domingo, agosto 29, 2021

Giros narrativos (y IV)

De las dos circunstancias que cambiaron el curso de mi trama de agosto, la de limpiar el polvo merece este capítulo aparte. Aunque I viene a casa una vez por semana y pasa el trapo como la que va de puntillas y tiene prisa; a horas, y sin afán recriminatorio, me entretengo en desempolvar los libros. Según la zona, puede ocurrir que la tarea derive en la reubicación de unos cuantos volúmenes que no habían quedado debidamente ordenados alfabéticamente por los apellidos de sus autores en un sector del pasillo que acoge lo más misceláneo y esquivo. Y puede pasar que me pare y ponga el ojo en uno que no abría después de mucho, con el que me reencuentre y me agrade la gracia de volver a él después de muchos años. Es una suerte de desprendimiento de rutina. Anoté algo así hace tiempo y me propuse hilar un texto como una taracea de lo leído en páginas que rodean la vida cotidiana de quien pone un poco en orden la casa o se entretiene limpiando las estanterías. En este caso, no un estante ni dos, sino varias habitaciones. Así que tenía la trenza alquitranada, como escribe Stevenson sobre su personaje masculino en La isla del tesoro, y antes de que pudiera alcanzarlo, saltó por la ventana y lo vio alejarse a todo correr por entre los olivos, como en el cuento de Alejo Carpentier, «Semejante a la noche» referido a un personaje femenino. Nuestros encuentros habían sido eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo, de Rayuela (capítulo 1), «caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes». O esos momentos de amor de los «ojos míos claros, mis cabellos de miel» de Se está haciendo cada vez más tarde de Tabucchi, tan distintos al trato amoroso de los personajes de Insolación, de Emilia Pardo Bazán, con su cortedad debida, que uno de ellos podría ser la cuarentona rubia de chispeantes ojos azules, de natural expansiva y que atiende por la señora Mir en la novela Caligrafía de los sueños de Juan Marsé, en donde hay un atisbo remoto de un tranvía que también está de modo distinto en El amor molesto, de Elena Ferrante, con un recuerdo, y unos cristales de aquellas ventanillas que vibraban en los marcos de madera, y vibraba «también el pavimento y comunicaba al cuerpo un agradable temblor que yo dejaba extenderse a los dientes, aflojando apenas las mandíbulas para sentir cómo temblaba una hilera contra la otra». Todo se mezcló en la tarea doméstica de un domingo de asueto, trapo en mano, como el que da un garbeo por el universo, que es la biblioteca. Lo que debería hacer todas las semanas I. Besos. 

martes, agosto 24, 2021

Genoma B

En cuanto tenga la oportunidad, me gustaría volver a ver —y en mejores condiciones— tan excepcional espectáculo de la compañía extremeña de Cuacos de Yuste «Albadulake», de circo contemporáneo, nuevas dramaturgias y flamenco escénico, como se definen; y que ya vino al Gran Teatro de Cáceres en noviembre de 2019. Me lo perdí entonces. Este pasado sábado 21 vi de pie, y esquinado, Genoma B, una brillante y libre lectura de La casa de Bernarda Alba dirigida por la bailaora Ángeles Vázquez y el malabarista Antonio Moreno. Me avisó mi antigua vecina y teatrera F. el otro día, que este sábado, en el Foro de los Balbos, entre las actividades que promueve el Ayuntamiento de Cáceres para las noches de su agosto con Circo de Calle, y dentro de la programación de CácerES Cultura, iban a representar esa obra con entrada libre hasta completar aforo. Había quedado con una pareja amiga, A. y R., para dar un paseo después de cenar, y, afortunadamente, pospusimos el paseo porque nos quedamos a ver el espectáculo desde la balaustrada de la portada del Ayuntamiento. Lo vimos como los curiosos sin silla que hacen lo que pueden; pero aplaudimos hasta el final cuando ya se acabaron los saludos y la ardorosa A., que siempre se exalta con lo que le apasiona, se asomó al barandal para proferir vítores entusiastas a las actrices que ya estaban felicitándose entre cajas, y agradecidas por ver a una espectadora desgañitándose para bajar al ruedo y sacar a hombros a la que quisiese dejarse. Qué bien. Qué maravilloso espectáculo de malabares, de expresión dramática, de danza, de baile y de cante a costa del inmortal drama de Lorca. Y eso que supongo que tan sofisticado y complejo montaje tuvo que hacerse con las variaciones que impone el aire libre; pero el resultado fue magistral y encendido en una noche especial. Resulta admirable que se muestre un texto teatral de Lorca casi sin pronunciar ni una sola de sus palabras, y que, sin embargo, se identifique tanto con su duende infinito. Todo se basa en la utilización de un montón de recursos imaginativos, inteligentes y de ingenio. Un ataúd y un guitarrista que representan mucho, unos miriñaques que también, unos huevos bien movidos, como el robot teledirigido que hace de una Bernarda omnipresente, unos bailes bien ejecutados, acrobáticos a veces, todo un conjunto de propuestas escénicas que hace de este espectáculo algo muy diferente. Supongo que la B del título es la de Bernarda y que los genes están en Angustias (39 años), Magdalena (30), Amelia (27), Martirio (24) y Adela (20), de este «drama de mujeres en los pueblos de España», cuyo elenco, que tomo de la información publicada, no sé si fue el de la otra noche: Sandra Carrasco (malabarismo, hula-hoop), Noemi Martínez (flamenco y performance), Vivian Friedrich (rueda cyr, cuerda suave y baile), Ana Esteban (equilibrio, baile y voz), e Irene Acereda (percusión flamenca, baile flamenco y voces). En cualquier caso, todas estupendas. Por eso, la lástima de no haberlo visto bien y la necesidad improrrogable de volver a verlo. Una hermosura.

