domingo, noviembre 27, 2016

El primer día


Uno de los mejores ejemplos de que el discurso poético de ruptura que viene desarrollando Julio César Galán (Cáceres, 1978) no puede disociarse de un eje temporal, de una concepción diacrónica del texto, es esta trilogía de tan expresivo título como El primer día (Sevilla, Ediciones de La Isla de Siltolá, 2016). El ordinal marca un punto de partida en una línea de tiempo y dentro encontramos un primer libro titulado Para comenzar todo de nuevo, que contiene el sema esencial de una revisión en toda regla, una especie de consciente retrospección sobre un material poético que se convierte en un elemento inductivo de la memoria, como un álbum de fotos que activa el recuerdo. Ese material está conformado por ese primer libro y por dos más: Con orejas de trébol y Montoncitos de desnudez; y los tres se sitúan en un dilatado espacio de años, desde 1996 hasta 2015, en dos fases, una de siete años hasta 2003, y otra, más larga, de doce, como explica la «Nota del autor» que abre el libro. Toda esta propuesta cuya cara más visible es la de la ruptura y dislocación del texto poético en todos sus niveles, desde la grafía a la estructura, está en permanente contacto con una secuencia cronológica real, con la idea de proceso. Así, el libro alude permanentemente al tiempo y al paso del tiempo, con la indicación de horas y minutos —poema «(Muñeca rusa)»—, con la prevalencia de un verso («como el primer año de vida», en página 36), con la datación de poemas, de trozos de poemas, de notas o de versos («Ya eres: 22/12/2015. Estás en casa con tu hijo»), poniendo de manifiesto que el texto se inscribe en una secuencia temporal que puede partir de un momento anterior al texto, continuar en dos o tres fases de su escritura y reescritura y que se materializan en dos o tres versiones («Versión original», pág. 45), y concluir, sencillamente, en «el instante en que el autor termina el libro», del último verso de todos. Así pues, la idea de ruptura de la poesía limada de Julio César Galán, tan espacial, tan notoriamente pegada a una superficie textual, es la que se impone; pero debajo está esa corriente que no es palabra sino tiempo. Eso sí, lo que subyuga al lector y lo que pide a éste el autor —o las voces del autor— tienen que ver con el enunciado poético que rompe el verso, la estrofa, el poema, el libro; que traspasa límites genéricos y adopta formas del ensayo o del cuadro dramático; y que, conceptualmente, subvierte o relee un canon y una manera de comprender la vida. Nada nuevo, pues. La ruptura puede estar en un idilio de Iglesias de la Casa como en un poema de Leopoldo María Panero; y tan convencional, a estas alturas, puede llegar a ser un caligrama que un soneto. El lector siempre estará ahí. Por eso, el de Julio César Galán es un proceso nada convencional de construcción de una obra, variado, muy interesante entre los que conocemos en la poesía española actual, y en el que no han faltado tanteos de todo tipo en diferentes géneros —teatro, ensayo, poesía—, formulaciones teóricas como la antología Limados. La ruptura textual en la última poesía española (Edición y prólogo de Óscar de la Torre. Epílogo de César Nicolás y Marco Antonio Núñez. Madrid, Amargord Ediciones, 2016) y ahora un compendio cronopoético como El primer día. Para leer con tiempo.

