jueves, mayo 29, 2014

Una zarzuela inédita de Bécquer


Ayer recibí de Visor los primeros ejemplares de lo que fue tan solo «espíritu sin forma» hace ahora más de siete años, si no recuerdo mal. El profesor y bibliófilo Manuel Márquez de la Plata me enseñó por aquel entonces en Cáceres unos papeles manuscritos que contenían una partitura incompleta y unas cuartillas con letras para música entre las que había algunas que podrían ser autógrafas de Gustavo Adolfo Bécquer. Pasado el tiempo, mi discreción por preservar la decisión de hacer público el hallazgo por su propietario pudo parecer desinterés por el asunto; pero la asistencia siempre entusiasta y competente de Víctor Infantes supo poner en marcha el proyecto de edición de un resto documental vinculado a una de las figuras principales de nuestra tradición literaria: Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). A este, en colaboración con su amigo Luis García Luna (1834-1867), debemos la letra de esta zarzuela que titularon El talismán tras rechazar —hay marca textual— el título de La Esmeralda, y a la que puso música el compositor Joaquín Espín y Guillén (1812-1882), el padre de Julia, la soprano de ojos negros con la que Gustavo Adolfo tuvo relaciones que nos han dejado algunos testimonios en textos y dibujos becquerianos en los álbumes de ella, estudiados por Jesús Rubio Jiménez, que es uno de los colaboradores de este volumen que acaba de editar Visor Libros: El talismán. Una zarzuela inédita de Bécquer. Letra de Gustavo Adolfo Bécquer y Luis García Luna. Música de Joaquín Espín y Guillén. Coordinación de Víctor Infantes. Madrid, Visor Libros, 2014. Contenido: Manuel Márquez de la Plata, «Cuatro palabras sobre un manuscrito de Bécquer y una palabra de honor; con una defensa de la bibliofilia» [pág. 11]; Víctor Infantes, «Proemio para un manuscrito becqueriano desconocido» [págs. 13-20]; Juan José Jiménez Praderas, «Peritaje caligráfico» [págs. 21-23];  Miguel Ángel Lama, «Ecos poéticos de unas letras para música» [págs. 24-31]; Jesús Rubio Jiménez, «El talismán: contexto y circunstancias de una zarzuela becqueriana malograda» [págs. 33-51]; Jesús Rubio Jiménez, «Edición de los textos» [págs. 53-88];   Amy Liakopoulos, «El talismán: un acercamiento a las relaciones entre la música y el texto teatral» [págs. 89-100]; y Amy Liakopoulos, «Edición de la música» [págs. 101-164].

lunes, mayo 26, 2014

Octavio Escobar, Premio Ciudad de Barbastro


© Foto de Antonio Mª Flórez
El escritor colombiano Octavio Escobar (Manizales, 1962) acaba de ser reconocido con el Premio Internacional Ciudad de Barbastro por su novela Después y antes de Dios. En sus más de cuarenta ediciones, este galardón cuenta entre sus ganadores con nombres como Domingo Manfredi, Javier Tomeo, Carmen Kurtz, Eduardo Mendicutti, Antonio Rabinad, Roger Wolfe o Blanca Riestra, que lo obtuvo en la convocatoria del año pasado. Octavio Escobar, cuya novela más reciente, Cielo parcialmente nublado, fue publicada en Colombia en 2013, visitó Cáceres hace pocos meses y tuvo un encuentro con los estudiantes de Filología el 13 de febrero de este año 2014, en el que habló de su obra literaria y estuvo acompañado del también escritor y médico Antonio Mª Flórez (Don Benito, 1959). Este fue quien hizo esta fotografía en la que Octavio Escobar —a la derecha— conversa con mi compañero Ignacio Úzquiza, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Extremadura. Fue un encuentro muy grato que ahora revivo tras recibir la noticia del premio. Enhorabuena, Octavio.

