miércoles, diciembre 30, 2020

Cuidad del paraíso

© Javier Albiñana. El País
El periódico trae hoy en la última página un titular incitativo y con afán literario: «Erratas en la ciudad del paraíso». En la versión digital se convierte en un contundente y más faltón «Málaga homenajea con erratas a Vicente Aleixandre». Parece ser que en uno de los paneles que adecentarán el muro de la travesía Pintor Nogales de la ciudad andaluza han metido la pata con la transcripción del poema «Ciudad del paraíso», de Sombra del paraíso (1944). La dedicatoria «A mi ciudad de Málaga» —que, por cierto, es también la misma que la que llevó el poema pórtico de aquel libro— la habían hecho pasar por un verso; la palabra «luna» la habían transcrito como «lucha» —cuando lo suyo era «Allí fui conducido por una mano materna. / Acaso de una reja florida una guitarra triste / cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo; / quieta la noche, más quieto el amante, / bajo la luna eterna que instantánea transcurre.»—; y habían convertido en dos versos un versículo. Todos esos dislates se encuentran en la difusión del poema en internet, y me he entretenido un rato en comprobarlo. Por ejemplo, el error de lucha en lugar de luna está en páginas de poesía muy visibles como Amediavoz.com, y en otras; pero también en la transcripción del poema que publicó hace unos años La Opinión de Málaga en su versión digital y de la que puede colegirse que ha sido fuente directa ya que todos los errores son comunes; aunque, afortunadamente, reparables con algo más de gasto. Por eso, ese periódico debería hacerse mirar lo suyo de 2017 antes de publicar la colaboración de hoy sobre el asunto. El regocijo que tiene esta crítica textual de andar por casa, je. Me he acordado de unas líneas que escribí aquí a propósito de una práctica en una de mis asignaturas de cursos pasados en las que me lamentaba con ejemplos de la torpeza y el descuido en la presentación o transcripción de un texto literario que viene de la red, en la que parece que vale todo por una incomprensible relación que alguien ha establecido entre la gran difusión, la calidad escasa y el mal gusto. Concluimos en aquellas clases que no costaría nada que con la versatilidad del medio se aplicasen los mismos criterios que ya han funcionado desde hace siglos en la presentación de textos impresos. Sin embargo, no sé qué tendrá este medio para que un poema mostrado en una página de divulgación poética se vuelva fucsia sobre fondo negro, se enmarque con una orla dinámica y con destellos, o su tipografía sea la más elegante de la maleta de fonts. Para gustos los colores; pero, en literatura, rigor. Lo peor de todo, seguía yo, es la difundida ignorancia de que un soneto u otro poema, estrófico o no, se transcriba con sus versos centrados. Y es una plaga en la red. Menos mal que en Málaga han respetado, salvos los fallos, el aspecto de verso largo y marginado a la izquierda de un poema memorable. Sea, pues, y repárese, que nadie está libre de una errata.

martes, diciembre 29, 2020

Marcelino Cardalliaguet

© Diario HOY
 Por el muro en Facebook de Alfonso Domínguez Vinagre me he enterado de la muerte de Marcelino Cardalliaguet Quirant (1937-2020), que lamento profundamente. Alfonso fue compañero de claustro en el Instituto El Brocense de este intelectual comprometido, catedrático de Historia, escritor y político, y reconoce en su recuerdo la condición de maestro de Marcelino en el inicio de sus investigaciones históricas. Me consta ese influjo también en otros historiadores; sin ir más lejos, en mi hermano Josemari. Marcelino Cardalliaguet fue mi profesor de Historia en mi último curso —1979-1980— en el Instituto de Bachillerato «Suárez de Figueroa» de Zafra —daba sus clases recorriendo el pasillo central entre pupitres—, coincidiendo con las primeras elecciones municipales democráticas en abril de 1979, a las que concurrió como cabeza de lista del PSOE y por las que formó parte de la corporación zafrense como concejal y luego diputado provincial. Llegado a Cáceres ya en la década de los ochenta, continuó su carrera en la política municipal como concejal y teniente de alcalde del grupo socialista y su compromiso con la cultura local le llevó a participar en diversas instituciones oficiales como la Diputación cacereña y ciudadanas como el Ateneo, en las que siempre hizo valiosas aportaciones. Guardo una fotografía que nos hizo Múñez y que se publicó en el diario Hoy, en febrero de 1998, en la que compartíamos mesa en la presentación de las Actas del VII Congreso de Escritores Extremeños y del número 42 de la revista Alcántara, él como responsable del Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Cáceres; y fueron muchas las ocasiones en las que coincidimos por intereses comunes. Incluso circunstancias de la vida me llevaron a vivir en el mismo portal que él y su familia de la calle Diego María Crehuet, y los encuentros fueron siempre gratos y frecuentes. Ahí queda su extensa producción en forma de ensayos históricos en libros sobre Extremadura y Cáceres, sus colaboraciones en la prensa, sus numerosos artículos y reseñas –en Alcántara, en la Revista de Estudios Extremeños…—, muchos vinculados a la historia de la educación, como su biografía de Luis Sergio Sánchez (Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, 1995), cuya relectura ahora ofrece curiosos paralelismos con la trayectoria de Marcelino Cardalliaguet en el espíritu ilustrado, en la vida docente, en la labor intelectual y hasta en el contexto de la epidemia de cólera morbo que tuvo a Cáceres en cuarentena en el verano de 1854. Una historia que Marcelino Cardalliaguet contribuyó a divulgar y a conocer mejor. Sit tibi terra levis.

lunes, diciembre 28, 2020

El amor en los tiempos del cólera



 
No pude escuchar la emisión el pasado día 25 del «Cuento de Navidad de la SER» basado en la novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, como un homenaje a los mayores en estos tiempos de pandemia. Lo hice anoche, con mi ejemplar delante. (Nota bene para bibliófilos: tengo la primera edición en Bruguera de diciembre de 1985, una rareza entre un millón de ejemplares de tirada, je). Verdaderamente, no hay color entre la experiencia de lectura o relectura de una obra así y una ficción sonora de hora y media interpretada por buenos actores. Pero es extraordinaria la calidad de la adaptación de la novela por el escritor teatral y guionista Pablo Remón y la dirección de Ana Alonso, y quiero recomendarla porque estoy seguro de que los escuchantes pasarán un buen rato y sentirán la necesidad de volver sobre aquel texto magistral, como me ha pasado a mí. Es admirable cómo Remón selecciona fragmentos y frases de la novela sin apartarse del lenguaje de García Márquez y construye un relato radiofónico que combina el estilo indirecto de unos narradores con el estilo directo de los protagonistas sin que el lector deje de reconocer la obra original. No hay nada de lo esencial que no esté recogido en esta microversión de la novela. Me he acordado de una amiga que suele preguntarme cómo estoy y a la que yo muchas veces le he respondido con una frase parecida a esta que ni recordaba que estaba en El amor en los tiempos del cólera: «Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae». Aquí puede escucharse esta delicia, en la interpretación de actores como José Sacristán y Susi Sánchez —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza mayores—, de Ricardo Gómez y Greta Fernández —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza jóvenes—, de Juan Diego Botto como Juvenal Urbino, de Ana Wagener, de Nancho Novo, y de otras voces invitadas, como la protagonista del loro a cargo de Raúl Pérez o la de, entre más de una docena, de Primitivo Rojas. Un disfrute.

