domingo, marzo 31, 2024

Más que medir

Este libro de Pedro Álvarez de Miranda, Medir las palabras (Madrid, Espasa. Editorial Planeta, 2024), tiene su precedente, del mismo autor, en Más que palabras (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016), que llevó un prólogo de Manuel Seco. El juego con sus títulos desgrana el objeto en el que coinciden: las palabras. Ambos reúnen breves ensayos sobre asuntos lingüísticos que han ido viendo la luz en diferentes medios. El libro de 2016 se formó en su mayoría con artículos publicados en la revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes; ahora, este de 2024 continúa aquella serie en su sección central, «Rincones de la lengua», con otros rinconetes desde junio de 2015 hasta el titulado «Del libro de faltriquera al libro de bolsillo» (págs. 289-297), que apareció en dos fechas, 27 de abril y 27 de julio de 2023. La primera parte es «Medir las palabras», que fue el título de su sección en el semanario cultural La Lectura en el que Pedro Álvarez de Miranda estuvo colaborando cada quince días desde enero de 2022; y ahí van todas sus entregas hasta julio de 2023. Por último, «Varia» cierra el volumen con diecinueve artículos provenientes de otras publicaciones, periódicos como El País, El Mundo o ABC —en la sección «La mirada académica» de su suplemento ABC Cultural—, y revistas como Archiletras o Letras Libres. Reunidos todos en este volumen regalan una experiencia de lectura tan deleitable como la más amena de las novelas y tan útil como el más actualizado y preciso de los manuales. Sí, con un libro sobre palabras, un surtido variado de reflexiones con afán divulgativo, sin perder ni una pizca de rigor, en torno a la lengua española y su uso. Un libro escrito por el profesor —catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid—, el académico de la RAE —sillón «Q»— y el investigador dieciochista, pues los tres, como poco, se ven en el modo de acercarse y medir las palabras que elige para ilustrarnos. Así, cuando explica la diferencia entre diptongo e hiato (pág. 68), o entre nombres ambiguos y epicenos (pág. 89) para hablar de «Cobaya», estamos ante el profesor, ante el buen profesor que escribe en «Se veía venir» (pág. 333) sobre incorrecciones ortográficas, o que se detiene en aclarar que lo diastrático se refiere a la distribución sociocultural de los hablantes y lo diatópico a la geográfica (pág. 119, de «Seseo y ceceo»), siempre con «paciente pedagogismo» (pág. 195), que se agradece, como al iniciar su artículo «La verdad es que...» con esta explicación de sabio profesor que sabe echar mano de ejemplos idóneos: «Se llaman expletivos en gramática los elementos que, sin ser necesarios en el mensaje, sí le aportan cierta expresividad o énfasis. Cuando digo Por poco me caigo y cuando digo Por poco no me caigo estoy diciendo lo mismo, de modo que el no de la segunda frase es un claro ejemplo de 'negación expletiva'» (pág. 26). El activo y comprometido académico está de principio a fin en este libro, mostrando una actitud tolerante admirable que insisto en ponderar recordando el titular de una entrevista que se publicó en El País, hace más de diez años, cuando fue elegido miembro de número: «El error de hoy puede ser norma de mañana». En otra entrevista, espléndida, que le hizo Yolanda Gándara en 2016 para Jot Down, fue terminante: «Para los que somos profesores de lengua hay una palabra que en nuestras clases no empleamos nunca, que es la palabra «correcto». Esa palabra para un lingüista no tiene mucho sentido.» Su pensamiento como académico se advierte en «Purismo, misoneísmo» (pág. 311) y, de otro modo, en «Casi dos kilos por una palabra» (pág. 163); y muy palmariamente cuando constata que las lenguas «se van internacionalizando, también la nuestra, y no solo no debemos lamentarlo, sino más bien lo contrario» (pág. 110), o cuando se defiende ante una corrección inconveniente, pero reconoce que «el numantinismo tiene sus límites, y el hablante es un ser en sociedad» (pág. 146). Ese académico que ingresó con un discurso sobre los discursos académicos nos ofrece una nótula erudita que apostilla su brillantez en «Una rareza» (pág. 309); el académico que, a propósito de una «explicación de voto» en una sesión de trabajo en la RAE, sostiene que en la gramática el asamblearismo está fuera de lugar (pág. 322). Y también en Medir las palabras está el prestigioso estudioso dieciochista, que echa mano de autores y obras de la época ilustrada para contar sucintamente la vida de la palabra francesa poissarde (pág. 151); o que en «Gandumbas» (págs. 156-162) hace alusiones pertinentes a Leandro Fernández de Moratín y a sus contemporáneos, y nos invita a dar un paseo delicioso —y muy al día— por nuestra historia literaria hasta el siglo XX; o en «Vacuna» (pág. 355)... ¿Quién fue el inventor de la palabra quirófano? (pág. 96), ¿es mejor escribir adónde o a dónde? (págs. 278-281), ¿acepta la Academia iros en lugar de idos? (pág. 322-325) son algunas preguntas, entre muchas, que se responden con la lectura de este libro lleno de amenidad y de rigor, a lo que hay que sumar el mérito de hacerlo con una disciplinada brevedad que, tal en el caso del artículo de un diccionario, conlleva «sus buenos ratos de pesquisas» (pág. 12). Más que medir las palabras. Mucho más.

