«interrupción, oquedad, silencio» (Juan Goytisolo)
Sábado, 14. Parece que todo está cambiando radicalmente. Hoy ya no hay terrazas en la zona de San Juan y el silencio a veces resulta inquietante por su perseverancia, solo contradicha por las campanadas de las dos iglesias más próximas. En algún momento del día he apagado la radio o he parado la música, y es tan envolvente el silencio que se diría que esta clausura es otra; que no es la decisión responsable y disciplinada de un ciudadano, sino que realmente la gente se ha olvidado de mí, que nadie se acuerda de que existo, porque nadie me llama, nadie me escribe y nadie responde a mis mensajes. Además, soy el único vecino en todo este modesto edificio. Dentro de poco, para mis seres queridos, habré sido el recuerdo de lo que fui, una especie de ectoplasma que debió de deambular por esta casa… Es broma. La sensación duró un instante, los minutos que tardó en volver la red y el tiempo que tardé en llamar a J., que está en Madrid, y preguntarle por todo. Mi hija ha sido la segunda persona con la que he hablado hoy, después de B., a la que he comprado el periódico en el quiosco: «—Casi todo está cerrado», me ha dicho, con la misma tristeza que se le notaba en los dedos temerosos de contagio que me han dado el cambio. Al volver a casa, visto y no visto, me he lavado las manos, desconsolado. Me ha gustado mucho leer a Antonio Muñoz Molina («Testimonios del tiempo») hoy en Babelia de El País. Dice que la «observación es un deber de ciudadanía. Hay que fijarse muy bien en las cosas de las que somos testigos para poder contarlas tal como fueron a los que están lejos y a los que vengan después». Dice que el «que observa en presente ve con igual intensidad lo que después se sabrá que era trivial y lo que era significativo. Pero justo en lo trivial suele residir misteriosamente el sentido del tiempo. Lo trivial, lo accidental, lo mínimo, solo dejan rastro en el recuerdo de los testigos». Pues eso. Qué día tan interesante, de nuevo, solo, casi sin salir de casa.
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