viernes, diciembre 31, 2021

Numancia 2021

© Fotografía de Sergio Parra

2021 no ha sido un año especialmente teatrero, y las razones son obvias por todo este desastre que me ha tenido muy renuente a acudir a salas con aforo completo. El telón negro a principios de enero por la muerte de Jacinto García Alonso abrió un año en el que, fuera de un Festival de Teatro Clásico de Cáceres con el aliciente del aire libre —en realidad, el Peribáñez y El Caballero de Olmedo; porque Castelvinos y Monteses, por la lluvia, se pasó al Gran Teatro, y lo del Aula de la UEX, un Romeo y Julieta, fue en Maltravieso con aforo limitado—, mi cartelera anual ofrece un resultado bastante pobre; en cantidad, no en calidad. Ítem más, Los cuernos de don Friolera del gran Valle-Inclán en Maltravieso, antes del verano; y, cuando volví de Italia, el Torquemada de Pedro Casablanc, que pasó por aquí como si nada. Y hace menos, el 28 de noviembre, la Numancia de Cervantes que han coproducido la Compañía Nacional de Teatro Clásico y Nao d’amores, y que vi en el Teatro de la Comedia de Madrid con un lleno, o casi, que fue una de las excepciones, con el recital de Pablo Milanés en el Gran Teatro de Cáceres dos días antes, que, por otras razones, me llevaron a sentarme en un patio de butacas completo y con mascarilla. También vi Medea a la deriva. Pero mi última obra teatral vista este año fue esa Numancia cervantina en la que aprecié el rigor y la entrega que ponen en su trabajo personas que han demostrado desde hace muchos años su sabiduría en los términos —y no solo ahí— de la reposición en nuestros tiempos modernos del teatro anterior a los clásicos habituales del siglo XVII. Por ahí se cuela el texto trágico de Cervantes, que, por testimonios manuscritos, puede ser de la década de los ochenta del siglo XVI —tardó luego en publicarse dos siglos—; aunque no deja de distar bastante en el tiempo de ejemplos como el Auto de los cuatro tiempos (¿1507-1511?) de Gil Vicente, las Farsas y églogas (1514) de Lucas Fernández, o la Propaladia (1517) de Bartolomé de Torres Naharro, que han sido fuentes en las que ha bebido la inspiración teatral de una de las compañías más singulares del panorama español del teatro clásico: Nao d’amores, con veinte años ya desde su creación, ha querido ser fiel a sus modos de trabajar y ha abordado el teatro cervantino desde un contexto más renacentista que barroco, muy apreciable en la dicción antigua —la fonética histórica es marca de la casa de Zamora— y en la siempre extraordinaria reconstrucción musical de Alicia Lázaro. En lo que para algunos nos parece una fidelidad encomiable a unos principios dramatúrgicos, puede estar la clave de la falta de empatía de un público que se ve distanciado de la propuesta; pero esto ha sido así siempre en los montajes de esta compañía con suficientes recursos, demostrados con gran solvencia en este gran espectáculo de teatro a partir del texto de un autor tan grande como Miguel de Cervantes. Y es que si Nao d’amores ha conseguido su sitio en el repertorio contemporáneo del clásico español ha sido por su manera de tratar nuestros textos prebarrocos. Trabajar en escena la oposición entre numantinos y romanos con un mismo elenco que se desdobla se resuelve en esta Numancia con maestría, por la utilización del vestuario, que sirve para escenificar el desvestirse del ropaje romano para pasar al espacio intramuros de la ciudad sitiada, y por la marca elemental de ambos lugares con la aparición en escena de Cipión y Yugurta desde los palcos de platea, y también por la división de los espacios sonoros entre el poder y la resistencia popular al poder. Siguen admirándome estos trabajos, sostenidos por unos intérpretes que dicen bien el verso, que cantan, que tocan instrumentos y que se mueven para hacer de un momento que dura tan solo hora y cuarto un mundo más cómodo. Para haber visto tan poco teatro este año que hoy termina, no estuvo nada mal volver al coliseo de la calle del Príncipe, en buena compañía, con el encuentro con personas queridas y conocidas, en una de esas noches madrileñas que los de provincias vivimos con fruición perdurable hasta que haya otra. Feliz Nochevieja y buena entrada del año 2022.

jueves, diciembre 30, 2021

Nicaragua

Ayer mismo, para apuntes de clase, estuve hojeando la Poesía completa de Idea Vilariño (Montevideo, 1920-2009) y escribí una nota sobre un poema significativo por la circunstancia de su escritura, más que por su escritura. Y hoy he leído en El País un artículo de Gioconda Belli que está, con otras claves —«La crueldad también viste faldas»—, en el mismo punto de la historia. Qué coincidencia que anotase ayer sobre el poema «Por fin», de una poesía completa cronológicamente incomprensible —todo un reto para los estudiosos—, y que hoy Gioconda Belli diga lo que dice. Me preguntaba ayer qué pensaría la poeta uruguaya que escribió al pie de su texto la fecha de 19 de julio de 1979, el día que las fuerzas del Frente Sandinista de Liberación Nacional entraron en Managua y pusieron fin a la dictadura de Somoza. Vilariño, que dedica el poema al país de Ernesto Cardenal, en muy pocas palabras (59) y en dieciocho versos, escribe que dio un puñetazo sobre la mesa, dos en la pared, que no pudo respirar por un momento, y que dijo luego una palabrota. Muda e inmóvil, en el poema nos dice que pronunció luego la palabra «dios» y que todo sucedió por fin en la fecha de ese «diecinueve / del mes de julio del setenta y nueve». ¿Qué diría hoy? Me dan ganas de llorar, de dar un puñetazo —«dos / en la pared»—, unas ganas enormes de compadecerme por la candidez de quien escribió aquellos versos enajenada con la exaltación de las revoluciones. Habrá que seguir creyendo en que son posibles, sin golpes en las paredes ni palabrotas. Y no con los que ahora llegan de quienes se han hecho con el poder. Sigue pareciéndome increíble que ocurra esto que hoy cuenta Gioconda Belli con sus afanes mientras en las cárceles de Nicaragua hay opositores cautivos y un montón de muertos por la represión. «Este mes: Dora María Téllez, Ana Margarita Vijil, Suyen Barahona y Támara Dávila cumplen seis meses, seis meses de estar incomunicadas: encerradas solas en celdas mínimas, desnutridas, sin acceso a un libro, a leer o escribir, durmiendo en celdas frías sobre colchonetas plásticas, sin que se les permita a los familiares llevarles una cobija. Támara y Suyen tienen una niña de cinco años y un niño de cuatro, respectivamente. No se les ha admitido verlos en las escasas visitas familiares —permitidas apenas tras 90 días de encierro— Las madres no han podido siquiera hablarles por teléfono», escribe Gioconda Belli hoy en el periódico, desde donde denuncia a un dictador como Daniel Ortega y a su señora esposa vicepresidenta Rosario Murillo. ¿Qué haría hoy Idea Vilariño con aquello que escribió? Yo ayer leía un poema y levantaba la vista para ver. Hoy he hecho lo mismo desde una página del periódico. Sigo sin comprender nada.

