lunes, marzo 27, 2023

Día Mundial del Teatro

Desde hace algunos años, más de una década, vengo poniendo aquí algún recordatorio de la celebración del Día Mundial del Teatro. Me gusta leer cada año el discurso que escribe alguna personalidad destacada, y siempre me ha preocupado cómo se difunde un texto que se traduce a decenas de idiomas desde el original y sobre el que el Instituto Internacional del Teatro (ITI) no recomienda cuando lo encarga que debe estar bien escrito. Este año, en el árabe del Egipto natal de la actriz Samiha Ayoub, lo que dificulta saber la calidad del texto de partida. El de llegada es el que nos preocupa a los hispanohablantes, y este año, me ha costado decidirme por una versión, que es la que pongo aquí: «Les escribo este mensaje en el Día Mundial del Teatro, y abrumada por la alegría de hablarles, cada fibra de mi ser tiembla bajo el peso de lo que todos sufrimos —artistas teatrales y no teatrales— desde las presiones demoledoras y los sentimientos encontrados en medio del estado del mundo actual. La inestabilidad es un resultado directo de lo que atraviesa nuestro mundo hoy en día en términos de conflictos, guerras y desastres naturales que han tenido efectos devastadores no solo en nuestro mundo material, sino también en el espiritual y en nuestra paz psicológica. Les hablo hoy mientras tengo la sensación de que el mundo entero se ha convertido como en islas aisladas, o como barcos que huyen en un horizonte lleno de niebla, cada uno de ellos desplegando sus velas y navegando sin guía, sin ver nada en el horizonte que lo guíe y, a pesar de ello, continúa, esperando llegar a un puerto seguro que lo contenga luego de su largo andar en medio de un mar embravecido. Nuestro mundo nunca ha estado tan estrechamente conectado entre sí como lo está hoy, pero al mismo tiempo nunca ha estado más disonante y más alejado el uno del otro que hoy. He ahí la dramática paradoja que nos impone nuestro mundo contemporáneo. A pesar de lo que todos estamos presenciando en cuanto a la convergencia en la circulación de noticias y comunicaciones modernas que rompió todas las barreras de las fronteras geográficas, los conflictos y tensiones que vive el mundo rebasaron los límites de la percepción lógica y crearon, en medio de esta aparente convergencia, una divergencia fundamental que nos aleja de la verdadera esencia de la humanidad en su forma más simple. El teatro en su esencia original es un acto puramente humano basado en la verdadera esencia de la humanidad, que es la vida. En palabras del gran pionero Konstantin Stanislavsky: «Nunca entres al teatro con barro en los pies. Deja el polvo y la suciedad afuera. Deposita en la puerta de entrada, junto con tu ropa, tus pequeñas preocupaciones, disputas, tus insignificantes dificultades y todas las cosas que arruinan tu vida y desvían tu atención de tu arte». Cuando subimos al escenario, lo hacemos con una sola vida dentro de nosotros, pero esta vida tiene una gran capacidad de dividirse y reproducirse para convertirse en las muchas vidas que transmitimos en este mundo para que exista, florezca y esparza su fragancia a los demás. Lo que hacemos en el mundo del teatro como dramaturgos, directores, actores, escenógrafos, poetas, músicos, coreógrafos y técnicos, todos nosotros sin excepción, es un acto de creación de vida que no existía antes de subirnos al escenario. Esta vida merece una mano cariñosa que la sostenga, un pecho amoroso que la abrace, un corazón bondadoso que simpatice con ella y una mente sobria que le proporcione las razones que necesita para continuar y sobrevivir. No exagero cuando digo que lo que hacemos en el escenario es el acto de la vida misma que generamos de la nada, como una brasa ardiente que centellea en la oscuridad, iluminando la oscuridad de la noche y calentando su frialdad. Nosotros somos los que le damos a la vida su esplendor. Somos quienes la encarnamos. Somos quienes la hacemos vibrante y significativa. Y somos nosotros quienes damos las sabidurías para entenderla. Somos los que usamos la luz del arte para enfrentar la oscuridad de la ignorancia y el extremismo. Somos los que abrazamos la doctrina de la vida, para que la vida se propague en este mundo. Para ello ponemos nuestro esfuerzo, tiempo, sudor, lágrimas, sangre y nervios, todo lo que tenemos que hacer para lograr este elevado mensaje, defendiendo los valores de la verdad, el bien y la belleza, y creyendo verdaderamente que la vida merece ser vivida. Les hablo hoy, no solo para decir, no solo para celebrar al padre de todas las artes, el «teatro», en su día mundial. Lo hago para invitarlos a que juntos, todos nosotros, de la mano y hombro con hombro, a que gritemos en voz alta, como estamos acostumbrados a hacerlo en los escenarios de nuestros teatros, dejando que nuestras voces salgan para despertar la conciencia del mundo entero, para buscar toda la esencia perdida del ser humano libre, tolerante, amoroso, comprensivo, gentil y abierto. Y para rechazar esa vil imagen de brutalidad, racismo, conflictos sangrientos, pensamientos unilaterales y extremismo. El hombre ha caminado sobre esta tierra y bajo este cielo durante miles de años, y seguirá caminando. Saca, pues, sus pies del lodazal de las guerras y de los cruentos conflictos, e invítalo a dejarlos en la puerta del escenario. Quizás nuestra humanidad, que se ha ensombrecido en la duda, alguna vez vuelva a convertirse en una certeza categórica que nos haga a todos verdaderamente aptos para sentirnos orgullosos de ser humanos y de que todos somos hermanos en la humanidad. Es nuestra misión, los dramaturgos, los portadores de la antorcha de la ilustración, desde la primera aparición del primer actor en el primer escenario, estar al frente para enfrentar todo lo que es repugnante, sangriento e inhumano. Lo confrontamos con todo lo que es bello, puro y humano. Nosotros, y nadie más, tenemos la capacidad de difundir vida. Propaguemos esto juntos por el bien de un mundo y una humanidad».  Samiha Ayoub [Traducción del Centro Colombiano del ITI]

domingo, marzo 26, 2023

Sybila Arredondo

© Roberto Candia

Preparaba mis notas esta tarde sobre mis clases de mañana sobre el escritor peruano José María Arguedas —leeremos Los ríos profundos— y me acordé de que hace poco más de dos años mi amigo Ignacio Úzquiza me pidió que si podía averiguar la dirección de Sybila Arredondo, la viuda del escritor, porque quería enviarle un libro. No me costó mucho saber que vivía en una parcela de Rangue, a setenta kilómetros al sur de Santiago de Chile, sin más datos. Sé que le envió el libro por el que, por persona interpuesta, Sybila se había interesado: El río y el mar. Correspondencia José María Arguedas / Emilio Adolfo Westphalen (1939-1969), que publicó Fondo de Cultura Económica en 2011. Y sé que se lo devolvieron y que, a día de hoy, no sabemos nada de ella. No será muy difícil saber algo; y hay huellas relativamente recientes de su presencia en la prensa digital. Sybila pasó catorce o quince años en las cárceles de Perú acusada de terrorismo y de pertenecer a Sendero Luminoso. Sin dejar de vincularse con la lucha revolucionaria como una mujer de izquierda marxista y leninista, se dedicó a la preparación de las obras completas de su marido hasta que fue detenida. Estuvo presa hasta diciembre de 2002, cuando regresó a su Chile natal. Su madre, la escritora Matilde Ladrón de Guevara (1910-2009), escribió e hizo muchas gestiones para lograr la liberación de su hija. He visto un dossier en el que hay escritos de Sybila al presidente chileno Patricio Aylwin y de su madre a su sucesor Eduardo Frei en 1996 en los que se expresa así: «S.E. tiene hijas y en los momentos que usted razonaba en T.V., las evoqué, deseándoles lo más bello y noble en su futuro y jamás el sufrimiento de la mía, exterminada en Perú, prisionera enferma física y psíquicamente», y que cierra: «Le requiero respetuosamente auxilio, en nombre de sus hijas, y liberarme con Sybila hacia la patria maravillosa para aurar “el alma herida de Chile”… y la estrictamente humana de esta madre, su adepta y S.S. cuya vida deja en sus manos». Me fascina y, por supuesto, me sobrepasa que la relectura de unos apuntes sobre una novela para preparar unas clases me lleve a tantas circunstancias y a tanta historia, y que también vuelva a toparme con las palabras que Arguedas, antes de pegarse un tiro, dejó escritas. A su mujer y al mundo. Algunas, en su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971).

