viernes, octubre 27, 2023

Traducir

Tengo mucha admiración por quienes se dedican a la traducción literaria, y celebro cuando esta se reconoce cumplidamente en las ediciones traducidas de una obra extranjera. No ha sido siempre así y ha tenido que pasar su tiempo hasta que la mención de quien ha traducido una obra se imprima en su cubierta, y no solo en la portada o en los créditos. Libros del Asteroide, Anagrama, Galaxia Gutenberg, Nórdica o Pre-Textos son sellos que lo publican en la tapa, y otros con una importante producción de literatura extranjera, como Tusquets, Periférica o Capitán Swing lo hacen en la portada interior. Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, se publicó por primera vez en Seix Barral en 1967, y ni en cubierta ni en portada se puso quién la tradujo. Dentro, en los créditos, se decía que el traductor fue Jaime Gil de Biedma. Hoy, la misma editorial lleva el nombre de Rosa Martínez-Alfaro a la tapa trasera de Mateo perdió el empleo, de Gonçalo M. Tavares, y lo repite, claro, en la portada. Hace unos meses anoté mi experiencia de lectura de la trabajada traducción de Victoria Pradilla del libro de Anna Sherman sobre Tokio, y poco después volví a fijarme en el trabajo de creación de quienes nos traen las palabras del cercado ajeno, que diría un traductor eminente como Enrique Díez-Canedo. Fue cuando leí algunas obras traducidas de Annie Ernaux: La vergüenza (Traducción de Mercedes y Berta Corral. Tusquets Editores), Pura pasión (Traducción de Thomas Kauf. Tusquets Editores), Los armarios vacíos (Traducción de Lydia Vázquez Jiménez. Cabaret Voltaire) Y, especialmente, Los años, traducida también por Lydia Vázquez Jiménez, catedrática de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco, para esa misma editorial Cabaret Voltaire en 2019. Y me fijé en expresiones como «¡qué chorrada!», «mola», «chungo», «chachi» o «de puta madre», que aparecen —todas juntas— en uno de los breves fragmentos con los que se construye la obra, y me pregunté por las palabras de origen en francés. Conseguí una reimpresión de la edición francesa de Gallimard (Col. Folio, núm. 5000) de 2008 y comprobé el texto original: «c’est cloche», «formidable», «la vache», «vachement» (pág. 55). Sin duda, la traductora ha elegido términos más adecuados al uso del lector español para que se este se haga una idea de ese «lenguaje nuevo» de los jóvenes de clase media de los que habla el fragmento. A partir de ese momento, y apreciando la licitud de esta connaturalización de la versión española de un texto en otra lengua, fui anotando momentos destacables como este: «A ellos les importaba un pito, cantaban a voz en grito Pinocho fue a pescar, imitaban las voces de Piolín y Silvestre, se lo pasaban bomba repitiendo Chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta, Bic Bic Bic, Bic naranja, Bic cristal, Moussel, Moussel de Legrain Paríiiis» (pág. 176). Que transcribo por mi edición francesa: «Ils n’en avaient cure, chantaient à tue-tête À la pêche aux moules moules moules, imitaient les voix de Titi et Grosminet, s’enchantaient de répéter Mammouth écrase les prix, Mamie écrase les prouts, les Muppet Show et les durs pètent froid» (pág. 139). Confirmaba que la intención de la traductora no es buscar la fidelidad con el texto de partida, sino congeniar, por así decirlo, con el medio sociolingüístico del receptor español. Así también cuando se alude a los periódicos gratuitos distribuidos en París por los SDF (sans domicile fixe), los sin techo o mendigos en la traducción, y Le Réverbère o La Rue se convierten en La Farola y La Calle. Hay una clara voluntad de adaptación que conlleva un tratamiento muy especial del lenguaje directo y actual de Annie Ernaux en su escritura, «una escritura donde cada palabra pesa un kilo», como dijo Lydia Vázquez en un artículo en el que explicaba buena parte de lo que a mí me interesó cuando leí las obras de la autora normanda, que no se traducen palabras sino experiencias, que es muy difícil encontrar una equivalencia que funcione: «Por ejemplo, en Los armarios vacíos, Ernaux menciona “le quat'sous”. Quat'sous o quatre sous, literalmente “cuatro céntimos”, en francés se utiliza para definir algo sin valor. Pero ella utiliza esa expresión para nombrar al sexo femenino (según el léxico infantil de su Normandía natal en su época). Yo conocía el primer significado pero no el segundo. Descubrirlo me sirvió para entender la polisemia de quat'sous y poder traducirlo en español como hucha». En Los años, se renuncia al calambur en francés compromis (compromiso) / con promis (coño prometido) y se traduce: «cariño, ¿tú y yo qué somos? Dos pronombres» (pág. 22). El quehacer fascinante de quienes nos traen los textos de otras lenguas nos puede proporcionar un redoblado disfrute en la lectura.

