jueves, noviembre 24, 2016

Esto no es la literatura (I)


Cuando leí el 23 de septiembre pasado en El Cultural el artículo de Ignacio Echevarría «Memoria borrada» —el reclamo de la portada era más llamativo: «Bolaño borrado. La historia silenciada de los inéditos del escritor»— me irrité porque se aireaba, como si fuese una noticia literaria de importancia, un asunto particular sobre el que muy pocos pueden tener opinión fundamentada. Hoy, El País, para criticar el estúpido e ineducado gesto de Unidos Podemos de ausentarse ayer durante el minuto de silencio que se guardó en el Parlamento por la muerte de Rita Barberá, ha llevado al editorial que «el populismo busca la diferenciación con gestos, afirmaciones o espectáculos destinados a ocupar las primeras páginas de los periódicos y las aperturas de informativos de radio y televisión». Acabáramos. Como si la política, en general y de todo color, no tuviese el golpe de efecto como un principio definitorio. Y los actores mediáticos. Y los expertos en publicidad. O los periódicos en connivencia con las editoriales, como El País. Hoy, en el mismo periódico, publica Ignacio Echevarría una réplica —«Desmentido de un presunto albacea»— al artículo de Carolina López, viuda del escritor chileno, publicado ayer también en El País —«La verdad sobre Bolaño». ¿Pero la verdad sobre Bolaño no está en su literatura? ¿De verdad van a venderse más libros de Roberto Bolaño por esto? Desgraciadamente, sí; hay que admitirlo. Aunque, en fin, algunos ingenuos computemos en cuentas distintas los libros que se venden y los libros que se leen, porque nos vale más que se lean, que es la única manera de saber desobedecer a los que mandan. No. Esto no es la literatura. La literatura es la obra escrita por Bolaño, sus libros, que no sé si la gente lee con la misma gana y el mismo aprovechamiento que estos líos que no sobrepasan los tabiques de los más allegados y a los que se da tratamiento periodístico de revelación. La obra de Roberto Bolaño se funda en la derrota, escribió Miguel Casado en un luminoso ensayo sobre la poesía —sí, la poesía— del autor de 2666 —Miguel Casado, Literalmente y en todos los sentidos. Desde la poesía de Roberto Bolaño, Madrid, Libros de la resistencia, 2015—; y algunos están empeñados en sacar el partido que sea a su posteridad. Qué lejos esto de las ideas-juego de Amalfitano, el personaje de la novela citada, qué lejos de convertir el caos en orden (literario).

miércoles, noviembre 23, 2016

Lecturas


Hay semanas en las que leo más páginas inéditas que textos ya publicados. Debe de ser lo más parecido al oficio de editor. Novelas y libros de poemas impresos en folios y encuadernados en canutillo, tesis doctorales... ocupan buena parte del tiempo de un profesor que, además, puede leer también originales de premios literarios en los que participa, libros de amigos y trabajos de fin de máster o de grado. Uno siempre tiene que compaginar estas lecturas inducidas con las elegidas; pero las primeras pueden ser de libros ya publicados para los que alguien solicita una reseña o un comentario. Yo me refiero ahora a esas páginas que también hay que leer por razón profesional, pero que no ven la luz, y, si la ven, es tan escasa que casi no tienen eco; y tu lectura, pasado el tiempo, resulta ser algo así como un acto secreto e invisible, sin trascendencia alguna. Pero de enorme importancia, a mi parecer. Por esto, a veces sonrío cuando me preguntan si he leído la reciente novela de — valga el caso— Fernando Aramburu. (Excelente, dicen lectores de los que me fío). Mi ritmo de lectura es otro. Alguien diría, para no provocar, que es un modo de lectura que intenta ser honesto —en el que la completitud es el colmo de la honestidad—; pero yo digo que mi modo es otro, más lento, simplemente. Y por esto mismo, a veces reparo en que aún no he leído las obras completas de Teresa de Jesús y que sigo posponiendo la de Le Père Goriot —dos gotitas en una inmensidad— y me invade el desasosiego de arrojar al jodido contenedor de papel tanto folio en canutillo. Nunca lo hago. Ni lo haré. Modos de lectura, en fin.

viernes, noviembre 18, 2016

Contra la democracia


Está claro que no sirvo para la crítica de urgencia. A veces sí, a veces no. El pasado sábado 5 de este mes de noviembre —media entrada en el Gran Teatro de Cáceres— fuimos a ver Contra la democracia, el más reciente montaje de Teatro del Noctámbulo. La obra de Esteve Soler fue Premio Serra D'Or al mejor texto teatral de la temporada 2012 y es la pieza central de la trilogía que compone con Contra el progreso y Contra el amor y que expresa un modo de indignación ante la deturpación de conceptos tan indispensables. Solo tengo noción muy superficial de los numerosos montajes del texto en varios países de Europa; pero intuyo que el de la compañía extremeña —quizá por la perspectiva que le ha dado el tiempo trascurrido— es uno de los más sólidos y más destilados. Esto de la destilación del texto es importante. Porque Contra la democracia, que parece nacido de las brasas del movimiento del 11-M de 2011, y reivindica derechos o valores que, desdichadamente, siguen sin consumarse, es, en lo que a esa reivindicación se refiere, demasiado previsible, elemental y sinóptico. Más eficaz ante un público joven al que hay que mostrar el atropello; y no tanto ante el ya indignado por el abuso. (Poco público joven había en el Gran Teatro esa noche). Y claro que es insostenible la acumulación sin término de riquezas de unos países en un mundo con los recursos naturales limitados, claro que es verdad lo que se dice; pero hay formas no tan básicas de decirlo. Incluso con la lectura —como se hace— de frases que van pautando un texto sugerente y variado, distribuido en siete cuadros, y que es pretexto para lo que fuimos a ver y felizmente vimos. Un excelente montaje teatral sostenido con la garantía de una cabeza de cartel en la que están José Vicente Moirón y Memé Tabares —que interpreta su papel con una férula en su brazo izquierdo. Acompañados en escena por un experimentado y solvente Gabriel Moreno y una joven Marina Recio ávida de rodaje. Saben muy bien representar unos cuadros escénicos que parecen remitir a la tradición teatral parisina del Grand Guignol con contenidos terroríficos —gore—, absurdos o de impacto social. El motivo escenográfico de la telaraña, que ambienta el primer cuadro en el que una mujer da a luz a un artrópodo que todo lo devora, se mantiene simbólicamente a lo largo del resto de secuencias, en las que, entre otras, salen políticos corruptos —qué novedad—, la exmujer de un político corrupto —qué novedad—, un amigo que derriba a otro de una pedrada y se sube a su despojo, unos vecinos incapaces de saber qué hay después del número 6, ni del piso sexto, una mujer afgana que nos increpa sobre su libertad y su presidio o dos sátrapas, dos villanos, dos genocidas que someten a una camarera representados en Leopoldo II de Bélgica y  Dick Cheney, vicepresidente de los EEUU entre 2008 y 2011. Todo se nos muestra como el resultado inapelable de lo que hemos construido y estamos construyendo. Aunque yo me apeo; pues quiero contribuir con todos los instrumentos a mi alcance —el otro sábado, con una entrada de teatro— para que nada de lo representado siga siendo irremediablemente real. Hay que felicitar a Teatro del Noctámbulo por este trabajo y recomendarlo para que se conozca esta manera tan profesional de levantar en escena un texto para que sea premiado. Y porque, en una democracia tan precaria como la que tenemos, relatos así siguen siendo necesarios. Lo dicho: Contra la democracia, de Esteve Soler. Por Teatro del Noctámbulo. Intérpretes: José Vicente Moirón. Memé Tabares. Gabriel Moreno. Marina Recio. Dirección: Antonio C. Guijosa. Escenografía: Mónica Teijeiro. Vestuario: Rafael Garrigós. Iluminación: Daniel Checa. Caracterización y maquillaje: Pepa Casado.