miércoles, diciembre 29, 2021

La poesía y el silencio

Una ficha bibliográfica convencional no daría completa cuenta del contenido de este libro que me llegó dedicado y con una carta manuscrita de su autor en el mes de mayo de este año que ya termina: Jean Gabriel Cosculluela, S’amuïr suivi de Résister aux mêmes. Préface de Jean-Michel Maulpoix. Gravures de Gisèle Celan-Lestrange. Genouilleux, Éditions La passe du vent, 2019. Algo así es insuficiente para dar noticia del contenido exacto de ese poco más de centenar de páginas. El prefacio del poeta Jean-Michel Maulpoix («À la croisée des voix») subraya cómo en esta encrucijada de voces se da cita una familia de seres cercanos con nombres de poetas como José Ángel Valente, Roberto Juarroz, Marina Tsvetaïeva…, y, por supuesto, Paul Celan. En torno a él, al poeta alemán de origen judío-rumano, gira toda esta propuesta poética u homenaje de Cosculluela, el poeta francés (1951, Rieux-Minervois. Aude), con orígenes en el Pirineo aragonés —familia de exiliados—, bibliotecario hasta 2018, traductor —le conozco desde su interés en la traducción al francés de la poesía de Ángel Campos Pámpano; pero también ha traducido a Alfonso Alegre Heitzmann, a Albert Ràfols-Casamada, a Miguel Casado, a José Luis Jover, a Ada Salas…—, crítico de arte o comisario de exposiciones… La propuesta, S’amuïr, una propuesta de enmudecimiento, de mudez, de silencio con palabras («Chaque mot a son silence»), ocupa la parte principal de este volumen, variaciones de textos que van desde el minimalismo vertical de algunos poemas («La poésie du peu»), hasta algunos textos en prosa o en formalización versicular, como en «Le Dos de Saul», o estrófica, como en «Trois quintils pour JB», para Julien Bosc, el poeta y editor francés (1964-2018). Se siente uno bien acompañado en la lectura de este decir con poco, y es muy sugerente cómo el autor integra siempre la alusión a la palabra dentro de un paisaje o de una estampa, por ejemplo, de nieve, que remite también a lo escrito por Maulpoix, cuyo libro Pas sur la neige fue traducido en España por Evelio Miñano como Pasos sobre la nieve (La Garúa, 2010). Un paisaje de palabras esenciales. Después de las once secuencias que conforman S’amuïr como cuerpo principal, siguen tres breves ensayos del escritor sobre poesía («Résister aux mêmes»), muy clarificadores sobre lo que el lector ha explorado en los versos precedentes, y el complemento «Un moment privilégié. Conservation avec Jean Gabriel Cosculluela», en el que el poeta habla entre el verano y el otoño de 2018 con Thierry Renard, el director de un espacio de agitación poética como Pandora, en Vénissieux, donde supongo que se celebró la entrevista, que se titula «Un chant pauvre» —del poema dedicado a Bosc—, y a la que siguen una nota bibliográfica que recoge las fuentes de las que provienen algunos de los textos de este volumen, una breve noticia biográfica de Jean Gabriel Cosculluela, y una amplia lista de sus publicaciones, como coordinador de ediciones, como traductor o autor. En suma, resulta muy difícil resumir en una ficha catalográfica todo lo que ofrece este libro impreso en Bulgaria en 2019; pero bajo el sello de Éditions Le passe du vent y con la colaboración de L’Espace Pandora, y que acredita el tipo de papel y el gramaje que se ha utilizado. Se puede hacer, pues el modo antiguo de descripción bibliográfica, a la manera de insignes estudiosos como Antonio Rodríguez-Moñino —con quien ando entre manos— permitiría dar cuenta de todo el contenido que he preferido reseñar de esta manera, para no ser excesivamente boscoso, que lo he sido. En esa ficha completa habría que recoger las ilustraciones de Gisèle Celan-Lestrange para los libros de su marido Schwarsmaut  y Atemkristall, de 1969 y 1965, respectivamente. Qué chocante debe de resultar corresponder a la esencialidad y a la tensión lingüísticas de S’amuïr con tan prolijo texto, con tanto dato, sobre uno de los ejemplos que habrá que tener en cuenta en el futuro como recepción moderna de la estética del silencio proveniente de diferentes lenguas de nuestro entorno europeo. 

sábado, diciembre 25, 2021

Cuento de Navidad

Heredé al nacer una vivencia sombría del día de Navidad. Fue un luto heredado por la muerte un veinticuatro de diciembre, casi cuatro años antes de que yo viniese al mundo, de mi abuelo materno. Quizá por eso no tengo recuerdos durables de infancia asociados a estas fechas y sí la imagen borrosa de una melancolía también usufructuaria en mi adolescencia. Disfruté mucho luego de estos días en familia, excitado por la experiencia de ir viendo crecer a los hijos, y siempre recuerdo en este tiempo una manera de vivir la vida sin especiales alharacas, pero plenamente satisfactoria en términos de afecto. No soy de extremos —solo para los extremistas— y, aunque en mi casa ya no suele haber ninguna señal, ni de ornato ni de alimento, de fechas tan señaladas, no rechazo a quienes contribuyen a sostener el llamado «espíritu navideño». Tanto es así que he convertido en tradición escuchar desde hace unos años el Cuento de Navidad que emite tal día como hoy la Cadena SER, y que nos ha deparado piezas memorables. El año pasado escribí sobre esto. Y hoy. Ingeniosa y divertida adaptación de la historia de las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi, escrita por Esther García Llovet, y dirigida por Ana Alonso, con la realización sonora de Roberto García, ha sido la entrega de este año de ese relato radiofónico tan bien hecho. Comencé la escucha en casa; pero me armé con un par de livianos auriculares y salí a la calle para dar un largo paseo urbano, evitando las avenidas con mayor ruido de tráfico de esta ciudad de Cáceres, y así mejor escuchar en directo la primera emisión del programa, dentro de A vivir que son dos días, hoy presentado por la siempre extraordinaria Lourdes Lancho. Ha sido un disfrute de hora y media caminar junto a esta ficción sonora desenfadada y entretenida que se separa del original de Claudio Collodi (Storia di un burattino, 1882), historia bastante cruel que luego dulcificó Disney con la película Pinocho (1940). Ni una cosa ni otra. Nueva creación sobre una base clásica. Me he acordado hoy del escritor extremeño José Antonio Cáceres, a quien yo siempre asocié en mi Facultad en la década de los ochenta a la escritura de una tesis sobre Collodi que nunca terminó. Eso creo. Él, que también escribió sobre Pavese. Tengo que preguntar a Emilia Oliva. Un disfrute, pues, este soberbio trabajo de actrices y actores como Nathalie Poza (Narradora), Ramón Barea (Geppetto) o los jovencísimos Matilde Donate (Mecha) y Marco Guerrero (Pinocho), con la colaboración especial de alguien como Verónica Forqué en el papel de una maravillosa marmota llamada Tita, que grabó a primeros de este mes, pocos días antes de su muerte. A ella han dedicado este cuento de Navidad radiofónico que recomiendo. Feliz y lluvioso día de Navidad.

viernes, diciembre 24, 2021

24 de diciembre

Al recordar la entrada de este mismo día de hace un año, me ha llamado la atención que la sobreplana del periódico de hoy solo sea por un anuncio publicitario de una película apocalíptica. Paradójicamente. Como si no ocurriese nada, como si tuviésemos que mirar hacia el cielo para ver lo que se nos puede venir encima, cuando ya lo tenemos aquí.  Sin exagerar. Sigo viviendo la vida con sordina, con una serena frustración sobre todo lo que me rodea. La frustración por tener que seguir tapándome la boca para no dar un beso en los labios es un detalle que resume el resto de malogros; desde dar clases con mascarilla in praesentia o sin mascarilla online, hasta no poder entrar en una tienda por ser el sexto para un aforo de cinco. (O no tener la oportunidad de dar a nadie un beso en los labios, pues no voy a venirme arriba a estas alturas). Todo son limitaciones, un escamoteo cotidiano. Menos en el interior de los bares, donde no hay tope, y se puede beber, comer y gritar sin mascarilla. Pasará. Como impone la tradición, llevamos estos días recibiendo mensajes de felicitación de vario tipo, muchos muy convencionales y otros muy originales y elaborados. Me sorprendió uno: «Soy madridista hasta la muerte». Así, sin mejores deseos. Lo recibí por un error del remitente; pero eso no quita importancia a una afirmación tan tajante y a la vez tan quebradiza como la que contiene el juramento de cualquier matrimonio católico. No sé. Estoy preocupado por lo que pasa ahí afuera. En cuanto a lo de dentro, ayer cometí un error que va a hacer que comience el año con el mal pie de una multa por exceso de velocidad. No sé por qué creí que ese 70 era una recomendación cuadrada y no una prohibición tan redonda como rotunda. «Se me va a caer el pelo», me dije, todavía a cien y consciente —claro— del sentido figurado de la frase. Felices fiestas.

martes, diciembre 21, 2021

Todo esto será tuyo (y II)

