«El mundo solo por el cielo solo» (Federico García Lorca)
Domingo, 15. Hoy ni siquiera he bajado a por la prensa. Anoche salí muy tarde a tirar la basura y —con mucha prudencia y sensación culposa— di un corto paseo por el centro de una ciudad vacía en la que tan solo me crucé, a debida distancia, con una docena de personas. Me fijé en una pareja que caminaba delante de mí, a unos veinte metros, y me pareció una imagen de rara grandeza que me llenó de melancolía: ella y él iban cogidos de la mano. Había estado a las diez de la noche con dos vecinas de tertulia improvisada de balcón a balcón después de haber aplaudido en reconocimiento a los profesionales sanitarios. Es curioso: estamos haciendo de lo excéntrico moneda común y de lo instintivo un acto heroico. Me escribe mi compañera P., y me manda ánimos. Me dice que en su casa intentan llenar las horas con actividades agradables, que han sembrado tulipanes y que el hecho sencillo de verlos brotar será bien gustoso. Cuando esta mañana sacó a su perro, dos motos de la policía local patrullaban por el Paseo de Cánovas y uno de los agentes le dijo que podía salir para que la mascota haga sus necesidades, pero no para pasear. Sigo informándome por la radio y por internet; aunque hoy, por vez primera desde que me he confinado, he encendido el televisor para ver las noticias y adormilarme con una película mala de tarde de domingo. Esa es otra. Los días van a ir pasando, salvo por indicación de calendario, sin que se note si se trata de un lunes o un viernes, porque todo lo allanará un mismo hábito, esta insólita permanencia obligada en casa.
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