jueves, noviembre 17, 2016

Gil Novales


Me ha sorprendido la noticia de la muerte este pasado lunes de don Alberto Gil Novales (Barcelona, 1930-Madrid, 2016), que he sabido por la esquela puesta hoy en El País por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Lo lamento mucho. Mi trato con él siempre estuvo asociado al estudio de la cultura y del pensamiento en la España de los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, en el que él siempre ejercía de maestro y yo de aprendiente. Su recuerdo ahora aviva el de Fernando Tomás Pérez González (1953-2005), en cuya tesis doctoral, defendida en Madrid en marzo de 1999, coincidimos. Posteriormente, vino a Cáceres en enero de 2006 para decir una conferencia «A propósito de educación y cultura en el liberalismo temprano», en un homenaje, precisamente, a Fernando T. Pérez en la Facultad de Filosofía y Letras —«la aspiración a una vida civilizada y culta no desaparece para siempre por que un pueblo haya sido derrotado una vez, o dos o más veces», dijo allí—; y luego participó en el congreso sobre Espronceda que celebramos en Almendralejo en 2008, en el segundo centenario de su nacimiento. Uno de nuestros últimos encuentros fue en Cádiz en octubre de 2012, en el V Congreso Internacional de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, cuando tuve el honor de presentar —en la fotografía— su ponencia plenaria «Ilustración, pensamiento utópico y Constitución». Recordé allí el recuerdo que le dedicó Juan Goytisolo en un artículo publicado en el diario El País (2 de octubre de 2011) al referirse a su primera obra, Las pequeñas atlántidas. Decadencia y regeneración intelectual de España en los siglos XVIII y XIX (Barcelona, Seix Barral, 1959). Desde aquellos inicios don Alberto empezó a mostrar esa actitud especial del historiador con su objeto de estudio, que ayuda al progreso y bienestar de una sociedad a través, como él, de la investigación sobre las claves de su modernidad, desde el fin del Antiguo Régimen hasta momentos y figuras principales de todo el siglo XIX. Fue profesor en la Universidad Complutense de Madrid, tras haberlo sido desde 1964 en las Universidades de Madrid y Autónoma de Barcelona, y haber impartido también historia y literatura española e hispanoamericana en Estados Unidos. En la historiografía contemporánea son ineludibles sus trabajos Derecho y revolución en el pensamiento de Joaquín Costa (1965); su clásico extraordinario Las Sociedades Patrióticas (1820-1823) (Madrid, Tecnos, 1975); El Trienio Liberal (Madrid, Siglo XXI, 1980) o el Diccionario Biográfico del Trienio Liberal (1991), que tuvo sus ampliaciones por secciones regionales en el Diccionario con los personajes extremeños, que publicó la Editora Regional de Extremadura en 1998 o en el Diccionario biográfico español. Sección aragonesa que editó el Instituto de Estudios Altoaragoneses en 2005.  Estas últimas obras han sido pasos firmes hacia la magna creación de toda una vida, nunca mejor dicho, en el Diccionario Biográfico de España (1808-1833). De los orígenes del liberalismo a la reacción absolutista. Madrid, Fundación Mapfre, 2011, 3 vols. 25.000 entradas biográficas. En 1983 fundó la revista Trienio. Ilustración y Liberalismo, que se sigue publicando gracias a su colaborador Lluís Roura. A éste y a su discípulo Juan Francisco Fuentes debimos el homenaje que se publicó en Editorial Milenio, de Lérida, en 2001, bajo el título de Sociabilidad y liberalismo en la España del siglo XIX. Homenaje a Alberto Gil Novales. En ese volumen había una relación de más de doscientos cincuenta ítems de lo publicado por Gil Novales. Han pasado quince años desde aquello y hasta hace muy poco don Alberto no ha parado de trabajar y publicar —en el número 66 de Trienio, de noviembre de 2015, unas cartas de Alfonso Reyes y Roland Mortier—.  Escribió: «No quiero decir que baste la cultura para que el hombre llegue a ser hombre: sin la cultura el salto será gallináceo, pero es necesario para la perfecta hominización que actúe la voluntad de cada uno de nosotros, la voluntad de proceder con criterios éticos, la voluntad de contar con los demás y de respetarlos, aunque el prójimo tenga otro color de piel, tenga otra religión o no tenga ninguna...». Mi abrazo y mi recuerdo.

miércoles, noviembre 16, 2016

Cáceres Express


Para mí —naturalmente— es el libro del año. Tenía que haber salido en la pasada primavera; pero parece que alguien ha decidido empezar a poner trabas a la edición de libros desde editoriales públicas tan prestigiadas durante años como la Editora Regional de Extremadura, cuyo capacitado director Eduardo Moga y profesionales de reconocida valía, como María José Hernández, pueden resultar víctimas primeras de una burocracia que no sabe de creatividad, de oportunidad editorial ni de difusión cultural. Cuando, hace ya unas semanas, en octubre, me enseñó Julia uno de los primeros ejemplares que le llegaron y me quedé solo en la mesa en la que habíamos comido, volví a leerlo completo. Y volvió a entusiasmarme. Sí, lectura de padre. Sí. De padre. Y de muy señor mío. Pero lectura de un libro con la frescura de los sueños juveniles, de la formación del gusto, de las pasiones tempranas, de las ganas de aprender. Sé por qué estoy convencido de que este diario de viaje ilustrado —travelogue— de «una cacereña con morriña y ganas de dibujar», que quiere compartir su visión muy particular de la ciudad en la que nació, va a gustar a propios y a extraños. A los propios porque estamos faltos de demostraciones desinteresadas del valor de lo nuestro cercano y cotidiano y de la calidad de la vida que vivimos sin cinco estrellas ni productos de luxe; mal que les pese a quienes están empeñados en auparnos a una vida de cine. A los extraños porque Cáceres Express puede ser un divertido plano para moverse por algunos de los lugares más recomendables de la ciudad. Otra vez: a una ciudad sostenible. No a un parque temático ni a un plató. Julia, en su obra, también es sensible a esto, y se nota que quiere que su ciudad sea amable, vivible. Su propuesta dibujada es fresca, como los textos que acompañan las ilustraciones. Como los buenos y honestos autores, ella ve ahora con cierta distancia unos dibujos hechos hace un tiempo sin los atributos que hoy conoce más de cerca; pero no debe arrepentirse de nada. Al contrario. Su vocación es grande; y no es lo único que la avala. Grandes son en su libro la variedad de registros figurativos y la amenidad del relato, y tanto en el trazo como en el texto Julia disfruta y logra que disfrutemos con el detalle de lo subjetivo. Un placer. Un placer que estoy deseando confirmar con quienes tengan la gana de leer este mi entrañable Cáceres Express. That's all folks!, por el momento.

Julia Lama, Cáceres Express. Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2016. 64 págs.

jueves, noviembre 10, 2016

martes, noviembre 08, 2016

Métrica española

Dos alejandrinos polirrítmicos: «La desvergüenza avanza a la luz del día como / las olas de un mar de heces bajo la luna llena» —Juan José Millás.


viernes, noviembre 04, 2016

Viaje de estudios

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Álbum

miércoles, noviembre 02, 2016

CICLE


martes, noviembre 01, 2016

Mañana no vengo

Me lo dice alguna vez un compañero que pasa en mi Facultad más horas que las que están funcionando el aire acondicionado en verano y la calefacción en invierno. Es noticia. Por eso avisa: «Mañana no vengo». Parece una frase tonta; pero dicha por cualquier trabajador que no sea profesor de universidad, como mínimo, implica un certificado médico, un descuento de la nómina, un justificante o una amonestación del jefe. Por eso me llama tanto la atención que algunos colegas se quejen. Incluso del horario. Es una vergüenza. Decimos todos que en esta Universidad terminamos el 20 de julio —algunos— y comenzamos las clases antes que los niños de Primaria. Es verdad. Y en agosto hay profesores —algunos— que atienden por correo electrónico las consultas de los estudiantes que tienen que presentar sus trabajos de fin de grado en los primeros días de septiembre. Pero cualquier queja dicha en medio de la calle, con la que está cayendo, supondría, cuando menos, una amonestación, un certificado médico, un descuento en la nómina. Una merma de dignidad. Quizá también me llama la atención escuchar en la calle lo de «Mañana sí voy». Sobre todo, si se trata de alguien que ha encontrado trabajo.

