sábado, octubre 29, 2022

Calle Gallegos

© José F. Gras

Ayer presentamos en Zafra y en buena compañía —no tanta como es habitual allí— Circular 22, el libro-artefacto inconmensurable de Vicente Luis Mora (Galaxia Gutenberg, 2022). Hoy me he acordado de que, cuando todavía lo estaba leyendo y tomando algunas notas, escribí el guion de un texto para el blog, y quizá influido por lectura tan sugerente —pero también por la de la prensa del día—, se me ocurrió la noticia: UN ESCRITOR ES AVISTADO POR LAS CALLES MÁS CÉNTRICAS DE LA CAPITAL DE OROÑA, el país más rico de Eurasia. Agencia Circular 22. «Aunque cada vez es más frecuente que los escritores aprovechen las horas de la noche para adentrarse en los núcleos urbanos, sorprendió verlo por algunas de las calles principales de la capital. Últimamente, los casos de avistamiento se habían dado en zonas menos habitadas, las de la Oroña Vacía, según la calificación oficial de la Administración de la Comarca. A distancia prudencial para evitar un encuentro aflictivo, las fuerzas de seguridad siguieron al espécimen hasta que con su deambular errático, quizá a la busca de algún argumento del que suele alimentarse la especie, se adentró en el bosque que todo el mundo conoce como El Parnaso, en donde estuvo hace muchos años el Palacio del Generalísimo». Y me pregunto ahora si lo que esa Administración del cuento no quiere es que un escritor escriba lo que dijo un tipo que el otro día pasó por mi calle a altas horas de la noche: «No hay razones en este momento para estar contentos». No quiero que tenga razón; aunque no hace mucho los periódicos traían los abucheos y pitos al presidente del Gobierno, que intentó evitarlos sin lograrlo en fiesta tan señalada. Lo que hace falta es leer a Machado, uno de los grandes que sigo sin comprender que no tenga más presencia en los programas de enseñanza de la literatura en las universidades. «Anoche cuando dormía / soñé, ¡bendita ilusión!, / que una fontana fluía / dentro de mi corazón». A un señor de Cáceres puse hace mucho el nombre de Rafael Azcona. Por su extraordinario parecido con el genial guionista (1926-2008) de películas como El verdugo, entre tantas memorables. Lo veo con frecuencia y hace unas semanas también, a la hora de su vermú. Yo llevaba la prensa y una obra de teatro en catalán que terminé de leer con mis recursos y con placer. Creo que fue ese día cuando se me ocurrió lo de la noticia, cuando todavía andaba con Circular 22, sobre la que su autor ayer me advirtió que en su intrincado callejero había colado a un personaje de su novela Centroeuropa, una obra muy celebrada en Zafra. Lo he localizado sin dificultad en la página 475, en el fragmento que se titula «Szonden, Prusia» y en el que está Udo, ese hombre gigante, delgado como un arcabuz, que aparece al principio de la novela de 2020, y que en esta levanta con lentitud la tapa de un panal de abejas. Circular es un texto tan diverso que a su autor le gusta recordar que la palabra del título es a la vez verbo, sustantivo y adjetivo; y que, como un plano o mapa, permite trazar líneas, coordenadas e itinerarios de mucho provecho para el lector, lleno de nombres de calles: Calle Fuengirola. Calle Cosmos. Calle Caballero de la Triste Figura. Calle Adrián Pulido. Calle Entrevías. Calle Vizcaínos. Calle del Arte. Calle del Amparo. Calle Alegría de Oria. Calle Valverde. Calle Gran Vía, madrugada. Calle de Hermosilla. Calle Biombo. Calle Salas. Calle Sinesio Delgado. Nueva York. Houston Avenue. Murcia. Calle Caño. Calle de Santa Engracia. Calle Circular. Son algunos de los títulos de los fragmentos de esta obra de Vicente Luis Mora que evoco con el título de Calle Gallegos que ya utilicé aquí hace algunos años y que me gustaría que alguien releyese, incluidos aquellos comentarios.

