miércoles, diciembre 30, 2020

Cuidad del paraíso

© Javier Albiñana. El País
El periódico trae hoy en la última página un titular incitativo y con afán literario: «Erratas en la ciudad del paraíso». En la versión digital se convierte en un contundente y más faltón «Málaga homenajea con erratas a Vicente Aleixandre». Parece ser que en uno de los paneles que adecentarán el muro de la travesía Pintor Nogales de la ciudad andaluza han metido la pata con la transcripción del poema «Ciudad del paraíso», de Sombra del paraíso (1944). La dedicatoria «A mi ciudad de Málaga» —que, por cierto, es también la misma que la que llevó el poema pórtico de aquel libro— la habían hecho pasar por un verso; la palabra «luna» la habían transcrito como «lucha» —cuando lo suyo era «Allí fui conducido por una mano materna. / Acaso de una reja florida una guitarra triste / cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo; / quieta la noche, más quieto el amante, / bajo la luna eterna que instantánea transcurre.»—; y habían convertido en dos versos un versículo. Todos esos dislates se encuentran en la difusión del poema en internet, y me he entretenido un rato en comprobarlo. Por ejemplo, el error de lucha en lugar de luna está en páginas de poesía muy visibles como Amediavoz.com, y en otras; pero también en la transcripción del poema que publicó hace unos años La Opinión de Málaga en su versión digital y de la que puede colegirse que ha sido fuente directa ya que todos los errores son comunes; aunque, afortunadamente, reparables con algo más de gasto. Por eso, ese periódico debería hacerse mirar lo suyo de 2017 antes de publicar la colaboración de hoy sobre el asunto. El regocijo que tiene esta crítica textual de andar por casa, je. Me he acordado de unas líneas que escribí aquí a propósito de una práctica en una de mis asignaturas de cursos pasados en las que me lamentaba con ejemplos de la torpeza y el descuido en la presentación o transcripción de un texto literario que viene de la red, en la que parece que vale todo por una incomprensible relación que alguien ha establecido entre la gran difusión, la calidad escasa y el mal gusto. Concluimos en aquellas clases que no costaría nada que con la versatilidad del medio se aplicasen los mismos criterios que ya han funcionado desde hace siglos en la presentación de textos impresos. Sin embargo, no sé qué tendrá este medio para que un poema mostrado en una página de divulgación poética se vuelva fucsia sobre fondo negro, se enmarque con una orla dinámica y con destellos, o su tipografía sea la más elegante de la maleta de fonts. Para gustos los colores; pero, en literatura, rigor. Lo peor de todo, seguía yo, es la difundida ignorancia de que un soneto u otro poema, estrófico o no, se transcriba con sus versos centrados. Y es una plaga en la red. Menos mal que en Málaga han respetado, salvos los fallos, el aspecto de verso largo y marginado a la izquierda de un poema memorable. Sea, pues, y repárese, que nadie está libre de una errata.