lunes, octubre 31, 2016

La musa metafísica


«La musa metafísica» es el título de un cuadro del pintor italiano Carlo Carrà (1881-1966) que, para Juan José Lanz, representa bien uno de los rasgos más característicos de la poesía de Guillermo Carnero: la reflexión metafísica. Por eso lo ha elegido para nombrar este libro, La musa metafísica. Ensayos sobre la poesía de Guillermo Carnero (Valencia, Institució Alfons el Magnànim-Diputación de Valencia, 2016), y para ilustrarlo con la viñeta que puede observarse en su cubierta. Hace más de veinticinco años que Juanjo Lanz lleva escribiendo y publicando reseñas, notas críticas y artículos sobre el autor valenciano, y buena parte de esos trabajos conforma ahora este volumen que se abre, tras un «Preámbulo» justificativo, con una «Nota biobibliográfica de Guillermo Carnero» de seis páginas y pico, y se construye con seis ensayos sobre el culturalismo, lo metafísico, lo metapoético, la concepción barroca y simbolista de la obra carneriana o sobre títulos concretos como Dibujo de la muerte, Divisibilidad indefinida o Cuatro noches romanas, que recorren de principio a fin toda la trayectoria del poeta. Son los siguientes: «Rechazo del realismo y del surrealismo: por una concepción barroca y simbolista de la poesía», «Dibujo de la muerte: écfrasis e imitación artística», «Teoría y práctica poética: la metapoesía a través de los poemas 'El sueño de Escipión' y 'Variación I. Domus Áurea'», «Una nota sobre Divisibilidad indefinida (1990)», «La mano que mueve la pluma. Metapoesía y autorreferencialidad en la poesía española contemporánea. 'Ficción de la palabra', de Espejo de gran niebla (2002)» y «La poesía metafísica: Cuatro noches romanas (2009)». Trabajos identificables para aquellos que conozcan la producción de este profesor de Literatura Española de la Universidad del País Vasco publicada en revistas como El Urogallo, Zurgai o Cuadernos hispanoamericanos y autor de libros fundamentales sobre poesía española contemporánea. La primera nota biobibliográfica debe complementarse con la exhaustiva «Bibliografía» de y sobre Guillermo Carnero de casi treinta páginas que se incluye al final (págs. 183-210), justo antes de una selección de poemas citados («Ávila», «Plaza de Italia», «El embarco para Cyterea», «El sueño de Escipión», «Variación I. Domus Áurea», «Convento de Santo Tomás» y «Ficción de la palabra»). A pesar de su publicación previa, estos trabajos de Lanz cobran un nuevo sentido reunidos en este volumen, reordenados para acomodarse a la cronología de una obra poética iniciada en 1966 y aún en marcha, y que con estas páginas vuelve a actualizar su importancia en el panorama de la poesía española de los últimos cincuenta años. Una importancia puesta de manifiesto también en el anterior número de esta colección «Debats» de la Institución Alfons el Magnànim, un impagable texto sobre la poesía de Guillermo Carnero escrito por él mismo: Una máscara veneciana (2014), que tuve ocasión de reseñar para el último número (6) de la revista Suroeste. Los dos volúmenes, así, se complementan, ya que al análisis de la dimensión metafísica realizado por Juanjo Lanz se suma, en sus propias palabras, «el enmascaramiento como búsqueda de una nueva forma de expresión de la intimidad» (pág. 160), que es otra de las claves de la trayectoria de Carnero.

domingo, octubre 30, 2016

Glorias de Zafra (XIII)


Otra vez por aquí. No acabo de comprender a esas personas tan coquetas que no quieren que se sepa la edad que tienen, que intentan ocultarla con ropa juvenil, un maquillaje infame o una fecha falsa. Salvo a mi madre, que sigue extrañándose —con razón— cuando le digo con cariño que ya tiene noventa y tres. Recuerdo ahora aquello que me contó de un tipo que le preguntó por sus años y cómo ella respondió que tenía la edad suficiente para saber que aquello había sido una impertinencia. Me repito; lo sé. Fue en esta entrada del día de su cumpleaños de 2007. Ahora me acuerdo de esto por haber leído el otro día que Ramon Gener, el gran divulgador de la ópera, un personaje más que interesante, no precisaba en qué año nació en Barcelona. Ni en Wikipedia. Además, decía de su padre, fallecido en 2013 —a quien dedica su libro El amor te hará inmortal (Barcelona, Plaza & Janés, 2016)—, que murió dos veces por haber sido enfermo de alzheimer. Protesto. Por muy abisal que sea el mundo en el que están sumergidos quienes padecen tan terrible deterioro, creo que estas personas entrañables siguen sintiendo y agradeciendo una palabra, una caricia, un buen trato. E incluso unos deliciosos acordes de una de esas piezas de música que Gener tan bien sabe valorar y difundir. Es posible que alguien crea que mueren cuando enferman de tanta gravedad; pero no creo que sea así en estos casos de aislamiento y pérdida de la memoria, en los que deben de pervivir los hilos justos para sentir un entorno cordial. Mi madre, por fortuna, no padece esa enfermedad; pero tiene mermas físicas y cerebrales que la postran la mayor parte del día en su otro mundo. Decir que mueren antes de morir es otra forma de egoísmo por nuestra parte. Quizá mueran para el que quiera seguir teniéndolos como si estuviesen sanos; pero siguen viviendo. Salvo caso extremo de pérdida de consciencia irreversible, no hay más muerte que la muerte. Ahora mismo quiere decirme algo y no lo logra. Algo referido a un periódico que hay sobre la mesa y algo sobre la imagen de una monja que sale en la televisión. También me dice que me nota más delgado (sic). Lo dicho: en su mundo.

sábado, octubre 22, 2016

España y el continente americano en el Siglo XVIII


Este es el asunto del VI Congreso Internacional de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII que se celebrará en Madrid los días 24, 25 y 26 de octubre de 2016, en colaboración con los departamentos de Historia Moderna y de Historia de América de la Universidad Complutense. En su Facultad de Geografía e Historia (Ciudad Universitaria, Calle del Prof. Aranguren, s/n) se desarrollarán las sesiones, en las que habrá las siguientes conferencias plenarias: Felipe Fernández-Armesto: «El siglo XVIII en la historia hispánica de los EE.UU.»; Isabel Terán Elizondo: «La literatura novohispana en el siglo XVIII. Un panorama general»; Armando Alberola: «Construyendo y gestionando el saber a ambos lados del Atlántico: expediciones científicas españolas al continente americano durante el siglo XVIII»; José M.ª Portillo Valdés: «América en la transfiguración imperial de la monarquía católica en el siglo XVIII»; Carlos Sambricio: «Nuevo orden urbano y América Hispana en los momentos previos a las independencias»; Enrique Martínez Ruiz: «Aspectos orgánicos de la transición del ejercito real a los ejércitos republicanos en Hispanoamérica». El dieciochista distinguido en esta ocasión será Luis Miguel Enciso Recio. La ilustración del cartel, «Navío San Telmo», es una acuarela de Alejo Berlinguero (1750-1810) que se conserva en el Museo Naval de Madrid. El San Telmo fue un navío de línea de 74 cañones construido en los Reales Astilleros de Esteiro de Ferrol en 1788 y que desapareció en el cabo de Hornos en septiembre de 1819 con una dotación de 644 marineros, soldados e infantes de marina. Diseñado por el ingeniero naval Romero de Landa, siguiendo la tradición constructiva de Jorge Juan, incorporaba numerosas soluciones desarrolladas por los astilleros ingleses en los treinta años precedentes. Puede leerse más información sobre el programa aquí.

miércoles, octubre 19, 2016

Eduardo Espina en Letras


Eduardo Espina (Montevideo, 1954) está en Cáceres como poeta y ensayista, participando en el Congreso Transversales, sobre las rupturas del discurso en la literatura, en el arte, en general. Es profesor en Texas A&M University, y ha enseñado en otras universidades norteamericanas y de México. Ha publicado los libros de poemas Valores personalesLa caza nupcial (1993 y 1997), El oro y la liviandad del brillo, Coto de casa (1995), Lee un poco más despacio (1999), Mínimo de mundo visible, entre otros, y otras obras como Las ruinas de lo imaginario Un plan de indicios, por las que obtuvo el Premio Nacional de Uruguay de Ensayo en distintas convocatorias. Las ideas hasta el día de hoy (2013) es uno de su más recientes libros de ensayos; y El cutis patrio es otro de sus libros de poesía, por el que se le reconoció con el Latino Literary Award al mejor libro publicado en lengua española en 2006. La imaginación invisible. Antología (1982-2015) se ha publicado recientemente en Seix Barral de Montevideo como reunión de su obra poética, y en España se publicará Mañana la mente puede en la editorial Amargord. El profesor Francisco Layna Ranz ha retratado a Eduardo Espina como «admirador de Julio Herrera y Reissig, lector empedernido de poesía en un buen puñado de lenguas, declarado seguidor del Peñarol, del cómico Roberto Barry, columnista en el diario El  Observador de Montevideo desde el año 1994, amante de la buena cerveza, de los amigos y del rock and roll, […] por encima de todo un portentoso observador del suceso inmediato, de lo que sucede en la urgencia del instante. De ahí que su poesía se fundamente en el detalle, en el pormenor. A partir de ese momento la lengua se encarga del resto, exprimiendo todas y cada una de las palabras, hasta un final poético de enorme efectividad intelectual y emocional». Leerá sus poemas en el aula 7 de la Facultad de Filosofía y Letras, mañana jueves, a las 13:00 horas.

martes, octubre 18, 2016

El país de hoy (I)


© Fotografía de Pedro Valtierra, 1985
Inicio esta serie de entradas en las que me gustaría recomponer algunas de mis apuntaciones diarias en los estrechos márgenes del periódico o en los espacios sin texto de los anuncios a toda página —para esto son muy buenos los de productos bancarios, de seguros y los de perfumes caros— sujetas a la lectura de noticias o de artículos de opinión. Hoy me ha llamado la atención que una noticia como «España se queda atrás en la lucha contra la pobreza» quede relegada —atrás— a la página 38 mientras en portada —delante— se nos da «Cómo tener hijos sin practicar sexo» o, en reclamo, «Arturo Pérez-Reverte replica a Francisco Rico». Signo de los tiempos. Baste esta primera nota para constatar que hay que seguir leyendo entre líneas si uno quiere hacerse una idea de por dónde va el país. Por cierto, ayer fue curiosa la errata de «ciudadasnos» en un informe sobre las armas legales en España.

