martes, diciembre 31, 2024

Libro mediterráneo de los muertos

Es uno de los libros sobre los que más he vuelto a lo largo de todo este año y uno de los que más unanimidad ha suscitado entre todo lo conocido por mis amigas y amigos. Publicado en 2023, sus aguas se han dejado notar a lo largo de 2024 con inusitada aclamación, y muchas han sido las ocasiones en que he hecho algún apunte sobre este libro fascinante. Todavía con los ecos de la concesión del Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro/Fundación Centro de Poesía José Hierro en noviembre de 2022, Mª Ángeles Pérez López acudió al Aula José María Valverde de Cáceres en febrero de 2023, donde leyó algún poema de su obra inédita —«Re es a raíz como rem a matriz» se incluyó en el cuadernillo de la lectura como texto del Libro mediterráneo de los muertos en prensa—, que dejó de serlo ese mismo mes para iniciar una andadura llena de aplausos y reconocimientos que asentaban la idea expresada por ahí de que la mejor poesía española de los últimos tiempos la están escribiendo las mujeres. Este libro me removió, en este orden, por su inspiración como acto de lenguaje, y por la fuerza de su sentido ético. Ambos rasgos son los que lo sitúan en la línea de la historia, la literaria de la poesía del primer tercio del siglo XXI y la historia social del mismo tramo de un tiempo que incluye tantos avances que a veces no vemos que sigue agrandándose la desigualdad entre los vivos y los ahogados. Al poco de su publicación en Pre-Textos aparecieron las primeras reseñas, que pusieron de manifiesto que libros así no caben en estrecheces de urgencia; que, por el contrario, piden la infrecuente calma para la reflexión y el análisis de páginas que no tardaron en darse en medios como la revista Nayagua, con la sugerente lectura de Ernesto García López, o en la posibilidad de construir con la autora una conversación de la índole de la que se publicó en Adiós cultural (núm. 161, de julio de 2023), de Javier Gil Martín, luego reproducida en Vallejo & Cº  ya en este 2024 en el que, en mayo, Libro mediterráneo de los muertos recibió el IV Premio Nacional de Poesía Juan Meléndez Valdés a la mejor obra publicada en 2022 y 2023, y cuyo jurado destacó como poesía orgánica contra la indiferencia en un libro valiente y arriesgado, en el que cada poema «es una semilla que germina en la fertilidad del lenguaje para crecer y entrelazarse, como una planta hermosamente invasora, con los otros poemas», dada su disposición en ocho poemas en prosa extendidos en sus correspondientes notas como un todo. Por el volumen de comentarios críticos y otros ecos derivados de los versos de Mª Ángeles Pérez López, en un 2024 que este noviembre nos dio una primera reimpresión del libro, con otras reseñas relevantes de José Mª Balcells o Antonio Daganzo, que he ido anotando en estos meses, me he animado a dejar aquí esta crónica de un libro de una repercusión extraordinaria que he podido conocer de cerca y en vivo a lo largo de este año que termina en pocas horas. Feliz 2025.

sábado, diciembre 28, 2024

Una aparente inocentada

Tomo notas para escribir algo sobre la reciente edición crítica del Lazarillo de Tormes de Luisa López Grigera (Madrid, Arco/Libros-La Muralla, 2024), y me he acordado de cuando se hizo público el hallazgo de la conocida como Biblioteca de Barcarrota, además de la adquisición por la Junta de Extremadura de aquel tesoro de libros y el compromiso del gobierno regional de velar por su conservación y fomentar su difusión e investigación. Se hizo en una rueda de prensa celebrada en la sede de la presidencia de la Junta la mañana del miércoles 27 de diciembre de 1995, en la que participó Toni Saavedra, propietaria de la casa donde se encontró el alijo, junto a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y el consejero de Cultura y Patrimonio Francisco Muñoz Ramírez. Al finalizar el acto, que hubo que agendar con ciertas prisas y con las dificultades de las fechas navideñas, alguien reparó en que la noticia se publicaría el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, por lo que titulares de periódicos nacionales como «Descubren la que podría ser segunda edición de ‘El Lazarillo de Tormes’» (El País, 28-12-1995, pág. 31) o «Encontrado un Lazarillo de Tormes de 1554» (Diario 16, 28-12-1995, pág. 26) podrían ser leídos con la prevención del día. ¿Un ejemplar desconocido del Lazarillo hallado emparedado junto a nueve impresos más y un manuscrito del siglo XVI en una vivienda de Barcarrota (Badajoz)? A alguno pudo parecer aquello una inocentada que, por fortuna, resultó ser una noticia tan verdadera como feliz.

