martes, febrero 28, 2023

Tesoros de papel

Como ya escribí aquí, ando desde hace tiempo con un escrutinio emocionante que procurará destacar con orgullo el patrimonio bibliográfico de la Universidad de Extremadura, ahora que vamos a conmemorar los cincuenta años desde su creación. No tenemos grandes joyas; pero mi primera conclusión es que conozco pocos casos en los que —insisto—, casi ex nihilo, sin desamortizaciones ni donaciones, se haya llegado a crear una biblioteca como la que tenemos. A falta de incunables, ahora me fijo en un modesto tesoro que albergan los estantes del depósito de la Biblioteca Central de Cáceres y que existe desde un año antes de la fundación de la universidad extremeña. Es un conjunto de mecanoscritos de los finalistas del Premio Cáceres de Novela Corta entre los años 1972 y 1976 que contiene primeras versiones de textos que luego pudieron llegar —o no— a ser publicados, y de autores de diversa trayectoria y con notable presencia en el panorama literario de finales del pasado siglo. Fue el profesor Ricardo Senabre quien impulsó aquel premio y quien tuvo la idea de solicitar permiso por escrito a los finalistas del Cáceres de Novela Corta para que dejasen un ejemplar de su novela depositado en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras. En una entrevista que le hice en 1999, me dijo —en la imagen de arriba Senabre hablaba conmigo— que conservaba cartas de muchos autores en las que se mostraron encantados por formar parte de ese archivo de originales, y que le parecía muy interesante que se conservase una versión temprana de lo que luego podría ser una novela publicada de un autor de renombre; que podría ser objeto de estudio de algún filólogo en el futuro. En ese selecto fondo, por ejemplo, tenemos novelas mecanoscritas del cubano Matías Montes Huidobro (1931-2022), que enviaba sus originales desde Hawai, donde residía; del también recientemente fallecido novelista Raúl Guerra Garrido (1935-2022); del añorado José Antonio Labordeta (1935-2010); o del llorado cacereño de Acebo Jesús Alviz (1946-1998). Títulos que años más tarde se publicaron, como Segar a los muertos (Miami, Ediciones Universal, 1980), La sueca desnuda (Gijón, Ediciones Noega, 1983), El comité (Editorial Ayuso, 1986) o He amado a Wagner (Cáceres, Autoedición, 1978), de esos autores citados, en ese orden. Del aragonés Labordeta hay otro original de una novela titulada Cada cual que aprenda su juego, que publicó Ediciones Júcar en 1974, y que he visto que ha tenido un recorrido que cualquier estudiante de Grado podría rastrear, así como tantos de estos mecanoscritos cotejables con sus versiones posteriores. Algo se podría sacar de una noticia publicada en un blog que remitía a otra sobre la publicación de En el remolino (Barcelona, Anagrama, 2007) en la que se decía que era una novela que tuvo su punto de arranque argumental en que «un prestamista se había ido haciendo con el dinero y las tierras de la gente de un pueblo de la sierra de Albarracín y en el momento del alzamiento franquista, las clases medias fueron directamente a matarlo para quitarle los títulos de propiedad». Entonces, Labordeta transformó aquella idea en una novela corta que incluso se quedó a las puertas de ganar un premio en Cáceres; que no lo ganó «por la cobardía del jurado», y que finalmente fue editada «muy mutilada por la censura» por una editorial asturiana, con escasa repercusión. Se cuenta en ese mismo sitio que aquella primera edición, con el título original de Cada cual que aprenda su juego (1973), estaba integrada por la novela y varios cuentos de corte «rulfiano», y que Labordeta corrigió para su nueva edición faltas de ortografía, erratas y repuso las partes censuradas. Pues bien, el punto de arranque de todo eso está en la Biblioteca Central de la Universidad de Extremadura en un modesto y preciado fondo de mecanoscritos. Interés tiene.

lunes, febrero 27, 2023

La niñez laureada (I)

