domingo, diciembre 31, 2006

Feliz año nuevo

He escuchado a varias personas contar su experiencia dramática de ayer en Barajas, tras la bomba que ha puesto ETA en el aparcamiento de la T-4. Sus voces surgían del aparato de radio con los altibajos del nerviosismo propio de situaciones así de apestantes, con la conmoción que lleva el llanto en el micrófono. Más tarde, las voces medidas, ensayadas, con la impostación de corte y tribuna de los mandatarios y mandamases. Luego he comprobado que sólo un golpe de tecla separa la información indigna de la dignidad sabia, el golpe que podría haberme llevado a contemplar las fotografías o el video —no lo sé, aunque estoy seguro de que llegaré a verlos por otros medios— de un antes y un después de la ejecución de Sadam Husein. ¿Hemos avanzado algo en tantos siglos?
Algo de esto me decía Carmen en su mensaje la mañana de ayer muy temprano. Han matado a Sadam Husein y ETA ha puesto una bomba.
Paz plena.

viernes, diciembre 29, 2006

E=mc2


Me llegan los Abrazos de Elías Moro, que son algo más que una felicitación en estas fechas. Son más que abrazos, guiños de quien sabe que debemos encontrarnos en pocos días para hablar de mucho de lo que contienen estos Abrazos editados ahora por la Escuela de Arte de Mérida con unas pinturas de Petra Portillo. A saber: textos de Me acuerdo, de Casi humanos, su bestiario, de Mi corazón, de La tabla del 3... Un compendio reducido de lo escrito, como el guiño para una antología. Abrazos. Textos disímiles, uno por página. Qué intención tan limpia y clara.
Qué buena nueva para volver a la lectura de un escritor y de un lector como Elías.

jueves, diciembre 21, 2006

Un ejercicio

—Pasa, perdona el desorden. Han estado aquí mis sobrinos y no me ha dado tiempo a arreglar un poco esto. Sé que te molesta mucho el desorden, lo siento.
—No te preocupes.
—Vale, mis sobrinos y el tiempo, siento poco arreglar. Perdona esto no han estado el desorden y ha dado mucho el que te molesta, y no aquí.

miércoles, diciembre 20, 2006

Peñas arriba


Al hablar el otro día de la edición de las tragedias de Moratín padre en la colección de Gonzalo Pontón en Crítica, me acordé —claro— de Francisco Rico y de su colección “Biblioteca Clásica”. Al día siguiente, tenía en mis manos la primera prueba que conozco de la 'reaparición' de esa colección, ahora en otro grupo editorial, el de Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg. Compré en la librería "Vicente" de Cáceres —donde uno sigue encontrando libros que no ve en otros lugares de esta ciudad— esta nueva y espléndida edición de la gran novela de Pereda Peñas arriba. Este año que acaba es el del centenario de la muerte del autor de esta novela.
El martes pude llevar mi ejemplar recién comprado a mis alumnos y en clase leí algunos fragmentos de la extensa introducción de Laureano Bonet. El estudio preliminar es, también muy bueno, de Germán Gullón. Cómo no. Quise compartir con ellos la novedad de mi lectura. Es muy agradable llevar a clase un libro recién comprado y que uno aún está leyendo. Como todos, en clase. Hoy hemos estado hablando del capítulo XVI de esa novela, cuando Marcelo hace recuento de sus reservas —así las llama—, que son sus experiencias y las personas que ha conocido desde su llegada. Es una clave constructiva de la novela, como destacó otro buen comentarista de la obra, Antonio Rey en su edición de Cátedra. Por cierto, un discípulo de quien realmente me introdujo en este texto de Pereda, Juan Manuel Rozas, con un artículo espléndido que hoy se han llevado mis alumnos para fotocopiarlo.