domingo, diciembre 27, 2020

Resonancia de Francisco Valdés

Principalmente desde los primeros años de la década de los noventa, cuando en 1993, la Editora Regional de Extremadura publicó una edición moderna de Letras, notas de un lector, de Francisco Valdés (Don Benito, 1892-1936), la figura de este atractivo representante de un regionalismo literario extremeño del primer tercio del siglo XX ha venido teniendo más difusión. Por los empeños de José Luis Bernal Salgado, responsable de esa edición rescatada de Letras, y de otro estudioso como Manuel Simón Viola, que, aparte sus trabajos sobre la prosa narrativa extremeña del siglo pasado, firmó junto a Bernal en 1998 y en 2013 dos ediciones anotadas de las 8 estampas extremeñas con su marco, otra de las obras principales del dombenitense. Son precedentes, como los de otros estudios parciales, que no restan fundamento a la denominación de «autor olvidado» que se lleva al título de este libro de Guadalupe Nieto Caballero. Leí buena parte de él en la tesis doctoral de su autora, dirigida por José Luis Bernal y Antonio Sáez Delgado, y que fue defendida en 2019 ante un tribunal presidido por el prestigioso Carlos Reis, de la Universidad de Coimbra, y en el que también estaba un especialista y gran experto en la Edad de Plata como el profesor Julio Neira. Contar con una monografía que estudia la obra de un autor tan esquinado como Francisco Valdés es un acontecimiento en el panorama de estudios de la historia literaria del siglo XX en Extremadura y me apetece celebrarlo de nuevo, ahora con la publicación de este Francisco Valdés en sus libros: estudio de la obra de un autor olvidado de la Edad de Plata (Berlin, Peter Lang, 2020). La obra está estructurada en cinco secciones que sitúan el marco de estudio en la Edad de Plata, o «la otra» Edad de Plata, la trayectoria biográfica del escritor, y el recorrido por la prosa creativa y la prosa crítica de Valdés, que está representada por sus dos ediciones de Estampas extremeñas con su marco (las cuatro en 1924 y las ocho en 1932), sus Resonancias (1932) y Letras. Notas de un lector (1933), que reúnen artículos sobre libros y autores, muchos publicados en la prensa de la época. Francisco Valdés despuntó en un ambiente y un contexto muy depauperados, poco propicios para que sus escritos fuesen reconocidos en unos años de ebullición de modernidad. Guadalupe Nieto repasa, a través de la prensa y de la obra publicada por Valdés, un tiempo crucial de la cultura española anterior a la guerra civil, y las aportaciones de su estudio son evidentes, tanto en la trayectoria biográfica como en la literaria, y en la localización y ordenación de un corpus disperso y extendido que luego pasará al formato de los libros que conocemos. Escribe en sus apuntes finales Guadalupe Nieto: «Valdés, en suma, ofrece al lector un conjunto de estampas vitales y literarias que reflejan un compromiso ético y estético con sus circunstancias. No hay dudas de que pese a su reducida bibliografía Valdés cosechó un éxito relativamente destacado para ser un autor procedente de un entorno provinciano entonces y un olvidado hoy» (pág. 153). Y en esos apuntes finales, en ese remate de un trabajo admirable, vuelve a aparecer —como en otro estudio académico dirigido por José Luis Bernal y que también devino en libro, el de Antonio Rivero Machina, Posguerra y poesía (Anthropos, 2017)—, el Rodríguez-Moñino de su construcción crítica y su realidad histórica como afán metodológico. Qué bien. Y qué bueno que nuestra mirada sobre la historia cultural se haga a partir de solventes trabajos como el de Guadalupe Nieto, cuya bibliografía como cierre es, hasta hoy, la más completa y exhaustiva que se ha publicado sobre el autor de Resonancias.

viernes, diciembre 25, 2020

Soñando caminos

La pandemia también tuvo la culpa de que leyese este libro en pantalla, y no en su edición en papel, que aún no he visto. Tuve la satisfacción de escribir una reseña que se publicará en la revista Cuadernos dieciochistas, y si lo traigo aquí ahora, además de para darle una difusión que merece como luminoso ensayo que sobrepasa el objeto de uno de los grandes autores del XVIII, es porque, como tantas otras veces, me llevó —indirectamente— a otros lugares que no caben en los límites de una recensión académica. En este caso, a la lectura de una deliciosa conferencia de Luis Rosales que publicó en Cuadernos hispanoamericanos en 1976, y que yo supongo que fue una de las que se dieron en la Fundación Universitaria Española en mayo de 1975, en los primeros estertores del franquismo. «De vez en cuando se repite un milagro, y esta tarde, a trancas y barrancas, intentaremos probarlo». Así empezó el poeta granadino su intervención, que luego se publicó ahí en un volumen extraordinario dedicado a los hermanos Machado en 1976. Rosales trató sobre el poema XI en redondillas de sus Soledades tan conocido: «Yo voy soñando caminos / de la tarde. ¡Las colinas / doradas, los verdes pinos, / las polvorientas encinas!...». Ahí está la clave del título del libro de Jesús Pérez Magallón: Soñando caminos: Moratín y la nación imaginada (Madrid, Calambur Editorial, 2019), que me llevó a conocer lo que Luis Rosales dice sobre que «todos los poetas tenemos influencias. Cuanto más grande es un poeta, es más sensible, también más inocente, y cuanto más sensible e inocente, más receptor será. […] Lo malo no es tener muchas influencias, lo malo es tener pocas, y lo malísimo, tener una». Me parece tan genial el poema que escuchar a un poeta tan inconmensurable como Luis Rosales hablar de esos versos es algo extraordinario, y escucharle decir que entre «los maestros de la poesía contemporánea ninguno ha valorado el folklore como Antonio Machado» (pág. 1030). También, añade, que, a diferencia del pensamiento racional, el pensamiento poético puede aceptar contradicciones, situaciones de afirmación contradictoria. A mí Rosales me trae buenos recuerdos de mis años de estudiante, de cuando hacíamos la revista Residencia, cuando publicamos en aquellas páginas una entrevista con él y el autógrafo de su poema «Autobiografía» que nos regaló (en Residencia. Cuadernos de Cultura, 7-8, de 1983). Desde entonces, siempre que pienso en Luis Rosales me acuerdo de Federico García Lorca. Claro. Todavía brinco con estas tonterías de jovencito. «¿Adónde el camino irá?».

jueves, diciembre 24, 2020

24 de diciembre

 


«Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Hoy he conocido por la prensa la muerte de Charo Cordero, la presidenta de la Diputación Provincial de Cáceres. Tenía 54 años y será despedida en la intimidad en su pueblo, Romangordo, del que era alcaldesa. En fechas señaladas como la de hoy, la dureza implacable de la muerte parece mayor. Y en un año como este todo es distinto e insólito. También la Nochebuena, que quiere ser vieja ya y despedir el año funesto. Yo he enviado mensajes de felicitación con el añadido de «¡A la porra 2020!», como si fuese el último día del año, como si fuese la Nochevieja. Hoy, en los periódicos, hay muchos anuncios a toda plana con el mismo sentimiento. Telefónica, con el anhelo por «un 2021 en el que las pantallas dejen de ser protagonistas de nuestros encuentros», juega con los «abzs» de 2020 que esperemos que sean «abrazos» en 2021; y El País envuelve su ejemplar con una sobreplana que es un gran anuncio de «Nos habría gustado contar un 2020 diferente», que se cierra en la última con un «Ojalá podamos hacerlo en 2021». En realidad, parece que queremos adelantar al 24 la despedida del 31. Será eso. Un 24 de diciembre de 1958 murió mi abuelo materno, a quien no conocí. Desde entonces, en la casa familiar todo fue distinto, y se obviaba la Nochebuena y la familia se reunía en Nochevieja. Algo parecido a lo de ahora. Es curioso; porque hoy he recibido un mensaje de una persona querida y allegada que me ha recordado que un día como hoy murió su padre. También ha compartido conmigo la fotografía de una edición de las obras de Miguel Hernández que ha comprado. Qué cosas, porque ella no sabe que ayer anoté antes de acostarme que hoy hace 85 años que murió Ramón Sijé, un 24 de diciembre. A él, el poeta dedicó aquello de «Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Feliz Navidad.

