«El Viernes Santo amaneció plomizo» (Leopoldo Alas, «Clarín»)
Viernes, 10. A medida que van pasando los días la rutina y este protocolo impuesto repercuten en lo ordinario de manera tan dispar que la sensación es rara. A primera hora me toca batirme con una extraña dificultad para levantarme que nunca he tenido salvo por enfermedad. La ducha y el desayuno lo cambian todo; pero la activación dura poco. Es rarísimo. Porque de la cocina a mi mesa de trabajo en el estudio hay unos treinta pasos; pero tardo en llegar unos veinte o treinta minutos. Y es que en ese momento empiezo a caminar y no puedo dejarlo y voy acumulando ya las primeras cifras del día en el podómetro del móvil, dando vueltas como un tonto. No sé por qué no soy capaz de ponerme a trabajar en lo imperioso sin esa dilación. Luego viene una cierta euforia cuando me descubro escribiendo lo que tengo que hacer, adelantando con el trabajo. Cuando mi vecina me deja en la escalera el periódico, bajo a recogerlo y lo dejo en la cocina hasta la hora de comer. Mientras estoy comiendo, escucho la radio, sensible a cualquier estímulo por los datos de muertos, de contagiados o de altas, a alguna declaración política que me exaspera o a esos anuncios del Banco Santander o de Bankia que estos días buscan emocionar. Como lo cuento. Me gustó ayer ver que Javier Rodríguez Marcos en su serie diaria de recomendaciones de lecturas escribía sobre un título de encierro y epidemia como Los ríos profundos, de Arguedas, que también ha estado presente en estas notas, cuando di mi primera clase a distancia, hace diecisiete días. Qué coincidencia. Como esta otra. Hoy M. me ha enviado una imagen curiosa. Está terminando de leer El lugar de la cita (RIL Editores, 2019), de Luciano Feria. Lo sé porque la imagen que me envía es de la página 552 —la novela tiene seiscientas treinta y ocho— y en ella mi paisano habla de la «música de una canción con unas décadas de existencia, 1988, Resistiré, de aquel archifamoso Dúo Dinámico de nikis rojos de pico e impecables pantalones blancos de campana, una creación por tanto muy poco compatible con los cánones actuales de la discografía». Sí. Quién lo hubiese imaginado, ahora que la escuchamos todos los días varias veces y pronto estaremos hasta el pírolo de ella.
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