jueves, octubre 27, 2022

Circular 22

Llevo semanas conviviendo con esta obra inconmensurable. Incluso ha volado conmigo. Su primer editor, Javier Fernández, en el «Prólogo», utiliza el adjetivo «inclasificable» y dice que en algún momento se le ha puesto la etiqueta de «miscelánea»; pero que «si tuviera que atacar hoy su núcleo, que diría Lakatos, seguramente usaría la palabra novela, al menos como punto de partida» (pág. 17). Yo prefiero inconmensurable. Lo que no está sujeto a medida o valuación. Algo parecido a novela, sí; pero le viene bien a lo que fue Circular (Plurabelle, 2003) y luego Circular 07 (Berenice, 2007) por la dificultad hasta ahora de abordar las dimensiones de una obra que se acaba de detener por el momento en Circular 22 (Galaxia Gutenberg, 2022) después de tantas estaciones, tras más de veinticinco años de escritura. La «joven y todavía inexperta» editora polaca que introduce esta edición, autora de una tesis sobre Vicente Luis Mora en la Universidad de Łódzki, demuestra una gran desenvoltura, sobre todo, en el «Epílogo crítico» que cierra el volumen, en donde llama a mi amiga Bénédicte Vauthier «eminente sabia y políglota suiza» con justa precisión, menos en lo de «suiza», porque es belga de toda su vida. Quizá por ser polaca la joven Monika Sobolewska no ha reparado en que la obra del Arcipreste de Hita se titula Libro de buen amor, y no con ese del impreso en la página 617 —una errata, sin duda. No he leído su tesis, y nunca la leeré; pero creo que debería haberse explayado más en las notas que pone a un texto que rebasa las seiscientas páginas fechado en Córdoba (1998), en Albuquerque (2007), en Marrakech (2010), en Estocolmo (2017) y en Málaga (2022).  Buena parte de una vida hecha de literatura. La misma que me permite decir lo de Flaubert de la «orgía perpetua» —la lectura— como uno de los mejores modos de estar bien mientras estemos aquí. De muchas lecturas está hecho Circular 22, que presentamos este jueves 27 de octubre en la librería La Puerta de Tannhäuser (19:30 horas) de Cáceres y mañana viernes 28 en el Parador de Zafra (20:30 horas), en una de las actividades del Colectivo Manuel J. Peláez de este curso.

miércoles, octubre 26, 2022

Alonso Zamora Vicente

© Fotografía de Julián Quintanilla

Cuando se inauguró la Biblioteca Alonso Zamora Vicente en su nueva ubicación del campus universitario, me quedé con las ganas de un fin de fiesta. Sin alumnos en el pasado junio, sin clases y atareados con los exámenes, les debíamos otra manera de celebrar que contemos tan a la mano con un fondo bibliográfico tan filológico, tan útil para todos. Así que hoy nos visita Mario Pedrazuela Fuentes, que es quien mejor ha estudiado la vida y la obra de Alonso Zamora Vicente, para decir su conferencia «Alonso Zamora Vicente y la filología española del siglo XX». Le acompañaremos en una jornada en la que también estarán el hijo de don Alonso, Alonso Zamora Canellada, y su nieta Ana Zamora, la directora teatral que nos ha regalado tantos montajes de nuestro teatro renacentista con su compañía Nao D’Amores, que participarán en una mesa redonda sobre las figuras de filólogos tan eminentes como don Alonso y doña María Josefa Canellada.