La lectura de Todo esto será tuyo me ha llevado a anotar unas frases para una futura entrada que se titulará, si no cambio de idea, «Las palabras, sus dones», sobre la gracia concedida de ganarse el sustento leyendo y, sobre lo leído, escribir. He disfrutado con estas páginas de Jordi Doce que se acoge a una primera cita del poeta Lorand Gaspar («Judea») para reivindicar su escritura fragmentaria, compuesta por anotaciones de diario, estampas, esbozos de cuadernos, frases, ideas para relatos, aforismos —sin tener la impresión de escribirlos— o versos ajenos, y formar un libro compacto y a la vez heterogéneo escrito a lo largo de varios años hasta finales de 2019, en el preanuncio del desastre que dio lugar a La vida en suspenso. Diario de un confinamiento (Fórcola Ediciones, 2020), otra muestra para el que quiera saber algo de lo que vive y escribe el traductor y poeta. A las pocas páginas de comenzado el libro, uno ya encuentra con agrado las semillas para siembra de frases muy breves como apuntes de pensamiento, que van a ir apareciendo a lo largo de todo este volumen de grata lectura. Es una de las variedades genéricas de la textualidad de Todo esto será tuyo, que contiene también apuntaciones que aluden a personas y circunstancias reconocibles —poco interés tiene esto si a uno le basta con el sentimiento de lo escrito; salvo que se trate de nombres tan principales como Paula, Marta o Layla, la perra que Jordi saca a pasear por su barrio y aquí por su parcela de letras—, o reflexiones sobre el ensayo, o, simplemente, un pararse a pensar en cuando el saludo es un acto fallido, o qué diferencia hay entre escribir a mano —Hughes mediante— y teclear directamente al ordenador. Este libro de Jordi Doce, como tantos otros, está lleno de esos momentos en los que uno se empequeñece por no llegar a ese nivel, a esa voluntad de estilo que a uno le falta: «El pequeño caracol ya era una espiral envolvente. Y lo siguió siendo hasta arrojarme, por uno de sus toboganes abruptos, a la arena manchada del amanecer» (pág. 21). Así remata un apunte sobre un insomnio provocado por el llanto de la niña de unos vecinos. Otras veces, el tono hiperbólico se impone; por ejemplo, al hablar de cómo tocamos o acariciamos un libro, cómo lo frotamos hasta «despertar el espíritu que lleva dentro» (pág. 43), y cómo lo dice el escritor siendo consciente de su comparación, como lo es de lo que escribe y cómo escribe con un temor a repetirse sabiendo que el escritor no termina nunca de hacer las paces consigo mismo, y sigue y sigue. También hay música en este libro, no mucha (Brian Eno, que no es poco), alguna referencia al cine, y mucha poesía, mucha literatura, que es lo que da sentido a todo. A todo esto que ya es nuestro. 

lunes, diciembre 20, 2021

Todo esto será tuyo (I)

He terminado de leer Todo esto será tuyo (Valencia, Pre-Textos, 2021), de Jordi Doce, y de la fervorosa cercanía con la que lo he hecho dice algo la manera en la que llegó el libro a mis manos. Acababa de entrar en la Librería Rafael Alberti de Madrid y lo vi sobre una de las mesas de novedades. Conocía la preciosa cubierta, en la línea de una colección tan destacada —Narrativa contemporánea—; y volvió a llamarme la atención entre tantos volúmenes. Comenzado el acto al que fuimos, apareció Jordi, que se disculpó después por haber creído que era media hora más tarde. Me dio un sobre con mi nombre que contenía un ejemplar de su Todo esto será tuyo dedicado. Esa misma noche, en la habitación 105 de mi hotel comencé a leer con la sensación de conocer algunos de los textos de este libro; pero no por haber sido publicados algunos anteriormente en varias revistas, sino porque hay una afinidad que me predispone favorablemente a casi todo lo que escribe y piensa Jordi Doce. Es así; y no voy a hacer ningún ejercicio de impostada retórica para hacer pasar estas líneas que escribo por una reseña con la debida distancia crítica que se pide (?) al género. Pamemas. Cuando las cosas están bien hechas no puede ser un demérito que lo escriba un amigo o un padre sobre lo de su hijo. Como tampoco debería serlo contar en una reseña que terminé de leer estas páginas en la habitación 606 del mismo hotel quince días después. Todo esto será tuyo es una entrega más de ese tipo de obras de Doce que reúne notas y apuntes de sus cuadernos, como Perros en la playa, de 2011, y, antes, Hormigas blancas (2005). Confieso que me sonrío cuando un autor me dice, o dice en público, que él no es quién para hablar sobre su obra, cuando esta, además de lo dicho, contiene la justificación y explicación de lo dicho. No suele pasar con los libros de poemas ni con las novelas de solo ficción; y sí con algunas otras obras mixtas —estoy leyendo Los nombres impares, de Álex Chico, y en uno de los trozos de su primera sección, ya el narrador le ha quitado las palabras del teclado a muchos reseñistas—; de tal modo que el propio autor, que es el que más sabe, deja caer observaciones y matices que enmudecen a cualquier comentarista. Y más a mí, que tanto me cuesta decir. En este libro de Jordi Doce hay sueños, anécdotas, reflexiones sobre la escritura, certeras notas sobre la poesía, citas traídas de otros libros, y también hay aforismos que se sitúan como hor-migas, como marcas y descansos en lugares elegidos del libro. Como no quiero ser prolijo y ya me parece que he ocupado mucho espacio, dejo para otro momento la redacción —con mejor voluntad de no enmudecer— de las notas al margen de las páginas 19, 21, 23, 24, 33, 35, 42-43, 48, 63, 68, 73, 80, 82, 84, 110, 112, 128, 137, 143, 145…, de esta obra de Jordi12. 

viernes, diciembre 17, 2021

Manuel Seco

Pasada la media noche, recibí un mensaje de Pedro Álvarez de Miranda con la noticia de la muerte ayer de Manuel Seco y el texto de su necrología en El País, que esta mañana he podido leer en la edición en papel del periódico. Mi pésame ha sido, obviamente, para Pedro, que fue su discípulo y la persona con la que más he conversado sobre la figura de don Manuel y sus obras. Hoy también he leído en El País declaraciones de Muñoz Machado, el director de la RAE, a propósito de la presentación de las novedades del Diccionario de la Lengua Española (DLE) por la Asociación de Academias de la Lengua Española, sobre la posibilidad de publicar una edición en papel del DLE: «Un diccionario es un libro que ha pasado a la historia, las editoriales notan que [los diccionarios] no tienen atractivo, y todos preferimos el manejo de la versión electrónica» (pág. 28). Vale. Pero yo confieso que en muchas ocasiones sigue apeteciéndome levantarme del escritorio y acercarme al lugar que ocupan mis diccionarios —«notarios del uso» los llamó Pedro Álvarez de Miranda— para consultar un pesado volumen de finas y densísimas hojas en pos de una palabra. Es un acto, si no premeditado, muy consciente de estar poniendo la vista sobre la obra de una vida, de sentir en los dedos al pasar las páginas el tesón y la sabiduría de alguien que se ha dedicado a la noble tarea de hacer un diccionario. Suele citarse el caso de María Moliner; pero yo lo siento igualmente con Manuel Seco y su Diccionario del Español Actual (DEA), que es también de Olimpia Andrés y Gabino Ramos, y que es —escribe Álvarez de Miranda en su necrología— «el más importante e innovador diccionario de español que ha visto la luz desde los tiempos del Diccionario de Autoridades», es decir, desde 1726-1739. No conocí a don Manuel Seco, y quizá hayan sido solo dos o tres las ocasiones en las que pude verlo, creo que siempre en la Academia; pero tengo el gusto de ser amigo de ese discípulo suyo que ahora debe de redoblar la emoción que para él supuso que su discurso de recepción pública en la RAE fuese contestado por nada más y nada menos que don Manuel Seco Reymundo, el profesor, el lexicógrafo, el gramático y el académico al que recuerdo en estas líneas con motivo de su muerte. Ay, el profesor de Enseñanza Media en institutos —sic— que utilicé como ejemplo hace unos años en unas clases de orientación metodológica desde donde recorrí propuestas sobre la enseñanza de la literatura hasta llegar a las del siglo XXI.  Manifesté a mis alumnos mi inclinación por las modernas y razonables propuestas de un señor llamado Manuel Seco en esta obra: Metodología de la lengua y literatura española en el Bachillerato, Madrid, Dirección General de Enseñanza Media (Ministerio de Educación y Ciencia. Guías Didácticas), 1966. Es decir unas modernas propuestas que tienen ya más de medio siglo de antigüedad, y en las que puede leerse algo como esto: «El único procedimiento para enseñar a leer es la explicación de textos. En ella el profesor hace que los alumnos reparen en el detalle, en el sentido que se había escapado a su mirada superficial; desarrolla el espíritu de observación y al mismo tiempo el gusto, al desplegar ante sus ojos una serie de atractivos que antes no hubieran visto. Pero la explicación de textos no tiene por único objeto enseñar a leer. En realidad, toda la enseñanza de la lengua y literatura está incluida dentro del comentario de textos. El método activo, cuyo principio es la necesidad de que el alumno se forme a sí mismo, supone que el educando debe encontrar por sus propios medios, aunque guiado por el profesor, lo que tiene que aprender. El método activo quiere 'potenciar' al alumno. Y en el conocimiento de la lengua y la literatura, esto sólo se consigue mediante el trato directo con las realidades lingüísticas y literarias: los textos. Toda la enseñanza de lengua y literatura debe girar en torno a un texto: vocabulario, gramática, historia literaria...». Te acompaño en el sentimiento, Pedro.   

