martes, noviembre 30, 2021

Glorias de Zafra (XXV)

Murió la última tarde de noviembre de hace cinco años. He pensado en ella esta mañana mientras desayunaba en una cafetería de la calle Almagro de Madrid que me trae buenos recuerdos, que son los que deben imponerse cuando uno evoca a la madre que lo parió. El asombro que ella mostraba al teléfono —tan expresiva, y con un por dios siempre en la boca—, cuando le decía por la mañana que estaba lejos y por la tarde que acababa de llegar a casa, lo he recordado hoy a la misma hora de otro aniversario de su muerte. Y casi la misma sensación y el por dios por escribir ahora sobre ella después de pasar veinte minutos en el metro observando a la gente mirar sus teléfonos sin reparar en casi nada más, que no es poco, coger el coche y volver. Ya en casa, retomo lo anotado hace semanas —una ocurrencia— para recordarlo esta última tarde del mes de noviembre. Fundir en uno varios apuntes en los que ella sale, y que no sé si saldrán otra vez en algún otro momento. Tienen sus títulos: Tortilla francesa. Lo que ponderaba mi madre cuando le hacía una tortilla francesa era lo único que se puede en algo tan sencillo. La forma de presentación que yo le ponía en el plato. Nada más. La vista. «Estás forzando la vista» —me decía mi madre. Lo mismo que yo he dicho muchas veces a mis hijos cuando leían con poca luz al caer la tarde. Hoy me he acordado de eso porque estaba leyendo casi a oscuras, confiado en que la claridad de la pantalla del ordenador me iluminaba. Mal hecho. Razón tenía. Un apunte. Fue mi madre la que me inculcó este trastorno. Tener la casa lista, no dejar nada sin recoger, y la cama hecha por si llegase una visita. Estar aseado y con la ropa interior limpia por si surgiese una urgencia médica. Eso era muy importante. Hay gestos. Hay gestos de mi madre que recuerdo con inusitada viveza. Mirar en mi cuaderno rojo, h. 15 v. Al volver de Madrid hoy, he consultado en ese cuaderno y aquellos gestos eran pelar una cabeza de ajos entre las manos, enharinar unas albóndigas y batir unos huevos, cuando ya nada de eso podía hacer y solo podía ofrecerme su ayuda emparejándome los calcetines. Un puñadito de gestos domésticos para representar lo que pervive. Me acuerdo de tanto.

sábado, noviembre 27, 2021

Roma en Madrid

Pude estar en la primera presentación de este libro en Roma gracias a una feliz coincidencia. El pasado martes 23 de este mes se presentó en Barcelona, con la participación de Gonzalo Pontón Gijón y Domingo Ródenas de Moya, en la Librería La Central del Raval. El próximo lunes 29 se hará en Madrid, en la Librería Rafael Alberti (C/ Tutor, 57. 19.00 horas), con la participación, además del autor, de J. Ignacio Díez Fernández, catedrático de literatura española de la UCM. La edición de Luigi Giuliani de Roma, peligro para caminantes (Ediciones Cátedra, 2021) tiene una metodología crítico-genética y, como dice la primera nota de la introducción, hay que entenderla como un avance en síntesis de lo que es una investigación que —creo que con buen criterio— su autor ha querido trasladar a un futuro libro —anunciado como Filigranas romanas. En el taller de Alberti— con todos los materiales, y ofrecer a los lectores ahora un texto muy cuidado y anotado, unos preliminares no excesivos, unos criterios de edición precisos y una información bibliográfica pertinente. Lunes 29 de noviembre. Librería Rafael Alberti de Madrid (C/ Tutor, 57), 19:00 horas. Espero estar allí.

jueves, noviembre 25, 2021

El tiempo ileso

Es el título del único poema de este libro de Carlos Medrano dedicado a alguien en el mismo texto, sin contar el «homenaje» a los hermanos Machado. Se trata de Ángel Campos Pámpano. Su nombre vuelve a ser mencionado en el «Epílogo» y son varias sus obras citadas por el autor de este brillante Entorno claro (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2021), que he leído un día tan señalado como el de otro aniversario de la muerte de un amigo.