domingo, mayo 25, 2014

Oficios


Por escribir el apunte del otro día sobre el afilador me he acordado del singular relato de Francisco Rodríguez Criado Oficios perdidos de Extremadura, que publicó la Editora Regional hace un año. Lo leí con curiosidad y me dieron ganas de decir algo pronto; sin embargo, lo pospuse para otro momento. Hasta que ahora surge por la evocación de un oficio ya infrecuente. No, no hay afiladores en el libro; solo ceramistas, cesteras, artesanos del hierro, de la madera, fabricantes de instrumentos como gaitas y tambores..., de Navaconcejo, Gata, Mohedas de Granadilla, Las Erías, Moraleja..., lugares del norte de Cáceres que recorre el personaje narrador de esta especie de diario-reportaje con vocación de breve e intimista relato novelesco. «—¿Estás escribiendo sobre los artesanos de Extremadura o estás escribiendo sobre ti?», pregunta Fina a ese narrador que responde que ambas cosas. Aunque realmente pesa lo primero. A qué, si no, un título tan poco literario. De qué modo, si no, se puede comprender el buen trabajo fotográfico de José Antonio Fernández y Rosa Isabel Vázquez que se da como álbum al final del libro en un confuso «orden de aparición» que no es tal; pues debería haber reproducido el orden del relato (o sea, Felipe, Javier, Daniel, Amador, Felicidad, Celedonia, Esperanza, Pablo, Vilasio...). A Fran Rodríguez Criado le puede  esa idea de la que habla en el prólogo del rescate de estos oficios que van desapareciendo; pero como su alma es más narrativa que reportera, ha querido inventar una ficción, endeble y previsible, la verdad; pero eficaz para sostener el hilo coral de los artesanos extremeños. Una ficción centrada en un empresario hostelero, cocinero, divorciado, que emprende esta ruta extremeña desde «la gran ciudad» —dice— para encontrarse a sí mismo y que va recogiendo su crónica en un diario personal. Un diario que es más un medio para contar lo que pasa fuera y lo que dicen otros que discurso introspectivo. Lo importante es que Fran Rodríguez Criado logra su propósito y nos da un libro necesario que se lee muy bien. 

Francisco Rodríguez Criado, Oficios perdidos de Extremadura. Fotografías de José Antonio Fernández y Rosa Isabel Vázquez. Mérida, Editora Regional de Extremadura (Perspectivas, 1), 2013.

miércoles, mayo 21, 2014

París


En menos de tres días en París he podido comprobar que allí hay más indicios de que celebramos elecciones europeas que en España. Por una casi inapreciable mayor presencia de paneles callejeros de propaganda y por el espacio de debate y opinión que ocupan las elecciones en la radio francesa, en la que he escuchado expresar ideas sobre Europa. No como aquí, en donde los argumentos de más peso se gastan en reprochar a Arias Cañete —Miguel Arias para el PP; Cañete para el resto— su inaceptable machismo cavernícola; o en recordar a Elena Valenciano que dijo —y se disculpó— que el futbolista francés Ribéry era feo. Seguimos con el «y tú más» de patio de colegio y con ese empeño de la mayoría de la clase política en que todo el mundo se abstenga el próximo domingo. Pero dos imágenes de París me han puesto delante de la cara una realidad global, que podría ser europea si uno quiere ser localista y terruñero. La primera es la de ese mobiliario urbano en que se han convertido los indigentes que duermen en la calle enfundados en mantas, bolsas y papeles; o expuestos, sí, como en una exposición o performance, a las doce del mediodía, en las calles más céntricas de la ciudad, con la pose artística del más radical deterioro y de una inconsciente dejación de vida. Muy cerca del escaparate en el que vi un bolso con el precio prendido de 1.100 €. Una menudencia. La segunda imagen es más íntima, más global y más perenne, donde quiera que sea. Y fue en el cementerio de Montparnasse, en donde visité —con mis colegas andariegos europeos Adrián J. Sáez y Francisco Uzcanga— las tumbas de César Vallejo, de Ionesco, de Baudelaire, de, por supuesto, Julio Cortázar y Carol Dunlop —por fin. Allí fue donde contemplamos a una señora arrodillada delante de una tumba que preparaba unos tiestos para flores. La asistía, llevándole algún cubo de agua de otro sitio cercano, el que imaginamos su marido; un señor, como ella octogenario, que también sería el padre de una joven —no retuve el nombre— allí enterrada a sus veintisiete años. O veintitrés. Qué más da. Lo cierto es que lo que nos llamó la atención fue la proximidad entre las dos fechas grabadas en el mármol. Tomé esta fotografía allí mismo, casi al lado mismo de la tumba de esa joven llorada por sus padres, como si quisiese desviar mi objetivo hacia la altura que expresase el contraste, tan juanramoniano, entre suelo y cielo... 