lunes, octubre 24, 2022

De San Cristóbal a San Juan

Este jueves pasado me senté a esperar a mi amiga I. —a la que conozco por razones que algún día habría que relatar por su argumento literario— en la cafetería del Hotel Laguna Nivaria de San Cristóbal de La Laguna, que fue donde la vi por última vez, hace casi diez años, en diciembre de 2012, con motivo de la lectura de la tesis doctoral de «Pepe». Si pudiese poner aquí una nota al pie escribiría que se trata de José Antonio Ramos Arteaga, que defendió el 18 de diciembre de aquel año su tesis Calles, plazas y salones: textos y espectáculos teatrales en el Tenerife de la primera mitad del siglo XIX. Yo estuve en el tribunal que evaluó aquel trabajo en una sesión tras la que se me acercó una señora para compartir conmigo su felicidad por el acto al que había acudido. En estos días, he vuelto a constatar que Pepe sigue siendo una persona entrañable y especial. No pude verlo esta vez y me volví de allí con ese pesar, mitigado con creces por haberme encontrado con I., y con otra colega como V., a quien también hacía años que no veía, y con la que desayuné con la complicidad de los que se conocen desde hace mucho. Como amantes apócrifos. Digo que este jueves me senté a esperar a mi amiga y me leí buena parte del periódico del día, o sea, El Día. La Opinión de Tenerife, que traía la noticia de la muerte del guanche histórico del independentismo canario Álvaro Morera. El periódico decía que su hijo leyó el testamento vital de su padre «que dio paso al Awañak que interpretó el propio Luis Morera y que acabó cantando hasta el cura antes de proceder al enterramiento, a ritmo de sirinoque y entre bucios como soñó un Álvaro amortajado con su bandera de las siete estrellas verdes» (pág. 13). Me recordaron mucho estas palabras a aquel dirigente del emepaiac, el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), que fue Antonio Cubillo, muy presente en los medios durante los años ochenta en los que uno lo encontraba en los periódicos y en revistas como Cambio 16. Pero lo que me llamó la atención fue la esquina de la noticia en la que se decía eso del sirinoque, del Awañak y de los bucios, y tuve la necesidad de recurrir a un traductor que no tenía. Ni siquiera I. —que se excusó por no ser canaria de nacimiento— pudo iluminarme sobre ese canto, sobre ese baile o ese instrumento que todavía no soy capaz de concretar y definir. Es fascinante encontrar palabras así en la prensa diaria de un lugar que no es el tuyo; pero en el que te sientes tan cordialmente acogido. Bucios, sirinoque y Awañak. Y las siete estrellas verdes. Inmersión lingüística. De San Cristóbal a San Juan no es más que un título para anotar la experiencia de haber estado en una ciudad Patrimonio de la Humanidad y volver a otra que también lo es.

jueves, octubre 20, 2022

Congreso en La Laguna

Desde primera hora de ayer miércoles estamos trabajando en el VII Congreso Internacional de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII que se celebra en la Universidad de La Laguna (Campus de Guajara) bajo el título de Ilustración, centro y periferia, con dieciséis mesas en torno a las que se ofrecerán aportaciones en forma de comunicaciones breves sobre género, libros, ciencias y medicina, sociabilidad, América, arte y urbanismo, teatro y música, literatura, prensa y almanaques, política, economía, ciudad y territorio, pensamiento, imaginarios y simbología, viajes y cartografía e instituciones, en un gran abanico temático que es la enseña de una sociedad interdisciplinar y bien avenida como la SEESXVIII. La sesión de ayer incluyó dos conferencias plenarias: de Luis Perdices de Blas y José Luis Ramos Gorostiza sobre historia económica; y de Juan Calatrava sobre arquitectura en el período de las Luces. Hoy jueves y el viernes serán Isaac Donoso, sobre Filipinas y el universalismo de la Ilustración hispánica, Pedro Álvarez de Miranda, sobre el mapa lingüístico del XVIII español, e Inmaculada Perdomo, sobre ciencia y técnica en la Ilustración canaria, quienes ocupen estos espacios de mayor desarrollo sobre un aspecto de interés de la historia y la cultura dieciochescas. La jornada de apertura de este VII Congreso de la SEESXVIII culminó hace pocas horas en el Lago Martiánez de Puerto de la Cruz, en donde se homenajeó a Inmaculada Urzainqui Miqueleiz, quien fuera catedrática de Literatura Española y directora del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (IFESXVIII) de la Universidad de Oviedo, reconociéndola como «Maestra del Dieciochismo» en un emotivo acto presidido por la 1ª Tenienta de Alcalde y Concejala del Ayuntamiento de Puerto de Santa Cruz, Carolina Rodríguez Díaz, y en el que participaron Fernando Durán López, presidente de la SEESXVIII, Elena de Lorenzo, directora del IFESXVIII, Pedro Álvarez de Miranda, dieciochista destacado, catedrático de Lengua Española y académico de la RAE, e Inmaculada Urzainqui, que evocó en varios momentos a su querido Benito Jerónimo Feijoo, el eminente escritor ilustrado —y sin tilde—, por el que el dieciochismo sigue pujando para que no pierda presencia en las búsquedas de Google. 