El XVIII en la Residencia de Estudiantes de Madrid


lunes, octubre 17, 2016

Transversales


Mañana se inaugura el congreso Transversales (Las rupturas del discurso en el arte, la literatura y la didáctica), organizado por la Facultad de Filosofía y Letras, la Facultad de Formación del Profesorado y el Centro de Investigación y Desarrollo de las Actividades Teatrales, y dirigido por Julio César Quesada Galán. Se celebrará durante tres días, hasta la tarde del jueves 20 de octubre, en sus dos sedes, la Facultad de Formación del Profesorado y la de Filosofía y Letras, y contará con la participación de profesores, críticos y poetas como Juan José Lanz, Rafael Morales, Eduardo Moga, Antonio Ortega, César Nicolás, José Soto Vázquez, Ramón Pérez Parejo, Mario Martín Gijón, Vicente Luis Mora, Alberto Eloy Martos, Ángel Cerviño, Fernando Cid, Marco Antonio Núñez y Eduardo Espina. «Poéticas de la fragmentariedad en la poesía actual» es el título de la primera conferencia, a cargo del crítico y profesor de la Universidad del País Vasco Juan José Lanz. Aquí puede consultarse el programa completo. 

miércoles, octubre 12, 2016

Rubén Darío [100 años] después


Por falta de tiempo, torpeza o lo que venga al caso, no he desarrollado ninguna alusión aquí al Simposio «Rubén Darío 100 años después» que, organizado por el Centro Extremeño de Estudios y Cooperación con Iberoamérica (CEXECI), clausuramos el pasado viernes 7 de este mes en la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres después de día y medio de conferencias de especialistas en la obra de Rubén Darío y de una exposición espléndida con primeras ediciones, cartas y otros materiales procedentes de los fondos del Museo del Escritor del Centro de Arte Moderno de Madrid. La clausura fue la ponencia de mi amigo y compañero Ignacio Úzquiza González sobre «Rubén Darío: poesía, mito y vida», y no hubo tiempo para más protocolo que dar las gracias a todos los que hicieron posible el homenaje al autor de Prosas profanas. Con desahogo, habría que haber recordado que Cáceres tiene su rincón dedicado a Darío. En la Plaza de San Jorge. Sí. Poca gente repara en el testimonio de aquel reconocimiento cuando contempla la plaza y eleva la vista hacia la portada y las dos torres de la iglesia jesuita de San Francisco Javier, cambiada de aspecto en estos días por una invasiva ambientación cinematográfica. En pocas reseñas turísticas de ese sitio se menciona que allí está ese medallón de bronce con el rostro del poeta nicaragüense. Fue el 21 de junio de 1973, cuando, tras un acto presentado por Pepe Higuero, director de Radio Popular por aquel entonces, y celebrado en el Aula de Cultura de la Caja de Ahorros de Cáceres, en el que participó Ernesto Giménez Caballero, junto a otras personalidades, se inauguró ese medallón en homenaje a Rubén Darío que se colocó en la Plaza de San Jorge a iniciativa del embajador de Nicaragua en Madrid Justino Sansón Balladares. La noticia de aquello la ha rescatado recientemente el blog Cáceres al detalle, lleno de curiosidades, que da completa la crónica dictada por teléfono por Valeriano Gutiérrez Macías que publicó el ABC al día siguiente. «También se celebró una cena de confraternidad hispanoamericana», acababa la crónica. Habría quedado bien esta curiosidad como clausura de nuestra reunión en recuerdo del grande Rubén Darío.

Encuentro con Manguel


martes, octubre 04, 2016

domingo, octubre 02, 2016

Nuevos géneros poéticos


[I] Es llamativa la distancia aparente que hay entre la lista de los libros más vendidos de poesía que publica un suplemento como El Cultural y los libros de poesía que se reseñan en sus páginas. No hay casi ninguna coincidencia. Los críticos nunca hablarán de Cuando abras el paracaídas, de Defreds (el vigués José A. Gómez Iglesias), o del último libro del guitarrista de Vetusta Morla Guille Galván, Retrovisores. Sus lectores no comparten los mismos mundos. Y añado: creo que leen géneros distintos. [II] Llevo unos cursos dando clases de una asignatura sobre fuentes para el estudio de la literatura española, una asignatura práctica que me gusta cómo llega a mis estudiantes. Al principio, les hablo de las fuentes primarias, de los textos como el punto de partida de todo. Y, en efecto, partimos de un texto manuscrito de un poeta —pongamos Blas de Otero— y cómo ha sido editado desde un primer testimonio de puño y letra de su autor. Desgraciadamente, los ejemplos de torpeza y descuido en la presentación o transcripción de un texto literario vienen de la red, en la que parece que vale todo por una incomprensible relación que alguien ha establecido entre la gran difusión, la calidad escasa y el mal gusto. Concluimos en clase que no costaría ningún trabajo que con la versatilidad de la red se aplicasen los mismos criterios que ya han funcionado desde siglos en la presentación de textos impresos. Sin embargo, no sé qué tendrá el medio para que un poema mostrado en una página de divulgación poética se vuelva fucsia sobre fondo negro, se enmarque con una orla dinámica y con destellos, o su tipografía sea la más elegante de la maleta de fonts. Para gustos, los colores; pero en literatura, rigor. [III] Lo peor de todo es la difundida ignorancia de que un soneto u otro poema, estrófico o no, se transcriba con sus versos centrados. Lo he visto en libros con pretensiones de exquisitez; lo veo en la transcripción de poemas en los trabajos fin de máster de algunos alumnos, y con insistencia en las revistas de ferias de los pueblos cuando llegan las páginas de creación. Están los versos centrados en Avuelapluma, el semanario cacereño, e incluso algún amigo me ha enviado los suyos así. Y es una plaga en la red. ¿Alguien podría ayudarme a explicar que un verso no es una línea cortita que queda mejor al centro, como un plato compartido?

sábado, octubre 01, 2016

Glorias de Zafra (XII)


Vuelvo a Zafra en su feria. Me ha costado llegar. Uno no está habituado a carreteras con retenciones y, desde hace unos años que vengo por razones alejadas del atractivo de la Feria Internacional Ganadera (y 563 Tradicional de San Miguel) de mi pueblo y de todo lo que la envuelve, se repite la sensación de que llego a una gran urbe. Con la atención puesta en el vehículo que tengo delante y el morro del que viene detrás —a tramos demasiado rápido—, me acuerdo del más hiperbólico de mis hermanos — JM— y de lo que dice de Zafra. A saber: Zafra es como una gran ciudad, como Madrid, como Nueva York. Hay siempre gente en todos sitios, a todas horas. Él sonríe que no exagera. Lo que distingue a una ciudad grande es que en ella a todas horas hay gente en cualquier lugar. Madrid-Nueva York-Zafra. Aquella conexión la imaginé un día de agosto —nótese—, a las cinco de la tarde, cuando me llevó a conocer alguna restauración del Convento de Santa Clara de Zafra, y había gente. Me dijo: «—¿Ves? Es lo que tiene Zafra —como París—, que a cualquier hora te encuentras con alguien haciendo algo». Aquí ahora todo está tranquilo. Falta poco para que todo ese todo cambie y que vuelva la estridencia de los silbatos de los agentes municipales que controlan el tráfico y el bullicio de la salida de la corrida de hoy —Morante de la Puebla, Ginés Marín y el zafreño Miguel Ángel Silva, en su alternativa. Este año el viento ha tomado las de Medina de las Torres, porque muy poco he sentido la música de la banda. Algo más aplausos y pitos. Y nada el clarín de las suertes. Mi madre y yo hemos visto desde el balcón a un torero llevado a hombros por la calle. Impresionante.

