«—decía Juan de Mairena a sus alumnos—» (Antonio Machado)
Lunes, 16. Hoy es el primer día sin clases en la Universidad y, desde las ocho de la mañana, el primero de aplicación del Real Decreto del Estado de Alarma con el fin de afrontar la situación de emergencia sanitaria provocada por el coronavirus. Ayer domingo, y derivado de esto, se publicó la Resolución Rectoral por la que se cierran todos los edificios de la UEX hasta nueva orden. No hace tanto que era inimaginable que iba a descargarme en mi escritorio documentos de tanta trascendencia histórica. He hablado con mi decano, que me cuenta que han echado el cierre a la Facultad, que no aparezca por allí. Me pregunto que para qué, pues todo, que no es mucho, puedo gestionarlo desde casa. En estas horas he pensado en los estados de guerra, y cualquiera que haya vivido una se pasmaría por los medios de que uno dispone para afrontar esta crisis. Voy a estar encerrado durante bastantes días; pero puedo hablar con quien quiera, durante tiempo ilimitado, con solo marcar un número. También podría mantener contacto visual durante esa llamada, si quisiese. Estoy informado al segundo por radio, por televisión, por internet, por los mensajes que me llegan al móvil; y puedo comunicarme con mis grupos de clase y compartir con todos materiales gracias al Campus Virtual de la UEX. Afuera llueve y hace frío; pero aquí se está a muy buena temperatura, y puedo resolver también algún asunto administrativo que me preocupa. Trabajo en mis cosas, con todos los libros a mi alcance y, de no tener uno para poder culminar un compromiso, sin duda, creo que sería disculpable. Esta mañana tomé el pulso al día asomándome al balcón, y un hombre fue requerido por la policía local desde un coche. Respondió que iba a llevar una factura a un cliente y que se volvía a casa, que vivía cerca, en la calle Caleros; porque alguien desde dentro del vehículo le dijo que no le parecía de primera necesidad llevar esa factura a sitio alguno. En direcciones contrarias, los unos siguieron con el deber cumplido y el otro se fue cabizbajo, como pillado en falta, no molesto del todo. Me dio esa sensación. En el teclado predictivo de mi teléfono me aparece «muy» después del verbo cuando quiero escribir «Estoy bien». Es para animarse, la verdad.
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