sábado, noviembre 14, 2020

Escuchas

En mi calle lo íntimo se dice a voces. Escribí esto cuando salió aquello de las escuchas de la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, hace más de doce años —«La llamada que toda España oyó», tituló
El País un reportaje. Pero como estos asuntos no dejan de estar de actualidad gracias a siniestros individuos, se me ocurre que mi calle es también escenario y canal comunicativo de lo que se dice sin que los que lo dicen reparen en que todos los demás escuchamos lo que han dicho. Ya di aquí alguna indicación de dónde está situado el escritorio en el que paso buena parte de mi vida, junto a un balcón que da a una calle estrecha de no más de tres plantas por vivienda que hace de altavoz de las conversaciones que pasan por sus humildes aceras sin desnivel. No hace falta hacer mucho visillo —a lo que también, como a la lectura, soy dado; sobre todo en verano—, para que se te cuele en casa la respuesta a una confidencia («—Lo que te pasa tienes que solucionarlo. Si no estáis bien, no estáis bien.»), un exabrupto («—¡Estás más tonto que mis cojones! ¡Qué subnormal eres!»), una lección moral a la que no puse rostro (—«Hay personas que parecen buenas y no lo son. Hay un tipo de individuos que tienen siempre buena cara para todo, y una inclinación especial hacia la acción voluntaria, a estar en todos los sitios... Pero luego, hijo mío, son lo peor.»), o unas frases a voces desenvueltas por el teléfono («—Espera, espera, que me cojo un taxi; vaya mierda…»), de una mujer de voz muy grave como la de otra noche en una silla de ruedas desde la puta intemperie hacia una ventana («—Yo ya estaba en mi puta casa. Si he venido a verte es porque me has llamado. Ella está en su puta movida»), o, finalmente, el teatro del absurdo de la exaltación de alguien que dijo en alto algo que no pude escuchar completo («—Quiero agradecer este premio…»). Los odiados ladridos de los perros no los entrecolmillo en esta serie real de escuchas literales —lo prometo— en esta mierda de calle en la que soy feliz con mis cositas, y lo que sí me apetece es acordarme de don Ramón María y de su genial esperpento La hija del capitán que corona Martes de Carnaval con ese «—¡De risa me escacho!». Por las escuchas. 

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