miércoles, diciembre 15, 2021

Quimera de Marsé

Del mismo modo que la publicación de un artículo en una revista especializada en el ámbito universitario no busca prioritariamente captar lectores para el autor del que se ocupa, tampoco creo que una revista de sesgo más divulgativo pretenda ni consiga eso. Tanto en el primer caso —títulos como Bulletin Hispanique o Les Langues Néo-latines—, como en el de las revistas culturales —sean, entre otras, Claves de razón práctica o Quimera— que tienen más difusión que las publicaciones del campo académico, no me parece que haya casi ningún lector que descubra, por ejemplo, la obra narrativa de Juan Marsé —autor sobre el que se han publicado trabajos en las cuatro revistas citadas—, gracias a que este mes Quimera le dedique el especial de su número 456. Habrá —los hay— otros medios para provocar el interés por algunos nombres y algunos títulos; pero quizá no sean los que frecuentamos los iniciados que conocemos gran parte de lo que se nos habla. Esto me lo ha sugerido la lectura de este número de diciembre dedicado a Juan Marsé, que incluye como siempre otros contenidos nutrientes, como los poemas inéditos de Antonio Méndez Rubio. Abre lo de Marsé José Antonio Vila, que figura como coordinador de esas páginas, con trabajos con datos consabidos sobre el estilo, el ambiente o la intención de la narrativa marseana; como el de Ana Rodríguez Fischer, que marca relaciones entre las novelas de Marsé y obras posteriores de Francisco Casavella, Félix de Azúa, David Castillo o Teresa Cepeda, todas del siglo XXI. «Rumbo a Marsé», de Marcos Maurel, y «Recordando a Montse», sobre La oscura historia de la prima Montse, de Maria-José Forcén Llorens, cierran el especial en el que para mí destaca el texto de Josep Maria Cuenca —«Un ayer ondulante, un mañana incierto»—, que es un ensayo de aproximación y divulgación contundente y que, por sus afirmaciones, se diría que anula a casi todos los textos que en ese mismo especial se publican, ya que aniquila todos los tópicos sobre el gran escritor que fue, que sigue siendo, Juan Marsé. Alguien que «vivió siempre de espaldas a la teoría y a la academia en favor de la claridad y la sencillez y la (para él) inexcusable amenidad» (pág. 21). Su refutación de todo lo dicho sobre Marsé afecta —insisto— a este mismo número de Quimera en el que se publica, porque Cuenca no se dirige a los lectores comunes del novelista, sino a aquellos que han publicado algún juicio sobre él, a quienes han degradado la naturaleza de su obra con «torpeza fabulosa»: el autor proletario de literatura proletaria, ejemplo insuperable de individuo pijoapartesco; o «uno de los mejores ejemplos del uso brillante y exacto del español». El biógrafo de Marsé, con su competencia y autoridad, reparte tanta estopa que uno se siente sobre frágil tabla al escribir sobre el maestro, pues Cuenca dice que «No deja de tener su gracia que algunos amigos de las modas literarias con pretensiones vanguardistas […] hayan destacado […] Si te dicen que caí basándose sobre todo en las dificultades que presenta su lectura« (pág. 21); o «Quien no vea el proceso de paulatino refinamiento, reconsideración, reformulación, que registra su obra desde Si te dicen que caí hasta Rabos de lagartija, debería hacerse mirar la mirada» (pág. 23). No sé, aunque certero y compartido, me ha parecido un tono demasiado vehemente para incitar a la lectura, como ya noté en algún otro apasionado de la escritura de Marsé. En fin…, «nadie pareció reparar»…, «…tampoco se entendió»… No sé yo.

sábado, diciembre 11, 2021

Roland Leighton en Badajoz

Volví anoche de Badajoz, tras un día que empezó en Cáceres desayunando con una pareja amiga muy cercana y dando un paseo por el centro, continuó con una comida en «El Laurel» de la capital pacense con dos amigos estupendos y culminó con la presentación —fui allí a eso— de un libro muy especial para mí, y, creo que muy especial también para muchos de los que ayer estuvieron en la Casa del Libro, un lugar amplio, y ruidoso por culpa de los clientes poco educados, y poco propicio, a mi ver, para exquisiteces como la poesía de Roland Leighton, Un llanto sobre el mar, en edición y traducción de Paula Campos Fernández (Santander, El Desvelo Ediciones, 2020). Como ya escribí sobre la obra, me permitiré el tono de crónica. Muchos amigos conocidos y mucha alegría por volver a verlos sanos y salvos, y la emoción del reencuentro con una exalumna que ahora es profesora con vocación extraordinaria y con una antigua compañera de clase que acaba de jubilarse después de enseñar durante los justos por tributados años. No la veía desde hacía tres décadas. Acompañaron a Paula en el trance —confesó que estaba nerviosa, pero lo hizo muy bien— el gran Luis Arroyo, que leyó algunos poemas y dijo palabras muy acertadas sobre la traducción de la filóloga hija de traductor; y el poeta Ben Clark, que ha pedido asilo en Extremadura y lo tenemos aquí, autor del prólogo para esta edición de Un llanto sobre el mar, y que leyó en inglés un par de poemas, y solucionó la ausencia del tercer acompañante de Paula Campos: David R. Leighton, sobrino del poeta, que firma el «Prefacio» de este libro, y que grabó unas palabras que se pueden ver aquí gracias a la pericia y a la presteza de Ben Clark, ya que, por un problema técnico, no se pudieron mostrar en la librería. La lectura de Paula de unas palabras escritas por su padre, Ángel Campos Pámpano, sobre traducción y poesía pusieron un colofón en alto al acto.