martes, diciembre 22, 2020

Cáceres Flamenco

Así se titula este disco que compré esta tarde. Volvía de tomar café y en la calle San Pedro tocaba y cantaba un músico sentado en el umbral de entrada de un hotel cerrado y con el estuche de la guitarra abierto con unos cuantos cedés. Le había visto cantando por bulerías al salir de casa y pensé en que si seguía allí al volver podría echarle con respeto unas monedas. O un billete de diez euros, que es lo que me costó el disco que, por supuesto, escuché al llegar a casa. Un euro por pieza, todas canciones conocidas, «Cartagenera», «Luz de luna», «Recuerdos de La Alhambra», entre otras. Qué pena que no hayan tenido el gusto y el cuidado de editar bien esta música que quedará ahí, sin créditos, sin fecha, casi sin nada más que un arte que merece la pena ser atendido. Sobre todo, porque viene de la calle. Me sorprende saber que a David de Rueda yo ya lo conocía. Por su voz entre las piedras de la parte antigua de Cáceres. En Santa María, y también en San Mateo… Acompañado de otro cantaor que ahora sé que es Reyes Montoyita. Me gustaría volver al sitio en el que mañana vuelva a ponerse David para comprarle otro disco para regalar a alguien que guste de la música como el que no sabe, como yo. Qué gusto. Ojalá esta entradilla pueda contribuir a difundir lo que hacen estos músicos de calle. Aquí, por ejemplo.

viernes, diciembre 18, 2020

Palindropedia (I)


Siendo MSV Miguel Salazar Vacas —mi compadre, abogado, gran lector, bibliófilo, del Atleti y uno de los fundadores de Laurel. Revista de Filología—, GHB Gonzalo Hidalgo Bayal —profesor jubilado, novelista excelso, lector ilustre— y MAL quien escribe y a cuyo ingenio bien cuadran las iniciales, procedo a reproducir algunos, solo algunos, de los palindromos —siempre he preferido la llaneza acentual de la palabra— que a lo largo de estos años de complicidad he ido recopilando. Añadiré otros de autores ajenos a nuestra relación palindromesca o palindromística y que merecen mención por su agudeza. Así pues, téngase en cuenta que es este tan solo un primer anuncio de una serie que puede tener continuidad —o no, según los signos de los tiempos. Diré que hay un precedente de esta entrada, del 7 de abril de 2007, que remite a una anotación en mis papeles de 1999, sobre lo mismo, y que convocó dos hallazgos: «Enamorarse es raro, Mané» (MSV) y «Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina», de José Antonio Millán, grato a GHB. Se sumó MSV en un comentario adjunto con «El birrete terrible». Y luego ha habido genialidades como «La i no merece ceremonial» (GHB) o «Se rodará para Paradores» (GHB), y torpezas como «Oh, no se ama eso, no» (MAL) y «Esa puta da tu pase» (MAL). Continuará. 

miércoles, diciembre 16, 2020

Surimonos

Esta tarde, a las 19:00, en la Biblioteca Pública de Cáceres, se presenta el libro Felicitaciones japonesas. Surimono: pintura y poesía. Edición de Javier Alcaíns. Traducción de Eiko Tomita (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020). Es una de esas aportaciones que el ilustrador y escritor cacereño viene haciendo desde hace muchos años para el conocimiento del diálogo entre palabra e imagen, tan fundamentado en sus propias obras. En este caso, es el fruto de unas exposiciones que promovió y acogió la Consejería competente de hace dos años y pico, creo, con el Plan de Fomento de la Lectura y la Editora Regional de Extremadura, y que pudieron verse en varias localidades de la región. De la nota de esta edición: «Surimono significa, simplemente, cosa impresa (suri: impreso, mono: cosa). Tan neutra definición no nos avisa de lo que nos vamos a encontrar: cosas impresas, ciertamente, pero llevadas a un alto nivel del arte. Ocupan un lugar de honor entre las obras que combinan pintura y poesía. Los surimonos son tarjetas de felicitación, principalmente de Año Nuevo, que en esa época comenzaba con la primavera, pero también podían crearse para otros acontecimientos, como un cambio de nombre o la invitación a un concierto. No se vendían: eran siempre un regalo, y esa es la primera diferencia entre estos y los demás grabados del ukiyo-e. Las encargaban, por lo general, los círculos de literatos, que escribían en ellas sus poemas. Por su misma naturaleza, los temas graves están excluidos: solo buscan mostrar la ligereza y lo festivo de la existencia. Aunque ya se habían realizado antes y seguirían realizándose después, el esplendor de los surimonos abarca desde la Era Kansei (1789-1801) hasta la Era Bunsei (1818-1830)». Un regalo es lo que nos ofrece, como siempre, Javier Alcaíns en esta nueva muestra ahora impresa. Yo hoy no salgo, pero voy a seguir la presentación desde casa pinchando aquí. 

domingo, diciembre 13, 2020

Padrino (Despedida)


Escribí aquí atrás sobre lo de la manía de casar fechas. Pues eso. Que el 13 de diciembre de hace diez años publiqué aquí una nota sobre mi padrino, que ha muerto hoy, 13 de diciembre. Estas coincidencias no son más que eso, una manera de ajustarse una cosa con otra, de convenir por una ocasión, por una circunstancia. Manuel Lucia Hernández (Zafra, 1940-2020) era mi padrino y tuve con él una relación muy especial, como con su hermana Pilar, mi madrina; porque fue entrañable sin ser frecuente ni constante. Muy entrañable. Recuerdo lo que le gustaba que le hablase de algún vínculo entre los toros —que era lo suyo— y la literatura —que era lo de su ahijado—, y hoy he acudido a un poema de Fernando Villalón que no sé si llegó a conocer y que dice que «Ya la blanca polvareda / llena toda la vereda. / Ya se acercan. Ya se escuchan sus bramidos. / Entre cruces de garrochas conducidos / el cortejo de los toros va a llegar. / Los jinetes majestuosos vienen ya…» La última vez que le vi, este pasado mayo, fue en otro entierro en el que todos estábamos muy tristes. Supongo que la vida nos dice que ha llegado el momento de tener que volver al lugar de infancia y juventud para reencontrarse con algunos en las despedidas de otros. La de mi padrino será mañana lunes, 14 de diciembre, a las 11:00 horas, en la Parroquia de La Candelaria de Zafra. Allí estaré.

