viernes, mayo 26, 2023

Elogio del latín

No creo que extrañe a quien haya leído esta deliciosa novela de Ivan Doig que titule así esta nota de lectura. No, si recuerda cómo el maestro de escuela Morris Morgan sumergió en el estudio del latín al protagonista-narrador, Paul Milliron, cuando este tenía doce años: «como se introduce la mecha de una vela en la cera» (pág. 185). Cómo vive el personaje el aprender una lengua que proporcionaba a su mente «un lugar adonde ir, donde podía instalarse y explayarse largo rato» (pág. 185), a pesar del peligro de resultar pedante, compensado con ser un pedante mucho mejor. Y cómo lo vive ese maestro que, fuera de horario, sigue enseñando «pese a que debía de preferir descansar en su casa con los pies en alto» (pág. 220), y que escribe en la pizarra una frase de Copérnico (Lux desiderium universitatis) para que su pupilo la traduzca, con la recomendación de que no lo haga necesariamente en tres palabras, y que tampoco amontone verbos pasivos, pues la frase tiene «un equilibrio encantador» (pág. 222). «—Todo quiere que haya luz», dice el discípulo; que vacila: «—Todo desea…», «—Todo ansía la luz». El maestro le dice: «—Estudias latín, Paul, no adivinación», y le anima a que siga trabajando en la frase, pues cuando uno trabaja con una lengua un principio rector es hacerlo desde el interior de la palabra hacia el exterior, para encontrar el equivalente, incluso aplicando en la frase otros sentidos parecidos, para apropiársela, para hacer propio el significado. En lugar de traducir Caesar omnia memoria tenebat como «César tenía todas las cosas en la memoria», atreverse con algo más fuerte: «César lo recordaba» (pág. 332). En ese momento crucial de la novela y del proceso de formación del personaje junto a sus hermanos, el latín se convierte en un asidero, en algo tan deseado como para presentarse en la escuela muy temprano comiéndose las uñas por las ganas de aprender, en el regocijo de debatirse «con la selva de preposiciones que se añadían a los pronombres pero nunca a los nombres» (pág. 253) o de avanzar «a un paso tan apremiante que el vocabulario que iba aprendiendo siempre quedaba atrás, mordiendo el polvo» (pág. 221). Una temporada para silbar (Traducción de Juan Tafur. Barcelona, Libros del Asteroide, 2011) es una novela que envuelve por la manera en que se evocan desde la edad adulta los recuerdos de niño, que nos gana por su homenaje a la escuela pública y rural, que atrae por la construcción de los personajes, y que tiene innegables valores. Y, además, el hallazgo memorable de una sutil segunda acción en forma de elogio de una lengua clásica. Una amiga cercana y querida, que conoce mis lagunas en novela extranjera, acertó con su regalo y se lo agradezco.