martes, diciembre 29, 2020

Marcelino Cardalliaguet

© Diario HOY
 Por el muro en Facebook de Alfonso Domínguez Vinagre me he enterado de la muerte de Marcelino Cardalliaguet Quirant (1937-2020), que lamento profundamente. Alfonso fue compañero de claustro en el Instituto El Brocense de este intelectual comprometido, catedrático de Historia, escritor y político, y reconoce en su recuerdo la condición de maestro de Marcelino en el inicio de sus investigaciones históricas. Me consta ese influjo también en otros historiadores; sin ir más lejos, en mi hermano Josemari. Marcelino Cardalliaguet fue mi profesor de Historia en mi último curso —1979-1980— en el Instituto de Bachillerato «Suárez de Figueroa» de Zafra —daba sus clases recorriendo el pasillo central entre pupitres—, coincidiendo con las primeras elecciones municipales democráticas en abril de 1979, a las que concurrió como cabeza de lista del PSOE y por las que formó parte de la corporación zafrense como concejal y luego diputado provincial. Llegado a Cáceres ya en la década de los ochenta, continuó su carrera en la política municipal como concejal y teniente de alcalde del grupo socialista y su compromiso con la cultura local le llevó a participar en diversas instituciones oficiales como la Diputación cacereña y ciudadanas como el Ateneo, en las que siempre hizo valiosas aportaciones. Guardo una fotografía que nos hizo Múñez y que se publicó en el diario Hoy, en febrero de 1998, en la que compartíamos mesa en la presentación de las Actas del VII Congreso de Escritores Extremeños y del número 42 de la revista Alcántara, él como responsable del Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Cáceres; y fueron muchas las ocasiones en las que coincidimos por intereses comunes. Incluso circunstancias de la vida me llevaron a vivir en el mismo portal que él y su familia de la calle Diego María Crehuet, y los encuentros fueron siempre gratos y frecuentes. Ahí queda su extensa producción en forma de ensayos históricos en libros sobre Extremadura y Cáceres, sus colaboraciones en la prensa, sus numerosos artículos y reseñas –en Alcántara, en la Revista de Estudios Extremeños…—, muchos vinculados a la historia de la educación, como su biografía de Luis Sergio Sánchez (Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, 1995), cuya relectura ahora ofrece curiosos paralelismos con la trayectoria de Marcelino Cardalliaguet en el espíritu ilustrado, en la vida docente, en la labor intelectual y hasta en el contexto de la epidemia de cólera morbo que tuvo a Cáceres en cuarentena en el verano de 1854. Una historia que Marcelino Cardalliaguet contribuyó a divulgar y a conocer mejor. Sit tibi terra levis.

lunes, diciembre 28, 2020

El amor en los tiempos del cólera



 
No pude escuchar la emisión el pasado día 25 del «Cuento de Navidad de la SER» basado en la novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, como un homenaje a los mayores en estos tiempos de pandemia. Lo hice anoche, con mi ejemplar delante. (Nota bene para bibliófilos: tengo la primera edición en Bruguera de diciembre de 1985, una rareza entre un millón de ejemplares de tirada, je). Verdaderamente, no hay color entre la experiencia de lectura o relectura de una obra así y una ficción sonora de hora y media interpretada por buenos actores. Pero es extraordinaria la calidad de la adaptación de la novela por el escritor teatral y guionista Pablo Remón y la dirección de Ana Alonso, y quiero recomendarla porque estoy seguro de que los escuchantes pasarán un buen rato y sentirán la necesidad de volver sobre aquel texto magistral, como me ha pasado a mí. Es admirable cómo Remón selecciona fragmentos y frases de la novela sin apartarse del lenguaje de García Márquez y construye un relato radiofónico que combina el estilo indirecto de unos narradores con el estilo directo de los protagonistas sin que el lector deje de reconocer la obra original. No hay nada de lo esencial que no esté recogido en esta microversión de la novela. Me he acordado de una amiga que suele preguntarme cómo estoy y a la que yo muchas veces le he respondido con una frase parecida a esta que ni recordaba que estaba en El amor en los tiempos del cólera: «Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae». Aquí puede escucharse esta delicia, en la interpretación de actores como José Sacristán y Susi Sánchez —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza mayores—, de Ricardo Gómez y Greta Fernández —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza jóvenes—, de Juan Diego Botto como Juvenal Urbino, de Ana Wagener, de Nancho Novo, y de otras voces invitadas, como la protagonista del loro a cargo de Raúl Pérez o la de, entre más de una docena, de Primitivo Rojas. Un disfrute.