miércoles, diciembre 25, 2024

La orilla del camino

Pienso en lo ingrato que es para el reseñador y para lo reseñado escribir sobre un volumen colectivo. Pongo por caso, las actas de un congreso que reúnan casi una veintena de trabajos que necesariamente hay que mencionar con algún apunte sobre su contenido y aportaciones, y, por consiguiente, ocupar la mayor parte del poco espacio disponible sin haber podido desarrollar matices de interés. Se me ocurre ahora cuando escribo sobre este libro de relatos, que no es colectivo, sino de un solo autor; pero que, por su copiosidad plantea esa dificultad al comentarista que no quiera abrumar al lector con un exceso de páginas. Este extraordinario La orilla del camino, de Emilio Gavilanes, publicado en su serie de Narrativa por la editorial Pre-Textos este 2024 que toca a su fin, contiene ciento cincuenta y ocho cuentos, que es un número que sobrepasa considerablemente la composición habitual de un libro de relatos. Borges reunió en Ficciones diecisiete piezas, Final del juego de Cortázar tuvo una más, y hay nombres como Antonio Pereira cuya obra cuentística completa no asciende a mucho más de doscientos títulos. Así que, si uno tiene en cuenta —y en cuento— que Emilio Gavilanes es autor, además, de varios libros de narrativa corta (La tabla del dos, de 2003; El río, de 2005; El reino de la nada, de 2011; Historia secreta del mundo y Autorretrato, de 2015), estamos ante un caso notable de producción literaria, al que hay que sumar varias novelas y otras entregas de textos en prosa y verso (haikus). Con la dificultad aludida, me centro ahora en la colección La orilla del camino, que recoge textos en su mayor parte inéditos —algunos se incluyeron ya en Autorretrato, como «Historia Sagrada», «Jesús niño recuerda que es Dios», «Sobre el abismo del mar», «Una página de Kipling»...; y la revista Quimera publicó en 2018 «Otra leyenda medieval»—; y que se organizan en el volumen obedeciendo a un criterio cronológico por la materia de los textos. Es destacable esta voluntad constructiva del autor, ensayada ya en Historia secreta del mundo, que sitúa las historias míticas o de la más lejana Antigüedad en el primer tramo del libro, para ir avanzando por la Edad Media, los siglos XVI, XVII, XVIII («Los peregrinos» —pág. 154— hacen el Camino de Santiago en marzo de 1730) o XIX, hasta llegar al siglo XX que enmarca una sesentena de textos como bloque más numeroso del conjunto, que se cierra significativamente con uno de los relatos más extensos («Guerra en el tiempo»), sobre una suerte de viaje temporal, y un texto, brevísimo —tiene cuarenta y ocho palabras— y atemporal, «Apocalipsis». También aporta variedad la muy diferente extensión de los textos, aunque abundan los breves, que van del microrrelato de veinticuatro («Tiempo sagrado») o cuarenta y siete palabras («Profecías»), hasta los muchos que no pasan de dos páginas. Tiende el autor en general a la concisión verbal, a lo explosivo y preciso; pero también hay textos más largos, que se apoyan en recursos de cohesión muy logrados, como ocurre en «Tercera oportunidad» —págs. 285-304—, quizá el más largo de La orilla del camino, con el enfrentamiento entre el hombre que sonríe y el hombre que no sonríe. En otras piezas el título es un paratexto esencial que dilucida el cuento, como en «Muerte del caballo de Juana de Arco» —págs. 54-55— o en «1937, la niña Elisa Cuarental mira a su alrededor con atención» —págs. 305-306—, en donde no es una cartela que aísla el motivo fundamental del relato, sino que es texto de la narración, más que paratexto. Emilio Gavilanes sabe que los materiales del contador de historias abarcan desde los tiempos antiguos a los modernos, que provienen de lugares oscuros y cerrados y de bosques y llanuras, que pueden estar en la Bretaña francesa, en Sonora, en Hiroshima o en Medina del Campo, que sirven para tratar lo sublime y lo insignificante, y que son de los héroes, pero también de los villanos; y su libro, que tiene eso y más, es una incuestionable demostración de ese conocimiento del oficio. Una fuente principal de la que extrae el autor sus ingredientes está en la literatura, que es hilo de un buen número de relatos, a veces como un mero pretexto para montar una pieza logradísima, como ocurre con «El río» y sus personajes, que son «Víktor Koreliev e Ivana Repin, pareja de escritores románticos ucranianos, que, siguiendo el modelo de Heinrich von Kleist y su mujer Henriette Vogel, han resuelto suicidarse» (pág. 178). Valga como otro ejemplo espigado entre los muchos que pueden escogerse de la maestría de Gavilanes, para, si acaso, volver a sugerir con ello el aprieto de escribir de las cuatrocientas páginas de cuentos de La orilla del camino sin retardar mucho un punto final.  