sábado, agosto 21, 2021

Giros narrativos (III)

En la segunda categoría de libros no leídos que esperan y están aún sin colocar, aunque ya fuera del escritorio, hay muchos títulos. Entre los que más posibilidades tienen de ser acometidos pronto está la novela de Benito Estrella Valdargar. Memoria del desarraigo (Editorial Sonora, 2020), con el subtítulo de la segunda edición sobre la que obtuvo el VI Premio a la Creación Literaria La Serena en 2007, Valdargar. Tragicomedia del desarraigo (CEDER-La Serena, 2007). Ya llego tarde, sí. Pendientes también Tomás Nevinson (Alfaguara, 2021), de Javier Marías, y de Luisa Carnés, Natacha (Espuela de Plata, 2019), en edición de Antonio Plaza Plaza; y compré esta semana Incendio mineral (Vaso Roto, 2021), el último libro de poesía de María Ángeles Pérez López. En el epílogo que escribe para él Julieta Valero esta se pregunta por una imagen totalizadora de la poesía de Pérez López, y se acerca a una poética de la conjugación —en los demás, sean personas, lugares, sucesos…—, y me he sentido identificado por preguntarme también durante mucho tiempo y nuevamente, una imagen totalizadora de la poesía de quien estoy escribiendo, José Antonio Zambrano. Por ahora se me ha ocurrido un motivo: «Aspirar a un poema». Sigo ahí. Por volver a insistir un poquito más en lo leído, qué libro de poemas tan sano y tan recomendable, y dedicado, acabo de colocar: pedal(e)ar (Elsa Lopes. Oficina da Língua Portuguesa), de Luis Leal; y otro de prosas, recibido en febrero, me muestra este afán por acumular y empaparse del almacén. La Trilogía 59 (Ediciones del Ambroz, 2020), de Jonás Sánchez Pedrero, tiene casi quinientas páginas y recoge, en reedición más divulgada y conjunta, con tres prólogos de Víctor Chamorro, José Camello y Alfredo Ramos, cincuenta y nueve personalísimas —como tiene que ser la crítica experta— notas de lectura de libros, de películas vistas y de canciones escuchadas. La «Introducción» a sus 59 x 3 mentiras es muy verdadera. Ordenado el escritorio, más libre de libros que hacía unos días, solo me queda seguir limpiando el polvo a los estantes.

viernes, agosto 20, 2021

Giros narrativos (II)