Zimna Wojna

Han pasado más de diez años desde que escribí aquí una entrada que se titulaba «No dar crédito» en la que lamentaba que la televisión pública interrumpiese con brusquedad irrespetuosa la música y los créditos que forman parte de la conclusión de una película. No pongo comas para que vuelva a notarse mi indignación. Es como si te prestasen un libro y le arrancasen el índice y el colofón. Es una vergüenza. Y en una televisión pública que cínicamente dice que apuesta por el cine, y que no tiene publicidad —sí autopromoción—, es irresponsable. Hace unas horas he disfrutado viendo la película de Pawel Pawlikowski Cold War (2018), cuyo título original en polaco llevo a la cabeza de esta entrega indignada por el poco estilo de La 2 de RTVE. Una vergüenza. Yo casi siempre llego tarde a lo que merece la pena. Leí de mayor Guerra y paz y todavía no he visto decenas de películas eminentes. A la de esta noche pasada también he llegado después de un tiempo de su estreno, y me ha gustado mucho la luz de su blanco y negro, la historia de sus amantes, la música, mucho, y esos encuadres, que fascinan tanto en la televisión de casa porque te mantienen sentado en tu sitio cuando podrías levantarte a por otra cerveza. La película me ha entusiasmado; pero me ha indignado mucho que, cuando iban a mostrarse los créditos, después de la dedicatoria a los padres del director, y cuando sonaba una versión de las Variaciones Goldberg —además, sí—, nuestra televisión pública me haya privado de lo demás. Desastroso. No creo que cueste tanto solucionar esto que es vergonzoso. Zimna Wojna, de Pawel Pawlikowski, con Joanna Kulig y Tomaz Kot, como intérpretes principales. Muy recomendable.

viernes, diciembre 11, 2020

La noción del cero

Sentí mucho la muerte de Fulgen Valares (1972-2018). Participar mañana en un acto en su homenaje es una estupenda y creativa manera de recordar quién fue y lo que hizo. Esencialmente, lo de mañana sábado a las doce será la presentación de su obra póstuma La noción del cero, publicada por el Ayuntamiento de Montijo este año como ganadora del Certamen de Relatos Cortos «Rafael González Castell» en su vigésima primera edición. Tras el fallo del jurado, se difundió una nota que calificaba el texto de Fulgen como una «historia hábilmente narrada de un pobre hombre, un don nadie, un cero a la izquierda, cuya moral irá degradándose hasta límites insospechables para él mismo», como una «novela bien construida, con personajes muy verosímiles y situaciones de plena actualidad». Todo cierto; pero me quedo con lo de que está hábilmente narrada y bien construida, que es lo que importa y lo que considero que importaba a su autor cuando la escribió. Cómo combinó el relato en tercera persona con diálogos bien trazados sin necesidad de apoyos de contexto; cómo tuvo que meter en menos de cien páginas caracteres de novela y un final de relato corto. En fin, cuestiones de género que hacen grande a este oficio. Al de la lectura me refiero.

jueves, diciembre 10, 2020

Tiempo libre

© Enrique Flores. El País.

La rapidez salva vidas y la lentitud puede abrigarlas. Es lo que diferencia la eficacia de la vacuna más veloz de la paciencia en esperarla respetando todas las medidas. La distancia que hay entre ser el primero y proclamarlo con interés, con alharacas, y aguardar con la responsabilidad del sentido común, sin llamar la atención. El sábado, como dije, leí el artículo de Nuccio Ordine («Perder tiempo para ganarlo»), que me parece muy recomendable. Tiene razón, creo, en que «tomarse su tiempo no significa perder tiempo, sino, por el contrario, ganar tiempo, adueñarse del tiempo», y que dedicar las horas a los afectos, a la reflexión o la conversación, a oír música o contemplar una obra de arte significa ganarlas para uno mismo y para los otros, y, como concluye Ordine, «contribuir a que la humanidad sea más humana». Comparto esta defensa de la ociosidad, parecida a la que leí de Stevenson; pero en esta era que vivimos la velocidad tiene su gracia. El tiempo que ganamos con los medios tecnológicos de que disponemos debemos utilizarlos para un mejor rigor en el trabajo. Es sencillo. No se trata de trabajar más deprisa, sino con mayor intensidad y con la garantía de una mejor presentación de lo que hacemos. Precisamente, gracias a que llegamos antes a conseguir un dato, a revisar un texto, o a contar las veces que una palabra se repite. Así que el tiempo ahorrado en eso, deberíamos emplearlo en frenar, en pararnos a reflexionar, en hacer mejor el trabajo, en pensar despacio. Todo un lujo después de tan frenético modo de vida en el que por momentos nos dejamos envolver. Parar y templar, sin necesidad de mandar.

domingo, diciembre 06, 2020

En defensa de los ociosos

Hay viernes que no voy al campus, y convierto mi casa en el lugar guarecido que viene siendo desde que el desastre se instaló ahí afuera. Gozo aquí de una tranquilidad que no tengo en la Facultad —a pesar de las precauciones—, ni en la calle, ni en las tiendas. Y, con todo, uno sale, va a comprar, recibe a poca gente en casa y acude a trabajar a su lugar de siempre. El pasado viernes no salí más que para recoger muy temprano el periódico y desayunar con él. (En primera: «España sale del riesgo extremo por primera vez desde septiembre». En la última, la columna de Juan José Millás, fecundado por una imagen de Antonio Machado: «Allá, en las altas tierras [sic], / por donde traza el Duero / su curva de ballesta…». Y en El Cultural Clarice Lispector en portada, la reseña de Los ancianos siderales, de Luis Mateo Díez, a quien estaba escuchando en la radio, un anuncio de un clásico de Quevedo que voy a comprar y las «Hostias negras» de Luis María Anson, el artículo sobre la negritud que me llamó tanto la atención que acudí a un ejemplar que no recuerdo bien cómo llegó a casa de su libro La negritud, publicado en 1971 por Ediciones de la Revista de Occidente). Salto el paréntesis para decir que a veces lo leído nos lleva a algo vivido, o a algo que forma parte de nuestro entorno, como un poema que nos trae el mismo gesto de una amante que un día nos tomó de la mano. Y hay ocasiones en las que lo sentido en propia carne se corresponde en coincidencia con una lectura que a uno le visita después de haberlo experimentado. Como este pasado viernes, en el lugar guarecido que aparece en este delicioso ensayo que me trajo de Barcelona como regalo mi hijo Pedro y que habla del placer de permanecer a resguardo del viento, como acurrucado en un refugio. Es un librito de la primorosa colección «Great Ideas» de Taurus —ay, Penguin Random House Grupo Editorial— con unos breves ensayos de Robert Louis Stevenson en traducción de Belén Urrutia. Contiene ocho reflexiones sobre la vida —pues todo es vida, desde los lugares hasta las lecturas— que son muy gratas y que he revisitado sin saber que el pasado jueves 3 de este mes se han cumplido ciento veintiséis años de su muerte en Samoa, como recordó el mismo viernes del que hablo Elías Moro en su página de Facebook. El escocés escribe sobre el deleite de los lugares desagradables, que es cuando se refiere al placer de sentirse guarecido; escribe sobre enamorarse, que es —dice— «la única aventura ilógica, la única cosa que nos sentimos tentados de considerar sobrenatural en nuestro trivial y razonable mundo» (pág. 34), un accidente simple que es beneficioso y asombroso; escribe también sobre la vejez huraña y la juventud, como dos de las estaciones de la vida con las que hay que estar acordes en su momento y saber cambiar cuando las circunstancias cambian, pues en eso, dice Stevenson, consiste la verdadera sabiduría. Y escribe una apología del ocio, u ociosidad, «que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante» (pág. 7), una apología que va más allá de eso y que se convierte en una vindicación de la felicidad, en la de los demás y en la propia, como una siembra de beneficios anónimos, pues —dice Stevenson— que es «mejor encontrar a un hombre o una mujer feliz que un billete de cinco libras». Y yo añado que cuando alguien te confiesa su desdicha y pesadumbre es peor que la indigencia de estar sin libra alguna, sin duro alguno. Y es verdad que lo leído parece que genera un campo de afinidades que atrae otras actitudes, o, en este caso, otros textos. El sábado, ayer mismo, leí en el periódico el artículo de Nuccio Ordine «Perder tiempo para ganarlo», que vuelve, como Stevenson, a reivindicar el uso placentero y lento del tiempo fuera de toda utilidad u objetivo práctico y rentable. (Esto último, aderezado con una reflexión sobre la velocidad moderna, quizá me dé para otra entrada). En fin, que el ensayito de Stevenson es un libro deliocioso.

