sábado, diciembre 30, 2023

El abismo del olvido (y II)

Su lectura explica el título de estas dos entradas y su escritura emparejada. Es la novela gráfica de Paco Roca y Rodrigo Terrasa El abismo del olvido (Bilbao, Astiberri Ediciones, 2023), que me ha parecido algo más que otra magnífica obra del dibujante valenciano, que casi siempre he leído inducido por mis hijos. Así pasó con Arrugas (2007) y con Los surcos del azar (2013); pero ahora he sido yo el que ha traído el libro a casa para que ellos lo lean, para que comprueben lo bien que se muestra esa dimensión social y ética de lo que hace Paco Roca, ahora a partir de otro emocionante caso de justicia y memoria histórica con dos héroes protagonistas, uno del presente —Josefa Celda, «Pepica»— y otro del pasado —Leoncio Badía Navarro—, unidos hoy en páginas como estas en una misma rehabilitación. A decir verdad, el promotor e impulsor de la obra fue el periodista Rodrigo Terrasa (Valencia, 1978), como bien explica él mismo en el «Epílogo» (págs. 289-295), pues insistió desde 2017 a Paco Roca para que se embarcasen en el relato de la lucha infatigable de Pepica por recuperar los restos de su padre, un agricultor afiliado a Izquierda Republicana, detenido y acusado injustamente de «varios asesinatos cometidos en la localidad de Masamagrell, a unos cien kilómetros de distancia de su casa» (pág. 289), y que fue finalmente fusilado junto al cementerio de Paterna (Valencia) el 14 de septiembre de 1940. Ella es la heroína viva —tiene noventa años— que batalló contra las trabas administrativas de unas autoridades que aún parecen preferir el silencio y el olvido. El héroe, Leoncio, fue el enterrador de Paterna, a quien se conmutó una pena de muerte por un destino en el camposanto para enterrar, como se le dijo, «a los tuyos». Y lo hizo, procurando dejar junto a los cuerpos elementos identificativos introducidos en botellas y llevándose cientos de ellos que fue guardando en cestas de mimbre para poder dar indicaciones de la ubicación de los cadáveres a sus familiares. Su arriesgado quehacer sirvió muchos años después para la identificación del cuerpo del padre de Pepica, José Celda Beneyto, y de once personas más, todas con su botella con su nombre o elementos personales en una de las fosas. «En el Cementerio Municipal de Paterna existen unas 135 fosas comunes. En sus alrededores fueron asesinadas más de 2.200 personas provenientes de todo el territorio español. Es el lugar donde se constata la ejecución del mayor número de crímenes contra la humanidad una vez acabada la guerra civil», escribe Terrasa (pág. 295). Hablar de héroes consuena con la sustancia épica de este suceso real; pero en el cómic de Paco Roca, además, se evoca —y dibuja— (págs. 71-75, 169-173 y 179-180) la parte de la Ilíada que nos habla del significado de enterrar a los seres queridos que sugiere el episodio de la muerte de Patroclo, y la venganza de Aquiles sobre su matador, Héctor, y su propia familia. Es un acierto este giro clásico en una estructura que alterna el pasado y el presente de manera muy sugerente, pues acerca la motivación de investigar a la potencia de los hechos históricos. La historia está muy bien contada y muy bien hilada, a partir de un mismo escenario —el cementerio— en el que un equipo de arqueólogos realiza trabajos de exhumación y en el que antaño hubo un enterrador que se jugó la vida por honrar a los muertos. La variedad de los dibujos y sus diferentes encuadres, las expresivas viñetas mudas que abren algunas secuencias y que sirven también para darles un cierre, o la sutileza de las imágenes de la fosa desde perspectivas que la ahondan para reforzar la noción de abismo («El olvido es el abismo que separa la vida de la muerte», pág. 107)... Todos son elementos que confluyen para hacer de la lectura de esta novela gráfica una experiencia muy placentera, y también muy conmovedora. 

viernes, diciembre 29, 2023

El abismo del olvido (I)