domingo, diciembre 15, 2024

Bartolomé José Gallardo 5.0 (II)

Un ejemplo del interés del Ensayo de Gallardo al que alude Ana Martínez Pereira en el estudio introductorio de este tomo quinto lo encontramos en la entrada «Fernández de Moratín, Leandro», pues recoge la trascripción manuscrita de Rodríguez-Moñino de un manuscrito perdido de noventa y nueve hojas que contenía las apuntaciones del dramaturgo madrileño para su Historia crítica del teatro español, «que jamás vio la luz», como anota la investigadora responsable de esta edición: «Este manuscrito hoy perdido de Leandro Fernández de Moratín contiene interesantes y novedosas informaciones sobre la escena barroca, procedentes de otros manuscritos igualmente perdidos» (col. 255). De Gallardo a Moñino; y con los dos, nos beneficiamos ahora de este valioso repertorio. ¿Nos beneficiamos?, cabe preguntarse al tomar en consideración las circunstancias de publicación (?) de este volumen quinto del Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos de Bartolomé José Gallardo. Parece mentira; y no sé si va a seguir siendo verdad lo que dejó escrito don Antonio Rodríguez-Moñino y que Ana Martínez Pereira ha elegido como exergo de esta edición: «Don Bartolomé José Gallardo ha sido uno de los hombres de más negra suerte que ha habido en España. Del gremio de los vencidos, su historia la escribieron sus implacables vencedores, y así no hay insidia ni calumnia que no se haya esparcido sobre su persona». Y tan negra suerte, sí, si esta magnífica edición de la continuación de su Ensayo no puede distribuirse comercialmente, por carecer del ISBN apropiado, ni todavía se ha presentado convenientemente. No conozco más eco de su aparición que una reseña de Manuel Pecellín Lancharro, siempre bien informado de toda novedad bibliográfica y siempre presto a hacerse eco de ella, que salió con el título de «Las papeletas de Bartolomé J. Gallardo» en Hoy el sábado 15 de julio de 2023 (pág. 42). Nada más, que yo sepa. La Unión de Bibliófilos Extremeños todavía no ha programado una presentación, que, a estas alturas, siempre resultará extemporánea y forzada por unas circunstancias indeseables. Pero, como escribió Gallardo con sus características grafías, «Sin libros podemos dezir qe no ai enseñanza, i sin buenos libros no la ai buena». Buena enseñanza, pues, se extraerá de este libro suyo si se presenta y se destaca la información valiosa que tiene para el conocimiento de nuestra historia literaria, para añadir datos a la biblioteca de Juan Nicolás Böhl de Faber, por ejemplo, o para la historia textual de la Propalladia de Torres Naharro, cuyas ediciones de 1573 y 1520 se cotejan en unos papeles (cols. 764-793) que no llegaron a publicarse en el último tomo del Ensayo y que pueden resultar sorprendentes para muchos. Si cupiese la presunción de que alguien se interesara por la biografía del extremeño Bartolomé José Gallardo, sería un lugar común aludir a sus muchas desgracias, desde su persecución por la publicación del Diccionario crítico-burlesco, su exilio en Londres entre 1814 a 1820, o la pérdida de sus papeles y libros en el río Guadalquivir en junio de 1823, entre otros de sus muchos infortunios. Con este libro publicado, no se me ocurre otro modo que este para llamar la atención y reclamar una reparación al silencio que rodea a un hecho cultural de importancia, para, al menos, parar algo la prolongación de esa pertinaz mala fortuna de Bartolomé José Gallardo. 