martes, octubre 18, 2022

Agustín Villar

© Diario HOY

Hoy se cumple el décimo aniversario de la muerte de Agustín Villar (1944-2012). No sé quién se acordará de esto fuera de su entorno familiar; aunque espero que alguien en el ámbito literario sí recuerde a Agustín y siga estimando lo que dejó en su escritura.  Creo que leí todo de él, desde Seducción de la bruma (1982), que significó algo distinto en aquellos años, hasta lo último. Todo, porque con posterioridad pude conocer obras anteriores, como Memoriales y futuros, de 1978, su primer libro poético publicado en Madrid en la colección Sala Editorial, antes de que comenzase a publicar aquí en Extremadura. Luego vino el resto de sus libros, en poesía y en narrativa, y la reunión de muchos de sus escritos de carácter aforístico y de memoria personal en su «mamotreto fragmentario», como denominó a Razón de mudo (Editora Regional de Extremadura, 2008). Cuando murió Agustín Villar dejé escrito que debería propiciarse un homenaje civil y literario en Cáceres. Diez años después, supongo que puedo decir que sigo solo en el empeño y que aquello no fue una reacción en caliente, pues estoy convencido de que debería hacerse. ¿Quién podría hacerlo? Quien sepa bandearse entre las envidias y rencores, las desconfianzas y las disputas que surjan sobre las propuestas que en recuerdo de lo que merece la pena se hagan por aquí. Mientras tanto, converso con Agustín a través de su obra. Puedo preguntarle, tantos años después, cómo se siente cuando escribe: «El poeta sabe y desea el poema como una embriaguez consciente. Pero esa embriaguez se produce en los momentos de la captación, del encuentro entre lo observado y lo sentido, la recreación a través de la palabra. Es, por tanto, un estado previo al poema, que una vez logrado se independiza»; o qué me puede decir de la muerte. Y no dudar sobre en qué lugar voy a encontrar su respuesta entre lo mucho escrito. Insisto, como si fuese una conversación. ¿Qué digo?, como la conversación que es volver a leer a quien estuvo y ya no está charlando frente a uno. Una conversación íntima, además, cuando se trata de releer unos folios que me confió porque quería que yo los tuviese. ¿Para qué? —me pregunto. Para mí —me digo. Espero la benevolencia de quien lea esto por haber recordado tan desmañadamente a un escritor tan cercano en el décimo aniversario de su muerte.