miércoles, marzo 27, 2024

Día Mundial del Teatro

Encuentro hueco para no faltar tampoco este año y difundir el mensaje del Día Mundial del Teatro, que ha encargado el ITI (International Theatre Institute) al escritor noruego Jon Fosse, Premio Nobel de Literatura 2023, cuyo texto me ha parecido muy sustancioso y necesario, muy contextualizado en los tiempos que corren; pero inopinadamente alejado del puro hecho teatral y de sus circunstancias, aunque se excuse al final por no hablar del arte teatral. No fue así el del año pasado de la actriz egipcia Samiha Ayoub, ni el del director Peter Sellars (2022), o el de la periodista mexicana Sabina Berman (2018), o el de la actriz francesa Isabelle Huppert (2017), que en estos años he compartido, como hago ahora con el texto de Fosse, que corrijo —pues casi siempre se difunde en los medios sin revisión— desde la traducción hecha por Raúl Alonso Díaz en México del original noruego, «El arte es paz» («Kunst er fred»): «Cada persona es única y, al mismo tiempo, como todas las demás. La apariencia, se puede ver, es cierto, pero también hay algo dentro de cada persona que le pertenece, que la hace única. Podemos llamarlo alma o espíritu, o bien, podríamos no ponerle palabras, simplemente dejar que esté ahí. Al mismo tiempo que somos diferentes, también somos iguales. Las personas de todo el mundo somos fundamentalmente iguales, sin importar qué lengua hablemos, qué color de piel o de cabello tengamos. Quizás esto sea una especie de paradoja: que somos completamente iguales y diferentes al mismo tiempo. Tal vez una persona es paradójica en su conexión entre el cuerpo y el espíritu, entre lo terrenal y tangible y lo que trasciende los límites materiales y terrenales. El arte, el buen arte, consigue a su manera y de forma fabulosa reunir lo absolutamente único con lo universal. Nos permite entender la diferencia entre lo extraño y lo universal. Al hacerlo, el arte trasciende las fronteras de los lenguajes y los límites geográficos. Reúne, no solo las cualidades individuales, sino también, las características de un grupo de personas, por ejemplo, las naciones. El arte no se expresa provocando que todo sea igual, por el contrario, nos muestra nuestras diferencias, aquello que es ajeno o extraño. Todo buen arte contiene precisamente eso: algo extraño, algo que no podemos comprender completamente y que, sin embargo, entendemos de cierto modo. Contiene lo enigmático, algo que nos fascina y por lo tanto nos lleva más allá de nuestros límites y así crea la trascendencia que todo arte debe contener y a la cual conducirnos. No se me ocurre una mejor manera de unir los opuestos. Es exactamente el enfoque inverso al de los conflictos violentos que vemos a menudo en el mundo, que alimentan la tentación destructiva de aniquilar todo lo extraño, todo lo único y diferente, comúnmente utilizando los inventos más inhumanos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición. Hay terrorismo en este mundo. Hay guerra, puesto que la gente tiene un lado animal que lo lleva a ver lo extraño como una amenaza a su propia existencia, en lugar de ver el fascinante enigma que eso representa. Y entonces lo único, lo diferente que es universalmente comprensible, desaparece. Dejando atrás una semejanza colectiva donde todo lo diferente es una amenaza que debe ser erradicada. Lo que vemos desde fuera se ve como desigualdad, por ejemplo, las religiones o ideologías políticas, se convierten en algo que debe ser derrotado y destruido. La guerra es la batalla contra lo que yace en lo más profundo de cada uno de nosotros: lo único. Y es una batalla contra todo arte, contra la esencia más íntima de todo arte. He hablado del arte en general, no del arte teatral en particular; esto se debe a que todo buen arte, en el fondo, gira en torno a lo mismo: tomar lo singular y específico para hacerlo universal. Articula en su expresión artística aquello único con lo universal: no eliminando lo singular, sino enfatizándolo; dejando que lo extraño y lo desconocido brille claramente. Es tan simple como que la guerra y el arte son opuestos, que la guerra y la paz son opuestos. El arte es paz.» 