domingo, diciembre 27, 2020

Resonancia de Francisco Valdés

Principalmente desde los primeros años de la década de los noventa, cuando en 1993, la Editora Regional de Extremadura publicó una edición moderna de Letras, notas de un lector, de Francisco Valdés (Don Benito, 1892-1936), la figura de este atractivo representante de un regionalismo literario extremeño del primer tercio del siglo XX ha venido teniendo más difusión. Por los empeños de José Luis Bernal Salgado, responsable de esa edición rescatada de Letras, y de otro estudioso como Manuel Simón Viola, que, aparte sus trabajos sobre la prosa narrativa extremeña del siglo pasado, firmó junto a Bernal en 1998 y en 2013 dos ediciones anotadas de las 8 estampas extremeñas con su marco, otra de las obras principales del dombenitense. Son precedentes, como los de otros estudios parciales, que no restan fundamento a la denominación de «autor olvidado» que se lleva al título de este libro de Guadalupe Nieto Caballero. Leí buena parte de él en la tesis doctoral de su autora, dirigida por José Luis Bernal y Antonio Sáez Delgado, y que fue defendida en 2019 ante un tribunal presidido por el prestigioso Carlos Reis, de la Universidad de Coimbra, y en el que también estaba un especialista y gran experto en la Edad de Plata como el profesor Julio Neira. Contar con una monografía que estudia la obra de un autor tan esquinado como Francisco Valdés es un acontecimiento en el panorama de estudios de la historia literaria del siglo XX en Extremadura y me apetece celebrarlo de nuevo, ahora con la publicación de este Francisco Valdés en sus libros: estudio de la obra de un autor olvidado de la Edad de Plata (Berlin, Peter Lang, 2020). La obra está estructurada en cinco secciones que sitúan el marco de estudio en la Edad de Plata, o «la otra» Edad de Plata, la trayectoria biográfica del escritor, y el recorrido por la prosa creativa y la prosa crítica de Valdés, que está representada por sus dos ediciones de Estampas extremeñas con su marco (las cuatro en 1924 y las ocho en 1932), sus Resonancias (1932) y Letras. Notas de un lector (1933), que reúnen artículos sobre libros y autores, muchos publicados en la prensa de la época. Francisco Valdés despuntó en un ambiente y un contexto muy depauperados, poco propicios para que sus escritos fuesen reconocidos en unos años de ebullición de modernidad. Guadalupe Nieto repasa, a través de la prensa y de la obra publicada por Valdés, un tiempo crucial de la cultura española anterior a la guerra civil, y las aportaciones de su estudio son evidentes, tanto en la trayectoria biográfica como en la literaria, y en la localización y ordenación de un corpus disperso y extendido que luego pasará al formato de los libros que conocemos. Escribe en sus apuntes finales Guadalupe Nieto: «Valdés, en suma, ofrece al lector un conjunto de estampas vitales y literarias que reflejan un compromiso ético y estético con sus circunstancias. No hay dudas de que pese a su reducida bibliografía Valdés cosechó un éxito relativamente destacado para ser un autor procedente de un entorno provinciano entonces y un olvidado hoy» (pág. 153). Y en esos apuntes finales, en ese remate de un trabajo admirable, vuelve a aparecer —como en otro estudio académico dirigido por José Luis Bernal y que también devino en libro, el de Antonio Rivero Machina, Posguerra y poesía (Anthropos, 2017)—, el Rodríguez-Moñino de su construcción crítica y su realidad histórica como afán metodológico. Qué bien. Y qué bueno que nuestra mirada sobre la historia cultural se haga a partir de solventes trabajos como el de Guadalupe Nieto, cuya bibliografía como cierre es, hasta hoy, la más completa y exhaustiva que se ha publicado sobre el autor de Resonancias.

