«Sigue, desde luego, lloviendo» (Juan Perucho)
Sábado, 18. La noche de ayer fue la más extemporánea de todas las de la cuarentena. Me acosté tranquilo, finalmente; pero bastante más tarde de lo habitual por esperar noticias. Noticias del estado de mi hermano L., el mayor de los cuatro, que había ingresado en el hospital de Zafra por una ascitis que le trataron extrayéndole todos los líquidos hasta que pudo irse a casa más allá de las dos de la madrugada. A la preocupación por el estado de un familiar se une toda la gravedad de la crisis sanitaria que vivimos, y la imposibilidad de movernos, y mi pensamiento también estaba en mi sobrina M., que había dejado en su casa a F., M. y L. para atender a su padre. ¿Dónde estaba? ¿En urgencias? ¿En una sala de espera? ¿Se había protegido? ¿Llevaba mascarilla? Yo entretuve la espera aquí sentado, escuchando unos tangos servidos por Pablo Romero en Radio Clásica, conversando por whatsapp, escribiendo y leyendo; pero ella estaría sola en quizá algún frío rincón de un hospital lleno de zozobras. Hasta que no supe que todo estaba bien no me fui a la cama. Hoy tenía anotada la final de la Copa del Rey entre la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, mi equipo de toda la vida. Me parecía un acontecimiento histórico y me apetecía verlo por televisión. Yo no soy aficionado y es raro que vea algún partido. Me aburre el fútbol especulativo y tramposo de hoy, a pesar de que reconozca que hay tipos —y cada vez más mujeres— que tocan bien la bola; no sé si como siempre o como nunca. Antes, sin haber sido un gran aficionado, era distinto; y me gustaba mucho jugar. Incluso de bachiller acudía al Nuevo Estadio del Diter Zafra a finales de los setenta en la época gloriosa de Manolo García Pizarro —que ha sido alcalde de Zafra—, Hilario, Poli Rincón, Granado… Qué pena no acordarme de los nombres de todos los que identifico casi en sus puestos en una fotografía que puedo ver en no sé qué página de internet. Qué recuerdos. Y ahora me visita el olor del césped recién regado y del réflex tan pródigo en aquellas piernas curtidas. Es curioso, porque ese olor me ha llevado a volver a leer una obra de mi hermano L., que ahora está malito —acabo de hablar con él y está mejor—, una de esas recopilaciones de evocaciones personales sobre los años pasados que él ha escrito, impreso y encuadernado en unos pocos ejemplares para sus hijos y sus tres hermanos. Fotos, textos y datos impagables sin más pretensión que decir a quienes quieres que has vivido.
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