Entre ellos, y sigo en la primera categoría de tan particular expurgo, está este libro de relatos titulado El fin del mundo (Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2019), de Javier Prieto de Paula. Debió de llegarme, enviado por su autor —está dedicado a mí «con la ilusión de que alguno de estos cuentos pueda gustarle»— a finales de 2019, y desde aquel entonces lo he tenido a la vista entre los libros pendientes de correspondencia. No conozco a su autor (Salamanca, 1980), abogado y profesor de Derecho en Barcelona, según se lee en la primera solapa, y al parecer vinculado a Villena (Alicante), en donde ubico al Prieto de Paula que conozco, el poeta, crítico y catedrático de literatura de la Universidad de Alicante, Ángel Luis. Esto explica que conociese mi dirección para enviarme su libro y es la clave —tras comprobación de amigo— de la dedicatoria impresa: «A mi padre». Sin que sirva de comparación con los títulos que cito y seguiré citando en esta serie, en este caso, al tomar el volumen con la intención de trasladarlo, me senté y le dediqué el tiempo que no hallé en tantos meses. Un tiempo bien aprovechado en un libro de relatos —nueve, en ciento cincuenta páginas— que comunican un mundo que si no se acaba es gracias a que alguien lo ha contado, a pedacitos de vida cotidiana, con más que solvente estilo y con un humor tan necesario como la ironía que lo explica. Gusta que los libros de relatos, a pesar de la autonomía de estos, tengan una lógica en su ordenación, tengan una puerta de entrada («Dos pesetas») y otra de salida («Lady Colinwood y el fin del mundo»), que en este caso se corona con el título general de todo el volumen, y tracen así una especie de itinerario, de recorrido en el que el lector se ve acompañado por personajes, escenarios y tiempos diferentes, de los más remotos hasta los más recientes. Un paseo apacible. Otro libro que ha ocupado su estante en el orden alfabético del apellido de su autor es La metáfora del mirlo (Editores descabezados menoslobos & Eolas, 2020), de Pedro Ojeda, y que mencioné cuando lo recibí en octubre del año pasado. Son muchas las afinidades con Pedro, rotundos los intereses compartidos en lo profesional y en lo literario, y también coincidimos cuando nos sumamos a esa especie de necesidad de contar por escrito un largo y terrible confinamiento, como otras personas que por aquellos días publicaron sus textos. Jordi Doce, Elías Moro, José María Jurado, Asunción Escribano, Isabel Sánchez o Pedro Ojeda, que en este libro reescribe y amplía lo que recogió en su blog durante el encierro, de tal manera que bajo la apariencia de un diario estricto, desde el jueves 12 de marzo de 2020 hasta el lunes 25 de mayo de 2020, es decir, setenta y cinco días, el conjunto queda atomizado en un total de 263 textos de muy variada extensión —dos, tres o cinco páginas el más largo, hasta una línea el más corto— en donde hay poemas propios y ajenos, reflexiones sobre el tiempo, alusiones a la situación de un estado de alarma que leídas ahora siguen siendo inquietantes a pesar de todo («Los datos mejoran día a día, el virus remite», 185. 4 de mayo), confidencias, meditaciones, notas de paisaje —el de la salmantina Sierra de Béjar— o apuntes de lecturas.

jueves, agosto 19, 2021

Giros narrativos (I)

Dos circunstancias han cambiado el curso de la trama narrativa de estos días de agosto: reordenar el escritorio y limpiar el polvo de unos estantes. Por salud mental, una mañana apilé en la mesa del salón, en montones diferentes que respetaban su colocación anterior, todos los libros que ocupaban mi escritorio —conté cincuenta y uno. Estaba decidido a realizar una especie de expurgo en tres categorías: 1ª. Libros leídos sobre los que, por falta de tiempo o de ganas, no he escrito; aunque han estado ahí durante meses por esa posibilidad. 2ª. Libros no leídos, y solo hojeados que encontrarán su ubicación a la espera de retomarlos. 3ª. Libros que sigo necesitando a la mano y que volverán a esta mesa menos concurrida y solo con lo inminente, con trabajos aún en fárfara —unas reseñas de encargo y las páginas que todavía debo sobre la poesía de José Antonio Zambrano, cuyas obras siguen por aquí— o con novedades sobre las que espero encontrar el momento para escribir. De 1ª he colocado libros de poemas que habrían merecido un comentario, sin duda, por lo mucho que me sugirieron. Así, Poética del desamparo, de Juan Carlos Pajares (Eolas Ediciones, 2016), Teorema de los lugares raros, de Ángel Minaya o Música, de Pablo Martín Coble, ambos publicados en la colección de poesía de El sastre de Apollinaire en 2017 y 2021, respectivamente. Volveré a la casa poética de Julio César Galán que es su antología Con permiso del olvido (Pre-Textos, 2021) y a uno de sus heterónimos más celebrativos, el Pablo Gaudet de ¿Una extraña orquídea o un superviento estelar? (Bala Perdida Editorial, 2021). También a las variaciones poéticas del vacío insoportable del poemario en verso y prosa de Eduardo Moga Tú no morirás (Pre-Textos, 2021), que leí después de los ejercicios métricos de Rodrigo Olay en Vieja escuela (Rialp, Adonais, 2021), extendidos, por decir algo, en su preciso y brillante estudio sobre El endecasílabo blanco: la apuesta por la renovación poética de G. M. Jovellanos (Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 2020), que, por estar en la 3ª categoría, sigue aquí conmigo. He colocado agradecido libros que retratan a Ezequías Blanco: los poemas hospitalarios de Tierra de luz blanda (Los Libros del Mississippi, 2020), la edición crítica de los Diálogos de amor de León Hebreo (Diputación de Salamanca, 2019) que incluye un proemio de Carlos Clementson en el que sostiene que el Duque de Rivas se inspiró en el Inca Garcilaso de la Vega para el protagonista de su Don Álvaro o la fuerza del sino; y la novela «histriónica» Nuevas nuevas sobre Colón (Luceat Ediciones, 2020). Lecturas agradecidas también de La piel dulce (Sial Pigmalión, 2021), de Luciano García Lorenzo, o de los poemas más tempranos de María Antonia Ortega en La hebra larga. La luz es una ciega desnuda (Turpin Editores, 2021), segunda entrega de «Alondra» de José Manuel Martín (Gráficas Almeida), la colección que reseñé aquí. También hay otros libros en prosa… 