viernes, diciembre 25, 2020

Soñando caminos

La pandemia también tuvo la culpa de que leyese este libro en pantalla, y no en su edición en papel, que aún no he visto. Tuve la satisfacción de escribir una reseña que se publicará en la revista Cuadernos dieciochistas, y si lo traigo aquí ahora, además de para darle una difusión que merece como luminoso ensayo que sobrepasa el objeto de uno de los grandes autores del XVIII, es porque, como tantas otras veces, me llevó —indirectamente— a otros lugares que no caben en los límites de una recensión académica. En este caso, a la lectura de una deliciosa conferencia de Luis Rosales que publicó en Cuadernos hispanoamericanos en 1976, y que yo supongo que fue una de las que se dieron en la Fundación Universitaria Española en mayo de 1975, en los primeros estertores del franquismo. «De vez en cuando se repite un milagro, y esta tarde, a trancas y barrancas, intentaremos probarlo». Así empezó el poeta granadino su intervención, que luego se publicó ahí en un volumen extraordinario dedicado a los hermanos Machado en 1976. Rosales trató sobre el poema XI en redondillas de sus Soledades tan conocido: «Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas!...». Ahí está la clave del título del libro de Jesús Pérez Magallón: Soñando caminos: Moratín y la nación imaginada (Madrid, Calambur Editorial, 2019), que me llevó a conocer lo que Luis Rosales dice sobre que «todos los poetas tenemos influencias. Cuanto más grande es un poeta, es más sensible, también más inocente, y cuanto más sensible e inocente, más receptor será. […] Lo malo no es tener muchas influencias, lo malo es tener pocas, y lo malísimo, tener una». Me parece tan genial el poema que escuchar a un poeta tan inconmensurable como Luis Rosales hablar de esos versos es algo extraordinario, y escucharle decir que entre «los maestros de la poesía contemporánea ninguno ha valorado el folklore como Antonio Machado» (pág. 1030). También, añade, que, a diferencia del pensamiento racional, el pensamiento poético puede aceptar contradicciones, situaciones de afirmación contradictoria. A mí Rosales me trae buenos recuerdos de mis años de estudiante, de cuando hacíamos la revista Residencia, cuando publicamos en aquellas páginas una entrevista con él y el autógrafo de su poema «Autobiografía» que nos regaló (en Residencia. Cuadernos de Cultura, 7-8, de 1983). Desde entonces, siempre que pienso en Luis Rosales me acuerdo de Federico García Lorca. Claro. Todavía brinco con estas tonterías de jovencito. «¿Adónde el camino irá?».

jueves, diciembre 24, 2020

24 de diciembre

 


«Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Hoy he conocido por la prensa la muerte de Charo Cordero, la presidenta de la Diputación Provincial de Cáceres. Tenía 54 años y será despedida en la intimidad en su pueblo, Romangordo, del que era alcaldesa. En fechas señaladas como la de hoy, la dureza implacable de la muerte parece mayor. Y en un año como este todo es distinto e insólito. También la Nochebuena, que quiere ser vieja ya y despedir el año funesto. Yo he enviado mensajes de felicitación con el añadido de «¡A la porra 2020!», como si fuese el último día del año, como si fuese la Nochevieja. Hoy, en los periódicos, hay muchos anuncios a toda plana con el mismo sentimiento. Telefónica, con el anhelo por «un 2021 en el que las pantallas dejen de ser protagonistas de nuestros encuentros», juega con los «abzs» de 2020 que esperemos que sean «abrazos» en 2021; y El País envuelve su ejemplar con una sobreplana que es un gran anuncio de «Nos habría gustado contar un 2020 diferente», que se cierra en la última con un «Ojalá podamos hacerlo en 2021». En realidad, parece que queremos adelantar al 24 la despedida del 31. Será eso. Un 24 de diciembre de 1958 murió mi abuelo materno, a quien no conocí. Desde entonces, en la casa familiar todo fue distinto, y se obviaba la Nochebuena y la familia se reunía en Nochevieja. Algo parecido a lo de ahora. Es curioso; porque hoy he recibido un mensaje de una persona querida y allegada que me ha recordado que un día como hoy murió su padre. También ha compartido conmigo la fotografía de una edición de las obras de Miguel Hernández que ha comprado. Qué cosas, porque ella no sabe que ayer anoté antes de acostarme que hoy hace 85 años que murió Ramón Sijé, un 24 de diciembre. A él, el poeta dedicó aquello de «Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Feliz Navidad.

