viernes, mayo 27, 2022

Olvido García Valdés, Premio Reina Sofía de Poesía

© Canal UNED

Cuando supe ayer por la tarde que Olvido García Valdés había obtenido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, después del alegrón, me vinieron muchos recuerdos de muchas personas y situaciones relacionadas con Olvido. Ángel Campos Pámpano estaría entusiasmado con la noticia, y se vanagloriaría, como yo ahora —me dije—, de haber compartido proyectos editoriales de mucho empeño como aquel periódico de revistas poéticas que fue Hablar/Falar de Poesia (1997-2002); igual que Luis Costillo, otro amigo que se fue y que ha quedado presente junto a la poesía de Olvido en la cubierta —elegida por ella— de la antología dentro del animal la voz (Ediciones Cátedra, Letras Hispánicas 838, 2020) que preparamos Vicente Luis Mora y yo deslumbrados por el sentir y el pensar de una palabra ya muy cercana. También me vino la satisfacción de nuestro encuentro reciente en la UNED de Madrid, de los dos, para hablar de la poesía de Olvido, para escucharla a ella, y para, con ella, con Miguel Casado y con Antonio Ortega compartir buena mesa y buena charla en el «Manolo» de Princesa 83, lleno ese jueves de abril en el que volví a acordarme de Ángel Campos y de Luis Costillo y de sus sillas vacías. Y volvió a crujir la madera de los peldaños de una escalera en otra imagen de ayer. Desde hace unos años visito con frecuencia la sede de Ediciones Universidad de Salamanca en la Plaza de San Benito, y cuando subo a pie me gusta contemplar los retratos en blanco y negro de las poetas y de los poetas que han sido reconocidos con el Premio Reina Sofía desde 1992, y me impresiona siempre saludar a María Victoria Atencia, a Ida Vitale, a José Emilio Pacheco y Sophia de Mello —otra vez Ángel—, a Antonio Gamoneda, a Francisco Brines, a Gonzalo Rojas… Me entusiasma saber que pronto Ediciones Universidad de Salamanca publicará el volumen de estudio y antología con el que siempre nos regalan, y estoy deseando volver a subir esa escalera con tanto sabor para reencontrarme con Olvido, a quien vuelvo a felicitar por un galardón que lleva un título y un nombre que siguen prestigiando lo que nombran, y que, lamentablemente, nos recuerda por contraste que no ocurra así para otro ocaso real.

jueves, mayo 26, 2022

Abril flamenco

Me apetecía escribir sobre este nuevo número de Abril justo cuando José María Velázquez-Gaztelu estuviese presentando su programa en Radio Clásica Nuestro flamenco, que todos los martes y jueves se puede escuchar en esta emisora de referencia. Con la generosidad de sus redactores, recibí nuevamente la revista Abril en su entrega dedicada en esta ocasión al «Flamenco», que llegó desde Luxemburgo hace unas semanas. Por eso lo de haber intentado acomodar estas líneas a la escucha del programa de uno de sus colaboradores ilustres, el admirado José María Velázquez-Gaztelu Vecina, que se pronuncia en estas páginas con su discurso de recepción como académico de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz el 21 de octubre de 2021. Abril es una revista muy singular y que sigue siendo puntual a la cita con sus lectores cada semestre. Bien atento siempre su equipo de redacción a lo que puede tener un interés cultural, o como una manera de difundir la cultura española fuera de aquí, se han empeñado en esta ocasión en llenar sus páginas con un bien tan cultural como el flamenco, que Paca Rimbau, en su presentación, nos recuerda que no es la primera vez —número 22 de Abril, de 2001—, y que lo reivindica como materia de estudio. Y de literatura, que es en lo que se afana —sin conseguirlo del todo— este número de Abril de mayo. Todas las colaboraciones son pertinentes, idóneas para el objeto principal del número que difunde experiencias y acontecimientos relacionados con el mundo del flamenco desde el siglo pasado —se celebra el centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada en la crónica del parisino estudioso y guitarrista Claude Worms—; pero me pregunto qué ocurre cuando las colaboraciones que se reclaman no llegan de escritores, sino de profesionales del arte como cantaoras —Rocío Márquez fue Premio Lámpara Minera en 2008— o bailaoras —Leonor Leal bailó dirigida por Cristina Hoyos y estuvo en la Bienal de Flamenco de Sevilla de 2020, y la gaditana María Moreno tiene ya reconocida solvencia—, a las que se les pide que escriban. Ocurre que cuando se solicita a alguien que sabe hacer muy bien lo suyo —el baile o el cante, por ejemplo— que escriba unas líneas con apariencia de poema, el valor de su texto es solo un testimonio. Por eso es tan valioso lo que se puede leer en este número de Abril, que tampoco acierta con la presentación de los versos de las letras flamencas tradicionales y nuevas con las líneas centradas, como si la poesía flamenca se hubiese contagiado de esa reprensible manera de mostrar la poesía en internet. Otro ejemplo: si estuviese bien escrito, más sugerente habría sido el texto de Fernando López Rodríguez, no solo bailaor, sino teórico de la danza, con varios libros publicados, y con ancestros extremeños. Un testimonio que hace más sugerente este número de Abril que he leído en mayo. Después de tres o cuatro programas escuchando al sabio Velázquez-Gaztelu —o sea, dos o tres semanas— me he animado a publicar esta nota celebrativa de la publicación de otro número de Abril —con su andaluza voz de ambiente en mayo. Y la música, hoy, del guitarrista Pedro Bacán (Lebrija, 1951-Utrera, 1997), que murió en un accidente de tráfico al volver a su casa. Estupenda soleá y estupendo su acompañamiento con Chano Lobato. No digo más. Sigo escuchando.