Bartolomé José Gallardo 5.0 (I)

Se va el año y casi lo dejo pasar sin recoger aquí un comentario sobre un hecho editorial que me parece de innegable importancia para los estudios histórico-literarios. En realidad, la novedad tiene dos años, si atendemos al pie de imprenta, aunque yo no me hice con un ejemplar hasta diciembre de 2023, precisamente en Campanario, y pude confirmar luego la trascendencia de la publicación del tomo quinto del Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos de Bartolomé José Gallardo (Campanario, 1776-Alcoy, 1852), la monumental obra que recibió póstumamente, en 1862, el Premio de Bibliografía de la Biblioteca Nacional de España, y fue publicada en cuatro tomos entre 1863 y 1889. Impulsaron su edición los bibliotecarios Manuel Remón Zarco del Valle y José Sancho Rayón «con los apuntamientos» de Gallardo, y modernamente dispusimos de tan utilísima obra gracias a la edición facsimilar que sacó la Editorial Gredos en 1968. Editar ahora una prolongación de ese empeño bibliográfico es algo enormemente relevante y quienes lo han promovido merecen un reconocimiento inmenso. Sobre todo, la experta e investigadora que ha tenido la responsabilidad de preparar esta magnífica edición, Ana Martínez Pereira, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y autora de libros sobre las cartillas y manuales de escritura en el Siglo de Oro y que fue quien ganó en 2005 el Premio de Investigación Bibliográfica que lleva el nombre de nuestro polígrafo, en su octava edición, con su obra Manuales de escritura de los Siglos de Oro. Repertorio crítico y analítico de obras manuscritas e impresas, publicada en 2006. Esta puede ser una descripción completa de esta edición moderna del quinto tomo de Gallardo: Bartolomé José Gallardo, Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos. Formado con los apuntamientos de                      . V tomo. Ana Martínez Pereira (Ed.), Badajoz, Ayuntamiento de Campanario y Diputación Provincial de Badajoz, 2022, 95 + 454 págs. Por diferenciar las dos paginaciones del volumen,  la de la introducción de Ana Martínez Pereira «Las anotaciones de Bartolomé José Gallardo y el Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos: un viaje del siglo XIX al XXI» (págs. 9-22), seguido del «Registro de fondos» (págs. 23-85) y la «Bibliografía» (págs. 87-95), y la de las fichas del Ensayo por orden alfabético de autores o títulos y materias, dispuestas en dos columnas por página, que, como se hiciese con la edición del siglo XIX, van numeradas (1-906). Sí, porque esta continuación del gran repertorio gallardino imita algunas —el tipo de papel no— de las características de los tomos anteriores, tal y como se reprodujeron por Gredos en la serie de Facsímiles de su colección Biblioteca Románica Hispánica, a su tamaño de 27,5 x 18 cm., con encuadernación en cartoné y con la sobrecubierta crema jaspeada. Mucho ha tenido que ver en la publicación de esta obra la Unión de Bibliófilos Extremeños, presidida por Matilde Muro Castillo, que durante años albergó el proyecto de investigar y publicar el conjunto de las papeletas de Gallardo que no se dieron a conocer en su momento, un proyecto que ya tuvieron personalidades como Pedro Sáinz Rodríguez y Antonio Rodríguez-Moñino, y que en las últimas décadas también impulsaron Joaquín González Manzanares y Bartolomé Díaz Díaz desde la UBEx y Víctor Infantes. De estos antecedentes se da cumplida noticia en la introducción escrita por Ana Martínez Pereira, que no solo describe los tres fondos fundamentales que contienen esos papeles de Gallardo —la Fundación Universitaria Española de Madrid, la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, y la Real Academia Española de Madrid—, un material inédito que «superaría con mucho la extensión de un volumen manejable y similar a los cuatro primeros» (pág. 21), sino que relaciona su contenido en el impagable apartado de «Registro de fondos» que ya he mencionado arriba. Lo que la editora toma, con buen criterio, como base de su edición del Ensayo es la selección que hizo Rodríguez-Moñino y que se conserva en diferentes cajas en la RAE. De ese modo, dice Ana Martínez Pereira, la publicación de este tomo quinto es un doble homenaje, a Gallardo y a su valedor Moñino, y añade: «Hoy el interés histórico es superior al bibliográfico. Actualmente disponemos de medios digitales y editoriales para acceder a las informaciones bibliográficas que con tanto esfuerzo e intuición reunió Gallardo, pero sus comentarios agudos y su consulta directa de textos hoy perdidos, son motivos más que suficientes para recuperar sus anotaciones, sumamente interesantes para el historiador de la literatura y la bibliografía y para el crítico literario» (pág. 22). Sigue. 