jueves, septiembre 29, 2016

Buero


29 de septiembre. San Miguel, Buero y mártir. Es broma lo de mártir; pero hay que reconocerle su sufrimiento. Hoy, que es su centenario exacto, he hablado muy indirectamente en clase de su teatro y he recordado la conversación que escuché hace un par de semanas de Javier del Pino y José Martí Gómez (El oficio más hermoso del mundo. Una desordenada crónica personal. Madrid, Clave Intelectual, 2016) con Victoria Rodríguez, la viuda del dramaturgo. «Todo el día con él», dice. Qué buen homenaje escuchar su palabra viva.

martes, septiembre 27, 2016

Diario de un lector. Prospecto


What's New, Pussycat (1965), Clive Donner
Alguien debería poner por escrito algo que quedase como testimonio —si no diario, con una periodicidad patente— de sus lecturas. No una reseña al uso, no. Más bien, un autorretrato impúdico de los hábitos de un lector en estos primeros años del siglo XXI. Por obra tan estupenda como Una historia de la lectura, de Alberto Manguel, supe de un grabado del siglo XIV que representaba a un erudito en una biblioteca llena de libros escribiendo en una mesa octogonal elevada, con un atril, que le permitía trabajar en uno de los ocho lados, girar la mesa y seguir leyendo los libros que ya tenía dispuestos en los otros siete lados. Algo así. Ir más allá, por ejemplo, de confesar el gusto por la expresión de Patrick Modiano de «dos mariposas sin arraigo» de Javier Goñi al comentar el libro de Fernando Castillo París-Modiano. De la ocupación a mayo del 68 (Madrid, Fórcola, 2015), y llegar a saber dónde leyó Goñi el libro, cómo y durante cuánto tiempo. Es verdad que no tiene ningún interés para Goñi ni para nadie si leyó en un bar, en un vagón de metro o en su casa, si en papel o en pantalla. Para mí sí; por eso escribo este prospecto. El otro día una amiga me dijo que había escuchado la noticia de la publicación de un libro interesante y que tardó poco en descargárselo en su tableta. Para leerlo, como todas las noches, antes de dormir. Me dio hora y lugar. A las diez de la noche ya en la cama. Yo leo más sentado que tumbado. Y no hace mucho me crucé con un joven conocido que caminaba con ropa deportiva con un libro en las manos que leía. Me pareció sorprendente hasta que pensé en las decenas de personas con las que nos cruzamos a diario que caminan por la calle con la cabeza gacha sin mirar más que la pantalla de su móvil, sin reparar en coches ni en viandantes. Cansados de leer lugares comunes, a lo mejor, con el tiempo, los estudiosos de la lectura vuelven a apreciar la crítica de libros para extraer conclusiones sobre cómo se leyeron: si cincuenta páginas seguidas de una novela publicada en papel o saltando de una pantalla a otra en el ordenador. 

lunes, septiembre 26, 2016

Reina Juana

Aquel sábado de mayo que salíamos de la Sala José Luis Alonso después de ver Penal de Ocaña vimos el cartel de la función en aquel mismo Teatro de La Abadía de Reina Juana de Concha Velasco. Para los de provincias, el deseo de ver esa obra suponía un nuevo viaje o la esperanza de que girase por el resto de España y que en ese resto estuviese Cáceres o alguna ciudad cercana. Por fortuna, tuvo que ser este sábado pasado, en la primera de las funciones —luego fue la de las nueve y media de la noche—, cuando vimos a Concha Velasco representando un texto que parece hecho para ella. Magnífico el texto de Ernesto Caballero. No voy a negar el valor de la dirección, la puesta en escena y el apoyo de los elementos escénicos, sobrios pero muy efectistas, en el conjunto de este montaje; pero sin un texto como el de Ernesto Caballero es muy difícil que una colosal actriz como Concha Velasco pueda sostener durante hora y media a un personaje que basa su existencia en su propia confesión, en su palabra. Por eso, lo realmente interesante y valioso del texto de Ernesto Caballero es que consigue sobreponerse a cualquier reconstrucción histórica, y se convierte en un magnífico —por bien escrito— testimonio en noventa minutos de la recreación de una vida. Puro teatro. Este montaje dirigido por Gerardo Vera y tan extraordinariamente interpretado por Concha Velasco es mi primera experiencia teatral sobre el personaje fascinante de aquella hija de reyes, víctima del poder. Mi cultura visual sobre ella había sido solo cinematográfica, en orden cronológico, la Locura de amor (1948) de Orduña —Aurora Bautista—, y la Juana la Loca (2001) de Vicente Aranda —Pilar López de Ayala. Hay otros ecos literarios: Azorín, García Lorca...; pero no es el caso. Lo que vimos el sábado fue un buen texto dicho por una actriz histórica que tuvo el gesto de corresponder a los aplausos con unas palabras de agradecimiento al público de Cáceres —a todos los públicos— que no todos los grandes se paran a decir en cada una de las funciones de cada una de las ciudades en las que actúan. Y que todo el mundo agradece con más aplausos.


Reina Juana, de Ernesto Caballero. Dirección: Gerardo Vera. Intérprete: Concha Velasco. Producción: Grupo Marquina-Siempre Teatro. Gran Teatro de Cáceres, 24 de septiembre de 2016.

martes, septiembre 20, 2016

El contador de abejas muertas (y II)


La lectura de estas páginas me ha trasladado a aquel tiempo en el que yo me formaba como un estudiante diez o doce años menor que los hechos relatados y me ha ofrecido guiños musicales, ideológicos, e incluso la alusión a algún sitio de Madrid como «El Alambique» que uno ha conocido por circunstancias culturales. También me ha servido de comparación con lo que C. y yo hablamos hace unas semanas en la calle Galera de La Coruña («O Merendeiro») sobre «¿Cómo es posible que el recuerdo pueda deformar tanto una realidad hasta el punto de recordarla como cierta con todo tipo de detalles?» (pág. 105), que se pregunta Bernardo Fuster en uno de esos trozos de su libro en los que se nota más que quiere hacer literatura. Lástima que esto no se cumpla siempre, que el músico clandestino no haya devenido mejor escritor, y, sobre todo, que el resultado editorial sea tan desastroso por las innumerables erratas y faltas de ortografía que tengo marcadas en una página sí y en otra también de mi ejemplar. Cierto es que en los últimos capítulos se aprecia mayor voluntad de estilo, que coincide con el período en el que ya tocaba apearse del dogmatismo; por ejemplo, en XVII, donde Fuster habla de su nueva esperanza —sin premisas y sin meta— e incluye la carta que escribió a su aquel yo creado sobre Pedro Faura: «Querido Pedro, ¿sabías tú que un individuo sin orgullo ve automáticamente mermada su capacidad de sorpresa?» (pág. 220). Unos capítulos antes, en el XI, está Berlín; y en el XIII —otra errata— el lema es de una canción de Luis Eduardo Aute; y en el XX de Chicho Sánchez Ferlosio, que es —el capítulo— un homenaje a Chicho. En esta zona del libro, algo antes, en el número XII, se encuentra uno con otra convicción de Fuster asentada en el estudio: que el Vaticano es la gran casa de la infamia (pág. 171), la cuna de la hipocresía, el crimen, el nepotismo, la inmoralidad, la mentira. Por esto, dice, no hay mayor regocijo y responsabilidad que estudiar su historia, al tiempo que recomienda La puta de Babilonia del mexicano Fernando Vallejo. El contador de abejas muertas (Madrid, Varasek Ediciones, 2014) es un testimonio muy interesante de alguien que siente la necesidad de «rescatar lo que muy poca gente sabe y reivindicar por escrito la importancia de algunos lugares, hechos, encuentros y circunstancias que el tiempo ha dejado en el olvido, pero sin los cuales nada sería como es» (pág. 254). Incluye hechos, encuentros y personas que son protagonistas de un relato tremendo sobre un momento crucial. Me pregunto cómo leerán esta obra algunos de sus personajes, como aquel militante del FRAP que «hoy es un personaje conocido», hijo de una de las familias más respetables de Valencia en su tiempo, y del que el cronista no da más datos. Hay que celebrar que Bernardo Fuster nos haya dejado tantas apuntaciones de microhistoria en este libro que puede que algún día tenga continuación en otro, «que estará centrado en [la etapa de] Suburbano», con otro subtítulo: Memorias colectivas de un músico sin remedio. 