jueves, octubre 19, 2023

Mujeres sobre Elena Garro

Tomo notas para unas clases futuras en las que quiero trabajar sobre la narrativa de Elena Garro (México, 1916-1998) y he leído las miradas de cinco escritoras en la edición de Alfaguara de 2019 de Los recuerdos del porvenir, la novela principal de la autora mexicana que voy a programar en el curso. El pasado tuve la experiencia de vivir la fascinación por Elena Garro demostrada en la elaboración de un trabajo de fin de grado de Adriana Sánchez Vaquero que mereció la máxima calificación, centrado en ese caso en el eco de la escritora en España, y, principalmente, en su faceta de poeta, pues ha sido una editorial española —extremeña para más señas— la que más ganas ha puesto y está poniendo en dar a conocer su obra poética completa: Cristales de tiempo. Poemas de Elena Garro. Edición, estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui. Galisteo (Cáceres), La Moderna, 2018. Es una edición hecha sobre la que se publicó en la Universidad Autónoma de Nuevo León en enero de 2016, para celebrar el centenario del nacimiento de la escritora. Lo cierto es que quien quiera leer en España su poesía tiene felizmente a su disposición esta edición promovida por David Matías y Lidia Gómez en La Moderna. En lo que ando ahora es en Los recuerdos del porvenir, la obra que, junto con los cuentos, ha tenido más recorrido editorial en España, y una de las que mejor representa la postergación de la autora y de su literatura en relación con la presencia y la pujanza de los escritores contemporáneos de su entorno mexicano, desde Juan Rulfo o Carlos Fuentes, hasta el que fue su marido, Octavio Paz. «Se la ha considerado una ‘precursora’ del realismo mágico, del mismo modo que a Juan Rulfo aunque a ella se le ignoró por décadas» (pág. 317), dice Gabriela Cabezón Cámara. Esta escritora argentina es la encargada de abrir el apéndice —«Más allá de Ixtepec»— que se incluye en la edición citada de Los recuerdos del porvenir; «una gran aventura para leer y releer» (pág. 323), según la chilena Isabel Mellado, la violinista autora de Vibrato (Alfaguara, 2018). Muy oportunamente, la española Lara Moreno escribe sobre «Las mujeres de Ixtepec», pero también sobre el narrador y sobre el espacio de este libro «hermoso, suave y duro como un paisaje olvidado» (pág. 332). Completan estas miradas sobre Elena Garro dos autoras de la misma edad, la mexicana Guadalupe Nettel y la colombiana Carolina Sanín. La primera es una de las más firmes en protestar por determinadas circunstancias de subestimación y en reivindicar el lugar que merece la literatura de Garro y un título como Los recuerdos del porvenir, «la mejor novela mexicana escrita en el siglo XX» (pág. 340); y Sanín destacará de nuevo la evidencia de lo femenino y de una noción de lugar en ese relato en su texto «La piedra aparente», que retoma la primera frase de todo: «Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente» (pág. 15). Es un buen coro de voces para envolver Los recuerdos del porvenir, un coro sobre el que ya llamó la atención otra mujer, Berna González Harbour, en el diario El País, en donde Javier Rodríguez Marcos publicó una ocurrente columna —«Las fajas las carga el diablo»— sobre la metedura de pata de una editorial española en la promoción de la reedición de la novela Reencuentro de personajes (2016), de Elena Garro: «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges». ¡Ay! 