miércoles, mayo 24, 2023

Valor, agravio y mujer

Gusta encontrar en la prensa general el nombre de una escritora «olvidada» de nuestro Siglo de Oro voceado como noticia. Lo fue el de Ana Caro de Mallén (1601-1646) cuando se anunció en abril el estreno de Valor, agravio y mujer en el Teatro de la Comedia de Madrid, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico. En el ámbito más especializado de los estudios sobre el teatro áureo, Ana Caro es una figura conocida y son abundantes los trabajos en los que se ha analizado su producción, sobre todo en el siglo XX. De 1903 son los Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833 (1903), de Manuel Serrano y Sanz, en donde se editó esta comedia, que luego conoció otras ediciones en la década de los noventa y, más recientemente, la publicada por el Instituto Cervantes en 2020 de Ana M. Rodríguez Rodríguez, que no he visto citada en la más reciente de Juana Escabias, editora del Teatro completo este mismo año de 2023 en la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra. Es esta investigadora y directora teatral, y también dramaturga —en esa misma colección ha publicado tres piezas: Cartas de amor… después de una paliza, La puta de las mil noches y WhatsApp, en edición de Francisco Gutiérrez Carbajo—, Juana Escabias, quien ha realizado la versión de la obra que vimos el sábado 20 en Madrid bajo la dirección de Beatriz Argüello. A la salida del teatro vendían —a tres euros— el texto de la comedia, que coincide en sus 2.757 versos con los editados por Cátedra, y que, si no estoy equivocado, fueron todos, sin mengua, los que se dijeron en escena durante los 110 minutos que duró la representación. Doña Leonor de Ribera, bajo la identidad de don Leonardo, llega a Flandes, para vengarse de su antiguo amante don Juan de Córdoba, que la abandonó en España. Allí seduce a doña Estela, la prometida de don Juan, y reta a este a batirse a espadas. El juego de las simulaciones conduce al triunfo del amor y la reparación de los agravios, después de una acción dramática entretenida y una variedad métrica —romances, redondillas, octavas, décimas, alguna silva…— que la hace agradable. La Compañía Nacional ofrece un montaje muy atractivo a partir de dos tramos de escaleras que se desplazan y demarcan el espacio escénico para representar diferentes elementos, desde una galería a un balcón, y que delimitan un movimiento muy bien orquestado de los personajes, que tiene su más vistoso apogeo en las escenas de esgrima, con una demostración de destreza y físico por parte de unos actores adiestrados por un experto como Jesús Esperanza. En esto se desenvuelven bien la actriz principal Julia Piera (Leonor/Leonardo), Pablo Gómez-Pando (don Juan) e Ignacio Jiménez (Ludovico). Pero es el buen hacer de Julia Piera el que sostiene buena parte de la notable ejecución general, pues a lo físico hay que añadir el decir de un verso que debe combinar el registro femenino con el masculino. Me fijé en que don Juan dice «’Más merece quien más ama’ / dijo un ingenio divino» (vv. 1233-1234, II), que en la edición no se anota como comedia de Hurtado de Mendoza. Y que Leonor dice luego «disteis al deseo alcance» y me acordé de la copla a lo divino de San Juan de la Cruz. Me fijé también en las miradas de mujer sobre un clásico de mujer con ropajes de hombre, y en detalles como las pecheras rojas del vestuario de ellos como gallos peleones por sus damas, un ejemplo entre muchos del cuidado puesto en todos los elementos sígnicos del montaje, como la solución del retrato de Leonor en la tercera jornada con su reflejo sobre el metal de un trozo de armadura. Todo confluye finalmente en una propuesta muy sólida que sabe sacar partido a un texto —para Escabias, inspirado en el Don Gil de las calzas verdes de Tirso— que debe tenerse en cuenta para ensanchar nuestro repertorio clásico, y para el solaz de un público como el de la otra noche, que salió muy satisfecho del local de la calle del Príncipe. 