lunes, septiembre 19, 2016

El contador de abejas muertas (I)


Este verano terminé de leer el libro de memorias de Bernardo Fuster, El contador de abejas muertas. Memorias de un músico clandestino (Madrid, Varasek Ediciones, 2014). Me lo pasó J., un compañero de la Facultad, que estará sorprendido por lo que tardo en leer las recomendaciones. No es tarde, digo yo, si es de agradecer, como es el caso. Para los iniciados, diré que Bernardo Fuster (Madrid, 1951) es Pedro Faura, el músico que marca los límites cronológicos de esta obra que termina precisamente cuando el seudónimo del clandestino Fuster desaparece para formar junto a Luis Mendo el grupo «Suburbano», el que crea canciones luego tan populares como «La Puerta de Alcalá» y que recaló de secundario en el mítico grupo de teatro «Tábano», una experiencia que cierra estas veintidós secuencias numeradas (I-XXII) y encabezadas todas por un lema como epígrafe de algunos poetas (Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Jacques Prévert, Luis García Montero), cantautores (Pablo Guerrero, Jose Afonso, Luis Eduardo Aute), personajes excepcionales (Agustín García Calvo, Chicho Sánchez Ferlosio), algún cineasta (Luis Buñuel) o incluso de algún apunte de un sugerente Cuaderno personal de plagios del que Fuster extrae alguna nota («En la oscuridad, cuando al fin pude abrir los ojos, descubrí con nitidez los laberintos del espanto»). Si por Fuster fuese, cabrían —caben, en realidad— más testimonios de lo hecho por otros compañeros de fatigas como Juan Margallo, Paco Ibáñez, Luis Pastor o Jorge Fernández Guerra, que se mencionan en este libro. El contador de abejas muertas —Fuster, en el verano de 2005, trabajó en un experimento de su hermano que buscaba comprobar la toxicidad de un producto para los girasoles que podría afectar a las abejas que él contaba ya cadáveres sobre una sábana blanca— habla de hechos que yo no viví; pero conocí posteriormente, por la crónica contemporánea que poco a poco fue abriéndose paso en la prensa de la época, ya menos censurada y controlada. Por aquellos años, muerto ya Franco, cuando la matanza de Atocha o la legalización del Partido Comunista, en casa entraban ya, además, del Hoy y el ABC, El País y Cambio 16. Por su mirada retrospectiva, uno supo de hechos que se cuentan en primera persona en el libro de Bernardo Fuster, la oposición estudiantil al régimen franquista, la lucha de grupos como el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), los Festivales de la Canción Ibérica o el Proceso de Burgos. 

miércoles, septiembre 14, 2016

Gentes de mal vivir


«Ejemplaridad e infamia en el siglo XVIII» es el subtítulo de la sección monográfica del último número de los Cuadernos de Ilustración y Romanticismo (núm. 22, de 2016) de la Universidad de Cádiz. Aparte de sus otras secciones de miscelánea, reseñas, notas o las más específicas sobre los ecos de 1812, que la revista viene publicando desde la celebración del bicentenario, esta entrega tiene el interés de tratar —nuevamente— asuntos de la historia social y cultural española algo alejados de lo convencional, «el lado oscuro del siglo ilustrado», como dicen en la presentación de la sección monográfica del volumen sus coordinadores, Juan Gomis (Universidad Católica de Valencia) y Alison Sinclair (Universidad de Cambridge). Wrongdoing in Spain 1800-1936: Realities, Representations, Reactions es el título del proyecto de investigación del cual proceden los trabajos incluidos —ocho—, que, en su diversidad de enfoques, confluyen en la utilización de fuentes de la literatura de cordel como medio de difusión de los discursos y representaciones del crimen, del pecado, de la maldad o de la transgresión. Me gusta la ironía con retranca de la primera nota del monográfico —en su presentación— en la que los coordinadores se complacen (y sorprenden) por la acogida del título Wrongdoing del proyecto en un coloquio organizado en Le Havre en junio de 2015 y en la publicación de sus contribuciones, adoptado en su integridad: Wrongdoing, realities, representations, reactions. Pero más me gusta el sentido global de un proyecto que es derivación de este trabajo de catalogación y digitalización emprendido por el Wrongdoing, el denominado «Literatura de Cordel: Mapping Pliegos», coordinado por Alison Sinclair, Pura Fernández y Juan Gomis, y en el que participan varios de los autores del presente monográfico, que busca elaborar un catálogo colectivo y una biblioteca digital de los pliegos sueltos publicados entre 1750 y 1950. Recomendable lectura este nuevo número de los Cuadernos de Cádiz que, como siempre, en sus otras secciones ofrece trabajos de mucho interés.

lunes, septiembre 12, 2016

Comienza el curso

Basta con sustituir el «Buenas noches» por un «Buenos días» y ya está. Todo por delante.

domingo, septiembre 11, 2016

En el MEIAC


© Colección Telefónica. Juan Gris, La Chanteuse, 1926.
Poco después de su inauguración el pasado mayo, Antonio Franco me encareció una visita a la exposición de la Colección Cubista de Telefónica que estará en el MEIAC hasta el próximo domingo 18 de septiembre. Fuimos ayer; y, sin saberlo, nos encontramos con que a las 12:00 había comenzado el segundo pase de «Voces de un museo», un ciclo de visitas guiadas con actuaciones lírico-dramáticas por diferentes museos extremeños. El sábado sonaban en el MEIAC las voces de las sopranos Sara Garvín y Lara Velasco, con Juan Fernando Díaz al piano. En primer lugar, agradezco a Antonio Franco que me avisase —casi en estos términos— de que en el MEIAC iba a estar durante todo el verano una muestra importantísima, que no iba a tener ocasión de ver así tan cerca de casa, y que no desaprovechase la oportunidad de contemplar una colección de piezas del cubismo tan selecta. Porque lo que vimos fue espléndido. Cuadros de Juan Gris, de Pettoruti, de Manuel Ángeles Ortiz, de María Blanchard, Daniel Vázquez Díaz y algunas piezas bibliográficas en torno al movimiento, con ediciones de Vicente Huidobro, y publicaciones sobre las nuevas tendencias artísticas que propiciaron un diálogo entre artes plásticas y literatura bien narrado en las tres secciones —1. Juan Gris. 2. El movimiento cubista en París, 1914-1924. 3. Expansión internacional en España y Latinoamérica— de una exposición que cuenta igualmente con el documental («Juan Gris. Cubismo y Modernidad») dirigido por José Luis López-Linares. Al menos durante media hora no vimos la exposición como queríamos, como esperábamos; porque nos sorprendió un grupo de medio centenar de personas guiado por una experta que comentaba algunos cuadros de la colección permanente del museo y que, en el momento en que nosotros quisimos ver la Colección Cubista nos invitaron a sumarnos a la visita. La invitación —de agradecer, pues había cita previa— resultó un hallazgo inesperado con la interpretación de una de las cantantes o de ambas sobre ciertas piezas —como La Chanteuse, que ilustra esta entrada—, que introducían con un monólogo o un diálogo teatralizado. Otra visita especial al MEIAC. Lástima que el espléndido catálogo de la Colección Telefónica, que pude hojear, no se pueda comprar en el mismo museo.

