternas y resignadas. Todo, durante Anna Sherman, Las campanas del viejo Tokio. Meditaciones sobre el tiempo y la ciudad. Traducción de Victoria Pradilla Canet. Madrid, Capitán Swing, 2022. Muy recomendable.

martes, julio 18, 2023

A Paco Muñoz, in memoriam

Buscaba esta crítica teatral de Francisco Muñoz Ramírez (1953-2023) publicada en El Público. Fue sobre el montaje de Espectáculos Ibéricos con la dirección de Paco Suárez de la tragedia Raquel, de Vicente García de la Huerta, en versión de Jorge Márquez. Apareció en el número 87 de noviembre-diciembre de 1991 y su lectura, que he hecho gracias la eficaz Unidad Técnica de Acceso a la Documentación y a la Información de la Biblioteca Central de la UEX, me recordó aquellos tiempos del estreno en Cáceres —junio de 1991—, en la Plaza de San Jorge, y la desmesurada reacción de Lázaro Carreter en Blanco y Negro contra la versión de Márquez, a la que dedicó tres artículos, el último como aparente respuesta a las «Razones para adaptar a los clásicos» que el extremeño expuso en El Urogallo en marzo de 1992. En otro lugar aludiré a esos ecos de un texto del siglo XVIII, porque lo que ahora me apetece es compartir que la lectura de aquella crítica de mi querido Paco Muñoz me llevó a pensar en los muchos textos que había leído de él en forma de breves críticas teatrales publicadas, principalmente, en la prensa regional, sobre todo, en el diario Hoy. Y en que en las necrologías y sentidas semblanzas que se han publicado desde el mismo día de su muerte en Madrid, el pasado 22 de junio, junto a su trayectoria política y de gestión limpia y eficaz en el campo de la cultura, de «tintes épicos» —como recuerda en su blog Álvaro Valverde— y evidentes resultados, se menciona sin más que fue crítico teatral. Y, aunque me lleve más espacio aquí, me parece justo que se recuerde una parte de su dilatada labor como comentarista de un género que le apasionó siempre. Sin ir más lejos, para la misma revista del Centro de Documentación Teatral que he citado, El Público, escribió, entre 1989 y 1992, crónicas y críticas sobre el Festival de Teatro Clásico de Mérida, los Festivales de Cáceres del 89, sobre la política de teatros públicos en Extremadura, y sobre montajes concretos como Miles Gloriosus en versión de José Luis Alonso de Santos, Catón, un republicano contra César, de Fernando Savater, en la XXXV edición del Festival emeritense; Perfume de mimosas de Miguel Murillo, en 1989; la primera Fedra de Miguel Narros con Manuela Vargas al baile, el Calígula de Albert Camus por José Tamayo en el Teatro Alcázar, con Imanol Arias en el papel principal… Colaboró también en otras revistas, como la Revista de Estudios Extremeños («El trabajo crítico de Manuel Sito Alba», núm. XLV, 1, 1989), El Urogallo («Teatro: luces y sombras», núm. 55, 1990; «¿Pero hay crisis? (Repaso por la escena extremeña)», suplemento al núm. 88-89, septiembre de 1993) o Primer Acto («Teatro en Extremadura. Política cultural», núm. 264, junio-agosto 1996); pero sus más numerosas y constantes colaboraciones fueron en las páginas del periódico Hoy, desde «Elisa Ramírez o el teatro de sofá» (Hoy, 8.5.1987), crítica de Juguetes para un matrimonio, de Alfonso Paso, representada en el Teatro Menacho de Badajoz, o las que sacó como crítico del Festival de Teatro Clásico de Mérida en su trigésima tercera edición «Una actriz que llena» (Hoy, 5.7.1987), sobre el recital de Irene Papas Poesía en el canto; «Extravagancias» (Hoy, 10.7.1987), sobre Las aventuras de Tirante el Blanco, de Francisco Nieva; «Variaciones sobre el mito» (Hoy, 10.7.1987), crítica de la  Electra de Théâtre du Lierre; «Plauto arrevistado» (Hoy, 18.7.1987), sobre Rudens, de Plauto; o «Dionisio en Sevilla» (Hoy, 25.7.1987), sobre Las Bacantes, de Salvador Távora. Cubrió igualmente la edición de 1988 y escribió («Emotivo Alberti», Hoy, 5.7.1988) sobre el recital De lo vivo lejano en homenaje a Rafael Alberti dirigido por Lluís Pasqual y en el que intervinieron Montserrat Caballé, Nuria Espert, Nacho Martínez, Francisco Rabal, Manolo Sanlúcar, Manuela Vargas, Rafael Alberti, y, al piano, Miguel Zanetti. Y en esa