Este diciembre ha sido pródigo en saludables ejercicios de memoria histórica. El día 1 asistí en remoto a la presentación en Zafra del libro de Francisco Espinosa Maestre 1936. La columna camino de Madrid. Yagüe, Varela y las «normas» del padre Huidobro (Galisteo, La Moderna, 2023); el domingo 17 pude ver también en Zafra la exposición La columna de los ocho mil. El primer éxodo de la Guerra Civil Española (Extremadura, 1936) y hace un par de días he leído El abismo del olvido, la novela gráfica dibujada por Paco Roca y escrita por él y por Rodrigo Terrasa (Bilbao, Astiberri Ediciones, 2023). La presentación la organizó en Zafra la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica «José González Barrero», que preside Maite Calderón Morales, y en ella se mostró la web Biblioteca de la Memoria Histórica Francisco Espinosa Maestre, que recoge la información del archivo y de la biblioteca del historiador de Villafranca de los Barros, catalogados por el documentalista Daniel Cupido, y que aspira a convertirse en un fondo documental sobre todo lo relacionado con la memoria histórica del entorno. El libro de Espinosa narra las circunstancias de la subida de la columna de los sublevados desde Mérida por Talavera y Toledo hacia Madrid, y trata la figura del jesuita Fernando Huidobro (1903-1937), que se unió a las fuerzas golpistas, quedó impresionado por los excesos de la represión, los denunció y, por ello, probablemente fue asesinado por los suyos. Las fotografías que se incorporan al libro y el análisis de las de Llerena que hace Jorge Arévalo Crespo en el apéndice son un sorprendente y fascinante valor añadido, y subrayan la relevancia de la imagen en la historiografía sobre la guerra. La exposición sobre La columna de los ocho mil, organizada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica José González Barrero de Zafra y cofinanciada por la Diputación de Badajoz y el Ministerio de la Presidencia, se inauguró el pasado 7 de septiembre en la localidad de Fuente del Arco, escenario crucial del suceso, y fue pasando luego a Burguillos del Cerro, Valverde de Burguillos, Jerez de los Caballeros, Medina de las Torres, Fregenal de la Sierra, Valencia del Ventoso, Llerena, Villafranca de los Barros, Puebla de la Calzada, Campillo de Llerena, Los Santos de Maimona, hasta cerrar una primera ronda de itinerancia en Zafra, donde acompañé a mi hermano José María a la visita guiada que organizó para las nietas de uno de los que iban en la columna, que llegó hasta Madrid y que cuando volvió a su pueblo —Valencia del Ventoso— fue fusilado. Aparecía su nombre en un panel que se añadió a los doce habituales con todos los integrantes de la columna que salieron del pueblo pacense. La aludida fuerza de la imagen en estos ejercicios de memoria histórica se comprobó en el muro con una de las fotos tras la llegada de la columna a Valdepeñas en septiembre de 1936. Apreciamos la emoción de esas descendientes que buscan una simbólica reparación en la pervivencia de un recuerdo digno para sus ancestros. La exposición ha sido presentada también en la localidad de Feria y en el próximo 2024 pasará también por Mérida, el Instituto Suárez de Figueroa de Zafra, Badajoz, Rivas Vaciamadrid, Santa Marta de los Barros, Montijo, Segura de León, Bodonal de la Sierra... hasta comienzos de mayo; y las asociaciones o instituciones que quieran acogerla alguna de las semanas que aún quedan libres deben ponerse en contacto con la Asociación para la Recuperación Histórica «José González Barrero» (memoriahistoricazafra@gmail.com).