miércoles, marzo 22, 2023

Canto a Teresa

«No me cansaría de admirar la ilustración de la portada de Canto a Teresa y de sentir el singular tacto de la misma. Una auténtica obra de arte. No me creo que cueste sólo 15 €», escribe un lector en un comentario en la página de la editorial vallisoletana Deméter, inclinada a la publicación de obras clásicas relacionadas con lo fúnebre, lo macabro, lo gótico, lo extraño o lo singular. Espronceda, Canto a Teresa. Ilustrado por Antonio del Hoyo (Valladolid, Editorial Deméter, 2022) es una esmerada edición de lo que se publicó como segundo canto del soberbio e inacabado poema El Diablo Mundo (1840) del escritor romántico. En una nota manuscrita algo más extensa que la que se recogió en la primera edición por entregas, Espronceda escribió: «Este canto 2º es un desahogo de mi corazón. Tal vez mis quejas parezcan fastidiosas y fuera de propósito a mis lectores. Yo tenía necesidad de escribir así, y he obedecido a un impulso superior a mi voluntad. Pongo aquí esta nota p[ar]a que el q[u]e no quiera leerlo lo salte sin escrúpulos, pues no está ligado de ninguna manera a la historia general del cuento». Nadie debe saltarse este extraordinario texto, porque, a mi modo de ver, añade mucho sentido al conjunto en el que se inserta, El Diablo Mundo, uno de los poemas más románticos del romanticismo decimonónico y más rompedores. Una obra inacabada, en seis cantos —más unos fragmentos de un séptimo— en los que el poeta mezcla lo lírico, lo narrativo y lo dramático en poco más de seis mil versos. Sin embargo, la edición exenta del Canto a Teresa, como esta de Deméter, tan brillantemente ilustrada por Antonio del Hoyo, destaca con justicia «uno de los poemas de amor más emocionantes de todos los tiempos», como lo calificó el poeta Guillermo Carnero en su estudio y antología Espronceda (Júcar, 1979). Sobre esta edición exquisita del Canto a Teresa hablaremos el próximo sábado en el Teatro Carolina Coronado de Almendralejo.



martes, marzo 21, 2023

Por poesía

Decía Mairena a sus alumnos, citando a su maestro, que cuando algo está mal, debemos esforzarnos por imaginar en su lugar lo que esté bien, y que, si por azar, lo encontramos, que intentemos pensar en algo que esté mejor: «Y partir siempre de lo imaginado, de lo supuesto, de lo apócrifo; nunca de lo real». A veces, lo más real es lo imaginado, aquello que parece eludir la cruda inclemencia con las palabras de un poema, de una novela. No sé, quizá con lo que sostiene la tarea de un profesor de literatura en sus clases. Mucha materia literaria diaria. Lástima que el otro día no supiese decir lo que pretendía. No salió bien mi intención de expresar cómo una palabra, por voluntad del autor, busca su acomodo junto a otra y la contagia de un brillo especial. «—¿Os dais cuenta? —hablaba en el aula— ¿Cómo roza en ese poema el adjetivo pospuesto a la pausa versal? ¿Cómo modifica a su antecedente tan suspendido por eso?». Podría poner ejemplos varios, porque nos ocurre cada día. Son muchos casos. Esa mañana quizá fuese por un poema de César Vallejo o de Meléndez Valdés, que fueron dos autores que nos ocuparon en clases distintas. Afuera están ocurriendo muchos desastres que solo nos llegan por la prensa mientras estamos plácidamente sentados en una terraza de una ciudad tranquila como esta. O en clase. Cuando creemos que todo está bien; y resulta que no, que lo que provocamos es rechazo y disgusto. Chafar existe y no siempre es transitivo. Hoy, Día Mundial de la Poesía y del Síndrome de Down , hemos terminado la mañana con versos que son del programa de la asignatura —vaya privilegio. No ha habido nada forzado; e Idea Vilariño e Ida Vitale han llenado la clase con el «hueso a la intemperie» —que dijo Juan Gelman— de una, y los accidentes nocturnos de la otra; las que formaron parte de aquel grupo o generación del 45 en Uruguay cuando recibieron la visita de Zenobia y Juan Ramón, en la fotografía. Libros, versos, que valen lo que no está escrito. Hay que celebrarlo. 

lunes, marzo 20, 2023

Pepe Higuero

Me alegró mucho estar ayer en el homenaje a Pepe Higuero (1946-2020) que se celebró en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Cáceres, en un acto presidido por el alcalde Luis Salaya y con tan numerosa asistencia que hubo personas que lo siguieron de pie —qué bonito, algunas con pajarita. Agradezco a la periodista Ángeles Luaces, su viuda, que me enviase hace unos días la invitación para estar en tan emotivo homenaje a alguien que merece mucho el reconocimiento de una ciudad como Cáceres. Así fue ayer; aunque estos actos tendrían que ser retransmitidos para que toda la ciudadanía sepa de la huella que una personalidad como la de Pepe Higuero ha dejado aquí en lo intangible, que es tan importante, y en lo más consuetudinario —que a la gente gusta mucho— como la estatua de Leoncia en San Juan, el Gran Teatro, el Festival Womad, etc… La gestión cultural, el periodismo, la radio y la música, y la fotografía articularon el guion del acto que recorrió la trayectoria de Pepe en día tan señalado como el 19 de marzo; con las intervenciones de Jaime Naranjo —que fue el Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura con el que trabajó su amigo Pepe Higuero como director de Acción Cultural—, de Carlos Sánchez Polo —alcalde de Cáceres desde 1987 a 1995—, que recordó cómo supo por Pepe del golpe de Estado del 23-F, y otros momentos compartidos. La periodista de Canal Extremadura María Hurtado fue dando la palabra a otros intervinientes que hablaron de la faceta de periodista de Higuero —José Manuel Delgado, Félix Pinero, con textos enviados que leyó la presentadora, y en presencia, Miguel Ángel Muñoz y Lola Luceño, de El Periódico Extremadura que Pepe dirigió—, de su labor en la radio —cubierta por Fermín Naranjo y Florencio Bañeza— o de sus otras facetas como gestor y motivador en ámbitos como el área de comunicación y obra social de una entidad como Caja de Extremadura —intervino Jesús Medina, que fue su presidente— y su relación y apoyo a la juventud universitaria de asociaciones como AUNEX que representó ayer —o tempora, o mores— María José López. La guinda la puso el entrañable Luis Casero, siempre con su reivindicación cacereña y su querella por el desequilibrio provincial que favorece a Badajoz como «extremeño del norte», que es una de las personas que más unida ha estado durante tantos años a Pepe Higuero. Fue un acierto abrir el homenaje con su pareja Ángeles Luaces, muy emocionada en sus primeras palabras, y cerrar con Luis Casero, en su estado puro. Ellos, todos, los protagonistas del acto, la familia de Pepe y los que tomaron la palabra, ocuparon los asientos habituales de quienes componen la corporación municipal. Un acto emotivo en el que me vino el recuerdo difuso de una tarde en los talleres de la Editorial Extremadura en los bajos de un edificio de La Madrila a los que acudimos a principios de los ochenta para pedir apoyo para la revista Residencia o alguna otra publicación. No recuerdo ahora; pero quizá aquella fue mi primera imagen de Pepe Higuero. De las últimas, más firmes, una mañana en la que tuve el privilegio de que me enseñase cada rincón del recién habilitado Palacio de Mayoralgo en el que trabajaba y la sesión para el libro Sorprendente Cáceres Sorprendente (Mérida, Asamblea de Extremadura, 2007). Desgraciadamente, también, lo llevo en el sobresalto de un tiempo extraño e insólito de pandemia brutal que se llevó a Pepe y a mi hermano Luis, que nació el mismo año y que murió diez días antes (1946-2020). Ay.