lunes, diciembre 09, 2024

Las miradas de Pilar Bacas

© Jorge Rey. Hoy

En esta fotografía de Pilar Bacas Leal (Cáceres, 1950-2024), con ese ejemplar de uno de sus últimos libros —el último fue Un parque a las afueras. El Paseo Alto de Cáceres y sus alrededores (Cáceres Verde-Ateneo de Cáceres, 2024), presentado ya en su ausencia por Sara Fontán y Teresa Corcobado el pasado 27 de noviembre—, creo que se resume cumplidamente lo que se me muestra de ella en la hora de su muerte. En la instantánea que me prestan Jorge Rey, su autor, y el diario Hoy, que la publicó el pasado mes de marzo, está la mirada de Pilar, está su libro y están los ojos de esa niña de la cubierta. Miradas es un título idóneo para distinguir la actitud vital e intelectual de una mujer que se ha entregado a escudriñar sobre lo otro —siempre en una línea del tiempo, siempre como lección del pasado— para ofrecerlo a los demás, casi con un afán de servicio, como el que mira primero con la deleitación de quien descubre o con el placer redoblado del que revisita un lugar conocido, para regalar luego su mirada a los que leen. En la mirada de Pilar Bacas no hay más filtro que el sentimental, responsable de que lo que nos llega lo haga lleno de apasionamiento y cariño. Miraremos a Pilar Bacas, a la «profesora, escritora, divulgadora, activista, historiadora», escribí sin adjetivos, que surgen de manera natural a poco que se la evoque: «Luchadora y comprometida», la llama María José Castro; «libre e irrepetible», escribe Francis Acedo; «inteligente, intelectual, comprometida, feminista, ecologista, luchadora», detalla María Karmo, en Facebook, hoy mismo. Cáceres le debe todos los reconocimientos y homenajes, que estoy seguro irán llegando en forma de reafirmación de nuestra conciencia ciudadana, también del compromiso con la recuperación de la memoria y del patrimonio históricos, en recuerdo de su voz de guardia situada en enclaves tan queridos y reivindicados en sus escritos: El último bulevar (2015), sobre la avenida Virgen de la Montaña, Un bulevar en el oeste (2017), sobre el paseo de las Acacias, Un jardín en la plazuela (2019) de San Juan, El latido de una plaza (2021), que es la Plaza Mayor cacereña, y el ya mencionado «parque a las afueras». Nos quedan todas sus obras para revivir las miradas de Pilar Bacas; pero creo que hay un hecho totalizador y trascendental que resume la poderosa significación de su vocación humana y literaria: el legado de su fondo documental, personal y familiar, con todo el material con el que construyó sus investigaciones y trabajos, cuya entrega al Archivo de la Diputación Provincial de Cáceres se formalizó este pasado mes de noviembre. Ese es, en definitiva, el mejor reconocimiento que podemos hacerle, volver a conocerla, a frecuentarla, con tan loable preservación de su mirada amable y amiga. Descanse en paz.