martes, diciembre 22, 2020

Cáceres Flamenco

Así se titula este disco que compré esta tarde. Volvía de tomar café y en la calle San Pedro tocaba y cantaba un músico sentado en el umbral de entrada de un hotel cerrado y con el estuche de la guitarra abierto con unos cuantos cedés. Le había visto cantando por bulerías al salir de casa y pensé en que si seguía allí al volver podría echarle con respeto unas monedas. O un billete de diez euros, que es lo que me costó el disco que, por supuesto, escuché al llegar a casa. Un euro por pieza, todas canciones conocidas, «Cartagenera», «Luz de luna», «Recuerdos de La Alhambra», entre otras. Qué pena que no hayan tenido el gusto y el cuidado de editar bien esta música que quedará ahí, sin créditos, sin fecha, casi sin nada más que un arte que merece la pena ser atendido. Sobre todo, porque viene de la calle. Me sorprende saber que a David de Rueda yo ya lo conocía. Por su voz entre las piedras de la parte antigua de Cáceres. En Santa María, y también en San Mateo… Acompañado de otro cantaor que ahora sé que es Reyes Montoyita. Me gustaría volver al sitio en el que mañana vuelva a ponerse David para comprarle otro disco para regalar a alguien que guste de la música como el que no sabe, como yo. Qué gusto. Ojalá esta entradilla pueda contribuir a difundir lo que hacen estos músicos de calle. Aquí, por ejemplo.

viernes, diciembre 18, 2020

Palindropedia (I)


Siendo MSV Miguel Salazar Vacas —mi compadre, abogado, gran lector, bibliófilo, del Atleti y uno de los fundadores de Laurel. Revista de Filología—, GHB Gonzalo Hidalgo Bayal —profesor jubilado, novelista excelso, lector ilustre— y MAL quien escribe y a cuyo ingenio bien cuadran las iniciales, procedo a reproducir algunos, solo algunos, de los palindromos —siempre he preferido la llaneza acentual de la palabra— que a lo largo de estos años de complicidad he ido recopilando. Añadiré otros de autores ajenos a nuestra relación palindromesca o palindromística y que merecen mención por su agudeza. Así pues, téngase en cuenta que es este tan solo un primer anuncio de una serie que puede tener continuidad —o no, según los signos de los tiempos. Diré que hay un precedente de esta entrada, del 7 de abril de 2007, que remite a una anotación en mis papeles de 1999, sobre lo mismo, y que convocó dos hallazgos: «Enamorarse es raro, Mané» (MSV) y «Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina», de José Antonio Millán, grato a GHB. Se sumó MSV en un comentario adjunto con «El birrete terrible». Y luego ha habido genialidades como «La i no merece ceremonial» (GHB) o «Se rodará para Paradores» (GHB), y torpezas como «Oh, no se ama eso, no» (MAL) y «Esa puta da tu pase» (MAL). Continuará. 

miércoles, diciembre 16, 2020

Surimonos

Esta tarde, a las 19:00, en la Biblioteca Pública de Cáceres, se presenta el libro Felicitaciones japonesas. Surimono: pintura y poesía. Edición de Javier Alcaíns. Traducción de Eiko Tomita (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020). Es una de esas aportaciones que el ilustrador y escritor cacereño viene haciendo desde hace muchos años para el conocimiento del diálogo entre palabra e imagen, tan fundamentado en sus propias obras. En este caso, es el fruto de unas exposiciones que promovió y acogió la Consejería competente de hace dos años y pico, creo, con el Plan de Fomento de la Lectura y la Editora Regional de Extremadura, y que pudieron verse en varias localidades de la región. De la nota de esta edición: «Surimono significa, simplemente, cosa impresa (suri: impreso, mono: cosa). Tan neutra definición no nos avisa de lo que nos vamos a encontrar: cosas impresas, ciertamente, pero llevadas a un alto nivel del arte. Ocupan un lugar de honor entre las obras que combinan pintura y poesía. Los surimonos son tarjetas de felicitación, principalmente de Año Nuevo, que en esa época comenzaba con la primavera, pero también podían crearse para otros acontecimientos, como un cambio de nombre o la invitación a un concierto. No se vendían: eran siempre un regalo, y esa es la primera diferencia entre estos y los demás grabados del ukiyo-e. Las encargaban, por lo general, los círculos de literatos, que escribían en ellas sus poemas. Por su misma naturaleza, los temas graves están excluidos: solo buscan mostrar la ligereza y lo festivo de la existencia. Aunque ya se habían realizado antes y seguirían realizándose después, el esplendor de los surimonos abarca desde la Era Kansei (1789-1801) hasta la Era Bunsei (1818-1830)». Un regalo es lo que nos ofrece, como siempre, Javier Alcaíns en esta nueva muestra ahora impresa. Yo hoy no salgo, pero voy a seguir la presentación desde casa pinchando aquí. 