viernes, septiembre 09, 2016

Sintagmas nominales


Leí Bulto sin reparar en el exterior de su cubierta, donde se dice que es «el resumen lírico de Blog Clausurado, la bitácora personal del autor» y que sus treinta poemas son lo que ha dejado una criba de casi quinientas entradas de ese blog. Esto predispone. Que un escritor desbaste lo escrito y lo adelgace para encontrar una versión aceptable es una garantía de que lo que llega al lector es, al menos, honesto. Para mí, es la segunda muestra de la vida del lector que es Jonás Sánchez Pedrero (Madrid, 1979), bibliotecario de Hervás, al que sigo conociendo por sus lecturas. En este libro, Francisco Umbral (Seix Barral publicó en 2009 su Obra poética), Julia Uceda, Vincenzo Padula (muy desconocido), Antonio Machado, Ramón Gaya, José Martí, José Bergamín, Diego de Silva y Mendoza (qué sugerente), Juan Rulfo, Eugenio Montale, Emily Dickinson, [José] Ángel Valente, Ángel González y todos aquellos que están emboscados en las referencias de algunos versos de Bulto, como Jaime Gil de Biedma —«Yo nací / —perdonadme— con la tristeza»— o Hemingway —«París era una fiesta y Vallecas / lo de menos»—.  Se lee con gusto el resultado de esa criba en treinta sintagmas nominales, diez por sección, según los títulos de un índice inexistente —que habría ayudado a mejorar la edición de esta obra: (I) El fuego. La cabeza. La ventana. El tacto. El olvido. El aliento. El ojo. La visión. La puerta. El cansancio. (II) El cerco. La luz. La casa. El gato. El movimiento. El desayuno. La saliva. Los perros. La cintura. La flor. (III) La visita. La muñeca. El ahora. La vela. El hijo. El resto. La nada. El frío. La costumbre. El espejo. Luego, no todos los poemas contienen tan evidente argumento, como es natural; pero el conjunto aporta una unidad de significado. Otro asunto es la expresión de los poemas. En muchos de ellos veo el apunte sobre un buen texto («El frío»), en otros una buena intención malograda («El aliento» o «La visión»); y hay poemas como «El cerco» que podrían haber titulado el libro. Aunque hay voluntad formal, con una mayoría de versos heptasílabos u octosílabos, el escaso sentido del ritmo malogra algunos poemas. Cada sección tiene sus buenas piezas y lo peor del libro es su factura. Nuevamente, escribir un libro de poemas no se corresponde con el resultado editorial. Ya queda dicho que falta un índice que habría mostrado bien la estructura en tres partes bien pensadas y que ya no hay quien evite la torpeza de comenzar cada sección con un poema en página par. No digo más. Solo que Bulto es un buen ejemplo de la poesía invisible que hacen algunos lectores con ganas.

Jonás Sánchez Pedrero, Bulto. Ediciones del Ambroz, 2016

miércoles, septiembre 07, 2016

Septiembre (40º)


Casi nunca tengo la necesidad de desconectar; y esto no significa que no disfrute plenamente de todo lo que es ajeno a mis cotidianas ocupaciones. Me gusta parar de vez en cuando; pero no bebo los vientos por estar sin hacer nada, que solo es una expresión verbal. Relajarse o pensar comprometen más actividad que estar tirado viendo la tele o sentarse al fresco —si es posible con esta temperatura— a la puerta de casa. Y nada de esto puede comprenderse bajo la idea de estar sin hacer nada. Aunque casi siempre mire la hora antes de tomarme un café o una caña, nunca miro el calendario para leer un libro. Ya escribí aquí sobre eso. Este verano, nuevamente, ha sido apacible sin desconectar, sin dejar de hacer algunas cosas de siempre, como pasear, conversar, leer o escribir con la novedad —cuando se ha podido— de estar en un lugar distinto. En otra playa, en otro río, en otra calle, en otra ciudad distinta a esta, y a esta calle, y a este río, y, finalmente, a esta playa que es mi calle, mi ciudad, mi casa y que puede llegar a convertirse en un dulce decorado de mis deseos. He leído mucho este verano. Algo he escrito. No ver el momento de escribir sobre lo que he leído no me quita el sueño. Simplemente, es imposible. Esta fatal y desdichada correlación entre lectura y escritura, en la que la experiencia de la escritura siempre llega a resultar frustrante, es la clave de este trabajo gustoso. Así debe ser. El día que escriba sin leer, malo. Siempre considero exiguo el resultado escrito de cualquiera de mis lecturas. Por ejemplo, escribir una reseña de un libro de casi cuatrocientas páginas, con más de una veintena de artículos diferentes, en mil quinientas palabras, en poco menos de diez mil caracteres sin espacios. O la de cualquier libro más breve pero igualmente enjundioso en seis mil caracteres, dos folios. Es posible que si me viese obligado a hacerlo todas las semanas por contrato tendría que desconectar. Por el momento, lo hago por gusto.

sábado, agosto 27, 2016

Verum est id quod est


«Hay más catetos en el poder que perros descalzos» —Luis Arroyo Masa— La verdad es lo que es está en el capítulo V del libro II de los Soliloquios de San Agustín; y la frase de Luis en un comentario de 28 de abril de 2014 a una entrada de este blog publicada dos días antes sobre la presentación frustrada de un libro de poemas de José Antonio Zambrano. El aserto del peleño al caso de una cultura gestionada por un poder negligente, además, llevaba la perla delante de un «En fin... zorro macatín», que es fórmula de algún juego infantil. Luis precisó: «Como dicen en mi pueblo». Lo dirán. Siempre se aprende con Luis. 

sábado, agosto 20, 2016

Más que palabras (y II)


En mi gustosa relectura de los textos de este libro, y de los comentarios que ha suscitado, se ha asomado inevitable el recuerdo de El dardo en la palabra (1997) de Lázaro Carreter, un interesante testimonio del siglo pasado de otra manera de pulsar las palabras y de otro tipo de libro. Yo veo el de Álvarez de Miranda como el ejemplo de un nuevo tiempo en el que alejarse de la severidad no significa perder el rigor. El propio Lázaro habló de que sus dardos eran los de un «combate mensual contra la ignorancia y la necedad idiomática», algo que no suscribiría como principio de escritura de sus textos el académico Álvarez de Miranda, al que no me imagino calificando de «himalayesca memez» —Lázaro dixit— ninguno de los muchos solecismos que conocemos en la calle, la radio, los periódicos o los medios, en general. Si Lázaro Carreter nos daba a veces argumentos para defender con orgullo misoneísta la grandeza del idioma, en este nuevo siglo un discípulo avezado de los buenos gramáticos y, por ello, un maestro exquisito de esta lengua que hablamos, nos recuerda que «no era ni es para tanto» (pág. 18). La lectura de Más que palabras también me recuerda las veces que Pedro Álvarez de Miranda me bajó los humos puristas cuando yo manifesté alguna indignación por un mal uso de la lengua, y volvió a recordarme —como dice ahora en esta obra— que el hablante es un ser social, y que no valen numantinismos. Veánse algunas muestras de la actitud del catedrático de lengua española de la Universidad Autónoma de Madrid: «Las cosas de la lengua, por más que algunos se resistan a aceptarlo, son así» (pág. 226); «Puesto que estimo inconveniente alentar actitudes cismáticas, me abstengo de practicar la disidencia activa o de llamar a ella» (pág. 233); «Frente a la tópica percepción nostálgica de que el léxico se empobrece, forzoso es reconocer que, muy al contrario, el acervo léxico de una lengua se enriquece constantemente» (pág. 246). Me alegro por recordarlo ahora en la lectura que me ha acompañado este verano a un lugar tan significado como San Millán de la Cogolla. ¿Qué habría que responder con criterio al graciosillo que dice que si se dice médica o arquitecta habría que decir taxisto o electricisto? Todo el mundo emplea la expresión pasarlas moradas; ¿desde cuándo está documentada? ¿Tiene femenino verdugo? ¿Qué hacemos con los diptongos ortográficos? Las respuestas a estas preguntas las encuentra el lector en admirables y entretenidas instantáneas sobre aspectos de nuestra lengua. Sobre creaciones léxicas, sobre léxicos específicos, sobre lexicalizaciones, o, simplemente, sobre materias más excéntricas en relieves de erudición que son una gozada leer, como el que publicó en dos entregas de Rinconete en febrero de 2011, «Estugafotulés / estugofotulés, o El teléfono escacharrado», que tengo entre mis muchos artículos predilectos del libro, porque es un ejemplo rutilante de cómo se puede combinar la erudición en relieve con la amenidad a propósito de la transmisión filológica en las ediciones de nuestros clásicos. Más que palabras.

miércoles, agosto 17, 2016

Más que palabras (I)