jueves, marzo 09, 2023

Víctor Chamorro

No traté mucho a Víctor Chamorro (1939-2022), aunque coincidimos algunas veces. Quizá nuestro mayor contacto fue cuando, a propuesta de su amigo Teófilo González Porras, le invitamos a que participara en el Aula José María Valverde en el curso 96-97, en el que intervinieron también en esa edición José Hierro, Vázquez Montalbán, Juan José Millás y José Antonio Marina. Fue el segundo autor extremeño que visitó el aula, después de que en el primer curso estuviese Luis Landero. Otro buen amigo de Víctor y de Teófilo, Gonzalo Sánchez Rodrigo, estuvo en aquel encuentro y su recuerdo me ha traído el de un libro de Víctor Chamorro, menos citado que otros, pero muy relacionado con ese lado tan ilustre del escritor que fue la enseñanza: Sin raíces (1970), la biografía novelada de Agustín Sánchez Rodrigo (1870-1933), el inventor del método Rayas. Un libro que, por aquellos años, Víctor Chamorro consideraba como el mejor entre los que había escrito, y ya por el año 70, Víctor tenía publicadas cinco novelas y Hurdes, tierra sin tierra (1968). Me parece ese libro, Sin raíces, todo un símbolo y emblema de la figura de Víctor Chamorro; no solo porque está muy bien escrito, sino porque es extraordinariamente emocionante que el escritor de Monroy aprendiese a escribir y a leer gracias al invento de la persona que le encargaron biografiar. Sin salir de la letra impresa, me gusta imaginar que, de no haber sido por aquel impresor de Serradilla que fue Agustín Sánchez Rodrigo, no habríamos tenido un escritor de la importancia de Víctor Chamorro. De esta manera llevaré el recuerdo de aquella biografía novelada que fue Sin raíces al acto que esta tarde se ha organizado en el Ateneo. 

 

martes, marzo 07, 2023

José Antonio Zambrano

Hoy —sorpresivamente para mí— el periódico digital ProproNews ha publicado, mejor ataviado, el texto que envié sobre José Antonio Zambrano. Me estimula retomar contacto con José Mª Pagador y compartir espacio con personas como Juan Serna, Gregorio González Perlado, Elisa Blázquez, Moisés Cayetano Rosado o José Manuel Villafaina.

domingo, marzo 05, 2023

Del tres al cinco y ya domingo

Desde que salí de clase el viernes a las once de la mañana, después de casi dos horas con versos —monumentales en su ligereza— como «Viendo el Amor un día / que mil lindas zagalas / huían de él medrosas / por mirarle con armas, / dicen que de picado / les juró la venganza / y una burla les hizo, / como suya, extremada. / Tornóse en mariposa, […]», de Meléndez Valdés; poco más imponente me ocurrió. A la tarde, sí, acudí a la defensa de la tesis doctoral de Pepe Hinojosa El Partido Comunista de España en Extremadura durante el Frente Popular: República y Guerra (1936-1939), que resultó un hito —no por su merecido cum laude, algo consuetudinario en la universidad española— por provocar el caos en una Facultad que llenó su salón de actos y su cafetería con todos los que no cupimos en el sitio de la convocatoria. No pude quedarme y me alegré mucho luego del dictamen; y qué razón tiene el nuevo doctor en que la Facultad debería programar más actos en un horario al que puedan acudir los profesores que trabajan por la mañana. Cené en casa ajena y amiga una ensalada de berenjenas que creo que se llama zaalouk, y caminé de vuelta por la noche cacereña pensando en que sería el calentamiento para el paseo matutino del sábado, feliz, por el parque apacible, antes de comprar la prensa que me exaspera, me somete, me llena y me cautiva. Me sorprende tanto lo que leo; por previsible, sobre todo. Terminé y envié algo pendiente —otro encargo gratis— y me alegré de haber dedicado semanas a una edición personal de la poesía hispanoamericana del siglo XX con la que quiero empezar a trabajar en mis clases. No estoy convencido y voy a ponerla a prueba en los próximos días, cuando terminemos con la obra de Juan Rulfo. Es la primera edición limitada en mi ámbito de la poesía de Idea Vilariño, de Julia de Burgos, de Ida Vitale, de Alejandra Pizarnik, de Cristina Peri Rossi, y de otros. Como no me encuentro con nadie en mi escalera, a ratos libres, escribo estas notas para contárselo a alguien. El sábado, ay. Por fin, tuve en mis manos el libro de Rozas —quedé frente a mi quiosco con su hijo José Luis, que me regaló un ejemplar. Me gustó mucho tenerlo ya. Y por la noche —portentoso—, la primera vez que acudía, después de treinta años, a una gala del Festival [Solidario] de Cine Español de Cáceres, y me abuchearon al entrar algunos de mis amigos contrarios como yo a la mina en el paraje de Valdeflores. Pasó. Bien. Lo mejor fue estar con mi hijo, encontrarme con un alumno –José S.— de hace años —muchos, ay—, y saludar a algunas personas muy apreciadas. Nada más y nada menos. Otro paseo dominguero y un mensaje de una persona que ha acabado de enterarse, después de seis años, de la muerte de un amigo, un profesor que le dio clase. He hablado esta mañana con mi hija y me ha dicho que si yo no pude departir con David Trueba —al que me invitaron a no acercarme— quizá fuese porque el escritor y cineasta habría pensado en lo mismo que yo cuando tuve que estar todo el tiempo con mi antiguo y sabio alumno que me dijo cosas muy agradables. Fue un placer. Así quedamos. Ya domingo, otro mensaje, de una actriz y directora, que me ha pedido hoy un certificado de cuando estuvo en Cáceres. Se lo he enviado. Y una tarde y noche de domingo estupenda leyendo y escribiendo. Música de Rossini.

jueves, marzo 02, 2023

Conversaciones y semblanzas de hispanistas

Por un colega siempre bien informado supe el mes pasado que ya había salido este libro, que aún no tengo, pero que conozco bien. También gracias al mismo colega leí hace una semana la reseña que publicó en su blog de lecturas Crisis de papel José Luis García Martín, que debe de haber sido el primero en escribir —y muy bien— sobre estas Conversaciones y semblanzas de hispanistas (Sevilla, Editorial Renacimiento, 2023), de Juan Manuel Rozas, en edición de su hijo José Luis Rozas Bravo. En enero de 2002 —conservo mis notas—, tuve ocasión de ver en casa de Tina Bravo, la viuda de Rozas, un libro de actas de la marca Miquelrius con el título general manuscrito de «Conversaciones y semblanzas de Hispanistas (Diario)», que llevaba la fecha de inicio de enero de 1970 y contenía apuntes jugosísimos sobre personalidades como E. Wilson, John E. Varey, Norman D. Shergold, Emilio Alarcos, José Mª de Cossío, Eugenio Asensio, José Manuel Blecua Teijeiro o Antonio Rodríguez-Moñino, entre otros; además de unos cuantos, solo rotulados, que no llegó a escribir («Mi encuentro con Jorge Guillén», «Paco Rico o la precocidad», «Guillermo Carnero»…). Me entusiasmé con aquello y pedí permiso a Tina para publicar uno de los textos, «Mi encuentro con Rodríguez Moñino», fechado el 18 de septiembre de 1970, al que añadió una nota José Luis Rozas y que sacamos en el número 5 de Laurel. Revista de Filología (Primer semestre de 2002, págs. 115-122). Luego vino la idea de editar íntegra una obra de tan extraordinario interés, que muestra una visión de primera mano del estado de la universidad española en las postrimerías del franquismo, y que reúne a tantas figuras protagonistas. Unos textos rescatados que se dan ahora —hay que tenerlo en cuenta— con contadas intervenciones del editor, como los dejó el autor, sin retocar, sin ultimar para su publicación, y que fueron con el tiempo —desde lo que comenzó como una suerte de «teoría de la época filológica actual hecha cotidiana semblanza y plática», dice Rozas— evolucionando hacia las costuras de un diario personal. Qué bien que este libro tan cercano se haya publicado. Y qué ganas de tenerlo aquí. 