miércoles, agosto 18, 2021

Xenoficción

Siempre me han interesado los trabajos escultóricos de mi paisano Juan Gila (Zafra, 1964), que expone, con las fotografías de Emiliana Pérez (Hervás, 1965), todavía este mes de agosto en la Sala de Arte El Brocense. He empezado por Juan por cercanía; pero Xenoficción es un proyecto común de ambos artistas. Esta mañana, al volver de la compra, he estado yo solo recorriendo las dos plantas de la sala y he comprobado que las dos propuestas —las fotografías impresas y las arcillas de cabezas y otras figuras— no solo dialogan sobre una reflexión en torno a la visión y el trato que tenemos sobre animales que nos sirven para experimentar, y otras cuestiones relativas a una bioética que comprendo pero de la que no sé nada. No solo dialogan, sino que se funden en las piezas de Juan que se muestran en las fotografías de Emiliana, y en cómo ambos se retratan para integrarse en un relato que culmina en un final inquietante. Para mí lo ha sido encontrarme con la figura de una niña actriz de un metro y treinta y cinco centímetros que me observaba en la oscuridad mientras yo veía la videoinstalación que corona esta exposición muy recomendable. Y tan a la mano de tantos de los que pasan sin entrar por la acera más cercana y concurrida que conozco a una sala de arte.

