domingo, marzo 27, 2022

Día Mundial del Teatro

«Queridos amigos:

Mientras el mundo pende, cada hora y cada minuto, de un goteo diario de noticias, me gustaría lanzar una invitación para que nosotros, como creadores, nos adentremos en nuestro ámbito y nuestra esfera y en la perspectiva de un tiempo que se vislumbra épico, con cambios y conciencia épica, con una reflexión y una visión épicas. Vivimos un período épico en la historia de la humanidad, y las consecuencias y profundos cambios que estamos experimentando en las relaciones entre los seres humanos y con otras esferas no humanas están al límite de nuestra capacidad de comprender, de articular y expresar. No estamos viviendo en un tiempo de noticias durante las 24 horas, sino que estamos viviendo al borde del tiempo. Los medios de comunicación se encuentran completamente desbordados e incapaces de hacer frente a lo que estamos viviendo. ¿Dónde está el lenguaje? ¿Cuáles son los movimientos y cuáles son las imágenes que podrían permitirnos comprender los profundos cambios y rupturas que estamos experimentando? ¿Y cómo podemos transmitir el contenido de nuestras vidas actualmente no como un reportaje sino como una experiencia? Porque el teatro es la forma de arte de la experiencia. En un mundo abrumado por vastas campañas de prensa, experiencias simuladas y pronósticos terribles, ¿cómo podemos ir más allá de la repetición interminable de números para experimentar la santidad y la infinidad de una sola vida, un solo ecosistema, una amistad, o la calidad que nos aporta la luz de un cielo inusualmente extraño? Dos años de covid han atenuado los sentidos de las personas, reducido sus vidas, roto las conexiones y nos han colocado en una zona cero de la morada humana. ¿Qué semillas debemos plantar una y otra vez en estos años, y cuáles son las especies invasoras y de crecimiento descontrolado que deben ser totalmente erradicadas? Mucha gente está al límite. Tanta violencia está estallando, irracional o inesperadamente. Tantos sistemas establecidos se han revelado como estructuras de crueldad continua.¿Dónde están nuestras ceremonias de recuerdo? ¿Qué necesitamos recordar? ¿Cuáles son los rituales que nos permiten finalmente reimaginar y comenzar a ensayar pasos que nunca antes habíamos dado? El teatro de la visión épica, el propósito, la recuperación, la reparación y el cuidado necesita nuevos rituales. No necesitamos que nos entretengan. Necesitamos compartir el espacio, y necesitamos cultivar ese espacio compartido. Necesitamos espacios protegidos de escucha profunda e igualdad. El teatro es la creación en la tierra de un espacio de igualdad entre humanos, dioses, plantas, animales, gotas de lluvia, lágrimas y regeneración. El espacio de la igualdad y de la escucha profunda está iluminado por una belleza oculta, que se mantiene viva en una profunda interacción de peligro, ecuanimidad, sabiduría, acción y paciencia.En el Sutra de la guirnalda, Buda enumera diez tipos de gran paciencia en la vida humana. Uno de los más poderosos se llama «Paciencia para Percibir Todo como Espejismos». El teatro siempre ha presentado la vida de este mundo como un espejismo, permitiéndonos ver a través de la ilusión humana, el engaño, la ceguera y la negación, con claridad y fuerza liberadoras. Estamos tan seguros de lo que miramos y de la forma en que lo miramos que somos incapaces de ver y sentir realidades alternativas, nuevas posibilidades, diferentes enfoques, relaciones invisibles y conexiones atemporales. Este es un tiempo para un profundo refrescar de nuestras mentes, de nuestros sentidos, de nuestra imaginación, de nuestras historias y de nuestro futuro. Este trabajo no puede ser realizado por personas aisladas trabajando solas. Este es un trabajo que necesitamos hacer juntos. El teatro es la invitación a hacer este trabajo juntos. Muchas gracias de corazón por vuestro trabajo»

         Peter Sellars (Pittsburgh, 1957), director teatral.