viernes, noviembre 25, 2016

Ángel


Creo que es el nombre que más veces aparece en este blog desde su apertura en junio de 2005. Ángel Campos Pámpano. Hoy se cumplen ocho años de su muerte y hoy mismo, en su pueblo, se organiza un acto en su recuerdo en la casa materna de San Vicente de Alcántara, en la que también se impondrá la evocación de Paula Pámpano, la madre del poeta, fallecida en abril de 2001, la protagonista de la sentida elegía La semilla en la nieve, uno de sus libros más eminentes. Varias veces he dicho en público que me acuerdo todos los días de Ángel, que hay circunstancias de mi vida, objetos en mi casa, libros en mi biblioteca o conversaciones que me traen todos los días la grandeza del amigo escritor con el que todos los años desde su muerte buscamos reencontrarnos allí donde nació. En esas ocasiones he apreciado en quienes me escuchaban un gesto de incredulidad, una manera de callarse por respeto que eso no puede ser, que algo debo de exagerar. Para ellos será así. Noviembre siempre es más propenso a su recuerdo; pero este ha sido especialmente memorioso por varios hechos. La convocatoria de la tercera edición del Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven que lleva su nombre. El encargo que me hizo Juan Ramón Santos, presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, para preparar la entrada de Ángel en el nuevo Diccionario de Autores que va creciendo en la página de la AEEX. En ello estoy, en volver a sus textos y a su vida para disponer una nota bio-bibliográfica. El recuerdo siempre puntual de Carlos Medrano, que este año nos ha traído un texto en homenaje a la poesía de Ángel del joven poeta Carlos García Mera. O la lectura de un espléndido y contundente libro de poemas de un gran amigo de Ángel, Tomás Sánchez Santiago, Pérdida del ahí (Armargord Ediciones, 2016), en el que ha incluido aquel poema en prosa («Cuarto aniversario») que le dedicó y que terminaba: «Contrario al epitafio consabido, la levedad ha llegado a hacerse tierra. Transferencia espesa. Rumor que dio en cal porque nombrarte ya es fijarte a lo que importa, ponerte en pie sobre los pedestales donde aguantan, indemnes, las melodías sobrevenidas y los rostros necesarios. Ángel.» (pág. 72). Así que me consuelo pensando en que soy como el pajarillo solitario del salmo (Vigilavi et factus sum sicut passer solitarius in tecto), menos sublime, más mundano, y que desde aquí arriba sigo ayudando a mantener viva la memoria de los hechos y los textos de mi amigo Ángel Campos Pámpano. Y me imagino que lo tengo sentado al lado mientras yo conduzco, como tantas veces, llevándolo de un sitio a otro. Hoy, por ejemplo, le llevaría a su pueblo, a San Vicente de Alcántara. A su homenaje.




jueves, noviembre 24, 2016

Esto no es la literatura (I)


Cuando leí el 23 de septiembre pasado en El Cultural el artículo de Ignacio Echevarría «Memoria borrada» —el reclamo de la portada era más llamativo: «Bolaño borrado. La historia silenciada de los inéditos del escritor»— me irrité porque se aireaba, como si fuese una noticia literaria de importancia, un asunto particular sobre el que muy pocos pueden tener opinión fundamentada. Hoy, El País, para criticar el estúpido e ineducado gesto de Unidos Podemos de ausentarse ayer durante el minuto de silencio que se guardó en el Parlamento por la muerte de Rita Barberá, ha llevado al editorial que «el populismo busca la diferenciación con gestos, afirmaciones o espectáculos destinados a ocupar las primeras páginas de los periódicos y las aperturas de informativos de radio y televisión». Acabáramos. Como si la política, en general y de todo color, no tuviese el golpe de efecto como un principio definitorio. Y los actores mediáticos. Y los expertos en publicidad. O los periódicos en connivencia con las editoriales, como El País. Hoy, en el mismo periódico, publica Ignacio Echevarría una réplica —«Desmentido de un presunto albacea»— al artículo de Carolina López, viuda del escritor chileno, publicado ayer también en El País —«La verdad sobre Bolaño». ¿Pero la verdad sobre Bolaño no está en su literatura? ¿De verdad van a venderse más libros de Roberto Bolaño por esto? Desgraciadamente, sí; hay que admitirlo. Aunque, en fin, algunos ingenuos computemos en cuentas distintas los libros que se venden y los libros que se leen, porque nos vale más que se lean, que es la única manera de saber desobedecer a los que mandan. No. Esto no es la literatura. La literatura es la obra escrita por Bolaño, sus libros, que no sé si la gente lee con la misma gana y el mismo aprovechamiento que estos líos que no sobrepasan los tabiques de los más allegados y a los que se da tratamiento periodístico de revelación. La obra de Roberto Bolaño se funda en la derrota, escribió Miguel Casado en un luminoso ensayo sobre la poesía —sí, la poesía— del autor de 2666 —Miguel Casado, Literalmente y en todos los sentidos. Desde la poesía de Roberto Bolaño, Madrid, Libros de la resistencia, 2015—; y algunos están empeñados en sacar el partido que sea a su posteridad. Qué lejos esto de las ideas-juego de Amalfitano, el personaje de la novela citada, qué lejos de convertir el caos en orden (literario).