domingo, diciembre 24, 2023

Las superfluidades

© Andrés Rábago. El País
No me gustaría estar en Yabalia (Gaza). Me lo dije esta mañana al escuchar las noticias, y al escribirlo aquí pienso en la tonalidad casi siempre sombría de mis textos desde hace bastantes años en un día como el de hoy. A pesar de los buenos deseos. Debe de ser una reacción al alborozo forzoso, una manera de objetar frente a una realidad trucada a base de campanillas y adornos. Pero no me reconozco en tradiciones ajenas en las que nombres como Scrooge o Grinch están asociados a un rechazo desapacible de las fiestas navideñas. Ni en las tradiciones ajenas ni en las propias, aunque me apetezca ahora traer aquí Las superfluidades, un sainete de Navidad de Ramón de la Cruz, de 1768, que reprueba los comportamientos sociales en fechas tan señaladas. En el Madrid de la época, el personaje de don Blas asiste pasmado a la ansiedad febril de un grupo de ciudadanos por celebrar las fiestas («¿Conque Noche-buena quiere / decir hartura de panza?»), felicitar a todo quisque en persona por todos los barrios, por todas las calles y por todas las casas, o gastando seis resmas diarias en cartas con parabienes, para que las personas de buena condición y justa petimetría tengan el consuelo «de haber / dado a todo el mundo Pascuas», aunque muertas se caigan. No es difícil encontrar paralelismos entre la cuchipanda de una cena del sainete de Cruz a la que no puede faltar nadie, o las cartas masivas, y los usos actuales en los que pervive tanta tontería: «Que si se aplicaran / a cumplir su obligación / los hombres como se afanan, / superfluamente por que / no se murmure que faltan / a los cumplidos de duelos, / parabienes, años, Pascuas, / etcétera, evitarían / otras censuras que dañan / más su crédito, y mejor / tiempo y salud emplearan». Feliz Navidad.

sábado, diciembre 23, 2023

Sin pelos en la lengua

El lunes participé en uno de esos actos que ocupan un espacio de privilegio en mi currículum no normalizado. Tuve un encuentro con las alumnas y los alumnos del IES Rodríguez-Moñino en el CPR de Badajoz en la presentación del número 1 de la revista plurilingüe Sin pelos en la lengua. Without Mincing Words. Sans mâcher ses mots. Sem papas na lingua; así, en los cuatro idiomas. Es un proyecto didáctico encomiable que ha impulsado una antigua alumna, profesora de Lengua Castellana y Literatura, jefa de ese departamento, Nines (Ángela) Castro, con el apoyo de otros compañeros de los de Inglés (Josefa Acedo y Carlos Criado Vadillo), Francés (Cindy Flinois)  y Portugués (Luis Leal Pinto), y la implicación de un buen número de alumnos de Bachillerato, alguno de 4.º de ESO e incluso una exalumna del «Moñino» (Mª Carmen Duarte Almeida) que hoy cursa primero de Filología Inglesa en mi Facultad. Me emociona el encuentro con un profesorado ya veterano en su centro —al que di clases—, con responsabilidades y con la vocación casi intacta que le lleva a emprender aventuras como la edición de esta revista en la que han escrito casi una cuarentena de alumnos en las cuatro lenguas que se imparten allí y sobre aspectos todos de carácter lingüístico. Son 47 colaboraciones, que, si no he contado mal, 19 son en español o sobre aspectos de la lengua española, 15 en inglés o sobre inglés (los de Pepi Acedo y Rocío Muñoz Perea son sobre anglicismos), 7 en portugués y 5 en francés (con el de Irene Gervasini sobre «Los falsos amigos»), a las que hay que sumar lo de Nines Castro («Más que amigas») que busca sus ejemplos en los cuatro idiomas. El recorrido políglota por sus páginas se hace especialmente grato y provechoso por tratar sobre errores lingüísticos (como a grosso modo en el artículo de Pilar Santa-Cruz Peromarta), o usos poco recomendables (como las muletillas de «¿Me entiendes o no me entiendes?», de Mª Dolores Gómez Torres y de las que también habla Clara Ordóñez), aspectos culturales («A Women's Thing», de Candela de Mariano), el significado de expresiones o de palabras (como en «Virar a casaca», de Yasmín Fuentes, Hugo Núñez y Jesús Ortiz; en «Comme dans un moulin», de Mario Barba; en «Uma origen de lenda», de Celia Ramos e Ethan Torres; en «Llueve sobre mojado», de Daniel Pérez-Cortés González; de «Mitin or meeting» de Isabel Martín García, o el de Marta Barragán), o su origen (como en la palabra rebeca de la colaboración de Jorge Giménez González; en «Ficar a ver navios», de Carmen Tamayo y Natalia Tardío; en «De pe a pa», de Victoria Pérez Paredes; o «¿Quiénes son fulano y mengano?», de Carlos Cruz Vaquerizo); o de curiosidades y matices que siempre conviene conocer (y pasa en la colaboración de Noelia Díaz Bayón sobre el acento del dialecto Mancuniano o con «les vaches espagnoles» de Esmeralda Miranda). A estas menciones sumo las de quienes subieron al estrado del repleto salón de actos del CPR para resumir sus contribuciones, cada uno en la lengua en la que las escribieron: Lucía Calamonte («Detecting the Detective»), Félix Orejón, que habló de uno de sus dos artículos («Dejà vu»), emparentado con el de Carmen Tato Castro («Vivre deux fois»), Rocío Sanguino sobre el trabajo que proviene del tripalium latino («Una tortura necesaria»), y Daniel Martín y Pablo Montero Vera («Ir para o maneta»). Fue un acto multitudinario en el que participaron un buen número de chavales y chavalas que representaron con su intervención o su asistencia las páginas escritas. «Humor entre cortinas», sobre el uso del lenguaje con propósito humorístico, de Pilar Castell Méndez; «Saudade», como «símbolo da lingua portuguesa», de Íñigo García Ganivet; «¿Hay algo más español que el famoso olé?», de Celia Pulido Matador; «O Killed», de Rocío Muñoz Perea; «Sandwich», de Irene Regidor; o «Hablemos mano a mano», de Inés Navarro Delgado, son otras de las colaboraciones de una revista que expresa su intención en esa locución en cuatro idiomas, y no traducidos; pues todos pretenden tener el mismo rango —a pesar de que el título principal por el tamaño de letra sea el primero, por ser española la sede editorial de un instituto de enseñanza en este territorio. Se refuerza así la idea multilingüe que quiere trasmitir y que es uno de los signos distintivos más poderosos de la enseñanza secundaria de nuestra era, en un valor y empeño que está muy bien expresado de manera genérica en el artículo de Rosa Palomar «El poder de las palabras y por qué hablar más de un idioma». Con Marta Hernández y Adriana Martínez, que firman dos artículos porque escriben en español y en inglés, con Juan Carlos Luengo, que trata la palabra cachivache, y Miguel García Montesinos que escribe sobre gentilicios y Daniel Martínez Izquierdo sobre dobletes, y no solo españoles, cierro esta relación desordenada —y espero que completa— del contenido de este primer número de una revista plural a la que deseo continuidad, pues cuenta con la materia inagotable de la lengua y el plantel fecundo de los colaboradores de la casa. 