jueves, marzo 24, 2022

El porrazo del consonante

Suelo repetir, al analizar textos poéticos con mis estudiantes, una idea que le escuché en clase a Juan Manuel Rozas hace muchos años y que él puso por escrito en un excelente artículo sobre un poema de Bécquer: cómo la asonancia del texto favorece una sugerencia de vuelo o fuga que no se lograría con las ligaduras sonoras de la rima consonante. La rima consonante ata más que la asonante, repito en clase. Y no digamos ya en relación con el verso blanco o suelto. Estoy leyendo sobre asonancias por ver si saco adelante un articulino sobre un texto del siglo XVIII. No hace mucho que leí un extraordinario trabajo de Rodrigo Olay Valdés: El endecasílabo blanco: la apuesta por la renovación poética de G. M. de Jovellanos (Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 2020), y ando —sigo— sensible en asuntos de métrica. Lo mejor que he visto ha sido gracias al primer Discurso sobre las tragedias españolas (1750) de Montiano y Luyando, que para justificar el verso suelto con el que escribió su tragedia Virginia, dijo que bien sabía él que lo que gusta siempre es la consonancia, por lo que «ata». Y empleó este verbo. Y lo mejor lo he buscado en donde Montiano me dijo, en la dedicatoria de la traducción de la Aminta de Tasso que hizo Juan de Jáuregui (Roma, Esteban Paulino, 1607) mayoritariamente en versos blancos: «Bien creo que algunos se agradarán poco de los versos libres y desiguales; y sé que hay orejas que, si no sienten a ciertas distancias el porrazo del consonante, pierden la paciencia y queda el lector con desabrido paladar, como si en aquello consistiere la sustancia de la poesía». Qué hallazgo lo del «porrazo del consonante» fechado el 15 de julio de 1607, que tan bien vendría a los que no ven la sustancia poética en versos como «¿Y si nos vamos anticipando /de sonrisa en sonrisa / hasta la última esperanza?», de Alejandra Pizarnik, del principio de un poema que se titula «Mucho más allá». Bueno todo.

domingo, marzo 20, 2022

El peso de la ausencia (y II)

También cuesta imaginar lo sufrido por otro notable extremeño como Bartolomé José Gallardo (Campanario, 1776-Alcoy, 1852), al que Rodríguez-Moñino dedicó un libro extraordinario: La de San Antonio de 1823. Historia de una infamia bibliográfica, que ocupó aquí por alusiones una entrada, y que debería ocupar un puesto principal el próximo año si recordamos aquello que ocurrió hará cien. En un artículo en El Restaurador, en enero de 1824, tuvo que despertar su tragedia: «Hablemos claros: yo, aún llevando la cosa hasta el último cabo, no tengo qe temer, porque no tengo qe perder. Todo cuanto mio valía algo lo perdí en Sevilla:  en Sevilla perdí todos mis trabajos literarios, perdí el fruto de 20 años de afan i vijilias, testimonio irrecusable de mi perseverante aplicazion a las letras: perdí la parte mas preziosa de la vida, la sobre-vida, la vida póstuma, la vida de la memoria honrosa a qe aspiran los amantes del saber cuando enprenden obras qe piden tantos años de tarea como ellos pueden contar de existenzia. En unas horas perdí los años de muchas vidas, qe sienpre se las promete felizes i largas, i tales se las antizipa en idea el amor ziego de padre para los hijos del entendimiento.—Buen desengaño de la nonada de los bienes humanos!!!». Conservo también la singular grafía tan identificativa de Gallardo —grande e ilustre personaje— en la trascripción de sus cuitas al pedir en 1845 al bibliotecario de la Colombina un valiosísimo manuscrito que era suyo, cuando volvió a evocar aquel episodio: «Hoi día de S. Antonio haze años q. el Populacho de Sevilla gritando ¡viva el Rei! robó á S. M. hasta su propio equipaje. En los barcos q. iban los de la Real familia, iban también los efectos de las Cortes, y á vuelta de éstos, con los de la Biblioteca, Bibliotecario yo á la sazón, mis más preziosos libros y papeles, señaladamente los trabajos literarios de toda mi vida. Todo lo perdí. De lo perdido parte fué barbaramente despedazado y roto; y tal cual cosa ha ido después deparándoseme por fortuna, ó pareziendo á fuerza de las mas esquisitas diligenzias. De todo obran hoi aqui algunos artículos curiosos en mi poder, los cuales me han sido devueltos por las personas á cuyas manos habían venido á dar.» Cuesta imaginar algo así.

viernes, marzo 18, 2022

El peso de la ausencia (I)