viernes, diciembre 10, 2021

Joseph Beuys

Este miércoles imaginé que un profesor de literatura como yo tuviese a ciento treinta y cinco pasos de su casa algo así como la Biblioteca Nacional o un Centro de Literatura Contemporánea gratuito en el que mostrar a sus estudiantes una parte de la creación literaria de nuestro tiempo con la voz de sus autoras y autores y la posibilidad de leer sus obras. Yo intentaría dar muchas de mis clases allí. Envidio sanamente a mis colegas de Historia del Arte del lugar en el que trabajo por tener un espacio como el Museo Helga de Alvear en esta ciudad. Sé que algo tan inconmensurable no cabe en el horario de unos estudios de grado; pero siempre habrá alguna jornada extraordinaria que pueda permitir dedicar toda una mañana a una clase magistral de arte contemporáneo. Supongo que las visitas de grupos de docentes con estudiantes a un sitio así son diarias. Una clase magistral es la que yo tuve el miércoles —limitada a mis limitaciones y con la voluntad y la certeza, en lo que quepa, de poder volver— en la muestra temporal en el MHA sobre Joseph Beuys (1921-1986). Antecedentes, coincidencias e influencias se titula la exposición, con un guiño a otra que se hizo hace más de medio siglo sobre Francisco de Goya. Si se tienen en cuenta los videos —entre ellos la película de Werner Krüger Joseph Beuys: Jeder Mensch ist ein Künstler (Todo hombre es un artista), de 1979, de cincuenta y cinco minutos—, la visita completa duraría más de cuatro horas, un festín para quien quisiese dedicar un seminario a una parte del arte más radical y performativo del siglo XX, al movimiento Fluxus desde los años sesenta, que tenemos tan cercano aquí, a pocos kilómetros, en Malpartida de Cáceres, en el Museo Vostell; que es, además, uno de los centros de documentación como archivo y biblioteca más importantes del mundo sobre esa propuesta de vanguardia. Otro privilegio a escasos pasos. Otro motivo para envidiar a los colegas de Arte. Disfruté del recorrido biográfico sobre Beuys y de las obras de otros autores como John Cage, Diego Lara, Juan Hidalgo, Blinky Palermo o Lothar Baumgarten, entre otros, y recordé mi visita no hace mucho en el Palazzo da Penna de Perugia a la permanente de las pizarras que allí se exponen de aquella visita de 1980 del artista alemán y que está documentada en un video que puede verse en ese ambiente de sótano oscuro —y solitario cuando yo lo visité— de un palacio museo al que espero volver. Insisto, me gustaría ser un profesor de Historia del Arte —contemporáneo— para dar clases de literatura a ciento treinta y cinco pasos de mi casa.

domingo, diciembre 05, 2021

Con Brines en Re menor

Ayer por la mañana todavía hacía fresco en el parque cuando lo recorrí; y no era muy temprano —hoy sí. Al volver con la prensa bajo el brazo me acordé de una actuación de Faemino y Cansado en la que el primero decía que había salido a la calle saludando jaranero a todo el mundo con «adiós, adiós» —en deje faeminesco— y, como nadie le respondía, dijo: «¡anda y que os den por culo!». Hay días en que lo que veo me provoca ese humor absurdo. La tarea pendiente —terminada hoy— de recolocar los libros de la pared más miscelánea de la casa —revistas, ensayos filosóficos, historia local y regional, literatura extranjera, lingüística…— me ocupó parte de la mañana; y volví a salir a la calle para saludar —«adiós, adiós»— a todo quisque, sin que se me devolviese nada. No como mi querido Valentín, al que me encontré a la entrada del parque en la primera línea de lo que llevo escrito. Compré unos huevos en un cercano supermercado restaurado, pasé por una cercana librería nueva que estaba llena y fui a otra para llevarme el libro póstumo de Francisco Brines y preguntar por una novela que estaba casi seguro de que no iba a encontrar, porque no es novedad; tiene más de seis años. Donde muere la muerte (Tusquets Editores —Nuevos textos sagrados, 312–, 2021) me ha venido acompañando desde ese momento. Insistiendo en los tópicos que son verdad, los autores perviven en sus libros. Nunca mejor dicho, porque he vivido con él una porción de lo que fue y de lo que escribió. Me ha acompañado de su mano desde un texto introductorio que titula «Brevedad de la vida», bien significativamente; en prosa, antes de los veintitrés poemas que componen una obra que no podría presentarse a casi ningún concurso al uso, de los que suelen pedir como mínimo quinientos versos. No llega; pero sobrepasa con facilidad la excelencia de una lúcida senectud poética. Su circunstancia de publicación está en la nota editorial que lo cierra y que dice que fue el poemario en el que Francisco Brines estuvo trabajando durante los últimos veinticinco años: «El autor no pudo llegar a corregir las pruebas del libro, así que la editorial ha decidido mantener de la forma más fiel posible el manuscrito como él lo dispuso». Hace nada vi en YouTube una conferencia de Ramón Gener sobre el Requiem de Mozart en la que dijo, en alusión a El holandés errante de Wagner, que un muerto que canta solo lo puede hacer en Re menor, que es la tonalidad de la muerte. Así he leído yo el libro de Brines. Sombrío por su condición de continuidad del ensayo constante de una despedida —así mucho de la poesía del de Oliva—; pero luminoso por su voluntad de fijar en la letra los recuerdos más intensos, el canto de los pájaros, las visiones más presentes o la evocación de amores bajo o sobre sábanas blancas. Donde muere la muerte. Un título de cuatro palabras en las que dos de ellas son de acabamiento, y, sin embargo, parece un Re menor de una tonalidad distinta. Una manera de acompañar también al poeta como oficiante de un rito técnico que sigue pareciendo admirable. Qué bien se mueve uno trasportado por la voluntad formal del poeta que hace rimar al poema que parece requerirlo («La suerte de la moneda»), de quien escribe en heptasílabos («El último viaje»), o en endecasílabos blancos admirables en un poema admirable («Creados a su semejanza»); o que recalca palabras en mayúscula como Azar, Amigo, Enemigo, Ausencia, Silencio, Ignorancia, Cristo, Dios, Nada…, las mayúsculas de un espacio especial, Elca, al que remite la voz humana y poética que espera un último viaje, cuya escucha ha sido en estas horas más reconfortante que triste. No había un porqué, a pesar de donde y cuando ha muerto la muerte. 

viernes, diciembre 03, 2021

Medea a la deriva

A veces el azar toma la forma de un diccionario y te convoca con palabras insólitas como icor. Yo la había subrayado la semana pasada cuando leí Medea a la deriva, la obra de Fermín Solís (Reservoir Books, Penguin Libros, 2021); una palabra que suena al clásico de Eurípides; pero que está con naturalidad en esta novela gráfica moderna. El viernes pasado por la mañana escuché una conferencia de una lingüista de la Universidad Autónoma de Madrid, Rosario González Pérez, en la que habló de neologismos y, entre otros, de la palabra petricor, que es creación que designa el olor de la tierra mojada tras la lluvia a partir de términos griegos como petra (piedra) e icor (el fluido que fluye por las venas de los dioses, y que Fermín Solís pone en boca de su Medea dibujada). Me ha llamado mucho la atención encontrarme con una creación reciente del vocabulario científico a partir de términos antiguos en un hecho creativo tan dispar y coincidente. Porque el jueves 25 asistí en el Gran Teatro de Cáceres al estreno —«mundial», le respondí a mi desconocida vecina de butaca cuando me preguntó— de Medea a la deriva, un montaje dirigido por Isidro Timón y representado en la Muestra de Artes Escénicas en su edición de este año. Recibo con mucha alegría cada una de las creaciones que me llegan de la mano de Isidro Timón, alma, junto con Amelia David, de «Maltravieso Border Scene», que es uno de los proyectos culturales más sugerentes que han surgido en esta ciudad en los últimos años. Uno más, añadiría yo, de los que han salido del magín de este verato de Cáceres de toda la vida, que ha levantado una escuela de artes escénicas, un centro de producción teatral, una compañía y una sala de teatro alternativo en el centro de la ciudad —uno de los sueños de siempre de Isidro. La obra está basada en la novela gráfica citada de Fermín Solís Medea a la deriva y parece ser que nace del dibujante la idea de proponer su puesta en escena. No me extraña, porque la propia obra gráfica contiene la esencia teatral de un personaje clásico e inmortal como Medea, que alude a su condición de personaje y que tiene la alucinación de estar ante un patio de butacas lleno de un público mudo que la observa. Eso está en el cómic, así que la escena está servida como derivación natural de una historia en dibujos con texto. Por eso, y aunque ahora es frecuente en el teatro el apoyo de imágenes proyectadas en grandes pantallas que ocupan el foro, el telón o lo que se ponga, aquí su presencia es tan natural que el espectador las incorpora como un elemento más de la escenografía. También está en el cómic algo de la circunstancia del momento de su creación, pues la reclusión o confinamiento —en el inmenso mar— de Medea en un reducido y menguante islote de hielo a la deriva, y ese contar los pasos como constatación de un movimiento limitado, nos lleva a ese castigo de los dioses que sufrimos en forma de pandemia, urdidora del caos, como una Medea, que se revuelve contra esa condición de mujer fuente de males (sic). Todo esto está en el montaje dirigido por Isidro Timón y en donde casi todo lo llena Amelia David. Casi todo porque se ve muy bien el conjunto, la convergencia de cada uno de los elementos que se ponen en movimiento, desde la iluminación, o el espacio sonoro —como se llama ahora—, hasta la presencia inmensa de una actriz sobre la que se sustenta gran parte de lo que se ofrece al público. Magnífica Amelia David, que saludaba muy emocionada a los aplausos agradecidos de toda la sala. Merecidos. Qué bien.