lunes, agosto 16, 2021

Notas de un viaje

No es la primera vez que extraigo del cuaderno que me ha acompañado en un viaje algunos de sus apuntes, por componer un relato parcial de algo que, en momentos de exaltación, pueda parecerme publicable. La diferencia es grande entre las apuntaciones al instante, casi a mano alzada, y esta escritura reposada, concluido el viaje, deshecha la maleta y lavada y tendida la ropa. A veces, es el mismo cuaderno el que se convierte en falso diario de viajero por la escritura en borrador de impresiones posteriores a la experiencia de la salida. Impresiones sueltas y lugares vistos en una larga leyenda, sin croquis ni mapas, que me gusta conservar como memoria exenta para el día de mañana. La relación podría extenderse con notas numeradas, como nuevas apuntaciones u otras entradas del blog que iluminasen o explicasen la mera vacuidad de un nombre o una alusión sin la chicha de lo vivido. Así sería la transcripción de un recorrido de casi dos mil kilómetros: Helena Almeida, Dois Espaços. Cáceres. Museo Helga de Alvear. También Goya. Caprichos. Zamora. Urueña (1). Tiedra. Burgos. Yacimiento de Atapuerca. Santa María la Real de Huelgas. Titivillus (2). Catedral. Previa consulta, recomendación de Pedro Ojeda: comimos muy bien en La Favorita (Burgos). Merindad de Valdivielso. Un valle imponente. Condado de Valdivielso. Una casa de afectuosa acogida. Para quedarse a vivir. Villarcayo. Medina de Pomar. Valdenoceda. Iglesia de San Pedro de Tejada (s. XII). Quintana —el pan de Antonio. Medina de Pomar. Tokio 2020 (3). Esculturas de Carlos Armiño. Paseos a las siete y media de la mañana a la orilla del Ebro. Las pruebas de imprenta de la edición del Corpus de Pseudo Sisberto de Toledo. Tartalés de los Montes. Toba. Carretera de Oña a Salvatierra, camino de Pamplona. Pamplona. Recuerdos de julio de 2004. Un rincón apacible, Narbarte, junto al río Bidasoa. Cuatro apellidos vascos: Gurbindo, Zabalza, Recalde y Goñi, y sus lugares de origen. Sorauren (María Gurbindo, nuestra tatarabuela). Laviano (Felipa Ramona Zabalza, bisabuela). Osteriz (Micaela Recalde, cuarta abuela). Galar (el tatarabuelo José Zabalza). Ventajas de tener en la familia un hermano genealogista. Valle de Baztán y Elizondo. Librería Ménades en la calle San Gregorio de Pamplona. Un Felipe Trigo erótico de Libros de la Ballena. Librería Re-Read, en la calle Zapatería. A tres euros el libro. Primera edición de Señas de identidad, la de Joaquín Mortiz. Lectura de Los días del abandono, de Elena Ferrante. Monasterio de Iratxe. Estella. Puente la Reina. Santa María de Eunate después de diecisiete años. Paseo a las siete y media de la mañana por la Ciudadela de Pamplona antes de bajar a casa. Cáceres. Casi cuarenta grados. 

Notas: (1) Urueña. Hacía mucho tiempo que me apetecía incorporar una foto tan alusiva tomada in situ a este blog con libros. Amurallada y pequeña, Urueña tiene más librerías que bares. No hace falta que las guías lo repitan, pues entramos en casi todas las que estaban abiertas el miércoles 4 y compramos algunos libros; pero tuvimos que irnos a cenar a Tiedra, a unos quince kilómetros, que tiene un castillo del siglo XII muy interesante por fuera y una terraza a sus pies en la que cenamos por diez euros —bebida aparte, que nos gravó catorce—, el mismo importe que una primera edición de 1932 que compré de las Resonancias del dombenitense Francisco Valdés. Joaquín Díaz, Miguel Delibes y Luis Delgado son los tres nombres principales con los que uno puede reencontrarse en este lugar con encanto que tiene muy próxima, en el valle, la única construcción románico-lombarda, propia del Pirineo oscense y catalán, que se conserva completa, la Ermita de Nuestra Señora de la Anunciada. (2) Titivillus. Tabla en las Huelgas, c. 1485, atribuida a Diego de la Cruz, que representa a la Virgen de la Misericordia a cuyos pies están los Reyes Católicos y la abadesa y las monjas de la congregación cisterciense; y sobre ella, dos diablos, uno de ellos cargado con un hatillo de libros que es una especie de duende de los copistas y escribas, a los que inducía a cometer errores. Gracias a esto, he leído un brillante trabajo de Joaquín Yarza sobre el diablo en los manuscritos monásticos medievales, publicado en la revista Codex Aquilarensis en 1994, en el que escribió que algunos textos «lo mencionan como un personajillo molesto que colabora a que se derrame la tinta sobre un códice, se olvide un copista de realizar algo que le corresponde y que moleste de mil maneras a cualquiera que pretende sestear en su trabajo cotidiano». (3) Con buen criterio, se han celebrado las Olimpiadas de 2020 en 2021, a pesar de todas las rarezas. Y de lo inusitado de que en un pueblito del Valle de Valdivielso se viviesen con tanta entrega nuestras medallas en karate de Sandra Sánchez y Damián Quintero por culpa de un fisioterapeuta olímpico relacionado con el Pseudo Sisberto de Toledo que necesitaría otra nota.