domingo, noviembre 21, 2021

Torquemada

«Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumió en llamas; que a unos les traspasó los hígados con un hierro candente; a otros les puso en cazuela bien mechados, y a los demás los achicharró por partes, a fuego lento, con rebuscada y metódica saña». Este es el punto de partida del regalo que un reducido grupo de espectadores recibimos anoche en el Gran Teatro de Cáceres. Es el comienzo de la primera de Las novelas de Torquemada de Pérez Galdós, la tetralogía adaptada sabiamente en un texto de Ignacio García May llevado a la escena bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente e interpretado por un magnífico Pedro Casablanc. Me pareció admirable el trabajo de condensación en cuatro piezas —subtituladas con luminosos— que se corresponden con las partes de la serie novelesca conformada por Torquemada en la hoguera (1889), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el purgatorio (1894), y Torquemada y San Pedro (1895). Se recorren de principio a fin sostenidas por un único y grandísimo actor que interpreta al cerdo usurero, a la trapera tía Roma, a Rafael, el ciego hermano de Cruz del Águila, a esta, y al misionero Gamborena de la última entrega en la que se nos cuenta la caída del personaje. También el público se encuentra al actor, que hace de tal, de quien muestra con diferentes caras una estampa biográfica dramática y dispone los elementos esenciales para ello, se disfraza, se mueve para decir. Yo no creo que haya que justificar llevar a escena un espectáculo basado en unas novelas del siglo XIX relacionándolo con las fake news o con los tiempos modernos y su liberalismo económico, como he leído por ahí. No creo que sea necesario cuando lo único que vale es sentarse en el patio de butacas —casi vacío ayer— y recibir una portentosa interpretación de un actor soberbio enmarcada en un buen montaje sobre unas excepcionales creaciones literarias de nuestra historia, recordadas el pasado año con motivo del centenario de la muerte de su autor. Sentí que fue un regalo y una lección; que estaba casi en la primera fila de un aula en la que un profesor nos daba una clase magistral de teatro. Hasta el final de todo, porque el poco público entusiasmado que ayer aplaudía en pie paró para que Pedro Casablanc, desde el proscenio y haciendo de nuevo de sí mismo, agradeciese la asistencia, en una noche en la que el teatro estaba «casi vacío» —¿cincuenta butacas ocupadas?— y las calles de Cáceres llenas de miles de personas que deambulaban y consumían en uno más de los mercados callejeros medievales o de las tres culturas de decenas de ciudades españolas. Alguien me dijo al terminar la función que la gente que vio esa mañana o esa tarde a Pedro Casablanc paseando por el mercado creyó que el evento era tan importante como para atraer a un famoso. ¡Ay!, pocos sabían que el actor estaba en Cáceres para regalarnos por dieciocho euros lo de ayer.