martes, diciembre 01, 2020

Odi et amo


Mañana miércoles acompañaré a Hilario Bravo en la presentación de su más reciente propuesta artística. Una carpeta con cinco serigrafías a tres tintas sobre preimpresión y un folleto que ha editado bajo el catuliano título de Odi et amo en una tirada de cuarenta copias numeradas y firmadas, más ocho pruebas de autor marcadas con números romanos y dos pruebas de estado. La edición tiene el patrocinio de la Diputación de Cáceres, y por eso mañana nos acogerá la Casa-Museo Guayasamín de Cáceres (Ronda de San Francisco, s/n), con aforo limitado. Aunque el título Odi et amo invoca uno de los poemas que no están iluminados de la antología de los veintitrés dedicados a Lesbia, su justificación es obvia en la representación conjunta que la obra propone de esos dos espacios, de esa división de la realidad pintada, y, por consiguiente, vivida, que se presentan contrapuestos en estas piezas. Mañana será un placer, nuevamente, hablar con el artista sobre su obra. Parece que, aunque no sé bien a quién, hay que confirmar asistencia.

lunes, noviembre 30, 2020

Mi madre y Pessoa

El pasado miércoles recordé aquí a Ángel Campos Pámpano sin conocer la noticia de la muerte de Maradona, también un veinticinco de noviembre, como, hace cuatro años, Fidel Castro. Me fijo mucho en esas coincidencias de fechas señaladas. Ya lo he dicho otras veces: la muerte de Lola Flores un 16 de mayo, el mismo día que nació mi hijo Pedro, un mismo día de otro mayo que fue el de la muerte del torero Joselito el Gallo en 1920, tres años después de que naciese otro dieciséis de mayo Juan Rulfo. Hoy Carlos Galilea ha dedicado su Cuando los elefantes sueñan con la música a Fernando Pessoa, que murió un 30 de noviembre de 1935, como mi madre, un 30 de noviembre de 2016, casi a esta hora en la que por algún impulso incontrolado he comenzado a escribir sobre ella por recordarla tal día como hoy. Yo creo que he heredado esa inclinación al calendario que ella tenía y que ahora mantengo en homenaje.

domingo, noviembre 29, 2020

La hora izquierda

Tengo escrito en la penúltima hoja —vuelta— de mi ejemplar de museo de la clase obrera (Madrid, Calambur Editorial, 2018), de Juan Carlos Mestre, una especie de colofón de lector: «Sentirse acompañado por un libro, sí» —en tinta azul, que no frecuento. En la página 71 hay otra anotación en rojo —que uso casi siempre para acentuar lo que tiene importancia— que alude al subrayado de un verso en prosa de Mestre: «el poema comienza cuando estalla la bombilla». Y a la reacción enardecida de mi hermano Josemari un día de marzo del año pasado. Me entusiasmó aquel libro por su forma y por su fondo, su intención y su pertinacia en buscar la verdad de un mundo que le ha dado la razón al poeta por la incertidumbre con que nos regala y la insumisión a la que nos empuja. Lo he rescatado hoy para escribir que justo el día que quería rebajar la altura de los volúmenes apilados en mi escritorio compré once centímetros lineales. Había un clásico de los gordos, un par de novedades, y una novela flaca cuyo argumento me recordó a alguien conocido. Uno de esos libros, este, La hora izquierda (Madrid, Ya lo dijo Casimiro Parker, 2019), me costó 15 euros, a pesar de que la poesía de Mestre la tengo casi toda en casa, y en este caso se trata de una antología. De una antología hecha por un lector amigo —Emilio Torné, el editor de Mestre— y con un prólogo titulado «La imaginación insumisa», que quería tener, como también un libro publicado por una editorial tan singular e independiente como Ya lo dijo Casimiro Parker, que ha publicado obras de Luis Eduardo Aute, Eduardo Scala, Emily Dickinson, Pedro Casariego Córdoba, Ana Pérez Cañamares, Adolfo García Ortega, Alfonsina Storni… Sí, La hora izquierda es una antología de la poesía de Mestre desde sus primeros textos de La visita de Safo (1983), de su Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (1985), o de su premiado La poesía ha caído en desgracia (1992), que fueron luego republicados por Calambur Editorial, que ha sido su editora de los libros mayores, como La casa roja —Premio Nacional 2009—, La bicicleta del panadero —Premio de la Crítica 2012— o mi museo de la clase obrera (2018). Alguien que conoce tan bien a Juan Carlos Mestre como Emilio Torné propone un nuevo libro a partir de la selección de poemas reunidos en secciones —siete— en las que quedan barajados, menos los de La tumba de Keats, que Torné considera casi un poema único y que divide en fragmentos en esta muestra, sin que sirva de precedente. Así que el lector de La hora izquierda tendrá la ocasión de habérselas con una muestra inédita de la escritura constante de Mestre, que, según su prologuista, procede por restitución —al estado original— y no por renovación; y que no tiene nada de automatismo, de irracionalismo ni de superrealismo. Bien dicho queda por Torné que la obra de Juan Carlos Mestre es una reflexión sobre «la imaginación poética insumisa que se adentra en los desafíos de la memoria y el porvenir» (pág. 10). Por cierto, antes de la penúltima hoja de museo de la clase obrera está el «índice» más creativo e inteligente, sin dejar de remitir a sus páginas, que he leído nunca. Mestre en estado impuro.



jueves, noviembre 26, 2020

Metaplasmos por recortes

Había pedido permiso en la dipu y pasó por el hiper para comprar algo que no necesitase frigo —también se llevó unas chuches para la peque. Tenía que recoger a sus hijos. Primero, a la niña, del cole, y luego, al otro, del insti, porque querían pasar el finde en la finca del abu. La chica miraba en el coche sus dibus en el móvil y el niño preguntó por las vacas, que dónde las pasarían. «—Los primeros días en casa de mami —le dijo—, que yo me voy con Vane a una ruta larga en bici». En la radio del auto escuchó la noticia de las palabras aceptadas por la RAE: «Coronavirus», «trol», «fascistoide» o «finde». Eso, finde.

miércoles, noviembre 25, 2020

La Moneda de Carver

 Ángel, en la memoria

El motivo por el que traigo aquí, precisamente hoy, este libro tiene que ver con una parte de su contenido. La Moneda de Carver (Madrid, Reino de Cordelia, 2020), de Javier Morales, está compuesto por ocho relatos organizados en tres secciones: «El tiempo del tabaco», «Ninguna necesidad» y «Nuevas miradas»; y está lleno de sugerencias y guiños literarios, y es un libro que, de haber tenido tiempo, habría reseñado aquí hace semanas. Lo hago hoy por recordar a Ángel Campos Pámpano (1957-2008), a quien dedica el autor uno de los relatos del precioso y cuidado volumen —«Viaje a la Ciudad Blanca»—, y al que recuerdo ahora por contar afligido doce años desde su muerte. El cuento arranca cuando en Lisboa, en agosto de 1988, un joven somnoliento de veinte años llamado Samuel —alter ego que está en otros sitios— se apea del tren, del Lusitania Express, y tiene su primera experiencia en la ciudad blanca, que es el título del libro de poemas que le acompaña en su viaje. Aquel primer y determinante libro de Ángel publicado por Pre-Textos en la primavera de aquel año en el que ardió meses después el Chiado. Mi recuerdo, pues, para Ángel; y mi recomendación de lectura de un libro que, en esa su parte central, la citada «Ninguna necesidad», se fija en tres escritores que murieron pronto: el que sirve para el título de todo, Raymond Carver —su moneda de medio dólar está en la página 59—, que vivió cincuenta años; Ángel, que murió con cincuenta y uno; y José Antonio Gabriel y Galán, que se fue con cincuenta y dos, casi la misma edad que tenía Julián Rodríguez, a quien es inevitable encontrar por su Ninguna necesidad (Barcelona, Random House Mondadori, 2006) —y por su prematura pérdida— en las páginas de esta obra de Javier Morales. Salvado este trozo tan literariamente elegíaco, creo que los otros cuentos del libro son piezas sabiamente labradas en la elección del punto de vista —femenino en más de una—, en su objeto, bien sea literario o extraído de una experiencia personal —hay un Javier personaje que se suma como profesor de cursos de Escritura Creativa—, o en una manera de escritura depurada, un estilo reconocible por su llaneza en comparaciones como las de las hojas del tabaco «listas para transformarse en cigarrillos, en humo, como ocurre con los veranos de mi adolescencia» (pág. 26). Sencillo. Sugerente. Bien escrito. No puedo evitarlo: esta lectura de La Moneda de Carver, que merece más, está dedicada a la memoria de Ángel.