miércoles, mayo 25, 2022

Aquel miércoles de mierda

Aquella mañana volví a constatar que vivo rodeado de cosas que no sé nombrar. Es una incómoda ignorancia que siempre me ha parecido una forma de desperdiciar la vida. Saludo con frecuencia y familiaridad a árboles que no sé cómo se llaman y eso me genera un malestar que tendría fácil remedio a poco que dedicase un rato a estudiar o a preguntar a quienes saben. En algún sitio que ahora no recuerdo mencioné algo parecido escrito por Muñoz Molina, que aludía a esa forma de ceguera de quien pasea por el campo sin saber cómo se llaman las flores que tiene delante. Ahora sé que hay herramientas en el teléfono que solucionan eso. Aquella mañana, después del paseo, volví a casa, como siempre, con la prensa en las manos, con esos papeles —todavía— que sigo trayendo aquí como si tuviese alguna necesidad de conectar con la realidad, cuando la realidad que me viene del periódico ya pasó hace muchas horas. Es una realidad sobre la que también me faltan palabras para nombrarla. No sé cómo decir sobre la violencia, sobre la mentira, la ambición, que ya están dichas; y no sé cómo comprender algo así y verbalizarlo más allá de esa manera de nombrar sin mayor reflexión; pues reniego de la opinión marcada y dirigida de las tertulias que nos viene de los medios y de los extremos. Descreo de todo menos de la mirada de un perro abandonado. Descreo de esa forma de escribir, de la deslealtad, de la falta de confianza de alguien que te agradece algo cuando piensa de ti que eres un mierda; o peor, un librepensador. Para eso sí me han salido las palabras y la casi paranomasia. Miércoles, que fue cuando rescaté esta nota de mierda.