sábado, octubre 15, 2022

Antonio Sáenz de Miera

© Santi Burgos

Me pone de buen ánimo leer a Rafael Reig por casi todas sus novelas. Estoy con  la reciente El río de cenizas (Tusquets Editores, 2022), y tengo anotado lo de «Cuánto consuelo, cuánta esperanza repentina encontramos siempre en el buen humor y en la benevolencia hacia los demás» (pág. 72). Ojalá se lo apliquen tantos de los agriados que andan por ahí con afán de hacer daño. Leía esta tarde la novela y me acordé de Antonio Sáenz de Miera, porque hasta hace poco Rafael Reig tuvo una librería en Cercedilla, en la localidad de la sierra en la que nació mi amigo importante, con el que hablé cuando el novelista abrió el local hace unos años. Me acordé de él. Y esta misma tarde anoté entre mis asuntos pendientes llamar o escribir a Antonio Sáenz de Miera (¿Estará bien? Cuánto tiempo), por ver qué me podía decir de Reig y de su novela, si la había leído. El río de cenizas de Rafael Reig. Me acordé de Antonio. Alcé la mirada del libro y afuera me encontré con la fecha de su muerte: 25 de julio de 2021. Me pone de buen ánimo leer a Rafael Reig; pero hoy tengo una tristeza insoportable por su culpa. Por su culpa he leído una necrología de Juan Cruz sobre mi amigo que se publicó en las páginas de Madrid de El País y de la que no tuve noticia —por eso, por Madrid— hace más de un año; y ya sé por varios medios que Antonio murió sin enterarme. Le he dedicado a lo largo de estos años muchas entradas aquí, que cualquiera con paciencia podría leer en su orden, desde 2008, hasta un «Panorama matritense» de 2018, cuando coincidimos por buscarnos en la capital de la que volví ayer. No podría añadir ahora mucha más expresión de afecto que la que he mostrado por él durante ese tiempo. Abatido por la noticia, me pregunto por qué nadie me ha dicho nada. Porque yo no he sido nadie, me respondo. Pero se me ha muerto una persona muy querida, la única —por consiguiente— que habría podido darme la noticia de su muerte. Por eso, desde que lo he sabido, me he sentido tan solo y tan idiota. Por haberme enterado hoy, y sin despedirme. El personaje de la novela de Rafael Reig escribe en su cuaderno que hay que vivir como si cada día fuera el último de la vida de todos los demás (pág. 83), y, por su culpa, estoy de acuerdo; porque yo tenía que haber pensado en Antonio Sáenz de Miera antes de ese día de julio del año pasado, el día de su muerte. No me lo creo. No lo asimilo aún; después del tiempo que para mí son horas de un día como hoy. Qué tristeza siento. Y qué poco es haberle dedicado una tarde de mi vida y estas escasas letras. Tan a destiempo.

jueves, octubre 13, 2022

Hergé

He visto la exposición del Círculo de Bellas Artes de Madrid (16,40 €) esta tarde y me he traído el catálogo editado (18 €). Me sitúo en la última de las tres clases de potenciales visitantes que enumera en su prólogo —«El misterio Hergé»— Julián Hernández: tintinófagos fundamentalistas, tintinófilos moderados y público en general. Por eso me ha sorprendido tanto saber de dónde viene el nombre con el que firmaba sus creaciones Georges Remi (1907-1983), que son las iniciales invertidas —er y ge—; pero ¿de dónde sale la hache?, se pregunta el prologuista, que dice que el «misterio Hergé va más allá de la hache en su nombre». También me ha sorprendido mucho conocer el proceso de composición de sus dibujos —que he compartido con mi hija Julia—, y que puede verse en varios de los acogedores y envolventes espacios de la exposición, espigada con declaraciones de Hergé al escritor y periodista Numa Sadoul en 1971. A este —sí tintinófilo— le habló de su dimensión como pintor abstracto, como una especie de evasión del universo figurativo de Tintín, que abandona en 1964: «El cómic es mi único medio de expresión. ¿Qué más tengo a mi disposición? ¿La pintura? Hay que dedicarle la vida entera. Y dado que solo tengo una vida (y ya tengo unos cuantos años), debo elegir entre la pintura o Tintín, ¡no puedo con ambos! No puedo ser un pintor de domingo a sábados por la tarde, ¡es imposible!» (pág. 15). Hay una buena representación en la muestra madrileña de aquellos cuadros y de su colección de arte (Warhol, Lichtenstein…). Nunca había leído tanto sobre la historia del personaje principal de Hergé, de su origen scout, y del de algunos de sus compañeros de viñetas como el Capitán Haddock, que aparece por primera vez en El cangrejo de las pinzas de oro (1941). En una tarde como la de hoy, uno ha podido demorarse sin ninguna apretura en cada uno de los sectores de esta exposición dividida en dos grandes salas —primera planta y planta baja—, en un itinerario o relato inverso como el de las iniciales del dibujante belga, pues concluye en el nacimiento de un mito y en los primeros años —con catorce ya publicó en Jamais Assez— de lo que sería una trayectoria universal. Es un paseo bien pensado que parte del expresivo rótulo «La grandeza del arte menor» y que en el catálogo se apoya en una introducción muy útil y documentada de Joan Manuel Soldevilla Albertí: «Las aventuras de Tintín y Hergé en España». Hasta finales de la década de los cincuenta no llegó con regularidad el Tintín que nació en las páginas de Le Petit Vingtième en 1929, y fue en los ochenta cuando aquí se vivió un boom en la difusión de las aventuras del personaje. Esta exposición corrobora su vigencia. Y su futuro, que he visto y he dejado de ver en la escena vivida en la inevitable tienda en la que he comprado el catálogo: un niño con uno de los álbumes de Tintín en la mano tiraba del borde de la camiseta de su padre suplicándole que se lo comprara; y el padre, de expresión adusta, solo quería llevarse una libreta de anillas. No sé en qué habrá quedado la cosa.