domingo, diciembre 08, 2024

El tiempo de los lirios

La coincidencia habría sido exacta de haber conocido en septiembre este libro de Vicente Valero, El tiempo de los lirios (Editorial Periférica, 2024). Su primera edición tiene fecha de octubre y yo fui un mes antes al escenario en el que se desarrolla este precioso diario de un viaje a la región italiana de la Umbria y a los vestigios de la figura de Francisco de Asís. Sin lugar a duda, habría sido un libro más en la maleta que me llevé a Perugia y su lectura la habría hecho en el mismo entorno de los sugestivos lugares de Foligno, Gubbio, Spello o, principalmente, la ciudad del santo, Assisi, que se recorren en sus páginas. Ha sido, pues, a mi vuelta cuando he regresado, gracias a tan atractivo relato, a unos parajes entrañables que he conocido con parecida complacencia y similar goce, y me satisface mucho identificarme tanto con un texto por tan feliz anécdota. Y hay otra experiencia que confiere a esta lectura algo especial: mi cercanía con el poeta Basilio Sánchez, quien publicó hace ya algunos años en la revista Versión Original (número 200, «Mi película», enero de 2012, págs. 84-85) un artículo titulado «Hermano sol, hermana luna» —sobre la película Fratello sole, sorella luna (1972) de Franco Zeffirelli—, que luego recogería, ampliado, en su libro La creación del sentido (Pre-Textos, 2015). Allí, el poeta cacereño escribió: «A las objeciones de obra preciosista, edulcorada e ingenua que algún espectador de nuestros días podría poner aquí, habría que responderle con una reflexión: la sociedad de 1972, año del estreno de la película, carecía en gran medida de los prejuicios y escepticismo de la nuestra. De forma similar al despertar del mundo que se producía a principios del XIII, en el que los hombres, sacudiéndose un letargo de siglos, se sumaban a las transformaciones culturales e históricas con la disposición e ingenuidad de los recién nacidos, a finales de los sesenta las protestas contra la guerra de Vietnam, las revueltas parisinas de mayo y la lucha por los derechos civiles de los ciudadanos negros encabezada por Martin Luther King —por citar algunos referentes paradigmáticos— habían provocado el surgimiento de un movimiento contracultural en el que conceptos como el de ecologismo, la práctica de la simplicidad, el rechazo al consumo, las indagaciones espirituales o las experiencias comunitarias, parecían inspirados por el mismo poverello de Asís» (pág. 85). Imagine el lector cómo recordé estas palabras cuando leí en el libro de Vicente Valero lo siguiente: «En la película de Franco Zeffirelli Hermano sol, hermana luna, de 1972, que yo vi siendo todavía un niño, colorida y almibarada, recuerdo una escena que, sin embargo, no recogen otras películas y novelas sobre el santo, creo que tampoco las Florecillas ni otras biografías de la época y posteriores, por lo que sería completamente original de sus guionistas, para quienes el Mayo del 68 y las comunas hippies habrían sido los referentes más inmediatos: un día, el ya atormentado Francesco descubre el sucio e indigno antro donde los trabajadores explotados de su padre se dedican a teñir los paños que lo hacen rico, lo cual le provoca una grandísima conmoción y angustia» (pág. 30). La coincidencia, también en otros momentos del libro de Valero, con ese paralelismo entre un sueño reformador del siglo XIII y unos ideales juveniles del siglo XX me llevó al texto de Basilio Sánchez, y me predispuso más aún en la lectura de El tiempo de los lirios. Pero no creo que esa empatía se haya impuesto en el disfrute de estas páginas como para no apreciar los muchos atractivos de este relato pautado en quince días —desde el 28 de marzo al 11 de abril—, que combina las notas de cuaderno de viaje con las eruditas de una antología de referencias cultas esenciales sobre la figura de san Francisco, y que van, muy bien traídas, desde textos literarios de diferentes géneros —la novela de Hermann Hesse, la poesía de Jacinto Verdaguer o el teatro de José Saramago—, piezas musicales como la ópera de Messiaen, hasta, por supuesto, las huellas artísticas de Pietro Vanucci, el Perugino, Pinturicchio o Giovanni di Pietro, llamado Lo Spagna, que constantemente surgen en el recorrido por la Umbria. O Umbría, como escribe Vicente Valero, que castellaniza también en Espoleto o Perusa, y no en Spello, Foligno o Bevagna. Sin querer ser fatuo, y después de haber conocido aquello, prefiero los nombres originales de mi experiencia, aunque uno siga escribiendo Turín, Milán o Venecia. Estas deliciosas doscientas páginas sugieren una especie de proceso de conocimiento sobrenatural, como el libro evocado de Simone Weil, una suerte de receptividad parecida a la de la pensadora francesa que hizo su primer viaje a Asís en 1937, sobre un proyecto utópico, un tiempo nuevo, cuya recreación por el escritor de Los extraños aporta en su lectura un anhelo de serenidad y de paz muy reconfortante. Y de volver por allí. Benéfico. 