domingo, diciembre 13, 2020

Padrino (Despedida)


Escribí aquí atrás sobre lo de la manía de casar fechas. Pues eso. Que el 13 de diciembre de hace diez años publiqué aquí una nota sobre mi padrino, que ha muerto hoy, 13 de diciembre. Estas coincidencias no son más que eso, una manera de ajustarse una cosa con otra, de convenir por una ocasión, por una circunstancia. Manuel Lucia Hernández (Zafra, 1940-2020) era mi padrino y tuve con él una relación muy especial, como con su hermana Pilar, mi madrina; porque fue entrañable sin ser frecuente ni constante. Muy entrañable. Recuerdo lo que le gustaba que le hablase de algún vínculo entre los toros —que era lo suyo— y la literatura —que era lo de su ahijado—, y hoy he acudido a un poema de Fernando Villalón que no sé si llegó a conocer y que dice que «Ya la blanca polvareda / llena toda la vereda. / Ya se acercan. Ya se escuchan sus bramidos. / Entre cruces de garrochas conducidos / el cortejo de los toros va a llegar. / Los jinetes majestuosos vienen ya…» La última vez que le vi, este pasado mayo, fue en otro entierro en el que todos estábamos muy tristes. Supongo que la vida nos dice que ha llegado el momento de tener que volver al lugar de infancia y juventud para reencontrarse con algunos en las despedidas de otros. La de mi padrino será mañana lunes, 14 de diciembre, a las 11:00 horas, en la Parroquia de La Candelaria de Zafra. Allí estaré.

Zimna Wojna

Han pasado más de diez años desde que escribí aquí una entrada que se titulaba «No dar crédito» en la que lamentaba que la televisión pública interrumpiese con brusquedad irrespetuosa la música y los créditos que forman parte de la conclusión de una película. No pongo comas para que vuelva a notarse mi indignación. Es como si te prestasen un libro y le arrancasen el índice y el colofón. Es una vergüenza. Y en una televisión pública que cínicamente dice que apuesta por el cine, y que no tiene publicidad —sí autopromoción—, es irresponsable. Hace unas horas he disfrutado viendo la película de Pawel Pawlikowski Cold War (2018), cuyo título original en polaco llevo a la cabeza de esta entrega indignada por el poco estilo de La 2 de RTVE. Una vergüenza. Yo casi siempre llego tarde a lo que merece la pena. Leí de mayor Guerra y paz y todavía no he visto decenas de películas eminentes. A la de esta noche pasada también he llegado después de un tiempo de su estreno, y me ha gustado mucho la luz de su blanco y negro, la historia de sus amantes, la música, mucho, y esos encuadres, que fascinan tanto en la televisión de casa porque te mantienen sentado en tu sitio cuando podrías levantarte a por otra cerveza. La película me ha entusiasmado; pero me ha indignado mucho que, cuando iban a mostrarse los créditos, después de la dedicatoria a los padres del director, y cuando sonaba una versión de las Variaciones Goldberg —además, sí—, nuestra televisión pública me haya privado de lo demás. Desastroso. No creo que cueste tanto solucionar esto que es vergonzoso. Zimna Wojna, de Pawel Pawlikowski, con Joanna Kulig y Tomaz Kot, como intérpretes principales. Muy recomendable.