lunes, octubre 10, 2022

Einaudi

Fue el 14 de septiembre de 2017, en el Palacio de Vistalegre de Madrid. Pedro y yo viajábamos al día siguiente a Barcelona; cuando leímos en los periódicos que la asistencia al concierto de Ludovico Einaudi se calculó en 10.000 personas. En efecto, el pabellón estuvo a rebosar. El concierto comenzó con casi una hora de retraso, y hubo mucho ruido entre pieza y pieza por el ir y venir de los encargados de la seguridad; y, a pesar de todo, el sonido fue bueno. El monumental Einaudi era una diminuta figura intuida en un lejano escenario acompañada por un conjunto de cuerdas también diminuto. He guardado aquella experiencia con afecto hasta que el pasado sábado 24 de septiembre volvimos a escucharlo en el Teatro Romano de Mérida. Agotadas las entradas. Sin embargo, semanas y días antes, me preocupó la cara de extrañeza de personas cercanas, conocidas, y de buen nivel cultural, cuando les hablé de Ludovico Einaudi, tan extraordinario pianista, hijo de Giulio Einaudi, el famoso editor italiano, y a quien hacía pocos días entrevistaba Jesús Ruiz Mantilla en El País Semanal (18 de septiembre de 2022, págs. 52-57). Alguien que, en esa entrevista, decía que llamaba a Italo Calvino «el tío Italo» —¡madre mía! Quien sea se lo ha perdido hasta ahora. Como yo, salvando las distancias, a C. Tangana, a quien conocí no hace más de un año y pico. Quedarán el influyente rapero madrileño y sus actuaciones, como quedará lo sublime del sábado 24. Llegamos casi con el tiempo justo, porque, además, el concierto comenzó tan solo cinco minutos más tarde de lo previsto, que era a las 22:15. El esquema de la actuación viene siendo siempre el mismo: tres o cuatro piezas del pianista en solitario y luego la parte magra del concierto en compañía, en este caso, de un violinista, un chelista y un percusionista, para cerrar finalmente, con alguna pieza más en solitario, que son de otros discos, algunas más conocidas. Pocas veces, en la sala más recogida de un gran teatro o auditorio, he apreciado un silencio como el de esa noche. El público —muy joven— solo se notaba cuando se apagaba momentáneamente el foco del artista para señalar el final de una pieza y arrancaba a aplaudir. Tanto respeto que ni siquiera, cuando la mayoría sabíamos qué estaba tocando, nadie aplaudió para celebrar piezas tan populares como «Una mattina», de la banda sonora de Intocable (2011), la película de Olivier Nakache y Éric Toledano. Por momentos, tuve la necesidad de cerrar los ojos para escuchar mejor; pero la imagen del teatro iluminado, sus gradas llenas, los músicos, el pianista y su piano invitaban a mantener los ojos bien abiertos y a disfrutar del marco incomparable. Underwater es el disco que Ludovico Einaudi está presentando en esta gira española en la que Mérida ha sido privilegiada, con Sevilla, Córdoba y Madrid. Al salir del concierto, pasadas las doce y media de la noche, vimos aparcada en la puerta lateral del Teatro la furgoneta en la que viaja en esta gira ese otro personaje que es el piano Stenway de Einaudi, y también vimos otros furgones con matrículas italianas; e imaginé la ruta que creo que sigue en Francia y en Reino Unido, antes de recogerse en Italia, en los conciertos de Milán. Volvimos a casa con la satisfacción de haber reducido aquella lejanía de Vistalegre a unas pocas decenas de metros desde la orchestra y haber sentido la música de Einaudi a su manera, en la que hay tanto silencio en su misma construcción armónica que uno sabe cuándo empieza pero no cuándo termina, salvo un final rotundo, si lo hay. El minimalismo musical de Einaudi es antológico en su forma de combinar acordes con pausas, música y silencio. Un placer que llevaba días desde ese sábado queriendo compartir. Lo hago ahora. 