jueves, noviembre 18, 2021

Timoteo Pérez Rubio

Qué gran recibimiento fue recoger de mi despacho el jueves pasado el catálogo de más de trescientas páginas Timoteo Pérez Rubio. Poeta-pintor en Brasil: soledad, amor y melancolía, obra de José Luis Bernal Salgado, Jesús Ureña Bracero, Guadalupe Nieto Caballero y Ana Alicia Manso Flores, los componentes del Proyecto de Investigación «El fondo literario de Timoteo Pérez Rubio», del Plan Regional de Investigación de la Junta de Extremadura que no permite que ningún experto internacional que no tenga partida de nacimiento extremeña pueda participar en sus proyectos. Ni como invitado, figura que no se contempla. A pesar de todo, y por el interés y las ganas de quienes lo han sacado adelante, ahora estamos ante un resultado espléndido, que este domingo pasado, catorce, en el MEIAC —no había nadie más conmigo que el personal de sala—, pude recorrer para ver los originales de los manuscritos, los óleos, los mecanoscritos o los dibujos como bocetos que ya vi, con otra intensidad, en el libro publicado. En el catálogo y la exposición se han acoplado la Junta de Extremadura, la Universidad de Extremadura y el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, que ha mantenido el afán que su llorado director Antonio Franco puso en este empeño de ofrecer esta imagen del pintor-poeta Timoteo Pérez Rubio, que, gracias a esto, se nos presenta de una manera nueva, íntima y humanamente nueva. La revelación de que estamos ante un pintor y un poeta fundamentó todo este proyecto que, en su manifestación como catálogo de una exposición, abre la introducción del libro y los acercamientos previos a la obra poética de quien es más conocido por su pintura. Por eso, «La poesía de Timoteo Pérez Rubio» ocupa como sección principal el libro-catálogo, que se cierra con unas conclusiones como balance de «una dedicación secreta», con todas sus costuras, que invito a indagar en la bien montada exposición o en el volumen impreso que la complementa. Sobre los anexos tengo el reparo de que deberían haber formado parte del texto principal, que debería haberse impuesto la tarea de edición sobre la de catálogo de una exposición. Eso me parece, pues encontrar las «Conclusiones» en la página 129 de un libro de trescientas veintiocho páginas dice que los llamados «anexos» ocupan más y son casi más importantes, pues contienen los poemas de Timoteo Pérez Rubio, además de la cronobiografía y una muestra de las obras del protagonista de una «narrativa de lo propio», en palabras de Antonio Franco. Eso lo asume Rocío Nicolás Blanco en unas páginas —las únicas firmadas de todo el volumen— que son la crónica de la relación entre el MEIAC y Timoteo desde 1996, como si fuese uno de los nombres principales de la historia de un museo de arte contemporáneo. Sostengo, por eso, que lo principal de esta muestra son los poemas —y lo que implican— de Timoteo Pérez Rubio, además de otros textos desconocidos que dan significado a este proyecto de investigación y a sus resultados en esta muestra y en este volumen admirables. Qué bien. Felicidades.

José Luis Bernal Salgado, Jesús Ureña Bracero, Guadalupe Nieto Caballero y Ana Alicia Manso Flores, Timoteo Pérez Rubio. Poeta-pintor en Brasil: soledad, amor y melancolía. Badajoz, MEIAC-Servicio de Publicaciones de la UEX, 2021.

jueves, noviembre 11, 2021

Cristina Peri Rossi

Ayer concluyó mi viaje a Perugia con una vuelta apacible, desde la capital de Umbria a Roma, y desde allí a Madrid, que, para los de provincias, nunca es estación término, y desde la que hay que poner un poquito más de afán en llegar. En el trayecto por la A-5 hasta casa, sonaba Radio Nacional de España y El ojo crítico, que, desde que adelantaron su hora, lo escucho muy poco. Ay, con lo que yo he sido. El Ministro de Cultura y Deporte daba una rueda de prensa en la que se le sintió algo juguetón por revelar un nombre que nadie sabía en una noticia esperada («And the winner is…»). Cristina Peri Rossi. Confieso que cuando Laura Barrachina, la presentadora y directora del programa, dijo al comienzo que iban a dar la comunicación del fallo del Premio Cervantes de 2021 en directo se me vinieron a la cabeza dos nombres, el de Cristina Peri Rossi y el de Darío Jaramillo Agudelo. Cuando Miquel Iceta pronunció el nombre de la escritora no pude evitar mi entusiasmo y dije —al conductor y a otra pasajera que recogimos en Carabanchel— que yo había dado clases sobre ella en Perugia, que era uruguaya y que tenía casi ochenta años, que son los datos que los que no han leído nada de Cristina Peri Rossi agradecen mucho, y que, después de la extrañeza, además, se alegran por ti. Fue estupendo escuchar a la otra pasajera, después de que la premiada dijese que no sabía cómo podría hacer el discurso de recepción del premio el próximo 23 de abril en Alcalá de Henares: «—¿Cómo no va a saber, con lo bien que escribe?». Los tres ocupantes del vehículo aplaudimos con gestos de cabeza. La revista Quimera dedicó su especial del número 447 (de marzo de este año) a Cristina Peri Rossi y he releído hoy algunas cositas. Hoy, que mi quiosquero me ha regalado el 455 (noviembre 2021), dedicado, nada más ni nada menos, que a Augusto Monterroso, que aparece en portada junto a un tipo que parece recriminarle que escriba tan poco y que debe de atender por las iniciales J.R. Qué rarezas. Como soy dado a ellas, se me ocurre ahora que las de Cristina Peri Rossi coinciden con Cuaderno, Perugia y Regreso. Sea.