miércoles, diciembre 01, 2021

María Teresa León

Yeyei Gómez (Madrid, 1993) es una dibujante y viñetista española que actualmente trabaja en una novela gráfica sobre la vida de María Teresa León y a quien vi en Roma en la presentación de la edición de Luigi Giuliani del libro de poemas Roma, peligro para caminantes, de Rafael Alberti (Ediciones Cátedra, 2021). Graduada en Diseño Gráfico en la Escuela Superior de Diseño de Madrid, especializada en grabado y estampación, actualmente disfruta de una beca de la Academia de España en la capital italiana. Aquella tarde del pasado 21 de octubre intervino al final del acto para preguntar por la presencia/ausencia de María Teresa León en el libro romano de Alberti, y fue el primer contacto entre ella y Luigi para organizar una conferencia con el título de «Buscando a María Teresa León: novela gráfica y memoria histórica», que tendrá lugar el próximo lunes 6 de diciembre, a las 10:30 en la ciudad de Perugia. Según el cartel es en el Palazzo Manzoni  y hay que acceder con el pasaporte Covid, que es lo de menos para los que me lean aquí en España o donde sea; pero para ellos sí que puede ser importante saber que la conferencia se podrá seguir en la plataforma Teams aquí. 

martes, noviembre 30, 2021

Glorias de Zafra (XXV)

Murió la última tarde de noviembre de hace cinco años. He pensado en ella esta mañana mientras desayunaba en una cafetería de la calle Almagro de Madrid que me trae buenos recuerdos, que son los que deben imponerse cuando uno evoca a la madre que lo parió. El asombro que ella mostraba al teléfono —tan expresiva, y con un por dios siempre en la boca—, cuando le decía por la mañana que estaba lejos y por la tarde que acababa de llegar a casa, lo he recordado hoy a la misma hora de otro aniversario de su muerte. Y casi la misma sensación y el por dios por escribir ahora sobre ella después de pasar veinte minutos en el metro observando a la gente mirar sus teléfonos sin reparar en casi nada más, que no es poco, coger el coche y volver. Ya en casa, retomo lo anotado hace semanas —una ocurrencia— para recordarlo esta última tarde del mes de noviembre. Fundir en uno varios apuntes en los que ella sale, y que no sé si saldrán otra vez en algún otro momento. Tienen sus títulos: Tortilla francesa. Lo que ponderaba mi madre cuando le hacía una tortilla francesa era lo único que se puede en algo tan sencillo. La forma de presentación que yo le ponía en el plato. Nada más. La vista. «Estás forzando la vista» —me decía mi madre. Lo mismo que yo he dicho muchas veces a mis hijos cuando leían con poca luz al caer la tarde. Hoy me he acordado de eso porque estaba leyendo casi a oscuras, confiado en que la claridad de la pantalla del ordenador me iluminaba. Mal hecho. Razón tenía. Un apunte. Fue mi madre la que me inculcó este trastorno. Tener la casa lista, no dejar nada sin recoger, y la cama hecha por si llegase una visita. Estar aseado y con la ropa interior limpia por si surgiese una urgencia médica. Eso era muy importante. Hay gestos. Hay gestos de mi madre que recuerdo con inusitada viveza. Mirar en mi cuaderno rojo, h. 15 v. Al volver de Madrid hoy, he consultado en ese cuaderno y aquellos gestos eran pelar una cabeza de ajos entre las manos, enharinar unas albóndigas y batir unos huevos, cuando ya nada de eso podía hacer y solo podía ofrecerme su ayuda emparejándome los calcetines. Un puñadito de gestos domésticos para representar lo que pervive. Me acuerdo de tanto.

sábado, noviembre 27, 2021

Roma en Madrid

Pude estar en la primera presentación de este libro en Roma gracias a una feliz coincidencia. El pasado martes 23 de este mes se presentó en Barcelona, con la participación de Gonzalo Pontón Gijón y Domingo Ródenas de Moya, en la Librería La Central del Raval. El próximo lunes 29 se hará en Madrid, en la Librería Rafael Alberti (C/ Tutor, 57. 19.00 horas), con la participación, además del autor, de J. Ignacio Díez Fernández, catedrático de literatura española de la UCM. La edición de Luigi Giuliani de Roma, peligro para caminantes (Ediciones Cátedra, 2021) tiene una metodología crítico-genética y, como dice la primera nota de la introducción, hay que entenderla como un avance en síntesis de lo que es una investigación que —creo que con buen criterio— su autor ha querido trasladar a un futuro libro —anunciado como Filigranas romanas. En el taller de Alberti— con todos los materiales, y ofrecer a los lectores ahora un texto muy cuidado y anotado, unos preliminares no excesivos, unos criterios de edición precisos y una información bibliográfica pertinente. Lunes 29 de noviembre. Librería Rafael Alberti de Madrid (C/ Tutor, 57), 19:00 horas. Espero estar allí.

jueves, noviembre 25, 2021

El tiempo ileso

Es el título del único poema de este libro de Carlos Medrano dedicado a alguien en el mismo texto, sin contar el «homenaje» a los hermanos Machado. Se trata de Ángel Campos Pámpano. Su nombre vuelve a ser mencionado en el «Epílogo» y son varias sus obras citadas por el autor de este brillante Entorno claro (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2021), que he leído un día tan señalado como el de otro aniversario de la muerte de un amigo.

domingo, noviembre 21, 2021

Torquemada

«Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumió en llamas; que a unos les traspasó los hígados con un hierro candente; a otros les puso en cazuela bien mechados, y a los demás los achicharró por partes, a fuego lento, con rebuscada y metódica saña». Este es el punto de partida del regalo que un reducido grupo de espectadores recibimos anoche en el Gran Teatro de Cáceres. Es el comienzo de la primera de Las novelas de Torquemada de Pérez Galdós, la tetralogía adaptada sabiamente en un texto de Ignacio García May llevado a la escena bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente e interpretado por un magnífico Pedro Casablanc. Me pareció admirable el trabajo de condensación en cuatro piezas —subtituladas con luminosos— que se corresponden con las partes de la serie novelesca conformada por Torquemada en la hoguera (1889), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el purgatorio (1894), y Torquemada y San Pedro (1895). Se recorren de principio a fin sostenidas por un único y grandísimo actor que interpreta al cerdo usurero, a la trapera tía Roma, a Rafael, el ciego hermano de Cruz del Águila, a esta, y al misionero Gamborena de la última entrega en la que se nos cuenta la caída del personaje. También el público se encuentra al actor, que hace de tal, de quien muestra con diferentes caras una estampa biográfica dramática y dispone los elementos esenciales para ello, se disfraza, se mueve para decir. Yo no creo que haya que justificar llevar a escena un espectáculo basado en unas novelas del siglo XIX relacionándolo con las fake news o con los tiempos modernos y su liberalismo económico, como he leído por ahí. No creo que sea necesario cuando lo único que vale es sentarse en el patio de butacas —casi vacío ayer— y recibir una portentosa interpretación de un actor soberbio enmarcada en un buen montaje sobre unas excepcionales creaciones literarias de nuestra historia, recordadas el pasado año con motivo del centenario de la muerte de su autor. Sentí que fue un regalo y una lección; que estaba casi en la primera fila de un aula en la que un profesor nos daba una clase magistral de teatro. Hasta el final de todo, porque el poco público entusiasmado que ayer aplaudía en pie paró para que Pedro Casablanc, desde el proscenio y haciendo de nuevo de sí mismo, agradeciese la asistencia, en una noche en la que el teatro estaba «casi vacío» —¿cincuenta butacas ocupadas?— y las calles de Cáceres llenas de miles de personas que deambulaban y consumían en uno más de los mercados callejeros medievales o de las tres culturas de decenas de ciudades españolas. Alguien me dijo al terminar la función que la gente que vio esa mañana o esa tarde a Pedro Casablanc paseando por el mercado creyó que el evento era tan importante como para atraer a un famoso. ¡Ay!, pocos sabían que el actor estaba en Cáceres para regalarnos por dieciocho euros lo de ayer.