miércoles, mayo 17, 2023

Jornada sobre Olvido García Valdés

En el Aula Miguel de Unamuno del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca tendrá lugar mañana jueves 18 de mayo una «Jornada de Estudio en Honor a la poeta Olvido García Valdés», coordinada por Amelia Gamoneda Lanza y organizada por Patrimonio Nacional y la Universidad salmantina, convocantes del Premio Internacional Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que obtuvo, en su XXXI edición, la poeta asturiana, la autora de confía en la gracia (Tusquets Editores, 2022), su más reciente libro poético. Amelia Gamoneda ha sido la editora de la antología conmemorativa de ese premio este año, La caída de Ícaro (Selección de Olvido García Valdés. Introducción y edición de Amelia Gamoneda. Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca. Biblioteca de América, 65, 2022), y ha escrito una introducción luminosa bajo el título «Extrañeza y analogía. La poética biológica de Olvido García Valdés». Tras la inauguración oficial a las 11 de la mañana, presidida por el Rector de la USAL y la presidenta de Patrimonio Nacional, dirá su conferencia el escritor y profesor de la Universidad de Málaga Vicente Luis Mora: «Inestabilidad y fijeza. Pensamiento subterráneo en Olvido García Valdés». Después, participarán en una mesa redonda Ariana García-González, autora de una tesis sobre Olvido García Valdés leída el pasado año en la Universidad de La Coruña (Olvido García Valdés: poesía y poética), el crítico y poeta Antonio Ortega, y la profesora de la Universidad Clermont Auvergne Bénédicte Mathios. Por la tarde, una conferencia de Virginia Trueba (Universidad de Barcelona) —«Tocar hueso / tocar hueco (o vamos cayendo como moscas»— abrirá la sesión, en la que también habrá otra mesa de reflexión en torno a la obra poética de Olvido García Valdés, que compartiré con el poeta, traductor, editor y crítico Jordi Doce, y la profesora de la USAL y poeta Mª Ángeles Pérez López. Finalizada esta, Olvido García Valdés hará una lectura de sus poemas. Porque oyendo «leer poemas a Olvido García Valdés, una teoría poética que por momentos pudiera parecer demasiado inconcreta se ancla en la experiencia de lo sonoro y en las intuitivas verificaciones que de ella se derivan. Pues hablar del cuerpo o de la realidad dentro de los dominios del lenguaje no es proyecto sin riesgo. Y para ello la voz de la poeta es un hilo de Ariadna» (Amelia Gamoneda, Del animal poema. Olvido García-Valdés y la poética de lo vivo, Oviedo, KRK ediciones, 2016, pág. 14).

miércoles, mayo 10, 2023

El Cancionero de Cossío

Cuando la reciente edición del libro de Rozas Conversaciones y semblanzas de hispanistas (Renacimiento, 2023) todavía estaba en fárfara, algunos conocimos su contenido gracias a José Luis Rozas, su editor. En su momento, compartí el original con mi hermano Josemari, que me llamó la atención sobre la alusión que Juan Manuel Rozas hacía, en su semblanza de Cossío («José María de Cossío y el 27», págs. 76-83), a que un «poeta que no recuerdo, autor en el Cancionero de una elegía a Lorca, le pintó en él un plano del lugar donde lo mataron» (pág. 79); algo que Cossío contó a Rozas en enero de 1970 en la tertulia del Lion de Madrid. Con ese apunte viajamos en agosto de 2019 a la Casona de Tudanca para conocer su valioso fondo —que incluye un manuscrito del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías— y allí vimos el lugar y los libros, los cuadros y objetos