martes, noviembre 09, 2021

Cuaderno de Perugia (XXI)

Otra de mis desacostumbradas experiencias en todos estos días ha sido mirar a lo lejos desde la ventana y alcanzar con la vista un extensísimo paisaje que incluye la línea del Monte Subasio, la población de Assisi, otros núcleos que no reconozco, quizá Spello…, unos perfiles de un verde intenso y un cielo enorme con unas tonalidades y variaciones que me han procurado naturalísimos espectáculos diarios. Un momento especial ha sido en el resurgimiento del día, como diría Borges. Anoté en mi cuaderno «Mis amaneceres en esta ciudad» sin pretensión alguna de hacer una serie de fotografías o escribir sobre ello, tan solo como el registro de una emoción. Ahora confieso esta necesidad de apuntarla, aunque sea así de torpemente; pero con el convencimiento de que me aprovecha y llena estas horas de despedidas. De personas y de lugares. Hoy mismo he vuelto por mi despacho en el Palazzo Meoni y me he quedado contemplando la majestuosa Piazza IV Novembre, que fue el primer escenario diurno que me recibió en Perugia. No sé si concluirá aquí este cuaderno. De lo que estoy seguro es de que lo último que escribiré será la reseña de mi estancia en la página de la empresa con la que contraté esta confortable casa en una calle del centro histórico que, ahora que yo me voy, acaban de asfaltar y ya no resulta tanto peligro para caminantes.



lunes, noviembre 08, 2021

Cuaderno de Perugia (XX)

No he podido evitar bajar hasta la primera entrada publicada de este cuaderno, en la que aludía a la fascinante discoteca que ha llenado de música tantas horas aquí en casa durante casi cuarenta días, si no cuento los cuatro o cinco que dormí fuera de Perugia. Desde mi primera mañana de lunes fui anotando en mi cuaderno de papel títulos, nombres y fechas, con más o menos detalles, algunos de los cuales mencioné aquel viernes primero de octubre en mi primer apunte. Ahora: João Gilberto, Live at Umbria Jazz. En el Teatro Morlacchi, por donde tan cerca he pasado tantos días, julio de 1996. Carl Maria von Weber, Concerti per clarinetto. Andrew Marriner, al clarinete. Academy of St. Martin-in-the-Fields. Dirigidos por Neville Marriner. Otra vez João Gilberto, pero en el Carnegie Hall de Nueva York, en octubre de 1964. Sábado 16, qué disco genial: Galleria del Corso, de Gianni Coscia (acordeón) y Renato Sellani (piano), de 2003. Lo he escuchado varias veces y lo he puesto ahora nuevamente mientras escribo. Tengo que salir el miércoles temprano hacia Roma. Pondré las llaves sobre la mesa antes de cerrar y me gustaría dejar sonando este disco en directo que comienza con una pieza que se titula «Non dimenticar le mie parole», del milanés Giovanni D’Anzi, y sigue con una espléndida versión de la conocida «Las hojas muertas», de J. Kosma, que cierran con unos acordes de «Bella Ciao» recibidos con aplausos. George Benson, guitarra. Un disco de 1984, con Herbie Hancock, Ron Carter, Billy Cobham y otros. Sorprendente: Il canto de malavita. La musica della mafia. Anniata Media, 2003. Miércoles 27, los tres discos de Norma, de Bellini. Con Montserrat Caballé, Fiorenza Cossotto, Plácido Domingo, Ruggero Raimondi… Londres, Philarmonic Orchestra. Direttore: Carlo Felice Cillario, 1994. Ni noticia de este guitarrista brasileño que murió en Roma en 2017: Irio de Paula, Ainda Sozinho, 2004. Podría seguir. Cierro con la composición fotográfica de uno de los elepés que he tenido a los pies de mi mesa durante estos días, My Favourite Songs —the last great concert—, de Chet Baker, grabado en directo en un concierto en Hannover en agosto de 1988, y una grabación más moderna de The Italian Sessions que sí he podido escuchar en mi reproductor Sony que suena muy bien. Lo que más destaca de la música que hay es la cantidad de guitarra, clásica, moderna o flamenca, y la enciclopedia sonora que representa toda esta música brasileña —he escuchado cosas que me parecen inéditas, como Marisa Monte, Jacob do Bandolim, el Trio Madeira Brasil, Pedro Amorim o Raphael Rabello, «el mejor guitarrista de Brasil», de mi quinta, muerto a los treinta y dos años… Gracias a estar aquí los he conocido a todos; gracias a estar en la casa de un experto en música brasileña, que tiene también libros sobre ello, un guitarrista, además, de siete cuerdas, del que me llevo de regalo un disco en el que toca acompañando a Selma Hernandes, Encontros (Enthropya, 2005), otro descubrimiento. Estimulante.