domingo, marzo 24, 2024

Destrozos

Duró poco. Algo así como ese típico cuarto de cada hora en que te invade un pesimismo grave, aunque fugaz, por fortuna; si no fuese porque luego llegan las ganas de escribir sobre ello. Fue por los resultados de la extrema derecha en las recientes elecciones en Portugal —un «espectro», le hace escribir hoy El País a Lídia Jorge—, en las que cuadruplicó sus votos y obtuvo cincuenta escaños —tenía doce. Pensé en que era otra consecuencia de la desafección por la política en términos generales y una respuesta crispada a la arbitrariedad que olvida a la ciudadanía que votó. El eco de aquello resonaba en el «lodazal» que para Ángels Barceló, en su editorial de las ocho de la mañana del pasado lunes 18, es el escenario de la política española estos días; tan tremendamente bochornoso y poco edificante que Antonio Muñoz Molina («La cara de vergüenza», el día 16), Manuel Vicent («Tirad de la cadena», el 17) y el editorial de ese mismo día en ese mismo medio de El País («Una política degradante») coincidían en el reproche contundente a unas maneras intolerables. Como si se hubiesen puesto de acuerdo. Y, aunque dignidad obligue, son como los avisos legales —tan forzosos y tan estériles— que llevan los anuncios de bebidas alcohólicas o de juegos de azar para que se haga un consumo responsable. Como un paliativo inútil administrado por los mismos medios que vocean la inmundicia porque vende más que la decencia; y, si no, prueben a contar las páginas del periódico que hay que pasar para llegar a una noticia que sea verdaderamente de interés y servicio públicos. Da mucha penita. Menos mal que esta semana hubo Día Mundial de la Poesía y que afortunadamente siempre me pilla en clase con algún poema. Llevaba en la cartera los de Tomás Sánchez Santiago, que acababa de recibir (El que menos sabe, León, Eolas Ediciones, 2024); pero me ajusté al programa: Elena Garro, Idea Vilariño, Ida Vitale... De esta leímos en sílabas contadas que la palabra poética nos cura y nos protege de los destrozos de los días.