expuestos; y, en esos días, en Santander, tuvimos la suerte de encontrarnos con quien mejor conoce el archivo de manuscritos poéticos —el Cancionero— que Cossío fue recopilando durante años, el profesor Mario Crespo López, autor del catálogo-antología El Cancionero de José María de Cossío. Una memoria poética del siglo XX (Madrid, Visor Libros, 2016). En efecto, en ese libro puede leerse que fue el escritor y cineasta Edgar Neville (1899-1967), que envió a Cossío una «Oda a Federico García Lorca» en cuatro partes, quien le hizo «un dibujo del lugar donde asesinaron a Lorca, con indicación de los pueblos de Viznar y Alfatar» (pág. 218). Vimos el dibujo; pero Mario Crespo no lo publicó en sus páginas, en las que sí transcribió la primera parte de la oda de Neville, «Su último paisaje» (págs. 219-221), sobre el entorno granadino que vio morir al poeta. Lo interesante de la compilación de Mario Crespo es que por vez primera se da cuenta cabal del listado de poetas —que el propio investigador ya había publicado en su biografía de Cossío hasta la Guerra Civil (2010)— y del contenido de los cuatro tomos que fueron obra directa de Cossío, más un quinto, «facticio, realizado con material reunido por quien fuera director de la Casona de Tudanca, Rafael Gómez» (pág. 41). La introducción de Mario Crespo contiene un acercamiento bio-biobliográfico de José María de Cossío (1892-1977), una valoración sobre la importancia del Cancionero, con su cronología, el número y la variedad estética de los poetas, el carácter de la obra como un capricho personal del editor e historiador castellano: «Manifestación evidente de su amor por la poesía y excusa para la delectación y el recreo en diferentes voces expresivas del siglo XX» (pág. 29), y la descripción de los aspectos formales de los volúmenes. Consultar el repertorio lleno de información elaborado por el investigador cántabro es recorrer, en clave de versos, gran parte de la cultura española del siglo XX, en un corpus de más de doscientos ochenta autores, sin parangón en la poesía española. En él hay poetas reconocidos de la generación de Cossío, como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, de la del 36, como Miguel Hernández o Luis Rosales, y otros más secretos, como Rodríguez-Moñino (tomo I); a los que se irán sumando con sus autógrafos Jorge Guillén, León Felipe, José Hierro, Luis Jiménez Martos, Francisco Umbral, Eladio Cabañero, alguna mujer como María Victoria Atencia (Tomo II), Gabriel Celaya, Francisco Pino, Corredor-Matheos, Ángel González (Tomo III), Josefina de la Torre, Luis Álvarez Piñer, la extremeña taurófila «Mahiz Flor», Marcos Ricardo Barnatán (tomo IV)…, por espigar, sin más criterio que representar la diversidad del censo, unos cuantos nombres. Además de la localización de los textos en los diferentes tomos, de la fecha de copia, del modo de entrega a Cossío, de los títulos de los poemas —algunos editados en la antología— y de las notas bio-bibliográficas, es una aportación sensacional lo que se extrae y se extracta del copioso y valioso epistolario del archivo de la Casa de Tudanca, y que complementa algunos registros. Desde nuestro encuentro del verano de 2019, me sentía en deuda con Mario Crespo por su afecto y por su generosidad al dedicarme un ejemplar de su edición «En Santander a 8 de agosto de 2019 (y en presencia de su hno. José María)». Quede por él esta nota como testimonio del valor de una obra que merece más difusión y consulta.