Cuaderno de Perugia (XIX)

A mis sobrinos María José y Luis R.

Pasé ayer buena parte del día en otro de los lugares espectaculares que he visitado durante mi estancia en Italia: Spoleto, otra joya en un cerro con maravillas medievales y renacentistas, y muchos restos romanos y prerromanos. No me llevé mi guida del Touring Club, pero he comprobado ahora que su propuesta de itinerario coincide con el que yo intuitivamente hice, comenzando por la iglesia románica de San Gregorio Maggiore, del siglo XII, que está abajo, como primera parada de una subida que, a pie, es una delicia, hasta lo alto del monasterio y la iglesia de San Giacomo, con la fastuosa etapa intermedia en el Duomo. Justo ahí, antes de bajar la ancha escalinata que conduce a la postal, volví a lamentar no poder acompañar a mis seres queridos en otro mal trance por estar tan lejos. Paseé por la ciudad antes de ir a comer, y, por curiosidad, bajé a conocer el sistema mecanizado que recorre la ciudad subterránea y permite desplazarse y salvar tantos desniveles. Me admiro ante estos avances; pero no pueden sustituir el gozar de la superficie de esta ciudad que invita al callejeo, a pesar de las cuestas. Es lo que hice luego, cuando salí de la ingeniería. Y lo que debí seguir haciendo si no hubiese cometido un error de libro, y, en lugar de ejercer de turista y comer al paso, como en el ajedrez, y seguir mi ruta, meterme en uno de los mejores restaurantes de Spoleto, situado en lo que fue un antiguo convento franciscano del siglo XIII, y junto a la iglesia de Sant’Apollinare, de donde toma su nombre, que uno no debe confundir con el del padre del surrealismo. Que es lo que quizá pudo pasarme cuando me senté a la mesa del que puede ser el restaurante más lento de Italia. A lo mejor es que todo lo hacen bien, y, verdaderamente, todo está bueno; pero no es de recibo esperar tanto entre un movimiento y otro. La bebida pedida tardó en llegar quince minutos, después de reclamarla; la comida treinta…, sin detalles —bueno, sí, un bacalao croccante con espinacas y una salsa de tomate exquisita. Surrealista. Nunca había leído tanto en el teléfono entre un plato y otro. Hasta que me resigné a perder dos horas, de las pocas que tenía, por comer; cuando mi viaje consistía en tener otros disfrutes. Estuvo bien, en cualquier caso, y lo escribo. En el andén de la estación de Perugia, antes de salir hacia Spoleto, me extrañó ver a la policía pedir la documentación a los viajeros que esperábamos la llegada de nuestro tren. Cuando le entregué mi carné a uno de los dos agentes, le dije que era español y me respondió amable que la signorina también. Era una chica con una gorrita de marinero y una cámara réflex de Canon colgada al cuello que un instante antes que yo había entregado al policía su identificación. Hicimos el viaje juntos hasta Foligno, dos paradas antes que la mía. Es estudiante de tercer curso de Filosofía pura en Granada, y va a estar todo este curso en Perugia de Erasmus. Y me acordé de mi amiga de Málaga, que pasó su Erasmus hace años aquí en Perugia. Fue la que me dijo el otro día que no volviese a España sin ver Gubbio. Otra vez será, Montse, porque fui a Spoleto.

