«La vida se ha quedado de pronto huérfana de acción. Pero también así se está bien, ¿no?»
(Luis Landero)
Miércoles, 25. Ha continuado el zafarrancho doméstico. Como I. lleva dos miércoles sin venir, me toca mantener todo esto a punto. Hoy el despliegue ha sido general, y he tenido que proveerme de todos los productos y pertrechos de limpieza para dejar la casa como una patena. Fue tal el arrebato de dos horas y media que hasta puse una lavadora —la ropa ya está debidamente tendida— y coroné el frenesí con una ducha reconfortante y el afeitado de cara y cabeza. De la cabeza quería yo hablar, porque estas simplezas hacen más efecto que un tráiler de lexatines. Mi compañera M. ya inauguró este encierro en ese papel, como ella dijo en facebook, de «gladiadora» del hogar, y bien a gusto que se quedó. Es también estimulante cómo uno puede volver a adaptarse a un protocolo que tenía delegado en la persona encargada de la limpieza semanal y de la plancha. He ido del ala este de esta mansión que es mi espacio íntimo a su ala oeste, desde la cocina hasta el salón, un recorrido en cuya lógica he estado pensando mientras limpiaba y que solo se rompe cuando le pido a I. que adelante tarea en otro distrito porque tengo que salir. Es estimulante todo, sí. Sin ir más lejos —locución adverbial bien oportuna para un confinado—, uno, mientras limpia, puede volver sobre un libro o sobre un objeto al que pasa el paño con un cariño especial ahora. Esta mañana ha sido con el tintinábulo que a principios de este enero compré a mi antigua compañera de carrera, amiga y vecina del barrio, Delia Sánchez Matas, que recibió uno de los Premios Nacionales Mestre 2017, el Premio al Mejor Proyecto de obra Final en la categoría Ciclo Grado Medio. Me encanta esta delicada pieza que cuelga en esa peana de hierro —hay otro modelo rectangular— y que recrea un tintinnabulum romano, esa campanilla de terracota o de bronce que a veces tenía forma fálica y se usaba como talismán. Delia le ha dado esa apariencia tan atractiva y se ha traído la tradición romana a la raya portuguesa con esa decoración del dorso. Cuando fui a recogerlo a su casa, que está a cien pasos de aquí, su marido, casi como excusa, me dio a conocer una nueva palabra: acojormao. Me dijo que la había escuchado para referirse a un sitio lleno de cosas acumuladas y desordenadas, que la había buscado y que existe como término. No en el diccionario académico; pero sí como leonesismo que se localiza en Extremadura, en lugares como Piedras Albas, en la frontera. Me gusta mi tintinábulo y me gusta la palabra que me dio a conocer L.; pero hoy he vuelto a hacer todo lo posible para que mi casa no sea un sitio acojormao. Aunque no espere visita.
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