miércoles, marzo 01, 2023

El Chopo

Hoy estoy insuperable en mi capacidad de análisis; y he llegado a la conclusión de que la causa de que me fatigue tanto jugando al tenis es la edad. Descanso más, me esfuerzo lo justo y, eso sí, me ilusiono como siempre. Como con los pudores. Por eso no tengo empacho en demostrar documentalmente que tengo desde hace meses pegada en uno de mis cuadernos una fotografía de José Ángel Iribar, «El Chopo», que hoy ha cumplido ochenta años. Se republicó en El País el pasado septiembre y es del mítico fotógrafo Raúl Cancio. Por el pie, fue cuando yo tenía cinco años; y pocos después me regalaron en casa un traje de portero —con unos pantalones cortos acolchados que eran lo más— que yo siempre decía que era como el de Iribar. Igual que el de mi compadre Miguel era el de Gárate, cuando aquella tarde jugábamos en la calle y pasó Carmen Sevilla que estaba rodando en Zafra La cera virgen (1972), la película de José María Forqué, y nos saludó muy simpática. (Subimos entusiasmados a nuestras casas a contar a nuestras madres que nos había saludado la actriz y bajamos de nuevo al balón como si nada). Tengo anotado debajo de la foto de El Chopo un «Eskerrik asko» que me saldría así en ese momento en que me trasladé con ganas a los más agradables colores y olores de una infancia que ahora se me hace presente. «Zuri!», me dice Iribar desde el cuaderno. Cuando los blogs se leían y los lectores ponían comentarios, publiqué esta entrada en la que salía mi Athletic, y me he acordado de ella hoy, que juega mi equipo contra el Osasuna, como en aquel cercano —comparado con aquellos días de Zafra— 2009. No digo más. No vaya a ser.

martes, febrero 28, 2023

Tesoros de papel

Como ya escribí aquí, ando desde hace tiempo con un escrutinio emocionante que procurará destacar con orgullo el patrimonio bibliográfico de la Universidad de Extremadura, ahora que vamos a conmemorar los cincuenta años desde su creación. No tenemos grandes joyas; pero mi primera conclusión es que conozco pocos casos en los que —insisto—, casi ex nihilo, sin desamortizaciones ni donaciones, se haya llegado a crear una biblioteca como la que tenemos. A falta de incunables, ahora me fijo en un modesto tesoro que albergan los estantes del depósito de la Biblioteca Central de Cáceres y que existe desde un año antes de la fundación de la universidad extremeña. Es un conjunto de mecanoscritos de los finalistas del Premio Cáceres de Novela Corta entre los años 1972 y 1976 que contiene primeras versiones de textos que luego pudieron llegar —o no— a ser publicados, y de autores de diversa trayectoria y con notable presencia en el panorama literario de finales del pasado siglo. Fue el profesor Ricardo Senabre quien impulsó aquel premio y quien tuvo la idea de solicitar permiso por escrito a los finalistas del Cáceres de Novela Corta para que dejasen un ejemplar de su novela depositado en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras. En una entrevista que le hice en 1999, me dijo —en la imagen de arriba Senabre hablaba conmigo— que conservaba cartas de muchos autores en las que se mostraron encantados por formar parte de ese archivo de originales, y que le parecía muy interesante que se conservase una versión temprana de lo que luego podría ser una novela publicada de un autor de renombre; que podría ser objeto de estudio de algún filólogo en el futuro. En ese selecto fondo, por ejemplo, tenemos novelas mecanoscritas del cubano Matías Montes Huidobro (1931-2022), que enviaba sus originales desde Hawai, donde residía; del también recientemente fallecido novelista Raúl Guerra Garrido (1935-2022); del añorado José Antonio Labordeta (1935-2010); o del llorado cacereño de Acebo Jesús Alviz (1946-1998). Títulos que años más tarde se publicaron, como Segar a los muertos (Miami, Ediciones Universal, 1980), La sueca desnuda (Gijón, Ediciones Noega, 1983), El comité (Editorial Ayuso, 1986) o He amado a Wagner (Cáceres, Autoedición, 1978), de esos autores citados, en ese orden. Del aragonés Labordeta hay otro original de una novela titulada Cada cual que aprenda su juego, que publicó Ediciones Júcar en 1974, y que he visto que ha tenido un recorrido que cualquier estudiante de Grado podría rastrear, así como tantos de estos mecanoscritos cotejables con sus versiones posteriores. Algo se podría sacar de una noticia publicada en un blog que remitía a otra sobre la publicación de En el remolino (Barcelona, Anagrama, 2007) en la que se decía que era una novela que tuvo su punto de arranque argumental en que «un prestamista se había ido haciendo con el dinero y las tierras de la gente de un pueblo de la sierra de Albarracín y en el momento del alzamiento franquista, las clases medias fueron directamente a matarlo para quitarle los títulos de propiedad». Entonces, Labordeta transformó aquella idea en una novela corta que incluso se quedó a las puertas de ganar un premio en Cáceres; que no lo ganó «por la cobardía del jurado», y que finalmente fue editada «muy mutilada por la censura» por una editorial asturiana, con escasa repercusión. Se cuenta en ese mismo sitio que aquella primera edición, con el título original de Cada cual que aprenda su juego (1973), estaba integrada por la novela y varios cuentos de corte «rulfiano», y que Labordeta corrigió para su nueva edición faltas de ortografía, erratas y repuso las partes censuradas. Pues bien, el punto de arranque de todo eso está en la Biblioteca Central de la Universidad de Extremadura en un modesto y preciado fondo de mecanoscritos. Interés tiene.

lunes, febrero 27, 2023

La niñez laureada (I)

No he terminado de escribir una nota sobre este libro-edición de Noelia López-Souto, Prodigios infantiles de la Ilustración española. La niñez laureada, de José Iglesias de la Casa (Salamanca, Editorial Delirio. Col. La Bolgia, 17, 2022), que se presenta esta tarde en el Aula Magna de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, en un acto que puede seguirse online aquí a las siete; pero no quiero desaprovechar la oportunidad de difundir su presentación por parte de la autora, con la participación de la profesora Paqui Noguerol (USAL) y del editor de Delirio Fabio de la Flor. La primera parte del título es la que se corresponde con el estudio del fenómeno de los niños prodigio en el contexto del interés pedagógico ilustrado o su preocupación por la educación de las niñas y de los niños. La segunda parte es la edición de un poema muy singular de un interesante poeta como el salmantino José Iglesias de la Casa (1748-1791), un texto «en loor» de un niño de tres años y medio protagonista de un hecho asombroso. Esta es la primera edición moderna exenta de un poema que se había publicado en Salamanca en 1785. Quede aquí, por ahora, el anuncio de la presentación de hoy.