sábado, mayo 06, 2023

Si esto fuera una novela

En la condicional de los conocidos versos de Pedro Salinas «¡Si me llamaras, sí; / si me llamaras!», el grado de improbabilidad puede depender del día del amante; pero la firmeza de su deseo es tan grande como su determinación en caso de cumplirse: «Lo dejaría todo». En el título Si esto fuera una novela (Mérida, De la luna libros, 2023) no se apreciaría deseo alguno si la apódosis fuese algo así como «no estaría en esta sección de la librería». Sin embargo, el título de este libro testimonial e íntimo de Pilar Galán no es más que un deseo irrealizable, el que cabría formular como Ojalá esto fuera una novela. De serlo, sus componentes, desde los espacios a los personajes, podrían ser ficticios, y los acontecimientos deseablemente no vividos. Sin embargo, no. La contundente realidad de la madre muerta convierte la expresión del deseo en un intenso lamento. Por eso, leemos: «Si esto fuera una novela de verdad y no un río o un arroyo cuajado de margaritas o un charco convertido en espejo de hielo, o un regalo en el que un palo o un junco caprichoso dibuja ondas una siesta aburrida de agosto, podría mentir y revestir este capítulo con el halo sobrenatural de un amanecer en el que, como los amantes de la película, el lobo y el halcón, por fin pueden encontrarse una madre y su hija» (pág. 138). «Podría mentir», dice la narradora con toda claridad. La película es Lady Halcón (1985), que merece un capítulo del libro con ese título (págs. 135-141), que evoca la leyenda medieval de los amantes condenados al amor imposible de ser ella halcón de día y él un lobo por la noche y a verse tan solo un instante al amanecer, como metáfora muy sugerente de lo fugaz que es el momento en que confluyen la madre necesitada convertida en niña y la hija ya adulta encargada de los cuidados de su otra. Pilar Galán ha escrito un libro emocionante. Estuve de acuerdo con uno de sus personajes —la hermana mayor—, que me dijo que es de lo mejor que ha publicado. Y no por el puro y descarnado sentimiento del recuerdo de una pérdida («Por eso escribo. Por eso duele tanto lo que escribo, porque cada palabra sostiene el peso de las que no están, porque cada palabra trata de llenar un vacío y al mismo tiempo, dejar en blanco el recuerdo de una ausencia que no puede leerse entre líneas», pág. 145), ni por la función que la escritura tiene como «tabla de salvación» (pág. 212), ni por la cercanía de lo real vivido y de unos personajes identificables y conocidos por tantos lectores («Para qué la ficción si la realidad siempre está por encima de la literatura», pág. 69). No. Si esto fuera una novela es brillante por la naturalidad y la sencillez puestas en lo que con sigilo se hace grande, como quien teje una labor de punto que va creciendo o una colcha de lana sin que se le noten las costuras (pág. 213); por la constante autorreferencialidad al texto, a la escritura que va avanzando por tanteo («Este libro avanza solo, pero no en línea recta», pág. 109), con muchas dudas, como un devaneo de la memoria y sobre la figura principal evocada, a costa, sí, de un padre secundario. Es brillante porque no da puntada sin hilo sobre un texto que es un entramado de piezas, sabiamente conectadas, a través de motivos recurrentes o hilvanes —los cuchillos que escondía la hermana mediana y que aparecen desde el principio hasta el final— o por el eje que es un capítulo como «Balance», único encabezado por un lema —de Michi Panero—, vigésimo de cuarenta y tres, y fundamental por sus conexiones con otros momentos del texto y para el sentido de todo. Un extraordinario libro de familia. P.S.: propongo a Pilar taka-taka como nombre de aquel juego de las bolas que no logró recordar (pág. 135); y la expresión que escuché de Elena Vilariño sobre su tía Idea, la escritora uruguaya, para decir que se le daban bien las plantas, como al don Alfonso de los últimos años: «tenía mano verde». 

lunes, mayo 01, 2023

Glorias de Zafra (XXVI)

El otro día me preguntó un amigo si me sentía cacereño. Para más señas, me lo preguntaba alguien de Zafra que lleva viviendo en Cáceres treinta años. Le dije que sí, que me considero integrado en esta ciudad en la que vivo desde hace más de cuatro décadas, aunque el gentilicio me parezca un préstamo tan casual como de larga duración. Sin embargo, todo es natural, como el apego que sigo sintiendo por el lugar en que nací y que justifica la etiqueta genuina de zafreño o zafrense, a pesar de que allí solo sea ya un visitante. «—Tú, tranquila, que seguro que alguien, si te pierdes, te devuelve a casa», se decía ayer domingo la actriz Carme Elías al hablar en una entrevista con Lourdes Lancho y Javier del Pino de cómo convive con su alzhéimer, y de la familiaridad y el afecto que siente en su barrio barcelonés. Emocionante. Si hubiese escuchado eso antes que la pregunta de mi amigo y paisano, le habría dicho algo parecido. Me siento cacereño porque sé que, si me pierdo por el centro de esta ciudad, alguien me reconocerá y me llevará a casa. Si me pasase en Zafra, lo único que necesitaría sería dar mi apellido; y estoy seguro de que, en cualquier calle, alguien me ayudaría. Qué digo; me acogería en su casa hasta que uno de mis hermanos mayores fuese a recogerme. No sé si respondo así a una pregunta que no me hago casi nunca. Con todo, que la vida no me haya dado más elección no me impide creer en el arraigo en otros lugares, y en medir en poco el tiempo necesario para sentirme de un sitio. Encajar en él. Ser cliente habitual. Un rostro familiar. Un par de meses.