miércoles, diciembre 13, 2023

La poesía de Moratín

Una de las lecturas profesionales más provechosas que he hecho desde este pasado mes de junio ha sido la de esta edición: Leandro Fernández de Moratín Poesías. Edición de Jesús Pérez-Magallón. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 883), 2023. Significa mucho para mí porque es una aportación de calado al estado de los estudios de un período y un género, de un autor y una estética que ocupan buena parte de mis intereses docentes y de investigación; y supera lo que se espera de una edición de la poesía casi completa de un escritor como Moratín el Joven. Conocía la gran edición, también de Jesús Pérez Magallón, de las Poesías completas (Poesías sueltas y otros poemas) (Barcelona, Sirmio. Quaderns Crema, 1995) y lo relativo a su lírica en los dos imponentes volúmenes de Los Moratines (Ediciones Cátedra. Col. Avrea, 2008), y también en el capítulo correspondiente de su libro Soñando caminos: Moratín y la nación imaginada (Madrid, Calambur Editorial, 2019); pero esos precedentes no quitan valor ni oportunidad a esta importante nueva edición. Después de los trabajos brillantes de René Andioc, ha sido Pérez Magallón quien más y mejor ha estudiado la vida y las obras de Leandro Fernández de Moratín, y coincide la aparición de esta edición con la culminación brillante de su trayectoria académica en la Universidad de McGill (Montreal), en donde fue director de la prestigiosa Revista Canadiense de Estudios Hispánicos. Moratín fue editor de sí mismo en su verso lírico con la edición de las Obras dramáticas y líricas de 1825, en cuyo tomo tercero incluyó lo que llamó «Poesías sueltas», setenta y siete poemas que representan en su ordenación su biografía literaria, que parte de su nacimiento como poeta (soneto «A D. Juan Bautista Conti») hasta llegar a su muerte simbólica con la excelsa elegía «A las musas». Con buen criterio, Jesús Pérez Magallón mantiene esa «coherencia y lógica internas» (pág. 120) de lo dado en 1825 en vida del autor en su exilio francés, mal de salud, y tres años mal contados antes de su muerte; a lo que añade «... Y otros poemas», treinta y tres textos, publicados e inéditos, descartados por el poeta para conformar sus «sueltas», y alguno como mero boceto que se publica por primera vez de lo que sería «A las musas», que, insisto, es uno de los poemas más extraordinarios salidos de la pluma de Moratín hijo. La prolijidad de esta edición puede abrumar al lector solo interesado en conocer los poemas de don Leandro, en una lectura por puro curioseo; pero es lo que la convierte en un estudio tan acabado sobre los caracteres de la lírica dieciochesca del último tercio del siglo y de las dos primeras décadas del XIX, y en un acervo de referencias literarias, históricas y culturales para contextualizar la obra del autor, una obra de mucho provecho para el estudioso. Entre sus rasgos, las cifras de 1698 notas que ocupan ciento cincuenta páginas del final del volumen y 200 páginas de introducción crítica incluyendo la extensa bibliografía citada. Esta introducción se divide en cuatro grandes secciones: «Vivir, tal vez soñar, morir» es el recuento biográfico. «Clasicismo contra nuevo culteranismo: acalófilos y galo-salmantinos» es un interesantísimo acercamiento a la polémica entre moratinistas y los llamados quintanistas. «Una manera clásica de entender la poesía» es un análisis de la poética moratiniana. Y «Variaciones sobre el tema clasicista: un modelo neoclásico» es la caracterización por temas de la lírica de Moratín. La solvencia de este editor tiene muchas muestras de comprobación; y citaré solo cómo Pérez Magallón nunca dio crédito —por no descansar «sobre bases sólidas, sino más bien sobre impresiones poco fiables» (pág. 194)— a la atribución a Moratín de las Fábulas futrosóficas, que, obviamente, no se recogen y a las que dedica una iluminadora nota al pie (3) —solo hay tres en toda la introducción— para confirmar lo que más recientemente ha demostrado Philip Deacon —a pesar del exquisito celo de la interrogación del título— en su artículo «Las Fábulas futrosóficas de 1821, ¿son de Bartolomé José Gallardo?» (Dieciocho, 46.1, primavera de 2023). Ediciones como la de estas Poesías son un modo excelente de restauración de la maltrecha opinión que sobre la poesía del siglo XVIII tienen los que no se han detenido en ella, o lo han hecho prejuiciosos por la repetición de los mismos lugares comunes y la presentación de textos de esa manera poco cuidada que se impugna con lo que nos regala Jesús Pérez Magallón en Letras Hispánicas.

domingo, diciembre 03, 2023

¿Adictos?