sábado, agosto 14, 2021

Memorial Badajoz 1936

Badajoz, 13. 32 grados a las once de la mañana. Palacio de Congresos «Manuel Rojas». Llegué con tiempo y confundí la cola de la vacuna con la muy hipotética del acto al que acudía, reducido a unos cuantos invitados y a los medios de prensa. Fue la inauguración del Memorial Badajoz, 1936, un homenaje a las víctimas de la matanza perpetrada en la antigua plaza de toros de la capital pacense en agosto de aquel año en el mismo lugar en el que ahora se halla el Palacio de Congresos. Cuando fue inaugurado el Palacio de Congresos «Manuel Rojas» hace quince años, en 2006, debió de celebrarse un gesto como el de la mañana de ayer, y no haberlo demorarlo hasta ahora. Seguimos llegando tarde a la restitución de la memoria histórica en comparación con otros países; y recibimos acontecimientos como el de ayer con la satisfacción siempre vigente de un reconocimiento. Permanecerá en la entrada de un centro social y cultural como el Palacio de Congresos de Badajoz un recuerdo de aquello, a partir de las recreaciones artísticas y de la investigación histórica de nombres como Francisco Espinosa —en su libro La columna de la muerte están referenciadas todas las víctimas que se muestran en un panel—, Mario Neves —por su histórica crónica de aquellos días—, Antonio Gómez —y sus Disparos de luz, inspirados en el hecho—, que motivó también la pieza musical de José Ignacio de la Peña estrenada en 2018, Justo Vila —por su novela Lunas de agosto (Badajoz, Del Oeste Ediciones, 2006)—, Antonio Gamoneda y sus versos sobre la pintura de Juan Barjola (Mortal, 1936, de 1994) o Blanca Muñoz y la réplica de su escultura que recibe a todos los que se acercan a ese espacio de memoria. «Soy el primer periodista portugués que entra en Badajoz, tras la caída de la ciudad en poder de los rebeldes. Acabo de presenciar tal espectáculo de desolación y de pavor que tardará en borrarse de mis ojos», escribió Mario Neves el 15 de agosto de 1936, en su libro La matanza de Badajoz (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1986 y 2007). «Hoy, 14 de agosto de 2021, ochenta y cinco años después de la entrada de los sublevados en Badajoz, es una satisfacción —aunque sea tardía— ver en la prensa regional la noticia de que no olvidamos», escribe en su muro de Facebook mi hermano José María, una de las personas que más ha hecho para que lo de ayer sea un gesto real y perdurable.