lunes, mayo 19, 2014

El misántropo


Este sábado pasado, al terminar la representación, se escucharon «bravos» dirigidos a los actores del espléndido montaje de Misántropo, en versión y dirección de Miguel del Arco, «basado libremente en el original de Molière». Antes de empezar, alguien gritó «¡Atleti!» desde platea. Eran ya las ocho de la tarde, el partido había terminado y la función iba a comenzar. El teatro lleno. Ya teníamos las entradas cuando el sábado 10 de este mes publicó en Babelia Marcos Ordóñez su entusiasta crítica de esta producción de Kamikaze. Me alegré, claro; porque me fío del criterio del crítico. Sabía que iba a confirmar sentado en el Español lo leído el sábado anterior sentado en el sofá de casa. Lo que no sabía era que la comparación que Ordóñez se marcó entre la intensidad y el ritmo de este montaje y un partido de fútbol iba a convertirse este sábado 17 en una crónica exacta de lo que se jugaba en la calle: «intensidad, velocidad, claridad, entusiasmo». Son palabras del crítico teatral y no de un analista deportivo. En fin, que en el Teatro Español también se escucharon aplausos fervorosos y merecidos. Por la magnífica interpretación de los siete actores, que favorece la indistinción entre protagonistas y secundarios; aunque hay que reconocer a Israel Elejalde (Alcestes), Raúl Prieto (Filinto) y Bárbara Lennie (Celimena), con más matices y presencia; pero también a una estupenda Manuela Paso, que ensaya previamente en otro papel casi comparsa el suyo de Arsinoé, con el que provoca la risa del público —y no es gracioso el personaje—; y a un Cristóbal Suárez, cuyo histrionismo es un puntal dramático de la obra, a pesar, también, de una comicidad que va de más a menos. Por la manera excelente de manejar los elementos escénicos: la puerta de emergencia que da al callejón de una sala de fiestas, la música y las imágenes que se proyectan en el muro que sirve de espejo a Alcestes, enfadado con el mundo de apariencias en el que vive. Por incorporar el poema de Luis Cernuda de Los placeres prohibidos «Si el hombre pudiera decir»; sí, el que empieza «Si el hombre pudiera decir lo que ama», y acaba, con Alcestes, firme, «Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido». Finalmente, por haber leído un puñado de bienintencionadas ideas sobre este mundo deshumanizado que vivimos —y me gustaría poner aquí nombres y argumentos próximamente— cuyo reflejo en la obra es potente; por muchas otras razones, la función del sábado me pareció admirable.