sábado, noviembre 06, 2021

Cuaderno de Perugia (XVIII)

He salido de La Feltrinelli de Corso Vanucci con varios libros, y uno de ellos este, que me ha llamado la atención: Antonio Castronuovo, Dizionario del bibliomane. Palermo, Sellerio editore, 2021. No conozco a su autor; pero el asunto me interesa y siempre es un acicate para llevarse de Italia un libro que su colofón sea de noviembre de 2021 y que uno tenga casi la seguridad de que no habrá edición en español cuando llegue a España. Quizá sean síntomas, solo síntomas, de una de las patologías de las que trata el volumen: bibliofilia, bibliomania, bibliolatria, bibliofagia... De todas, y otras variantes, recogidas de la A a la Z en este libro que será uno más de los que tengo que hablan de lo mismo; aunque este tiene muchas referencias italianas que no conocía, como la de Gaetano Burgada, Libri rari. Milano, Mondadori, 1937. No es ninguna novedad que en la A se encuentre una entrada —«Anti-biblioteca»— en la que se habla de los libros no leídos y de esa recurrente pregunta de quien llega a una casa con muchos: «Li ha letti tutti?» (pág. 25), que merece otra entrada en la L: «Letti tutti?» (págs. 251-252). Tampoco es nuevo —quizá demasiado banal ya— que se dedique otra entrada a los libros que se prestan —«Prestar un libro es un acto de fatal imprudencia», traduzco mal de pág. 162— y que en otra se recuerde el aforismo francés de que un libro prestado es con frecuencia un libro perdido y siempre un libro arruinado, que se recoge en otro lugar (págs. 423-426) en el que se me da otra referencia que desconocía: Filippo Di Benedetto, Del prestare libri (1996). Por mí, bien. Yo sigo enredando con el libro que he comprado en un centro muy visitado hoy, sábado radiante, con visita al Museo dell’Accademia di Belle Arti de Perugia, en una espaciosa Piazza di San Francesco con el Oratori di San Bernardino como antesala. 



viernes, noviembre 05, 2021

Cuaderno de Perugia (XVII)

Esta mañana he dado mi última clase y me he despedido de mis alumnas, aunque seguiremos en contacto y seguirán trabajando para enviarme un ensayo sobre una parte de los contenidos del curso. Muy ceremonial, he recogido los papeles que traje en una carpeta, he salido de la habitación y los he llevado a la maleta que haré en tres o cuatro días para volver a casa, simulando una suerte de ritual simbólico de la misión cumplida y de lo fugaz del tiempo. No voy a hacer ningún balance hasta que quien sea me pida una cuenta de resultados que, en términos académicos, es sobresaliente, con perdón por entenderlos en mi propio beneficio. En mi cuaderno del viaje, iniciado antes de partir, anoté el nombre de Marco Paone, a quien iba a encontrar aquí. Le conocí en mayo de 2017 en Cáceres, cuando él estuvo con una estancia del Programa Erasmus, y fuimos juntos a una lectura de poemas de Irene Sánchez Carrón en la Biblioteca Central. A Marco le interesa mucho la poesía contemporánea. Él se doctoró poco después en la Universidad de Santiago de Compostela con una tesis que trató las antologías de la poesía italiana en español en la segunda mitad del siglo XX, en España y en Argentina, y con ejemplos también de la primera década del presente siglo. Fue un placer reencontrarnos en Perugia, cuando comimos con Luigi y probé la coratella —higadillos de cordero— en «Al mangiar bene», en el centro histórico. Ayer volvimos a quedar Marco y yo, que quería llevarme a que conociese un sitio de comidas que está en el lago Trasimeno y, de paso, visitar algún borgo entre los muchos bonitos que hay por la zona. Probé una de las tortas al testo más famosas de aquí —La torta d’la Maria / è la più bona che ci sia, se lee en un cartelón en el aparcamiento junto a la carreterita de acceso— y también el pescado del lago, persico, que es perca, frita y rebozada, muy gustosa; pero, nuevamente, demasiado abundante para mi mal saque. Marco me llevó luego a Monte del Lago, un pueblito desde cuyas calles se puede contemplar el agua y da la sensación de que uno se encuentra en una ciudad costera al borde del mar. En realidad, un lago que parece un mar, como llegó a parecerme cuando pasé por la autovía en dirección a Pisa el sábado nueve del mes pasado. Del mes pasado, sí. Paramos luego en Corciano, al lado de Perugia, que me encantó. Allí tomamos café y paseamos un rato por sus calles estrechas y limpias, como si de un decorado se tratase, a tan solo once kilómetros de este otro decorado más bullicioso y más monumental que me ha amparado en este tiempo.

