«La calle es breve, angosta.» (Álvaro Valverde)
Jueves, 19. Desde el programa de Carles Francino «La ventana» llaman a los oyentes para que cuenten lo que ven si se asoman. Hay quien ve el campo y otros el mar desde sus casas. Hay quien puede subir a una azotea y contemplar buena parte de la ciudad desde lo alto. Ayer, M., una compañera, me enviaba imágenes muy apacibles de los jardines que se ven desde su casa, verde y reconfortante fronda amenizada por el trino de los pájaros. Una amiga me enviaba desde su pueblo la vista de una sierra de Gredos nevada a lo lejos. Yo solo veo mi calle estrechita y un pedazo de verde de los árboles de San Juan; suficiente para airearme esta cara de folio en blanco que se me está poniendo, como dice mi cuñada cuando me ve por skype, y para conversar un poco cuando salimos a aplaudir por las tardes o cuando coincidimos en los balcones porque sí. A., el vecino más ruidoso de toda la calle, no lo puede evitar y acompaña todos los días los aplausos con estentóreos gritos de ánimo, como si estuviese pasando una carrera por aquí abajo. Y hay quien desde la otra esquina lo jalea y vocea su nombre y se despide hasta mañana. Hoy es el llamado Día del Padre y he hablado con mis hijos, y a lo mejor a alguien le parece que es todo más difícil por ser fecha señalada. Qué tontería. Lo estamos llevando bien y es muy bonito sentirse tan acompañado en soledad. Lo más crucial está pasando afuera, y por eso no salimos. Así que la ventana principal por la que todo me llega, a falta de una casa que dé a un jardín, al mar o a Gredos, un sitio al que salir y poder ver lo distante, es esta pantalla de ordenador de 21,5 pulgadas, a la que estoy asomándome todos los días. Vamos, casi como antes.
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