jueves, octubre 06, 2022

Arqueologías

Hoy se presenta en Badajoz, en la Librería Tusitala, el libro de poemas de Ada Salas Arqueologías (Pre-Textos, 2022). Acompañará a la autora el profesor y escritor Luis Sáez Delgado, director de la Editora Regional de Extremadura. Yo sigo admirado, después de varias lecturas desde este julio, con estas Arqueologías que han mantenido la altura de su anterior libro, Descendimiento (Pre-Textos, 2018). Algo de esta impresión me gustaría compartir mañana aquí en Cáceres, porque volveré a tener el privilegio de estar con Ada en la presentación de una de sus obras. Será en el Museo de Cáceres, a las 20:00 horas de este viernes 7 de octubre de 2022. Así, con la mención del año, no como viene siendo el uso de la cartelería efímera actual y de antaño. Porque en mi arqueología personal, me he encontrado con esta tarjeta que pongo abajo —y accedo al sustrato— de la presentación del primer libro de Ada Salas, Arte y memoria del inocente (1987), que fue, aunque no figure, en febrero de 1988. El jurado de aquel Premio Juan Manuel Rozas que obtuvo su Arte… lo presidió Guillermo Carnero, y formaron parte de él Jesús Cañas Murillo, Gregorio Torres Nebrera, Álvaro Valverde, Agustín Villar y José Luis Bernal Salgado, que fue su secretario. En aquella presentación estuvimos unos cuantos cuando éramos más jóvenes. Me permitirá Ada que difunda el acto de mañana buscando debajo de los papeles para recordar una pieza del pasado que nos hace presentes. 