jueves, noviembre 18, 2021

Timoteo Pérez Rubio

Qué gran recibimiento fue recoger de mi despacho el jueves pasado el catálogo de más de trescientas páginas Timoteo Pérez Rubio. Poeta-pintor en Brasil: soledad, amor y melancolía, obra de José Luis Bernal Salgado, Jesús Ureña Bracero, Guadalupe Nieto Caballero y Ana Alicia Manso Flores, los componentes del Proyecto de Investigación «El fondo literario de Timoteo Pérez Rubio», del Plan Regional de Investigación de la Junta de Extremadura que no permite que ningún experto internacional que no tenga partida de nacimiento extremeña pueda participar en sus proyectos. Ni como invitado, figura que no se contempla. A pesar de todo, y por el interés y las ganas de quienes lo han sacado adelante, ahora estamos ante un resultado espléndido, que este domingo pasado, catorce, en el MEIAC —no había nadie más conmigo que el personal de sala—, pude recorrer para ver los originales de los manuscritos, los óleos, los mecanoscritos o los dibujos como bocetos que ya vi, con otra intensidad, en el libro publicado. En el catálogo y la exposición se han acoplado la Junta de Extremadura, la Universidad de Extremadura y el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, que ha mantenido el afán que su llorado director Antonio Franco puso en este empeño de ofrecer esta imagen del pintor-poeta Timoteo Pérez Rubio, que, gracias a esto, se nos presenta de una manera nueva, íntima y humanamente nueva. La revelación de que estamos ante un pintor y un poeta fundamentó todo este proyecto que, en su manifestación como catálogo de una exposición, abre la introducción del libro y los acercamientos previos a la obra poética de quien es más conocido por su pintura. Por eso, «La poesía de Timoteo Pérez Rubio» ocupa como sección principal el libro-catálogo, que se cierra con unas conclusiones como balance de «una dedicación secreta», con todas sus costuras, que invito a indagar en la bien montada exposición o en el volumen impreso que la complementa. Sobre los anexos tengo el reparo de que deberían haber formado parte del texto principal, que debería haberse impuesto la tarea de edición sobre la de catálogo de una exposición. Eso me parece, pues encontrar las «Conclusiones» en la página 129 de un libro de trescientas veintiocho páginas dice que los llamados «anexos» ocupan más y son casi más importantes, pues contienen los poemas de Timoteo Pérez Rubio, además de la cronobiografía y una muestra de las obras del protagonista de una «narrativa de lo propio», en palabras de Antonio Franco. Eso lo asume Rocío Nicolás Blanco en unas páginas —las únicas firmadas de todo el volumen— que son la crónica de la relación entre el MEIAC y Timoteo desde 1996, como si fuese uno de los nombres principales de la historia de un museo de arte contemporáneo. Sostengo, por eso, que lo principal de esta muestra son los poemas —y lo que implican— de Timoteo Pérez Rubio, además de otros textos desconocidos que dan significado a este proyecto de investigación y a sus resultados en esta muestra y en este volumen admirables. Qué bien. Felicidades.

José Luis Bernal Salgado, Jesús Ureña Bracero, Guadalupe Nieto Caballero y Ana Alicia Manso Flores, Timoteo Pérez Rubio. Poeta-pintor en Brasil: soledad, amor y melancolía. Badajoz, MEIAC-Servicio de Publicaciones de la UEX, 2021.

jueves, noviembre 11, 2021

Cristina Peri Rossi

Ayer concluyó mi viaje a Perugia con una vuelta apacible, desde la capital de Umbria a Roma, y desde allí a Madrid, que, para los de provincias, nunca es estación término, y desde la que hay que poner un poquito más de afán en llegar. En el trayecto por la A-5 hasta casa, sonaba Radio Nacional de España y El ojo crítico, que, desde que adelantaron su hora, lo escucho muy poco. Ay, con lo que yo he sido. El Ministro de Cultura y Deporte daba una rueda de prensa en la que se le sintió algo juguetón por revelar un nombre que nadie sabía en una noticia esperada («And the winner is…»). Cristina Peri Rossi. Confieso que cuando Laura Barrachina, la presentadora y directora del programa, dijo al comienzo que iban a dar la comunicación del fallo del Premio Cervantes de 2021 en directo se me vinieron a la cabeza dos nombres, el de Cristina Peri Rossi y el de Darío Jaramillo Agudelo. Cuando Miquel Iceta pronunció el nombre de la escritora no pude evitar mi entusiasmo y dije —al conductor y a otra pasajera que recogimos en Carabanchel— que yo había dado clases sobre ella en Perugia, que era uruguaya y que tenía casi ochenta años, que son los datos que los que no han leído nada de Cristina Peri Rossi agradecen mucho, y que, después de la extrañeza, además, se alegran por ti. Fue estupendo escuchar a la otra pasajera, después de que la premiada dijese que no sabía cómo podría hacer el discurso de recepción del premio el próximo 23 de abril en Alcalá de Henares: «—¿Cómo no va a saber, con lo bien que escribe?». Los tres ocupantes del vehículo aplaudimos con gestos de cabeza. La revista Quimera dedicó su especial del número 447 (de marzo de este año) a Cristina Peri Rossi y he releído hoy algunas cositas. Hoy, que mi quiosquero me ha regalado el 455 (noviembre 2021), dedicado, nada más ni nada menos, que a Augusto Monterroso, que aparece en portada junto a un tipo que parece recriminarle que escriba tan poco y que debe de atender por las iniciales J.R. Qué rarezas. Como soy dado a ellas, se me ocurre ahora que las de Cristina Peri Rossi coinciden con Cuaderno, Perugia y Regreso. Sea.



martes, noviembre 09, 2021

Cuaderno de Perugia (XXI)

Otra de mis desacostumbradas experiencias en todos estos días ha sido mirar a lo lejos desde la ventana y alcanzar con la vista un extensísimo paisaje que incluye la línea del Monte Subasio, la población de Assisi, otros núcleos que no reconozco, quizá Spello…, unos perfiles de un verde intenso y un cielo enorme con unas tonalidades y variaciones que me han procurado naturalísimos espectáculos diarios. Un momento especial ha sido en el resurgimiento del día, como diría Borges. Anoté en mi cuaderno «Mis amaneceres en esta ciudad» sin pretensión alguna de hacer una serie de fotografías o escribir sobre ello, tan solo como el registro de una emoción. Ahora confieso esta necesidad de apuntarla, aunque sea así de torpemente; pero con el convencimiento de que me aprovecha y llena estas horas de despedidas. De personas y de lugares. Hoy mismo he vuelto por mi despacho en el Palazzo Meoni y me he quedado contemplando la majestuosa Piazza IV Novembre, que fue el primer escenario diurno que me recibió en Perugia. No sé si concluirá aquí este cuaderno. De lo que estoy seguro es de que lo último que escribiré será la reseña de mi estancia en la página de la empresa con la que contraté esta confortable casa en una calle del centro histórico que, ahora que yo me voy, acaban de asfaltar y ya no resulta tanto peligro para caminantes.



lunes, noviembre 08, 2021

Cuaderno de Perugia (XX)