martes, noviembre 24, 2020

Palabras para un fin del mundo

Cinco personas en una sala con capacidad para más de cien no creo que sea para preocuparse en este estado de alarma. Si acaso, la empresa, que sigue manteniendo un pase de Palabras para un fin del mundo, el documental dirigido por Manuel Menchón que he visto hoy. Me alegra mucho que la figura de Unamuno siga propiciando la producción de libros, artículos, películas como la de Amenábar —que esta noche he tenido presente— o documentales como el que vuelve sobre los últimos años, los últimos meses, las últimas semanas y el último día de tan respetable figura intelectual. «Intelectual» es una palabra que se repite, siempre en boca de quienes la desprecian, en muchos momentos de esta excepcional manera de recordar al autor de Niebla y de Del sentimiento trágico de la vida. De la vida que se le fue, según los datos que aporta este documento formidable, en unas circunstancias extrañas sobre las que yo creo que indaga con razonable credibilidad. Palabras para un fin del mundo repite la imagen de un entierro del rector de Salamanca rodeado de falangistas, y pone a uno de ellos, Bartolomé Aragón, que no acudió al sepelio, junto a la camilla del maestro cuando murió, sin que luego nadie certificase con verificable certeza ni hora ni causa de la muerte. Todo esto está muy bien montado en un documental que aporta imágenes —no soy ningún experto en la historia gráfica de aquellos años— que yo no había visto nunca, y que incide en la quema de libros y en el ondear de banderas, que son las más notorias situaciones en las que se manipula aquí para expresar mejor lo que pudo haber sido. Lo que fue.

lunes, noviembre 23, 2020

El quiosco irreductible


Irreductible como la aldea gala. Me lo anunció B. hace unos años, cuando nos sobrevino uno de los proyectos de reforma de la plaza. Iban a trasladar su quiosco a la acera de enfrente, junto al Mesón Ibérico. Me pareció innecesario y pensé en cómo le caería el sol en los meses duros. La reforma se hizo; pero el quiosco permaneció en su sitio, y nadie volvió a remover el asunto. Hasta que hace unas semanas B. me dijo una mañana que ya era inminente, que estaban recogiendo todo para vaciar el cubículo y facilitar el traslado. Dos días después, no había aparecido nadie y todo seguía igual. «—Dicen que mañana». La informalidad propia de los informales de la que todos los días a todas horas hay afectados. Lo ha contado muy bien Jeremías Clemente en su muro de Facebook. El pasado lunes, temprano, ya vi a unos operarios que estaban abriendo con herramientas todo el cerco pegado al suelo del sitio en el que diariamente me llevo mi periódico; y creo que fue la primera vez que lo recogí desde un banco de la plaza. B. me dijo el martes que al día siguiente traerían una grúa para culminar la operación. El miércoles no hubo grúa. El jueves tampoco me di cuenta de nada, cuando B. ya me había asegurado a primera hora del miércoles que al volver del campus a mediodía igual me encontraba el quiosco en otro sitio. Pues no. Solo vi a algunos funcionarios del Ayuntamiento y un quiosco herido, pero impasible. «—¿Todavía seguimos aquí?», dije a B. y G., el viernes; ambos, bien temprano, dentro de ese «aislamiento perdurable del quiosco», como dijo Gonzalo Hidalgo Bayal en La escapada (pág. 269), que es para la pareja su segunda casa. Y fue G. quien me explicó que parece ser que los anclajes de toda la estructura son tan firmes que cualquier actuación la descuajaringaría y que sería peor el remedio que la enfermedad. ¡Acabáramos! ¿Enfermedad? ¿Qué necesidad había de utilizar tantos recursos, dedicar tanto tiempo, importunar a una familia y a sus clientes y gastar dinero en algo superfluo en estos momentos que estamos pasando? Ninguna. Y la mejor lección la ha dado un quiosco mudo pero aferrado al sitio en el que ha estado siempre como una ventana más, que me ha tenido conectado al mundo con ese puntito de romanticismo de lugares así, que pronto serán tan solo un recuerdo. Así que mi quiosco irreductible, como la aldea gala de Astérix y Obélix, sigue en su lugar como todo un símbolo contra la jactanciosa incompetencia municipal. Limpio ya de unos feos y absurdos grafitis, luce ahora su verde épico coronado por la publicidad de una cabecera que el referido miércoles dieciocho difundió el despropósito. En mi ambigüedad en el uso de kiosco y quiosco, habría ahora que reivindicar la K extraña, exótica o alienígena, como diría Gonzalo Hidalgo, en lo que tiene también de contestataria y radical en el ámbito social de los okupas, en el político de la anarkía o en el musical del punk. Algo que leí en un artículo de Juan Francisco Fuentes sobre los usos ideológicos de la letra K de este Quiosco con mayúsculas de la placita de San Juan en Cáceres que sigue ahí con una dignidad de héroe, con Q y con K.



miércoles, noviembre 18, 2020

Actos de fe / Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo)