miércoles, noviembre 23, 2016

Lecturas


Hay semanas en las que leo más páginas inéditas que textos ya publicados. Debe de ser lo más parecido al oficio de editor. Novelas y libros de poemas impresos en folios y encuadernados en canutillo, tesis doctorales... ocupan buena parte del tiempo de un profesor que, además, puede leer también originales de premios literarios en los que participa, libros de amigos y trabajos de fin de máster o de grado. Uno siempre tiene que compaginar estas lecturas inducidas con las elegidas; pero las primeras pueden ser de libros ya publicados para los que alguien solicita una reseña o un comentario. Yo me refiero ahora a esas páginas que también hay que leer por razón profesional, pero que no ven la luz, y, si la ven, es tan escasa que casi no tienen eco; y tu lectura, pasado el tiempo, resulta ser algo así como un acto secreto e invisible, sin trascendencia alguna. Pero de enorme importancia, a mi parecer. Por esto, a veces sonrío cuando me preguntan si he leído la reciente novela de — valga el caso— Fernando Aramburu. (Excelente, dicen lectores de los que me fío). Mi ritmo de lectura es otro. Alguien diría, para no provocar, que es un modo de lectura que intenta ser honesto —en el que la completitud es el colmo de la honestidad—; pero yo digo que mi modo es otro, más lento, simplemente. Y por esto mismo, a veces reparo en que aún no he leído las obras completas de Teresa de Jesús y que sigo posponiendo la de Le Père Goriot —dos gotitas en una inmensidad— y me invade el desasosiego de arrojar al jodido contenedor de papel tanto folio en canutillo. Nunca lo hago. Ni lo haré. Modos de lectura, en fin.

viernes, noviembre 18, 2016

Contra la democracia


Está claro que no sirvo para la crítica de urgencia. A veces sí, a veces no. El pasado sábado 5 de este mes de noviembre —media entrada en el Gran Teatro de Cáceres— fuimos a ver Contra la democracia, el más reciente montaje de Teatro del Noctámbulo. La obra de Esteve Soler fue Premio Serra D'Or al mejor texto teatral de la temporada 2012 y es la pieza central de la trilogía que compone con Contra el progreso y Contra el amor y que expresa un modo de indignación ante la deturpación de conceptos tan indispensables. Solo tengo noción muy superficial de los numerosos montajes del texto en varios países de Europa; pero intuyo que el de la compañía extremeña —quizá por la perspectiva que le ha dado el tiempo trascurrido— es uno de los más sólidos y más destilados. Esto de la destilación del texto es importante. Porque Contra la democracia, que parece nacido de las brasas del movimiento del 11-M de 2011, y reivindica derechos o valores que, desdichadamente, siguen sin consumarse, es, en lo que a esa reivindicación se refiere, demasiado previsible, elemental y sinóptico. Más eficaz ante un público joven al que hay que mostrar el atropello; y no tanto ante el ya indignado por el abuso. (Poco público joven había en el Gran Teatro esa noche). Y claro que es insostenible la acumulación sin término de riquezas de unos países en un mundo con los recursos naturales limitados, claro que es verdad lo que se dice; pero hay formas no tan básicas de decirlo. Incluso con la lectura —como se hace— de frases que van pautando un texto sugerente y variado, distribuido en siete cuadros, y que es pretexto para lo que fuimos a ver y felizmente vimos. Un excelente montaje teatral sostenido con la garantía de una cabeza de cartel en la que están José Vicente Moirón y Memé Tabares —que interpreta su papel con una férula en su brazo izquierdo. Acompañados en escena por un experimentado y solvente Gabriel Moreno y una joven Marina Recio ávida de rodaje. Saben muy bien representar unos cuadros escénicos que parecen remitir a la tradición teatral parisina del Grand Guignol con contenidos terroríficos —gore—, absurdos o de impacto social. El motivo escenográfico de la telaraña, que ambienta el primer cuadro en el que una mujer da a luz a un artrópodo que todo lo devora, se mantiene simbólicamente a lo largo del resto de secuencias, en las que, entre otras, salen políticos corruptos —qué novedad—, la exmujer de un político corrupto —qué novedad—, un amigo que derriba a otro de una pedrada y se sube a su despojo, unos vecinos incapaces de saber qué hay después del número 6, ni del piso sexto, una mujer afgana que nos increpa sobre su libertad y su presidio o dos sátrapas, dos villanos, dos genocidas que someten a una camarera representados en Leopoldo II de Bélgica y  Dick Cheney, vicepresidente de los EEUU entre 2008 y 2011. Todo se nos muestra como el resultado inapelable de lo que hemos construido y estamos construyendo. Aunque yo me apeo; pues quiero contribuir con todos los instrumentos a mi alcance —el otro sábado, con una entrada de teatro— para que nada de lo representado siga siendo irremediablemente real. Hay que felicitar a Teatro del Noctámbulo por este trabajo y recomendarlo para que se conozca esta manera tan profesional de levantar en escena un texto para que sea premiado. Y porque, en una democracia tan precaria como la que tenemos, relatos así siguen siendo necesarios. Lo dicho: Contra la democracia, de Esteve Soler. Por Teatro del Noctámbulo. Intérpretes: José Vicente Moirón. Memé Tabares. Gabriel Moreno. Marina Recio. Dirección: Antonio C. Guijosa. Escenografía: Mónica Teijeiro. Vestuario: Rafael Garrigós. Iluminación: Daniel Checa. Caracterización y maquillaje: Pepa Casado.