martes, marzo 19, 2024

Dos pequeños grandes libros

Mirar atrás y Barcelona mapa infinito. La razón estricta del primer adjetivo del título está en los 16,5 x 11,8 cm. del primer libro y los 16,8 x 11 cm. del segundo. En páginas de texto, además, uno no llega al centenar y el otro lo sobrepasa en unas cuantas hojas. Empecé por Mirar atrás (Corvera. Murcia, Newcastle Ediciones, 2023), de Elías Moro, que es una nueva entrega de recuerdos ajustados al patrón del Je me souviens (1978) de Georges Perec en el español «Me acuerdo...», y que el autor ya había ensayado en una primera colección de 1999, firmada con Daniel Casado en De la luna libros, y en otra en solitario, Me acuerdo (Calambur, 2009), que terminaba en un escueto «Me acuerdo de Georges Perec». Casi la misma frase que leí («Me acuerdo de Perec») en la página 63 del libro de Álex Chico Barcelona mapa infinito, con ilustraciones de Joan Ramon Farré Burzuri (Granada, Ediciones Traspiés, 2023), y a la que siguen varias iniciadas con «Me acuerdo...»: «Me acuerdo de la estatua de Charlie Rivel, sosteniendo una silla, y de la estatua de Charles Chaplin, sobre la esfera del mundo. Me acuerdo de la casa del terror incrustada en la montaña y de los vagones que se lanzaban a toda velocidad por una gran uve. Me acuerdo de los libros de Bruguera y del edificio que ocupaba la editorial en el barrio de El Coll.» (pág. 64). Aquí está la curiosa coincidencia que me ha empujado a escribir sobre estos dos pequeños libros grandes, muy distintos en intención y en género, pero parecidos en la naturaleza temporal que cabe en ambos, pues, como dice Álex Chico (pág. 59), «las ciudades pertenecen a la geografía, pero también al tiempo», y una ciudad, «como una persona, se construye a partir de un recuerdo personal y una memoria colectiva» (pág. 96). Tan espontánea y natural ha sido la unión de estas dos obras que también veo en ellas el parentesco de que uno, el delicioso paseo barcelonés de Álex Chico por la Barcelona en la que vive, termine con varias páginas rayadas (págs. 135-142) para que el lector escriba sus «Notas» de viaje, en otro modo de continuación de la experiencia de la obra; y que la relación de cuatrocientos ochenta textos —la cantidad de los de Perec— de Elías Moro se extienda en cinco páginas más (págs. 97-102) con una ristra de «Me acuerdo...» sin más texto, como pauta de inicio de las evocaciones que puede añadir el lector en su lectura. Haber juntado tan de buen grado ambos libros me predispone ahora a encontrar paralelismos y reflejos entre ellos, y leo una reflexión sobre el tiempo en Barcelona mapa infinito que puedo aplicar a Mirar atrás: «El tiempo añade memoria y la memoria, en ocasiones, es demasiado benévola, tanto para mitificar una época que, quizás, no tenga nada de admirable» (pág. 123). Se acomoda a la evocación atomizada en los minúsculos textos —de una o dos líneas hasta más de siete, salvo el dedicado al padre de un compañero de colegio que trabajaba de fogonero en los trenes (pág. 43), que tiene nueve líneas— de Elías Moro, que habla del tiempo de una generación distinta a la de Chico —se llevan más de veinte años—, que no conoció el Linimento Sloan (pág. 19), ni a Garrincha (pág. 46), ni el Pelargón (pág. 91). El hilo del pasado cose los numerosos fragmentos de un libro que cabe tomarse como un relato-recorrido en el que los temas, los personajes o los detalles van surgiendo sin orden aparente en un sugerente catálogo de categorías que van desde el cine o la literatura, a los recuerdos de un barrio, la televisión, la escritura, el primer libro comprado (Ilíada/Odisea, pág. 72), o el fútbol; e incluso aforismos disfrazados de recuerdos («Me acuerdo de que la vida consiente que la vivamos, pero solo hasta que se cansa de nosotros», pág. 83). El libro de Álex Chico lo vi en la mesa de novedades de La Puerta de Tannhäuser de Cáceres y lo compré, en los primeros días de este año. Al terminarlo, fui por otro ejemplar a la librería y se lo envié a un amigo que vive en Barcelona y que, por eso, por tener tan a la mano la ciudad, igual no disfruta tanto como yo con su lectura. Cada una de sus páginas es como un bulevar, una fachada, un parque en que demorarse, del mismo modo que el cruce de dos calles es un argumento, «un mecanismo de escritura», dice Álex Chico al poco de arrancar su paseo-escritura por una ciudad fascinante que hace que todo el libro sea una manera de aprehensión de una geografía física y sentimental, señalizada eminentemente con las ilustraciones preciosas de Joan Ramon Farré. Qué agradable lectura y qué ganas de volver a caminar por Barcelona con este mapa de letras bajo el brazo. 