misma edición, sobre la que hizo balance («Viejo teatro, nuevos espacios», Hoy, 30.7.1988), publicó las críticas: «Paisaje después de la batalla» (Hoy, 13.7.1988), sobre Medeamaterial, de Heiner Müller, montaje dirigido por Theodoros Terzopoulos; «Divorcio a la vista» (Hoy, 16.7.1988), de Los hijos de Medea, de Eusebio Lázaro; «Teatralidad» (Hoy, 17.7.1988), de El príncipe constante, de Calderón, por Alberto González Vergel; «El despertar a quien duerme» (Hoy, 18.7.1988), sobre la obra de Lope de Vega montada por Suripanta bajo la dirección de Francisco Suárez; y «Lo sublime y lo kitsch» (Hoy, 23.7.1988) sobre Alhucema, de Salvador Távora con La Cuadra de Sevilla. Paco Muñoz mantuvo sus críticas teatrales sobre lo que veía en Badajoz —escribió sobre Pares y Nines de Alonso de Santos, representada en el Teatro Menacho (18.12.1988)—, en Mérida —hizo la crítica de Tierra a la vista de Manuel Martínez Mediero en la Sala Trajano (29.1.1989)— o en Cáceres —en la primera edición del Festival de Teatro Clásico nos contó cómo vio el montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de La dama duende de Calderón, en versión de Luis Antonio de Villena y dirección de José Luis Alonso, en un escenario ya imposible como la plaza de Moctezuma. Mantuvo su intensidad durante estos años en los que hizo también de cronista en Madrid de uno de los acontecimientos teatrales de aquel momento para un autor extremeño, el estreno en la capital, en el Teatro Bellas Artes, de Hazme de la noche un cuento, de Jorge Márquez, con un cartel en el que estaban Fernando Delgado, Amparo Baró y José María Rodero, que, por enfermedad, tuvo que ser suplido por Manuel Andrés, y murió unos días después de aquel 10 de mayo de 1991. El 12, en el periódico Hoy se publicaba el texto de Francisco Muñoz Ramírez: «El ‘todo Madrid’ se dio cita en el estreno de Hazme de la noche un cuento, de Jorge Márquez» (12.5.1991, pág. 61). Igualmente reseñable fue el impulso que dio desde su crítica al Teatro Estable de Cáceres y a actores como José Vicente Moirón y Quico Magariños, que hicieron Ácido lúdico, de Miguel Medina Vicario («Ácido lúdico, un espectáculo absolutamente recomendable», Hoy, 21.5.1991, pág. 18). Paco Muñoz fue nombrado en noviembre de 1992 director técnico del Departamento de Cultura de la Diputación Provincial de Badajoz, y siguió publicando a lo largo de 1993 sus críticas teatrales en el periódico, desde donde llamó la atención sobre la necesidad de respuesta del público. Así lo hizo al escribir sobre el montaje de la compañía Pentación dirigido por Gerardo Malla de Dígaselo con Valium, de José Luis Alonso de Santos, que se programó durante tres días con dos funciones diarias durante la Feria de San Juan de Badajoz, y lamentarse por la suspensión de una de ellas por falta de espectadores y por que hubiera tan solo treinta espectadores en otro de los pases (Hoy, 22.6.1993). En junio de 1994, Paco Muñoz fue nombrado director del Teatro López de Ayala de Badajoz y en julio de 1995 Consejero de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura, y, a partir de este momento, lógicamente, no pudo mantener esta dedicación, aunque, desde su puesto institucional, no desaprovechó la oportunidad de la reflexión sobre la gestión cultural en materia de teatro —en el artículo mencionado de Primer Acto de 1996— o sobre la propia esencia del arte escénico con motivo de una celebración como el Día Mundial del Teatro («Día Mundial del Teatro», en El Periódico Extremadura, 27.3.1998; o «De nuevo en busca de autor», en Árrago, suplemento del diario Hoy, 27.3.2002). Muchos datos, sí, contables, para visibilizar, aunque sea parcialmente una dimensión más del perfil de quien fue Consejero de Cultura extremeño durante doce años cruciales en legislación, infraestructuras, incentivos y muy diversas acciones en ese ámbito. No ocuparía poco, en dedicación y en páginas, una edición anotada de los textos sobre teatro de Paco Muñoz que nos permitiera confeccionar un mapa de la sociología y de la crítica teatrales de una época. Una cartelera histórica de mucho interés a la que tan sólo me he asomado en homenaje.