viernes, diciembre 11, 2020

La noción del cero

Sentí mucho la muerte de Fulgen Valares (1972-2018). Participar mañana en un acto en su homenaje es una estupenda y creativa manera de recordar quién fue y lo que hizo. Esencialmente, lo de mañana sábado a las doce será la presentación de su obra póstuma La noción del cero, publicada por el Ayuntamiento de Montijo este año como ganadora del Certamen de Relatos Cortos «Rafael González Castell» en su vigésima primera edición. Tras el fallo del jurado, se difundió una nota que calificaba el texto de Fulgen como una «historia hábilmente narrada de un pobre hombre, un don nadie, un cero a la izquierda, cuya moral irá degradándose hasta límites insospechables para él mismo», como una «novela bien construida, con personajes muy verosímiles y situaciones de plena actualidad». Todo cierto; pero me quedo con lo de que está hábilmente narrada y bien construida, que es lo que importa y lo que considero que importaba a su autor cuando la escribió. Cómo combinó el relato en tercera persona con diálogos bien trazados sin necesidad de apoyos de contexto; cómo tuvo que meter en menos de cien páginas caracteres de novela y un final de relato corto. En fin, cuestiones de género que hacen grande a este oficio. Al de la lectura me refiero.

jueves, diciembre 10, 2020

Tiempo libre

© Enrique Flores. El País.

La rapidez salva vidas y la lentitud puede abrigarlas. Es lo que diferencia la eficacia de la vacuna más veloz de la paciencia en esperarla respetando todas las medidas. La distancia que hay entre ser el primero y proclamarlo con interés, con alharacas, y aguardar con la responsabilidad del sentido común, sin llamar la atención. El sábado, como dije, leí el artículo de Nuccio Ordine («Perder tiempo para ganarlo»), que me parece muy recomendable. Tiene razón, creo, en que «tomarse su tiempo no significa perder tiempo, sino, por el contrario, ganar tiempo, adueñarse del tiempo», y que dedicar las horas a los afectos, a la reflexión o la conversación, a oír música o contemplar una obra de arte significa ganarlas para uno mismo y para los otros, y, como concluye Ordine, «contribuir a que la humanidad sea más humana». Comparto esta defensa de la ociosidad, parecida a la que leí de Stevenson; pero en esta era que vivimos la velocidad tiene su gracia. El tiempo que ganamos con los medios tecnológicos de que disponemos debemos utilizarlos para un mejor rigor en el trabajo. Es sencillo. No se trata de trabajar más deprisa, sino con mayor intensidad y con la garantía de una mejor presentación de lo que hacemos. Precisamente, gracias a que llegamos antes a conseguir un dato, a revisar un texto, o a contar las veces que una palabra se repite. Así que el tiempo ahorrado en eso, deberíamos emplearlo en frenar, en pararnos a reflexionar, en hacer mejor el trabajo, en pensar despacio. Todo un lujo después de tan frenético modo de vida en el que por momentos nos dejamos envolver. Parar y templar, sin necesidad de mandar.