La última vez que escribí sobre El peso de la ausencia de Antonio Gómez fue para el homenaje a Víctor Infantes, que publicó Visor en una espléndida edición cuidada por Ana Martínez Pereira: El arte de la memoria. Homenaje a Víctor Infantes. Ed. de Ana Martínez Pereira (Madrid, Visor Libros, 2020, 434 págs.). La obra de Antonio Gómez mueve a pensar en los libros no leídos; pero el otro día me la traje también a los libros perdidos. Quizá porque estaba terminando de leer Micronesia. Fractales sobre literatura (1997-2021). Valladolid, Ediciones Universidad de Valladolid (Colección Fractales, 2), 2021, de Vicente Luis Mora, que en la primera parte alude a los textos huecos que dicen por lo que esconden, por lo que no dicen. Ese vacío, que recomiendo llenar con la lectura de Micronesia, es parangonable al vacío real y no metafórico de los libros perdidos (pág. 19). Creo que todo surgió después de una clase; y quizá estas líneas sean una manera de intentar explicarme no sé qué. Fue a propósito de unos versos del poeta Nicasio Álvarez de Cienfuegos —el de «Mi paseo solitario de primavera». Insistí en lo verdadero que yo considero que había en la poesía que escribió, en la alma sinceridad de su sentimentalismo poético. Por atraer a la lectura, propuse ponernos en su lugar cuando escribió algunos versos, precisamente aquellos de los que podría deducirse que sufría cuando los escribió. Me ha ocurrido con él y con Meléndez Valdés, de quien he recordado cómo relató la experiencia de perder casi todos sus papeles y libros al tener que exiliarse. Lo copio aquí una vez que he vuelto con un reducido grupo de mis estudiantes de Tercero de Filología Hispánica de la excursión a Ribera del Fresno, patria chica del poeta y magistrado, después de visitar la Casa-Museo creada como espacio de interpretación y de documentación sobre esta eminente figura de la época ilustrada. El 13 de marzo de 2020 tuvimos que cancelar la visita por lo que nos cayó encima, y hoy ha sido la revancha por goleada. Lo hemos pasado bien. No tanto el Meléndez Valdés que dejó escrito en Nîmes en octubre de 1815, dos años antes de morir, algo que verdaderamente sigue estremeciéndome, y que llegó a publicarse en la edición póstuma de sus poemas de 1820: «con dolor, tan deshecha y horrible tempestad, después de haberme aniquilado con el robo y la llama cuanto tenía, y la biblioteca más escogida y varia que vi hasta ahora en ningún particular, en cuya formación había gastado gran parte de mi patrimonio y toda mi vida literaria, también acabó con las copias en limpio de mis mejores poesías en el género sublime y filosófico, un poema didáctico, El magistrado, una traducción muy adelantada de la Eneida, y otros trabajos en prosa sobre la legislación, la economía civil, las leyes criminales, cárceles, mendiguez y casas de misericordia, que trataba de imprimir, y me hubieran sido de más honor, y al público de más provecho, que los versos y cantos de esta colección. Los frutos de diez y más años de aplicación constante en mi retiro, de vigilias continuas, y la meditación más grave y detenida, todo despareció y ha perecido para siempre, sin la esperanza aun más remota de poderlo ni descubrir ni recobrar. Mis libros, mis reflexiones y trabajos me han enseñado a llevar mis desgracias con un ánimo igual, sin abatirme ni desmayar en ellas; y si la lectura y el estudio no me pagasen hoy con este dulce premio, de nada ciertamente hubieran conducido a mi felicidad y mi aprovechamiento». Cuesta imaginar algo así.

