viernes, abril 24, 2020

Diario de estos días (XLIII)

«se le dio la llave del túnel que lleva al Abismo profundo» (Apocalipsis)

Viernes, 24. No tiene nada que ver con no poder salir, pues me habría ocurrido en cualquier otra circunstancia que no fuese tan extrema como esta. Lo cierto es que hoy he visto el vacío a mis pies. Sí puede tener relación con este estado de amarla —perdón, alarma—, y que me haya puesto nervioso sin motivo, ya que había otros recursos. Resulta que esta mañana todos los documentos en word que abrí en mi ordenador amanecieron con un mensaje que decía que no podía escribir sobre ellos, que solo tenía la posibilidad de verlos, y que debería comprar otra licencia de la suite ofimática universal que tiene nombre de oficina. Al finalizar la clase, y comprobar que no podía hacer nada, ni siquiera introduciendo las contraseñas solicitadas, llamé a G., una compañera muy diestra en estos asuntos, llamé a la tienda en la que compré mi aparato, y llamé a un servicio técnico al que el de la tienda me remitió y que no supo orientarme. Sí me propusieron que, si el problema persistía, que fuese allí, pues abren de lunes a viernes de diez a dos. G., providencial, me sugirió descargarme otra versión del paquete de marras —es más bonito lo de suite— y para ello me envió un enlace en el que tuve que volver a un sitio conocido, el que llaman «Gestión de credenciales» de mi Universidad. Lo hice, y gestioné mis credenciales, con el cambio de claves de acceso y otras divinas mandangas, y, sin necesidad de esperar a descargarme nada, logré convertir el abismo en el espacio que va del bordillo de una acera al suelo. Como desde que empezó todo esto vengo pensando en el peligro de que el sistema todo se venga abajo, estoy en tensión y acabo nervioso por problemas menores, como el de esta mañana. No había tal. Tengo otro aparatino portátil en el que sí habría podido seguir trabajando. Eso creo, porque luego vi —y quedé inquieto— que hay algo que se llama sincronización y que lo que le pasa a uno le pasa al otro. Qué cosas. En fin, va uno aprendiendo a golpes de sustos como este. Qué vulnerabilidad y dependencia. Bienvenidas sean ahora si no están infectas. Hoy voy a aplaudir también a los duendes invisibles de este mundo ignoto.

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