miércoles, diciembre 04, 2024

Saul Steinberg

Poco queda ya para que concluya este año y, si hago recuento de lo visto en los once meses pasados, lo mejor, por cantidad y por novedad, ha sido esta magnífica exposición: Saul Steinberg, artista, que estará hasta el próximo 12 de enero de 2025 en la Fundación Juan March de Madrid. Puede extrañar que sea sobre un artista como el rumano judío Saul Steinberg (Râmnicu Sărat, 1914-Nueva York, 1999), que decía no pertenecer a un mundo, el del arte, que nunca había sabido muy bien dónde situarlo; sobre un viñetista, muralista, collagista, caricaturista, ilustrador, dibujante, escritor cuyos «monólogos artísticos dan vida a imágenes que son palabras, y a palabras que tienen la solidez de los objetos», como dice el crítico norteamericano Harold Rosenberg en un texto por primera vez traducido al español en el espléndido catálogo de esta muestra, un texto rescatado del que se publicó en el de la exposición Saul Steinberg celebrada en el Whitney Museum of American Art de Nueva York en 1978. Además, me ha parecido especial por haberla visitado pensando ante cada dibujo, cada postal, cada pieza de madera, casi cada trazo, en cómo disfrutaría mi hija Julia ante un acontecimiento así, la primera exposición retrospectiva en España de este singular artista, que es también la más amplia de las que se han hecho. Por si ella no tiene ocasión de verla, me traje el libro-catálogo en su versión en cartoné, para que pueda demorarse en todos los detalles de aquello que en la sala se observa con su lógica limitación temporal, mayor por ser una exhibición tan copiosa. Lo que se recoge en los capítulos en los que se organiza el recorrido por «La obra» —los textos serán las «Notas a pie de obra»— en este catálogo, desde los primeros pasos de un artista errante que comienza a publicar sus dibujos en la revista milanesa Bertoldo, hasta la configuración de una trayectoria en categorías formales y temáticas, como los dibujos, los objetos —dibujos que se escapan del papel y se hacen de tres dimensiones—, las ilustraciones de libros o las más afamadas para las portadas de The New Yorker desde 1945 a 1999. De este modo, en un precioso volumen, he podido leer traducida la biografía redactada por Gabriele Gimmelli, para el libro de una exposición milanesa de 2021-2022, las páginas fundamentales del ya citado Rosenberg, y de Alicia Chillida («Saul Steinberg: el signo errante»), que dedica su texto a la memoria del ministro José Guirao, o los trabajos más parciales de María Teresa Muñoz («Los tiempos de Steinberg. Entre la coyuntura social y el lector intemporal»), de Sheila Schwartz («Steinberg mira a los que miran») y de Francesca Pellicciari («Haikus geográficos: las tarjetas postales de Saul Steinberg»). Apelaba el artista a una complicidad de sus art viewers y creo que había mucha complicidad —también (o sobre todo) en el grupito de escolares atentos a las explicaciones de una guía— la mañana que visité la exposición en la March, en una sala que acoge muy cálidamente al visitante y que también contribuye a hacer de Saul Steinberg, artista esta gran experiencia del año.