lunes, octubre 16, 2023

Villuercas

Al llegar a casa la noche del sábado fui a mi ejemplar del libro de Ada Salas que ilustra esta entrada. Estuve en las Villuercas, en Cabañas del Castillo, y pasé el día con Ada y Rafa Fontán, y con su amiga Catina Avendaño, una experta en arquitectura rural. Allí me señaló Ada una ruina que fue el modelo del dibujo de Jaime Anduiza que ilustró la cubierta de Esto no es el silencio (Madrid, Hiperión, 2008), por el que obtuvo el año anterior el XV Premio de Poesía Ciudad de Córdoba «Ricardo Molina». Con el libro en las manos, reparé en que el título tiene ahora una clave cómica que espero explicar en esta breve crónica; pero también una razón literaria que lo vincula al maravilloso entorno natural que acoge a estos amigos y que el sábado me tuvo como admirado visitante. Ahora, mi lectura de poemas como el inicial («El óxido / la zarza / algún resto que antiguos habitantes / no llevaron consigo. No es hospitalario / este lugar. Es hosco / y sin embargo / qué te trajo hasta aquí. / No hay nadie / ya lo ves / no hay nada / y sin embargo / esto no es el silencio» […]) se enriquece al asociarle lo visible de un paraje, cuyos elementos —las ramas, la roca, la grieta, el buitre…— pueblan los textos, que, en algunos casos, se me presentan, tantos años después y además, como un cuaderno de campo («Villuercas, I», «Villuercas, II») en el que los vestigios de un castillo están en «esta roca elevada / sobre la luz del mundo», y su relectura es un modo de perduración de un instante de especial plenitud. Es muy estimulante volver a mirar así un libro. Y es muy divertido bromear con su título y decir «Esto no es el silencio», o cuestionar el verso «No hay nadie», después de haber pasado unas horas en las que aquel entorno natural y apacible se llenó de un infrecuente y colorido gentío que acudió a la convocatoria de la Marcha Rosa contra el Cáncer de Mama. Bienvenida fue aquella inesperada invasión que nos ofreció una tarde también festiva en eso. 

sábado, octubre 07, 2023

Mi tía Carolina Coronado

Ayer pasé en coche por las traseras de las casetas de la XXXIII Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid que está en el Paseo de Recoletos, y las pocas horas que estuve en la capital no me dieron para echar un vistazo con tranquilidad y pescar alguna pieza apetente. Pero allí estaba mi hermano Josemari, a quien recogí en la Plaza de las Cortes, con este regalo espléndido que me compró en la feria: la primera edición de Mi tía Carolina Coronado, de Ramón Gómez de la Serna (Buenos Aires, Emecé Editores, 1942), un ejemplar excelente, encuadernado en holandesa con lomo en trapecio y que conserva las cubiertas originales. No recuerdo así la obra, y sí, probablemente, en las biografías completas; y está claro que cuando uno pasa por los libros con otro propósito no repara en lo que luego le interesará por otros motivos. Por ejemplo, que Ramón dedicó unas cuarenta páginas, antes de empezar con el «Nacimiento y primeros años de Carolina Coronado», al romanticismo, al «primer romántico de España, Cadalso el desenterrador», al «segundo romántico» —Larra— y a Espronceda. Y que en el novelesco capitulillo sobre el autor de las Noches lúgubres edita dos de sus poemas («Injuria el poeta al amor» y «Retráctase el poeta de las injurias que dijo al amor en el mismo metro»), como modelos de su «estro oscilante entre el creer y no creer» y de «su inquietud romántica» (pág. 34). Me gusta tener este libro como una pieza histórica sobre una autora que solo desde los últimos veinte años del pasado siglo ha sido bien estudiada y bien editada, como una recreación de una «silueta rica en tirabuzones» (pág. 57), que puso el acento más en la novelización de los detalles de vida y de dulzura que en el rigor documental. Me gusta leer esa imagen que Ramón escribe de la hermana de su abuela materna, aunque, en términos de rigor histórico y para compensar fabulaciones, me tranquiliza hacerlo con un antídoto cerca, este otro libro que me ocupa desde que me lo traje de Almendralejo el 7 de julio, cuando se presentó. Es el monumental estudio biográfico —y más— de Carmen Fernández-Daza Álvarez e Isabel María Pérez González Carolina Coronado, un siglo en rotación (Editora Regional de Extremadura, 2023), de casi novecientas cincuenta páginas. Aparte de sus muchos valores y aportaciones como trabajo de investigación y biografía principal y definitiva de la escritora, es una obra muy especial por su condición de alianza de dos afanes admirables. Es una obra de una doble autoría que es la unión de dos vidas dedicadas al estudio de la de Carolina Coronado, la unión de las dos biógrafas que más han aportado en trabajos muy citados como Carolina Coronado. Del Romanticismo a la crisis de fin de siglo (1999) —y antes su biografía Carolina Coronado. Etopeya de una mujer (1986)—, de Isabel Mª Pérez González; y La familia de Carolina Coronado. Los primeros años en la vida de una escritora (2011), de Carmen Fernández-Daza. Es tal la voluntad de sumar estos dos capitales intelectuales reunidos durante tantos años, y tal la complicidad, que en los veinte capítulos que conforman el libro y que firman individualmente Carmen —nueve— e Isabel —once— promueven un original diálogo entre ambas con los exergos de todos y cada uno de ellos, de tal manera que todos los redactados por Carmen Fernández-Daza se encabezan con citas del libro principal de Isabel Pérez, y los de ésta van encabezados por otras de La familia de Carolina Coronado, de Fernández-Daza. El conjunto es portentoso, y un comentario bien elaborado sobre sus virtudes precisaría de no pocas páginas para hacerle justicia. Ya que todo ha comenzado en Mi tía Carolina Coronado, añadiré lo que Carmen Fernández-Daza dice sobre el librito de Ramón para renegar «de la licencia de imaginar, que es don del novelista» (pág. 49) y hacer una contundente demostración de honestidad intelectual sobre su propia investigación: «Se trata de una reescritura del personaje femenino que nace del goce de solo presentir, de la ‘veraz’ imaginación de la intimidad, en todo ese universo que puebla la superhistoria del novelista. Ya en el prólogo del libro se nos sugieren la reivindicación de la fantasía y la lucubración del género biográfico que, lejos del rigor histórico, alientan en general a los personajes redivivos de Gómez de la Serna» (págs. 48-49). Contra esto, la mejor vacuna es la lectura de un estudio tan incontestable y honesto como Carolina Coronado, un siglo en rotación. 