martes, mayo 13, 2014

La cultura española en la Europa romántica


«¿Comenzó Europa a ver con otros ojos a aquella España desarreglada de siempre? ¿Siguió viéndola negativamente...? ¿Comenzó entonces una etapa de amor entre ambas?» Estas son las preguntas que se hacía al explicarnos este cartel José Checa Beltrán, codirector con Marie-Linda Ortega del seminario que anuncia, que se celebrará en París este jueves 15 de mayo, festividad de San Isidro en Madrid y en muchos pueblos de Badajoz. Las imágenes que se han utilizado para el cartel provienen de un gran mural que hay en un jardín de la Place des Abesses de París, en Montmartre, en el que se lee «Te quiero; te amo» escrito en muchas lenguas. La Rita Hayworth de Gilda parece recordarnos que el amor es desarreglo, desorden, como dice la frase sacada de ese mismo sitio, y que pretende evocar la imagen de España en la Europa del primer tercio del siglo XIX. «¿Qué tiene que ver con el título de nuestro seminario? A primera vista, nada; quizás nada, y quizás algo, o quizás mucho: cosí é se cosí vi pare», nos escribía hace unas semanas José Checa con Pirandello al fondo. Nuestro proyecto sobre el legado cultural de España en la Europa de finales del siglo XVIII y el primer tercio del XIX sigue avanzando.


jueves, mayo 08, 2014

El afilador


© Fotografía de Juan Guerrero
Todavía, de vez en cuando, hay mañanas en las que por esta calle pasa un afilador con su bicicleta tocando su chiflo, y se mete en casa ese pirurí sostenido que suena extraño entre el ruido de los coches —pocos, la verdad, en estas benditas soledades. Es lo único que dice, pues no va por ahí con el vocerío promocional del tapicero —sirva el ejemplo— que siempre pasa megafónico y en furgoneta. Hace tiempo que no escucho al que tapiza, señora, al que ha llegado. Sin embargo, el afilador es más sutil y circunspecto. De hecho, se oye su anuncio; pero no el sonido chirriante de los brillos metálicos de su trabajo. Será porque cada vez baja menos gente a llevar sus cuchillos y tijeras al afilador que nos va a cobrar más por afilarlos que lo que nos costó la compra, ahora que compramos tan barato. Mi afilador literario es el de Ligazón (1926), el «auto para siluetas» de Valle-Inclán, el que quiere poner de plata los filos de La Mozuela. ¡Qué maravilloso retablo! El de mi calle no debe parecerse al errante que se descuelga de la rueda y mete la zanca por el ventano de la muchacha; así que no me asomo y solo me quedo con la música melancólica de su oficio.

martes, mayo 06, 2014

Cómicos de la lengua


© Daniel Alonso, CDT
Dos Pedros ayer en el Teatro La Abadía de Madrid a propósito de Cadalso y de sus Cartas marruecas. El actor Pedro Casablanc y el académico Pedro Álvarez de Miranda. Se ha notado el ingreso a primeros de año en la Real Academia Española del actor José Luis Gómez, que ha montado, con motivo del III Centenario de la institución, este ciclo de lecturas dramatizadas y comentadas de grandes clásicos que se inició el 10 de marzo con el Cantar de Mio Cid y culminará el 19 de mayo con Valle-Inclán. Ayer le tocó a José de Cadalso y sus Cartas marruecas. ¡El siglo XVIII! Aquí puede encontrar el interesado la crónica de lo que fue la representación y también el texto de Pedro Álvarez de Miranda sobre el relato en cartas cadalsiano.