Esta tarde se ha inaugurado sin inauguración oficial la exposición Actos de fe / Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo), que estará en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) de Badajoz hasta el día 12 de enero de 2021. La Editora Regional de Extremadura (ERE), que ha impulsado esta muestra de la faceta del escritor cacereño como diseñador gráfico y de la que se benefició en la imagen todavía vigente de muchas de sus colecciones, ha difundido una nota de prensa de la que extraigo casi todo lo que constituye esta entrada. La nota va encabezada por estas palabras que evocan a uno de los autores predilectos de Julián y de su hermano Javier: «John Berger escribió que la esperanza es un acto de fe y tiene que estar sostenida por acciones concretas: las que introduce esta exposición y recorre libros, portadas, maquetas, tarjetones, postales, borradores, papeles y cartulinas y tipografías que dieron cuerpo a la esperanza en los años que nos iluminó Julián Rodríguez». Y se cierra con las referidas al comisario de la exposición Juan Luis López Espada (Cáceres, 1973), escritor, profesor y diseñador multimedia, con el que he tenido la ocasión de estar muchas veces por razones de todo tipo entre las que se encuentran dos especialmente destacables: en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres como alumno del Máster de Formación del Profesorado de Educación Secundaria, que me dijo que cursó por prepararse para cuando sus hijos llegasen a ese nivel de estudios, y en el inopinado funeral de Julián, con quien abrió la galería «Casa sin Fin» en Cáceres y con quien colaboró en muchos de los diseños de las colecciones de la ERE. Me alegro de que hayan estado juntos casi una treintena de años. Me alegro también de que los textos que explican este homenaje estén escritos por Javier Rodríguez Marcos y por Luis Sáez Delgado y que aparezcan mencionados en agradecimiento nombres como los de Javier Alcaíns, José Alvarado, Helga de Alvear, Irene Antón, María Jesús Ávila, Francisco Tomás Cerezo, Inés Fajardo, Asunción Fernández, María José Hernández, Paca Flores, Pilar García, Miryam Ginés, Ana Jiménez del Moral, Manolo Laguillo, Andrés Manzano, Antonio de la Osa, Catalina Pulido, María Marcos Rendo, Jorge Ribalta, Julían Rodríguez Rodríguez, Antonio Sáez Delgado, José María Viñuela o Natalia Zarco. La nota de prensa que tengo delante y que se ha difundido hoy añade que «Julián Rodríguez atravesó nuestra vida como un cometa que a cada uno ilumina de forma diferente, pero deja una estela en la que todos nos reconocemos: en la literatura, en la edición, en el diseño, en el arte, en la fotografía, también en la amistad y el consejo. Una de las líneas que con mayor intensidad brilló en esa estela fue el diseño editorial, un oficio que tiene mucho de trabajo artesano y de talento, tanto como de compromiso con cada objeto que salía de su mano, por pequeño que fuese. Y hasta tal punto llega ese compromiso que se puede acompañar buena parte de su biografía y sus pasiones a partir del hilo conductor de los proyectos que, desde la adolescencia, lo sitúan como uno de los más sabios tipógrafos de España y uno de los más audaces. Esa biografía material es la que recorre Actos de fe / Acciones concretas, y sigue la pauta de su colaboración con la Editora Regional de Extremadura, un momento prolongado donde consolida buena parte de su experiencia y corre paralelo a la creación de Periférica, su editorial, la galería Casa sin fin y a muchas aventuras más. El reconocimiento de Julián Rodríguez es también el de la cultura en Extremadura y, sus obras, balizas que acompañan el desarrollo de la cultura en España durante cuatro décadas, desde los años ochenta a la segunda década del siglo XXI». La exposición Actos de fe / Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo), que reúne más de un millar de piezas, como los fanzines cacereños de los años ochenta o las hojas de sala de su galería, los centenares de libros de diferentes editoriales que diseñó, la Carta de Vinos del restaurante «Atrio» de Cáceres o las obras de arte que inspiraron portadas o diseños, recogidas de diferentes colecciones o instituciones como el centro de Arte Helga de Alvear, se puede visitar en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) de Badajoz desde hoy 18 de noviembre de 2020 hasta el 12 de enero de 2021 por iniciativa de la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura.

lunes, noviembre 16, 2020

Francisco Brines, Premio Cervantes

© Foto de Fernando Bustamante

Esta mañana, al salir de la librería en la que he encargado Primavera extremeña, de Julio Llamazares, me he encontrado con Javier Rodríguez Marcos, que lleva por aquí unos días acompañando a Juan Luis López Espada, el comisario de la exposición sobre su hermano Julián Rodríguez que se inaugurará, si todo va bien, este miércoles 18 de noviembre en el MEIAC de Badajoz. Hemos hablado de la exposición, de Julián, claro, de sus papeles y gestos, de libros, de editoriales y del Premio Cervantes —me ha recordado que se fallaba hoy. En la conversación apareció el nombre del poeta venezolano Rafael Cadenas como premiable, por si volvía la alternancia entre un nombre iberoamericano y uno español que se rompió cuando los premios a Sergio Ramírez e Ida Vitale en los consecutivos 2017 y 2018. El premio afectado por la pandemia a Joan Margarit en 2019 parecía augurar un galardón del otro lado; y, sin embargo, la feliz noticia del reconocimiento a Francisco Brines ha contribuido a deshacer lo consuetudinario. Cuando he sabido la noticia esta tarde, la primera persona en la que he pensado ha sido Javier Rodríguez, a quien recuerdo destacando un poema de Brines muy especial para él: «El porqué de las palabras», de Insistencias en Luzbel (Madrid, Visor, 1977), que yo he referido aquí y que he leído a mis alumnos en clase alguna vez. («Las palabras separan de las cosas / la luz que cae en ellas y la cáscara extinta, / y recogen los velos de la sombra / en la noche y los huecos; / mas no supieron separar la lágrima y la risa, / pues era una sola verdad, / y valieron igual sonrisa, indiferencia. / Todo son gestos, muertes, son residuos»). Me he alegrado mucho; y seguro que Javier también. A pesar de que a ninguno de los dos se nos vino a la cabeza un poeta tan grande como Brines mientras paseábamos con ganas de charlar por las calles de una ciudad antigua que hemos asimilado como barrio. «De la poesía se reciben siempre razones de vida», escribió el maestro de Oliva, Premio Cervantes 2020.

domingo, noviembre 15, 2020

Territorio de creación

Hace ya algunos años propuse la organización en Cáceres, bajo el lema Extremadura, territorio de creación, de un encuentro literario con escritores que, por diversas circunstancias, habían elegido esta tierra para vivir temporalmente y escribir desde aquí. Ocurrió con Bernardo Atxaga —que iba a ser uno de los participantes de aquel ciclo nunca celebrado—, porque redactó buena parte de su novela El hombre solo (Barcelona, Ediciones B, 1995), en la casa de su amigo el exfutbolista de mi Athletic Club, y entrenador y fotógrafo, Ernesto Valverde, en Viandar de la Vera, donde vivió el vasco de Asteasu durante seis meses. Me impresiona que hayan pasado veinticinco años de la publicación de aquella novela y de mi propuesta de una actividad en la que quería que participasen también Rafael Sánchez Ferlosio, por su vinculación con Coria, Andrés Trapiello y su territorio de creación en Las Viñas, que es como el mirador exterior de su Salón de pasos perdidos como diario y novela en marcha, y Rafael Chirbes, que se vino a Valverde de Burguillos y ahí vivió durante una docena de años. Este era el elenco —Bernardo Atxaga, Rafael Chirbes, Rafael Sánchez Ferlosio y Andrés Trapiello— que también propuse en 2006 —sin éxito, por razones que ahora no vienen al caso— entre la programación de actividades de la bien temprana candidatura de Cáceres como Capital Europea de la Cultura 2016. Hoy, cuando ya no es posible contar con Ferlosio ni con Chirbes, sumaría un nombre más: Julio Llamazares. El País Semanal acaba de dar un adelanto de su libro Primavera extremeña. Apuntes del natural (Madrid, Alfaguara, 2020), que habrá que esperar a leer hasta el próximo jueves 19, cuando se anuncia su puesta a la venta. Desde el mismo entorno que el lagar de Trapiello, el autor de La lentitud de los bueyes (León, Colección Provincia, 1979) nos regala la crónica real y sentimental de un tiempo difícil desde marzo a mediados de junio de este 2020 en un paisaje muy nuestro del que un vecino ilustrado, Konrad Laudenbacher, que fue conservador jefe y restaurador de la Pinacoteca Nueva de Múnich, hizo una acuarela al natural que es la base del texto que yo he leído hoy en El País y que será la del libro que mañana saldré a reservar en mi librería para darme el gusto de no tener que pedirlo a una gran compañía por internet. Llamazares relata la circunstancia que le trajo a Extremadura justo el día anterior a la declaración del estado de alarma y describe muy bien el paisaje natural, pero también sentimental y sensitivo, del espacio en el que ha pasado con su familia varios meses en uno de los más expresivos ejemplos de cómo un escritor levanta la cabeza del cuaderno o de la pantalla del ordenador para escribir que «Tormentas, lluvias, nubes de paso o agarradas a las montañas durante días, arcoíris de circunferencia inmensa, brillos de todos los tonos dejaron paso a una profusión floral que llenó la sierra de mil colores y de una gama de verdes que iba de un extremo a otro de la paleta sin dejar ninguno: del verde claro de la hierba nueva o de las hojas de los madroños y los membrillos al luminoso de los olivos y al casi negro de las encinas. Y sobre ellos, un millón de pájaros que iban y venían continuamente de un lado a otro disfrutando de la soledad de un campo que nunca habían conocido así. Y lo mismo pasaba con las mariposas, los insectos y los reptiles, dueños de un campo vacío que sólo compartían con los corzos y con los animales domésticos, ovejas y caballos principalmente, que pastaban tranquilamente en las fincas ajenos a nuestras preocupaciones». Para los que vivimos aquí son muy obsequiosas las palabras de Llamazares sobre nuestro entorno; pero si no he interpretado mal, es mucho más lo que esta tierra, este paisaje y esta soledad del campo con sus mariposas le ha dado a él para vivir, aunque sea unos meses, y escribir, aunque solo sean unas páginas, por estos lares. Unas páginas que yo espero que pueda presentar aquí cuando todo lo peor haya pasado. Territorio de creación.