jueves, noviembre 17, 2016

Gil Novales


Me ha sorprendido la noticia de la muerte este pasado lunes de don Alberto Gil Novales (Barcelona, 1930-Madrid, 2016), que he sabido por la esquela puesta hoy en El País por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Lo lamento mucho. Mi trato con él siempre estuvo asociado al estudio de la cultura y del pensamiento en la España de los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, en el que él siempre ejercía de maestro y yo de aprendiente. Su recuerdo ahora aviva el de Fernando Tomás Pérez González (1953-2005), en cuya tesis doctoral, defendida en Madrid en marzo de 1999, coincidimos. Posteriormente, vino a Cáceres en enero de 2006 para decir una conferencia «A propósito de educación y cultura en el liberalismo temprano», en un homenaje, precisamente, a Fernando T. Pérez en la Facultad de Filosofía y Letras —«la aspiración a una vida civilizada y culta no desaparece para siempre por que un pueblo haya sido derrotado una vez, o dos o más veces», dijo allí—; y luego participó en el congreso sobre Espronceda que celebramos en Almendralejo en 2008, en el segundo centenario de su nacimiento. Uno de nuestros últimos encuentros fue en Cádiz en octubre de 2012, en el V Congreso Internacional de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, cuando tuve el honor de presentar —en la fotografía— su ponencia plenaria «Ilustración, pensamiento utópico y Constitución». Recordé allí el recuerdo que le dedicó Juan Goytisolo en un artículo publicado en el diario El País (2 de octubre de 2011) al referirse a su primera obra, Las pequeñas atlántidas. Decadencia y regeneración intelectual de España en los siglos XVIII y XIX (Barcelona, Seix Barral, 1959). Desde aquellos inicios don Alberto empezó a mostrar esa actitud especial del historiador con su objeto de estudio, que ayuda al progreso y bienestar de una sociedad a través, como él, de la investigación sobre las claves de su modernidad, desde el fin del Antiguo Régimen hasta momentos y figuras principales de todo el siglo XIX. Fue profesor en la Universidad Complutense de Madrid, tras haberlo sido desde 1964 en las Universidades de Madrid y Autónoma de Barcelona, y haber impartido también historia y literatura española e hispanoamericana en Estados Unidos. En la historiografía contemporánea son ineludibles sus trabajos Derecho y revolución en el pensamiento de Joaquín Costa (1965); su clásico extraordinario Las Sociedades Patrióticas (1820-1823) (Madrid, Tecnos, 1975); El Trienio Liberal (Madrid, Siglo XXI, 1980) o el Diccionario Biográfico del Trienio Liberal (1991), que tuvo sus ampliaciones por secciones regionales en el Diccionario con los personajes extremeños, que publicó la Editora Regional de Extremadura en 1998 o en el Diccionario biográfico español. Sección aragonesa que editó el Instituto de Estudios Altoaragoneses en 2005.  Estas últimas obras han sido pasos firmes hacia la magna creación de toda una vida, nunca mejor dicho, en el Diccionario Biográfico de España (1808-1833). De los orígenes del liberalismo a la reacción absolutista. Madrid, Fundación Mapfre, 2011, 3 vols. 25.000 entradas biográficas. En 1983 fundó la revista Trienio. Ilustración y Liberalismo, que se sigue publicando gracias a su colaborador Lluís Roura. A éste y a su discípulo Juan Francisco Fuentes debimos el homenaje que se publicó en Editorial Milenio, de Lérida, en 2001, bajo el título de Sociabilidad y liberalismo en la España del siglo XIX. Homenaje a Alberto Gil Novales. En ese volumen había una relación de más de doscientos cincuenta ítems de lo publicado por Gil Novales. Han pasado quince años desde aquello y hasta hace muy poco don Alberto no ha parado de trabajar y publicar —en el número 66 de Trienio, de noviembre de 2015, unas cartas de Alfonso Reyes y Roland Mortier—.  Escribió: «No quiero decir que baste la cultura para que el hombre llegue a ser hombre: sin la cultura el salto será gallináceo, pero es necesario para la perfecta hominización que actúe la voluntad de cada uno de nosotros, la voluntad de proceder con criterios éticos, la voluntad de contar con los demás y de respetarlos, aunque el prójimo tenga otro color de piel, tenga otra religión o no tenga ninguna...». Mi abrazo y mi recuerdo.