martes, febrero 21, 2023

Mª Ángeles Pérez López en Letras

O en el Aula «José María Valverde». Pero he cambiado el acostumbrado anuncio de la visita de una nueva autora al aula por la presencia en mi Facultad, por partida doble, de la poeta y profesora Mª Ángeles Pérez López. El jueves 23 por la tarde —19:00 horas— hará una lectura de sus textos en el Instituto de Lenguas Modernas, y, aprovechando que vendrá el viernes 24 al paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras para participar en la sesión matinal del Aula Valverde —12:30 horas—, ha tenido la gentileza de aceptar la invitación que mi departamento le ha hecho para que de una charla sobre «Delmira Agustini entre el mito y el libro», en el Aula 7, en mi clase de «Textos de la Literatura Hispanoamericana» el jueves por la mañana —a las 13:00 horas—; pero abierto para quien quiera, hasta completar aforo. Mª Ángeles es una gran autora, con más de una decena de entregas poéticas que han sido reconocidas con diferentes premios, como el Ciudad de Badajoz (Carnalidad del frío, 2000) o el Premio de la Crítica de Poesía Castellana (por Incendio mineral, 2021); pero también es una brillante estudiosa de la literatura iberoamericana y es muy dilatada su producción científica en este campo desde el Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, en donde leyó su Tesis Doctoral sobre narrativa y modernidad en Vicente Huidobro. Ha escrito sobre Nicanor Parra, sobre Juan Gelman, ha editado a Ernesto Cardenal… Pertenece al grupo de investigación «Escritoras y personajes femeninos en la literatura», en una línea de trabajo en la que ha publicado numerosos estudios sobre autoras como Cristina Peri Rossi, Gioconda Belli, Rosario Ferré, Blanca Varela, entre otros nombres, como Edda Armas y Mª Auxiliadora Álvarez, de Venezuela, cuyo panorama poético también ha analizado Mª Ángeles Pérez López en diversos trabajos panorámicos. Será un privilegio contar con ella en clase para que nos hable de otra gran figura: «Delmira Agustini entre el mito y el libro».

domingo, febrero 19, 2023

Dulce Dueño

 
«—Un billete de cincuenta pesetas, si me pisotea usted, pronto, y fuerte.|Abrí el portamonedas, y mostré el billete, razón soberana. Titubeaba aún. La desvié vivamente, y, ocultándome en lo sombrío del portal, me eché en el suelo, infecto y duro, y aguardé. La prójima, turbada, se encogió de hombros, y se decidió. Sus tacones magullaron mi brazo derecho, sin vigor ni saña.|—Fuerte, fuerte he dicho... | —¡Andá! Si la gusta... Por mí... | Entonces bailó recio sobre mis caderas, sobre mis senos, sobre mis hombros, respetando por instinto la faz, que blanqueaba entre la penumbra. No exhalé un grito. Sólo exclamé sordamente. |—¡La cara, la cara también! |Cerré los ojos... Sentí el tacón, la suela, sobre la boca... Agudo sufrimiento me hizo gemir» (pág. 291). Es Lina en Dulce Dueño (1911), la última novela larga de Emilia Pardo Bazán, y a la que volví hace poco por tener que hacer hace semanas uno de esos incómodos balances de todo lo escrito en un año sobre algo y que hay que recoger en un número de caracteres ridículo —por exiguo—, incluyendo espacios. No me quejo. Cumplí con el encargo como me fue posible. Pero entre lectura y lectura, y entre apunte y apunte —serios, es decir, responsables con el mandado—, tomé notas sobre muchas obras que merecerían comentarios más por extenso. Quizá este sea un buen medio para difundir esas apuntaciones sobre, por ejemplo, nuevas ediciones literarias de nuestros clásicos, como la de esta novela sorprendente, como tantas, de doña Emilia. La de Dulce Dueño, a cargo de Marina Mayoral, se ha publicado el pasado año en la colección Clásicos Castalia, de Castalia Ediciones —«que es un sello propiedad de Edhasa», ¡ay! Es gracias a quien preparó esa edición que supe de su publicación. Tenía la de La Quimera (Letras Hispánicas. Ediciones Cátedra, 2022), también de Marina Mayoral; y fue ella la que me dijo en Madrid que había sacado otra en Castalia de Dulce Dueño, que es la que me acompañó entre mis notas. Fue en la antesala del Ministerio de Cultura y Deporte en la Plaza del Rey de Madrid, cuando acudió como jurado del Premio Nacional de Literatura Dramática en calidad de académica de la Real Academia Gallega. Se sorprendió mucho de que yo la hubiese reconocido con gorro y mascarilla; y a mí no me sorprendió nada que no supiese quién la saludaba. Seguro que todavía no sabe que nos conocimos hace bastantes años. Los dos títulos tienen precedentes en sendas ediciones preparadas también hace tiempo por la misma especialista, y resulta curioso que se hayan hecho desaparecer de estas nuevas ediciones. Marina Mayoral ya editó La Quimera en la misma colección (núm. 336) en 1991. Igualmente, en 1989, en la tercera entrega de la «Biblioteca de Escritoras» de la Editorial Castalia, apareció su edición de Dulce Dueño. Por eso, no acabo de comprender por qué se omiten las referencias a las ediciones anteriores, pues debe prevalecer a un supuesto interés comercial el afán de exhaustividad y rigor en la información de la fortuna póstuma de una novela como esa. Marina Mayoral presentó y presenta muy bien lo que esa novela, Dulce Dueño, quiso proponer, en sus ideales, en su misticismo y menos feminismo, en su gracia; y «hablar de una ‘derrota’ de su feminismo es confundir el tocino con la velocidad», escribe Marina Mayoral (pág. 2). Yo insisto en la forma de una narración, que no es de las mejores de su autora, que arranca en «Escuchad», el título del primer capítulo, y que a partir de «Lina», el segundo, nos lleva sobre la primera persona de la protagonista que proclama «Dulce Dueño» en el capítulo último así titulado, y tan abierto. Hay que tener en cuenta a Santa Catalina de Alejandría que está sobre la Lina de la historia, y hay que ver cómo se muestra la autora, doña Emilia, cuando pone en boca de su personaje lo que ella piensa sobre la vida literaria cuando alude a lo del avispero (pág. 146). Qué lectura tan sugerente. Como para embutirla, con más de dos decenas de publicaciones de interés, en diez mil y pico caracteres. 

sábado, febrero 18, 2023

Avisos de la RB

El otro día recibí el número 98 (septiembre-diciembre de 2022) de Avisos, el boletín de noticias de la Real Biblioteca, que he venido recibiendo desde su primera entrega de marzo-mayo de 1995. Traía entre sus dos pliegos una tira de papel: «Estimado lector: Este es el último número publicado en papel de Avisos. Noticias de la Real Biblioteca. A partir del número 99 se mantendrá únicamente la versión digital». Lo lamento. Reconozco que es lo natural ya para este tipo de publicaciones especializadas, que abaratan costes y garantizan una difusión insuperable; pero me gustaba recibir cada tres meses —últimamente cada cuatro— los ocho páginas de buen papel impresas y decoradas con esmero que han ido haciendo una colección que, si la encuaderno —razón hay ahora que deja de imprimirse—, ocupará un tomo de no más de seis centímetros. Antes de eso, he de llenar las pocas faltas que tengo y que coinciden con las del año de la pandemia, en el que solo una entrega —núm. 90— se vio afectada: «El presente número de Avisos se publica únicamente en línea. Una vez que se hayan superado las restricciones y medidas de seguridad derivadas de la crisis Covid-19, se continuará con la tirada en papel y el correspondiente envío a los suscriptores de la revista». Ya me pasó y lo anuncié aquí cuando reseñé esta publicación que siempre me ha entusiasmado. Los Avisos fueron impulsados por la que fue directora de la Real Biblioteca, la expertísima historiadora del libro Mª Luisa López-Vidriero, hasta su jubilación; y la llegada a la dirección de la RB en mayo de 2022 de la directora actual, la arabista Nuria Torres Santo Domingo, me da que tiene algo que ver con este cambio después de veintiocho años y casi cien números que se pueden consultar cómodamente, desde el primero hasta el que me ha llegado hace días, en la página web de tan esmerado boletín. Y que nadie tendrá ya necesidad de encuadernar.