domingo, mayo 15, 2022

Atlas de Literatura Latinoamericana

Este Atlas de Literatura Latinoamericana ha sido un buen colofón de mis clases de Textos de la Literatura Hispanoamericana en el tercer curso del grado de Filología Hispánica. He propuesto una especie de reseña pública de esta notable y bella novedad editorial —un regalo de persona muy apreciada—, con la pretensión de ofrecer a mis alumnas un buen número de nombres y de rasgos que sobrepasan con mucho los estrictos límites de nuestra asignatura. Es la gran virtud de este libro. En cierta manera, constata la magnitud inabarcable de la literatura en lengua española de un continente y la imposibilidad de acaso acercarse a ella en la ficha docente de una asignatura de un grado universitario. Coordinado por Clara Obligado e ilustrado por Agustín Comotto, este Atlas de Literatura Latinoamericana (Arquitectura inestable) (Madrid, Nórdica libros, 2022, 222 páginas) propone cincuenta nombres de veinte países presentados con semblanzas por cuarenta y siete escritores y profesores. La nómina puede escandalizar, además, a quien se lleve las manos a la cabeza por no ver en ella a Borges, Cortázar, García Márquez, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Elena Poniatowska, César Vallejo, Cristina Peri Rossi, Horacio Quiroga o Carlos Fuentes, entre otros muchos. Como es lógico; pues no caben y hay que optar por un criterio. En este caso, el criterio principal es ir contra lo más obvio por visible a lo largo de la historia de un canon instituido hasta en los programas de las universidades de medio mundo. Evitar esos nombres tan sonados. Respetable. En palabras de Clara Obligado, se trata de una selección anti-canon en donde no están los del boom por eso, por obvios y ya demasiado visibles. Otro afán es el de dar visibilidad a muchas mujeres que la merecen por sus obras. Así que está Elena Garro y no Octavio Paz, y Silvina Ocampo y no Bioy Casares; pero también un buen número de escritoras de un interés notable, como Julia de Burgos o Alejandra Pizarnik. Bienvenidas sean propuestas así, que nos permiten sobrevolar por la «arquitectura inestable» de este Atlas, que es una buena forma de agrandar o aumentar nuestra visión de una literatura inmensa. Así lo he aplicado en mis últimas clases, convencido de que podría montar, con el Atlas de Clara Obligado como mapa o guía docente, un curso estupendo de «Textos de Literatura Hispanoamericana», que es el título de mi asignatura. Mis dos principales reparos es que un libro así no contenga textos —una antología mínima, al menos— de las autoras y autores que se reseñan. Eso conllevaría una edición de más páginas, y yo comprendo las dificultades editoriales. Pero no habría supuesto tantas incluir una información sucinta —mínima, al menos— para el lector que quisiera saber dónde encontrar la obra de Salarrué, las mejores ediciones de Gabriela Mistral, dónde leer a Blanca Varela o a Elena Garro, que ha sido editada en Extremadura por La Moderna (Cristales de tiempo. Edición, estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui. Galisteo. Cáceres, Rosas Lopategui Publishing y La Moderna, 2016). Curiosamente, se dan más datos de quienes colaboran en este libro —sabemos que Ana María Shua obtuvo el Premio Nacional de Argentina y una beca Guggenheim, y que su último libro fue publicado en Madrid y en Buenos Aires en 2019, que ha sido traducida a quince idiomas—, que de los autores protagonistas —de Augusto Monterroso, «escritor hondureño, nacionalizado guatemalteco y exiliado en México», no se da ni una sola referencia de sus obras. No es un prurito de profesor, es solo el reproche de un lector al que le gustaría conocer parte de lo mucho mostrado en esta atractiva forma de difundir una literatura tan plural. Que un Atlas así permitiese también una orientación sobre dónde leer la obra de Marosa di Giorgio, y si la editorial de Adriana Hidalgo (A.hache) distribuye bien su obra, y si se puede adquirir algo de lo que escribió. O si puedo leer la poesía de Julia de Burgos en la antología Yo soy mi ruta que publicó Torremozas en 2019. Este Atlas es un bonito montaje editorial que se podrá leer, como quieren sus promotores, como una obra de creación, pero que no ha tenido la generosidad para con sus lectores de ser un poquito más útil por informativa. 