miércoles, noviembre 16, 2016

Cáceres Express


Para mí —naturalmente— es el libro del año. Tenía que haber salido en la pasada primavera; pero parece que alguien ha decidido empezar a poner trabas a la edición de libros desde editoriales públicas tan prestigiadas durante años como la Editora Regional de Extremadura, cuyo capacitado director Eduardo Moga y profesionales de reconocida valía, como María José Hernández, pueden resultar víctimas primeras de una burocracia que no sabe de creatividad, de oportunidad editorial ni de difusión cultural. Cuando, hace ya unas semanas, en octubre, me enseñó Julia uno de los primeros ejemplares que le llegaron y me quedé solo en la mesa en la que habíamos comido, volví a leerlo completo. Y volvió a entusiasmarme. Sí, lectura de padre. Sí. De padre. Y de muy señor mío. Pero lectura de un libro con la frescura de los sueños juveniles, de la formación del gusto, de las pasiones tempranas, de las ganas de aprender. Sé por qué estoy convencido de que este diario de viaje ilustrado —travelogue— de «una cacereña con morriña y ganas de dibujar», que quiere compartir su visión muy particular de la ciudad en la que nació, va a gustar a propios y a extraños. A los propios porque estamos faltos de demostraciones desinteresadas del valor de lo nuestro cercano y cotidiano y de la calidad de la vida que vivimos sin cinco estrellas ni productos de luxe; mal que les pese a quienes están empeñados en auparnos a una vida de cine. A los extraños porque Cáceres Express puede ser un divertido plano para moverse por algunos de los lugares más recomendables de la ciudad. Otra vez: a una ciudad sostenible. No a un parque temático ni a un plató. Julia, en su obra, también es sensible a esto, y se nota que quiere que su ciudad sea amable, vivible. Su propuesta dibujada es fresca, como los textos que acompañan las ilustraciones. Como los buenos y honestos autores, ella ve ahora con cierta distancia unos dibujos hechos hace un tiempo sin los atributos que hoy conoce más de cerca; pero no debe arrepentirse de nada. Al contrario. Su vocación es grande; y no es lo único que la avala. Grandes son en su libro la variedad de registros figurativos y la amenidad del relato, y tanto en el trazo como en el texto Julia disfruta y logra que disfrutemos con el detalle de lo subjetivo. Un placer. Un placer que estoy deseando confirmar con quienes tengan la gana de leer este mi entrañable Cáceres Express. That's all folks!, por el momento.

Julia Lama, Cáceres Express. Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2016. 64 págs.

jueves, noviembre 10, 2016

martes, noviembre 08, 2016

Métrica española

Dos alejandrinos polirrítmicos: «La desvergüenza avanza a la luz del día como / las olas de un mar de heces bajo la luna llena» —Juan José Millás.


viernes, noviembre 04, 2016

Viaje de estudios

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Álbum

miércoles, noviembre 02, 2016

CICLE


martes, noviembre 01, 2016

Mañana no vengo

Me lo dice alguna vez un compañero que pasa en mi Facultad más horas que las que están funcionando el aire acondicionado en verano y la calefacción en invierno. Es noticia. Por eso avisa: «Mañana no vengo». Parece una frase tonta; pero dicha por cualquier trabajador que no sea profesor de universidad, como mínimo, implica un certificado médico, un descuento de la nómina, un justificante o una amonestación del jefe. Por eso me llama tanto la atención que algunos colegas se quejen. Incluso del horario. Es una vergüenza. Decimos todos que en esta Universidad terminamos el 20 de julio —algunos— y comenzamos las clases antes que los niños de Primaria. Es verdad. Y en agosto hay profesores —algunos— que atienden por correo electrónico las consultas de los estudiantes que tienen que presentar sus trabajos de fin de grado en los primeros días de septiembre. Pero cualquier queja dicha en medio de la calle, con la que está cayendo, supondría, cuando menos, una amonestación, un certificado médico, un descuento en la nómina. Una merma de dignidad. Quizá también me llama la atención escuchar en la calle lo de «Mañana sí voy». Sobre todo, si se trata de alguien que ha encontrado trabajo.