«estamos en la época de la impudicia, del espectáculo gratuito» (Iris M. Zavala)
Domingo, 12. De Resurrección. El otro día no tuve reflejos. A la hora de los aplausos, un vecino salió al balcón con la túnica y la capucha negras de una de las cofradías más antiguas de Cáceres que tenía que haber procesionado a media noche. Tenía una foto, la verdad; pero se me pasó hacérsela. Estas tardes, si no tengo música en casa, se escucha la de las cornetas y tambores que debe salir del televisor en el que supongo que mi singular vecino revé los desfiles de otros años. Y aventuro, a pesar de su cacereñismo, que también visiona grabaciones de las procesiones del Cristo del Gran Poder de Sevilla o la del Cristo de la Buena Muerte de Málaga; igual que en verano, como buen aficionado a los toros, pone a todo volumen alguna corrida televisada, desde la Semana Grande de San Sebastián a la Feria de Albacete. Ayer sábado se vino arriba y bajó a la puerta de su casa y aplaudió desde la calle vestido con uno de los hábitos —el rojo y blanco— de la cofradía del Cristo de las Batallas. Tampoco le hice la fotografía. Hoy no ha salido, y eso que por esta calle esta mañana tenía que haber pasado la mitad —la comitiva de la Virgen de la Alegría— de un popular desfile que se completa con el encuentro en la Plaza Mayor con el Cristo Resucitado. Domingo de Resurrección. Domingo de muerte real, desgraciadamente. Hoy, seiscientas diecinueve muertes de verdad. Anteayer, la de la estudiosa puertorriqueña de la literatura y la historia españolas Iris M. Zavala, que falleció a causa del coronavirus. Dice la esquela que publica hoy El País que ha fallecido «a la edad de ochenta y cuatro años, en un lluvioso Viernes Santo, como su admirado César Vallejo». Y sobrecoge también leer que su «despedida tendrá lugar junto a sus amigos y allegados cuando las circunstancias lo permitan». Iris M. Zavala poblaba las bibliografías de los estudiantes de Filología que éramos en los ochenta, desde cuando data mi conocimiento de sus muchos escritos, muchos de ellos controvertidos. Los más destacados de aquel entonces, su colaboración en la Historia social de la literatura española, junto a Carlos Blanco Aguinaga y Julio Rodríguez Puértolas, que publicó la editorial Castalia en 1978, o el volumen dedicado a Romanticismo y Realismo, quinto de la Historia y crítica de la literatura española dirigida por Francisco Rico, de 1982. He cumplido con una de mis costumbres: recortar la esquela del periódico y dejarla, para el correr de los años, entre las páginas de uno de los libros de la persona fallecida. Lástima.
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