No he terminado de escribir una nota sobre este libro-edición de Noelia López-Souto, Prodigios infantiles de la Ilustración española. La niñez laureada, de José Iglesias de la Casa (Salamanca, Editorial Delirio. Col. La Bolgia, 17, 2022), que se presenta esta tarde en el Aula Magna de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, en un acto que puede seguirse online aquí a las siete; pero no quiero desaprovechar la oportunidad de difundir su presentación por parte de la autora, con la participación de la profesora Paqui Noguerol (USAL) y del editor de Delirio Fabio de la Flor. La primera parte del título es la que se corresponde con el estudio del fenómeno de los niños prodigio en el contexto del interés pedagógico ilustrado o su preocupación por la educación de las niñas y de los niños. La segunda parte es la edición de un poema muy singular de un interesante poeta como el salmantino José Iglesias de la Casa (1748-1791), un texto «en loor» de un niño de tres años y medio protagonista de un hecho asombroso. Esta es la primera edición moderna exenta de un poema que se había publicado en Salamanca en 1785. Quede aquí, por ahora, el anuncio de la presentación de hoy.

martes, febrero 21, 2023

Mª Ángeles Pérez López en Letras

O en el Aula «José María Valverde». Pero he cambiado el acostumbrado anuncio de la visita de una nueva autora al aula por la presencia en mi Facultad, por partida doble, de la poeta y profesora Mª Ángeles Pérez López. El jueves 23 por la tarde —19:00 horas— hará una lectura de sus textos en el Instituto de Lenguas Modernas, y, aprovechando que vendrá el viernes 24 al paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras para participar en la sesión matinal del Aula Valverde —12:30 horas—, ha tenido la gentileza de aceptar la invitación que mi departamento le ha hecho para que de una charla sobre «Delmira Agustini entre el mito y el libro», en el Aula 7, en mi clase de «Textos de la Literatura Hispanoamericana» el jueves por la mañana —a las 13:00 horas—; pero abierto para quien quiera, hasta completar aforo. Mª Ángeles es una gran autora, con más de una decena de entregas poéticas que han sido reconocidas con diferentes premios, como el Ciudad de Badajoz (Carnalidad del frío, 2000) o el Premio de la Crítica de Poesía Castellana (por Incendio mineral, 2021); pero también es una brillante estudiosa de la literatura iberoamericana y es muy dilatada su producción científica en este campo desde el Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, en donde leyó su Tesis Doctoral sobre narrativa y modernidad en Vicente Huidobro. Ha escrito sobre Nicanor Parra, sobre Juan Gelman, ha editado a Ernesto Cardenal… Pertenece al grupo de investigación «Escritoras y personajes femeninos en la literatura», en una línea de trabajo en la que ha publicado numerosos estudios sobre autoras como Cristina Peri Rossi, Gioconda Belli, Rosario Ferré, Blanca Varela, entre otros nombres, como Edda Armas y Mª Auxiliadora Álvarez, de Venezuela, cuyo panorama poético también ha analizado Mª Ángeles Pérez López en diversos trabajos panorámicos. Será un privilegio contar con ella en clase para que nos hable de otra gran figura: «Delmira Agustini entre el mito y el libro».

