Tras la conferencia de apertura de la anual convención internacional de los más tontos de cada país a una mujer se le ocurrió preguntar si todos eran conscientes de que la información sobre el tiempo es alienante. La moderadora de la mesa dijo que aquello no venía al caso y el orador añadió que sí, que del tiempo hay que hablar. Y se habló. La interpelante continuó y dijo que la información meteorológica, válida para los trabajadores aeroportuarios y agrícolas, de interés para turistas y no para viajeros, es alienante para el común y ha llegado a ser un modo de ejercer el poder del medio sobre la población. Ha logrado generar inquietud e incluso miedo; aunque lo más cotidiano es la sugestión de que la temperatura que haga a la sombra o al sol, la de toda la vida, sean más altas o más bajas que nunca. Las de hoy más altas que ayer y más bajas que mañana. Este fenómeno propicia preguntar a la gente cómo combate el frío y cómo se alivia del calor y que la gente responda que a la sombra o al brasero, que con una gorra o con un caldo calentito. En invierno se incrementa el gasto de calefacción y en verano el gasto de refrigeración. Y es noticia. Al final todos aplaudieron y el conferenciante volvió a dar las temperaturas del día por si no habían quedado claras y, con sonrisa beatífica —que a los tontos siempre les ha parecido una sonrisa de buten— solicitó al auditorio que lo comprobase en sus dispositivos electrónicos. La interpelante, contenta, se abanicaba.
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