martes, marzo 12, 2024

La cola de la lagartija

Este pasado jueves llevé a clase de Hispanoamericana mi ejemplar de En agosto nos vemos (Penguin Random House Grupo Editorial, 2024), la novela póstuma de Gabriel García Márquez que se lanzó el miércoles a todos los medios y que ha ocupado mucho espacio en la prensa estos días. Me apetecía compartir un acontecimiento editorial así, relacionado con un protagonista tan notable del contexto cultural que nos atañe en clase, aunque en este curso no haya ninguna obra suya programada. Todavía no había leído la novela; pero sí el «Prólogo» que firman los hijos del escritor, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, en el que justifican lo que llaman «un acto de traición» al padre que había dicho: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo»; y también la nota del editor, Cristóbal Pera, sobre algunas circunstancias antetextuales. Pero lo que más me interesó compartir, aparte la novedad, fue la posibilidad de una propuesta para un trabajo de fin de estudios sobre esa vida póstuma de algunas obras literarias; abrir una vía, no tanto de investigación, sino de elaboración de un estado de los estudios —para un trabajo de fin de grado— sobre los problemas de carácter filológico que se dan cuando en lo que leemos no consta la última voluntad definitiva del autor. Anoté para la clase algunos casos, como el de Lagartija sin cola (2007), de José Donoso, cuyo texto fue establecido por el crítico Julio Ortega a partir del original descubierto por la familia del escritor; o el de la obra diarística póstuma de Alejandra Pizarnik y el estado de los diversos escritos hoy conservados en la Universidad de Princeton. Me acordé de la posteridad de Ricardo Piglia y de su taller secreto —al que Tinta libre dedicó unas provechosas páginas de su primer número de este año 2024—, y de la novela póstuma Aquiles o el guerrillero y el asesino (2016) de Carlos Fuentes. A Roberto Bolaño sí lo tenemos en el programa del curso —Estrella distante— y su caso sigue siendo notorio, no solo por el abultado corpus de su obra póstuma desde su muerte en 2003, sino por la pura gestión de su memoria. Hace unas pocas semanas, en su columna de El Cultural, Ignacio Echevarría se lamentaba («Páginas en blanco», 2 de febrero de 2024, pág. 32), de que en algunas recientes antologías de la poesía chilena y mexicana la publicación de los poemas de Bolaño había sido vetada por la «dura custodia que la agencia y la heredera de Roberto Bolaño ejercen sobre su obra», según se puede leer en la explicación de Rubén Medina, el editor de una de esas publicaciones, Perros habitados por las voces del desierto (México, Aldus, 2014), que recoge la obra de diecinueve poetas infrarrealistas. Rastrear estos y otros casos de la literatura iberoamericana y comprobar el eco crítico que han tenido, sin entrar en los turbios y desagradables pormenores del círculo de los herederos legales —más legales que literarios— de un autor, podría ser un modo atractivo de iniciarse en una investigación y un análisis básicos en la culminación de los estudios de grado o de máster. Como el título de Donoso que dicen que descartaron para la novela de 2007, la cola de la lagartija sigue moviéndose separada del cuerpo, como las obras póstumas por manos distintas a las de quienes las escribieron. La publicación de En agosto nos vemos me llevó a pensar esto en voz alta en la clase del jueves, y hubo cierto interés. Ahora, leída ya la novela, y aunque sea difícil abstraerse de otras motivaciones del lanzamiento editorial, creo que su publicación es un regalo, pequeñito, mera muestra de lo que podría haber sido otra cosa, pero suficientemente evocador —y añorante— del grandioso narrador García Márquez, lo justo para reencontrarse —aunque sea con la levedad de lo breve— con un modo reconocible de presentación de los personajes en el tablero amoroso tan del gusto del colombiano, con puntadas de su inventiva, de su humorismo, y la habilidad en el uso de lazos narrativos como el del billete de veinte dólares lleno de carga argumental capítulos antes, a su debida y calculada distancia, en la propina que la protagonista da a un peluquero, advirtiéndole feliz: «Úselos bien […]: Son de carne y hueso» (pág. 56). Es poco, un sorbo solo para probar; pero suficiente para no sentirse ufanamente defraudado después de tanto ruido. 