domingo, febrero 12, 2023

Jerusalem

Anoche, en el Gran Teatro de Cáceres, Jerusalem, la obra de Jez Butterworth (1969), en un montaje excelente de Teatro del Noctámbulo dirigido por Antonio C. Guijosa (ya le vi en Cáceres su Contra la democracia y en Mérida su Tito Andrónico), con traducción y versión de Isabel Montesinos. Han tenido que pasar más de cuarenta años para saber que lo que escuché en casa de un amigo de mi juventud era el himno que da título a esta obra en un disco — Brain Salad Surgery— de Emerson Lake & Palmer, que creo recordar tuve grabado en una cinta de casete de aquel tiempo. «No cesaré en el Combate Mental, / No dormirá la Espada en mi mano: / Hasta que Jerusalén se haya alzado/ En Inglaterra, sus verdes felices tierras», terminan los versos de William Blake —por la traducción de Bel Atreides que tengo de Milton. Un poema en DVD poesía de 2002— que se convirtieron en un extraoficial himno nacional inglés compuesto por Sir Hubert Parry. Solo conocía por referencias una obra tan celebrada desde su estreno en Londres en 2009 y sabía que se había representado en España cuando leí una reseña en El País de Marcos Ordóñez —al que echo en falta—, y me alegro mucho de que una compañía extremeña con tan buen ojo programador como la del Noctámbulo nos la haya traído tan cerca. Es un texto teatralmente muy interesante y que juega con una baza principal que es su sustancia tragicómica. Risas, festín y drogas, violencia y drama. Sin conocer las obras de Butterworth, creo que su teatro propone una resistencia y una radicalidad que está en su tradición desde Shakespeare y que hay toda una simbología en ese Johnny Byron «El Gallo» que resiste en su particular bosque de Brocelianda. Gusta su aguante. Es indiscutible la solvencia de una compañía como Teatro del Noctámbulo, con casi treinta años de trayectoria llena de merecidos reconocimientos; pero no creo que sea un demérito para nadie insistir aquí en que el conjunto se sostiene por el descollar de su principal actor y uno de sus fundadores, José Vicente Moirón, que propicia algo muy naturalizado entre el público teatral extremeño —hablo por mí, y espero que también por el no extremeño— y que es el efecto «cabeza de cartel», por el cual el personal acude motivado principalmente por un intérprete tan grande. Arropado por un elenco que hace más grande todo. Y es que la compañía se ha atrevido en estos tiempos a poner en escena a ocho actores que se han echado a la espalda a trece personajes, algunos, como Carmen Mayordomo, a tres —incluido el descuido en el programa de mano de no recoger su fotito de Dawn, la exmujer de Johnny y madre de Marky, el hijo interpretado por David Espejo, que aportó anoche la novedad del realismo estricto de ver a un menor de edad como actor en una obra de adultos. Puro teatro. Me pregunté por las razones de alargar hasta casi las tres horas un espectáculo como este. Descartada la complicación de algunas mutaciones —una pancarta que se incorpora a la caravana del «Gallo» tras el primer corte y pocos detalles de recolocación de atrezzo—, se me ocurre que el gran esfuerzo del actor principal precise de unos minutos restitutivos. Podría ser. No sé. Sin embargo, se ha preferido romper la tensión dramática y tener al público durante un tiempo demasiado largo ajeno completamente a la magia mientras descarga la vejiga, lee y responde los mensajes del teléfono o se levanta y conversa con los amigos. Que digo yo que con una pausa podría bastar —y ni eso—, pues el público resiste encantado incluso sin parones dos y tres horas en las salas de cine, y no pasa nada. Eso creo yo; a menos que haya otras razones inexcusables. En fin, un gusto ver a José Vicente Moirón haciendo piña con sus compañeras y sus compañeros de reparto como un chaval entusiasmado por lo hecho. Me llevo para el martes a mi clase un ejemplo contemporáneo más de aquella antigualla de las unidades dramáticas en el teatro, la de acción, la de lugar y la de tiempo, que para la pieza de Butterworth es el día de San Jorge. Qué buena —e innecesariamente larga— obra de teatro.

viernes, febrero 10, 2023

Trabajo gustoso

Hoy salí inseguro de clase. Quedó todo tan claro que no convencí a nadie de los rasgos estrictos y reglamentarios del neoclasicismo que se propuso corregir la poesía y el teatro barrocos responsables de la corrupción de las letras en aquel tiempo. Y me fui a comprar. Libros, comida y ropa, en ese orden. Lo mejor para combatir la ansiedad que arrastro desde que los principios políticos en los que creía me dejaron por otros, como una mala amante. Uno de los libros tiene poemas bilingües —en catalán y en castellano— y tenía ganas de leerlo desde que salió —Pere Gimferrer, Tristissima noctis imago (Fundación José Manuel Lara, Col. Vandalia) y el otro coincide en su colofón de noviembre de 2022 —Diciembres iniciales, de Mariano Peyrou (Pre-Textos)—; aunque me dice mi librero, del que me fio, que este último no se ha puesto a la venta hasta entrado este año. Fruta, papel de aluminio —treinta metros, nada más y nada menos—, pan para las tostadas y pescado. Salí del supermercado. Finalmente, allí mismo, en el mismo espacio tan grande y tan vario del centro comercial, compré un par de prendas que me probé, pagué, y que van a gustar mucho a todo mi vecindario. Imaginaciones mías.

domingo, febrero 05, 2023

Sobre el azar del mapa

La amistad con la que me beneficia Álvaro Valverde ha propiciado que el último día de enero recibiera de la editorial su nuevo libro, Sobre el azar del mapa (Tusquets Editores, 2023), antes de que se pusiese a la venta. Suele pasar en estos casos que la satisfacción grande del que abre un regalo así lo llena todo y, si no hay nada que lo impida, no para uno hasta hacer una primera lectura completa del presente recibido. Sabía desde hacía un tiempo que Sobre el azar del mapa reunía dos cuadernos de viajes realizados en marzo de 2018 —el de Sofía—, y en febrero de 2022 —el de Ginebra. El segundo cuaderno, si no me equivoco, se sumó al primero, ya hecho libro y con el título de Cuaderno de Sofía, como el autor anotó al enlazar la traducción de tres poemas suyos al búlgaro. La «Nota» final de este volumen da las explicaciones pertinentes sobre circunstancias, morfología, cronología e intención; sobre el azar y sobre el mapa. Es cierto que el poeta vuelve sobre sí mismo, y retoma un verso («Trazar itinerarios sobre el azar del mapa») del cuarto tramo —«Travesía»— de su primer libro, Territorio (Col. Alcazaba, Diputación Provincial de Badajoz, 1985), y que es importante en su poética la noción de lugar. Pero no es un poeta viajero, o de varia residencia que podría quedar reflejada en su obra, como ocurre en otros autores. Me vienen a la cabeza uno cercano a Valverde por edad y afinidades como Juan Carlos Marset, con libros principales marcados por sus estadías en Nueva York, en Londres o en Nápoles; la obra del más joven Luis María Marina, tan condicionada para bien por su carrera diplomática; y unos versos de Álvaro que dicen «acaso los viajes más largos que he emprendido / fueron los interiores», de su libro Desde fuera (Tusquets Editores, 2008). Sin embargo, sí han sido frecuentes en su poesía los poemas que han testimoniado la visita a una ciudad, como aquel memorable cierre de su libro A debida distancia (Ediciones Hiperión, 1993) con «El canto suspendido» sobre la ciudad de Nápoles. O sus Lugares del otoño (2005) en la revista Ultramar de Santander, y que luego pasaron a una sección de su citado Desde fuera, rico también en notas de viajes. La lectura de Sobre el azar del mapa me ha hecho pensar en cómo ha cristalizado en forma de libros una costumbre, una experiencia o la vida, para distinguir una estación nueva —asociada a la experiencia y la vida— en la poesía de un autor que marcó su Territorio como inicio y que, muchos años después, concibió un poemario entero sobre un espacio de memoria al que se viaja también físicamente, Más allá, Tánger (Tusquets Editores, 2014), y que ahora nos regala con este testimonio de su paso por sitios para seguir siendo firme contra el tiempo (pág. 159, último poema). Con exactitud suiza está cerrado el cuaderno de Bulgaria, con un poema epílogo que no puede estar mejor pensado en ese sitio tan redondo del cincuenta. Luego, el de Suiza, dividido en dos ciudades —Grandson y Ginebra— parece que nos lleva a lugares distintos con la voz familiar del poeta que nos acompaña desde hace tanto y aporta mucho al tono del primer cuaderno, manteniendo una variedad formal que gusta. Todo un acierto ha sido reunir ambos libros bajo el título de Sobre el azar del mapa. Fascinante.

jueves, febrero 02, 2023

Echegaray

© Paco Fuentes El País.