domingo, febrero 19, 2023

Dulce Dueño

 
«—Un billete de cincuenta pesetas, si me pisotea usted, pronto, y fuerte.|Abrí el portamonedas, y mostré el billete, razón soberana. Titubeaba aún. La desvié vivamente, y, ocultándome en lo sombrío del portal, me eché en el suelo, infecto y duro, y aguardé. La prójima, turbada, se encogió de hombros, y se decidió. Sus tacones magullaron mi brazo derecho, sin vigor ni saña.|—Fuerte, fuerte he dicho... | —¡Andá! Si la gusta... Por mí... | Entonces bailó recio sobre mis caderas, sobre mis senos, sobre mis hombros, respetando por instinto la faz, que blanqueaba entre la penumbra. No exhalé un grito. Sólo exclamé sordamente. |—¡La cara, la cara también! |Cerré los ojos... Sentí el tacón, la suela, sobre la boca... Agudo sufrimiento me hizo gemir» (pág. 291). Es Lina en Dulce Dueño (1911), la última novela larga de Emilia Pardo Bazán, y a la que volví hace poco por tener que hacer hace semanas uno de esos incómodos balances de todo lo escrito en un año sobre algo y que hay que recoger en un número de caracteres ridículo —por exiguo—, incluyendo espacios. No me quejo. Cumplí con el encargo como me fue posible. Pero entre lectura y lectura, y entre apunte y apunte —serios, es decir, responsables con el mandado—, tomé notas sobre muchas obras que merecerían comentarios más por extenso. Quizá este sea un buen medio para difundir esas apuntaciones sobre, por ejemplo, nuevas ediciones literarias de nuestros clásicos, como la de esta novela sorprendente, como tantas, de doña Emilia. La de Dulce Dueño, a cargo de Marina Mayoral, se ha publicado el pasado año en la colección Clásicos Castalia, de Castalia Ediciones —«que es un sello propiedad de Edhasa», ¡ay! Es gracias a quien preparó esa edición que supe de su publicación. Tenía la de La Quimera (Letras Hispánicas. Ediciones Cátedra, 2022), también de Marina Mayoral; y fue ella la que me dijo en Madrid que había sacado otra en Castalia de Dulce Dueño, que es la que me acompañó entre mis notas. Fue en la antesala del Ministerio de Cultura y Deporte en la Plaza del Rey de Madrid, cuando acudió como jurado del Premio Nacional de Literatura Dramática en calidad de académica de la Real Academia Gallega. Se sorprendió mucho de que yo la hubiese reconocido con gorro y mascarilla; y a mí no me sorprendió nada que no supiese quién la saludaba. Seguro que todavía no sabe que nos conocimos hace bastantes años. Los dos títulos tienen precedentes en sendas ediciones preparadas también hace tiempo por la misma especialista, y resulta curioso que se hayan hecho desaparecer de estas nuevas ediciones. Marina Mayoral ya editó La Quimera en la misma colección (núm. 336) en 1991. Igualmente, en 1989, en la tercera entrega de la «Biblioteca de Escritoras» de la Editorial Castalia, apareció su edición de Dulce Dueño. Por eso, no acabo de comprender por qué se omiten las referencias a las ediciones anteriores, pues debe prevalecer a un supuesto interés comercial el afán de exhaustividad y rigor en la información de la fortuna póstuma de una novela como esa. Marina Mayoral presentó y presenta muy bien lo que esa novela, Dulce Dueño, quiso proponer, en sus ideales, en su misticismo y menos feminismo, en su gracia; y «hablar de una ‘derrota’ de su feminismo es confundir el tocino con la velocidad», escribe Marina Mayoral (pág. 2). Yo insisto en la forma de una narración, que no es de las mejores de su autora, que arranca en «Escuchad», el título del primer capítulo, y que a partir de «Lina», el segundo, nos lleva sobre la primera persona de la protagonista que proclama «Dulce Dueño» en el capítulo último así titulado, y tan abierto. Hay que tener en cuenta a Santa Catalina de Alejandría que está sobre la Lina de la historia, y hay que ver cómo se muestra la autora, doña Emilia, cuando pone en boca de su personaje lo que ella piensa sobre la vida literaria cuando alude a lo del avispero (pág. 146). Qué lectura tan sugerente. Como para embutirla, con más de dos decenas de publicaciones de interés, en diez mil y pico caracteres. 