Hace ya por los menos cinco cursos me llevé a clase del Máster de Secundaria un recorte de El País con un artículo titulado «El género no marcado», de Pedro Álvarez de Miranda, en el que intentaba desdramatizar en la polvareda que se levantó después del ponderado informe de la RAE elaborado por Ignacio Bosque sobre sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer tras el análisis de varias guías de lenguaje no sexista. En aquella aula en graderío había, como siempre, mayoría de mujeres, y todos los presentes se mostraron concordantes con la idea de que no podemos hablar y escribir haciendo siempre explícita la relación entre género y sexo. Del mismo modo, asintieron cuando llegué a este fragmento del artículo de Álvarez de Miranda: «Desdramaticemos las cosas. No es el masculino el único elemento no marcado del sistema gramatical. Igual que en español hay dos géneros (en otras lenguas hay más, o hay solo uno), hay también dos números, singular y plural (en otras hay más, o solo uno), y el singular es el número no marcado frente al plural. Así, del mismo modo que el masculino puede asumir la representación del femenino, el singular puede asumir la del plural. El enemigo significa, en realidad, 'los enemigos'. Sumando ambas posibilidades de representación puedo decir que el perro es el mejor amigo del hombre para significar, en realidad, esto: 'los perros y las perras son los mejores amigos y las mejores amigas de los hombres y las mujeres'. ¿Se entiende ahora un poquito mejor en qué consiste el mentado principio de economía?». Aquel artículo es ahora, de cuarenta y cinco, la decimoctava instantánea «sobre la vida privada de las palabras» —así las llama Manuel Seco en el prólogo— de este libro, Más que palabras (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016), de Pedro Álvarez de Miranda, a quien siempre cito como ejemplo —también— de sabio académico de espíritu lingüístico tolerante por decir que «El error de hoy puede ser la norma de mañana». Es uno de esos libros que uno puede recomendar con la certeza de que gustará a todos los que tienen conciencia de la importancia de la lengua; no solo a los especialistas ni a los profesores. A todos. Gustará por la intención y el interés de lo que contiene; pero también por cómo muestra el carácter de su autor, su honestidad intelectual y buen gesto, como el que ocupa «Una errata funesta», una pieza en la que Álvarez de Miranda recuerda una consigna («lidiando con textos, mejor no te fíes ni de tu sombra») para confesar esa sensación de desaliento ante el quehacer de un filólogo cuando se nos escapan erratas y datos. Pero Más que palabras es, sobre todo, una brillante y amena compilación de colaboraciones de su autor en ese rincón diario que es la revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes, en la que Pedro Álvarez de Miranda empezó a publicar en octubre de 2009 con el texto «Absolución», que es el que abre este volumen y que es toda una declaración de un experto que prefiere la elección a la imposición en las cosas del idioma.

lunes, agosto 15, 2016

El tiempo


Tras la conferencia de apertura de la anual convención internacional de los más tontos de cada país a una mujer se le ocurrió preguntar si todos eran conscientes de que la información sobre el tiempo es alienante. La moderadora de la mesa dijo que aquello no venía al caso y el orador añadió que sí, que del tiempo hay que hablar. Y se habló. La interpelante continuó y dijo que la información meteorológica, válida para los trabajadores aeroportuarios y agrícolas, de interés para turistas y no para viajeros, es alienante para el común y ha llegado a ser un modo de ejercer el poder del medio sobre la población. Ha logrado generar inquietud e incluso miedo; aunque lo más cotidiano es la sugestión de que la temperatura que haga a la sombra o al sol, la de toda la vida, sean más altas o más bajas que nunca. Las de hoy más altas que ayer y más bajas que mañana. Este fenómeno propicia preguntar a la gente cómo combate el frío y cómo se alivia del calor y que la gente responda que a la sombra o al brasero, que con una gorra o con un caldo calentito. En invierno se incrementa el gasto de calefacción y en verano el gasto de refrigeración. Y es noticia. Al final todos aplaudieron y el conferenciante volvió a dar las temperaturas del día por si no habían quedado claras y, con sonrisa beatífica —que a los tontos siempre les ha parecido una sonrisa de buten— solicitó al auditorio que lo comprobase en sus dispositivos electrónicos. La interpelante, contenta, se abanicaba.

viernes, agosto 12, 2016

Vicente Paredes


Ayer por la mañana pasé por la Biblioteca Pública de Cáceres para visitar tranquilamente la exposición «Vicente Paredes y el patrimonio cultural de Extremadura 1916-2016», que, con motivo del primer centenario de la muerte de este arquitecto, arqueólogo e investigador histórico, se inauguró el 29 de junio y que estará abierta hasta el día de San Miguel, el 29 de septiembre. Allí, solo, pensé en la razón de mi conocimiento de Vicente Paredes Guillén (Gargüera, 1840-Plasencia, 1916). Y el nombre me trajo a las mientes la palabra «legado». El «Legado Vicente Paredes» fue para mí antes que la persona. Esto dice mucho de ella. Me beneficié antes de lo que Vicente Paredes dejó, de sus libros, sus investigaciones, su afán por difundir el patrimonio extremeño, que del siempre provechoso saber sobre la biografía y trayectoria de un hombre con aquellas inquietudes culturales. Es verdad, tengo asociados a la etiqueta «Legado Vicente Paredes» algunos de los tesoros que alberga la Biblioteca Pública «Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey» de mi ciudad. Un legado que hay que ampliar a otras instituciones como el Museo Arqueológico de Cáceres o el Archivo Provincial y que hay que reconocer que magnifica la justificación de un agradecimiento de los cacereños a la preservación de su historia. Una manera de expresar ese agradecimiento o de comprender los motivos del mismo es pasarse por esta modesta exposición muy bien montada, que muestra los lados principales de la trayectoria intelectual de Paredes en cuatro secciones: 1. Una vida dedicada al estudio. 2. Arquitectura proyectada. Obra realizada. 3. Arqueología. De la afición al compromiso. 4. Afanosa curiosidad... La selección de la documentación es precisa y no apabulla, igual que el relato que enmarca cada una de las partes. Del precioso manuscrito con la traducción de Lázaro de Velasco de Los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio a proyectos arquitectónicos nunca vistos en papel; de apuntes de campo arqueológicos, folletos o libros a algún ejemplo de la Revista de Extremadura que él contribuyó a fundar. Se aprecia que esta exposición ha sido responsabilidad de personas que no solo saben lo que hacen, sino que sienten una amorosa inclinación hacia el legado de Vicente Paredes. Un comité científico que cubre con solvencia las áreas principales del interés cultural del gargüereño y compuesto por un arquitecto, Miguel Hurtado Urrutia, dos arqueólogos, Enrique Cerrillo Martín de Cáceres y Enrique Cerrillo Cuenca, y una historiadora y bibliógrafa como Mercedes Pulido Cordero; la autora del estudio biográfico Vicente Paredes y Guillén (Cáceres, I. C. El Brocense, 2006), la historiadora Montaña Domínguez Carrero, y un estudioso del patrimonio arqueológico extremeño como Carlos Marín Hernández, son los comisarios de la exposición, que ha sido coordinada desde la casa, desde la Biblioteca Pública «Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey» —qué digno espacio—, por Mª Jesús Santiago Fernández y José Luis Lázaro Regidor. Merece una visita. O varias, si hay que enseñársela a los amigos, a la familia. O a la afición en general.

martes, agosto 09, 2016

Tiene que llover


Sigue siendo necesario. Tiene que llover.

domingo, agosto 07, 2016

Por Euskadi y La Rioja (I)


Ni rastro de Bergamín en Hondarribia. Tan agria fue su relación con aquella España de aquella restauración democrática que aún estamos construyendo, que el fundador de Cruz y Raya quiso acabar sus días en la entonces Fuenterrabía para no dar sus huesos a tierra española. Es verdad que no fuimos al cementerio, aunque pasamos por sus afueras sin quererlo cuando buscábamos una salida por sitios no transitados de la transitable Hondarribia. Y también es verdad que no nos topamos con nada que recordase al poeta Bergamín allí. Tampoco me dijeron nada en una librería de Víctor Hugo y sus notas de viaje por la zona. Sí, hay un colegio público que lleva el nombre de José Bergamín. En Madrid. Sin embargo, al ingeniero y proyectista guipuzcoano Ramón Iribarren (1900-1967) nos lo encontrábamos todos los días en el paseo que luce su busto y lleva su nombre hasta la playa, hecha por él. Hondarribia es una ciudad preciosa a la que hay que volver. Ojalá al pisito de Ana, en la céntrica Nagusi Kalea, la calle Mayor, donde escuchamos a una banda tocar el «Okendori» en la «Kutxa Entrega», una tradición de pescadores con siglos de historia y de la que desconocíamos todo. La gente aplaudía a Naiara Zubillaga, la portadora de la caja, a quien vimos, sorprendidos, salir de la iglesia de nuestra calle. Ni rastro —igual— de Gustavo Bueno en Santo Domingo de la Calzada. Ha muerto hoy y he recordado que era calceatense y que la Universidad de La Rioja ha venido dedicando durante años un curso de filosofía por su nombre. Entre los paseos, las comidas, los pintxos, las cañas sin unas olivillas o unas patatillas fritas, y el disfrute de una ciudad y otra, nos hemos olvidado un poco de la historia. La pasada y la reciente.

miércoles, agosto 03, 2016