domingo, mayo 08, 2022

Julio Neira

© Javier Cotera. El Diario Montañés

Ayer sábado, en varios medios y redes, leímos la noticia del fallecimiento de Julio Neira (Madrid, 1954), y resúmenes de su trayectoria profesional como Catedrático de Literatura Española en la UNED —fue decano entre 2015 y 2019 de su Facultad de Filología—, como investigador y ensayista en poesía española contemporánea y especialmente en la Vanguardia española, o como gestor desde su primer cargo como delegado del Ministerio de Educación y Ciencia en Cantabria entre 1986 y 1993, su vinculación a la política como candidato del PSOE en las elecciones autonómicas en Cantabria en mayo de 1995, o sus actividades en la gestión cultural cuando fue, entre 2003 y 2008, director del Centro Cultural Generación del 27 de la Diputación de Málaga, luego coordinador general del Centro Andaluz de las Letras (2008-2011), o director general del Libro Archivos y Bibliotecas de la Junta de Andalucía (2011-2012). Publicó numerosos trabajos sobre revistas como Litoral o autores como Jorge Guillén, José María Hinojosa —a quien dedicó su tesis doctoral y editó (La flor de Californía, Poesías completas, Epistolario…)—, Luis Cernuda, José Moreno Villa, José Antonio Muñoz Rojas, y, más recientemente, José Manuel Caballero Bonald, que biografió en Memorial de disidencias. Vida y obra de José Manuel Caballero Bonald (Fundación José Manuel Lara, 2014), que fue Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías, y a cuya poesía dedicó el libro Gestión de simulacros. La poesía de José Manuel Caballero Bonald (Calambur, 2021). Nos gustó mucho encontrarnos en Córdoba, hace cuatro meses, en el II Congreso Internacional SILEM Vidas para contar. La construcción biográfica del escritor en la modernidad temprana, al que acudió acompañando a María Dolores Martos, que habló sobre discurso biográfico femenino en la Filipinas del siglo XVII, y a la que me presentó. Era la primera vez que lo veía desde que supe lo de su enfermedad, que no le impidió del todo seguir aceptando invitaciones, como cuando Luigi Giuliani le pidió el año pasado que presentase en Madrid su edición de Roma, peligro para caminantes, que finalmente no pudo ser, precisamente, por culpa de su tratamiento. Nuestro afecto mutuo venía de años, de esa época de la que no hablan los resúmenes de las necrologías. Julio vino a Cáceres en el curso 1983-1984, procedente de la Universidad Mohamed V de Rabat, en la que había dado clases durante cinco cursos. Lo conocí esporádicamente como profesor, pues se hizo cargo de alguna asignatura de los últimos cursos, e incipientemente como compañero muy pocos meses, intensos en su aclimatación a Cáceres, que viví con él desde cerca. Más de una vez he contado que un catorce de enero de 1986, Julio se presentó en casa —yo vivía de alquiler con Miguel Ángel Teijeiro y otro amigo— y, llorando, nos comunicó la noticia de la muerte de Juan Manuel Rozas, pilar de aquel joven Departamento de Literatura Española. Creo que la desaparición del referente del maestro tuvo mucho que ver con que Julio y su familia dejasen Cáceres, una ciudad que solo podía motivarle en aquel entonces por trabajar junto a Rozas. En los últimos años, y cuando ya había vuelto a su dedicación como profesor de la UNED, retomamos el contacto por sus venidas a Cáceres para participar en alguna comisión de plazas docentes o en algún tribunal de tesis doctoral, y sabíamos bien de él por reuniones y congresos en los que coincidía con colegas como José Luis Bernal, que ha compartido siempre intereses de investigación, y que fue quien ayer por la mañana me dio la noticia de la muerte de Julio Neira. A quien recuerdo ahora y por quien escribo. 

jueves, mayo 05, 2022

Del plagio

Ex Apocrypha Universitatis Biblia: § No cabe duda de que el plagio es una práctica contraria a los principios que rigen la educación universitaria. § La institución deberá proporcionar a los estudiantes la formación necesaria para la elaboración de trabajos que manejen y citen debidamente las fuentes utilizadas. […] § Así pues, el plagio, entendido como la copia de textos sin citar su procedencia y dándolos como de elaboración propia, conllevará automáticamente la calificación de suspenso en la asignatura en la que se hubiese detectado. § Eso sí, si el estudiante adujese como causa la lectura de «Pierre Menard, autor del Quijote» (1939), de Jorge Luis Borges, quedaría exonerado de toda pena. [f. 34r]