jueves, noviembre 04, 2021

Cuaderno de Perugia (XVI)

Ayer fui al cine. Vi Madres paralelas, de Pedro Almodóvar, doblada al italiano y sin subtítulos. La experiencia de ver una película española así, en un vetusto y encantador local del centro de Perugia cuyos accesos me parecieron de cine de verano, me resultó más sugerente que la última entrega del galardonado cineasta manchego; porque añadió a lo que vi otro gusto al que casi siempre he tenido con las obras de Almodóvar, que no pierde su capacidad de enamorar con encuadres y fotografías, y que en este caso pone en pantalla —junto a notas ancilares que en otros momentos de su cine han sido centrales— asuntos de importancia crucial ahora —todavía— como la recuperación de la memoria histórica, con un Federico García Lorca como símbolo. Es muy importante que una voz tan internacional —lo noté anoche cuando vi al público que salía del Cinema Zenith de la sesión de las cinco y a una parte del que entraba a la sesión de las nueve y media— muestre una realidad aún candente, e incómoda para algunos, que deberíamos sin ningún complejo incorporar a la imagen de esta España contemporánea. A unos les gustará más que a otros cómo lo ha mostrado Almodóvar en esta obra; pero lo importante es que lo ha incorporado en esta ocasión a su modo de interpretación de las relaciones humanas. Vi la película con una pareja italiana. Ella, que ha visto toda la filmografía del español y lo tiene como su director favorito, salió muy satisfecha. Él se fijó en Penélope Cruz —que a mí me pareció muy bien doblada, como Rossy de Palma; bueno, como todos—y en cómo puede pasar de una belleza celestial a otra terrenal, y después, combinarla con un desaliño admirable por natural. Gran actriz. Cada día me gusta más esta ciudad en la que a una hora tardía, aunque no excesivamente tardía, te reciben con una sonrisa en una pizzería cercana al cine, que fue nuestra disculpa por llegar tan tarde a cenar una pizza de medio metro —la nuestra de ½ metro misto— una especie rectangular —de la que pongo foto al pie— que combina tres tipos de pizzas a elegir dividida en quince porciones —cinco por persona, pues éramos tres— que no hace falta decir que no llegamos a terminar por culpa de esta pronta saciedad mía que me permitió llevarme varios trozos a casa. Con mi caja cuadrada en la mano me despedí de quien nos recibió con unas gracias en portugués. Creí entender que era brasileña. Además de muy amable.



martes, noviembre 02, 2021

Cuaderno de Perugia (XV)