sábado, febrero 18, 2023

Avisos de la RB

El otro día recibí el número 98 (septiembre-diciembre de 2022) de Avisos, el boletín de noticias de la Real Biblioteca, que he venido recibiendo desde su primera entrega de marzo-mayo de 1995. Traía entre sus dos pliegos una tira de papel: «Estimado lector: Este es el último número publicado en papel de Avisos. Noticias de la Real Biblioteca. A partir del número 99 se mantendrá únicamente la versión digital». Lo lamento. Reconozco que es lo natural ya para este tipo de publicaciones especializadas, que abaratan costes y garantizan una difusión insuperable; pero me gustaba recibir cada tres meses —últimamente cada cuatro— los ocho páginas de buen papel impresas y decoradas con esmero que han ido haciendo una colección que, si la encuaderno —razón hay ahora que deja de imprimirse—, ocupará un tomo de no más de seis centímetros. Antes de eso, he de llenar las pocas faltas que tengo y que coinciden con las del año de la pandemia, en el que solo una entrega —núm. 90— se vio afectada: «El presente número de Avisos se publica únicamente en línea. Una vez que se hayan superado las restricciones y medidas de seguridad derivadas de la crisis Covid-19, se continuará con la tirada en papel y el correspondiente envío a los suscriptores de la revista». Ya me pasó y lo anuncié aquí cuando reseñé esta publicación que siempre me ha entusiasmado. Los Avisos fueron impulsados por la que fue directora de la Real Biblioteca, la expertísima historiadora del libro Mª Luisa López-Vidriero, hasta su jubilación; y la llegada a la dirección de la RB en mayo de 2022 de la directora actual, la arabista Nuria Torres Santo Domingo, me da que tiene algo que ver con este cambio después de veintiocho años y casi cien números que se pueden consultar cómodamente, desde el primero hasta el que me ha llegado hace días, en la página web de tan esmerado boletín. Y que nadie tendrá ya necesidad de encuadernar.

domingo, febrero 12, 2023

Jerusalem

Anoche, en el Gran Teatro de Cáceres, Jerusalem, la obra de Jez Butterworth (1969), en un montaje excelente de Teatro del Noctámbulo dirigido por Antonio C. Guijosa (ya le vi en Cáceres su Contra la democracia y en Mérida su Tito Andrónico), con traducción y versión de Isabel Montesinos. Han tenido que pasar más de cuarenta años para saber que lo que escuché en casa de un amigo de mi juventud era el himno que da título a esta obra en un disco — Brain Salad Surgery— de Emerson Lake & Palmer, que creo recordar tuve grabado en una cinta de casete de aquel tiempo. «No cesaré en el Combate Mental, / No dormirá la Espada en mi mano: / Hasta que Jerusalén se haya alzado/ En Inglaterra, sus verdes felices tierras», terminan los versos de William Blake —por la traducción de Bel Atreides que tengo de Milton. Un poema en DVD poesía de 2002— que se convirtieron en un extraoficial himno nacional inglés compuesto por Sir Hubert Parry. Solo conocía por referencias una obra tan celebrada desde su estreno en Londres en 2009 y sabía que se había representado en España cuando leí una reseña en El País de Marcos Ordóñez —al que echo en falta—, y me alegro mucho de que una compañía extremeña con tan buen ojo programador como la del Noctámbulo nos la haya traído tan cerca. Es un texto teatralmente muy interesante y que juega con una baza principal que es su sustancia tragicómica. Risas, festín y drogas, violencia y drama. Sin conocer las obras de Butterworth, creo que su teatro propone una resistencia y una radicalidad que está en su tradición desde Shakespeare y que hay toda una simbología en ese Johnny Byron «El Gallo» que resiste en su particular bosque de Brocelianda. Gusta su aguante. Es indiscutible la solvencia de una compañía como Teatro del Noctámbulo, con casi treinta años de trayectoria llena de merecidos reconocimientos; pero no creo que sea un demérito para nadie insistir aquí en que el conjunto se sostiene por el descollar de su principal actor y uno de sus fundadores, José Vicente Moirón, que propicia algo muy naturalizado entre el público teatral extremeño —hablo por mí, y espero que también por el no extremeño— y que es el efecto «cabeza de cartel», por el cual el personal acude motivado principalmente por un intérprete tan grande. Arropado por un elenco que hace más grande todo. Y es que la compañía se ha atrevido en estos tiempos a poner en escena a ocho actores que se han echado a la espalda a trece personajes, algunos, como Carmen Mayordomo, a tres —incluido el descuido en el programa de mano de no recoger su fotito de Dawn, la exmujer de Johnny y madre de Marky, el hijo interpretado por David Espejo, que aportó anoche la novedad del realismo estricto de ver a un menor de edad como actor en una obra de adultos. Puro teatro. Me pregunté por las razones de alargar hasta casi las tres horas un espectáculo como este. Descartada la complicación de algunas mutaciones —una pancarta que se incorpora a la caravana del «Gallo» tras el primer corte y pocos detalles de recolocación de atrezzo—, se me ocurre que el gran esfuerzo del actor principal precise de unos minutos restitutivos. Podría ser. No sé. Sin embargo, se ha preferido romper la tensión dramática y tener al público durante un tiempo demasiado largo ajeno completamente a la magia mientras descarga la vejiga, lee y responde los mensajes del teléfono o se levanta y conversa con los amigos. Que digo yo que con una pausa podría bastar —y ni eso—, pues el público resiste encantado incluso sin parones dos y tres horas en las salas de cine, y no pasa nada. Eso creo yo; a menos que haya otras razones inexcusables. En fin, un gusto ver a José Vicente Moirón haciendo piña con sus compañeras y sus compañeros de reparto como un chaval entusiasmado por lo hecho. Me llevo para el martes a mi clase un ejemplo contemporáneo más de aquella antigualla de las unidades dramáticas en el teatro, la de acción, la de lugar y la de tiempo, que para la pieza de Butterworth es el día de San Jorge. Qué buena —e innecesariamente larga— obra de teatro.