No he podido evitar bajar hasta la primera entrada publicada de este cuaderno, en la que aludía a la fascinante discoteca que ha llenado de música tantas horas aquí en casa durante casi cuarenta días, si no cuento los cuatro o cinco que dormí fuera de Perugia. Desde mi primera mañana de lunes fui anotando en mi cuaderno de papel títulos, nombres y fechas, con más o menos detalles, algunos de los cuales mencioné aquel viernes primero de octubre en mi primer apunte. Ahora: João Gilberto, Live at Umbria Jazz. En el Teatro Morlacchi, por donde tan cerca he pasado tantos días, julio de 1996. Carl Maria von Weber, Concerti per clarinetto. Andrew Marriner, al clarinete. Academy of St. Martin-in-the-Fields. Dirigidos por Neville Marriner. Otra vez João Gilberto, pero en el Carnegie Hall de Nueva York, en octubre de 1964. Sábado 16, qué disco genial: Galleria del Corso, de Gianni Coscia (acordeón) y Renato Sellani (piano), de 2003. Lo he escuchado varias veces y lo he puesto ahora nuevamente mientras escribo. Tengo que salir el miércoles temprano hacia Roma. Pondré las llaves sobre la mesa antes de cerrar y me gustaría dejar sonando este disco en directo que comienza con una pieza que se titula «Non dimenticar le mie parole», del milanés Giovanni D’Anzi, y sigue con una espléndida versión de la conocida «Las hojas muertas», de J. Kosma, que cierran con unos acordes de «Bella Ciao» recibidos con aplausos. George Benson, guitarra. Un disco de 1984, con Herbie Hancock, Ron Carter, Billy Cobham y otros. Sorprendente: Il canto de malavita. La musica della mafia. Anniata Media, 2003. Miércoles 27, los tres discos de Norma, de Bellini. Con Montserrat Caballé, Fiorenza Cossotto, Plácido Domingo, Ruggero Raimondi… Londres, Philarmonic Orchestra. Direttore: Carlo Felice Cillario, 1994. Ni noticia de este guitarrista brasileño que murió en Roma en 2017: Irio de Paula, Ainda Sozinho, 2004. Podría seguir. Cierro con la composición fotográfica de uno de los elepés que he tenido a los pies de mi mesa durante estos días, My Favourite Songs —the last great concert—, de Chet Baker, grabado en directo en un concierto en Hannover en agosto de 1988, y una grabación más moderna de The Italian Sessions que sí he podido escuchar en mi reproductor Sony que suena muy bien. Lo que más destaca de la música que hay es la cantidad de guitarra, clásica, moderna o flamenca, y la enciclopedia sonora que representa toda esta música brasileña —he escuchado cosas que me parecen inéditas, como Marisa Monte, Jacob do Bandolim, el Trio Madeira Brasil, Pedro Amorim o Raphael Rabello, «el mejor guitarrista de Brasil», de mi quinta, muerto a los treinta y dos años… Gracias a estar aquí los he conocido a todos; gracias a estar en la casa de un experto en música brasileña, que tiene también libros sobre ello, un guitarrista, además, de siete cuerdas, del que me llevo de regalo un disco en el que toca acompañando a Selma Hernandes, Encontros (Enthropya, 2005), otro descubrimiento. Estimulante.

Cuaderno de Perugia (XIX)

A mis sobrinos María José y Luis R.

Pasé ayer buena parte del día en otro de los lugares espectaculares que he visitado durante mi estancia en Italia: Spoleto, otra joya en un cerro con maravillas medievales y renacentistas, y muchos restos romanos y prerromanos. No me llevé mi guida del Touring Club, pero he comprobado ahora que su propuesta de itinerario coincide con el que yo intuitivamente hice, comenzando por la iglesia románica de San Gregorio Maggiore, del siglo XII, que está abajo, como primera parada de una subida que, a pie, es una delicia, hasta lo alto del monasterio y la iglesia de San Giacomo, con la fastuosa etapa intermedia en el Duomo. Justo ahí, antes de bajar la ancha escalinata que conduce a la postal, volví a lamentar no poder acompañar a mis seres queridos en otro mal trance por estar tan lejos. Paseé por la ciudad antes de ir a comer, y, por curiosidad, bajé a conocer el sistema mecanizado que recorre la ciudad subterránea y permite desplazarse y salvar tantos desniveles. Me admiro ante estos avances; pero no pueden sustituir el gozar de la superficie de esta ciudad que invita al callejeo, a pesar de las cuestas. Es lo que hice luego, cuando salí de la ingeniería. Y lo que debí seguir haciendo si no hubiese cometido un error de libro, y, en lugar de ejercer de turista y comer al paso, como en el ajedrez, y seguir mi ruta, meterme en uno de los mejores restaurantes de Spoleto, situado en lo que fue un antiguo convento franciscano del siglo XIII, y junto a la iglesia de Sant’Apollinare, de donde toma su nombre, que uno no debe confundir con el del padre del surrealismo. Que es lo que quizá pudo pasarme cuando me senté a la mesa del que puede ser el restaurante más lento de Italia. A lo mejor es que todo lo hacen bien, y, verdaderamente, todo está bueno; pero no es de recibo esperar tanto entre un movimiento y otro. La bebida pedida tardó en llegar quince minutos, después de reclamarla; la comida treinta…, sin detalles —bueno, sí, un bacalao croccante con espinacas y una salsa de tomate exquisita. Surrealista. Nunca había leído tanto en el teléfono entre un plato y otro. Hasta que me resigné a perder dos horas, de las pocas que tenía, por comer; cuando mi viaje consistía en tener otros disfrutes. Estuvo bien, en cualquier caso, y lo escribo. En el andén de la estación de Perugia, antes de salir hacia Spoleto, me extrañó ver a la policía pedir la documentación a los viajeros que esperábamos la llegada de nuestro tren. Cuando le entregué mi carné a uno de los dos agentes, le dije que era español y me respondió amable que la signorina también. Era una chica con una gorrita de marinero y una cámara réflex de Canon colgada al cuello que un instante antes que yo había entregado al policía su identificación. Hicimos el viaje juntos hasta Foligno, dos paradas antes que la mía. Es estudiante de tercer curso de Filosofía pura en Granada, y va a estar todo este curso en Perugia de Erasmus. Y me acordé de mi amiga de Málaga, que pasó su Erasmus hace años aquí en Perugia. Fue la que me dijo el otro día que no volviese a España sin ver Gubbio. Otra vez será, Montse, porque fui a Spoleto.

sábado, noviembre 06, 2021

Cuaderno de Perugia (XVIII)

He salido de La Feltrinelli de Corso Vanucci con varios libros, y uno de ellos este, que me ha llamado la atención: Antonio Castronuovo, Dizionario del bibliomane. Palermo, Sellerio editore, 2021. No conozco a su autor; pero el asunto me interesa y siempre es un acicate para llevarse de Italia un libro que su colofón sea de noviembre de 2021 y que uno tenga casi la seguridad de que no habrá edición en español cuando llegue a España. Quizá sean síntomas, solo síntomas, de una de las patologías de las que trata el volumen: bibliofilia, bibliomania, bibliolatria, bibliofagia... De todas, y otras variantes, recogidas de la A a la Z en este libro que será uno más de los que tengo que hablan de lo mismo; aunque este tiene muchas referencias italianas que no conocía, como la de Gaetano Burgada, Libri rari. Milano, Mondadori, 1937. No es ninguna novedad que en la A se encuentre una entrada —«Anti-biblioteca»— en la que se habla de los libros no leídos y de esa recurrente pregunta de quien llega a una casa con muchos: «Li ha letti tutti?» (pág. 25), que merece otra entrada en la L: «Letti tutti?» (págs. 251-252). Tampoco es nuevo —quizá demasiado banal ya— que se dedique otra entrada a los libros que se prestan —«Prestar un libro es un acto de fatal imprudencia», traduzco mal de pág. 162— y que en otra se recuerde el aforismo francés de que un libro prestado es con frecuencia un libro perdido y siempre un libro arruinado, que se recoge en otro lugar (págs. 423-426) en el que se me da otra referencia que desconocía: Filippo Di Benedetto, Del prestare libri (1996). Por mí, bien. Yo sigo enredando con el libro que he comprado en un centro muy visitado hoy, sábado radiante, con visita al Museo dell’Accademia di Belle Arti de Perugia, en una espaciosa Piazza di San Francesco con el Oratori di San Bernardino como antesala.