lunes, mayo 05, 2014

De la poesía de Juan Carlos Mestre


«Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe». Es el comienzo del poema «Elogio de la palabra», de un libro memorable de Juan Carlos Mestre, importante en su trayectoria, con el que logró el Premio Jaime Gil de Biedma en su segunda edición. Lo ha reeditado Emilio Torné en su sello Calambur Editorial. Es La poesía ha caído en desgracia («La poesía ha caído en desgracia y las salamandras azules del mediodía entran en la ruina de sus vasijas ceremoniales con los ojos desorbitados por el sol de la muerte»), publicado por Visor en 1992. Lo he releído. Aunque, verdaderamente, lo que he hecho ha sido una lectura ex novo de un texto distinto; al menos, de una obra distinta, que incorpora poemas que no estaban en la primera edición, poemas de Las páginas del fuego, una rareza bibliográfica que yo no conozco y que se publicó en Chile, en Concepción, en Ediciones Letra Nueva, en 1987. Además, hay un buen número de poemas nuevos, más recientes, y un par de los ya publicados en la primera edición ahora cambia de sitio —«El Sur, 11 de septiembre» y «Las páginas del fuego». Qué extraordinaria coincidencia la publicación de esta novedad poética que nos muestra algo que tanto me interesa: la revisión de un autor sobre su propia obra. Coincidencia, sí, porque no hace mucho, hace unos meses, tuve el gusto de dirigir un trabajo de fin de máster sobre «La (re)escritura poética de Juan Carlos Mestre». Lo escribió Ana Isabel Bejarano, una exalumna paisana de mi amigo Ángel Campos Pámpano que obtuvo una excelente calificación por su estudio. La animo a que escriba algo, un artículo, sobre aquello, y, la verdad, el mismísimo Mestre ahora le ofrece un testimonio más del objeto de su futuro ensayo. Sería muy interesante conocer el dossier genético que interesa para la composición de esta obra. Y de todas, diría. Y cómo Juan Carlos Mestre, al remirar su libro La poesía ha caído en desgracia ha mantenido la apertura y el cierre, los dos poemas citados —«Elogio de la palabra» y «La poesía ha caído en desgracia»—, como el que, manteniendo el título original, no quiere alterar mucho el aspecto externo de su obra; y que, sin embargo, incorpora entremezclados cincuenta y siete textos nuevos que se suman a los cincuenta y nueve que tenía la primera versión. Hay más detalles; pero no es el momento de abordar aquí el proceso de relectura del poeta para componer, veintidós años después, un libro nuevo.

viernes, mayo 02, 2014

Crónica de feria. Poesía


Este sábado 3 de mayo voy a acompañar a Luis María Marina y a Javier Pérez Walias en la presentación de sus libros, de letras vecinas —P y Q— en la colección poética «Luna de Poniente» de la editorial De la luna libros: Materia de las nubes y al-Qarafa. Aquí en Cáceres, en la XV Feria del Libro, en donde el otro día —la misma noche en la que no pudimos presentar Lo que dejó la lluvia de José Antonio Zambrano— Pérez Walias presentó Inclinación al envés (Pre-Textos y Editora Regional de Extremadura, 2014), de Julio César Galán, y me mostró una escena similar a la de este sábado próximo. Un poeta de la generación de los ochenta, uno de los que en Extremadura vivió un momento importante en nuestra breve historia literaria, junto a otro poeta dieciocho años más joven. La confirmación de una buena siembra. Materia de las nubes es un libro sobre Lisboa y al-Qarafa es un libro sobre la muerte. Y ambos son algo más que eso. Ambos libros son recomendables. A eso voy.
Sábado 3 de mayo de 2014. 18:30. Feria del Libro. Paseo de Cánovas de Cáceres

jueves, mayo 01, 2014

Crónica de feria. Novela española contemporánea


Raquel Martos, Los besos no se gastan. Madrid, Espasa Libros, 2012.
Raquel Martos, No pasa nada y si pasa, se le saluda. Madrid, Espasa Libros, 2013.
Nieves Herrero, Lo que escondían sus ojos. Madrid, La Esfera de los Libros, 2013.
Mamen Sánchez, La felicidad es un té contigo. Madrid, Espasa Libros, 2013.
Teresa Viejo, La memoria del agua. Madrid. Martínez Roca, 2013.
José María Íñigo, El códice secreto de Platón. Madrid, La Esfera de los Libros, 2014.
Christian Gálvez, Matar a Leonardo da Vinci. Madrid, Suma de Letras, 2014.
Mari Pau Domínguez, Las dos vidas del Capitán. Barcelona, Grijalbo, 2014.
Màxim Huerta, La noche soñada. Madrid, Espasa Libros, 2014.
Mónica Carrillo, La luz de Candela. Barcelona, Planeta, 2014.