miércoles, julio 12, 2023

Manifiesto

Hoy se ha difundido este Manifiesto del movimiento de memoria histórica y democrática de Extremadura contra el acuerdo de gobierno de PP-Vox que anuncia la derogación de la ley de memoria democrática de 2019 y de las políticas de memoria institucionales de la Junta de Extremadura, promovido por veinte asociaciones de memoria histórica de la región:

El movimiento por la MEMORIA HISTÓRICA Y DEMOCRÁTICA DE EXTREMADURA, integrado por miles de extremeñas y extremeños familiares de víctimas del franquismo, por veinte asociaciones memorialistas, por un centenar de historiadoras e historiadores dedicados al estudio de la represión franquista y por toda la ciudadanía sensible con el padecimiento de quienes fueron represaliados por razones políticas, ideológicas, sindicales, de creencia religiosa, de género o identidad y de orientación sexual durante la dictadura, reitera ante la opinión pública extremeña:

● Que a ninguna persona demócrata debería hacer falta recordarle que la memoria de las víctimas de cualquier conflicto o represión tiene que ver con los derechos humanos y que los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición son esenciales y, según la ONU y el derecho internacional, rigen toda resolución de un asunto así en un Estado de Derecho.

● Que a ninguna persona justa debería olvidársele que, durante los cuarenta años de dictadura franquista, se glorificó a una parte de las víctimas del golpe de Estado y de la Guerra Civil, y que las restantes fueron sometidas por razones ideológicas al olvido, y que esa desmemoria de quienes fueron víctimas del franquismo ha proseguido durante muchos años tras la aprobación de la Constitución de 1978. 

● Que a ninguna persona sensata debería ser necesario insistirle en que la concordia se promueve cerrando heridas, no dejándolas abiertas, y que reivindicar en una democracia a las mujeres y hombres que fueron asesinados, torturados, encarcelados, robados y obligados al exilio por culpa de la dictadura solo pretende el reconocimiento de quienes lucharon por conseguir lo que ahora, en parte, tenemos.

● Que a ninguna persona cabal debería escapársele que no se puede olvidar lo que no se conoce y que la investigación histórica de las circunstancias de la represión, el libre acceso a los archivos y a la documentación histórica, y la promoción de la recogida de testimonios orales son procedimientos básicos donde asentar cualquier proceso de recuperación de la memoria. 

● Y, en fin, que a ninguna persona de bien debería molestarle que saquemos a nuestros familiares de las cunetas y de las fosas comunes y los enterremos dignamente. 

Estos fundamentos, que apelan a la justicia, a la sensatez, a la democracia y a la humanidad, en los que se basan las iniciativas de memoria democrática, los reiteramos con ocasión del acuerdo de gobierno para la Junta de Extremadura suscrito entre el Partido Popular y VOX. Ante este acuerdo el movimiento memorialista extremeño manifiesta:

1º. El rechazo absoluto al anuncio de PP y Vox de derogar las políticas institucionales y los proyectos públicos que trabajosamente se han conseguido en la región tras tantas décadas de desmemoria, especialmente la Ley 1/2019, de 21 de enero, de memoria histórica y democrática de Extremadura, todavía insuficientemente desarrollada.

2º. La determinación rotunda de seguir impulsando desde la sociedad civil, desde el compromiso personal y colectivo, y con el trabajo de las asociaciones, de la ciudadanía, de otros movimientos sociales y del resto de instituciones democráticas todas las iniciativas de recuperación de la memoria histórica de las extremeñas y de los extremeños. 

Quienes hacen política con la memoria histórica son quienes dirigen PP y Vox, que pretenden derogarla. Quizás cancelen la ley, pero no nuestro derecho a conocer y restituir la dignidad de las víctimas del franquismo que —como las del nazismo en Alemania o las del fascismo en Italia— fueron precursoras en España de la lucha por la dignidad humana, por las libertades y por la democracia. 

Quienes niegan que el derecho a la memoria sea un derecho humano, patrimonio de la ciudadanía, parecen no darse cuenta de que seguiremos ejerciéndolo, aunque no haya leyes, porque el proceso de recuperación de la memoria histórica y democrática es un movimiento popular, de la sociedad civil, que jamás erradicarán.

En Extremadura, a pesar de PP y Vox, desde el movimiento por la MEMORIA HISTÓRICA Y DEMOCRÁTICA seguiremos hablando del franquismo, seguiremos dignificando a las víctimas, seguiremos recordándoles la historia, seguiremos haciendo memoria.


Adhesiones: 

comextremadura@gmail.com

armhex@gmail.com