miércoles, marzo 09, 2022

Las letras del bosque

«Hablar con ella esponja la mente», escribió hace año y pico el escritor Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968) sobre la ilustradora Leticia Ruifernández, que es quien aporta varios espléndidos dibujos para su libro Las letras del bosque. Textos sobre naturaleza, animales y libros (Madrid, Sílex, 2021), que se presenta este viernes en Cáceres. Yo lo aplico a la lectura de esta obra que también esponja la mente, que la predispone para estar más sensible y receptiva a mucho de lo que le viene de fuera. No creo, del mismo modo que lo que escribe Javier Morales en el primer texto de su libro, que la lectura nos haga mejores personas; pero sí que nos infunde un sentimiento y una nueva conciencia en según qué cosas. En este juego de correspondencias, lo que el autor dice sobre El diario del naturalista (Madrid, Errata Naturae, 2018), de Nathaniel T. Wheelwright y Bernd Heinrich —una guía, como reza el subtítulo, de observación y anotación para seguir los cambios de la naturaleza que te rodea—, es atribuible a Las letras del bosque, en donde se lee, a propósito de ese título citado: «Confieso que después de leer este libro, de consultarlo, me he marcado el objetivo de mirar de otra manera las calles y la ciudad en la que vivo, de buscar aún con más empeño la complicidad de los animales no humanos que la pueblan» (pág. 40). Así ocurre cuando uno lee estas páginas sobre naturaleza, animales y libros que recomiendo como si esto fuese una prolongación de uno de sus rasgos: la reseña de otros libros. Me dirán que es deformación profesional. O peor —para ellos—, que son ademanes académicos; pero yo creo que, tan evidente uno de los valores de esta obra, habría ayudado una lista para común utilidad: Edward O. Wilson, Biofilia. Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara. Errata Naturae, 2021. Jean Giono, Las riquezas verdaderas. Errata Naturae, 2016. Nathaniel Wheelwright y Bernd Heinrich, El diario del naturalista. Una guía de observación y anotación para seguir los cambios de la naturaleza que te rodea. Traducción de David Muñoz. Errata Naturae, 2018. Joaquín Araújo, Laudatio Naturae. Línea del Horizonte, 2019. David Le Breton, Elogio del caminar. Traducción de Hugo Castigliani. Siruela, 2015. Ruth Toledano y Marta Navarro García (Eds.), Naciendo en otra especie. Antología de poesía Capital Animal. Plaza y Valdés, 2016. Elisabeth Tova, El sonido de un caracol salvaje al comer. Traducción de Violeta Arranz. Capitán Swing, 2010. Y así decenas de referencias que los lectores agradecemos. Dicho queda, y repetido, que presentaremos Las letras del bosque en la sede cacereña de la Librería La Puerta de Tannhäuser este viernes 11 de marzo a las siete y media de la tarde.

lunes, marzo 07, 2022

Bioy

Una de mis alumnas de Perugia me escribió hace unos días para preguntarme si debería leer para su tesi di laurea magistrale las Memorias de Adolfo Bioy Casares, autor sobre el que trabaja. Concretamente, sobre La invención de Morel. Le respondí que sí, que no es fuente documental fiable —la fecha más precisa que ABC da siempre es el año —«En el 49, en el 51, y en el 54, estuve en Europa»— y a veces «En el 73 o en el 75 […]»; pero que le servirá para su estudio. Cómo no. Aquellas Memorias. Infancia, adolescencia y cómo se hace un escritor (Tusquets Editores, Col. Andanzas, 210, 1994), se anunciaron como un primer volumen que yo creo que no tuvo otro. En aquel comedido relato autobiográfico, Bioy cuenta, después de un montón de alusiones y de casi cien páginas, dónde —en casa de Victoria Ocampo— y cuándo —en 1932— conoció a Borges; y quizá abunde en el lugar común de asociársele vicariamente a tan genial dupla literaria, que resulta uno de los asuntos principales de estas memorias. Contienen también otros capítulos, tras una jugosa «Miscelánea de recuerdos», como «Historia de mi familia» e «Historia de mis libros», hasta las menos de doscientas páginas. Pero lo que más me llamó la atención de la carta de mi alumna A. es que me dijo que le costaría comprarlo entre 150 y 300 euros; aunque quizá por cincuenta podría adquirir un ejemplar de segunda mano. En la página de Tusquets Editores se anuncia el libro a 12 € como si fuese un dato histórico sin significado comercial alguno; y cuando se busca disponibilidad, en efecto, los enlaces llevan a sitios en los que el precio se dispara. He encontrado ejemplares a 23 y a 30 euros, algunos en librerías de Chile o Argentina, que incrementarían su precio por el envío hasta ciento y pico, en algún caso, o por el mismo importe del ejemplar en otros. Pero también hay algunos en librerías españolas que tienen un precio muy asumible para una estudiante que compagina sus estudios con un trabajo en Senigallia, en la costa adriática, y que demuestra un interés admirable por el asunto de su tesi, hasta llevarme a este ojeo sin fin en que se ha convertido la antigua y limitada costumbre de escudriñar en los estantes de una librería en busca de una buena pieza. No lo he podido evitar y he echado mano del libro del genial José Luis Melero Lecturas y pasiones (Zaragoza, Xordica Editorial, 2021), que ya he leído. Un lector buscador de libros y un buscador lector que quizá caiga demasiado en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mejor o anterior. Y siempre la irrefrenable pasión por lo que atesora. Compré su libro en la misma librería madrileña «Rafael Alberti» en la que tres días antes lo había presentado junto a Jesús Marchamalo en una velada que nos consta divertida con amigos comunes. Qué personalidades tan afines habitan este mundo y qué cantidad de gustos compartidos. Me gustaría conocer a alguien como José Luis Melero. Por el momento, doy las gracias a mi alumna A., que me ha llevado al escritor descendiente de estancieros Bioy, y hoy, y como tantos días, a la literatura.



