viernes, diciembre 31, 2021

Numancia 2021

© Fotografía de Sergio Parra

2021 no ha sido un año especialmente teatrero, y las razones son obvias por todo este desastre que me ha tenido muy renuente a acudir a salas con aforo completo. El telón negro a principios de enero por la muerte de Jacinto García Alonso abrió un año en el que, fuera de un Festival de Teatro Clásico de Cáceres con el aliciente del aire libre —en realidad, el Peribáñez y El Caballero de Olmedo; porque Castelvinos y Monteses, por la lluvia, se pasó al Gran Teatro, y lo del Aula de la UEX, un Romeo y Julieta, fue en Maltravieso con aforo limitado—, mi cartelera anual ofrece un resultado bastante pobre; en cantidad, no en calidad. Ítem más, Los cuernos de don Friolera del gran Valle-Inclán en Maltravieso, antes del verano; y, cuando volví de Italia, el Torquemada de Pedro Casablanc, que pasó por aquí como si nada. Y hace menos, el 28 de noviembre, la Numancia de Cervantes que han coproducido la Compañía Nacional de Teatro Clásico y Nao d’amores, y que vi en el Teatro de la Comedia de Madrid con un lleno, o casi, que fue una de las excepciones, con el recital de Pablo Milanés en el Gran Teatro de Cáceres dos días antes, que, por otras razones, me llevaron a sentarme en un patio de butacas completo y con mascarilla. También vi Medea a la deriva. Pero mi última obra teatral vista este año fue esa Numancia cervantina en la que aprecié el rigor y la entrega que ponen en su trabajo personas que han demostrado desde hace muchos años su sabiduría en los términos —y no solo ahí— de la reposición en nuestros tiempos modernos del teatro anterior a los clásicos habituales del siglo XVII. Por ahí se cuela el texto trágico de Cervantes, que, por testimonios manuscritos, puede ser de la década de los ochenta del siglo XVI —tardó luego en publicarse dos siglos—; aunque no deja de distar bastante en el tiempo de ejemplos como el Auto de los cuatro tiempos (¿1507-1511?) de Gil Vicente, las Farsas y églogas (1514) de Lucas Fernández, o la Propaladia (1517) de Bartolomé de Torres Naharro, que han sido fuentes en las que ha bebido la inspiración teatral de una de las compañías más singulares del panorama español del teatro clásico: Nao d’amores, con veinte años ya desde su creación, ha querido ser fiel a sus modos de trabajar y ha abordado el teatro cervantino desde un contexto más renacentista que barroco, muy apreciable en la dicción antigua —la fonética histórica es marca de la casa de Zamora— y en la siempre extraordinaria reconstrucción musical de Alicia Lázaro. En lo que para algunos nos parece una fidelidad encomiable a unos principios dramatúrgicos, puede estar la clave de la falta de empatía de un público que se ve distanciado de la propuesta; pero esto ha sido así siempre en los montajes de esta compañía con suficientes recursos, demostrados con gran solvencia en este gran espectáculo de teatro a partir del texto de un autor tan grande como Miguel de Cervantes. Y es que si Nao d’amores ha conseguido su sitio en el repertorio contemporáneo del clásico español ha sido por su manera de tratar nuestros textos prebarrocos. Trabajar en escena la oposición entre numantinos y romanos con un mismo elenco que se desdobla se resuelve en esta Numancia con maestría, por la utilización del vestuario, que sirve para escenificar el desvestirse del ropaje romano para pasar al espacio intramuros de la ciudad sitiada, y por la marca elemental de ambos lugares con la aparición en escena de Cipión y Yugurta desde los palcos de platea, y también por la división de los espacios sonoros entre el poder y la resistencia popular al poder. Siguen admirándome estos trabajos, sostenidos por unos intérpretes que dicen bien el verso, que cantan, que tocan instrumentos y que se mueven para hacer de un momento que dura tan solo hora y cuarto un mundo más cómodo. Para haber visto tan poco teatro este año que hoy termina, no estuvo nada mal volver al coliseo de la calle del Príncipe, en buena compañía, con el encuentro con personas queridas y conocidas, en una de esas noches madrileñas que los de provincias vivimos con fruición perdurable hasta que haya otra. Feliz Nochevieja y buena entrada del año 2022.

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