lunes, agosto 02, 2021

Retratos a medida

Este libro me proporcionó no hace mucho una experiencia de lectura desconocida. Fue la primera vez, creo, que me encontraba en una portada un código QR que me permitió escuchar diez podcasts dramatizados de algunas de las entrevistas que se incluyen en este volumen: las de Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdós, Pablo Picasso, Joaquín Sorolla, Santiago Ramón y Cajal, Victoria Kent, Margarita Xirgu y Pastora Imperio. Tan solo sobre diez de las que se recogen por primera vez en un libro realizadas a cincuenta y siete personalidades de la cultura, a periodistas, traductores, novelistas, poetas, dramaturgos, pintores, dibujantes, escultores, pedagogos, filósofos, científicos, filólogos, actores y actrices, cantantes… La responsable de esta recopilación de entrevistas es Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, que ha recogido más de sesenta piezas del género de la interviú o «entrevistas de autor» que fueron publicadas en la prensa argentina entre 1907 y 1958, sin publicación en España hasta ahora, en esta edición de más de cuatrocientas páginas publicada el pasado marzo. Un libro así tiene un interés histórico indudable; pero también el atractivo de lo misceláneo y de las galerías, pues uno puede abandonar el orden de las partes distinguidas por el oficio de las personalidades entrevistadas y, dentro de ellas, el orden alfabético de sus personajes, para darse a la pura gana de picotear en un breve —lástima— retrato-entrevista de Gloria Laguna, Condesa de Requena, «ingenio castizo, mito literario y lesbianismo chic», al decir de un biógrafo reciente, que en la interviú de 1907 «fuma como un chulo del Rastro» y toma un mate amargo con el que fue retratada para la revista Caras y caretas de agosto de ese año en una fotografía que hoy puede verse en internet. O curiosear en las declaraciones de un Jacinto Benavente de 1914, de 1922, de 1936 y, finalmente, de 1951, en una extensa entrevista con Andrés Muñoz publicada en La Nación de Buenos Aires, en la que decía que no le llevaba más de dos o tres semanas escribir una comedia. O saltar de un pintor como Zuloaga a las conversaciones con Azorín publicadas al otro lado del charco. A la importancia de las más de cincuenta y cinco figuras que se entrevistan, se suma la de los autores de las interviús, como Juan José de Soiza Reilly, que fue todo un personaje. O los hermanos Andrés y Agustín Muñoz. De ellos habla la autora de la introducción de estos Retratos a medida. Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958). Edición e introducción de Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo. Madrid, Fundación Banco Santander, 2021. Soiza Reilly escribió de Unamuno en 1908 que era un apóstol, un sabio, y que la juventud de América de aquel tiempo lo odiaba, que sus libros sufrían la terrible inquisición del olvido, y que cuando fue a entrevistarle a Salamanca solo habló el maestro, el apóstol, el monologuista —nada de conversador, como decía Azorín, que es otro de los entrevistados aquí—; y en eso coincide el periodista con lo que le contó Pío Baroja en La Nación (noviembre de 1950) a uno de los hermanos Muñoz: «—Hablamos alguna vez, no muchas. Es decir, el que hablaba era él. Unamuno también era anterior al 98. Vivía en Salamanca y de tarde en tarde venía a Madrid. En uno de esos viajes tropecé con él. Me preguntó qué hacía los domingos y como le contesté que no hacía nada me citó en un café para conversar. Eso creía yo. Pero apenas nos sentamos tomó la palabra y dijo: “Le voy a leer a usted un episodio de una novela que acabo de terminar”. Y sin esperar mi asentimiento se puso a leer. Me leyó toda la novela, que se llamaba Amor y pedagogía. No hay derecho a citarle a uno para conversar y obligarle a escuchar tres horas de lectura. Cuando terminó me dije para mí: “Con este tío yo no voy a ningún lado”. Al salir del café nos encontramos con Valle-Inclán y, como no se conocían, yo los presenté. Los dos eran igualmente intolerantes y en seguida se pusieron a discutir. Íbamos los tres por la calle, ellos discutiendo a gritos y yo tratando de que no riñeran. Pero a los cien pasos me cansé de oírlos y los abandoné en una esquina, a punto de desafiarse». Estos Retratos a medida están llenos de caras y de caretas, y Caras y caretas fue el semanario argentino del que proviene más de la mitad de las entrevistas que se editan; pero también es un buen testimonio de la labor de esos periodistas que no se limitaron a preguntar y que hicieron esas «entrevistas de autor», como la de Juan José de Souza Reilly en marzo de 1929 a Gregorio Marañón, que preguntó a su entrevistador sobre qué quería que hablasen, si de medicina o de política… Y el reportero y locutor argentino le dijo: «—Hablemos del viento» (pág. 291).

domingo, agosto 01, 2021

Primer día de agosto

Hay meses que comienzan ya empezados, como in medias res, y te percatas de ello cuando ocurre algo crucial un lunes cinco de abril, pongamos por caso, sin reparar en que el año en curso había estrenado un nuevo mes hacía ya unos días. Sin embargo, agosto siempre empieza en su momento, es decir, por el principio, como las cosas que prometen; como cuando antiguamente poníamos en el carro de la máquina de escribir el primer folio de un trabajo de clase para teclear el título: «Baza de espadas, de Valle-Inclán». Ocurre también con enero, con el primer día del año, que conlleva los mismos tópicos de los ciclos. Ayer anoté parte de esto para dar importancia al día de hoy. Un día cualquiera, si no fuese por eso. Y no es la primera vez. Tan sencillo como, antes de pensar en vacaciones, tener la voluntad de comenzar con buen pie un tramo más. Ocupar el pensamiento en un ser que admiras y que quieres, y afanarse en llevar ese pensamiento a la palabra escrita es una de las actividades más gratificantes que uno puede tener en los términos estrictos de la experiencia de un primer día de cualquier agosto. Fluye de manera muy distinta la escritura cuando se ocupa en el encomio y no en el desprecio. Es solo una impresión personal. Puede ser la escritura de unas líneas cabales y amables sobre un libro brillante o la reflexión por escrito sobre los valores que te fascinan de una persona cercana y querida a la que darás una satisfacción. Merece la pena. Hoy, primer día de agosto, de una lectura a otra, he llegado a aquella alegoría del buen y del mal gobierno que pintó Ambrogio Lorenzetti en las paredes del Palazzo Pubblico de Siena, y que no recuerdo haber visto cuando estuvimos en aquella ciudad por pocas horas y llena de gente. Fue en 2008, y una anotación aislada en aquel cuaderno, después de aquel viaje, me inquieta: «Hoy es el primer día de agosto».