domingo, diciembre 06, 2020

En defensa de los ociosos

Hay viernes que no voy al campus, y convierto mi casa en el lugar guarecido que viene siendo desde que el desastre se instaló ahí afuera. Gozo aquí de una tranquilidad que no tengo en la Facultad —a pesar de las precauciones—, ni en la calle, ni en las tiendas. Y, con todo, uno sale, va a comprar, recibe a poca gente en casa y acude a trabajar a su lugar de siempre. El pasado viernes no salí más que para recoger muy temprano el periódico y desayunar con él. (En primera: «España sale del riesgo extremo por primera vez desde septiembre». En la última, la columna de Juan José Millás, fecundado por una imagen de Antonio Machado: «Allá, en las altas tierras [sic], / por donde traza el Duero / su curva de ballesta…». Y en El Cultural Clarice Lispector en portada, la reseña de Los ancianos siderales, de Luis Mateo Díez, a quien estaba escuchando en la radio, un anuncio de un clásico de Quevedo que voy a comprar y las «Hostias negras» de Luis María Anson, el artículo sobre la negritud que me llamó tanto la atención que acudí a un ejemplar que no recuerdo bien cómo llegó a casa de su libro La negritud, publicado en 1971 por Ediciones de la Revista de Occidente). Salto el paréntesis para decir que a veces lo leído nos lleva a algo vivido, o a algo que forma parte de nuestro entorno, como un poema que nos trae el mismo gesto de una amante que un día nos tomó de la mano. Y hay ocasiones en las que lo sentido en propia carne se corresponde en coincidencia con una lectura que a uno le visita después de haberlo experimentado. Como este pasado viernes, en el lugar guarecido que aparece en este delicioso ensayo que me trajo de Barcelona como regalo mi hijo Pedro y que habla del placer de permanecer a resguardo del viento, como acurrucado en un refugio. Es un librito de la primorosa colección «Great Ideas» de Taurus —ay, Penguin Random House Grupo Editorial— con unos breves ensayos de Robert Louis Stevenson en traducción de Belén Urrutia. Contiene ocho reflexiones sobre la vida —pues todo es vida, desde los lugares hasta las lecturas— que son muy gratas y que he revisitado sin saber que el pasado jueves 3 de este mes se han cumplido ciento veintiséis años de su muerte en Samoa, como recordó el mismo viernes del que hablo Elías Moro en su página de Facebook. El escocés escribe sobre el deleite de los lugares desagradables, que es cuando se refiere al placer de sentirse guarecido; escribe sobre enamorarse, que es —dice— «la única aventura ilógica, la única cosa que nos sentimos tentados de considerar sobrenatural en nuestro trivial y razonable mundo» (pág. 34), un accidente simple que es beneficioso y asombroso; escribe también sobre la vejez huraña y la juventud, como dos de las estaciones de la vida con las que hay que estar acordes en su momento y saber cambiar cuando las circunstancias cambian, pues en eso, dice Stevenson, consiste la verdadera sabiduría. Y escribe una apología del ocio, u ociosidad, «que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante» (pág. 7), una apología que va más allá de eso y que se convierte en una vindicación de la felicidad, en la de los demás y en la propia, como una siembra de beneficios anónimos, pues —dice Stevenson— que es «mejor encontrar a un hombre o una mujer feliz que un billete de cinco libras». Y yo añado que cuando alguien te confiesa su desdicha y pesadumbre es peor que la indigencia de estar sin libra alguna, sin duro alguno. Y es verdad que lo leído parece que genera un campo de afinidades que atrae otras actitudes, o, en este caso, otros textos. El sábado, ayer mismo, leí en el periódico el artículo de Nuccio Ordine «Perder tiempo para ganarlo», que vuelve, como Stevenson, a reivindicar el uso placentero y lento del tiempo fuera de toda utilidad u objetivo práctico y rentable. (Esto último, aderezado con una reflexión sobre la velocidad moderna, quizá me dé para otra entrada). En fin, que el ensayito de Stevenson es un libro deliocioso.

martes, diciembre 01, 2020

Odi et amo


Mañana miércoles acompañaré a Hilario Bravo en la presentación de su más reciente propuesta artística. Una carpeta con cinco serigrafías a tres tintas sobre preimpresión y un folleto que ha editado bajo el catuliano título de Odi et amo en una tirada de cuarenta copias numeradas y firmadas, más ocho pruebas de autor marcadas con números romanos y dos pruebas de estado. La edición tiene el patrocinio de la Diputación de Cáceres, y por eso mañana nos acogerá la Casa-Museo Guayasamín de Cáceres (Ronda de San Francisco, s/n), con aforo limitado. Aunque el título Odi et amo invoca uno de los poemas que no están iluminados de la antología de los veintitrés dedicados a Lesbia, su justificación es obvia en la representación conjunta que la obra propone de esos dos espacios, de esa división de la realidad pintada, y, por consiguiente, vivida, que se presentan contrapuestos en estas piezas. Mañana será un placer, nuevamente, hablar con el artista sobre su obra. Parece que, aunque no sé bien a quién, hay que confirmar asistencia.