Leí esta mañana con interés, pero sin sorpresa, la noticia en la primera página —nada más y nada menos— de El País de hoy de que un manuscrito inédito de José Echegaray (1832-1916), el primer español en lograr el Premio Nobel de Literatura (1904), lleva dos décadas a la venta sin que nadie se haya interesado en comprarlo. Sin sorpresa, es cierto, porque en la ciudad en la que vivo vi hace más de seis años el más interesante y copioso archivo de los papeles —obras teatrales manuscritas como Amor salvaje, La peste negra de Otranto, cartas con muchos literatos, como Joaquín Dicenta— y objetos —la medalla del Premio de la Academia Sueca— de un personaje histórico que parece, según lo publicado por el periódico más leído en España, que no interesa a nadie. Estoy convencido de que la propietaria del manuscrito de una obra como Don Fernando el emplazado, que se estrenó en Santander en 1904, y que ha subido el precio hasta 2.200 euros después del interés del periódico sobre su pieza, llegará, tras tantos años, a vender en pocos días lo que tiene. Que habrá vendido hace pocas horas lo que tiene. Lo que no comprendo es cómo el propietario —con el que he hablado esta tarde aquí en Cáceres— del más importante archivo existente de José Echegaray lleve años sin poder vender lo que compró. Cómo es posible que un archivo, catalogado y valorado por una persona competente que conozco —con la que también he hablado esta tarde de largo—, no suscite el interés que hoy, no sé por qué, lleva a Echegaray a la primera plana de El País y a toda página 29 en la edición en papel. Lo que yo tuve ocasión de conocer hace años, y que sigue estando aquí en Cáceres, no puede compararse con unas hojas manuscritas de un autor poco valorado como literato que hoy han sido portada —nada más y nada menos— de El País. Es curioso. Continuará.

lunes, enero 30, 2023

Sin fines de lucro

También ando estos días con el repaso de apuntes y notas para mis clases en el segundo cuatrimestre que empieza mañana, último día de enero. Tomo el título de esta entrada del libro de Martha Nussbaum, Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (Katz Editores, 2010), traducido por María Victoria Rodil, del que supe por La utilidad de lo inútil. Manifiesto, de Nuccio Ordine (Acantilado, 2013). Se me ha ocurrido que ambos títulos serían un buen modo de presentarse en una clase de una Facultad de Letras siempre que el profesor relativice un poco los tonos apocalípticos de ilustres que piensan sobre la educación de hoy. Ya hablaré de ellos; pero a partir de mañana, como siempre, llevaré otros ejemplos que la actualidad me trae a la mesa todos los días. La literatura es una manifestación artística sublime, una representación de nuestro mundo que nos incluye a todos, con nuestras preocupaciones y nuestras certezas. Por eso, siempre que puedo llevo a clase un reflejo del programa de la asignatura en los medios de costumbre. No tiene mucha ciencia —pero me gusta— mostrar en clase el titular de El País del 9 de enero de 1986, que daba noticia de la muerte de Juan Rulfo con «Juan Rulfo pasa a la literatura con 250 páginas», que me viene muy bien para explicar el «proceso de mitificación» del escritor del que ha hablado quien mejor lo ha editado, el profesor José Carlos González Boixo. Esto pasa en mi asignatura de Textos de la Literatura Hispanoamericana. Pero en Textos de la Literatura Española del Siglo XVIII, con la que inauguro mañana el cuatrimestre, he puesto en los últimos años para empezar un artículo de mi admirado Juan Goytisolo —aquel día mal informado y peor lector— sobre la literatura española de ese tiempo, para intentar rebatir con argumentos basados en las formas y las ideas tanta desafección. En fin, en pocas horas, y durante la placentera costumbre de leer el periódico, encontré en estos días dos textos para llevar a clase que mencionaban la literatura al referirse a un hecho lamentable de palpitante actualidad. La noticia de que el futbolista Dani Alves había sido detenido por la violación de una mujer en una discoteca, y luego que su víctima había renunciado a ningún tipo de indemnización por tal delito, generó y genera un ruido informativo casi inabarcable. Selecciono tan solo la columna («Anatomía de Twitter») de Nuria Labari («Violada pero no indemnizada»), que terminaba aludiendo a la historia de una de las obras que vamos a leer este año, Lucrecia (1763), la tragedia de Nicolás Fernández de Moratín. Escribe Nuria Labari: «Hace 2.500 años, la noble Lucrecia decidió suicidarse después de ser violada en la antigua Roma. Le pareció que solo así conservaría su honor. En 2023, el honor de una mujer violada no se paga con la vida, pero sigue teniendo un precio». Y también la columna de Leila Guerriero —que ya sola daría para una clase de literatura hispanoamericana— «Víctimas puras», que tomaba la misma noticia como fundamento para decir que «Nadie debería sentirse obligado a demostrar pureza moral para tener derecho a tener derecho»; y que aludía al poema «Tú me quieres blanca» de Alfonsina Storni (1892-1938), la escritora argentina cuya biobibliografía bastaría para armar la otra asignatura que estoy preparando sin fines de lucro.

domingo, enero 29, 2023

Winterreise

Puede ocurrir que una mañana de sábado en la que uno tiene en la cabeza el modo rutinario y solitario del paseo y de lo doméstico —limpieza y compra—, después de un viernes lleno de mucha literatura y amistad desde la mañana hasta la noche, irrumpa felizmente una novedad que todo lo cambia. La lástima es que todo se de a la vez, y que personas distintas en el mismo día te inviten a cenar y te regalen dos entradas para un concierto. Dádivas de vida. Ayer fue la primera vez que he escuchado en directo un ciclo de lieder de Schubert. En el recital Winterreise (Viaje de invierno), compuesto por veinticuatro piezas que construyen un argumento del desamor de siempre y de la melancolía romántica. Los poemas (lied) son de Wilhem Müller (1794-1827), que no sería tan conocido si Schubert (1792-1828) no hubiese musicado sus textos. Son paseos solitarios, en lugar de en primavera, como el del poeta español Nicasio Álvarez de Cienfuegos —y que luego digan que los rasgos del romanticismo español no están ya en el siglo XVIII—, en invierno —«el tiempo de la meditación», según la oda de Meléndez Valdés—, y tras un amor no correspondido. Ayer fue el concierto central del festival «AtriuMMusicae ‘23» organizado por la Fundación Atrio Cáceres, y que ha añadido a esta ciudad otro interesante atractivo cultural. No se han andado con chiquitas y han recurrido a uno de los mejores gestores y directores artísticos de festivales de música en España, Antonio Moral. Se ha notado su experiencia en la concepción de una serie de conciertos en lugares especialmente significativos de Cáceres —más el Museo Vostell de Malpartida de Cáceres—, selectos y a la vez abiertos a todo el público interesado, con entradas —el de ayer— desde los cinco hasta los treinta euros. Y se ha notado en el programa. El de ayer fue brillante. El Gran Teatro casi lleno. Exquisita interpretación del alemán Alexander Fleischer al piano y del barítono suizo Manuel Walser, magistralmente armonizados cuando la pieza lo exigía y también perfectos en la alternancia de piano y voz. Gusta celebrar estos actos en esta ciudad en la que antes nos lamentábamos por la programación de lo poco que había casi al mismo tiempo y sin coordinación —como quienes me invitan—, y en la que ahora, con lo mucho que puede programarse nos resignamos a no conciliar, y tenemos que elegir. Aun así, nos vemos muchos en los mismos sitios, como es natural. Bien está.