Fui con la prevención de haber leído una crítica de Raquel Vidales de septiembre del año pasado en El País, en la que decía que, cuando salió Lola Herrera a escena en el estreno en el madrileño Teatro Reina Victoria, el público arrancó a aplaudir. Y me temí lo peor —o sea, lo mismo— aquí, en Cáceres. El personaje de la prestigiosa científica Estela Anderson (Lola Herrera) se prepara para salir de su domicilio mientras habla con una máquina que responde a sus preguntas, controla sus constantes vitales, llama por teléfono y usa un lenguaje tan humano que en pocas frases repite más de cuatro veces la palabra evento. El cambio de escena sugerido por la luz y las subidas y bajadas de unos estores blancos —como todo el decorado, muy minimalista—, nos lleva al auditorio en el que la protagonista va a pronunciar un discurso muy importante sobre un trascendental avance tecnológico; y cuando saluda con un «Buenas noches, señoras y señores» y unos aplausos enlatados, el respetable de verdad, sin encomendarse a ilusión escénica ni a cuarta pared que valgan, se pone a aplaudir. Mal augurio de algo que resultó decepcionante. Una función tan inerte y rutinaria que hasta se quedó lejos de los noventa minutos (aprox.) que indicaba el programa de mano. (Alguien a la salida nos dijo que agradecía que no hubiese durado lo previsto). Lo de anoche fue una buena demostración de que un elenco de tres buenas actrices, una directora experimentada (Magüi Mira) y una producción más que pudiente no bastan si el texto no cumple unos mínimos, si la historia no ofrece casi ningún agarradero estable para que unos medios así puedan tirar de ella y sacar adelante un espectáculo. Adictos, escrita por Daniel Dicenta Herrera —hijo de Lola Herrera— y Juanma Gómez, lleva el subtítulo de Jugando a ser dioses, que añade más confusión al batiburrillo de una historia que quiere partir de la pregunta de hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología, o qué tipo de sociedad hemos construido y qué capacidad de reacción tiene el ser humano para cambiar un estado de las cosas. ¿Qué cosas? ¿La expansión progresiva de la desinformación? ¿O la malversación extrema de una información total y asfixiante sobre la sociedad gracias a los avances tecnológicos? Es mejor quedarse con la vacuidad de lo que uno ha visto y no leer ni la sinopsis de los autores ni la explicación de la directora que se dan como información. No aclaran; embarullan. Una acción que parte del atentado que sufre la científica Estela Anderson, de los cuidados que recibe de una eminente experta en terapia cognitiva, la Dra. Soler (Lola Baldrich), y una periodista mediática, Eva Landau (Ana Labordeta), que por solicitar una entrevista con la doctora se ve envuelta en un meollo absurdo por lo mal contado que está y lo mal constreñido a un tiempo reducido que no se sabe administrar dramáticamente. El texto no permite subrayar con buena voluntad algún valor; y sí deja patentes, por ejemplo, la banalidad del uso de algo tan básico como el teléfono en escena, con todas las posibilidades que ofrece; o la afectación de la contextualización de la doctora que lee en voz alta una noticia de una tableta electrónica. De haber sido una obra de calidad, cabría interpretarla como un gesto en homenaje a una gran actriz al final de su trayectoria, y bien acompañada por dos buenas intérpretes; pero lo que resulta es un apaño que en mi opinión no llega al reconocimiento público en escena que merece Lola Herrera con un broche distinto al de la noche del sábado en el Gran Teatro de Cáceres. 

sábado, diciembre 02, 2023

Francisco Gregorio de Salas

Escribo estos días sobre el singular poema Observatorio rústico de este poeta de Jaraicejo (Cáceres), que murió tal día como hoy de 1807, a los 79 años, como reza en el retrato que reproduzco arriba y que puede verse en una copia de la Biblioteca Nacional de España y en otra, la coloreada, que está en el Museo de Historia de Madrid y digitalizada en el fondo Memoria de Madrid. Estudiosos ya desaparecidos a quienes conocí y aprecié mucho, Juan Manuel Rozas y Vicente Sabido, escribieron sobre este poema y dieron las fechas de 1729 y 1808 como de nacimiento y de muerte del extremeño. Si murió a los setenta y nueve, como dice la esquela, debió de nacer en 1728; pero, en El Correo. Periódico Literario y Mercantil  de 21 de diciembre de 1831, una nota biográfica anónima sobre el escritor dio la fecha precisa de 21 de enero de 1729, como conjeturó Rozas después de visitar el archivo parroquial del pueblo para preparar su trabajo «Mapa para leer al padre Salas» (Miscelánea Cacereña, 1980). Ahora bien, en la séptima edición del Observatorio, de 1802, el grabado de la portada llevaba una medalla con el nombre de Salicio —con Coridón, los dos interlocutores del poema en sus ediciones revisadas— con la efigie del poeta y con el texto «Etat. sue. 74 an.» («Aetatis suae 74 anno»); es decir, que debió de nacer en 1728. No están mis intereses ahora en completar la biografía del autor de esa otra égloga como Dalmiro y Silvano, amorosa y en elogio de la vida del campo (1780), sino en reconstruir el proceso de composición del Observatorio rústico, un poema prosaico de tres mil versos que no nació como un diálogo, sobre el que estuvo muy encima su autor y que tuvo una notable repercusión editorial hasta su décima edición de 1830; pero el conocimiento reciente de la fecha exacta de su muerte me ha motivado para recordar la coincidencia.