lunes, mayo 02, 2022

Dos de Mayo

Es posible que el verso más recordado sobre esta fecha sea «Oigo, patria, tu aflicción», primero de la oda «El Dos de Mayo» de Bernardo López García (Jaén, 1838-Madrid, 1870), que, sin embargo, no vivió aquellos hechos. No voy a hacer ningún recuento sobre la poesía escrita en torno al 2 de mayo de 1808, pues hay bastante información. Juan Pérez de Guzmán hizo una relación histórica detallada a principios del siglo pasado y un libro de Christian Demange abordó hace menos a partir de aquello el sentimiento nacional español (El Dos de Mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), Marcial Pons, 2004). He leído algunos textos poéticos de aquel tiempo, de encendido ímpetu versal, como el de unos cuartetos agudos de Arriaza, u otros poemas de Cristóbal de Beña, de Juan Nicasio Gallego…, que me han interesado por conocer algo más sobre la personalidad de sus autores. Me ha ocurrido con Francisco Sánchez Barbero (1764-1819), que escribió en la primera oda de su serie «La invasión francesa en 1808»: «¡Oh día dos de Mayo, / día de horror! Jamás, jamás la lumbre / del padre de las luces te amanezca; / maldígate el que mora / del quieto empíreo la estrellada cumbre, / y a ti con él, Murat, y cuantos fueron / presa de tu perfidia destructora». Al extremeño de Mérida José María Calatrava (1781-1846) debemos una carta conmovedora en la que relató la muerte de su amigo y compañero de destierro —por liberales y constituyentes— en Melilla y que publicó, antes de los poemas de Sánchez Barbero, Leopoldo Augusto de Cueto en el segundo tomo de sus Poetas líricos del siglo XVIII, que me acompañan desde hace tantos años de estudios dieciochescos. La carta la recordó Pedro J. Ramírez en su documentadísimo libro La desventura de la libertad. José María Calatrava y la caída del régimen constitucional español en 1823 (Madrid, La Esfera de los Libros, 2014). Está bien detenerse en una efeméride, recordar algún hecho o figura memorables e ir de una lectura a otra.

domingo, mayo 01, 2022

Incunabula

El pasado miércoles 20 de abril me detuve en la página 32 de El País, que mostraba una fotografía del Sinodal de Aguilafuente, que es el primer libro impreso en España, y que iba a exponerse en Madrid al día siguiente, en la Biblioteca Nacional, después de un complejo traslado del ejemplar desde la Catedral de Segovia hasta Recoletos. Como esa misma tarde viajaba a la capital, miré sin mucha convicción en la página web de la BNE, o, más bien, con esperanza y sin convencimiento, y encontré una plaza entre las cinco últimas que quedaban en el tramo de las nueve y media de la primera mañana de la exposición. La hora me permitía visitar la muestra —treinta minutos es un tiempo más que suficiente— y acudir caminando al encuentro en la Biblioteca de la UNED con Olvido García Valdés, que resultó gratísimo. Los primeros visitantes de Incunabula. 550 años de la imprenta en España —del 21 de abril de 2022 al 23 de julio de 2022— compartimos el espacio de la escalinata de acceso al control durante los minutos que faltaban para que llegase la hora exacta de apertura. Un señor muy afable de unos setenta años con sus deportivas, que se identificó como usuario de la Biblioteca —llevaba su carpeta con folios— había reservado para ver la exposición antes de ocupar su sitio en alguna de las salas. Una mujer cargada con una mochila que debía de pesar lo suyo aguardaba igualmente a que nos llamasen para entrar en el primer turno del primer día de visitas. Estaba también un joven jubilado de la Enseñanza Secundaria al que una usuaria, antigua profesora, saludó y preguntó por su situación. Además de haber dejado la enseñanza —dijo—, había comenzado a redactar otra tesis. Estuvo luego durante la visita anotando en una libreta algo sobre los libros que allí estaban. Me pareció un poco absurdo, ya que la mayoría de los incunables de la Nacional están digitalizados y a disposición de quien quiera en el ordenador de su casa, desde el Lux bella (1492) de Marcos Durán o la Ethica ad Nicomachum Politica (1473) de Aristóteles, hasta las Ordenanzas reales de Castilla (1485). Eso sí, hicimos alguna foto, sobre todo del Sinodal de Aguilafuente (ca. 1472), que por primera vez se ha visto fuera de la Catedral de Segovia. Algún trabajador de la BNE de bata blanca aprovechó un receso para pasarse por la sala y curiosear. Me pareció que estábamos compartiendo una especie de celebración ritual sin aparato y por el mero disfrute de estar allí. Aquí se puede disponer más cómodamente de toda la información que allí había; y, sin embargo, nos parece mejor pasar por el sitio, aunque sea un rato. Menos mal; por eso seguimos yendo a los museos. Y a las exposiciones pequeñitas y extraordinarias como esta.