martes, enero 24, 2023

Tomás Sánchez Santiago en el Aula Valverde

Imagine el lector de Pura tura mi entusiasmo por la participación en el Aula José María Valverde de Cáceres del escritor Tomás Sánchez Santiago, uno de los autores sobre los que más he escrito en este espacio en el que gozosamente vuelve a aparecer. Leerá y comentará su obra en el Instituto de Lenguas Modernas o Antigua Escuela de Magisterio (Avda. Virgen de la Montaña) el jueves 26 a las 19:00. Al día siguiente lo hará con los estudiantes de varios centros de Secundaria de la ciudad en el salón de actos del Instituto «Ágora», como viene siendo habitual en el formato de esta actividad que echó a andar en 1996. Después de tantos años y entre tantos nombres, uno se alegra mucho de haber convivido en el «Aula» con amigas y amigos —alumnas y alumnos, en algunos casos— que vinieron y siguen viniendo como invitados. No descarto que el «Aula», o las «Aulas» extremeñas, hayan predispuesto para un vínculo de amistad de los anfitriones con alguna de las figuras que nos han visitado desde hace tanto tiempo. Es una satisfacción grande repetir ahora la experiencia de asistir a una de las lecturas del Aula Valverde protagonizada por un amigo tan cercano y afín desde hace décadas, por, sin duda, la relación común con personas como Ángel Campos Pámpano, su compañero de estudios en Salamanca, su íntimo. La visita de Tomás dentro de dos días no solo me ha impelido a llamarlo ayer para charlar un rato, sino a buscar entre mis fruslerías del blog lo escrito sobre él. No sale su novela Años de mayor cuantía (Memoria y fábula) (Eolas, 2018), que fue galardonada con el XVIII Premio de la Crítica de Castilla y León en 2019; pero sí su Calle Feria, sobre la que un lector de Pura tura escribió el 15 de agosto de 2007 un comentario: «Una de las mejores novelas de los últimos años». Fue Ángel Campos quien me dijo que En familia (Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 1994) era un libro de poemas extraordinario, que me dedicó Tomás en Plasencia en abril de 1996 «en el principio de una segura amistad». La complicidad entre amigos estuvo en aquella antología Cercano a lo que importa, y desde aquí celebré la publicación de libros, como Pérdida del ahí, en donde recordé las palabras de Álvaro Valverde sobre Tomás Sánchez Santiago: «No está todo perdido, como al cabo parece. No mientras haya hombres como Sánchez Santiago y libros como éste. La autenticidad puede ser revolucionaria». Un libro de libros, luego, fue El murmullo del mundo (2019), y, más recientes, Cerezas en el escondite o el que ocupó mi última nota sobre tan notable escritor, su La belleza de lo pequeño (Eolas, 2022). Lo recomiendo todo. Qué bien que venga. 

© La Opinión de Zamora

domingo, enero 22, 2023

Infierno, Purgatorio, Paraíso

El otro día de diciembre del pasado año me preguntó Julia por qué llevaba tanto tiempo este libro en la mesa de mi cocina. Le respondí que es una de esas novelas que solo leo en los desayunos. No es por demérito de la obra, sino por una disciplina que me impongo para compaginar varias lecturas. Es verdad que hay otras que son por obligación profesional y aquellas que uno se lee en dos tardes porque le han subyugado; pero también será por algo, digo yo, demorarse tanto tiempo en la lectura de un libro de a poquito en la mejor refacción del día. «—¿Y te acuerdas de lo que vas leyendo?» —me preguntó. «—Perfectamente». Y luego calculé la media de páginas que leí al día durante los tres meses que estuvo ahí el volumen de cuatrocientas sesenta: cinco páginas cada mañana temprano, sin ser exacto; que no hay ninguna necesidad. Pocos días después de nuestra conversación lo terminé. Durante el tiempo que desayuné con la novela han pasado muchas cosas, y algunas vienen al caso. Por ejemplo, cuando escuché en el programa A vivir que son dos días (Cadena SER) una conversación que tuvo Javier del Pino con David Trueba, Enric González y Jordi Évole, a propósito del documental del cineasta en HBO sobre Jordi Pujol, «La sagrada familia. Auge y caída de los Pujol». Me llamó mucho la atención que no aludiesen para nada a esta novela, Infierno, Purgatorio, Paraíso (Tusquets, 2021), de Jordi Ibáñez Fanés. A medida que escuchaba, aumentaba mi estupefacción por no escuchar ninguna mención de ese libro que yo estaba leyendo y que tenía tanto que ver con todo lo que estos inteligentes y amenos tertulianos comentaban sobre Pujol, su círculo, sus costumbres, su relación con la prensa, sobre Andorra, Ubu President… y toda la estrambótica realidad que puebla tan notable obra que fue reconocida con el Premio de la Crítica el pasado año —que en la sección de poesía fue para Incendio mineral, de Mª Ángeles Pérez López. También leí que Ramón de España se había disculpado y aceptaba que se le considerase un paranoico por creer que «una de esas peculiares manos negras que actúan en la sombra en nuestro país ha contribuido a que al libro del señor Ibáñez no se le prestara la atención debida». Se preguntaba por los motivos que a mí se me ocurrieron cuando escuché el programa de Javier del Pino, y se respondía: «Pues solo se me ocurre uno: Infierno, purgatorio, paraíso es una monumental tragicomedia sobre el prusés en la que el autor no oculta la grima que le ha dado todo el asunto y así se lo explica al lector en lo que es un ajuste de cuentas en toda regla con una sociedad, la catalana, y su responsabilidad en uno de los mayores disparates que se hayan visto recientemente en nuestro país. La sátira, además, no se quedaba simplemente en eso, sino que iba bastante más allá, sobre todo estilísticamente, de una manera que a veces no le ponía las cosas fáciles al lector, quien se veía obligado a perseverar en la lectura para acabar haciéndose con el premio gordo una vez concluida». Sin embargo, luego leí retrospectivamente una reseña de Domingo Ródenas en Babelia, otra de Fernando Valls, de marzo de 2022, y una columna, nada más y nada menos que en El País Semanal y de Javier Cercas, sobre la novela de Ibáñez Fanés, y no me pareció, pues, que la novela no hubiese tenido eco. Eco por su asunto, y no por sus valores literarios, como suele ocurrir, salvando algunas oportunas referencias a la construcción narrativa y al estilo de una obra a la que se le nota que está vertida desde su original en catalán, también publicado en Tusquets como Infern, Purgartori, Paradís (Tusquets, 2021) —sí, con esa errata en cubierta de «Purgartori», como los descuidos en la edición española («Clotas volvió a mirarme cómo si me tuviera por un caso definitivamente perdido» pág. 111; «El día antes había despedido […]» pág. 199; «Capgràs se lo miraba ahora con una mueca amarga» pág. 236; «Eran de color rosa, muy parecidas, sino idénticas […]» pág. 279). Sorprendido por lo dicho sobre esta novela y también por lo no dicho, me quedo con los buenos ratos que he pasado con su buena resolución de una sátira esperpéntica —no con su prolijidad en cosas innecesarias—, del juego temporal y estructural, y con su buen uso de los recursos formales, como el diálogo teatral, para resolver la demasiada presencia de un narrador inteligente que se deja notar en muchos momentos. Me quedo con aquella grata impresión que me propició encontrar al principio de sus páginas una cita de Juan Marsé: «Creo en lo que dijo Walter Benjamin: la narración siempre viene de lejos y aunque no sea verificable le concedemos crédito, mientras que la información —prensa, televisión, radio— viene de lo próximo y es verificable, y sin embargo muchas veces no es creíble». Aunque no se menciona, proviene de una anotación del 16 de junio de 2004 incluida en las póstumas Notas para unas memorias que nunca escribiré (Lumen, 2001, pág. 123 y nota en 377). Ibáñez Fanés podría haber elegido muchas declaraciones de Marsé sobre el contexto de su novela; pero ha elegido esta tan precisa. Recomiendo la lectura de Infierno, Purgatorio, Paraíso, sobre todo; y —siempre después— también de la de quienes escribieron sobre ella, en donde cualquiera podrá encontrar apreciaciones aprovechables, de esas que se publican en su momento. No como estos apuntes personales y extemporáneos, como fuera de onda. Valga como una justificación de esta nota.