miércoles, octubre 05, 2022

David Huerta

Me sorprendió ayer la noticia de la muerte del poeta mexicano David Huerta (1949) mientras escribía unos apuntes sobre un libro de teatro sostenido sobre un volumen que lleva en mi escritorio más de un mes y que comencé a leer por el final, por el «Discurso de aceptación del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances» que pronunció el poeta —sí, David Huerta— en Guadalajara (México) en noviembre de 2019. Gracias a Jordi Doce, editor de su poesía en la espléndida antología (1972-2020) El desprendimiento (Galaxia Gutenberg, 2021) —sí, el volumen—, estaba leyendo poemas de libros tan ignotos como El jardín de la luz (1972) o Cuaderno de noviembre (1976). Luminosas palabras las de Jordi Doce en su «Hay una llama viva» como introducción a una obra plural y diversa, sorprendente por lo que depara de poema en poema. Sobre ese volumen con sus versos reposaba hace nada mi brazo sin saber que David Huerta había muerto. Tampoco, cuando escuchaba en la mañana de ayer un responso dedicado al familiar de un amigo que el sacerdote llenó de unas metáforas que nos conturban siempre, a pesar de que estamos acostumbrados a leer la muerte en los textos de los poetas, y no escucharla de la boca de los predicadores: «El problema de un muerto / es su lugar en el pasado. […] Al muerto le preocupa ese lugar / que sólo podemos reconocer / en el momento en que la brisa murmurante / le da vuelta a la página o en el gesto / de los perros amarillos de la ciudad; / esos perros que buscan su lugar, sin encontrar / más que mendrugos de vida, instantes / de distracción y ojos abiertos, / minutos esmaltados / por una piedad irreflexiva». De Canciones de la vida común (México, K Editores, 2018), y los versos del poema de mismo título que en esta soberbia antología están en las páginas 301 y 302, y que continúa hasta «Fantasmas en los árboles» (pág. 303). 

martes, octubre 04, 2022

Trilcien

«Trilce se empezó a escribir en 1918; la mayor parte del libro fue escrita en 1919 y los últimos dos poemas en 1922. La edición príncipe, impresa en los Talleres de la Penitenciaría de Lima, fue de 200 ejemplares y empezó a circular en octubre de 1922. Constaba de 121 páginas de texto y XVI de prólogo, escrito por Antenor Orrego. Llevaba en la portada un retrato a lápiz de Vallejo debido a Víctor Morey. El precio fue de tres soles. La edición, de autor, le costó a Vallejo 150 soles». Transcribo estas palabras de la «Nota sobre esta edición» de Julio Ortega en la suya de Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra, que es una de las que utilizo por mayor estimación en mis clases, el espacio en el que he podido comprobar que la poesía difícil llega a jóvenes que comprenden la dimensión de un poeta tan grande. Es posible que algunas de mis alumnas simulen y me digan lo que quiero escuchar cuando les pregunto y me responden que el hermetismo de Vallejo en Trilce es deslumbrante. Creo que no, que algo con garra les ha llegado. Salvando las distancias, hace poco me saludó una alumna del pasado curso y me dijo que había releído en verano una de las obras de la asignatura de la que ya se examinó y aprobó con buena nota. Era del siglo XVIII; lo que también resulta deslumbrante. Si mis alumnas se esfuerzan con los versos del de Santiago de Chuco para ganarme, yo estoy contento.  Igual que cuando leo a alguien importante que habla de Trilce y de Vallejo. Uno siempre encuentra ecos en los medios de lo que íntimamente le interesa. No hace mucho, Sergio Ramírez en un artículo en El País escribió cosas tan ciertas como que César Vallejo fue un «adelantado que descoyuntaba las palabras, trastocaba la sintaxis, creaba neologismos, convertía los verbos en sustantivos, despellejaba el lenguaje hasta dejarlo en carne viva, porque su propósito no era espantar a los incautos con novedades provocadoras, un simple juego pirotécnico donde lo que importara fuera el artificio, sino calcar sus amargas experiencias de vida, la soledad y el sufrimiento. Un espejo oscuro en el que cada uno llegara a encontrar su propia claridad, y con el que revelaba la pesadumbre de la intimidad: la muerte reciente de su madre; una pena amorosa que pareciera de letra de bolero, porque su amada se alejaba de él, enferma de tuberculosis; la injusticia de la cárcel que no hacía sino revelar la injusticia social de un país estructuralmente injusto». Cien años y muchas maneras de acercarse a la lectura de un libro así. Tan incierto al salir hace un siglo y tan imponente hoy. «Si lloviera esta noche, retiraríame / de aquí a mil años. / Mejor a cien no más. / Como si nada hubiese ocurrido, haría / la cuenta de que vengo todavía» (XXXIII).