viernes, febrero 10, 2023

Trabajo gustoso

Hoy salí inseguro de clase. Quedó todo tan claro que no convencí a nadie de los rasgos estrictos y reglamentarios del neoclasicismo que se propuso corregir la poesía y el teatro barrocos responsables de la corrupción de las letras en aquel tiempo. Y me fui a comprar. Libros, comida y ropa, en ese orden. Lo mejor para combatir la ansiedad que arrastro desde que los principios políticos en los que creía me dejaron por otros, como una mala amante. Uno de los libros tiene poemas bilingües —en catalán y en castellano— y tenía ganas de leerlo desde que salió —Pere Gimferrer, Tristissima noctis imago (Fundación José Manuel Lara, Col. Vandalia) y el otro coincide en su colofón de noviembre de 2022 —Diciembres iniciales, de Mariano Peyrou (Pre-Textos)—; aunque me dice mi librero, del que me fio, que este último no se ha puesto a la venta hasta entrado este año. Fruta, papel de aluminio —treinta metros, nada más y nada menos—, pan para las tostadas y pescado. Salí del supermercado. Finalmente, allí mismo, en el mismo espacio tan grande y tan vario del centro comercial, compré un par de prendas que me probé, pagué, y que van a gustar mucho a todo mi vecindario. Imaginaciones mías.