viernes, marzo 08, 2024

Elena Garro desde España

Tuve la satisfacción el curso pasado de tener a Adriana Sánchez Vaquero (Zafra, 2001) como alumna en su Trabajo de Fin de Grado sobre «La novela hispanoamericana en el siglo XXI: la presencia de Elena Garro en España», que recibió la máxima calificación y este enero un accésit en la IV Edición de Premios al Mejor Trabajo de Fin de Estudios en materia de Igualdad de Género de la Universidad de Extremadura. Hoy me ha remitido el enlace a su artículo «Homenaje a Elena Garro en el 8-M. Cruce de caminos con la escritora mexicana», que me anunció que estaba escribiendo, publicado en la revista mexicana Replicante con motivo del Día Internacional de la Mujer. Merece la pena leer a esta joven filóloga y cómo transmite su entusiasmo, gracias a su trabajo académico, por haber conocido la obra de una gran autora como Elena Garro y personalmente a su estudiosa Patricia Rosas Lopátegui, presentes ambas en lo que fue el punto de partida de su estudio: la publicación en Extremadura en 2018 de la obra poética de Elena Garro, Cristales de tiempo, en edición de Patricia Rosas, en la editorial La Moderna, que dirigen Lidia Gómez y David Matías, otro antiguo alumno sobresaliente. 