sábado, marzo 05, 2022

Los nombres impares

Cuando Álex Chico (Plasencia, 1980) intervino en una sesión online —del viernes 26 de noviembre del año pasado— del Taller de Escritura Creativa de la Universidad de Extremadura que imparte desde el curso 2019-2020 el también escritor placentino Javier Morales Ortiz, uno de los participantes, ya en el coloquio, le preguntó por el título de su novela Los nombres impares (Barcelona, Editorial Candaya, 2021), y no recuerdo la respuesta exacta; pero sí que mencionó los números impares como analogía. Desde luego no habló de un número entero que es impar cuando solo existe otro número natural, etc.; sino que tuvo que aludir a lo que luego —yo en ese momento no había leído la novela—, en el corte 21 y último de la segunda parte, el personaje de Ida propone sobre el título. Lo explica como «un número que queda fuera de todo, un nombre que se desplaza también al margen…» (pág. 218). Un nombre que forma parte de la historia pero que no se deja ver a primera vista, que solo «aparece si lo lees con una atención enfermiza. Superlativa. Descomunal. Damián es una persona invisible, como los nombres impares» (pág. 219). Ese Damián, de apellido Gallego, es el que activa todo el relato de Álex Chico en Los nombres impares, que vuelve a plantearse cuáles son las motivaciones de la escritura, cuáles sus límites y qué hay en el baile de identidades que concurren en un texto con voluntad de narración ficticia. A Álex Chico le gusta moverse en unos terrenos fronterizos y mestizos en términos literarios, y su propia obra, que está compuesta por libros de poemas y ensayos que, si se puede decir así, han cristalizado en unas novelas en las que convive el relato de ficción con la realidad documentable. Su obra es una interesante propuesta de teoría literaria, de particular teoría de la visión; o igualmente atractiva declaración de lector. En esta última vertiente, la de la lectura, la novela de Chico muestra su cercanía a los modos metaficcionales de Roberto Bolaño, que poco tarda en aparecer (pág. 24 de doscientas cincuenta) en la pesquisa puesta en marcha por una pareja detectivesca. Dichos estos escasos ingredientes fácilmente reconocibles, la novela arranca con una frase de tan pertinente intención como «Igual tengo una historia para ti», y muy desde el principio remite al mundo de la literatura, de la narración o de la escritura como medio de ensanchar la vida que vivimos. Cuidada en su estructura —no sé si la «Nota final» debería ser distinguida tipográficamente para separarla de las tres secciones principales— es una novela extraordinariamente sugerente, que concita la actualidad literaria con la alusión cómplice a nombres como Basilio Sánchez o Gonzalo Hidalgo Bayal, a Mª Ángeles Pérez López o Francisca Noguerol, y que convoca lo mejor de la literatura, también por el referente real del infrarrealista Darío Galicia —Ernesto San Epifanio en el universo Bolaño— para construir la esencia de este relato que no esconde una valoración moral sobre los límites de la realidad y la ficción: «Cualquier vida merece ser rescatada. Aunque nos parezca banal e insignificante, debe tener la oportunidad de volver a nosotros, camuflada a través del recuerdo y el lenguaje. Cualquier persona, además, tiene derecho a narrarla. El problema surge cuando nos preguntamos hasta dónde queremos llegar para que esa historia no se detenga. O peor aún: si estamos dispuestos a traspasar el límite y ni siquiera seamos conscientes de que vamos a avanzar cueste lo que cueste. Que seguiremos una pista a pesar de todo, aunque eso implique hacer estallar lo que nos rodea. Por otra parte, qué historia no se narra así, gracias a equívocos menores, faltas inconscientes o mentiras deliberadas. Si el propio lenguaje lleva implícito el engaño. Si la propia escritura es ya un artificio y, por tanto, una ficción sin concesiones» (págs. 70-71). Se agradece este afán especulativo de Álex Chico —presente en casi todas sus obras—, y que lo haga con tanta solvencia en la disposición de los materiales de su narración, en cómo presenta los detalles de una historia que avanza a partir de una investigación, o en cómo resuelve un testimonio —el del personaje investigado— en forma de entrevista, que es uno de los pilares argumentales del relato. Los nombres impares está dedicada in memoriam a Julián Rodríguez, cuyos nombre y apellidos, a partir de este lunes 7 —a las 10:30, a propuesta del Ayuntamiento— serán los que denominen a la Biblioteca Municipal de Cáceres.