domingo, febrero 05, 2023

Sobre el azar del mapa

La amistad con la que me beneficia Álvaro Valverde ha propiciado que el último día de enero recibiera de la editorial su nuevo libro, Sobre el azar del mapa (Tusquets Editores, 2023), antes de que se pusiese a la venta. Suele pasar en estos casos que la satisfacción grande del que abre un regalo así lo llena todo y, si no hay nada que lo impida, no para uno hasta hacer una primera lectura completa del presente recibido. Sabía desde hacía un tiempo que Sobre el azar del mapa reunía dos cuadernos de viajes realizados en marzo de 2018 —el de Sofía—, y en febrero de 2022 —el de Ginebra. El segundo cuaderno, si no me equivoco, se sumó al primero, ya hecho libro y con el título de Cuaderno de Sofía, como el autor anotó al enlazar la traducción de tres poemas suyos al búlgaro. La «Nota» final de este volumen da las explicaciones pertinentes sobre circunstancias, morfología, cronología e intención; sobre el azar y sobre el mapa. Es cierto que el poeta vuelve sobre sí mismo, y retoma un verso («Trazar itinerarios sobre el azar del mapa») del cuarto tramo —«Travesía»— de su primer libro, Territorio (Col. Alcazaba, Diputación Provincial de Badajoz, 1985), y que es importante en su poética la noción de lugar. Pero no es un poeta viajero, o de varia residencia que podría quedar reflejada en su obra, como ocurre en otros autores. Me vienen a la cabeza uno cercano a Valverde por edad y afinidades como Juan Carlos Marset, con libros principales marcados por sus estadías en Nueva York, en Londres o en Nápoles; la obra del más joven Luis María Marina, tan condicionada para bien por su carrera diplomática; y unos versos de Álvaro que dicen «acaso los viajes más largos que he emprendido / fueron los interiores», de su libro Desde fuera (Tusquets Editores, 2008). Sin embargo, sí han sido frecuentes en su poesía los poemas que han testimoniado la visita a una ciudad, como aquel memorable cierre de su libro A debida distancia (Ediciones Hiperión, 1993) con «El canto suspendido» sobre la ciudad de Nápoles. O sus Lugares del otoño (2005) en la revista Ultramar de Santander, y que luego pasaron a una sección de su citado Desde fuera, rico también en notas de viajes. La lectura de Sobre el azar del mapa me ha hecho pensar en cómo ha cristalizado en forma de libros una costumbre, una experiencia o la vida, para distinguir una estación nueva —asociada a la experiencia y la vida— en la poesía de un autor que marcó su Territorio como inicio y que, muchos años después, concibió un poemario entero sobre un espacio de memoria al que se viaja también físicamente, Más allá, Tánger (Tusquets Editores, 2014), y que ahora nos regala con este testimonio de su paso por sitios para seguir siendo firme contra el tiempo (pág. 159, último poema). Con exactitud suiza está cerrado el cuaderno de Bulgaria, con un poema epílogo que no puede estar mejor pensado en ese sitio tan redondo del cincuenta. Luego, el de Suiza, dividido en dos ciudades —Grandson y Ginebra— parece que nos lleva a lugares distintos con la voz familiar del poeta que nos acompaña desde hace tanto y aporta mucho al tono del primer cuaderno, manteniendo una variedad formal que gusta. Todo un acierto ha sido reunir ambos libros bajo el título de Sobre el azar del mapa. Fascinante.

jueves, febrero 02, 2023

Echegaray

© Paco Fuentes El País.

Leí esta mañana con interés, pero sin sorpresa, la noticia en la primera página —nada más y nada menos— de El País de hoy de que un manuscrito inédito de José Echegaray (1832-1916), el primer español en lograr el Premio Nobel de Literatura (1904), lleva dos décadas a la venta sin que nadie se haya interesado en comprarlo. Sin sorpresa, es cierto, porque en la ciudad en la que vivo vi hace más de seis años el más interesante y copioso archivo de los papeles —obras teatrales manuscritas como Amor salvaje, La peste negra de Otranto, cartas con muchos literatos, como Joaquín Dicenta— y objetos —la medalla del Premio de la Academia Sueca— de un personaje histórico que parece, según lo publicado por el periódico más leído en España, que no interesa a nadie. Estoy convencido de que la propietaria del manuscrito de una obra como Don Fernando el emplazado, que se estrenó en Santander en 1904, y que ha subido el precio hasta 2.200 euros después del interés del periódico sobre su pieza, llegará, tras tantos años, a vender en pocos días lo que tiene. Que habrá vendido hace pocas horas lo que tiene. Lo que no comprendo es cómo el propietario —con el que he hablado esta tarde aquí en Cáceres— del más importante archivo existente de José Echegaray lleve años sin poder vender lo que compró. Cómo es posible que un archivo, catalogado y valorado por una persona competente que conozco —con la que también he hablado esta tarde de largo—, no suscite el interés que hoy, no sé por qué, lleva a Echegaray a la primera plana de El País y a toda página 29 en la edición en papel. Lo que yo tuve ocasión de conocer hace años, y que sigue estando aquí en Cáceres, no puede compararse con unas hojas manuscritas de un autor poco valorado como literato que hoy han sido portada —nada más y nada menos— de El País. Es curioso. Continuará.