domingo, marzo 03, 2024

Un deambular circular

Leí hace pocos días un excelente artículo de Ana Calvo Revilla publicado en el último número (vol. 85, núm. 170, de 2023) de la Revista de Literatura, que me llegó por un aviso del programa gestor de revistas electrónicas del CSIC: «Reescritura del perseguidor cortazariano: Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo Bayal» (págs. 597-616), y que me completa una lectura importante de la que quiero hacerme eco en este espacio tan predispuesto al escritor extremeño. Me estimula, por fin, a poner en orden mis notas sobre el libro de Ana Calvo Revilla Un deambular circular. Estudios sobre la obra literaria de Gonzalo Hidalgo Bayal (Madrid, Visor Libros, Biblioteca Filológica Hispana, 280, 2023), en cuya bibliografía (pág. 279) figura «en prensa» el artículo mencionado arriba. Para quien conozca las novelas de las que se ocupa, leer este ensayo proporciona el placer de volver a visitar un territorio siempre propicio para el estímulo del gusto literario y de la salud intelectual; permite recordar una experiencia de lectura, principalmente, de El espíritu áspero (2009), Nemo (2016) y La escapada (2019). Un deambular circular es un brillante estudio sobre una de las narrativas más interesantes y sugeridoras del panorama de la literatura española contemporánea, elaborado por alguien que conoce muy bien la obra de Gonzalo Hidalgo Bayal. Ana Calvo Revilla, catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad San Pablo CEU de Madrid, ha publicado un buen número de trabajos sobre la obra anterior de Hidalgo Bayal, casi sin dejar ningún texto sin analizar: Mísera fue, señora, la osadía, El cerco oblicuo, Paradoja del interventor, Amad a la dama, Campo de amapolas blancas, La sed de sal…; todas han merecido un trabajo crítico publicado en revistas especializadas en los últimos diez años, y entre los que destaco el que se editó dentro del libro El efecto M. Territorios narrativos de Gonzalo Hidalgo Bayal (Ed. de Felipe Aparicio, Jaraíz, Ediciones de La Rosa Blanca, 2013), con el título de «Incertidumbres de un Ulises kafkiano en Paradoja del interventor». Pero hay otros luminosos acercamientos a novelas como Amad a la dama, y su relación con el cervantino El celoso extremeño, o como La sed de sal y sus ecos literarios y cinematográficos, que están recogidos en un nutrido apartado de «Referencias bibliográficas» en el que se relacionan en primer lugar las obras de Hidalgo Bayal, desde sus poemas de Certidumbre de invierno (1986) hasta su contribución al volumen en homenaje a Julián Rodríguez publicado en 2022; y luego las «Obras citadas», entre las que está casi toda la bibliografía hasta el momento publicada sobre GHB. Aprovecho que hablo de esas páginas de información bibliográfica para volver a sugerir que se incorpore a ellas el relato titulado «Espíritu áspero», de Manuel Vicente González —en su libro Relatos de un trashumante. Badajoz, Los Libros del Oeste, 2011, págs. 107-125—, una singular pieza llena de cerebral sorna sobre un lector de la novela de GHB que busca al autor Saúl Olúas. El ensayo de Ana Calvo Revilla hace suya desde el título una reflexión de Gonzalo Hidalgo sobre las obras de Ferlosio, que tienen siempre el mismo centro, según este perspicaz lector, porque en literatura, «a partir del primer fruto maduro, no hay evolución ni progresión, sino un deambular circular». Lo escribió GHB en su ensayo El desierto de Takla Makán (Lecturas de Ferlosio) (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2007, pág. 32) y lo recuerda en el suyo Ana Calvo Revilla (pág. 61) cuando precisa la materia sobre la que gira la obra del autor extremeño, cuyos motivos temáticos, desde el eterno retorno o la reescritura del mito de Sísifo, hasta la frustración o la infelicidad, va a recorrer en su brillante análisis. Tras unos capítulos preliminares que presentan el propósito del libro, sitúan biográficamente a su autor y a su ruta por el ensayo —ostensible y ontológicamente ferlosiano— y resumen las invariantes del universo narrativo bayaliano, las secciones quinta a séptima son las que albergan los estudios de las tres novelas: 5. La laguna estigia y el último nemosín. El espíritu áspero. 6. Variaciones del silencio. Nemo. 7. Crónica de un sábado de noviembre. La escapada. Cada uno de estos tres bastidores del estudio general ofrece una certera lectura de las claves principales de esas narraciones extraordinarias, e invitan, como decía arriba, a revisitar unos textos recorridos ya antes con gusto y con provecho. Es como si el estudio de Calvo Revilla ejerciese en el lector con respecto a la obra de GHB lo que ésta en relación a una tradición literaria y filosófica que discurre nutriente en todos los escritos del autor, una tradición contabilizada y reseñada en varios momentos de este libro, cuyos efectos beneficiosos, como lector de Gonzalo Hidalgo, me gustaría saber comunicar. Del mismo modo que el artículo de Ana Calvo al que aludí al principio ha completado la lectura de su Un deambular circular, espero ansioso sus nuevos análisis sobre títulos como Hervaciana, que apareció en 2021, y de Arde ya la yedra, cuando aparezca dentro de unas semanas (Tusquets Editores), para seguir mirando al mismo centro.