Vine a Perugia porque me dijeron que mi colega, un tal Luigi Giuliani, vivía aquí. Es broma; pero el original de esa frase, en serio, ha sido una de las claves de mi estancia docente en esta Universidad de Perugia (Unipg). Casi en sentido estricto, mis clases de Literatura Hispanoamericana empezaron por ahí y nos ocuparon un tiempo suficiente para el entusiasmo sobre una cumbre de la literatura universal, y mi conocimiento de la recepción de Rulfo en un país como Italia. Por eso me llevo de regalo la más reciente traducción de la novela de Rulfo al italiano: «Venni a Comala perché mi avevano detto che mio padre, un tal Pedro Páramo, abitava qui» (Juan Rulfo, Pedro Páramo. Traduzione di Paolo Collo, rivista e aggiornata. Prefazione di Ernesto Franco. Torino, Einaudi, 2014). Me la dio el otro día una alumna, Marianna, que trabajó precisamente sobre las versiones al italiano de la novela, y concluye que la de Collo es la mejor por el momento. No lo había contado todavía y, ahora que me queda solo una semana aquí, lo escribiré. He venido a Perugia para dar clases en remoto. Los primeros días, desde el Palazzo Meoni, que es una de las sedes docentes del Dipartimento di Lettere, Lingue, Letterature e Civilità Antiche e Moderne que me ha acogido, desde el Aula A, muy señorial, una en las que la Unipg ha instalado un sistema de videconferencia con pantalla grande y webcam que permite seguir la clase desde el aula o desde casa. Desde mi casa aquí seguí dando el resto de clases en cuanto me restituyeron los del servicio técnico de Apple mi ordenador, que entró en crisis durante un par de días y al final no fue nada. Como yo no he tenido más que tres alumnas que han preferido conectarse —por razones de trabajo, familiares o geográficas, pues creo que una de ellas vive en Senigallia, en la costa adriática—, no he tenido la oportunidad de dar una sola clase presencial. No empaña el disfrute de estar en esta Universidad. Bueno, sí. Sí que empaña; pero qué se le va a hacer. Ya habrá ocasión de volver —ojalá— en otras circunstancias. Con mis alumnas de mañana, Anna e Ilaria, seguiré leyendo buena literatura en español, un idioma que ellas hablan muy bien, y una literatura que les interesa, y se nota en nuestras clases. Qué privilegio. Aunque no sea del tema, casi como nota al margen, en lo que queda quiero que leamos «Pierre Menard, autor del Quijote», el relato de Borges. Mañana aquí baja un poquito la temperatura. Quizá llueva.

lunes, noviembre 01, 2021

Cuaderno de Perugia (XIV)

Hoy, como en tantos países de tradición cristiana, aquí también es fiesta nacional (Ognissanti), y, como en tantos, ayer había muchos niños y niñas vestidos por halloween por unas calles cuyos escaparates mostraban señales de la presencia de esta moda norteamericana que tiene tantas conexiones con nuestras creencias atávicas y nuestros ritos vinculados a lo estacional, a la naturaleza y a la subsistencia. El otro día, mientras volvíamos en tren a Perugia, vimos un par de campos deportivos, y en uno de ellos había unos chavales jugando al fútbol con su indumentaria habitual, y algunos con una capa corta negra. Vivimos rodeados de signos externos de lo que somos en cada momento, como la costumbre aquí de celebrar la laurea (de grado o de máster) con la familia y con las amistades y pasearse por la ciudad con una corona de laurel sobre la cabeza. Parece ser que hay más partidarios de esta celebración que detractores, como en España, en donde no hay corona, pero sí la beca o el ridículo birrete. Igual que hay división de opiniones, según leo hoy en la prensa (La Repubblica, pág. 29) sobre el menú sin precio o ciego (blind menu, escribe el periódico) que en algunos restaurantes ofrecen a las mujeres que acuden invitadas. Un gesto de caballerosidad, dice Rossella Cerea, de una familia que regenta un prestigiado local con tres estrellas Michelin cerca de Bérgamo, en Brusaporto; una muestra de respeto hacia el comensal. La comensal, añado. Todo lo contrario, una falta de respeto y un anacronismo, para el maître Alessandro Pipero, con otra estrella Michelin en Roma, que añade que está obligado por ley a mostrar los precios, y que se pregunta que, si la mujer puede leer los precios fuera del restaurante, ¿por qué no dentro? Parece que la «polémica» se ha difundido gracias a un comentario —en contra, claro— de Agustina Gandolfo, una modelo «fashion blogger» que es la novia del futbolista del Inter de Milan Lautaro Martínez. Por lo que he deducido de la crónica, esto solo pasa en los restaurantes de mayor categoría, así que no parece lo más natural que las mujeres paguen cuentas tan altas. ¡Ay! Después de unos días soleados y apacibles, hoy amaneció gris y húmedo, como sigue esta tarde ya casi noche a las cinco y cuarto aquí en Perugia que predispone a una deseable melancolía. Víspera de Difuntos.