sábado, noviembre 14, 2020

Escuchas

En mi calle lo íntimo se dice a voces. Escribí esto cuando salió aquello de las escuchas de la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, hace más de doce años —«La llamada que toda España oyó», tituló
El País un reportaje. Pero como estos asuntos no dejan de estar de actualidad gracias a siniestros individuos, se me ocurre que mi calle es también escenario y canal comunicativo de lo que se dice sin que los que lo dicen reparen en que todos los demás escuchamos lo que han dicho. Ya di aquí alguna indicación de dónde está situado el escritorio en el que paso buena parte de mi vida, junto a un balcón que da a una calle estrecha de no más de tres plantas por vivienda que hace de altavoz de las conversaciones que pasan por sus humildes aceras sin desnivel. No hace falta hacer mucho visillo —a lo que también, como a la lectura, soy dado; sobre todo en verano—, para que se te cuele en casa la respuesta a una confidencia («—Lo que te pasa tienes que solucionarlo. Si no estáis bien, no estáis bien.»), un exabrupto («—¡Estás más tonto que mis cojones! ¡Qué subnormal eres!»), una lección moral a la que no puse rostro (—«Hay personas que parecen buenas y no lo son. Hay un tipo de individuos que tienen siempre buena cara para todo, y una inclinación especial hacia la acción voluntaria, a estar en todos los sitios... Pero luego, hijo mío, son lo peor.»), o unas frases a voces desenvueltas por el teléfono («—Espera, espera, que me cojo un taxi; vaya mierda…»), de una mujer de voz muy grave como la de otra noche en una silla de ruedas desde la puta intemperie hacia una ventana («—Yo ya estaba en mi puta casa. Si he venido a verte es porque me has llamado. Ella está en su puta movida»), o, finalmente, el teatro del absurdo de la exaltación de alguien que dijo en alto algo que no pude escuchar completo («—Quiero agradecer este premio…»). Los odiados ladridos de los perros no los entrecolmillo en esta serie real de escuchas literales —lo prometo— en esta mierda de calle en la que soy feliz con mis cositas, y lo que sí me apetece es acordarme de don Ramón María y de su genial esperpento La hija del capitán que corona Martes de Carnaval con ese «—¡De risa me escacho!». Por las escuchas. 

viernes, noviembre 13, 2020

Cáceres en Abril

© José Holguera
Esta mañana han llegado a casa desde Luxemburgo dos ejemplares de este número de Abril, dedicado a textos de escritores de la provincia de Cáceres. Hace unos meses que Javier Alcaíns, José V. Solana y yo hablamos de la posibilidad de publicar una antología de autores de Cáceres en la entrega de Abril del otoño de este año. Sabíamos que era muy difícil hacer una selección de los muchos nombres de calidad que hay en una lista —sobre la que la redacción de Abril eligió— mucho más numerosa que esta docena y pico. El resultado es este, con textos de Pureza Canelo, Ada Salas, Javier Cercas, Santos Domínguez, Basilio Sánchez, Javier Rodríguez Marcos, Gonzalo Hidalgo Bayal, Álvaro Valverde, Emilia Oliva, Julián Rodríguez —a cuya memoria va dedicado el número—, Carmen Hernández Zurbano, Javier Alcaíns, Irene Sánchez Carrón y Pilar Galán. Yo digo ahí que es una nómina justificadamente exigua; pero que puede asegurarse que, sin perder calidad, cabría hacer otra entrega de Abril con el mismo número de nombres. En cualquier caso, recoge una buena representación de lo que la literatura en español le debe a escritores de aquí, en narrativa y en poesía. Faltan géneros, claro. La verdad es que es muy destacable que una revista como Abril, reconocida en 2014 por la editorial Ultimomondo con el premio «Lëtzebuerger Bicherpräis» por el fomento de las culturas «immigrées» y su aportación a la literatura en Luxemburgo, se fije en la de autores vinculados de cualquier manera a Cáceres. Así que ha llegado este Abril en noviembre, una mañana algo gris. No se crea que viene con el apoyo y la subvención —no pedidos— de ninguna institución cacereña, que es lo que cabría pensar de algo así. Nada de eso. Pero, desde luego, no estaría nada mal que alguna biblioteca extremeña pública, dependiente de una diputación, de una universidad o de una consejería, solicitase la venta de ejemplares de esta revista tan singular que en este número está ilustrada por la artista luxemburguesa Malou Faber-Hilbert. Recomiendo la lectura de este Abril después de haber vuelto a leerlo. Por todo lo que significa abril para Cáceres.

jueves, noviembre 12, 2020

Un sueño

Ojalá, se dijo, le hubiesen notado durante la clase la cara de satisfacción. Iba embozado y todo fue muy diferente. Habló de que habría que erradicar el concepto de «lectura obligatoria» y eliminar esos ítems del programa que van encabezados con la palabra «Tema» y un número. Que en lugar de «Tema 16», más, por ejemplo, «El problema [sic] del naturalismo español», que empezaba con algo parecido a que la «novela naturalista fraguó en Francia, merced sobre todo a Zola, ya desde finales de la década de los sesenta, pues su gran creación de veinte volúmenes Les Rougon-Marcquart comenzó a publicarse en 1871, aunque no se concluyó hasta 1893», el tema lo encabezase un texto como Los Pazos de Ulloa, seguido —tema 2— de La Madre Naturaleza. Les dijo que en el primer supuesto había un término —«naturalista»—, un país —Francia—, un apellido —Zola—, un título impronunciable por muchos — Les Rougon-Marcquart— y dos fechas —1871 y 1893—; y que, por el contrario, en su propuesta, solo habría una frase: «Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabrillas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope». Que ese era el principio de Los Pazos de Ulloa y que esas cincuenta palabras serían el principio del Tema 1. Y punto. Y que a partir de ese momento iban a empezar a trabajar, no sobre un argumento, que, al fin y al cabo, es algo que a todos puede suceder y concernir; sino sobre una realidad solo textual, en la que habría que explicarse por qué el jinete, por qué el trote cochinero y las palabrillas calmantes. Y lo que vendría después —pues por fortuna habría que seguir leyendo—, estaba seguro —dijo a sus alumnas—, iba a facultarles para conocer, si no Francia, ni Zola, ni los veinte volúmenes de Les Rougon-Marcquart, sí lo que fue el naturalismo literario en España. Se había quedado dormido con la mascarilla puesta y la puerta de su despacho abierta, y fue un compañero quien le devolvió al temario de las oposiciones que sirve para habilitar a los profesores del futuro; el que le devolvió a que la «novela naturalista fraguó en Francia, merced sobre todo a Zola, ya desde finales de la década de los sesenta, pues su gran creación de veinte volúmenes Les Rougon-Marcquart comenzó a publicarse en 1871, aunque no se concluyó hasta 1893».