martes, abril 28, 2020

Diario de estos días (XLVII)

«Pero duro, resisto, no me entrego a lo triste» (Gabriel Celaya)

Martes, 28. Uno está solo; pero no aislado. Y menos, blindado. Habrá quien evite escuchar las noticias que de ahí afuera traen tragedias y desvaríos, y se me antoja bien difícil comprender que eso sea un logro. Hay días en los que lo más cerca que estoy de cierto ajenamiento es cuando doy clases; pero solo por estar concentrado. Uno es consciente —también antes de que todo esto ocurriese, cuando nos juntábamos sin reparo en un aula— de que tiene delante vidas y circunstancias individuales de las que no cabe abstraerse como hace un actor ante su público, siempre querido pero siempre colectivo. No, la clase es la clase, con nombres y apellidos de aquí y de allá que a final de curso siempre se acomodan en un orden alfabético que teníamos asociado a las listas con las notas, hasta que la protección de datos ha convertido todo en una torre de números de identidad. Una alumna que el otro día me escribió para decirme que tenía problemas de conexión a las clases me dice hoy que ha dado positivo en coronavirus. Me he quedado de piedra. Ese día le dije que no se preocupara, porque hay otros medios para comunicarnos e intercambiar tareas, que la programación prevista de entrevistas orales para evaluar las lecturas del curso podría cumplirse por sesiones de videoconferencia; pero que, cuando no fuese posible, también podríamos recurrir a una llamada telefónica de fijo a fijo. Que lo importante era tener el canal abierto para que mitiguemos las consecuencias que esta situación pueda tener en su formación y en el seguimiento o evaluación de su trabajo y el de sus compañeros; que, aunque el estado sea de alarma, no hay que alarmarse; que estuviese tranquila en todo lo que a mi asignatura se refiriese. Ahora la preocupación es otra. Le he mandado mucho ánimo y le he pedido que se cuide todo lo posible. Recuerdo que en los primeros días de este largo encierro una persona cercana me dijo que tenía síntomas. Luego no fue nada más que un malestar pasajero. Anoté en mi cuaderno que ojalá aquella fuese la última vez que alguien querido me contase algo así. Así no ha sido. Como tampoco ha sido que más malas noticias de afuera hayan penetrado en casa. Quedo a la espera. Aquí, como desde hace tanto. Solo; pero no aislado.

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