viernes, diciembre 01, 2023

El Espejo

«Esto del teatro es muy raro», escribe Isidro Timón en el último número de El Espejo (15), la revista de la Asociación de Escritores y Escritoras de Extremadura, que dedica una sección monográfica a la literatura dramática de aquí. Desde el número 13 (2021), último bajo la dirección de Pilar Galán y Víctor Jiménez Andrada, que trató el cómic, la revista aborda en unas escogidas páginas un asunto de interés, como fue la poesía experimental en el número 14 (2022), ya bajo la dirección de su actual coordinador el poeta y profesor Antonio Rivero Machina. Quizá quede bien aquí hacer un recuento somero sobre quienes han sido los responsables de esta publicación que, con algunos huecos, tiene ya sus veintiocho años: Antonio Gómez, Elías Moro y Plácido Ramírez (núms. 1, 2, 3 y 4, entre 1995 y 1998), Daniel Casado y José María Cumbreño (núm. 5, de 2003), Daniel Casado, José María Cumbreño y Plácido Ramírez (núm. 6-7, hasta 2005), Urbano Pérez, Hilario Jiménez Gómez y David Matías (núm. 8, de 2016), Hilario Jiménez Gómez, Marisa de Llanos Pérez y Diego González (núm. 9, de 2017), Hilario Jiménez Gómez, Isabel Mª Pérez Gónzalez y Serafín Portillo (núm. 10, de 2018, que recordó los 35 años de la revista y publicó un sumario de sus sumarios hasta la fecha), Hilario Jiménez Gómez y Carlos García Mera (núm. 11, de 2019) y Pilar Galán y Víctor Jiménez Andrada (núms. 12 y 13, de 2020 a 2021). «Esto del teatro es muy raro», escribe Isidro Timón en esta entrega de El Espejo; y me parece un buen mote de esa parte de su contenido que se fija en el «Presente y futuro del teatro en Extremadura», un título demasiado ambicioso en un espacio tan reducido de cuarenta páginas que dedica casi la mitad al extracto de una obra de uno de nuestros autores más visibles, Marino González Montero —que acaba de publicar su Anasté. La hecatombe de Tarteso—, que nos muestra una versión de la comedia Hecyra, de Terencio, para Clípeo Teatro, el grupo integrado por profesores del IES Santa Eulalia de Mérida; y a una elocuente entrevista con el dramaturgo Miguel Murillo Gómez, una figura ineludible en la evolución del teatro en Extremadura desde los años ochenta del siglo pasado hasta la actualidad. Completan el monográfico una instantánea del momento presente del teatro profesional extremeño hecha por un gestor y director como Marce Solís, y los testimonios de tres creadores sobre su propia creación: Concha Rodríguez, Isidro Timón y Verónica Jiménez Jiménez, cuya juventud proyecta nuestro panorama teatral hacia un futuro propicio, curiosamente sugerido —también— en la mención de Miguel Murillo de su sobrino Miguel Murillo Fernández (Badajoz, 1997), que ya ha publicado dos piezas, Revolución sin previo aviso y La esposa del ermitaño en la colección «Escena Extremeña» de la Editora Regional de Extremadura. No todo cabe, pues, en este espejo que se completa con las habituales colaboraciones literarias y las notas de lectura, y la novedad de una sección —«La palestra»— que recoge la «visión de la realidad creadora» —dice el editorial— de alguien destacado en las letras extremeñas, que, en este caso, es Antonio Orihuela con su contundente, combativo e impugnador «Contra el compromiso único» (págs. 51-56). Justo en el centro del volumen como palestra notoria, resulta una necesaria llamada de atención.