viernes, diciembre 15, 2006

Canencia

El bebedor de aire. Sí, el personaje de La desheredada de Galdós. Me fascina esa manera del novelista de introducir su obra con ese primer capítulo, en una de cuyas secuencias aparece esta figura venerable del anciano Canencia, el bebedor de aire.
Pocas veces en clase tiene uno la oportunidad, después de haber leído y hablado sobre lo leído, de notar cierto asombro en las caras y de escuchar expresiones como “¡Qué bueno!”, expresiones compartidas entre ellos y ellas, como el que quiere contagiar al otro el entusiasmo.
Yo sabía que tenía que llamar la atención sobre la manera de Galdós cuando cuenta cómo la lastimosa Isidora Rufete va al manicomio de Leganés a ver a su padre, y habla con el director, y éste sale y la deja un rato en su despacho, sola con el anciano escribiente Canencia, el bebedor de aire, cuyas palabras infunden en la joven una tranquilidad de ánimo y resultan tan juiciosas y amables. Yo sabía esto y que tenía que llevarles hasta el punto inesperado.
Fue en una de esas mañanas tontas, cuando parecen estar pensando en todo menos en lo que uno está diciendo; cuando por momentos una falta de educación te hace dudar, si tu lugar es el que ocupas, o deberías marcharte por preservar tu dignidad sin resultar violento. Y entonces te salva esa forma de asombro tan cómplice, simplemente porque te han escuchado leer unas palabras ajenas, de tan bien escritas. Lo de siempre.

domingo, diciembre 10, 2006

Primera afirmación sobre José Antonio Zambrano

La imagen de la derecha no es sólo una reproducción más de la cubierta de otro de los libros de los que a veces se habla en este cuaderno. No sólo tiene una función representativa como fachada de un contenido, no. Quisiera indicar algo más, y ese algo podría ser una manera de contemplación de lo estático. Como cuando vemos en el escaparate de una librería un libro deseado. Lo adquirimos y nos lo envuelven sin haber llegado a abrirlo. Sabemos lo que nos espera, y no es preciso más.
Me gustaría que la imagen de la derecha significase en esta entrada que tengo el libro sobre mi escritorio, y que muy pronto me dispondré a leerlo. Sin embargo, y no sé si en mi descargo, puedo decir que este libro fue escuchado por mí antes que leído, y luego leído varias veces antes que publicado.
Por eso, pido salud y años para aplicar la misma pasión que ahora por lo que hago con lo que leo y he leído, y recomponer, como si se tratase de escribir unas memorias ajenas, lo vivido con los textos escritos por un autor como José Antonio Zambrano.

jueves, diciembre 07, 2006

De Gonzalo Pontón hijo a Moratín padre


“Clásicos y modernos” es una excelente colección de textos que publica Editorial Crítica y a la que tengo especial apego, no sólo por la calidad de sus ediciones, sino porque uno de sus primeros títulos que cayó en mis manos para devorar —andaba yo, y ando, con la cosa textual de Juan Marsé— fue Ronda del Guinardó, en edición, espléndida, de Fernando Valls. Porque cuando conocí —en circunstancias administrativas— a Domingo Ródenas, uno de nuestros mejores estudiosos del siglo XX y de su novela, salía en esta colección su edición de Los santos inocentes, de Delibes. Porque el director de la colección es Gonzalo Pontón Gijón, una garantía.
Ahora, otro colega amigo, Josep Maria Sala Valldaura, publica en “Clásicos y modernos” las Tragedias de Moratín padre: Lucrecia, Hormesinda y Guzmán el Bueno. Sigue ocurriendo esto con muchos textos de interés de nuestro siglo XVIII, que no han sido bien editados modernamente —algunos ni bien ni mal. En este caso, ha pasado más de un siglo y medio desde la edición de Aribau de las Obras de los dos Moratines en Rivadeneyra (1846), y las reservas críticas y los poco entusiastas comentarios de algunos estudiosos no justificaban esta carencia sobre obras publicadas por vez primera en 1763, 1770 y 1777, respectivamente.
Sala Valldaura ya había abordado muy recientemente el género en un importante estudio (De amor y política: la tragedia neoclásica española, Madrid, CSIC, 2006) y la edición de estos textos principales son un excelente complemento a esa investigación. Más aciertos son la introducción, el buen criterio de recoger las referencias bibliográficas en un capítulo sobre el estado de la crítica, las notas explicativas y las notas textuales, el tratamiento del texto, los apéndices que incluyen fuentes historiográficas de las piezas, poemas...
Es grato, también, saber del malogrado Mario Onaindía y de su tesis doctoral La construcción de la nación española. Republicanismo y nacionalismo en la Ilustración (Barcelona, Ediciones B, 2002) entre la bibliografía dieciochista para el caso de la tragedia neoclásica, con su lectura.