martes, octubre 03, 2023

Leer mucho

Rafael Ximeno y Planes
A lo mejor en otro momento, si me vaga, me explayo sobre los motivos por los que compré y leí las Memorias de una mujer libre, de Nuria Amat (Madrid, La Esfera de los Libros, 2022). Uno de sus capítulos se titula «Escribe mucho y lee mucho» y coincidió su lectura con una clase en la que hablamos de escribir y de leer. Me acordé aquel día de que hacía años, mi colega —y entonces compañero de Facultad— Luigi Giuliani, a quien invité a mi curso para que hablase de crítica textual, preguntó a mis alumnos si tocaban algún instrumento. Lo hizo porque un poco antes había preguntado de quién era el verso «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada», final del soneto «Mientras por competir por tu cabello» de Góngora, y nadie supo responder. De las chicas y chicos presentes, J. había dicho que sí, que tocaba la viola; y Luigi le preguntó cuántas horas al día: «—Dos» —respondió. Entonces mi colega dijo que un profesional de la música puede tocar entre cuatro y seis horas diarias, y que quien quisiera dedicarse profesionalmente a la literatura debería leer algo equivalente, parecido número de horas. Aquello me pareció muy bien llevado al aula y una aproximación cercana a un ideal que un joven con pretensiones literarias no debería despreciar. Y ojalá que el leer mucho lleve a escribir mucho, aunque lo escrito no germine en nada perdurable. Pero habrá merecido la pena, como constaté el sábado 16 del mes pasado en Badajoz, en el encuentro de la Escuela de Letras organizado por la Asociación de Universidades Populares de Extremadura (Aupex), la Editora Regional y la Asociación de Escritores y Escritoras de Extremadura, en la Biblioteca de Extremadura, y en el que varias alumnas y menos alumnos de los talleres del pasado curso leyeron sus textos en público, con vocación sobrada y pudor disimulado. El que superó Víctor Valadés Paredes al preguntarme si yo era yo y presentarse. Me regaló su libro de poemas Conversaciones con Mariel (Amargord Ediciones, 2022), y supe que tenía ya dos libros más publicados en la colección Alcazaba de la Diputación de Badajoz, avalados por Manuel Simón Viola, su valedor desde sus estudios en el Claret de Don Benito, de donde es natural Valadés. Leí el libro condicionado positivamente por el gesto de su autor, y sobre sus «conversaciones» con alguien no explícito me reservo unos comentarios que le haré llegar. Fue otra de esas experiencias en torno a la literatura más satisfactoria y humana, que no siempre coincide con la más culta y cualificada, y que aporta una autenticidad a lo que uno lee muy de agradecer. De lectura van unas palabras de Cervantes que hace años fotocopié y pegué en un cartón que tengo en una estantería de mi despacho: «[…] que el ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres.» Son de las que dice Auristela a Sinforosa en el capítulo sexto del libro segundo del Persiles; que es la misma idea que está en la segunda parte del Quijote, en el capítulo XXV: «Ahora digo […] que el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho.», capítulo por el que volví a pasar la otra noche. Viajar es leer y leer es viajar, o algo parecido, creo que se atribuye a Victor Hugo; y me gusta lo que leí en una novela que ya mencioné aquí, Tres luces, de Claire Keegan, cuando el personaje de la niña recuerda cómo leía con ayuda: «Al principio, me costaban las palabras más largas, pero Kinsella mantenía la uña debajo de cada una, pacientemente, hasta que la adivinaba y entonces hice eso yo sola hasta no necesitar más adivinar y seguí leyendo. Fue como aprender a andar en bici; sentí cómo arrancaba, y la libertad de ir a lugares a los que no había podido ir antes, y resultó fácil.» (págs. 70-71). Leí y anoté, con voluntad de volver a compartir este placer asequible que da la afición a la lectura.