domingo, diciembre 01, 2024

Luces de bohemia

Que unos actores digan subidos al escenario las palabras que uno ha estudiado y subrayado por ser geniales sigue pareciéndome una experiencia sobrecogedora, y siempre pienso en ello como una reafirmación de lo que significa el teatro. Tomando la idea de Lorca, cómo las palabras se levantan del libro y se hacen humanas. Si esas palabras son de Luces de bohemia («Soy poeta y tengo el derecho al alfabeto») parece que todo se realza y cobra una dimensión única. Creo que muchos de los que el pasado viernes 22 de noviembre estábamos en el Teatro Español de Madrid sentimos lo mismo. Lleno absoluto, con un buen número de bachilleres motivados para ver una obra de lectura obligatoria, un «clásico reciente de nuestro repertorio escénico», como escribe en el programa de mano Eduardo Vasco, autor de la versión y director del montaje, convencido de que el reencuentro con un texto que remueve tanto nos permitirá pensar en nuestro propio tiempo. Ojalá. Me alegro de que este experto en nuestro teatro clásico no se haya empeñado en buscar soluciones a ciertos rasgos de la expresión esperpéntica contenida en las didascalias del teatro de Valle-Inclán. Pienso, por ejemplo, en el ratón que saca el hocico intrigante por un agujero en la cueva-librería de Zaratustra en la primera acotación de la segunda escena. Se ha limitado, que no es poco, a leer sabiamente al inmortal Valle interpretando la matemática del espejo cóncavo o deformación sistemática y la perspectiva «levantado en el aire» sin traducirlas en distorsiones de algunos de los ricos elementos sígnicos del teatro. Todo lo más, la sutil apertura a la italiana del telón de alguna escena, como la primera, que potencia la representación de una celdilla de la colmena de «un Madrid absurdo, brillante y hambriento»; la portentosa entrada en la escena cuarta del Capitán Pitito con su trote épico sobre un enorme caballo de cartón; o la solución tan expresiva y tan estéticamente concorde con la intención de Valle de la breve escena grupal de la madre con su niño muerto y la pértiga de títeres. Por poner solo algunos ejemplos en los que se constata el extraordinario manejo de recursos que confluyen en este soberbio espectáculo, desde las imágenes proyectadas que refuerzan la ambientación de un espacio, la música en directo —de Eduardo Vasco y ejecutada por Iván López-Ortega (piano), Luis Espacio (guitarra) y José Ramón Arredondo (contrabajo y guitarra), que asumen también otros papeles—, o la estudiada iluminación, hasta una escenografía que puede sugerir la variedad y precisión realista de escena de costumbres de la taberna de Pica Lagartos y también la redacción de El Popular con una enorme plana de periódico que extravaga. Todo, en términos generales, sin separarse de un texto que el público conoce y del que no hay que alterar casi nada para su comprensión, que subraya su mordiente social, político y literario, y que incluso propone su momento de hilaridad para un público de hoy al que le basta que don Filiberto diga de Alfonso XIII —el primer humorista de España en la escena VII— que tiene «la viveza madrileña borbónica». Otra de las excepcionalidades de este Luces de bohemia es el elenco de veinticinco actores, toda una rareza en unos tiempos en los que los costes de un montaje se acortan empezando por el reparto, que en muchos casos puede condicionar la elección de la obra. La interpretación de los personajes principales, Ginés García Millán como Max Estrella y Antonio Molero como Latino de Hispalis, es magnífica, de principio a fin; pero el director ha sabido contar con un grupo en el que la presencia secundaria de algunas figuras adquiere una relevancia admirable por el buen hacer de actores como César Camino (Don Filiberto y Borracho), María Isasi (La Pisabien), Jesús Barranco (Don Gay y Sepulturero), y, por supuesto, de manera también destacada, el Rubén Darío de Ernesto Arias. Como ya ocurrió con alguna lectura contemporánea del genial Valle —el memorable Tirano Banderas de Lluís Pasqual de 1992—, este espléndido montaje del Teatro Español dirigido por Eduardo Vasco será un hito en la sustanciosa historia de la recreación escénica moderna del esperpento.