jueves, junio 30, 2005

TextoEscena

En el XVI Festival de Teatro Clásico de Cáceres, durante los días 17 y 18, y 23 y 24 de junio, ha tenido lugar un taller, TextoEscena, que ha ofrecido al público una manera distinta de leer y ver el teatro, poniendo en relación el texto con la representación. Hemos tenido la suerte de centrarnos en dos de los mejores montajes de esta edición del Festival: El lindo don Diego, de Agustín Moreto, en una versión de Rafael Pérez Sierra —sabiduría sobre el teatro clásico—, con la dirección de Denis Rafter y por la compañía Darek Teatro; y La tempestad, de William Shakespeare, en versión y dirección de Helena Pimenta —sabiduría sobre el genio inglés—, por UR Teatro, que nos ha deleitado en varias ediciones del Festival.
La experiencia ha sido gratísima. Porque hablar durante un par de horas sobre el texto clásico y luego ver la obra; y al día siguiente, hablar sobre lo visto y tener una tertulia con la dirección y los actores debe de tener el grado de excelencia. Aunque la respuesta no haya sido mucha, es suficiente para marcar el paso.
Que no pase lo que pasó hace años cuando, siendo director general el llorado José Luis Sánchez-Matas, Gregorio Torres Nebrera montó algo parecido a TextoEscena y que no tuvo continuidad. Si en estos días ha sido un lujo contar con Denis Rafter y todos los actores de El lindo don Diego, y con toda la compañía de La tempestad, aunque no con Helena Pimenta —lástima—, aquel año ya lejano la respuesta no fue ni de un lado ni de otro, ni del público ni de las compañías. Así que, al menos este año, excelente.

Pura tura y el tornillo del napolitano

“Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos. Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura? Rebelión, conformismo, angustia, alimentos terrestres, todas las dicotomías: el Yin y el Yang, la contemplación o la Tatigkeit, avena arrollada o perdices faisandées, Lascaux o Mathieu, qué hamaca de palabras, qué dialéctica de bolsillo con tormentas en piyama y cataclismos de living room. El solo hecho de interrogarse sobre la posible elección vicia y enturbia lo elegible. Que si, que no, que en ésta está... Parecería que una elección no puede ser dialéctica, que su planteo la empobrece, es decir la falsea, es decir la transforma en otra cosa. Entre el Yin y el Yang, ¿cuántos eones? Del sí al no, ¿cuántos quizá? Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas. En uno de sus libros Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo. Picasso toma un auto de juguete y lo convierte en el mentón de un cinocéfalo. A lo mejor el napolitano era un idiota pero también pudo ser el inventor de un mundo. Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella... ¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención, es decir el tornillo o el auto de juguete.”

[Julio Cortázar, Rayuela. Capítulo 73]



EXTRACTO


“Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas. En uno de sus libros Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz.”


[Julio Cortázar, Rayuela. Capítulo 73]

Tesoros escondidos

Aplicaba Luis Gago el título de «El tesoro escondido» a las Sonatas del Rosario de H. I. Franz Biber como presentación a su edición en CD en la reciente colección de El País. Y eso me parecen los textos que leo en los blogs que frecuento desde hace poco. Literatura.
Así me estreno.