Nota

Un indigno bajo el nombre supuesto de "Sorro" me escribe lo siguiente —no lo merece:
"Vuelve usted al redil de los políticos de garrafa, de partía y partitocracia... Y yo que le creía sensato, y comparte esto con los sociatas caciquiles... ¡Dimita, hombre, dimita y dignifíquese usted de nuevo! Es lo más positivo."
Es lamentable que haya gente que se dedique a estas cosas alcahueteando y malmetiéndose en los diarios de quienes respetamos a todo el mundo. Además, anónimos así creen que escriben para su calleja, y, desgraciadamente para ellos, la mayor parte de los lectores de este blog no sabe de qué están hablando tipos como Sorro, a quien puede localizarse con cierta facilidad. Lo peor es que esta gente utilice para escupir su comentario una entrada como "Mecanoscrito", dedicada a mi amigo Pedro Álvarez de Miranda. Para que se sepa. Es infame.

lunes, diciembre 04, 2006

Mecanoscrito

Es un privilegio tener amigos sabios, gentiles y honestos. De vez en cuando conviene proclamarlo, para que se sepa que lo que a veces puede pasar por valía personal no es más que la asistencia oportuna de uno de estos amigos que uno tiene el privilegio de tener cerca. Uno de estos amigos, sí, es Pedro Álvarez de Miranda, que es profesor de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid. Algún día tendré que escribir sobre esta eminencia con ocasión de algo más sonado.
Hablamos con alguna frecuencia; no la deseable para alguien que tanto tiene que aprender del sabio Pedro; y nos vemos de vez en vez, más espaciadas. Más de una le he pedido opinión sobre alguna obra del siglo XVIII o le he planteado dudas lingüísticas, esos campos que tan bien resume su monumental obra Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana en España (1680-1760), que fue Premio Rivadeneira de la Real Academia Española, quien la publicó en 1992.
Hace poco le inquirí sobre la palabra más adecuada para designar el texto escrito e impreso en una máquina de escribir o en un ordenador. Mecanuscrito, mecanoscrito, mecanoescrito, manuscrito... y su respuesta escrita la guardo como un ejemplo más de su valía.
Pedro —y yo, vaya por detrás— considera para el caso la palabra mecanoscrito útil y bien formada, y la emplea. (Yo también, en el prólogo que estoy escribiendo para un libro de Antonio Gómez). Es una palabra que no trae el Diccionario del Español Actual de Seco, porque es posterior en su uso más o menos difundido a 1993. De 2001 a 2003 salen pocos ejemplos, dos de una novela de Belén Gopegui, Lo real, según da —tras la consulta de Pedro— el CREA, es decir, el Corpus de Referencia del Español Actual de la RAE. A Pedro le pareció errada, con buen criterio, la solución mecanuscrito, pues la –u- es de manu-, y mecanoescrito también le parecía excesiva, demasiado “completita”. Así que mecanoscrito como solución impecable. “Lo paradójico —me dice— es lo tarde que ha nacido, cuando ya la máquina de escribir casi ha desaparecido”.

viernes, diciembre 01, 2006

Gamoneda

Me preguntan si un poeta de la talla de Antonio Gamoneda habría recibido el Premio Cervantes de no estar en la Presidencia del Gobierno un leonés amante de la poesía como José Luis Rodríguez Zapatero. Por desgracia, eso tiene dos lecturas, una buena y otra mala.
Afortunadamente, estos versos de Antonio Gamoneda sólo tienen una lectura:

Arden las pérdidas. Ya ardían

en la cabeza de mi madre. Antes

ardió la verdad y ardió

también mi pensamiento. Ahora

mi pasión es la indiferencia.

Escucho

en la madera dientes invisibles.

Enhorabuena, maestro del hueco y de la luz perdida.